Desde las afueras de Glastonbury, una larga y elevada lengua de tierra se extiende hacia los pantanos. En su flanco norte hay un pequeño plantío famoso por sus serpientes; en su extremo más distante se yergue un solo roble; el resto está cubierto de hierba fragante y espesa, verde como sólo puede serlo la hierba de Westland. Por su lado sur, serpentea un estrecho camino que se hunde y eleva, ajustándose al contorno del suelo con la perversa falta de atención por la comodidad humana que es tan característica de los caminos antiguos, hechos antes de que el hombre dominara por fin a la Naturaleza en estas islas.
Hacia el Norte, a lo largo del llano, se encuentra el moderno camino a Street, el pueblo cuáquero industrial que se halla en medio de las verdes praderas acuáticas. Los dos caminos se encuentran en la cima de la colina de Wearyall, donde yace el antiguo cruce del río, el Pons Perilis de la leyenda de Arturo.
Entre ambos, estos dos caminos nos cuentan la historia inglesa, un cuento escrito en los mapas de caminos de nuestra tierra, si nos interesáramos en leerlo. ¿Por qué el antiguo camino serpentea alrededor de las tierras altas, y el camino moderno bordea los campos? ¿Por qué se encuentran en el puente, y desde ahí van juntos -moderno pavimento sostenido por antiguos pilotes- hacia las lejanas Polden Hills, para desde allí trepar a las tierras altas nuevamente y seguir sus declives y sinuosidades hasta Bridgwater?
En el pasado, las verdes praderas alrededor de Glastonbury eran pantanos. Hasta hoy dependen de los diques en la Bahía de Bridgwater, para su protección de las mareas altas en la primavera. Entre uno y otro campo hay profundas rías que descargan en los ríos. A través de estos lugares pantanosos y traicioneros, un camino podría construirse sólo sobre un terraplén; por lo tanto, dentro de lo posible, los antiguos caminos seguían el suelo firme, ya que el duro ascenso por la empinada cuesta es menos pesado que intentar cruzar las cenagosas tierras bajas. Hoy los pantanos están desecados por sus rías, las acequias están cuidadas como un jardín, y las malolientes salinas donde los hombres del lago tenían sus viviendas son ricas tierras de pastoreo.
El camino moderno va derecho a través de los campos llanos, pero el sinuoso camino serrano custodia sus memorias. Al lado del camino moderno surgen las casas de campo de ladrillo, las estaciones de servicio y las confiterías. Al lado del tortuoso camino serrano están las antiguas casas campesinas, hechas con pesadas piedras de Mendip cortadas en grandes bloques, algunas de ellas de un suave color azul de Reckitt, ocre y rosa. Sus puertas de poca altura se abren directamente a un sendero de lajas inmensas, seis veces más grandes que las piedras del pavimento de Londres. Estas casas son muy antiguas. No hay rastros aquí de las piedras de la Abadía en su estructura; estaban allí y albergaban a su gente mientras la Abadía era el centro de la vida de Glastonbury y los hombres pensaban que existiría siempre.
En una doble hilera, las casas se suceden a los lados del camino antiguo, a medida que este trepa trabajosamente por la colina. Antiguamente, los hombres buscaban las tierras altas para huir de las fiebres de los pantanos y de los estrechos callejones y plazoletas del pueblo medieval. Al cabo, las casas se convierten en una sola hilera, y luego cesan, y el camino sigue solo, bajando y subiendo sobre los espolones de la sierra, hasta que cae abruptamente hasta la cabecera de puente. Aquí se encuentran el camino antiguo y el moderno, ya que por muchas millas es el único suelo firme. En alguna otra parte, un puente tendría que ser construido con grandes estribos, y así como el primer escollo de arena en el Támesis decidió la situación de Londres, así los detritos de Wearyall deciden dónde el moderno camino y el antiguo sendero para caballos de carga cruzarán el Brue. Cada camino cuenta su historia, si nos preocupáramos por leerla; nunca se construye un camino por casualidad -siempre hay una necesidad humana por detrás- y en los senderos abandonados y en las modernas arterias podemos leer la historia de la Inglaterra industrial.
El río y el camino hacen de la cabecera de Wearyall un lugar rico en historia. Los veleros que suben por el río encuentran allí el primer lugar, donde es posible desembarcar, y así José de Arimatea golpea con su báculo en la tierra de Wearyall. El camino, sostenido por pilotes a través de los pantanos, es un sendero desolado y sin casas hasta que llega a tierra firme en la cima de una larga colina de baja altura. Aquí, por lo tanto, debe estar el primer hospedaje para los viajeros, después de las millas fatigosas por el desolado camino del pantano. Aquí, por lo tanto, es que los Caballeros de Arturo -en la búsqueda del Grialpasan la última noche de su peregrinación, ya que los pueblos medievales cierran sus puertas cuando anochece, y los viajeros tienen que pernoctar fuera de sus murallas si llegan a ellas demasiado tarde. ¿Acaso no podemos imaginar cómo los peregrinos, fatigados por ese último tramo por los pantanos, deben haber observado las luces de la Ciudad Santa de Inglaterra fulgurando entre sus colinas, mientras esperaban la apertura de las barreras al amanecer?
Se dice que en Wearyall, las santas -atraídas por la santidad de Glastonbury- hicieron su hogar, lejos del conflicto ruidoso y alborotador de las estrechas calles del pueblo. Ellas, por lo tanto, fueron las que sirvieron en el albergue que atendía las necesidades de los viajeros.
Fuera y más allá de la cabecera de Wearyall, en una isleta baja entre los pantanos, estaba la ermita para quienes deseaban completa soledad. El pantano las protegía de la invasión de los extraños; los hombres del lugar las veneraban. Allí, bajo la protección de su propia pureza, Santa Brígida y sus bondadosas acompañantes servían y amaban a Dios en el silencio de las tranquilas y pardas aguas de turba de las lagunas.
Al lado del Pons Perilis había una capilla, que dio nombre a ese puente. No fueron los peligros del cruce del río los que hicieron temible este lugar, sino los terrores espirituales que aquí acosaban al peregrino en la etapa final de su viaje. Aquí estaba el último lugar donde el Diablo podía atacarlo, pues más allá estaba el suelo sagrado, y aquí debía esperar forzosamente durante las horas de oscuridad cuando el Diablo estaba afuera. Los Caballeros del Grial no dormían después de su viaje a través de los pantanos; velaban ante el altar hasta que el viejo sacerdote venía a dar la misa de medianoche: la misa que parecía convertirse en una orgía diabólica ante sus ojos. Es la antigua historia de las pruebas del alma del peregrino, y la última de ellas es la aparente transformación de las cosas sagradas en archidiabólicas.
Pero si los caballeros resistían sin retroceder, y mantenían la larga vigilia sin caer dormidos, al amanecer se realizaba una misa en la que el Hijo de Dios se manifestaba realmente ante sus ojos. Entonces proseguían su viaje hacia la tierra sagrada de Avalon, para ser homenajeados por el Rey Pescador y ver el Grial con su custodia de vírgenes. Y algunos morían de éxtasis ante esa visión, y ninguno volvió jamás a caminar como hombre entre los hombres. El camino en Wearyall es la última etapa de la peregrinación al Grial.
Fue aquí, en esta cabecera de Wearyall, que el Rey Arturo recibió la cruz de cristal de las manos de Nuestra Señora, la cruz que grabó en su escudo y que lució en su estandarte y a cuyo amparo, peleó con los idólatras y los conquistó; la cruz que más tarde fue inscripta por los abades de Glastonbury en su gran sello.
Dicen que una noche, el Rey Arturo, mientras era agasajado por las monjas de Wearyall en su hospedaje, fue convocado en un sueño, a ir a la capilla en el Pons Perilis, y allí estuvo presente en la misa de medianoche donde Nuestra Señora sirvió en el altar y entregó a su Niño al sacerdote, para el sacrificio.
Al término de esa comida mística, tomó de su cuello la cruz de cristal y se la dio al rey para que con su poder y pureza pudiera conquistar a los paganos. De modo que Arturo ya no luchó más bajo el dragón escarlata de Wessex, sino bajo la clara cruz blanca de Nuestra Señora. Esta fue su más íntima aproximación a la Visión del Grial.
Allí, de pie en la cima de Wearyall, y mirando hacia atrás el pueblo de techos rojos entre sus árboles y estrechos valles, está toda la historia de nuestra Jerusalén inglesa a nuestros pies; el lento río que custodia al pueblo de los habitantes del lago; el lugar donde desembarcó José; la capilla de la vigilia de los caballeros; toda la historia de Avalon se esboza en la larga, estrecha lengua de tierra con forma de ballena que se interna en los pantanos, pues, mucho más que la voluntad de los reyes, son la tierra y sus caminos los que hacen historia.