quinta-feira, 14 de novembro de 2019

Dion Fortune Glastonbury


No es fácil escribir sobre la Glastonbury de hoy, ya que una parte tan grande de la naturaleza humana ha sido empleada en su construcción. Hay un viejo refrán que dice que a los niños pequeños y a los tontos nunca se les debe mostrar algo hasta que esté terminado.
Es un refrán que viene del Oriente, pues está ilustrado por el cuento del tejedor de alfombras que se sentaba a la puerta de su negocio en el bullicioso mercado. Los transeúntes lo veían haciendo su trabajo y comentaban sobre sus progresos. Señalaban los hilos sucios y sin brillo del tejido y los innumerables nudos, junturas y cabos sueltos. Si el tejedor les hubiera hecho caso, habría abandonado su trabajo, hastiado y desesperado. Pero a pesar de todas las críticas hostiles y el ridículo de que era objeto, el viejo artesano seguía pacientemente agregando un nudo tras otro en el delicado tejido de la alfombra, cientos de nudos por pulgada cuadrada. Por fin, después de muchas lunas, el pesado telar, tan difícil de manejar, fue desenrollado entre crujidos, se ataron los extremos de la urdimbre, y la magnificencia de la alfombra fue expuesta ante la mirada llena de admiración de la muchedumbre. Fue tan grande la fama de esta alfombra, el trabajo de años, que el rey envió a su visir para comprarla con destino a la gran mezquita, donde su belleza exaltaría a Alá.
Aquellos que se habían burlado eran demasiado ignorantes para darse cuenta de que una alfombra se crea desde adentro hacia afuera. Sólo el sabio artista artesano lo sabía. Lo mismo sucede con el mundo que nos rodea. El espíritu de la raza palpita de vida. Los ángeles ascienden y descienden por la escala de Jacob, pero nadie los ve sino el artista, y este no es escuchado. Sólo se escucha en nuestro medio a los locos de remate; y estos nos cuentan que hubo algo delicioso ayer, que habrá algo delicioso mañana, pero nunca hay algo delicioso hoy.
La historia es la vida vista en perspectiva. Cuando la historia se está haciendo, como sucede en Glastonbury, es imposible comprender su verdadero valor. Uno puede pensar en ello sólo en lo que a uno lo afecta. Las carretas que traen las piedras para el templo reclaman el derecho de pasar por nuestra huerta; sus torpes ruedas chirrían y dejan caer pedazos de barro; los carreteros castigan a los caballos y estos patean a los carreteros; un grano de arena se nos mete en un ojo mientras el maestro artesano, trabajando con un gran impulso creativo, hace volar piedritas por el aire. Todas estas cosas son importantes, y mucho, para la gente que se halla en el lugar.
El mundo que rinde homenaje a la obra maestra no ve la paleta sucia ni el guarda polvo manchado que fueron parte de la obra.
La moderna historia de Glastonbury tiene muchos relatos que a su debido tiempo se contarán, pero debemos esperar la perspectiva que se obtiene desde los miradores de la historia antes de que esto pueda hacerse adecuadamente. No es fácil para nosotros dar hoy un paso hacia atrás y ver las cosas que se han logrado como las verá la historia, sin preocuparnos por quiénes han sido heridos en sus sentimientos, quiénes han visto sus ideales violentados, y quiénes han sido respetados en sus derechos; sino más bien ver los dones que han sido llevados al altar de la civilización por los artistas-artesanos de Glastonbury, sea que hayan trabajado con palabras, sonidos, colores o con piedra; porque la historia no se ocupa de sus fracasos sino sólo de sus logros.
El artista siempre ha vivido con la cabeza entre las nubes de sus visiones doradas, y con los pies más hundidos en el fango de la arci1la común, que sus vecinos. La habilidad de sus manos al crear belleza parece estar siempre a la par de la torpeza de aquellas al manejar maderos y piedras. Los vecinos del artista, que son muy competentes para evaluar la ineptitud de este en la esfera mundana, no poseen la misma competencia para evaluar sus logros en las cosas del Reino, de modo que no se establece equilibrio alguno.
El artista es tacaño en lo pequeño, y derrochador en lo grande. Su reloj nunca funciona bien, sus cuentas nunca se equilibran. Es el inocente de Dios, que se sienta en el piso del mundo y oye: 

El consejo más viejo de las cosas que son
La comidilla de los Tres en Uno.

Glastonbury siempre ha sido el hogar de hombres y mujeres que han tenido visiones.
Aquí el velo es muy delgado, y lo Invisible llega muy cerca de la tierra. Las piedras del viejo pueblo irradian inspiración cuando una pared calentada por el sol se siente al tacto como si fuese una cosa viva en la oscuridad. Muchas personas de opiniones diferentes han oído las voces de Avalon; porque existen dos Avalon, la cristiana y la pagana: la Avalon de San José y Santa Brígida y toda la espléndida historia de la cristiandad, y la otra, la Avalon más antigua, del Mago Merlín y la Dama del Lago; y entre las dos, perteneciente a ambas,se entrelaza la figura de Arturo, con Excalibur en la mano derecha y el Grial en la izquierda.
Algunos de aquellos que hacen una peregrinación a Glastonbury vienen a rendir homenaje al polvo de los santos en la nave verde y serena de la Abadía; otros vienen a abrir sus almas a las vehementes fuerzas que se elevan como llamas oscuras en el Peñasco.
¿Quién decidirá, como juez, por una o por otra?

Glastonbury Hoy II

Los primeros movimientos del nuevo despertar de la vida en Avalon llegaron cuando la fortuna familiar de los Jardines lanzó las ruinas de la Abadía al mercado. Muchas veces antes las ruinas de la Abadía y la casa construida con sus piedras habían cambiado de manos, rara vez pasando de padre a hijo. Los dedos destructivos de la hiedra se aferraban a las grandes piedras de los arcos, y las flores crecían en los escombros traicioneros de las paredes, socavando y destrozando aquello que embellecían, y la Abadía de Glastonbury cayó, piedra tras piedra, sin respeto ni cuidado.
Mientras tanto, estaban quienes sabían lo que significaba Glastonbury, y ellos observaron y aguardaron, esperando su oportunidad. Compraron la vieja posada al pie del Peñasco como un lugar temporario, hasta que sus planes estuvieran maduros. Era una hostería destartalada que había conocido días mejores, hasta que las diligencias dejaron de venir y de precipitarse cerro abajo desde Shepton Mallet con destino a la ciudad catedralicia de Wells. Pero junto con la vieja posada se fue también algo que era muy valorado por sus compradores. Un pedazo de jardín, largo y estrecho, subía por un empinado valle hasta una huerta descuidada, de retorcidos manzanos, y donde el jardín se encontraba con la huerta había un antiguo manantial. Desde este manantial un torrente de agua rojiza, del color del óxido, se precipitaba a los saltos hacia el empinado jardín. Hace cien años, a uno de los muchos videntes de Glastonbury le fue revelado en un sueño que las aguas de este manantial tenían propiedades curativas, y fue allí y se bañó en esas aguas como le fue ordenado, y se curó de su enfermedad. Entonces edificó una casa de baños de piedra gris de Mendip, incluyendo dos enormes estanques de piedra, de aspecto siniestro, con peldaños que se hundían en la oscuridad, y anunció al mundo que se había descubierto un manantial milagroso.
El mundo, que siempre está listo para creer lo que le agrada, se acercó hasta allí en diligencia o a pie, incluso desde la lejana Londres. Y sin duda, después de bañarse en esa agua helada y en esos ominosos tanques, los peregrinos dejaron de pensar en sus dolores imaginarios, al tener algo tangible por lo cual preocuparse. Sin embargo, después que los primeros entusiasmos se disiparon, se vio que los resultados no justificaban las expectativas, y que el agua era muy fría, de modo que el proyecto de spa se fue diluyendo gradualmente.
Sin embargo, sus nuevos dueños conocían la historia de San José y el Cáliz de la Ultima Cena. A un lado de la vieja hostería se alzaba un edificio alto revestido de piedra gris, con un techo de tejas rojas que hacía recordar a Italia, en donde, se dice, se inspiró su arquitecto eclesiástico, y, ¡milagro, los monjes estaban de vuelta en Glastonbury! La muralla con aspecto de barranco del Pozo del Cáliz es un verdadero hito, un punto que sobresale en millas a la redonda. Tiene la belleza propia, con sus hermosas proporciones y los viejos edificios, de escasa altura, que una vez fueron una posada, amontonados en su base.
Una vez más hubo observadores al lado del Peñasco, en el mismísimo lugar donde la tradición afirma que ciertos anacoretas habían construido sus chozas de junco y rezado al lado del Pozo del Cáliz. En verdad, la vieja hostería había sido llamada "El Ancla", un nombre extraño para una hostería de campo; y los anticuarios aún discuten si ese nombre es una reminiscencia de los santos que una vez vivieron allí, o del día en que la marea llegó hasta Glastonbury y los barcos de pesca y del litoral marítimo amarraron en los muelles del Brue.
Estos nuevos anacoretas aguardaron pacientemente al lado del Pozo, entrenando a los muchachos para lejanas tareas misioneras y esperando el día en que las ruinas de la Abadía y la casa que se construyó con estas cambiaran de dueño una vez más, pues sabían bien que esto sucedería, porque siempre hay una maldición sobre la propiedad saqueda de la Iglesia, y nunca se hereda en una línea directa de descendencia.
A su debido tiempo, llegó el día que habían esperado con tanta paciencia, y las piedras de la Abadía fueron puestas en pública subasta. La Iglesia de Roma ofreció comprarlas, con la idea de hacer de nuestra Glastonbury inglesa otro centro sagrado y lugar de peregrinación. Pero allí había un forastero, un hombre del norte, que nadie conocía, y este hombre, que parecía poseer mucho dinero, continuó ofertando y los demás compradores abandonaron la apuesta, salvo los monjes. Finalmente, después de todos sus años de paciente espera, ellos también dejaron el lugar al hombre de los fondos inagotables, y la Abadía fue vendida al forastero. Entonces se reveló la identidad del comprador. ¡La Abadía había sido comprada para la Iglesia de Inglaterra! Y ahora, ironía de ironías, está al cuidado del Obispo de Bath y Wells. Lo que los viejos monjes tanto temían les ha caído encima, y su inveterado enemigo ha obtenido al fin el control de sus antiguas libertades.
Si la Iglesia de Roma hubiera tenido éxito en su propósito, ¿habríamos visto otra Abadía de Buckfast levantada por manos reverentes para venerar las ruinas grises, del mismo modo que veneraron la pequeña iglesia de juncos? ¿Qué es más hermoso? ¿La piedra labrada y los vidrios pintados, o los prados verdes y los árboles?
¿Quién puede decirlo?

Glastonbury Hoy III

La venta de la Abadía no fue la única subasta en Glastonbury en la que los valores espirituales fueron puestos en el mercado. Desilusionados por el fracaso de sus planes, los monjes en el Pozo ya no desearon mantener su posición en Glastonbury, y el monasterio también fue puesto en venta. A esta subasta vinieron tres postores de importancia -uno era un fabricante de tejidos de lana, que deseaba el manantial sagrado, por su fuerza hidráulica; otra era una norteamericana pudiente; y la tercera era Miss Alice Buckton, famosa por su Eagerheart. Pero aunque vinieron tres postores a la subasta, llegaron sólo dos, ya que el tren que traía a la rica norteamericana se descompuso en medio del pantano. Avalon no deseaba a esta persona.
De modo que la lucha se dio entre el fabricante de ropas de lana y la autora de Eagerheart. El Pozo Sagrado tenía un cierto valor como fuente de fuerza hidráulica, y nada más; pues si su precio se situaba por encima del equivalente en caballos de fuerza se volvía una inversión inútil.
Pero como fuente de fuerza espiritual el Pozo era la perla de gran precio, y Miss Buckton vendió todo lo que tenía y ofreció más que el comerciante, en tanto que la norteamericana varada en los pantanos enviaba airados telegramas exigiendo la postergación de la subasta, o, alternativamente, ofreciendo doblar el precio del mejor postor.
Pero el martillero no estaba dispuesto a aceptar esto, y así el prodigioso pozo sagrado de San José y Merlín del Grial se convirtió en posesión de Miss Buckton, quien se constituyó en su custodia, manteniéndolo en fideicomiso para todos aquellos que hicieran la peregrinación a Glastonbury.
Se mandó hacer una hermosa tapa de roble de Somerset adornada con un delicado trabajo en hierro para prevenir la contaminación del Pozo, y Miss Buckton, poniéndose una capa de lienzo azul de Welsh con hebillas de plata, explicaba a los visitantes la historia del Pozo y su simbolismo.
De vez en cuando, la prodigiosa cámara del Pozo es vaciada para que la masa membranosa de hongos de color rojo óxido pueda ser extraída, y entonces se puede bajar por una escalera hacia las misteriosas profundidades y estar donde deben haber estado los vívidos sacrificios de los druidas.
Cuando se han eliminado los hongos, la claridad cristalina del agua se vuelve evidente, y a unos cuatro metros y medio de profundidad se puede ver el lecho de granos finos de piedra caliza de donde surge el agua, helada, desde las profundidades. Entonces se revela la solidez de la mampostería, que consiste en ciclópeos bloques de piedra como los que usaron los constructores de Stonehenge y Karnak, pero colocadas y ensambladas con la exactitud de los constructores de la Gran Pirámide, y fijados mediante un cemento duro y excelente, cuyo secreto se perdió con los romanos. Tres lados de la hilada superior de mampostería consisten en un solo bloque, una de esas piedras enormes que el hombre prehistórico era capaz de mover sin ayuda de maquinaria.
¿Quiénes fueron los constructores del Pozo? Nadie lo sabe. Probablemente pertenecían a la misma raza que manipuló las poderosas moles de Stonehenge y Avebury. Es verdad que las leyendas cristianas giran alrededor del Pozo. Pero este es mucho más antiguo que Cristo. Su origen se remonta a algún antiguo culto a la naturaleza, perdido para los hombres hace mucho tiempo.
El monasterio en sí se convirtió en una casa de huéspedes de excepcional interés. Sus actividades se centraban en la persona de su custodio, Miss Buckton, que se esforzó por expresar sus ideales a través de las muchas actividades que se realizaban allí. De estas, la más importante artísticamente fue la producción anual de Eagerheart, la exquisita y breve obra de teatro policial que hizo famosa a Miss Buckton, y que es su obra maestra. Como rara vez tomaban parte en ella actores profesionales, la producción era naturalmente despareja, pero la falta del "toque” profesional quedaba más que compensada por la veneración y la sinceridad de los actores, lo que hizo del pequeño pueblo de West Country una Ober-Ammergau inglesa. Miss Buckton tenía el don maravilloso de utilizar lo que encontraba a mano y hacer surgir sus posibilidades artísticas latentes, y sus decorados y puesta en escena, de factura casera, eran de una belleza excepcional. Considerado en su totalidad, Eagerheart, en la producc:ión de Glastonbury, ocupó un lugar único en el teatro inglés moderno.
Muchas personas interesantes venían al Pozo del Cáliz, y se sentían inspiradas para dar lo mejor de sí para la diversión de todos los allí reunidos, pues las puertas estaban abiertas de par en par para todos los que llegaban. Buena música, ballet clásico, obras de teatro, lecturas en voz alta, conferencias y muchas otras actividades, hicieron del Pozo del Cáliz un gran centro de interés, no sólo para sus visitantes sino también para las gentes del pueblo, que tenían con Miss Buckton, su custodio, una gran deuda de gratitud por la generosidad con la que mantenía la casa abierta para todo Somerset.
Miss Buckton también había reunido a su alrededor a un pequeño grupo de artesanos que utilizaban el más primitivo de los métodos tradicionales, tiñendo la lana virgen con pigmentos naturales recogidos de los setos de Somerset y del liquen raspado de los árboles de los viejos huertos, e hilada con el huso prehistórico en vez de la rueda medieval. Naturalmente, el valor artístico de esos productos no es igual al de las escuelas de artesanías más sofisticadas, pero no hay duda alguna de su valor humano. Era fascinante ver hervir la olla de tinturas sobre un fuego de leña en el huerto, y una madeja tras otra de lana, de alegres colores, colgando de los árboles nudosos para su secado, mientras se oía el continuo ruido sordo de los telares proveniente del granero cercano. Cosas así enriquecen el espíritu humano, aun cuando nunca dejen de vaciar nuestro bolsillo.
Alguna cerámica exótica se hizo con arcilla de la misma huerta; se usó la primitiva rueda a pedal, y dio resultados sorprendentemente buenos en manos hábiles. Todo el espíritu del diseño y decoración era primitivo y tenía un significado propio, no sólo por su encanto natural, sin afectación, sino por su psicología, pues aquí los impulsos fundamentales del espíritu humano hacia la belleza se expresaban a su manera, sin influencia alguna de las convenciones, y el resultado era de un gran interés.
Pero aparte del valor que objetivamente tienen estas cosas hay otro de carácter subjetivo, que no puede ser calculado en oro o plata. Enriquecen el alma y traen nuevos valores a la vida humana. Miss Buckton tenía la visión que ve todo esto, y mucho se debe perdonar, por lo tanto, por las imperfecciones en su ejecución, porque es mejor que los seres humanos exploren a los tropezones cómo autoexpresarse haciendo cosas bellas, que el que los expertos lo hagan por ellos y les presenten una perfección de logro artístico que ellos no pueden comprender ni apreciar. Un trabajo de tanta habilidad enriquece al mundo de las cosas inanimadas porque así nacen nuevos objetos de belleza, pero el mundo de la conciencia humana se enriquece cuando el alma comprende nuevas ideas. La belleza debe ser trabajada desde adentro hacia afuera, no desde afuera hacia adentro. El mundo material se enriquece mediante la perfección de la técnica artística, pero el mundo espiritual se enriquece por la lucha confusa y oscura que ocurrió con la rueda a pedal de Miss Buckton y el derramamiento de su olla de tinturas.
"La capacidad de un hombre debe superar su comprensión y su control, si no, ¿para qué está el cielo?". Durante el apogeo del Pozo del Cáliz, el sueño del cielo se acercó un poco más a la tierra. "Una vez más, una piedra gira a su lugar en ese templo terrible de Tu mérito". Es mediante piedras como esas, sumadas una a una, que se construye la Nueva Jerusalén.

Glastonbury Hoy IV

Con la venta de la Abadía, Glastonbury pareció despertar de un largo sueño, y así empezó ese ligero movimiento de vida espiritual que obra como un fermento, con vigor cada vez mayor a medida que pasan los años. La profecía es un oficio peligroso pero podemos aventurar que la historia considerará a nuestra Jerusalén inglesa como la cuna de muchas cosas que han contribuido a enriquecer la herencia espiritual de nuestra raza.
Del mismo modo que los monjes modernos se sintieron atraídos al pequeño pueblo ubicado en los campos verdes de Westland por la leyenda de San José y el Cáliz, y que Miss Buckson sintió la fascinación de la leyenda del Grial, de igual manera otras dos personas fueron atraídas por Excalibur. Rutland Boughton, uno de los más grandes de nuestros compositores modernos, y Reginald Buckley -que, de no ser por su muerte prematura, se habría ganado un lugar entre los poetas modernos- colaboraron en la fundación de una escuela de drama musical, en el pequeño pueblo de West Country, con el propósito de hacer de este un Bayreuth en Inglaterra, así como Miss Buckton y su Eagerheart hicieron de él un Ober-Ammergau inglés.
Fue aquí donde la mejor de las óperas inglesas vio la luz por primera vez: la mística "Immortal Hour". En ella, Rutland Boughton expresa musicalmente la exquisita y profundamente esotérica leyenda céltica del hada y su amante mortal, como fue narrada por Fiona Macleod. A esto le siguió el ciclo de dramas artúricos, con libretos escritos por Reginald Buckley; y por último apareció la lúgubre tragedia "The Queen of Cornwall", adaptada del gran poema de Hardy.
Todo esto fue presentado en el Salón de Actos, de la Asamblea de Glastonbury como una obra de amor, con trabajadores voluntarios en los talleres de decorados, artesanos locales que construían Excalibur, y papel pintado que imitaba los vitrales en las desoladas ventanas del pequeño salón.
Aquí se veía la historia artística en marcha. Muchos cantantes que desde entonces se volvieron muy conocidos hicieron su debut en este escenario humilde y un poco destartalado. A este lugar, donde dos veces al año tenían lugar los festivales, venían los amantes de la música desde todas partes del mundo, y durante un breve período las calles del pueblito se llenaban de artistas, de mujeres con el cabello corto y hombres con el cabello largo, todos muy vistosos y alegres en cuanto a sus ropas, y el sonido de los espléndidos coros se oía a través de las ventanas de todo tipo de lugares ocasionales que se usaban como lugar en ensayo.
Tuve el privilegio único de ver una representación de "Immortal Hour" que, planeada para adecuarse a los horarios de los ómnibus y trenes locales, empezó cerca de la caída del sol. La primera escena comenzó con la luz del día llenando el salón a través de las ventanas sin cortinas del Salón de Actos. Pero a medida que la ópera continuaba fue desvaneciéndose la luz, hasta que sólo se podían ver unas figuras fantasmales moviéndose en el escenario, y el clamor de las carcajadas de los lóbregos horrores en el bosque mágico resonaba en la total oscuridad, iluminada sólo por las estrellas que brillaban con un extraño fulgor a través de las claraboyas del salón. Fue algo que jamás podré olvidar.
Pero, lamentablemente, la escuela de arte dramático que empezó con el delicado misticismo de "Immortal Hour" y llegó a su punto de exaltación con el noble idealismo del ciclo artúrico, terminó con el sombrío realismo de "The Queen of Cornwall". Todavía no ha llegado el momento de contar esta historia trágica. Glastonbury y la música inglesa perdieron algo muy grande, y por ello todos hemos perdido. Sería demasiado simple intercambiar reproches, y más difícil aún impartir justicia. Gracias al cielo, esa no es nuestra tarea. Todo lo que podemos hacer es lamentarnos por la belleza inmortal perdida y por un sueño que nació muerto.
La obra de Rutland Boughton condujo a la de Laurence Housman, que ha hecho su hogar en el pueblo cercano de Street, ha producido en el Salón de Actos de la Asamblea de Glastonbury su exquisito "Little Plays of St. Francis". Intimo y refrescante, con su sencillez franciscana, el ambiente primitivo del escenario de Glastonbury les venía a la perfección, y el espíritu de Ober-Ammergau de nuestro pequeño pueblo de Westland se hizo sentir de nuevo. El Hermano Juniper llevaba en carretilla las piedras de Mendip prestadas por la empresa de construcción del pueblo, y todo el mundo estaba ansioso por los postes del destartalado escenario que hacían un eco atronador a cada uno de sus movimientos. Sin duda, hay pocos pueblos provincianos que hayan tenido el privilegio de ser la cuna de tantas cosas que tienen un valor permanente en la historia artística de nuestra raza.
Llenaría muchas páginas escribir sobre los muchos artesanos-artistas de esta región. Sin embargo, no podemos dejar de mencionar a algunos de ellos, no sólo porque su obra tiene un valor en el desarrollo de la artesanía inglesa, sino por la alegría del amante de las cosas y los ideales hermosos al ver las cosas que ama, como las bestias recién creadas de que habla Milton, que surgen de su tierra de origen y están ansiosas por ser libres. La tela a medio hilar en el telar, la olla de cerámica, aún caliente, recién salida del horno, son cosas que poseen una lozanía que se pierde cuando se convierten en mercancías en un negocio.
En los elevados cerros de los Poldens -donde el camino a Bridgwater sube para evitar los pantanos traicioneros de los llanos- hay un cierto lugar que suena hueco a las pisadas, porque debajo de él hay sótanos en los que un notable salteador de caminos escondía su botín. Muy cerca de este sitio está la vieja casa de campo donde él vivía. Fuera de la casa aún hoy cuelgan vellones sin elaborar, en una picota, a manera de letrero del tejedor manual cuyo telar puede oírse con su típico ruido dentro de la casa. Aquí se producen esos magníficos hilados a mano que son el placer y la alegría de los cazadores de West-Country.
En Watchett, sobre la costa del mar, se elabora una cerámica de un color gris fascinante, regordetas teteras con picos de tal solidez que sólo un martillo podría desportillarlos, lo que es una gran virtud en estos días opresivos; platos que podrían usarse -sin que corran peligro de romperse- como argumentos en las peleas familiares más virulentas, y copas y tazones decorados con suaves tonos color tierra como la cerámica hecha por los habitantes del lago, y que se encuentra en los pantanos. Una cerámica así no es para la exigente y delicada mesa de caoba con copas de cristal tallado y mantelería fina, pero sobre la mesa de roble viejo y las alegres telas hiladas a mano es lo más fascinante que se pueda imaginar.
A muchas personas les encanta pasar sus vacaciones de verano yendo de un artesano a otro en el campo inglés y comprando ejemplos de su arte. Desdeñan los negocios, y no compran nada salvo lo que sale del taller directamente a sus manos, lleno del espíritu del artesano. Es un hobby delicioso, coleccionar artesanías adquiriéndolas directamente a los artesanos, con la idea de seleccionar cosas que las generaciones futuras podrán valorar.
Napoleón, cuando enfrentaba las burlas de los demás por su falta de un árbol genealógico, declaraba que él mismo sería un antepasado; del mismo modo, quienes cultivan este amable hobby pueden afirmar que sus descubrimientos, con el tiempo, se convertirán en antigüedades. ¡Cuánto mejor es estimular al artesano mientras está vivo que al martillero del futuro!
¡Y qué gentes tan agradables son quienes hacen su sueño realidad mediante el trabajo de sus manos! Hay una cualidad espiritual en las cosas hechas a mano que está ausente en el producto industrial, por más bueno que sea su diseño, pues el hombre que crea con sus manos lo que él mismo ha planeado, impregnando a ese objeto con sus sueños y los muchos sacrificios que hace por su arte, dándole lo mejor que tiene, no puede menos que amarlo cuando lo termina; las manos humanas calientan y amoldan ese objeto amado, infunden alma en él, y este se llena de una vida propia. Ese objeto tiene una marcada personalidad, y las personas sensibles y compasivas tienen conciencia de ello. Los antiguos hacían amuletos, con ceremonias, y destruían cuidadosamente los instrumentos del crimen porque conocían esta curiosa propiedad de los objetos inanimados que han establecido un contacto íntimo con el alma humana. En medio del apuro de la vida moderna -pues raramente tocamos algo hecho a mano- nos hemos olvidado de este secreto, como de muchos otros que conocían los antiguos. No obstante, en esto reside la fascinación que ejerce en nosotros una artesanía; pues las cosas que hace el artista-artesano están vivas, son amistosas, nos acompañan y nosotros las amamos, sin saber por qué. Tal vez algo del alma del artista se haya empleado en su creación; no son materia inanimada sino gnomos, hadas y duendes que, como los juguetes en el cuento de Hans Andersen, hablan entre ellos cuando ningún humano los oye.
En Wells se hacen excelentes iluminaciones, así como grabados en boj; y en Clevedon hay hermosos hilados de seda y lana y lino teñidos con tinturas vegetales. 
Glastonbury, entre sus viejos robles, tiene fabricantes de muebles art esanales, hechos a mano, entre ellos esas curiosas sillas que parecen tan duras y son tan cómodas, construidas según el modelo de una silla que vino de la Abadía: son macizas, no tienen ni un solo clavo en ellas, se desarman y embalan extendidas y se vuelven a armar de nuevo con espigas y cuñas.
Glastonbury es realmente rica en las cosas del espíritu humano, en sus sueños e ideales. Ha inspirado a los creadores de muchas cosas hermosas e inspirará a muchos más, pues su mensaje a la humanidad no ha terminado aún de darse. Mucho más aún verá la luz en la amada Isla de Avalon, entre nuestros campos de Westland.