quarta-feira, 13 de novembro de 2019

Dion Fortune El Camino Hacia Avalon


Hay muchos caminos diferentes que llevan a nuestra Jerusalén inglesa, "la tierra más sagrada en Inglaterra". Podemos acercarnos a ella mediante el fácil camino de la historia, que nos conduce por un rico país, ya que casi no existe ninguna etapa en el relato espiritual de la raza, en la que Glastonbury no haya jugado algún rol. Su influencia recorre y se entrelaza como un hilo de oro, con la historia de nuestras islas. La voz de Glastonbury se oye dondequiera que las fuerzas místicas se hagan sentir en nuestra vida nacional; su voz nunca domina, pero siempre influye en nosotros.
O bien podemos llegar a Glastonbury por el alto sendero de la leyenda. Sendero recorrido por los antiguos cuentos populares, llenos de profundo significado espiritual para aquellos cuyos corazones están en armonía con su clave. Por él cabalgan los caballeros del rey Arturo. El Santo Grial resplandece en el cielo nocturno sobre el Peñasco. Los santos viven sus vidas peculiares y bellas en medio de sus praderas. La poesía del alma se escribe a sí misma en Glastonbury.
Y existe aún un tercer camino a esta ciudad, uno de los secretos Caminos Verdes del alma: el Sendero Místico que, a través de la Puerta Oculta, nos lleva a una tierra que sólo puede conocer el que tiene la facultad de ver. Esta es la Avalon del Corazón, para quienes la aman.
La Avalon Mística vive su vida en forma oculta, invisible, salvo para aquellos que tienen la llave de las puertas de la visión. El tranquilo mundo del País Occidental (West Country) vive su vida normal. Siembras y cosechas se siguen unas a otras, y sus pozos siempre proveen agua. El rosado mar de la primavera baña sus huertos de manzanos en su creciente; la bruma plateada del otoño convierte sus prados nuevamente en un Lago del Prodigio. La leyenda, la historia y la visión del corazón se mezclan en la construcción de la Avalon Mística.
Es a esta Avalon del corazón a la que aún acuden los peregrinos. Algunos llegan en grupos, sabiendo lo que buscan. Otros llegan solos, con el báculo de la visión en sus manos,y aguardan lo que pueda venir a su encuentro en esta tierra sagrada. Nadie se va como ha venido. Aquí, el velo que oculta lo Invisible es transparente. Aquí, las incorpóreas mareas fluyen con fuerza; aquí, realmente, se apoya el pie de la Escala de Jacob a través de la cual las almas de los seres humanos pueden transitar entre los planos externos e internos.
Glastonbury es una puerta a lo Invisible. Ha sido un lugar sagrado y de peregrinación desde tiempo inmemorial, y hasta el día de hoy envía su antiguo llamado al corazón de la raza que custodia, y aún respondemos a esa voz interior.
Nuestra Jerusalén es todo belleza. Los senderos que llevan a ella son caminos de hermosura y peregrinación del alma. El largo camino que viene de Londres se extiende a todo lo ancho de Inglaterra y nos conduce de un mundo a otro. Las calles de la ciudad,estrechas y dificultosas, dan lugar al Gran Camino Occidental -nombre mágico en sus sílabas, y mágico también en su gran anchura ondulante para quienes tienen ojos para ver.
Se desvía, apartándose del denso tránsito de Chiswick, se eleva hasta un puente y deja atrás a Londres. El ancho cielo -tan ancho que la sombra de las nubes roza su superficie y le da un horizonte propio- se extiende sobre sus soleados espacios barridos por el viento. El tránsito se mueve rápida y silenciosamente. Estamos en otro mundo; un nuevo mundo que ya está alboreando sobre los cerros orientales de la civilización.
El camino atraviesa durante un trecho el fondo liso, con forma de valle, del Támesis. Los olmos son sus árboles, y la región no tiene belleza, debido a la ordenada conveniencia de las huertas de mercado, y es triste por su deterioro, ya que la marea de casas los está barriendo, y nadie se ocupa de los árboles agotados cuando la cosecha del año próximo quizás nunca sea recogida.
Sin embargo, pronto el paisaje cambia; la arcilla del fondo del valle rápidamente se transforma en la arena de las tierras yermas de Hampshire; abetos y abedules reemplazan a los sórdidos olmos, y nos encontramos en una tierra salvaje y amplia, hermosa como sólo los lugares yermos pueden serio. El brezo y el tojo trepan por las onduladas colinas y el camino se despliega como una cinta entre ellos. Aquí no existían antiguos derechos que hicieran tortuosos los caminos públicos. A nadie le interesaban los yermos arenosos, así que se los dejó en su belleza y libertad. Los recuerdos de estas tierras son frecuentados por fantasmales carruajes y bandoleros. El tránsito del sudoeste pasaba por aquí. El Gran Camino de Bath está en dirección al Norte, y sirve a otras gentes.
Las tierras yermas ceden poco a poco y hacen lugar nuevamente a los robles y las ricas tierras de labranza, y se ve la primera de las señales de la Tierra Occidental: una pared coronada por un techo de paja en miniatura, o de tejas manchadas de líquenes. En las inmediaciones se construyeron grandes paredes de barro apisonado, que se mantienen bien,siempre y cuando no las ataque la humedad; de ahí los pintorescos y pequeños techos, con sus aleros saledizos acompañando las sinuosidades del camino.
Pronto llegamos a la división de los caminos. Una de ellos mantiene su dirección a través de las ricas tierras bajas, y el otro trepa hacia las tierras altas de la llanura más grande de Inglaterra. Para ir a Glastonbury elegimos el camino hacia la altura, y así los campos hacen lugar a la ancha y desnuda pista de tiza, y oscuros y siniestros haces de enebro nos dicen que estamos en la Llanura.

Toma dos ramitas del árbol de enebro.
Crúzalas. Crúzalas. Crúzalas.
¡Mira en las brasas del fuego de Azrael!

dice la antigua runa. Las oscuras influencias del enebro se derraman sobre el camino, en tanto que la masa de arbustos dispersos se espesa en las cuestas. Realmente es el árbol del Angel Oscuro y de los Dioses Antiguos.
La sombra de los Dioses Antiguos y su terror aún gravita sobre este camino. La naturaleza está muy cerca, y el hombre parece estar muy dominado por el poder de aquella.
El hombre primitivo tenía aquí sus unidades territoriales de administración; nadie más se ha atrevido a enfrentar a la naturaleza en este lugar, su lugar de poder. Las ovejas pastan en los prados, pero ningún hombre perturba la tierra.
El alma del lugar huele al hombre primitivo, a sus sacrificios de sangre y a sus oscuros miedos. En cada dominio yacen los túmulos de los enterramientos y de los sacrificios. Stonehenge se yergue, triste y siniestra, dominando las extensas tierras lúgubres.
Las grandes piedras parecen meditar en sus recuerdos, como los hombres ancianos al lado del fuego, cuyas fuerzas ya se han ido y cuyas mentes permanecen en el pasado. Las piedras grises nunca pueden olvidar: la sangre se ha hundido profundamente en ellas.
Alrededor de este círculo sombrío, el aire es denso y frío, lleno de antiguos miedos. La luz del sol brilla tristemente sobre ellas, y la tierra está llena de muerte. Pertenecen al final de la antigua raza, cuando su luz se había acabado y se había oscurecido su visión. Muy distinta es Avebury, el gran templo del sol de su gloria. Aquí un sol invisible, formado por la magia de los sacerdotes, brilla siempre en el corazón de los hombres. Aquí están la sanación y la alegría, y una sabiduría que no es de esta era. Avebury es un templo del sol,pero Stonehenge es un templo de la sangre, frío y siniestro hasta hoy día; y quienes peregrinan a Glastonbury, atraviesan rápidamente su opresiva sombra, con los rostros mirando hacia el Oeste.
Unas solitarias granjas de ovejas, protegidas del viento por las playas, yacen remotas y raras en las tierras altas. De vez en cuando el camino pasa frente a una cruz celta que señala el lugar en que ha caído un avión, y en el que un hombre ha sido sacrificado nuevamente a los dioses de la Raza.
Luego, el camino desciende hacia los árboles de haya, y la Pradera queda atrás. Poco después aparecerá el primer manzano, y así sabremos que al fin hemos llegado al País Occidental.
El camino es sinuoso, ya que es antiguo, y deteriorado por los pies errantes que, más que una ruta directa, procuraban un suelo firme y un buen vino. Arriba, en la cima de las sierras, están las fortalezas del hombre primitivo; los terraplenes que protegían sus magníficos pueblos, y las terrazas, llamadas peldaños de pastor, desde donde el hombre luchaba con los lobos. El sol poniente brilla casi al ras de las huertas de manzanos. El humo de turba que viene de los pantanos de Bridgwater parece dulce en la humedad del anochecer. Todas las casas son de piedra gris, pues no estamos lejos de los Mendips.
Grandes yuntas de tres caballos, armados con un arnés y en fila india, bloquean el camino arrastrando carretones de madera que vuelven a casa. A los lados hay plataformas bajas que aguardan a los camiones de leche que se abalanzan por las vías más estrechas de este territorio lechero. Innumerables vacas vagan rumbo a sus establos, y entre los niños de pelo rubio, casi blanquecino, empiezan a aparecer pequeñas cabezas oscuras, ya que nos acercamos a la tierra de la raza antigua.
Pasamos la última barrera de sierras, y el camino desciende en tres grandes escalones hacia las llanuras aluviales que alguna vez fueron salinas y estuario de las mareas. La ancha llanura se extiende en la luz del anochecer. El humo flota inmóvil sobre los ramilletes de caseríos que abundan en estas ricas tierras. Acá y allá, en su extensión, se elevan repentinas colinas, aún llamadas islas por aquí, donde algún remolino de la lenta corriente del Severn dejó su légamo. En un costado, la línea de los Poldens protege las llanuras; en el otro, los Mendips. Más allá está el mar, oculto por la bruma gris de la distancia. En el medio de la llanura se eleva un cerro piramidal, coronado por una torre: ¡el Peñasco de Glastonbury!
Hay una magia tal en la primera vislumbre de ese extraño cerro que nadie que posea el ojo de la visión puede mirarlo sin conmoverse. Cada camino alrededor de Glastonbury tiene su propio lugar de citas, desde donde se avista el Peñasco por primera vez. Ya sea que lo veamos desde el tren, flotando alto en el cielo, con su parte baja entre los huertos y los techos rojos; o que lo veamos desde el camino, desde lo alto, en la ancha llanura con hileras de sauces y acequias, la magia de la primera visión nunca falla. ¿Quién puede decir qué poderes han puesto las eras y los siglos en ese extraño cerro? Los antiguos druidas lo conocían; también los primeros cristianos; y la tradición nos dice que "a Avalon nunca le ha faltado un profeta".
Las estribaciones de la montaña, llenas de manantiales, se acurrucan en la base del extraño cerro piramidal con su torre gris. Pertenecen a otro orden de la creación. Pero entre ellas hay una que tiene un parentesco con el Cerro de la Visión. Sobre su flanco yace un cerro en forma de cuenco, de un hermoso color verde. Se llama Cerro del Cáliz, y tiene fama de haber sido el hogar del Rey Pescador, que siempre sufría de una herida dolorosa; y en el corazón del Cerro del Cáliz estaba el tesoro donde él guardaba el Grial.
El Peñasco gris se alza hacia el cielo, y la verde colina sueña a su lado. Entre ambos surge el agua roja del Pozo Sagrado; a sus pies yace el pueblo, con sus techos rojos y su azulado humo de turba. Alrededor se extienden los páramos con sus sauces y acequias, y los rectos arroyos y compuertas que sólo pueden ir hacia el mar cuando baja la marea. Es una tierra verde, una tierra benévola, y el Cerro de la Visión medita sobre ella.