quinta-feira, 14 de novembro de 2019

Dion Fortune Avalon y la Atlántida


Cuando los romanos llegaron a Gran Bretaña encontraron unas tribus salvajes que vivían en espesos bosques, en aldeas protegidas por empalizadas. Estas tribus no poseían caminos, excepto los senderos peligrosos que conducían de un pueblo a otro a través de los pantanos.
No obstante, los romanos no fueron los primeros constructores de caminos en Gran Bretaña. Por las tierras altas estaban los caminos de una antigua civilización que había desaparecido y había sido olvidada mucho tiempo antes de que los romanos conquistaran las Islas de Estaño.
Lo que, para nosotros, hoy son las ruinas romanas lo mismo eran esos antiguos senderos para los romanos. Dondequiera que la espesa turba de la creta desafiaba a los árboles, allí estaban los rastros de una civilización antigua, organizada, y de enormes proporciones. Testigos de ello son sus caminos, sus defensas, sus lagunas de agua pura, y lo más prodigioso de todo, sus gigantescas Piedras Erguidas, que hasta el día de hoy son llamadas Piedras Sarsen por los lugareños. Los etimólogos nos dicen que la palabra Sarsen es una modificación de Sarraceno o forastero. ¿Quiénes eran los forasteros que erigieron esas grandes piedras?
La historia no puede decírnoslo, pues sus registros no llegan más allá del alba de nuestra civilización. Pero el ocaso de otra civilización existió antes de ese amanecer. Puede que la historia la ignore; puede que el conocimiento popular, el saber de la raza, se mueva en círculos; no obstante, los vestigios permanecen. Las grandes piedras en las tierras altas y los verdes y sinuosos senderos a través de la creta son testigos de las obras de un pueblo antiguo que desde hace mucho tiempo se ha dormido. Hay tradiciones más ancestrales que la tradición popular, que el saber de la raza, que hablan de una Edad Dorada en la que los dioses caminaban con los hombres y les enseñaban las artes de la civilización. Pero incluso estos dioses no fueron las primeras cosas creadas; tenían antecesores: gigantes a los que derrotaron y cuyos reinos tomaron por la fuerza. Estos dioses de las rocas, los más antiguos y terribles, fueron los primeros seres creados.
Por todas partes encontramos este relato sobre una raza antigua, este mito de los dioses que hicieron los dioses en la débil luz crepuscular del alba de las edades.
Pero hay otra historia que la acompaña: la historia de la tierra sumergida y la civilización perdida. La inmemorial tradición de Caldea posee esta historia, y las canciones de nuestra tradición céltica están llenas de ella. Para nosotros se trata de la tierra perdida de Lyon; las campanas de sus iglesias se pueden oír resonando en el Atlántico más allá de la costa tormentosa de Cornwall, donde la oscura figura de Merlín se mueve a través de la bruma de la leyenda, una figura que desconcertaba incluso a los creadores de las canciones que hablaban de su poder y sabiduría. Ellos no sabían quién era Merlín ni de dónde venía.
Merlín era el tutor y maestro de dos niños, Arturo Pendragon, Rey de Gran Bretaña, y Morgan le Fay, la sombría Lilith de nuestra leyenda, identificada a veces con la Dama del Lago, y de quien se afirmaba que era medio hermana de Arturo. ¿Y quiénes eran Merlín,con su profunda ciencia, yesos dos niños a los que enseñaba: el hada de padres no humanos, y Arturo, a quien el mago crió según alguna ciencia secreta, sin consideración alguna por la ley de los hombres?
Aquí hay muchos hilos que nunca han sido desenredados y vueltos a tejer. ¿Existe una pista que pueda revelar el significado de estas fábulas antiguas y justificar su sabiduría, o debemos rechazarlas como vanas fantasías urdidas para entretener las largas horas de oscuridad alrededor del fuego de las tribus de Gran Bretaña? Es posible desechar las fábulas, pero no podemos desechar las grandes piedras en las tierras altas, ni los antiguos caminos que existen entre ellas.
He aquí, entonces, otra fábula, para agregar a la fantasía de hadas urdida sobre los antiguos días del crepúsculo de nuestra raza.
Los sacerdotes egipcios, herederos de una tradición de la máxima antigüedad, le hablaron a Platón de una civilización más antigua aún, de la cual ellos mismos descendían. Se referían a un continente perdido hacia el Oeste, sumergido en las aguas del Atlántico. Los antiguos aceptaron estas afirmaciones como un hecho incuestionable; le tocó a las épocas siguientes ponerlas en duda, y rechazarlas por fin como un mito.
Pero ¿han sido finalmente rechazadas? Cada vez más, se oyen opiniones que se inclinan a considerar el perdido continente mítico de la Atlántida como la solución de muchos problemas de la prehistoria. La información sobre la cual se basan las pruebas y las conclusiones que se han extraído de ellas se pueden encontrar en muchos libros. No voy a demorarme en ello aquí, pues no es pertinente al tema. No obstante, indican que el patrón en el que he unido los fragmentos de leyenda que yacen sepultados en "la tierra más sagrada de Inglaterra" no carece de justificación.
¿Cuál es entonces mi teoría, para sumaria a la innumerable cantidad de especulaciones que ya existen? Empecemos por el principio, como dicen los niños cuando les van a contar un cuento. Contemos algo de la fábula de la Atlántida Perdida, y veamos si tiene alguna relación con nuestra tradición isleña de Merlín y Arturo y la sumergida tierra de Lyon.
Desde el centro del océano Atlántico hasta lo que hoy es América Central –así dice la tradición- se extendía un gran continente en el que vivía la Raza Fundamental que sucedió a los lemurianos, y que precedió a la nuestra. Había una gran civilización, desarrollada con ayuda de los dioses, quienes entonces vivían entre los hombres. Esta civilización construyó la prodigiosa Ciudad de las Puertas Doradas, respecto de la cual existe una tradición en todas las razas. Esta ciudad, así se afirma, se levantó en las flancos de un volcán apagado sobre la costa marítima de este antiguo continente. Detrás de esta ciudad había una llanura que se extendía hasta la cadena de montañas del interior de dicho continente. Ese volcán era una montaña aislada y piramidal, con la forma de un cono truncado, y uno de sus lados, el lado interior, daba a un precipicio. En la base había una enorme confluencia de chozas de junco en las que vivían los sectores más pobres. Cerca de la cima vivían las castas de comerciantes y artesanos, y sobre la cima estaban los palacios y escuelas del clan sagrado, que se dividía en dos ramas: la casta militar y la sacerdotal.
Este clan sagrado estaba cuidadosamente separado del resto de la población, y la crianza de sus niños se llevaba a cabo bajo la supervisión de los sacerdotes. Tan pronto como los hijos varones de este clan llegaban a una edad en la que demostraban cuál era su inclinación, aquellos que tenían las condiciones necesarias eran llevados a los colegios sagrados para ser preparados para el sacerdocio, y quienes no tenían condiciones para esto eran enviados a los colegios militares para ser entrenados en el ejército. Las doncellas del clan sagrado eran custodiadas con el mayor de los celos, y dadas en matrimonio a sacerdotes o soldados, según su estirpe y temperamento. De este modo, la herencia del clan se mantenía pura, y se criaba a un grupo selecto para el desarrollo de esos raros poderes de la mente que eran tan valorados entre los antiguos y tan poco comprendidos entre nosotros:
los poderes que permitieron a griegos y egipcios descubrir las bases de la astronomía moderna, la teoría atómica de la química y la estructura celular de la materia orgánica, sin la ayuda de ninguno de los instrumentos por cuya invención la ciencia moderna ha tenido que esperar para poder desarrollarse.
Los habitantes de la Atlántida, dice la tradición, eran grandes navegantes, y llevaban a cabo su comercio desde el Mar Negro hasta el océano Pacífico; también eran grandes colonizadores, y dondequiera que establecían sus colonias llevaban sus sacerdotes y sus altares. Adoraban al Sol, así como al Señor y Dador de Vida, en templos circulares abiertos, que tenían pisos de mármol y basalto. Estos seres eran de una estatura gigantesca, y poseían el conocimiento que les permitía utilizar la fuerza latente para germinar semillas como fuerza motriz. Su arquitectura era de carácter ciclópeo: grandes bloques de piedra tallada que ningún hombre primitivo podría haber levantado.
Pero ¿qué tiene que ver nuestra Avalon con esta historia? ¿Existe alguna posibilidad de ue en las leyendas de Merlín y las tierras sumergidas de Lyon estemos aludiendo a la historia de la Atlántida? Los habitantes de esa isla, dice Platón, eran grandes marineros y colonizadores. ¿Hay alguna posibilidad de que Avalon, con su corriente oculta de leyendas paganas, fuera originalmente una colonia de la Atlántida? ¿Es posible que Merlín fuera uno de esos seres -un sacerdote iniciado-? ¿Y que al presidir el nacimiento de Arturo estuviera siguiendo la costumbre de ese pueblo, de criar a los reyes en la sabiduría? A fin de introducir la conciencia más elevada de la raza de la Atlántida en las tribus célticas de la isla colonizada, ¿pudo Merlín, desafiando las leyes estrictas del clan sagrado y persiguiendo sus propios fines, cruzar la raza de la Atlántida con la céltica, y así engendrar a Arturo? ¿Y fue Morgan le Fay, la medio hermana de Arturo, la hechicera sabia en todas las ciencias. con su nombre derivado de la palabra céltica que significa mar, una descendiente de pura sangre de la raza de la Atlántida, una hija de ese pueblo marinero, nacida en Inglaterra?
Las leyendas de Gales están llenas de historias de tierras sumergidas; y Lyon, que estaba más allá de la costa de Cornwall, es una tradición de los celtas de esta región. ¿Es posible que estas tierras sumergidas sean la Atlántida Perdida? ¿Acaso los celtas aprendieron de los audaces navegantes de esa antigua civilización que vinieron a comerciar y se establecieron entre ellos como colonos? En este sentido, es notable que la peculiar combinación de consonantes, TI, que ocurre en la palabra Atlántida, sea muy característica de las lenguas de los aborígenes de Centroamérica, y que un sonido similar exista en la LI inicial del lenguaje galés, que se pronuncia como un clic gutural.
También es notable que la difusión de las leyendas artúricas se corresponda con la distribución de las piedras erguidas del antiguo culto al Sol.
¿Acaso debemos los Caminos Verdes de Inglaterra, que siguen una sinuosa ruta sobre la creta, a esta antigua raza de navegantes que colonizaron la mitad sur de Gran Bretaña y establecieron sus factorías a lo largo de la costa oeste de Escocia? ¿Fueron ellos quienes elevaron las piedras ciclópeas, que se parecen tanto a las que se encuentran hoy erguidas en las selvas vírgenes de América Central?
La veta de psiquismo que corre por las venas de la raza céltica, ¿se debe a la sangre de la raza de Atlántida introducida por los audaces experimentos de Merlín, el iniciado atlántico que había decidido compartir su suerte con los pueblos isleños después de que su propia raza se hundió en el mar?
Podemos referirnos aquí a otra cosa curiosa y dejar que el discernimiento del lector juzgue su valor e importancia. Quienes han visto el famoso Peñasco de Glastonbury, sobre el cual se centran tantas leyendas, siempre se sienten perplejos al tratar de decidir si es algo natural o artificial. Su forma de pirámide que se levanta en medio de una gran llanura, parece casi demasiado perfecta para ser verdadera, demasiado apropiada para ser obra solamente de la Naturaleza. Visto desde cerca, se puede advertir claramente un sendero que serpentea en tres niveles alrededor del cono del Peñasco, y esto es indudablemente obra de seres humanos. ¿Quiénes eran los que rendían culto a los dioses en esas alturas y subían hasta ellos mediante una ruta procesional?
Es bien sabido que a los antiguos les encantaba construir sus ciudades coloniales según el mismo plan de la ciudad madre en la tierra de donde venían. ¿Es posible que nuestro extraño cerro piramidal, con su cima truncada y su flanco hacia tierra adentro, tan escarpado como pueda concebirse, pueda haber sido modificado, esculpido, por así decir, por manos humanas, y adquirido ese aspecto en recuerdo de la montaña sagrada de su tierra natal? Acá y allá, en la llanura hay cerros redondeados, aún llamados islas por los lugareños; cerros que no son de roca sino de piedra de arcilla, dejados allí por alguna contracorriente del Severn antes de que las arenas del légamo hubieran angostado su canal. No sería difícil acometer un montículo de arcilla de este tipo y, sin más herramientas que picos y cestas,modelarlo según una forma deseada.
La tradición afirma que el Peñasco fue realmente un lugar supremo del antiguo culto al Sol, y que alguna vez se erigió en su cima un círculo de piedras como un Stonehenge en miniatura. Estas piedras fueron derribadas cuando el culto al Hijo remplazó el culto al Sol, pero las fuerzas generadas en ese lugar, sagrado para los ritos de una raza antigua, eran tan fuertes, que hubo que erigir una iglesia dedicada a San Miguel a fin de mantener dominadas las oscuras influencias del culto pagano. Estas iglesias a San Miguel construidas en las cimas de los cerros, que por cierto no pueden haber sido erigidas para comodidad de los feligreses, son características de las regiones donde es sabido que floreció el antiguo culto al Sol. Las leyendas de Arturo, las piedras erguidas y las iglesias a San Miguel en la cima de las colinas parecen ir juntas.
San Miguel es siempre representado pisando una serpiente; es el arcángel poderoso del sur en los conjuros mágicos, y al sur se le asigna el elemento fuego. Aquí tenemos nuevamente un curioso eslabón. Los naturales de la Atlántida adoraban al Sol, y el fuego es el símbolo terrenal del Sol. Su punto cardinal sagrado es el Sur, así como el punto cardinal sagrado de la cristiandad es el Este. La serpiente es un símbolo de dos cosas: de la sabiduría y del mal. ¿Puede ser que la serpiente, en su aspecto dual, represente la antigua sabiduría de una raza más antigua, una sabiduría que cayó en la corrupción, y por lo tanto, mala para una fe regenerada, y sin embargo, a pesar de ello, que sea una fuente del conocimiento más profundo?
Miguel, el santo cristiano, es miembro de una jerarquía más antigua; es el poderoso regente del elemento fuego. ¿A quién sino a él deberíamos implorar para dominar a la serpiente del culto al fuego, que ha caído en la decadencia?
No han quedado piedras erguidas en el Peñasco; pero la tradición sostiene que fueron despedazadas y utilizadas en los cimientos de la Abadía; y, realmente, en esta se han encontrado piedras que no fueron cortadas de las rocas del lugar y que son de una dureza tal que vuelve inútiles las herramientas de los albañiles locales. ¿Acaso se trata de los fragmentos de los antiguos sarsens, las Piedras de los Forasteros, que utilizaron para sus templos la poderosa piedra, de una extrema dureza, que ocurre en la creta donde los silicatos se han mezclado con la arena, y que forman los "Carneros Grises" de muchas tierras altas de pastoreo?
Sea que la tradición diga la verdad o no, existe al pie del Peñasco una fuente prehistórica erigida con los mismos bloques ciclópeos que usaron los constructores de Stonehenge, los de Karnak, y los de los templos sepultados de Mayas y Toltecas. En la cámara de la fuente está el nicho para el sacrificio humano, el sacrificio de agua de un pueblo marino; y se afirma que fue el amor de los atlantes por el sacrificio humano y la magia negra más baja lo que produjo su caída y llevó a su tierra a la destrucción. Donde la Atlántida se hundió está el golfo más profundo de todos los mares, un abismo no medido aún hasta hoy; y sobre él flota el Mar de los Sargazos, una isla inmensa de algas, tan densa que las gaviotas se posan sobre su superficie y los buques cambian de rumbo para evitarla.
Todo esto no es historia sino especulación; no es investigación sino la creación de un mito moderno. Pero de pie, a solas, en la cima del Peñasco, cuando el Lago del Prodigio se cierra casi completamente sobre ella, uno no puede dejar de recordar el fin de la Atlántida Perdida.