sexta-feira, 15 de dezembro de 2023

Nueva Reseña Histórica Sobre el Martinismo

Algunas personas están un poco resentidas por nuestra reseña histórica publicada como introducción al Traité de la Réintégration des Etres (Tratado de la reintegración de los seres) 20 de Martínez de Pasqually. Sin embargo, en esta reseña escrita con todos los miramientos posibles, y que no peca, a nuestro parecer, más que de ser excesivamente breve, no sosteníamos nada que no hubiéramos cotejado cuidadosamente con los documentos originales, preocupados como estamos por no volver a editar los lugares comunes que se imprimen desde hace cien años en las obras masónicas u otras.

Son esos mismos lugares comunes los que ciertos críticos han utilizado para atacar lo que adelantábamos de manera sucinta y, lo que es más extraño, no se ha dudado en ningún momento de apoyar con textos ambiguos y afirmaciones falaces un ataque que no podría engañar a nadie, pero que muestra, al menos, de forma ciertamente curiosa, hasta dónde puede conducir el espíritu llamado de camarilla. Se ha buscado presentarnos a Martínez de Pasqually como un irregular que habría fingido el desprecio a los principios esenciales de la Francmasonería, para sustituirlos por iluminaciones personales. Nos lo han mostrado como el fundador de una Orden cuya función principal habría sido la de paliar los sangrientos proyectos de la Francmasonería, y con este propósito no se han privado de reeditar, con un fin que dejamos a la apreciación de nuestros lectores, todas las calumnias que, desde la aparición del libro de R. P. Lefranc 21, y a través de las publicaciones idénticas de Cadet de Gassicourt22 y de los buenos abades Barruel y Proyart 23, no dejaron de tentar la inspiración de imaginaciones más o menos bien intencionadas 24 con relación a la francmasonería.

En cuanto a nosotros, aprovechando la publicación del presente opúsculo de Franz von Baader, tocante a las doctrinas secretas de Martínez de Pasqually, hemos creído un deber reforzar nuestras precedentes afirmaciones con algunos documentos inéditos. Esta será la mejor respuesta a críticas tan desconsideradas como inútiles.

Hoy por hoy no tenemos la intención de salimos de los límites de nuestra primera reseña y, por tanto, nos limiraremos a explicar los hechos históricos que se refieren a nuestra tesis hasta la fecha de 1760, para retomar con más detalle, a partir de esta fecha, todo lo que hemos expuesto en el prefacio del Tratado de la reintegración de los seres con respecto a la obra de Martínez de Pasqually y del pseudomartinismo de Saint-Martin o de Willermoz.

Aunque entre los numerosos historiadores que han tratado sobre los orígenes de la Francmasonería en los distintos países, ninguno haya podido determinar aún, de manera precisa, la fecha de introducción en Francia de esta sociedad, todos se han puesto de acuerdo, sin embargo, en declarar que esta introducción, en cierta forma, fue una consecuencia de los acontecimientos políticos que en 1688 llevaron definitivamente al exilio en la Gran Bretaña a la antigua casa de los Estuardo, protectores de la Francmasonería de Inglaterra, Escocia e Irlanda.

Si creemos la versión de algunos historiadores ingleses y alemanes, entre los que se encuentran Robison y el consejero áulico Bode, la Francmasonería se habría introducido en Francia con los refugiados irlandeses y escoceses del séquito del rey Jacobo II (Jacobo VII de Escocia) después de la revolución de Inglaterra de 1688. La primera logia se habría establecido entonces en el castillo de Saint- Germain-en-Laye, cerca de Versalles, residencia de Jacobo Estuardo, y de allí la institución masónica se habría propagado al resto del reino. Así es como se estableció, poco tiempo después, una segunda logia en Dunkerque, que volvió en indispensables las frecuentes relaciones de los refugiados con sus partisanos de Inglaterra. Finalmente, en 1725, lord Derwent-Water, el caballero Maskeline, el señor Héguerty y algunos otros nobles del séquito de Jacobo Estuardo fundaron en París la logia llamada Saint Thomas (Santo Tomás), que pronto contó con cerca de seiscientos miembros.

El 12 de junio de 1726, lord Derwent-Water, que había recibido de la Gran Logia de Londres plenos poderes para constituir logias en Francia, constituyó la logia Santo Tomás en nombre de la Gran Logia de Londres; los días 7 de mayo y 11 de diciembre de 1729 fundó y constituyó las dos logias Louis d’argent (Luis de plata) y Arts Sainte Marguerite (Artes Santa Margarita) y el 29 de noviembre de 1732, la logia llamada de Bussy, quien después de haber iniciado al duque de Aumont, tomó el nombre de Logia dAumont.

Los maestros de estas cuatro logias y de algunas otras 25 formaron, a comienzos de 1730, una logia de dirección francesa bajo el nombre de Grande Loge Provinciale dAngleterre (Gran Logia Provincial de Inglaterra), cuyo presidente era lord Derwent-Water, y cuyo orador era el hermano Ramsay, preceptor de los hijos de Jacobo Estuardo. Esta Gran logia provincial de Inglaterra no se constituyó definitivamente hasta 1736 26, y lo hizo lord Harnouester, después de que lord Derwent-Water (que había tenido que ir a Londres, donde diez años después moriría en el cadalso víctima de su lealtad a los Estuardo), transfiriera los plenos poderes que poseía a su amigo lord Harnouester.

El nuevo Gran Maestro Provincial decretó en 1736 que, a partir de ese momento, las logias que quisieran constituirse en Francia tenían que dirigirse directamente a la Gran Logia Provincial de Inglaterra y no a la Gran Logia de Londres. Era un primer paso hacia la escisión administrativa que acabó por llevarse a cabo, en 1756, entre los masones simbólicos franceses e ingleses.

En 1737, lord Harnouester tuvo que volver a Inglaterra27. Antes de su marcha pidió ser remplazado y manifestó su deseo de serlo por un francés. El duque de Antin le sucedió en el mes de junio de 1738.

Después de la muerte del duque de Antin, ocurrida en 1743, la Gran Logia Provincial de Inglaterra nombró en su lugar al duque de Borbón, conde de Clermont, y se llamó Grande LogeAnglaise de France (Gran Logia Inglesa de Francia), siempre reconociendo la supremacía de la Gran Logia de Londres y siempre dispensando únicamente los tres grados simbólicos de esta última, pero ya la Gran Logia Inglesa de Francia, cuya administración se veía perturbada por la continua concesión de constituciones que hacía la Gran Logia de Londres sobre el territorio francés en detrimento del poder masónico nacional, pensaba en separarse de la Gran Logia de Londres. Se separó definitivamente en 1756 y tomó el título de Grande Loge Nationale de France (Gran Logia Nacional de Francia).

La historia de la Gran Logia Nacional de Francia no presenta ningún hecho destacado hasta el año 1760, por lo que pararemos aquí este esbozo de la evolución de la Masonería simbólica en Francia, para volver hacia atrás y resumir, de la misma forma, la historia de la Masonería superior o Masonería de los altos grados.

Se ha escrito mucho a favor y en contra de los altos grados llamados irlandeses, escoceses, templarios, de perfección, etc., cuya invención ha sido atribuida por la mayor parte de los autores al barón escocés André de Ramsay, orador de la Gran Logia Provincial, sin darnos más pruebas de esta aserción que una supuesta estancia en Londres 28 y un discurso de recepción pronunciado por Ramsay entre 1736 y 1738 29, discurso en el que se aborda la cuestión de los caballeros masones.

No tenemos intención de criticar aquí las afirmaciones de Ramsay hablando por primera vez, como maestro de logia, de los grados escoceses y de la logia de Kilwining fundada en el siglo xm en Escocia, y de la que lord Jacques Steward d’Ecosse, antepasado del pretendiente, sería gran maestro en 1386, pero estamos deseosos de destruir la leyenda que hace de Ramsay un sucesor de los Templarios y el organizador de una supuesta venganza de una orden que cayó en el olvido hace ya mucho tiempo.

Los Templarios, sobre los que Ramsay se expresa con frecuencia de manera desfavorable en su Relation apologi- que (Relación apológica) se encuentran muy poco mencionados en su Discours de réception (Discurso de recepción). En él indica como cualidades indispensables para ser admitido en la Orden «una filantropía razonada, gran pureza de costumbres, una discreción inviolable y el gusto por las bellas artes». Más lejos sigue diciendo que «hay que despertar y esparcir los antiguos principios que, sacados de la propia naturaleza del hombre, han servido para fundar nuestra sociedad». Para acabar, habla de las cruzadas, de los caballeros cruzados, de la tentativa de Godo- fredo de Bouillon para establecer el reino de Jerusalén, de la alianza de los constructores con los caballeros de San Juan de Jerusalén para la elevación de las murallas de la ciudad, la erección y la salvaguarda de un nuevo templo, dejando entender que las logias están consagradas a San Juan como consecuencia natural de esta alianza 30: «Esta unión», dice, «se hizo como imitación de los israelitas cuando reedificaron el segundo templo; mientras con una mano manejaban la llana y el mortero, en la otra llevaban la espada y el escudo».

De ninguna manera se trata de los Templarios. Menos aún se trata de una venganza que deba ejercerse sobre los sucesores de Felipe el Hermoso y de Clemente V. Además, difícilmente podemos concebir a este ardiente es- tuardista, amigo de Fenelón y preceptor de los hijos de Jacobo Estuardo refugiado en Roma en 1719, tramando en el seno de la Francmasonería la pérdida de los reinos y del papado.

Lo que es cierto, es que los altos grados no fueron inventados por Ramsay. Por lo que se refiere a Kadosch, llamado killer, asesino, en manuscritos muy antiguos de Masonería inglesa, y que tantos autores han tomado como tema de sus variaciones antimasónicas, aunque bastante anterior a Ramsay, tiene un sentido muy distinto del que se le da. Pues si se nos opone el Kadosch de la Estricta Observancia Templaría, Kadosch que llevaba el antiguo vestido de los Templarios, que constaba de botas, coraza y casco, y cuyo programa era como mínimo la recuperación de los bienes de la orden de los Templarios injustamente condenados y desposeídos, haremos observar que el caballero del Templo atribuido a Ramsay no guarda relación alguna con este Kadosch de la Estricta Observancia Templaría, del que además tendremos que hablar largo y tendido en el transcurso de esta reseña.

Pero la verdad es que el discurso de Ramsay señaló la aparición de los altos grados en Francia, puesto que poco tiempo después se vio que se fundaban Capítulos, Consejos y Tribunales encargados de la dirección de estos altos grados bajo la alta protección de Jacobo Eduardo Estuardo 32, llamado Caballero de San Jorge y, más tarde, de Carlos Eduardo Estuardo, llamado conde de Albany. Al principio fue el Capítulo de Arras, constituido por lord de Deberkley, en 1745, bajo el nombre de Ecosse Jacobite (Escocia Jaco- bita); después, en 1747, la constitución en Toulouse de los Fideles Ecossais (Fieles Escoceses) por sir Samuel Lockart; la logia madre de Saint Jean dEcosse (San Juan de Escocia), de Marsella, en 1751; los Juges Ecossais (Jueces Escoceses) establecidos por Martínez de Pasqually 33 en Montpellier, en 1754, y por fin, en el mismo año, la fundación en París, por el caballero de Bonneville, del Chapitre de Clermont (Capítulo de Clermont). Este Capítulo, cuyos miembros eran en su mayor parte partidarios del pretendiente Estuardo, comprendía a los personajes más distinguidos de la villa y corte, y practicaba, entre otros grados, este Caballero del Templo, atribuido a Ramsay, del que hemos hablado más arriba.

Se ha acusado con frecuencia al Capítulo de Clermont de haber fundado la Ordre de la Stricte-Observance Tem- pliére (Orden de la Estricta Observancia Templaría); pero no hay nada menos demostrado que tal fundación, que rehusó siempre a admitir a todo aquel que tuviera algún conocimiento de los ritos de este Capítulo. Aún no se sabe con exactitud de dónde cogió el barón de Hund la primera idea para la continuación de la antigua Orden de los Templarios. El mismo, lejos de explicar claramente este hecho, jamás contó más que historias demasiado confusas y desprovistas de toda verosimilitud, sobre las que tendremos que volver a propósito de la caída de la Estricta Observancia.

Lo que ha quedado establecido actualmente es que el barón de Hund fue recibido masón el 20 de marzo de 1742 en Francfort-sur-le Mein, que enseguida vino a París donde, en 1743, recibió en presencia de lord Kilmarock el grado de Chevalier du Temple (Caballero del Templo); que algunos meses después volvió a Alemania donde, con los datos incompletos de una iniciación precipitada, concibió el rito templario que, bajo el nombre de Estricta Observancia, se expandiría por Alemania, Francia, Suiza, Italia y Rusia.

Para terminar, digamos que en 1758 se constituyó el Capítulo llamado Empereurs d’Orient et d’Occident (Emperadores de Oriente y Occidente), del que Luis de Bor- bón, conde de Clermont, recibió el título de gran magisterio, y cuyos miembros tomaban los títulos de soberanos príncipes masones, Sustitutos generales del Art Royal (Arte Real), grandes vigilantes de la soberana Logia de San Juan de Jerusalén. El hermano Lacorne, Sustituto particular del conde de Clermont y príncipe masón, era miembro de este Capítulo; lo que nos lleva a defender a este hermano Lacorne, del que tan mal se ha hablado injustamente.

No se han ahorrado los sarcasmos a este maestro de baile padre del Gran Oriente de Francia, sin pararse a pensar que, en Masonería, un maestro de baile se encuentra en el mismo nivel que un primer barón cristiano. Sobre los documentos de la época hemos visto que figuran los nombres más honorables cerca del hermano Lacorne; son los de Chaillon de Jonville, Sustituto general de la Orden, del príncipe de Roban, de Brest de Lachaussée y del conde de Choiseul, y si nos referimos a los propios escritos de sus adversarios, vemos que era un hombre con un carácter amable que tuvo la ventaja de ayudar al conde de Clermont en algunos trabajos de recepción. El informe justificativo, aunque muy hostil a Lacorne, ni siquiera insinúa que fuera un hombre deshonesto y no sabemos sobre qué pruebas se han basado para darle después el epíteto infamante de proveedor de amores clandestinos del conde de Clermont. Es probable que a este respecto, como a otros, los autores se dejaran llevar más por el espíritu partidista que por el de la verdad, puesto que el propio Rebold escribió que el conde de Clermont revocó a Lacorne y nombró en su lugar al hermano Chaillon de Jonville (Rebold escribe Chaillou de Joinville) como su Sustituto general, mientras que está probado que Lacorne jamás fue Sustituto general y que Chaillon de Jonville jamás fue Sustituto particular.

La verdadera causa de los desórdenes que se produjeron hacia 1760 consiste en que la mayor parte de los miembros de la Gran Logia de Francia, apoyándose en el decreto promulgado por lord Harnouester en 1736, se negaban a reconocer las constituciones de maestros de logia que no hubieran sido expedidas por la Gran Logia de Francia; mientras que algunos otros miembros, entre ellos Lacorne, sosteniendo la supremacía de los capítulos, no habían dudado en aprovecharse de la pasividad con que se había tomado la decisión adversa para situar entre los oficiales de esta Gran Logia a maestros cuyas constituciones habían salido únicamente de los capítulos.

Basta con leer las actas de la época para ver que nunca se puso en entredicho que fue cosa «de hombres con bastante mala fama» la afirmación de que Lacorne iba a los cabarets a contratar a alguien. En cambio, los partidarios de Lacorne eran «hombres intensamente honestos», cuyos documentos oficiales constatan la honestidad cívica y masónica35. En todos estos desórdenes, que la mayor parte de los historiadores parece que han tomado gusto en ampliar, solo hubo una confusión de poderes muy lamentable. Se trata de la confusión que eminentes masones se esforzaron en vano para que cesara, cuando se fundó el Gran Oriente de Francia. Volveremos sobre ello. De momento, que nos sirva con constatar que todas estas historias de confusiones fueron evidentemente exageradas. La Francmasonería se encontraba por entonces en plena prosperidad en Francia, donde ya se contaba con más de ciento sesenta logias, capítulos y tribunales, de los cuales, una cincuentena estaban en París, y las ventajas que presentaba esta sociedad eran tales que ciertos estafadores comenzaron a buscar en los talleres inferiores un terreno con mucha frecuencia propicio para ser explotado.

También cuando en 1760 Martínez de Pasqually se presentó en las Loges-de-Saint-Jean-Réunies (Logias Reunidas de San Juan) de Toulouse, sin otra referencia que una carta jeroglífica y algunas cartas 36, su título de Escudero -y sus funciones de Inspecteur général (Inspector general)38 de la Loge des Stuwards (Logia de los Stuwards) provocaron ciertas sospechas. Una función tan alta en el Arte Real y las muestras de estima y de reconocimiento que el pretendiente Estuardo parecía testimoniar a Martínez parecieron probablemente poco en relación con la simplicidad del aspecto de este último. Además, desde 1747, época en la cual los Fieles Escoceses de Toulouse recibieron su constitución de sir Samuel Lockart, teniente de Carlos Estuardo, estas logias tendrían que sufrir las maniobras de muchos aventureros que sucesivamente se habían presentado como enviados del gran Capítulo de Clermont, encargados de completar la instrucción de los hermanos de Toulouse, pero que en realidad no aspiraban más que a lucrarse del tráfico de cartas y títulos falsificados.

Martínez fue acogido con una desconfianza muy justificada por las engañifas de las que casi todas las logias habían sido víctimas en menor o mayor medida. Pero si, con el fin evidente de probar su buena fe, creyó deber dejar a un lado las formas ordinarias para exponer abiertamente su misión y sus medios delante de un taller simbólico, los resultados vinieron desafortunadamente a probar que en esta ocasión cometió una falta irreparable. Y es que, como ya hemos escrito en otra parte, Martínez quitó importancia con demasiada frecuencia al papel de las logias simbólicas llamadas logias azules. Lo lamentó más tarde y, convencido de los grandes problemas que su carácter abierto, unido a lo que él llamaba su «facilidad demasiado grande», habían procurado a su obra, resolvió entonces someter a su Tribunal Soberano de París las peticiones de admisión o de constitución que se le dirigían. Así pues, Martínez no tuvo la prudencia de esperar la ocasión de realizar sus poderes y, sin estudiar previamente la organización de un capítulo, se abrió directamente en la logia azul a mostrar sus diversos proyectos. De ello resultó lo que siempre resultará de proposiciones semejantes. Los hermanos delante de los que Martínez resumió, un poco a la manera de Ramsay, una suerte de plan perfecto de la Francmasonería, en el cual hablaba sucesivamente de la misteriosa construcción del antiguo y del nuevo templo, de los Caballeros Levitas, de los Cohe- nim-Leviym y de los Elus Cohén, estos hermanos, como decimos, escucharon con deferencia las explicaciones teóricas del Gran Inspector, pero cuando se trató de ciertas demostraciones menos teóricas, todos desearon vivamente recibir estas nuevas instrucciones. Martínez, por su lado, demasiado avanzado para dar marcha atrás, estaba muy deseoso por probar su buena fe para no rendirse a las solicitudes de la asamblea, pero, al no poder contentar a todos los asistentes, propuso ejecutar algunos trabajos con la ayuda de tres maestros que se designaran por sorteo.

El resultado de todo esto fue deplorable. Martínez se vio envuelto en la confusión en dos pruebas, y los tres maestros delante de los que había operado presentaron ante la logia tal informe que, a propuesta del hermano Raymond y a pesar de las dudas de algunos miembros, se decidió la inmediata expulsión de Martínez.

Martínez se fue de forma precipitada de Toulouse, dejando además algunas deudas que acabaron con lo poco que le quedaba de su prestigio ante los francmasones de esta ciudad.

Esta aventura un poco ridicula no desanimó a Martínez, sino que tuvo un feliz resultado y le hizo ser más prudente en sus relaciones con las logias que compartían su misma obediencia. Además, no siempre obtuvo el mismo resultado desolador. La logia de Josué, al oriente de Foix, le recibió con honor y, después de la fundación de su templo, tomó el título de Temple des Elus-Ecossais (Templo de los Elegidos Escoceses).

Fue a través de los miembros de este templo como Martínez empezó a ser conocido por los masones de Burdeos, ciudad en la que había proyectado establecer el centro de sus operaciones. Burdeos era ya en 1761 un centro muy activo de francmasonería; se podían contar tres o cuatro logias, de las que dos eran especialmente importantes, \&Anglaise (inglesa) y la Frangaise (francesa). La inglesa, que era la más antigua, estaba en permanente disputa con la Gran Logia de Francia, de la que se arrogaba los derechos a pesar de la decisión tomada por lord Har- nouester. Fue así como creó gran número de logias bastardas, tanto en Burdeos como en las ciudades circundantes, que solo fueron reintegradas definitivamente hacia 1775. Además, tampoco fue a la que Martínez se afilió, sino que lo hizo a la francesa. Esta última logia, que estaba bajo la administración de la Gran Logia de Francia, se recomendaba principalmente por la selección de sus miembros, muchos de los cuales eran eminentes personajes del Parlamento de Burdeos.

Martínez presentó, pues, bajo los auspicios del conde Maillal d’Abzac, del marqués de Lescourt y de dos comisarios de marina, la siguiente petición de afiliación:


El abajo firmante

suplica humildemente a la muy respetable Logia que tenga a bien concederle el honor de afiliarlo, y en reconocimiento, él hará votos al Gran Arquitecto del Universo para la prosperidad de los masones extendidos por la superficie de la tierra y de esta respetable Logia.

Firmado: Martínez, Escudero.

Su petición fue aceptada, y desde ese momento Martínez se esforzó por hacer una selección según las formas ordinarias de los miembros de sus diversos grados de instrucción.

Todo iba a pedir de boca y Martínez ya había instruido a cierto número de hermanos, entre otros a los dos hermanos d’Aubenton, Morin, de Case, Bobie, Lexcom- bart, de Jull Tafar, de Lescourt y d’Abzac 40, cuando el 26 de agosto de 1762, la francesa recibió una carta de las Logias Reunidas de San Juan. A través de esta carta, los francmasones de Toulouse informaban a la francesa de los intentos infructuosos de Martínez en su ciudad, y le aconsejaban que no emprendiera nada y no edificaran templo alguno sin un minucioso control de los títulos de este hermano. Daban a entender que los títulos del Gran Inspector se los había inventado él, porque no era más que un simple obrero de coches y que, si su condición volvía sospechosa la posesión de títulos semejantes, su fracaso demostraba además claramente que él, Martínez, no tenía ninguno de los poderes que iban unidos a sus títulos, porque la logia había tenido conocimiento de muchos créditos que Martínez había olvidado cuando se fue de Toulouse, y que esto era suficiente para poner sobre aviso a todos los miembros de la cofradía.

La francesa respondió inmediatamente que los títulos del P. M. Martínez estaban totalmente en regla; que, además de los testimonios de muchos hermanos del oriente de Avignon, el muy ilustrísimo hermano Roubaux había enviado un certificado detallado al respecto; que en lo concerniente a los poderes del P. M. Martínez, no podía ponerse en duda la buena fe de este hermano, visto que había dado pruebas evidentes de sus poderes; que, finalmente, la francesa había pagado, hacía ya más de seis meses, el último crédito que quedaba, como era fácil de comprobar, y que el retraso que había sufrido el pago de estas deudas no era imputable a la mala voluntad, sino al mal estado de los asuntos temporales del hermano Martínez.

Aunque esta carta acabara con las inquietudes de los francmasones de Toulouse, con los que, por cierto, la francesa quedó en excelentes términos, no por ello este asunto dejó de acarrear consecuencias desagradables en el mismo Burdeos. Lo poco que se divulgó a través de los misterios en los que se envuelven las logias permitió a algunos descontentos entregarse a suposiciones poco consideradas para la francesa. Sin embargo, esta logia no se inquietó. Continuó sus trabajos hasta finales de 1764, época en la que, una vez que se dio el último toque a su templo, pasó a llamarse Frangaise-Elue-Écossaise (Francesa Elegida Escocesa), nombre bajo el que fue inscrita en los cuadros de la Gran Logia de Francia, el 1 de febrero de 1765.

A partir de este año, algunos compañeros malvados, que Martínez había creído necesario expulsar del templo de los Francmasones Elegidos Escoceses, furiosos por no haber sido iniciados en los misterios que les había desvelado la desafortunada carta de los francmasones de Toulo- use, se esforzaron por arruinar por completo el templo de la Frangaise-Elue-Ecossaise (Francesa Elegida Escocesa). A tal efecto, intrigaron cerca de las logias bastardas de Burdeos, donde se habían afiliado a pesar de todos los reglamentos masónicos, y lograron que se emitiera una gran bula contra Martínez, para la cual se apoyaron en las antiguas denuncias de las Logias Reunidas de San Juan y en las supuestas injusticias de las que ellos mismos habían sido víctimas para pedir a la Gran Logia de Francia el cierre de la Francesa Elegida Escocesa. Sorprendentemente se estaban engañando, pues aunque esta trabajara en su calidad de taller simbólico bajo la obediencia de la Gran Logia de Francia, era evidente que esta Gran Logia no acogería las quejas de gentes que no concernían ya a su autoridad. Su petición no tuvo, pues, ningún resultado. Sin embargo, al año siguiente creyeron haber ganado el pleito. La Gran Logia de Francia deseaba, en efecto, desde hacía largo tiempo, hacer revisar las constituciones de un gran número de logias cuyas patentes, como consecuencia de la confusión de poderes, habían sido expedidas por capítulos o consejos. Así pues, el 15 de agosto de 1766 pronunció un fallo por el cual se suspendían todas las constituciones con prohibición de pedir otras nuevas en otro lugar que no fuera la Gran Logia41. Así pues, el templo de la Francesa Elegida Escocesa fiie cerrado. Martínez se desplazó hasta París provisto de todos sus títulos, y sus enemigos se regocijaron pensando en una suspensión que creían que sería definitiva. No pudieron alegrarse por mucho tiempo.

Martínez solo se quedó unos meses en París para realizar sus diversas constituciones y también por un asunto mecánico que no quería resolverse, pero aprovechó esta corta estancia para reclutar a los elementos de su Tribunal Soberano y para establecer numerosas relaciones en las logias de provincia, gracias a los diputados que esas logias habían enviado a París después del decreto del 14 de agosto.

La Francmasonería se encontraba en plena efervescencia, pues los hermanos del partido Lacorne, que eran miembros de capítulos, habían protestado de manera violenta contra el decreto de la Gran Logia de Francia. Excluidos de las elecciones de 1765, habían publicado un libelo contra las nuevas elecciones y, habiéndoles ordenado que se retractaran, los más obstinados se habían visto desterrados de la Gran Logia por los cuatro decretos de 1765-1766, sin dejar por ello de hacer uso de sus constituciones 42. Como consecuencia de estos hechos, que significaron para la Gran Logia de Francia las mayores dificultades administrativas, esta Gran Logia sacó el decreto del 14 de agosto de 1766 e invitó a las logias a refrendar sus constituciones.

Rápidamente estas constituciones fueron refrendadas por los hermanos Chaillon De Jonville y De Lachaussé, que también expidieron los diplomas y las cartas de constitución y pagaron todas las cuentas que les presentaban los enviados de las logias.

No obstante, Martínez se había puesto en relación con muchos masones eminentes: los hermanos Bacon De la Chevalerie, Willermoz, Fauger D’Igneaucourt, De Lu- signan, De Loos, De Grainville, Rozé y algunos otros, a los que dio sus primeras instrucciones y con cuya ayuda puso las bases de su Tribunal Soberano de París 44, en el equinoccio de marzo de 1767. Nombró Sustituto al hermano Bacon De la Chevalerie, y se fue de París poco después, prometiendo volver en el mes de septiembre. Se encaminó hacia Burdeos, visitando sucesivamente las distintas logias clandestinas de Amboise, de Blois, de Tours, de Poitiers, y se detuvo en La Rochelle, donde se presentó en la logia la Union Parfaite (Perfecta Unión), logia que trabajaba bajo los auspicios de la Gran Logia de Francia desde el 9 de marzo de 1752, y que deseaba ardientemente obtener constituciones para los grados de perfección. Martínez confirió algunos grados a cuatro miembros de esta logia y los remitió al Tribunal Soberano de París. Entonces se dirigió hacia Burdeos, donde llegó a comienzos de junio de 1767, y donde reabrió su templo con gran sorpresa para sus enemigos.

Aunque estos últimos no se dieron por vencidos. Encontraron un aliado en un tal Bonnichon, hombre tan orgulloso y codicioso como inconsciente. Este Bonnichon vivía sobre todo del cuento; había conocido a Martínez en 1766 y había sido ordenado por él Rosacruz y miembro del Tribunal Soberano de París. Con una impunidad increíble, cometió numerosos abusos de confianza: vendió grados que no podía expedir e intrigó en París, en Lión e incluso en Burdeos para llegar a ser importante y desacreditar a su Gran Soberano. De tal modo que ordenó irregularmente a varios hermanos y les dio instrucciones de su invención. Después de numerosas quejas de los hermanos Bacon De la Chevalerie, Willermoz y De Lusig- nan, Martínez se decidió, por fin, a echar a Bonnichon del templo de Burdeos, «dejándolo a la misericordia del Gran Arquitecto del Universo».

Bonnichon, furioso por haber sido desenmascarado, se alió con un tal Blanchet y algunos otros para calumniar a Martínez delante de los magistrados de Burdeos. Lo acusaron principalmente «de enseñar, con pretexto de Masonería, doctrinas contrarias a la religión cristiana». Martínez respondió acusando a Bonnichon «de estafa, con pretexto de Masonería», dando pruebas que sustentaban esta acusación, pero no quiso presentar pleito. Los magistrados, con la información suficiente, ordenaron entonces a Bonnichon que se marchara de Burdeos en el plazo de veinticuatro horas.

Esto tuvo lugar en enero de 1769. Dos meses más tarde, después de un asunto escandaloso, la policía obligó igualmente al tal Blanchet a marcharse de Burdeos. Estos distintos acontecimientos sirvieron para aclarar totalmente a cierto número de masones que hasta ese momento habían sido hostiles a la obra de Martínez, y que después pidieron que se les afiliara a la Francesa Elegida Escocesa. Así es como fueron afiliados en el mes de noviembre de 1769 los hermanos Duroy D’Hauterive, De Calvimont, De Saignant-Deseru, De Montillac, De Pitrail-Puységur, Carraccioli, Isnard, etc. Muchas logias pidieron también constituciones que Martínez se vio obligado a negarles, porque su propia bula no le autorizaba a fundar dos establecimientos en la misma ciudad. Entonces, estas logias, a las que el decreto de 14 de agosto de 1766 había molestado tanto, intentaron obtener constituciones de Dublín, pero también en vano, porque los concordatos se opusieron a ello. Incluso hasta los enemigos más encarnizados de Martínez vinieron a presentarle sus excusas y a decirle que habían sido engañados injustamente por los miserables Bonnichon y Blanchet. Pidieron que se les reintegrara, pero Martínez permaneció firme en su determinación y no se le acosó más.

Así pues, desde el comienzo de 1770, la obra masónica de Martínez no sufriría más ataques exteriores. Contaba en Burdeos con gran número de afiliados; logias en Montpellier, en Avignon, en Foix, en Liorna, en La Ro- chelle, en Eu, en París, en Versalles, en Metz, etc., y parecía que iba a seguir prosperando. Pero el caso Bonnichon había sido como una señal para una serie de desacuerdos interiores, cuyo estudio es de la mayor importancia para la historia de los Elus Cohén, puesto que estos desacuerdos deberían llevar en menos de diez años a la decadencia de la obra de Martínez.

Aunque el caso Bonnichon se fuera resolviendo felizmente, los hermanos Bacon De la Chevalerie, De Lusig- nan y Willermoz no se habían quedado satisfechos por la forma en que Martínez había descuidado sus numerosas advertencias. Se lo hicieron ver al Gran Soberano a propósito de un reglamento de deudas pedido por el hermano De Grainville, como condición del establecimiento definitivo de Martínez en París. Efectivamente, Martínez tenía en esta época más de dos mil libras en deudas en Burdeos. Como consecuencia del mal estado de sus negocios, no había podido ir a París en septiembre de 1767, como había prometido a su Tribunal Soberano. Este último le había solicitado en varias ocasiones que fuera a completar la instrucción de los hermanos de París y de Versalles, y le había pedido que dejase definitivamente Burdeos para establecerse en la capital. Martínez lo habría hecho con sumo gusto, pero no quería irse de Burdeos dejando deudas de las que habrían responsabilizado sin duda a la Francesa Elegida Escocesa y habrían comprometido totalmente su obra de realización. El hermano De Grainville, con el que habló de sus apuros, creyó que sería bueno escribir al Tribunal Soberano para pedirle que adelantara la suma necesaria para el pago de las deudas del Gran Soberano. En el mismo sentido escribió al hermano Willermoz a Lión.

El 16 de marzo de 1769, el P. M. Bacon De la Chevalerie, Sustituto, respondió en esencia que estaba dispuesto a contribuir por su parte a todos los gastos de desplazamiento del Gran Soberano, pero que el Tribunal Soberano esperaba en vano desde hacía dos años la realización de las promesas de Martínez; que los hermanos del oriente se quejaban, no sin razón, de estar relegados, y que algunos de ellos habían incluso manifestado ciertas dudas poco benévolas con respecto al Gran Soberano; que en esas condiciones y aunque él, De la Chevalerie, se hubiera presentado repetidas veces como garante de la buena fe de Martínez, era aconsejable no continuar disgustando a los hermanos, a quienes no se podía reprochar sino un exceso de celo, de los que se esperaban algunos sacrificios. Willermoz por su parte escribió el 29 de abril a Martínez una carta en la que exponía el descontento de Bacon De la Chevalerie y de De Lusignan por la indulgencia demasiado grande que el Gran Soberano mostraba con respecto al señor Bonnichon. En este alegato trataba con bastante dureza a su Gran Soberano. Emitiendo dudas sobre su clarividencia y sobre su ciencia, se quejaba sobre todo de no tener aún, al cabo de dos años, una prueba de los poderes de Martínez; de no tener más remedio que contentarse con los testimonios del P. M. Sustituto, y de no haber podido aún, a falta de instrucción, poner las bases de un templo en Lión.

Martínez dejó que pasara lo peor de esta tormenta y respondió que estaba totalmente dispuesto a comunicar las ceremonias e instrucciones, tanto generales como particulares, pero que temía que no se las estudiase mejor que las que había dado anteriormente, porque le parecía que los hermanos estaban más deseosos de ser promovidos en la orden que determinados a trabajar en su instrucción. Sin embargo, expidió cierto número de instrucciones.

Pero no era esto lo que deseaban, sobre todo Bacon De la Chevalerie y Willermoz. El primero quería que Martínez fuera a París, junto al Tribunal Soberano, y el segundo, que continuaba deseando recibir personalmente pruebas de los poderes del Gran Soberano, habría querido sobre todo fundar un establecimiento en Lión 46. A comienzos de 1770 hicieron, pues, nuevas proposiciones a Martínez, quien respondió con una larga carta 47 en la que, quejándose del celo demasiado grande del hermano De Grainvi- lle, rechazaba las ofertas pecuniarias del Tribunal Soberano. Anunciaba que su deuda estaba a punto de ser pagada y amonestaba a sus Rosacruces por su falta de confianza. Finalmente dejaba entender que tenía conocimiento de ciertas faltas, contentándose con compadecer a quienes no cumplían con los deberes de su cargo.

Este último detalle es importante, pues nos muestra que Bacon De la Chevalerie ya había cometido en esta época algunas irregularidades en el ejercicio de su ministerio.

En efecto, Bacon De la Chevalerie, cuyos proyectos retomaría algunos años más tarde Willermoz, había establecido muy recientemente relaciones con varios emisarios de la Estricta Observancia Templaría de Alemania. Proyectaban realizar en Francia, con un fin político bastante nebuloso, una especie de concentración masónica análoga a la que los templarios del barón de Hund habían intentado en Alemania, desde hacía una decena de años, y de la que ya hemos hablado. Bacon De la Chevalerie, masón activo, pero ambicioso, esperaba que, una vez allanadas las primeras dificultades, Martínez ratificara los tratados de su Sustituto y favoreciera un movimiento que los enviados templarios Stelter y Draeseke habían inducido a considerar a ese último como muy importante. Sobre todo consideraba que los Elus Cohén encontrarían en la Estricta Observancia, de la que se le alababan sus recursos y su crédito, y que contaba, efectivamente, con muchos personajes con título e influencias, un vasto campo de reclutamiento y una potente palanca.

Solo había una pequeña nube sobre todas estas bellas concepciones del Sustituto, nube que Bacon De la Chevalerie no conoció o a la que no concedió ninguna importancia: era que el enorme sistema de la Estricta Observancia solo reposaba sobre el vacío y las tinieblas, y no se sostenía más que de promesas y de engaños, y estaba en todo momento gobernado por sus Superiores Desconocidos.

Pero Martínez de Pasqually sabía a qué atenerse con respecto al régimen de los templarios alemanes y a estos famosos S. D., que tendremos ocasión de conocer algunos años más tarde, cuando, después de haber intentado en vano apoderarse del Gran Oriente de Francia, fueron desenmascarados uno a uno por sus propios seguidores.

Así pues, el Gran Soberano y su Sustituto no se entendían. Quizá hubiera entre ellos alguna otra razón para la desavenencia, pues parece que el hermano Bacon De la Chevalerie no siempre cumplía las condiciones que se exigían en los trabajos de los Elus Cohén: «Un día», contó, «que no me encontraba completamente puro, combatía totalmente solo en mi pequeño círculo, y sentía que la fuerza superior de uno de mis adversarios me podía e iba a ser aniquilado. Me asfixiaba un frío glacial, que subía por mis pies hacia el corazón y, ya próximo a ser derrotado, me precipité en el gran círculo empujado por una determinación incomprensible e irresistible. Me pareció al entrar allí que me sumergía en un baño tibio delicioso, que restableció mi espíritu y reparó mis fuerzas al momento. Salí de allí victorioso y por una carta de Pasqually supe que me había visto en ese momento crítico que pasé y que fue él quien me inspiró la idea de lanzarme al gran círculo del Poder Supremo».

Sea como sea, Martínez de Pasqually y Bacon De la Chevalerie se separaron bastante disgustados el uno con el otro. Bacon De la Chevalerie dejó de hacer prosélitos para doctrinas que, decía, le habían hecho muy desgraciado, y se confinó a partir de entonces en la práctica de los grados simbólicos y filosóficos.

Pero en 1771 las relaciones entre Martínez y su Sustituto no eran aún tan tensas como llegaron a serlo un año más tarde, cuando Martínez, convencido de las intrigas fusionistas de Bacon De la Chevalerie, decidió suspenderlo de sus funciones y reemplazarlo por T. P M. Deserre. También en el mes de agosto de 1771 se dirigió, acompañado por el hermano De la Borie, al Tribunal Soberano de París. Completó la instrucción de los antiguos y los nuevos rosacruces de este Oriente, instaló definitivamente el Templo de Versalles y volvió a Burdeos en el mes de octubre. Allí, aunque siempre atormentado por sus asuntos temporales, continuó sus distintos trabajos masónicos. Concretamente, el 17 de abril de 1772 ordenó rosacruz al hermano Deserre y al hermano Saint-Martin, del que hablaremos largo y tendido a lo largo de esta reseña.

Martínez de Pasqually dejaría definitivamente Burdeos el 5 de mayo de 1772 para ir a tomar posesión de una herencia en Puerto Príncipe.

En nuestra anterior reseña escribimos que «pocos años después de la salida de Martínez de Pasqually para las Antillas, se produjo una escisión en la Orden que con tanto sacrificio había formado; ciertos discípulos permanecieron muy fieles a todo lo que les había enseñado el maestro, mientras que otros, arrastrados por el ejemplo de Saint- Martin, abandonaron la práctica activa para seguir la vía incompleta y pasiva del misticismo». Efectivamente, durante los cinco años que pasó en la logia de Burdeos, Saint-Martin había dejado ya patente cierto alejamiento de los trabajos de Martínez de Pasqually, y ya manifestaba una tendencia a librarse del dogmatismo de los rituales de las logias y a rechazarlo por inútil. Pero, en verdad, no intentó hacer nada antes de la muerte de Martínez, ocurrida en 1774; mientras que otro hermano, el R. C. Du Roy D’Hauterive, no esperó a que llegara tal acontecimiento para manifestar, desde 1773, tendencias molestas para el rito de los Elus Cohén.

Desgraciadamente no disponemos de la carta donde se hace mención a las artimañas del T. P. M. Du Roy D’Hauterive y tenemos que contentarnos con la respuesta del Gran Soberano; respuesta cuyo texto aparece suficientemente explícito en el siguiente pasaje:

... Por lo que se refiere a lo que hubiese podido decir el T. P. M. Du Roy, os digo que es lo contrario. No es suficiente con pensar como nos para ser un franco y legítimo masón y un perfecto caballero de los templos particulares y generales, pues entonces podría ser elegido como G. A. quien quisiera, solo por haber tenido en sus manos las instrucciones y explicaciones secretas de esos grados, y la Orden quedaría totalmente a merced de todos los que faltan, como bien podéis comprender. También me asombran los propósitos del T. P. M. Du Roy, un hermano instruido que, cuando luchaba por nuestros establecimientos, me reprochaba parecidas miras a las que actualmente mantiene. Sin embargo, ved e informadme de su forma de actuar para con nuestros miembros, y os exhorto a que os aseguréis de que todos nuestros postulantes han recibido de la forma debida sus instrucciones en lo simbólico, o que las reciban como émulos según lo he mandado a mi T. S. de París. Por lo demás, haced su colación según mis propias instrucciones y con el ceremonial que os dará el P. M. Sustituto.

Por el que vos haréis a miembros sin ninguno de los poderes de su grado y que no serán de ninguna utilidad para la Orden aunque se los avance después de tales contravenciones, y así no habréis perjudicado únicamente a la Orden, sino, lo que es más grave aún, a los sujetos deseosos de instruirse y de progresar en el bien. Además, no debéis tomar ejemplo de mi propensión desmesurada a recompensar la buena voluntad de algunos émulos que no cumplen con las condiciones, sino que debéis acordaros de todos los problemas que me ha procurado esa propensión, concretamente durante nuestros establecimientos de Burdeos y en la persona de los señores Lardy, Duguers (Bonnichon) y otros, por lo cual, he resuelto delegar al consejo de mis T. S. todo lo que va dirigido a mí. Es un castigo al que me resigno con mucho gusto en interés de la Orden.

Vuestro afectísimo hermano y maestro Don Martínez de Pasqually, G. S.

En este extracto podemos ver que, ya a finales de 1773, el hermano Du Roy d’Hauterive parecía considerar el ceremonial de los distintos grados como algo totalmente accesorio, y muy probablemente buscara compartir su opinión con algunos miembros de la Orden. Lo que es cierto es que D’Hauterive se separó de la Orden algunos años más tarde, y podemos preguntarnos si no existe relación entre las tendencias manifestadas por D’Hauterive en 1773 y la línea de conducta que después mantendría Saint-Martin.

El hecho es que un poco antes de la muerte de Martínez de Pasqually, Saint-Martin se desplazó a Lión, donde dio, junto con D’Hauterive, una serie de conferencias en la Logia de Willermoz51, La Bienfaisance (La Beneficencia), y donde escribió su primer libro titulado De los errores y de la verdad: «Fue en Lión», relata, «donde escribí el libro titulado De los errores y de la verdad; lo he escrito por pasar el tiempo y por mi ira contra los filósofos. Al principio escribí una treintena de páginas, que mostré en el círculo donde enseñaba en casa de Villermas (sic), y me pidieron que continuara. Lo compuse hacia finales de 1773 y comienzos de 1774, en cuatro meses de tiempo, y junto al fuego de la cocina, ya que no tenía habitación en la que pudiera calentarme. Incluso un buen día, la sopera se derramó sobre mi pie y me lo dejó bastante quemado».

¿Se encontraba satisfecho Saint-Martin de esa estancia en Lión? No lo creemos, por diversas razones: «Mi primera estancia en Lión en 1773, 1774, 1775», nos dice él mismo, «no me fue mucho más provechosa que la de 1785. Allí sentí un retroceso muy marcado en el orden espiritual» 52. Lo que provocaba ese retroceso en el orden espiritual, y sobre lo que Saint-Martin no insiste, nos lo va a enseñar la historia masona. Pero es necesario hacer aquí una digresión un poco larga y retomar el estudio de la Orden de la Estricta Observancia Templaría, cuya formación y sistema no hemos querido desarrollar hasta este momento.

El creador de este sistema, el barón de Hund, rico gentilhombre de Lusace, con una inteligencia media, pero muy dado a las ideas aventureras y dotado de una fuerte dosis de vanidad y de rica imaginación, había oído hablar durante una estancia en París, en 1743, de una leyenda sobre la supuesta continuación de la antigua orden de los templarios, oficialmente abolida hacia el 1313. De vuelta en Alemania, ideó, de acuerdo con un hermano Mars- chall, antiguo gran maestro provincial de la Gran Logia de Londres para la Alta Saxe, restablecer esta antigua Orden de los Templarios apoyándose en la Francmasonería, y buscar recuperar los bienes de esta Orden. Consecuentemente, comenzaron a trabajar por restablecer el plan del dominio de la Orden, pero ante las dificultades que presentaba el restablecimiento de ciertas provincias, adoptaron una nueva repartición de estas. Esta tuvo lugar de acuerdo a las siguientes bases: l.° la Baja Alemania con Polonia y Prusia; 2.° Auvernia; 3.° Occitania; 4.° Italia y Grecia; 5.° Borgoña y Suiza; 6.° la Alta Alemania; 7.° Austria y Lom- bardía; 8.° Rusia, y 9.° Suecia53. Estas mismas provincias fueron divididas administrativamente en directorios, prioratos, subprioratos, etc., de forma un tanto arbitraria, salvo la primera y la sexta provincia, para cuya división utilizó la repartición de las logias masónicas existentes; logias que exigían un gran esfuerzo para hacerlas entrar en el sistema. Marschall y De Hund se pusieron a trabajar enseguida para crear sus rituales y establecer seis grados. A los tres grados, Aprendiz, Compañero y Maestro, añadieron un Maestro Escocés, un Novicio y un Caballero Templario, que fue dividido, a su vez, en cuatro clases: Eques (caballero), Ar- miger (portador de armas), Socius (aliado) y Eques-professus (gran profeso).

Como era necesario conferir a la Orden la autoridad que le faltaba mientras se esperaba a que los promotores de este sistema encontraran algunos personajes notables para apoyarlo, Marschall y De Hund pensaron que podían poner su creación bajo los auspicios de Superiores Desconocidos, personajes ficticios cuyo misterio escondería la irrealidad, a la vez que permitirían suponer que la instrucción y dirección de la Orden se encontraba en manos de altas personalidades. Marschall y De Hund decidieron también que cada hermano recibiría un nombre de guerra, y redactaron el acto de obediencia a los Superiores Desconocidos o S. D., que era necesario firmar al entrar en la orden templaría. Este acto estaba dividido en seis puntos de absoluta obediencia, de donde procede el nombre de Estricta Observancia dado a la orden templaría.

Todo estaba dispuesto. Los mensajes de los S. D. habían sido preparados y el hermano Marschall había presentado a De Hund a los francmasones de su logia de Kittliz, como si hubiera recibido el gran título de dominio templario para Alemania, bajo el nombre de Eques ab Ense; cuando Marschall, inquieto por las consecuencias que podría tener este asunto, consideró que sería prudente retirarse.

Este abandono no desanimó a De Hund, que distribuyó numerosos títulos de caballeros y logró que se firmara su famoso acto de obediencia en muchas logias de Saxe y Brunswick. Sin embargo, su realización se habría topado con grandes obstáculos si un acontecimiento inesperado no le hubiera proporcionado una gran propaganda en toda Alemania.

Cierto aventurero llamado Becker, que se escondía bajo el nombre de Johnson, habiendo llegado a sus oídos los proyectos de De Hund, intentó suplantar a este último en el espíritu de sus partidarios y robarle el beneficio de su empresa. Este Johnson era muy hábil. Puesto que conocía la fatuidad de De Hund y sospechaba su fanfarronería, no le discutió el título de Gran Maestro, pero se presentó diciendo que él había sido enviado por los S. D. para reformar la Orden templaría y, afirmando que él, Johnson, tenía poderes ilimitados, aseguraba que De Hund mandaba a veintiséis mil hombres y que la Orden le proporcionaba unos ingresos de muchos miles de luises de oro; que el convento masón de la Orden se mantenía permanentemente en un lugar fortificado guardado día y noche por caballeros armados y que la flota inglesa estaba a discreción de la Orden. También contaba que únicamente existían cajas en tres lugares de la tierra, a saber: en Ballenstádt, en las montañas de Saboya y en China; que la Orden seguía poseyendo manuscritos de Hugo de Pa- ganis, gran maestro de los templarios. Añadía que quienquiera que atrajera la cólera de la Orden estaba perdido en cuerpo y alma. Sentía un odio ilimitado por los teólogos: «Este canalla», decía, «no tiene ni idea de los castigos que la Orden le tiene reservados».

De Hund, por su lado, decía que lo que Johnson contaba era cierto; pero tenía cuidado en añadir que era falso que Johnson tuviera la autoridad que se adjudicaba y que nadie podía, salvo a él, Gran Maestro de la Orden en Alemania, conferir grados superiores a los tres primeros: «Hasta ese momento, había permanecido en la sombra, pero consideraba un deber de ahora en adelante formar parte públicamente de la Francmasonería e invitaba a los hermanos a que le prestaran juramento de obediencia y fidelidad y a esperar las instrucciones de los S. D.».

No obstante, De Hund, que consideraba peligrosa esta situación, buscaba una ocasión para quitarse de encima a Johnson sin formar mucho escándalo. Al no encontrarla, se levantó con fuerza contra él. Johnson mostró una gran indignación y solo pidió, para poder reunir las pruebas de su justificación, un plazo de veinticuatro horas, que aprovechó cautamente para darse a la fuga.

En cuanto a De Hund, habló con tanta seguridad, golpeando sobre su espada, que los hermanos presentes no encontraron dificultad alguna en admitir que era totalmente cierto que había recibido del último gran maestro de los Templarios refugiados en Escocia el título de Gran Maestro Provincial de Alemania, bajo el nombre de Caballero de la Espada (Eques ab Ense).

Como el nuevo sistema satisfacía a los ambiciosos, el hermano Schubart de Kleefeld (Eques a Strutione), hombre hábil, persuasivo y poseedor de una gran experiencia del mundo, y al que De Hund había ganado para su causa, no tuvo que molestarse mucho para conseguir en poco tiempo un gran número de adhesiones. El mismo, nombrado Sous-Prieur (Subprior), y con una asignación económica nada desdeñable, presentaba ante los ojos de los hermanos un plan financiero destinado a enriquecer a los caballeros pobres. Según este plan, con los derechos de las recepciones extraordinarias y promociones añadidas a un suministro de fondos, que se elevaba para cada caballero a la suma de quinientos rixdales (alrededor de dos mil quinientos francos) se proponía formar un fondo que se centuplicaría por medio de especulaciones comerciales.

Huelga decir que este plan no se llevó a cabo. Cuando Schubart se encontró al frente de una fortuna considerable, declaró que renunciaba a la administración de los bienes de la Orden, y todas las brillantes esperanzas que había dado a sus afiliados se volvieron humo, para gran decepción de estos últimos.

Sin embargo, gracias a las hábiles promesas de Schubart y a la actividad de De Hund y de un tal hermano Jacobi, al que el gran maestro había hecho su colaborador, la Orden había experimentado ciertos progresos. Además de gran número de masones de Prusia, Brunswick, Mecklembourg, Ha- nover, Dinamarca y de Courlande, contaba entre sus miembros con el duque Ferdinand de Brunswick, que trabajaba para crear en el mismo Brunswick una gran logia de dirección. Pero los recursos de una rica imaginación no pudieron suplir la verdad, y no pasó mucho tiempo hasta que De Hund se viera aplastado por su propia construcción.

Como los S. D. empezaban a mostrar cierta incertidumbre en la administración de la Orden y, a pesar de su ciencia infusa, daban pruebas de una ignorancia manifiesta con demasiada frecuencia; como abrumaban con órdenes a los sujetos unidos por juramentos estrechos, estos superiores, tan autorizados como desconocidos, no parecía que supieran exactamente lo que querían, pronto De Hund se vio presionado por todas partes con peticiones para que aclarara la situación.

Privado de consejo, solo podía responder lo que siempre había dicho sobre la continuación de la Orden de los Templarios y sobre sus S. D. que, decía, ni siquiera él conocía, y que las órdenes las recibía de ellos. Como se atrincheró detrás de un supuesto juramento, los hermanos no pudieron sacar nada en claro, pero empezaron a mirarlo con cierta desconfianza.

No obstante, los asuntos de la Orden iban de mal en peor y se pensó en convocar una asamblea de todos los jefes manifiestos del sistema. Esta asamblea tuvo lugar en mayo de 1772, en el castillo de Brühl, en Kohlo, Lu- sace. El duque Ferdinand de Brunswick fue nombrado en ella Gran Maestro General, mientras que De Hund, después de haber afirmado su legitimación sobre su espada, fue elegido Gran Maestro únicamente en las logias de la Alta y Baja Sajonia, de Dinamarca y de Courlande. Visto su gusto por los homenajes y las pompas exteriores, se le dejó la dirección del ceremonial y la elección de los títulos, a la vez que se le despojaba de toda otra atribución.

Aunque De Hund no tuviera nunca más que una apariencia de poder y que su autoridad se fuera haciendo muy problemática, asumió como propio el compromiso de expandir el régimen templario más allá de Alemania, especialmente en Francia, a donde ya había enviado numerosos emisarios. Pensaba que así podría recobrar el apoyo que le faltaba en su país.

Con este objetivo, el 27 de febrero de 1771 expidió, a un hermano de Weiler (Eques a Spica Aurea), una patente de Cominarius generalis perpetuus visitationis, con poder de restablecer la segunda, la tercera y la quinta provincias (Auvernia, Occitania y Borgoña).

Por tanto, Weiler, provisto con el famoso acto de obediencia en seis puntos de los S. D. y de los rituales de la Orden templaría alemana traducidos al francés para tal ocasión por el profesor H. Bernard, se dirigió hacia Francia para su gira misionera. En menos de cuatro meses estableció no solo tres provincias, sino cuatro, pues asumió como propia la responsabilidad de establecer una cuarta con el nombre de Septimania. Las direcciones de estas cuatro provincias tenían sus sedes en una única logia de las ciudades de Lión, Burdeos, Estrasburgo y Montpelier. Las cuatro provincias, Auvernia, Occitania, Borgoña y Septimania tenían cada una su gran maestro, bajo el control general del duque Ferdinand de Brunswick.

De momento solo nos ocuparemos de la provincia de Auvernia, donde Willermoz había firmado el acto de obediencia al recibir el gran dominio.

Esta provincia, la segunda de la Orden templaría, figuraba de forma muy particular en las leyendas de la Estricta Observancia, donde se decía que después de la muerte de Jacques Molay, el gran maestro provincial de Auvernia, Pierre d’Aumont, así como dos comendadores y cinco caballeros, fueron a refugiarse en una isla escocesa donde D’Aumont, primero de nombre, fue nombrado Gran Maestro de la Orden en 1313. Esta tenía su sede directoría en Lión, en la logia La Beneficencia, donde Saint-Martin realizó una serie de cursos en 1774. En efecto, aquí es donde volvemos a encontrar, a finales de 1774, a Saint-Martin, muy descontento consigo mismo y muy poco satisfecho con la conducta de Willermoz.

¿Había firmado personalmente Saint-Martin el acto de obediencia a los S. D., del barón De Hund? No lo creemos. Probablemente solo estuviera comprometido como miembro de La Beneficencia, y esto era suficiente para que se disgustara.

Por otro lado, por mucho placer que sintiera al separarse del movimiento de Willermoz, su situación con respecto a este último era bastante delicada. A su llegada a Lión, en el invierno de 1773, casi sin recursos (no tenía ninguna posesión, pues había presentado su dimisión como oficial y estaba un poco enfadado con su padre) y obligado, como él mismo nos ha dicho, a escribir su primer libro (al lado del fuego de la cocina, pues no tengo habitación donde poder calentarme), pronto se vio acogido y alojado en la propia casa del rico hermano Willermoz. Se puede comprender fácilmente que, sea cual fuere su descontento con las intenciones de Willermoz, la amistad y el reconocimiento que sentía por este último habían creado unos lazos muy difíciles de romper. Poco partidario de las asociaciones y de los reclutamientos, había hecho lo que le había sido posible hacer para disuadir a su amigo de que se adhiriese a la Estricta Observancia Templaría y no había obtenido ningún resultado, ya que Willermoz creía tener poderosas razones para perseverar en su empresa.

Las razones invocadas por Willermoz eran, en suma, las mismas que las que ya habían separado a Bacon De la Chevalerie y Martínez de Pasqually, pero este último se encontraba lejos y ya enfermo; los Elus Cohén de Lión solo recibían de él algunas instrucciones, y Willermoz no podía aspirar a ser el sucesor del Gran Soberano. Además, Willermoz, que no había obtenido ningún resultado de las iniciaciones de Martínez, se encontraba bastante desanimado y pensaba en buscar en otro lugar lo que no había podido obtener con los Elus Cohén. También, en previsión de que estos Elus Cohén no pudieran subsistir mucho más tiempo, porque Armand Robert Caignet de Les- tére, el Soberano Sustituto, posible sucesor de Martínez, que ya se sentía agobiado con el peso de su cargo de comisario general de la marina y que residía en Santo Domingo, probablemente no pudiera ocuparse de los asuntos de su Orden, Willermoz sin duda creería que actuaba sensatamente al intentar entrar en contacto sin más tardar con esta Orden de la Estricta Observancia Templaría, que se decía tan poderosa y a la que se le reconocían tantas maravillas.

El asunto parecía ventajoso: Willermoz recibía el gran dominio provincial de Auvernia, de la que la logia La Beneficencia sería su centro directorio, y esta logia, que saldría de su estado vegetativo para convertirse en una suerte de poder masónico, prestaría a cambio su apoyo a la Orden templaría para facilitar a esta última una acción sobre la Masonería francesa, y particularmente sobre el Gran Oriente de Francia, que acababa de fundarse y cuya dirección se disputaban muchos regímenes.

La ocasión parecía favorable. Muchos oficiales del Gran Oriente ya habían sido ganados para la Estricta Observancia, concretamente los antiguos Elus Cohén Bacon De la Chevalerie y el abad Rozier, que ocupaban puestos muy importantes para la buena dirección de la empresa.

Era una ocasión única para salir de la sombra; al menos, era lo que pensaba Willermoz cuando firmó el acto de obediencia.

Martínez de Pasqually ya había manifestado alguna inquietud, a comienzos de 1774, sobre el papel que parecía querer jugar Willermoz y algunos otros en el Gran Oriente de Francia: «No os esconderé que», escribía desde Puerto Príncipe a Willermoz, «el P. M. Caignet, así como yo, al igual que todos los miembros que componen el Gran Tribunal Soberano de mi Gran Oriente, se han quedado sorprendidos e incluso asombrados cuando han podido ver vuestro nombre en una carta impresa que trata de la Logia Nacional de Francia56, y que se haga mendigar una suma de dinero a título de don gratuito a señores de distinción en todos los aspectos, a las distintas logias del Reino bajo pretexto de hacer construir un templo para la instalación de monseñor, el duque de Chartres». Parece ser que Martínez creía que se trataba de un sablazo, cuando en realidad se trataba de instalar con gran pompa, en un templo especial, al duque de Chartres, desde entonces Philippe Egalité, de triste memoria. Sin embargo, hay que pensar que debía estar mejor informado de lo que quiere hacernos ver, pues continúa en estos términos: «Por lo que se ve en esta carta, parece que el señor De la Chevalerie está a la cabeza de ese nuevo establecimiento y hace al abad Rozier un agente indiferente, pero está ahí por algo 57. Nuestra Orden no retiene a ninguno de sus sujetos a la fuerza; al contrario, los deja como los tomó; siempre disponen de su libertad, pues de otra forma no tendría el menor mérito que hicieran el bien en prejuicio del mal. Explicadme cómo es que vuestro nombre se encuentra puesto en este impreso que el P. M. Caignet ha recibido de París y en un segundo volumen parecido que le han dirigido en los pasados días, que ha corrido la misma suerte que el primero, pues no ha sido considerado».

Para darse cuenta bien de la situación en la que se encontraba Martínez, es necesario saber que los impresos de los que habla en esta carta de 24 de abril de 1774 eran bastante anteriores al mes de octubre de 1773. En efecto, fue el 28 de octubre de 1773 cuando el duque de Char- tres fue nombrado Gran Maestro del Gran Oriente de Francia, en el templo de su palacete de la Folie-Titon, en el transcurso de una ceremonia que, además de la cotización de treinta libras por hermano que tomó parte en ella, costó más de tres mil trescientas cuarenta libras a los hermanos que quisieron adular a este ilustre Gran Maestro. Martínez se encontraba, pues, en presencia de un hecho consumado desde hacía seis meses, hecho sobre el cual, como sobre las actuaciones de los Elus Cohén de Lión, jamás recibió ninguna aclaración por parte de Willermoz, puesto que el 23 de julio de 1774 aún seguía escribiendo:

Me encuentro muy inquieto por el M. P. M. Willermoz, que no considera necesario responderme sobre los hechos de los que ya os he hablado, pero ahora ya sé, por el M. P. M. Sustituto, lo suficiente como para que la fiebre que tengo me permita descansar un poco. Un hermano que debe ir a Burdeos dentro de poco llevará el grueso de las instrucciones y el estatuto general. Esto no les comprometerá mucho, pero quiero que lo firmen todos. Podréis tener las instrucciones y los cuadros de M. P. M. Disch a quien deben ser remitidos. Por lo demás, reemplazaré al resto en la medida en que mi estado de salud me lo permita y me vayáis informando de lo que está pasando, enfermo como me encuentro por la incertidumbre de su espíritu y porque no ven lo que están haciendo.

Podemos ver en este extracto de una carta que Martínez, que ya se encontraba afectado por la enfermedad que iba a llevárselo, se encuentra muy inquieto por la conducta de Willermoz y de los hermanos de Lión. Parece que deseara hacerles firmar una especie de compromiso bajo la forma de un estatuto general.

Este estatuto general parte, en efecto, con el hermano Timbale a comienzos del siguiente mes y con él, varias cartas, de las cuales una va dirigida a Willermoz. Martínez se encuentra muy enfermo. En su carta, ninguna alusión a los hechos que reprocha, sino únicamente un pasaje y una posdata, corolarios de la carta precedente: «Aprovecho el viaje del hermano Timbale que va a Burdeos para haceros conocer el envío que el Tribunal Soberano de Puerto Príncipe os hace, que consiste en el nuevo estatuto general que seguiréis regularmente en todo su contenido». Y la posdata: «Leed con detenimiento el estatuto general que os envío certificado y sellado con el gran sello de la Orden. Os ocuparéis de hacer que todos los hermanos de vuestra Gran Logia firmen las hojas restantes del presente estatuto».

Carta y estatuto que le fueron remitidos a Willermoz a comienzos de noviembre de 1774. Martínez de Pasqually llevaba muerto desde el 20 de septiembre y, desde el mes de marzo del mismo año, los Elus Cohén de Lión ya estaban sometidos al duque de Brunswick, gran maestro de la Estricta Observancia Templaría.

Como ya hemos dicho, Saint-Martin pasó el año de 1774 en Lión, en unas condiciones morales bastante malas. Poco satisfecho con la política de Willermoz, comprendía cada vez menos las razones con las que actuaba este último, que poco a poco iba siendo menos partidario de los trabajos masónicos en común y que ya no apreciaba más que trabajos individuales. Sin embargo, no quería ofender a un amigo que le mantenía desde hacía un año, y limitaba su protesta a asistir lo menos posible a las sesiones de la Logia Provincial de Auvernia, con el pretexto de trabajos particulares.

El año 1775 traería algunos cambios en esta vida llena de tensión. En efecto, este año se tuvo cierto conocimiento de las mentiras de la Estricta Observancia. Ocurrió con ocasión de un convento celebrado en Brunswick entre mayo y julio al que asistieron los representantes de veintitrés logias, bajo la presidencia del duque de Brunswick.

Casi todas las provincias habían pedido fervientemente que el hermano De Hund probara de forma fundamentada la legitimidad de sus poderes, con el fin de que esta cuestión, al igual que la de los Superiores Desconocidos, se aclarara de una vez por todas.

En este convento se presentó el señor Stark, que había sido iniciado en la Estricta Observancia bajo el nombre de Eques ab Aquila Fulva, y que había aprendido a conocer a fondo el sistema templario y a calar sus debilidades. Se hacía pasar por canciller del Gran Capítulo de Escocia y por enviado de los S. D. de este cuerpo supremo para instruir a los hermanos en los verdaderos principios de la Orden y para comunicarles sus secretos sublimes. Añadía, naturalmente, que Johnson era un impostor; que el barón De Hund jamás había poseído los altos conocimientos de la Orden, y que él mismo lo admitiría, pero que él, Stark, se encontraba totalmente dispuesto a cumplir con su misión si los hermanos querían someterse ciegamente a las leyes que podría dictarles. La asamblea se encontraba insegura, cuando el hermano tesorero dijo que antes de prometer una sumisión ciega a los Superiores Desconocidos y a exigencias cuya naturaleza y extensión ignoraban, sería necesario al menos verificar los poderes que autorizaban a Stark a tratar con la asamblea. Prevaleció esta opinión, pues a los hermanos que después de varios años habían enviado a los S. D., por mediación de sus supuestos delegados, contribuciones que se elevaban a varios miles de rixdales, no les disgustaba recibir algunas aclaraciones. Pero fueron vanos todos los esfuerzos por obtener de Stark la exhibición de sus títulos y aclaraciones sobre las obligaciones que pretendía imponer. Los hermanos rehuyeron, pues, pasar por donde él quería que pasaran.

De Hund, a quien a su vez se había ordenado que diera explicaciones, contó que había sido recibido Caballero del Templo en 1743 en París, en una logia cuyo nombre ignoraba, en presencia de lord Kilmarnock y de lord Cliffbrd; que no se le había designado expresamente como Gran Maestro, pero que se le había dejado suponer que tenía esta cualidad. Contó también que más tarde había recibido una patente firmada con el nombre de Jorge y que, por medio de agentes desconocidos, había mantenido correspondencia con Superiores no menos desconocidos, cuyas cartas venían de Escocia; que el hermano Marschall le había restablecido antes de su muerte el número de registro de la Orden, documento que De Hund presentaba en apoyo de su aserción, pero que no contenía otra cosa más que una división de la Orden en provincias. Dos cartas que presentaba como las noticias más recientes que había recibido del Gran Capítulo encerraban, en términos ambiguos, poco más o menos todo lo contrario de lo que al parecer debían probar. Por otra parte, De Hund declaraba que no reconocía la obligación de justificarse, y no podía, en virtud de su juramento, dar más explicaciones.

Esta declaración, unida a la nulidad de su patente, no había sido hecha para disipar las aprensiones de hombres un poco clarividentes. También los miembros del convento, en presencia de las contradicciones y de los relatos inverosímiles de Stark, de Jacobi, de Prangen, de De Hund y de algunos otros, decidieron hacer ellos mismos una investigación sobre estos tenebrosos relatos y acabar con esos S. D., con los que hacía ya mucho tiempo que se les estaba engañando. Ante la evidencia del lamentable abuso que se había cometido de la confianza de los hermanos, estaban totalmente dispuestos a no reconocer de ahora en adelante otros jefes que no fueran los que hubieran sido objeto de una elección libre y a no obedecer otras leyes más que las que hubieran sido hechas por ellos mismos y que hubiesen sido adoptadas por la mayoría de votos.

La representación de De Hund había acabado. Abandonó su invención y se retiró a sus tierras, dejando a todos sus templarios presa de la mayor confusión.

Puede entenderse que semejantes aclaraciones no estaban hechas para alegrar a los miembros de La Beneficencia y en particular a Saint-Martin. Este último, a quien el manuscrito del libro De los errores y de la verdad le había reportado algo de dinero, primero se fue de Lión y luego viajó a Italia. Después, encontrando que la hospitalidad que Willermoz le creaba demasiadas obligaciones, y totalmente decidido a recobrar su libertad, como consecuencia de algunos desacuerdos masónicos poco importantes, se fue precipitadamente a París. Le volvemos a encontrar en esta ciudad a comienzos de julio, bastante agobiado por su fuga, consumiendo inútilmente, como él mismo dice, su tiempo y su dinero, pero muy decidido a no ceder más ante Willermoz. A las cartas de este último responde defendiéndose por haber querido criticar la conducta del Gran Maestro Provincial de Auvernia, pero desea vivir de ahora en adelante en su casa y en completa libertad. No obstante, pensaría que iba a exponer a sus hermanos a comentarios muy perjudiciales para el bien de la Orden si se marchara de Lión después de haber dejado la casa de Willermoz, y sobre todo si sus hermanos sospechaban la causa de su huida. Su conciencia está tranquila porque «sus motivos son puros y únicamente busca el bien de todos buscando el suyo, pues solo hay un punto de reunión para todos los hombres». Este pasaje es precioso porque encierra la tesis que el místico Saint- Martin sostendrá durante toda su vida, puesto que volveremos a encontrar la misma tesis en este apunte de él, escrito pocos días antes de su muerte: «La Unidad no se encuentra en las asociaciones; solo se encuéntre en nuestra confluencia individual con Dios».

Saint-Martin tiene ganas de volver a Lión, pero con la condición de vivir aislado. Si Willermoz está de acuerdo con esto, le ruega que vaya a alquilarle una casita en un lugar que le designa, casa que presentará las condiciones requeridas para sus operaciones. Pero como no hace falta que los hermanos se extrañen por este nuevo género de vida, la química servirá de pretexto: «Parecerá», dice, «que le he tomado un gusto infinito, que deseo ardientemente estar más cerca para poder seguir al señor Privar en sus operaciones y, para tal efecto, que he juzgado necesario buscar un alojamiento en sus territorios».

No es difícil ver que no se trata de química o de alquimia, sino más bien de operaciones análogas, si no idénticas a las de los Elus Cohén. Decimos «análogas, si no idénticas» porque creemos que Saint-Martin pensaba ya en esta época en transformar las ideas fundamentales de su antiguo maestro y en modificar el ceremonial de los Elus Cohén, como lo hizo sin ninguna duda dos años más tarde, tal como veremos en lo que sigue.

Pero la verdad es que los años que siguieron produjeron un gran cambio en las expectativas de Saint-Martin. Del mismo modo que los primeros cristianos se sorprendían por los milagros de Apollonius de Tyane o de Simón el Mago, igualmente Saint-Martin mostraba cierta inquietud por las sorprendentes operaciones de un Saint- Germain, de un Schróder o de un Cagliostro, y comenzaba a mirar con recelo las extrañas manifestaciones de la escuela de Martínez de Pasqually. La propia señora De la Croix, la gran admiradora del libro De los errores y de la verdad, que había acogido al autor en París, y en cuya casa Saint-Martin escribiría una parte de su Tableau naturel (Cuadro natural), no se salvaba de sus sospechas. Es cierto que la señora De la Croix era bastante inquietante. Exor- cista de posesos y con demasiada frecuencia ella misma poseída, se jactaba sobre todo de haber destruido un talismán de lapislázuli que el duque de Chartres había recibido en Inglaterra del célebre Falk Scheck, gran rabino de los judíos, «talismán que», decía, «conduciría al príncipe al trono y que se rompió sobre mi pecho por la virtud de mis plegarias». Ella y Saint-Martin quisieron adoctrinarse mutuamente y solo consiguieron pelearse.

Y es que Saint-Martin, como testimonian su vida, sus obras y su correspondencia, tenía muy poca consideración por las manifestaciones sensibles. ¿De dónde venía esta aversión? Quizá de un cierto temor, pues él mismo nos confiesa que en la escuela de Martínez de Pasqually le ocurría con frecuencia «que se rendía, y esto ponía triste al maestro». Quizá también de que él mismo no estaba, según su propia expresión «los suficientemente avanzado en este género ni en ningún otro género activo».

De todos los escritos de Saint-Martin se desprende, en efecto, y esto sería suficiente para probarlo, que no había recibido de Martínez de Pasqually una iniciación completa, que no veía ningún medio físico de control sobre lo que él llama lo sensible, lo externo, lo físico, etc., y que, no pudiendo reconocer la verdadera fuente de las manifestaciones sensibles, las desdeñaba, cuando no las temía.

No repetiremos todo lo que se ha escrito a este respecto por Saint-Martin o por sus biógrafos y comentadores, pues supondría sobrepasar los límites de nuestro trabajo. Nos limitaremos a citar algunas líneas donde se encuentran condensadas todas las razones dadas por Saint-Martin: «Debo añadir que, si el poder malo puede imitar todo, el poder bueno intermediario habla con frecuencia como el propio poder supremo. Esto es lo que se ha visto en el Sinaí, donde los simples Elohin han hablado al pueblo como si fueran el único Dios, el Dios celoso)». Creemos que es difícil ir más lejos que Saint- Martin en la suspicacia hacia los fenómenos sensibles. ¿Qué pretende? Pretende que el único criterio de toda manifestación reside en una consciencia iluminada por la oración. Es lo que él llama la vía interna o interior; vía a favor de la que combatió más o menos abiertamente, desde 1777, contra el ceremonial y las fórmulas teúrgicas que aún usaban algunos templos Elus Cohén del norte del Loira, que había quedado bajo la administración del Tribunal Soberano de París y bajo la dirección espiritual del Gran Maestro R. C. y Gran Soberano Caignet de Les- tére 63, sucesor de Martínez de Pasqually.

De esta forma, no tardó en producirse una escisión en la Orden que Martínez había organizado con tanto trabajo; ciertos discípulos permanecieron muy unidos a todo lo que su Maestro Ies había enseñado, mientras que otros, siguiendo el ejemplo de Saint-Martin, abandonaron la práctica activa para seguir la vía incompleta y pasiva del misticismo.

La mayor parte de los Elus Cohén, situados entre la reforma negativa preconizada por Saint-Martin, y los compromisos de Willermoz con la Estricta Observancia Templaría, se desanimaron y volvieron a sus antiguas obediencias. Así lo hicieron los del Oriente de La Roche- lle, cuya patente constitutiva no se ratificó hasta más allá de 1776; así lo hicieron algunos orientes de Liorna, de Marsella, etc.

El duque de Chartres, durante el viaje triunfante que emprendió por el Midi de Francia, fue recibido con grandes honores por los Directorios. Visitó logias y capítulos, y puso en Burdeos la primera piedra del nuevo templo de La Francesa. Estas manifestaciones eran una consecuencia de la diplomacia de los cuatro Directorios franceses, que dirigían activamente Bacon De la Chevalerie, Willermoz, el abad Rozier, Prohiére y algunos otros. Las operaciones de estos hermanos, aunque se habían puesto difíciles por el régimen extranjero de los directorios, régimen que estaba opuesto a las leyes nacionales de la Masonería, que acentúan la irregularidad de todas las logias constituidas bajo obediencias extranjeras, habían comenzado a tener éxito el año anterior.

El Gran Presidente de la Cámara de las Provincias del Gran Oriente, el abad Rozier, había logrado hacer que se aceptara el examen de las proposiciones de unión presentadas por los directorios templarios. El 4 de febrero de 1775 se había formado una comisión compuesta por los hermanos De Méry d’Arcy, D’Arcambal y Güilotin para examinar esas proposiciones de unión que fueron redactadas el 24 de abril. Se decía en ellas «que era competencia de la justicia del Gran Oriente adoptar este tratado porque se le habían conservado los derechos de supremacía del Gran Oriente, siendo propuesta la alianza por los Directorios, los cuales se volvían tributarios del Gran Oriente». Pero en el tratado se insertaba que «los Directorios conservarían la administración de su rito y de su régimen, teniendo derecho a estar representados por diputados que gozarían de todos los derechos y prerrogativas de las demás logias». Este tratado fue sellado en 1776 en el viaje del Gran Maestro del Gran Oriente, el duque de Chartres.

Sin embargo, las protestas no se hicieron esperar. Como las logias de la correspondencia del Gran Oriente no habían sido consultadas, gran número de ellas declararon que el Gran Oriente no estaba autorizado a cerrar ese tratado. Alegaban hechos graves contra la mayor parte de los miembros de los Directorios, mostrando que esos miembros solo eran unos ambiciosos, tránsfugas y desertores del Rito Francés, que habían recibido constantes negativas por parte de las logias regulares. Protestaban, sobre todo, que del tratado se desprendía que los Directorios se volverían jueces del Gran Oriente, cuyas logias no podrían juzgar nunca a la Estricta Observancia. La Gran Logia de Lión, en particular, avivó una gran tempestad en el seno del Gran Oriente. Su representante, el abad Jar- din, dio lectura en ella a una memoria extremadamente violenta contra los directorios templarios y dirigida contra el Gran Orador, Bacon De la Chevalerie, a quien denunciaba como favorecedor de la política de la Estricta Observancia en detrimento del Gran Oriente.

Pero tenía que vérselas con alguien más fuerte que él. Bacon De la Chevalerie paró el golpe haciendo diferir el juicio al mismísimo Gran Maestro, el duque De Chartres, quien firmó, el 1 de abril de 1778, un decreto por el que declaraba la Gran Logia de Lión tachada de la correspondencia del Gran Oriente, si no se retractaba en un plazo de veinticuatro horas, suspendía al abad Jardín de toda función masónica durante ochenta y un meses, y ordenaba la destrucción por el fuego de todas las memorias y documentos concernientes a este asunto.

La Gran Logia de Lión respondió a estas medidas arbitrarias, que había tomado la decisión de actuar por ella misma, porque el Gran Presidente de la Cámara de las Provincias, el abad Rozier, no había dado respuesta a ocho cartas donde se consignaba la información tomada en Londres y en Berlín sobre los Directorios de la Estricta Observancia.

Aunque las intrigas de los partidarios de la Estricta Observancia eran evidentes, la Gran Logia de Lión se sometió. Pero este asunto fue la señal de una nueva campaña contra los Directorios templarios, que fue llevada a cabo con mucho secreto por un partido de masones totalmente al corriente de la política de estos Directorios: los Filaletes.

Estos masones, la mayor parte de los cuales habían sido miembros fundadores del Gran Oriente de Francia, inquietos por los tejemanejes de la Estricta Observancia en el Gran Oriente, establecieron en 1773 un régimen que opusieron al régimen templario. Fue el régimen de los Filaletes o de los Amigos de la Verdad. Este régimen adoptó la política de la Estricta Observancia, quedando en excelentes términos con el Gran Oriente, del cual todos los miembros formaban parte, no admitía en sus capítulos secretos a ningún oficial del Gran Oriente que no estuviera ligado al régimen de los Filaletes. Una veintena de logias aceptaron este régimen, cuyo director era el marqués Savalette de Langes, consejero del rey, guarda del Tesoro Real, Gran Maestro de ceremonias del Gran Oriente de Francia, y Venerable de la logia de los Amigos reunidos, centro del régimen.

El régimen de los Filaletes, reclutado con mucho cuidado, comprendía a casi todos los hermanos del Gran Oriente instruidos en las ciencias masónicas. Esta fue «la brillante pléyade de los Filaletes», en la que se contaban: el erudito Court de Gébelin, célebre por su gigantesca obra Le mondeprimitifcomparé avec le monde moderne (El mundo primitivo comparado con el mundo moderno), y secretario y diputado de la logia de las Neuf Soeurs (Nueve hermanas); Duchanteau, hebraizante y cabalista, autor de un inmenso calendario mágico, y que acabaría muriendo por las consecuencias que le acarreó una experiencia alquimista hecha en la logia de los Amigos Reunidos; el alquimista Claviéres, más tarde ministro de la Hacienda Pública; el barón de Gleichen, autor del Traité des hérésies métaphysiques (Tratado de las herejías metafísicas), ministro plenipotenciario de Dinamarca, y secretario del régimen de los Filaletes en lengua alemana; el presidente De Héricourt; el marqués de Chefdebien, secretario del régimen en lengua francesa; el vizconde de Tavannes, hábil astrólogo; Quesnay de Saint-Germain, consejero del Tribunal de Ayuda Social y erudito en el arte magnético; el arqueólogo Lenoir, uno de los fundadores del régimen; De Chompré; Roéttiers De Montaleau, maestro de cuentas y más tarde Gran Venerable del Gran Oriente; los príncipes Luis y Federico de Hesse, y también, más tarde, Randon De Lucenay y Gillet De Lacroix, fisonomistas y grafólogos; el conde Alexandre Stroganoff, chambelán de la emperatriz de Rusia, primer Experto del Gran Oriente y exmiembro del Directorio de Estrasburgo; De Beyerlé, consejero en el parlamento de Nancy, antiguo miembro del priorato de Metz, comendador de la Estricta Observancia y uno de los que desenmascararon a esta Orden en el convento de Wilhelmsbad, etc. 

Como ya hemos dicho, los hermanos Filaletes habían formado parte importante de la constitución del Gran Oriente. Su propio presidente, Savalette De Langes, había entregado al duque de Luxemburgo, en la sesión del 24 de mayo de 1773, la carta por la cual Chaillon De Jonville, antiguo Sustituto general del difunto conde de Clermont, reconocía al Gran Maestro y al administrador general en sus nuevas funciones, y pedía cartas patentes de Sustituto honorario. Todos los Filaletes dependían del Gran Oriente para los tres primeros grados y practicaban además un sistema de otros nueve grados: Elegido, Escocés, Caballero de Oriente, Rosacruz, Caballero del templo, Filósofo Desconocido, Sublime Filósofo, Iniciado y Filaleto. Su régimen era todo lo opuesto al de la Estricta Observancia Templaría y muy análogo al de los Elegidos Cohén. Dejaba a sus miembros la mayor libertad de examen, reconocía la igualdad de .todos los grados en la administración de las logias simbólicas, no tenía en cuenta las distinciones puramente nobiliarias, y mantenía la unidad administrativa de los ritos y la hegemonía de los masones franceses.

Por esto es por lo que los Filaletes se propusieron neutralizar la influencia de los miembros y de los oficiales del Gran Oriente, afiliados a la Estricta Observancia 66 y, puesto que los Directorios habían llegado a penetrar en el Gran Oriente, absorberlos y destruirlos.

El año 1778, que vio el extraordinario fallo pronunciado por un partido del Gran Oriente contra la más antigua Gran Logia de su obediencia en beneficio de un régimen extranjero, también vio el primer y último convento que mantuvieron en Lión los Directorios templarios de Auvernia, de Occitania, de Borgoña y de Septimania, bajo la presidencia del Gran Maestro provincial de Auvernia, J. B. Willermoz, con vistas a examinar los diversos medios que permitieran una utilización inmediata del tratado hecho con el Gran Oriente de Francia.

Este convento, que debía manifestar la importancia tomada por la Estricta Observancia y la Gran Logia de Brunswick en los asuntos del Gran Oriente de Francia, fracasó como consecuencia de las maniobras de los Filaletes ante la Gran Logia de Lión y en el mismo Directorio de Borgoña. Paganucci, secretario general de la Beneficencia, nos dice, en efecto, que los miembros del Directorio de Borgoña, en cuyo seno los Filaletes contaban con numerosos afiliados (De Beyerlé, Stroganoff, Diéde- richs, Haffner, De Saint-Evremond, etc.), hicieron grandes esfuerzos para que la ridicula patraña templaría sobre Pierre D’Aumont y sus compañeros fuera suprimida. Se aconsejaron distintos sistemas, entre otros, el Escocés Rectificado Suizo de De Glayre, y el que desde 1770 utilizaba la logia y el capítulo de San Teodoro de Metz, bajo el nombre de Ecossais Rectifié de Saint-Martin (Escocés Rectificado de San Martín), que se atribuye erróneamente, a causa de un homónimo, a Louis Claude De Saint- Martin 68. En este último sistema se trata, en efecto, de una leyenda cristiana, la del caballero bienhechor (el caballero romano canonizado con el nombre de Saint Martin) de la ciudad santa (Roma), leyenda que es una especie de adaptación de las virtudes caritativas del Hospitalario de Palestina y que, en esa circunstancia, presentaba una gran ventaja para escapar a las sospechas de los gobiernos. Bode pretendió, en efecto, que la policía lionesa pidiera la supresión del cuento templario como atentatorio a la seguridad del estado, y que esta amenazara con cerrar las logias de los Directorios si estos no reconocían el sistema templario, que el gobierno consideraba una conspiración permanente contra los sucesores de Clemente V y de Felipe el Hermoso.

Si es imposible desechar el testimonio de Paganucci, es tremendamente difícil admitir la historia de la intervención policial tal como se nos presenta. Nos damos cuenta perfectamente de que la supresión más o menos ostensible de una fábula de ritual no habría podido modificar en nada el espíritu político de los Directorios, si es que ese estado de ánimo existía, y que, en esas condiciones, si realmente hubo intervención de la policía, la supresión que se pedía bajo colores políticos escondía muy probablemente una maniobra de esta Gran Logia de Lión, condenada seis meses antes a propósito del tratado de los Directorios. Está claro que los derechos de supremacía de la masonería nacional debían ser restablecidos, en parte por la negación aparente de una parte del sistema de la dirección de Brunswick, puesto que esa negación parecía separar moralmente a los directorios franceses de los directorios extranjeros.

Sea como fuere, el hecho es que después de algunas discusiones sobre la oportunidad de la patraña templaría, se resolvió suprimirla y reemplazarla por algún otro relato menos comprometedor. Después de examinar varios sistemas, entre ellos el Escocés Rectificado de De Glayre, que presentaban las logias de la Suiza francesa, y el Escocés Rectificado de Saint-Martin, que presentaban los representantes de la provincia de Borgoña, la asamblea elaboró el grado del Chevalier bienfaisant de la cité sainte (Caballero bienhechor de la ciudad santa) 69, que participa algo de estos dos sistemas, limitándose a establecer la conexión con la orden de los antiguos templarios por una enseñanza histórica en el último grado que constituían la orden interior, el de Eques-professus o de Gran Profeso. Este convento tuvo para Suiza otro resultado: fue elevada al grado de su- priorato, pero pidió y obtuvo una independencia absoluta en cuanto a la cuestión financiera y en cuanto a las constituciones y a las reformas que considerara pertinentes hacer en su dominio.

Estas distintas decisiones explican las sospechas de los historiadores masones que de las operaciones del convento de Lión dedujeron que la negación del sistema templario había sido más aparente que real. Sus sospechas están tanto más fundadas en cuanto que las provincias francesas, y en particular la de Auvernia, recibieron, como en el pasado, sus instrucciones y sus órdenes del Gran Maestro de Brunswick.

Además, y esta es la ocasión para decirlo pues no quisiéramos que pudieran acusarnos de que buscamos manchar los propósitos de la Estricta Observancia, los Directorios templarios no eran nada revolucionarios. Sus miembros eran realistas de una clase particular, cuya política, la misma en suma que las de los antiguos templarios y los jesuítas, consistía sobre todo en la tutela de los príncipes y de los soberanos. El relevo del conde de Hau- gwitz, ministro de estado prusiano, que había sido el encargado, en la orden de la Estricta Observancia, de la dirección particular de los hermanos templarios de Prusia, de Polonia y de Rusia, en 1777, es categórica a este respecto: «Si yo mismo no hubiera pasado por la experiencia», dice, «no podría dar ninguna explicación plausible de la despreocupación con la que los gobiernos cerraron los ojos ante tal desorden, un verdadero status in statu. Ejercer una influencia dominante sobre los tronos y los soberanos, tal era nuestro objetivo común, como lo había sido el de los caballeros templarios». En alguna medida consiguieron hacerlo, pues en 1775 la Orden contaba ya con veintiséis príncipes», pero no vemos que sus fórmuías de venganza se hayan ejercido a otras expensas más que a las de la memoria del rey, del papa y de los traidores que habían causado la caída de la antigua orden de los templarios. Además, no tomaron parte alguna en el gran movimiento de 1789, pues la Revolución no podía poner obstáculos a sus proyectos y, aunque no renegaron de ella, estimaron que aún no había llegado el momento. Esto es lo que puede deducirse claramente de este pasaje del manifiesto del duque de Brunswick, Gran Maestro de la Estricta Observancia Templaría:

El tiempo del cumplimiento está próximo, pero sabedlo, este cumplimiento es la destrucción. Hemos levantado nuestra construcción bajo las alas de las tinieblas, para alcanzar la cumbre desde la que por fin podremos lanzar nuestra mirada en todas las regiones de luz. Pero esa cumbre se ha vuelto inaccesible: la oscuridad se disipa y una luz, más espantosa que la misma oscuridad, viene de repente a golpear nuestras miradas. Vemos que nuestro edificio se derrumba y cubre la tierra de ruinas; vemos una destrucción que nuestras manos ya no pueden parar. Y he aquí por qué despedimos a los constructores de sus talleres. Con el último golpe de martillo, derribamos las columnas de las recompensas. Dejamos desierto el Templo destruido, y le legamos como gran obra a la posteridad, que se encargará de volver a levantarlo de sus ruinas y llevarlo a término. Los obreros actuales lo han destruido, porque han adelantado su trabajo con demasiada precipitación.

Es bastante difícil darse cuenta de los resultados que habrían podido obtener la Estricta Observancia y su caballería templaría si la Revolución no hubiera tenido lugar. Las declaraciones enfáticas hechas a este respecto parece que carecen de fundamento y que están tan vacías como esta Estricta Observancia, condenada a extinguirse miserablemente veinte años después de la Revolución.

Tampoco vemos en el manifiesto anterior más que una protesta de la aristocracia, protesta parecida a la que el duque de Brunswick, jefe de los ejércitos aliados contra Francia, enviará de Coblentz a la Asamblea Legislativa y cuyo tono insolente llevaría a la reclusión de Luis XVI en el Templo. Pero no nos anticipemos. Si, como ha escrito Ferdinand de Brunswick, la Estricta Observancia Templaría había sido «levantada bajo las alas de las tinieblas», debía caer, efectivamente, cuando la luz se manifestara sobre un sistema que se prestaba demasiado a las sospechas, las cuales llegarían a comprometer definitivamente sus relaciones con la Société des Illuminés (Sociedad de los Iluminados). Esto nos lleva a decir algunas palabras sobre esta sociedad que tanto descrédito llevó a toda la Masonería.

La Sociedad de los Iluminados fue fundada hacia 1776 por un tal Weishaupt, profesor de la Universidad de Ingolstadt en Baviera, hombre más iluminado que esclarecido, pero al que no podríamos negar un gran celo por el bien de la humanidad. Weishaupt aprovechó su posición como profesor para reunir privatissimé a sus oyentes bajo el pretexto de una sesión de trabajo. Les exponía el resultado de sus investigaciones filosóficas, les animaba a leer a Bayle, Jean-Jacques Rousseau y otros autores, y los ejercitaba para que consideraran los acontecimientos de la época desde el punto de vista de la crítica. A continuación les recomendaba expresamente que fueran muy prudentes y muy discretos, les prometía un grado de luz más elevado, les daba un nombre de guerra y los llamaba illu- minés (iluminados). Weishaupt, que había retomado por su cuenta la idea de los Superiores Desconocidos de la Estricta Observancia, comunicó sus proyectos a algunos confidentes, a los que hizo sus primeros apóstoles con el nombre de areopagitas. Acordó con ellos que sería el jefe al que únicamente conocerían los primeros discípulos, a los que, a su vez, solo conocerían sus discípulos inmediatos. A continuación, este club de estudiantes se hizo más extenso; se admitieron en él miembros extranjeros, y Ei- chstdoet y Munich aprobaron instituciones parecidas.

En un principio, la sociedad existió sin ninguna relación con la cofradía de los francmasones, de la que no formaban parte ni Weishaupt ni los primeros miembros. Pero en 1778 un afiliado llamado Zwackh (Catón), que había sido recibido masón en una logia de Habsburgo y que había incluido todo el partido que los Iluminados podían sacar de la multitud de francmasones diseminados por Europa, propuso a Weishaupt entrar en la cofradía francmasona. Weishaupt aceptó con diligencia: «Os voy a dar una noticia», escribía a uno de sus afiliados, «me marcho a Munich y voy a recibirme masón con el fin de cimentar una alianza entre ellos y nosotros». Pero no era una alianza lo que buscaba Weishaupt. Esta alianza era imposible, porque habría contradicho los principios esenciales de la Francmasonería. Weishaupt soñaba con un acaparamiento. En vano se le dijo, durante su iniciación, que desterrara toda discusión política de las logias y que un verdadero francmasón no podía ser hostil al gobierno o a la religión de su país. Weishaupt sabía lo que daban de sí sus certezas en su iluminismo; creyó fácilmente que ocurriría lo mismo con los francmasones. Presentado bajo los auspicios de Zwackh en la logia Théodore au Bon Conseil (Teodoro del Buen Consejo), de Munich, fue recibido en ella, y también hizo que recibieran a un buen número de sus afiliados y reclutó incluso a algunos miembros.

La logia Teodoro del Buen Consejo había sido instituida en Munich en 1775 por la logia madre Royal York a lAmitié (Real York de la Amistad) de Berlín. Tenía como venerable, durante la recepción de Weishaupt, al ilustre profesor Franz von Baader, que estaba lejos de prever los proyectos de Weishaupt y las funestas consecuencias de su iniciación.

Una vez dentro de la francmasonería, Weishaupt comenzó sus maniobras ocultas y se esforzó por reclutar con el mayor secreto nuevos iluminados. Aprovechando las relaciones que las logias masónicas tienen entre ellas, no tardó en afiliar a gran número de masones. Su método era el de los Jesuítas, de los que había sido alumno. Consistía en buscar el punto débil de quien quería que se afiliase; en no contrariar en nada al futuro iluminado en sus opiniones, reservándose el derecho de llevarlo lentamente a las ideas de la secta o de servirse de ella hábilmente si sus opiniones eran irreductibles: «Así, escribió Mounier, los iluminados de intención pura, no conocían las verdaderas opiniones de los fundadores de esta Orden, o estaban como ellos, extraviados por una falsa doctrina. Creían que tenían una moral austera, y debían pensarlo, pues estos últimos repetían sin cesar que, para ser digno de contribuir a la felicidad de los hombres, era necesario que uno mismo tuviera una vida irreprochable, que esa felicidad no existía sin la virtud, y que la mejor lección que se podía dar de ello era la del ejemplo. Ignoraban lo que después se supo, que Weishaupt y sus amigos íntimos recomendaban actuar con disimulo para poder observar mejor».

Así es como Weishaupt logró, sin desenmascararse, agrupar en sus Iluminados a hombres con las ideas más dispares.

Estos hombres no habían dudado en pasar a formar parte de los Iluminados cuando se les dijo que se trataba «de interesar a la humanidad en el perfeccionamiento de su inteligencia, de esparcir los sentimientos humanos y sociales, de parar y de impedir los malos propósitos en el mundo, etc.», pero se habrían sorprendido enormemente si se hubieran encontrado todos juntos. Por esto, entre los Iluminados podemos encontrar: al obispo Háfelin (Filón), al profesor Franz von Baader (Celso), al famoso «explorador» Nicolai (Lucien), al barón ministro Wal-den- fels (Chabras), a los príncipes Luis, Ernesto y Augusto de Sajonia-Gotha, y a Carlos Augusto de Sajonia-Weimar (Timoléon, Walther y Eschyle), Théodore de Dalberg, príncipe obispo de Constance (Bacon), e incluso al duque Ferdinand de Bruns-wick (Aron), gran maestro de la Estricta Observancia Templaría, Zimmernann, Dietrich, de Mirabeau, etc. Tal sociedad, que podría haber vivido bajo un régimen francmasónico, no podía subsistir como secta. Si a este elemento de destrucción se le añade el germen más peligroso que aportaba un montón de afiliados incapaces e indignos, que fundaban sobre la Sociedad de los Iluminados toda clase de esperanzas egoístas o exageradas y la cubrían de oprobio, tristes adeptos, de los cuales algunos, como lo indican las actas de información, tenían tendencias positivamente malas, porque no entendían que bajo el nombre de luz no hubiera algo que no fuera la adquisición de los medios de minar el orden establecido y de expandir vagas doctrinas, y otros propiciaban que Weishaupt pudiera escribir: «Me encuentro privado de toda colaboración. Sócrates 73, que sería un hombre de gran valor, está continuamente borracho; Augusto tiene la peor reputación; Alcibiade 74 permanece todo el tiempo instalado al lado de la anfitriona por la que suspira, etc.», se podrá comprender fácilmente que con tales S. D., la sociedad de Weishaupt se derrumbaría fatalmente en cuanto las tinieblas de las que estaban rodeados los fundadores comenzaran a disiparse. Weishaupt lo presentía y escribió, en otra carta en la que habla de Merz (Tibére), que había intentado cometer una violación: «¿Qué diría nuestro Marco Aurelio (M. Feder) si supiera con qué clase de libertinos y de mentirosos se ha asociado? ¿No sentiría vergüenza de pertenecer a una sociedad cuyos jefes prometen tan grandes cosas y ejecutan tan mal el plan más bello?». Veremos más tarde cómo se produjo el derrumbe. Pero en la época en la que nos encontramos, en 1778-1779, las tinieblas no se habían disipado aún, y Weishaupt había conseguido reunir más de seiscientos afiliados, tanto en el mundo profano como en los distintos sistemas masónicos de Alemania, en particular en la Estricta Observancia, y deseaba ardientemente ganar adeptos para irrumpir a continuación en Francia.

Pero volvamos a los Elus Cohén, a Willermoz y a Saint-Martin, que todas estas digresiones sobre la política de los Filaletes y de los Directorios de la Estricta Observancia en el seno del Gran Oriente, así como sobre la formación de la Sociedad de los Iluminados, nos han llevado a abandonar en alguna medida.

Hemos visto cómo, desde la muerte de Martínez de Pasqually en 1774, se produjeron muchas escisiones en la orden de los Elus Cohén. Entre estos últimos, unos se volvieron a unir, con Willermoz, a la Orden de la Estricta Observancia Templaría, mientras que otros continuaron sus trabajos bajo la dirección del Tribunal Soberano de Caignet de Lestére, sucesor de Martínez de Pasqually75, y que Saint-Martin buscaba por su lado liberarse de los compromisos de Willermoz, en beneficio de un movimiento que no aparecía aún demasiado claro, pero que no tardaría en concretarse.

Estas distintas escisiones irían acentuándose cada vez más y más. Y es que el Gran Soberano de los Elus Cohén, Caignet de Lestére, que murió el 19 de diciembre de 1778 76 después de haber transmitido sus poderes al T. P. M. Francisco Sebastián de las Casas 77, no juzgó pertinente reanudar las relaciones rotas por los acontecimientos de los cuatro últimos años. En cuanto a Saint-Martin, después de haberse quedado por algún tiempo con la Orden de los Elus Cohén, se iría de ella definitivamente después de los acontecimientos que vamos a contar.

Se ha asegurado que Saint-Martin, teniendo que llevar su acción a lo lejos (?), «se había visto obligado a hacer ciertas reformas» en la Orden de los Elus Cohén 78. ¡Qué bien suena!, pero, además de que no se ve en virtud de qué autoridad pretendía Saint-Martin reformar una Orden de la que, no más que Willermoz, no tenía la dirección, mostraremos, puesto que se nos ha forzado a ello, el penoso resultado de estas tentativas de reforma.

Efectivamente, a partir de 1778, Saint-Martin no disimula ya sus verdaderas intenciones. Se dejan entrever claramente en algunas líneas de su «Retrato», escritas a propósito de los Elus Cohén de Normandía: Dumainiel, Wuherick, De Varlette, Félix, Duval, Frémicourt, etc.

Frémicourt —escribe— es uno de esos que ha estado (sic) lo más lejos en la orden operativa. Pero se ha retirado de ella por el poder de una acción bienhechora que lo ha iluminado. Yo no estaba lo suficientemente avanzado en ese género ni en ningún otro género activo, para jugar un gran papel en esta excelente sociedad, pero es tan bueno que se me ha colmado de amistad.

Esta acción benefactora, ¿no sería la de Saint-Martin? No nos parecerá imposible cuando hayamos confrontado estas líneas con las escritas por Saint-Martin a propósito de una visita a los Elus Cohén de Versalles:

Durante mi corta estancia en la ciudad de Versalles conocí a los Maestros Roger, Boisroger, Mallet, Janee, Mouet. Pero la mayor parte de estos hombres habían sido iniciados por las formas. También mis capacidades estaban un poco lejos de ellos. Mouet es uno de los que estaban más dispuestos a captarlos.

La confrontación de los dos pasajes anteriores nos muestra ya claramente la oposición que Saint-Martin hace de sus capacidades con la orden operativa, con el género activo y con la iniciación por las formas de los Elus Cohén.

M. Matter, que había constatado, en algunos fragmentos de actas de los Elus Cohén de Versalles, «una clase de terminología análoga a la de las logias masónicas», había interpretado la expresión «iniciados por las formas» como: «iniciados por ceremonias exteriores, quizá ceremonias demasiado análogas a las de las logias que le satisfacían tan poco» 79. Se ve que la verdadera interpretación es «iniciados por las manifestaciones sensibles obtenidas por medio de ceremonias».

Dos cartas extraídas de la correspondencia del P. M. Salzac, de Versalles, van a mostrarnos que nuestra interpretación es realmente la buena, pues esta visita a los Elus Cohén de Versalles, sobre la cual Saint-Martin pasa tan rápidamente en las notas de su «Retrato» que olvida mencionar el propio apellido del hermano Salzac, nos la cuenta en detalle este último en una curiosa carta cuyo contenido es este:

Altísimo, Respetabilísimo y Poderosísimo Maestro, he aquí algo del trabajo del Maestro abad, que podrá ser para vos de algún interés. Aún no se sabe qué volumen tendrá esto, a causa del desarrollo que puede darse a tal materia. Me daréis vuestra opinión y, si aceptáis, podría haceros llegar alguna otra cosa con las instrucciones del 15 80.

Os envío el billete del señor De las Casas; tiene su lugar marcado en vuestra casa, al igual que las historietas que os he enviado de Londres. No tenía ninguna explicación para esto cuando el señor De Saint-Martin vino a verme; así pues, es necesario que os lo cuente. Como no creyó que tuviera que confiarme qué es lo que le ha llevado a esas miras, como tampoco al hermano Mallet, que estaba presente, os agradecería mucho que nos informarais sobre este tema, si es que yo no os enseñara nada.

Parece ser, según este T. P. M., que estamos equivocados y que todas las ciencias que don Martínez nos legó están llenas de incertidumbre y de peligro, porque nos confían a operaciones que exigen condiciones espirituales que no siempre cumplimos. El hermano Mallet respondió que, en el espíritu de don Martínez, sus operaciones estaban siempre a medias para nuestra salvaguarda, o sea, dos contra dos, por decirlo como nuestro maestro, y que, por tanto, por poco que hiciéramos por llenar el quinto poder que el adversario no puede ocupar, tendríamos asegurada la ventaja. Pero elT. P. M. de Saint-Martin se atiene a este último poder y descuida el resto, lo que significa poner el carro delante de los caballos.

Lo hemos pedido que se pare a pensar que nunca nada autorizaría semejantes cambios o más bien supresiones; que siempre habíamos operado de esta forma con el propio don Martínez, y que en el presente solo podíamos felicitarnos por haber seguido sus instrucciones. Os ahorro el resto y las observaciones nada amables del hermano Mallet.

El M. de Saint-Martin no da ninguna explicación; se limita a decir que en todo esto hay algunas nociones espirituales de las que saca buenos frutos; que lo que tenemos es demasiado complicado y solo puede ser inútil y peligroso, puesto que no hay nada más seguro que lo sencillo y lo indispensable. Le he enseñado dos cartas de don Martínez que le contradicen en este aspecto, pero responde que ese no era el pensamiento secreto de D. M.; que la luz se hará en nosotros sin que haya necesidad de todo esto y que nuestras buenas intenciones son los garantes más seguros de que eso ocurrirá.

Que no es hacer objeciones, sino lo que siempre dijo el Gran Soberano, lo que nos ha probado con sus actos y lo que nos prueban todos nuestros trabajos. Para terminar, le hemos hecho saber que estábamos poco convencidos de querer seguirle en su camino. Al cabo de cuatro horas, se marchó muy descontento.

Esta carta no necesita comentarios. Aclara suficientemente los que hizo el señor Matter sobre la iniciación por las formas. Debemos añadir que no podríamos ver en el enfoque de Saint-Martin otra cosa sino el movimiento que le dictaba su conciencia. Sus ideas cambiaron muy poco a este respecto, puesto que en 1892 aún escribía:

No me importa lo que tiene que ver con estas vías exteriores más que como preludio de nuestra obra, pues nuestro ser, siendo central, debe encontrar en el centro en el que ha nacido todas las ayudas necesarias para su existencia. No os niego que en otro tiempo caminé por esta vía fecunda y exterior que es por donde se me abrió la puerta a mi carrera; quien me conducía por ella tenía virtudes muy activas, y la mayor parte de los que le seguían conmigo sacaron algunas certezas que podían ser útiles a nuestra instrucción y a nuestro desarrollo. A pesar de ello, durante todo ese tiempo me sentí tan fuertemente inclinado por la vía íntima y secreta, que esta vía exterior no me sedujo mucho más, incluso en mi más tierna juventud, pues fue a la edad de veinte años cuando se me abrió todo esto; también en medio de cosas tan atrayentes para otros, en medio de los medios, de las fórmulas y de los preparativos de todo género, a los que nos entregábamos, llegué a decir varias veces a nuestro maestro: «Maestro, ¿cómo es posible que sea necesario todo esto para el buen Dios?». Y la prueba de que todo eso no era más que sustitución es que el maestro nos respondía: «Nos tenemos que contentar con lo que hay».

No podemos, pues, reprochar a Saint-Martin que olvidara con demasiada facilidad que las vías exteriores le habían «abierto la puerta a su carrera».

La respuesta a la carta del hermano Salzac se ha perdido, desgraciadamente. Sin embargo, la segunda carta de este hermano va a darnos alguna idea de esta respuesta y va a revelarnos al mismo tiempo el enojoso resultado de las tentativas de Saint-Martin ante ciertos Elus Cohén. De esta carta, que está fechada el 3 de febrero del año siguiente, extraemos el siguiente pasaje:

... Mientras tanto, he podido saber con verdadera satisfacción que vos no habéis participado en las proposiciones del T. P. M. de Saint-Martin. Hace tres meses que recibí la conformación del P. M. de Calvimont y de algunos otros hermanos de L... de que este T. P. M. no tenía ningún derecho ni poder a este respecto. Estos hermanos se encuentran muy tristes por la mala situación en la que les han dejado desde hace dos años las novedades que siempre juzgué poco convenientes para nuestro bien.

Todo ha venido a confirmar mis temores, en cuanto que la reanudación de sus antiguos trabajos no les ha dado ninguno de los frutos que antes eran su alegría. Todo lo contrario. No me atrevo a escribir que hemos sido el hazmerreír de nuestros enemigos, pero no me queda más remedio que rendirme a la evidencia. Parecería que su conducta haya irritado profundamente a nuestros mayores y que los lazos que nos unían se hayan roto.

Esta es, pues, la gran faena del M. de Saint-Martin. En este desgraciado asunto, han sido las víctimas por poner su confianza en un hermano del que todos nosotros alabamos su virtud, pero cuyas grandes ventajas de espíritu prevalecen demasiado por encima de una estimación justa de nuestras necesidades y sobre una natural equidad. Hoy es notorio que las seductoras proposiciones de ese T. P. Maestro no eran más que los frutos de un espíritu mejor intencionado que maduro, y que los talentos que había recibido de ellos no era sino una nueva maquinación de nuestro enemigo. Latetanguis in herba, y la astucia siempre está presta, como en el relato que me hacéis de manera tan agradable de vuestro cordel, del que habría preferido una división por ocho, o por cuarenta y ocho, lo que, en mi opinión, es mejor aún.

Para concluir, se les ha aconsejado que se dirijan al Gran Soberano 84, que debe estar de regreso, si creo las noticias que llegan de Rouen, pues el P. M. Sustituto no ha querido hacer nada. Pensad en mí para vuestro cordón.

Vuestro muy fiel y devoto hermano, SALZAC 

En esta segunda carta se percibe más severidad con Saint-Martin. Nos muestra que, desde 1777, cierto número de Elus Cohén fueron seducidos por las proposiciones de un hermano cuya virtud, como dice Salzac, todos habían elogiado, y que como consecuencia esos Elus Cohén mantenían una «postura dura», ya que, poco satisfechos sin duda con los «frutos» prometidos por Saint- Martin, habían querido retomar sus antiguos trabajos y ya no obtenían «ninguno de los frutos que eran su alegría en otro tiempo». Pero pasemos a otra cosa.

Lo que interesa constatar es que la búsqueda de la vía central, la comunicación de sus talentos y el rechazo de las ceremonias y de las manifestaciones sensibles que acompañaban a estas ceremonias constituían los puntos más esenciales de la misión de Saint-Martin.

Como ha escrito el señor Matter, lo que efectivamente caracteriza a la etapa por la que pasó Saint-Martin después de que se separara de su maestro, es que concedió la mayor importancia y aplicó todas sus facultades a esta obra en la que las formas dejan paso al recogimiento, las ceremonias y las operaciones exteriores, a la meditación, a la elevación hacia Dios y a la unión con él. No quiere más sometimiento a los poderes y a las virtudes de la región astral. Y a este apostolado en las vías exteriores consagra su existencia y en él pone toda su ambición. Quiere tener éxito en esta empresa. Si quiere gustar, no es por su persona; es por sus propósitos de conquista, de vida espiritual, que busca al gran mundo. No se agita. Solo Dios es su pasión, pero también él es la pasión de Dios. Así lo dice, pues no tiene mala opinión de su persona. Al contrario. Piensa, por ejemplo, que su palabra directa ganará más almas que cualquier otro medio.

Esta es la razón por la que vemos que se aleja cada vez más de las reuniones masónicas y de las iniciaciones en cuya virtud ya no cree. Se le ve verdaderamente impacientado cuando se le habla de logias y, en cuanto a las tradiciones e iniciaciones, «no pueden», dice, «garantizarnos la comunicación pura, porque solo Dios puede concederla». No cambiará, pues veinte años más tarde, en 1797, aún podemos ver que responde de muy mala gana a un corresponsal que le pedía explicaciones sobre ciertos puntos de una de sus primeras obras:

La mayor parte de esos puntos se refieren precisamente a esas iniciaciones por las que pasé en mi primera escuela, y que he abandonado desde hace mucho tiempo, para entregarme a la única iniciación que realmente siente mi corazón. Si he hablado de esos puntos en mis antiguos escritos ha sido en el ardor de mi juventud, y por el dominio que había tomado sobre mí la costumbre cotidiana de verlos tratar y preconizar por mis maestros y mis compañeros. Pero no podría, hoy menos que nunca, estimular en un artículo a que alguien vaya más lejos, visto que me aparto cada vez más de todo ello.

A decir verdad, podemos asegurar que Saint-Martin jamás tuvo el sentido del método iniciático. Está convencido y le es suficiente con creer que convencerá a los demás sin mucho esfuerzo. En su apostolado abandona rápidamente a quienes presentan dificultades para «compartir sus objetivos». Los considera como «caprichos pasajeros» y no se da cuenta de que toda su misión consiste en buscar personas que piensen como él. También su vida es muy distinta de la de Martínez de Pasqually. Mientras que este último iniciaba lentamente y con el mayor secreto, Saint-Martin, que no inicia a nadie y que no tiene nada que esconder, multiplica sus viajes y opera a la luz del día en la sociedad más mundana. Esto es lo que ha llevado al señor Matter a escribir: «El hecho es que estaban más de acuerdo al principio que al final, y cuanto más hubieran permanecido juntos, menos próximos habrían estado el uno del otro. El discípulo difería de manera singular del maestro. Lejos de querer seguir su ejemplo, escondiendo su vida y vegetando en asambleas misteriosas, el Filósofo Desconocido aspiraba en realidad a ser el filósofo conocido».

Si su antiguo maestro es un verdadero teúrgo, Saint- Martin es un místico contemplativo a quien repugna todo género activo 89, o más bien, es un teósofo a la manera de Priscus de Molosse. Lo astral le asusta; separa con sumo cuidado a sus oyentes de sus lectores. El mismo se felicita por tener tan poco de astral; y, en cuanto a las operaciones teúrgicas, dice: «Me encuentro muy lejos de tener alguna virtualidad de ese género, pues mi obra gira toda ella del lado de lo interno».

Ya hemos dicho algunas palabras acerca de este interno o vida interior. Ciertos términos de las cartas del hermano Salzac nos obligan a volver a ello porque es interesante saber cuál era la teoría de esta vía interior y cuáles eran sus «frutos». Por explicar tan brevemente como sea posible estos dos puntos, nos limitaremos a citar un pasaje de una carta de Saint-Martin, fechada en 1793, y posterior, por tanto, en quince años a sus tentativas de reforma: «Todo depende de lo único necesario, del nacimiento del Verbo en nosotros. Añadiré mi opinión personal, y es que este centro profundo no produce por él mismo ninguna forma física; lo que me ha llevado a decir en el Hombre de deseo que el amor íntimo no tenía forma y que, por tanto, jamás hombre alguno ha visto a Dios. Pero ese Verbo íntimo, cuando se desarrolla en nosotros, influye y acciona todos los poderes de segundos, terceros, cuartos, etc., y su hecho produce sus formas, según los planes que tiene con respecto a nosotros; he aquí, en mi opinión, la única fuente de manifestaciones». Y añade: «Lo que he obtenido a través de ese centro se limita a movimientos interiores deliciosos, y a conocimientos muy dulces que se encuentran esparcidos en mis escritos, bien impresos, bien manuscritos. Mis esfuerzos distan mucho de haber conseguido un avance significativo en mi lucha por alcanzar ese centro, que más bien he percibido que tocado; tampoco he permanecido fijo en él como espero estarlo un día por la gracia de Dios. Desde estas afecciones centrales también he tenido experiencias físicas, pero en menor cantidad que cuando seguía los procedimientos de mi escuela, e incluso durante estas prácticas de mi escuela, experimentaba menos físicamente que la mayor parte de mis camaradas.

Pues me ha resultado fácil reconocer que mi parte intelectual se expresa más que mi parte operativa».

En efecto, esos «dulces conocimientos» los encontramos en las páginas de su Hombre de deseo, de su Hombre nuevo o de su Ministerio del hombre espíritu. En cuanto a lo físico, de lo que nos habla como de una continuación de sus afecciones centrales, queda alguna huella en las páginas más íntimas de su Retrato, autobiografía cuyo manuscrito aún no ha sido publicado íntegramente. De tal forma, sabemos que, estando en Luxemburgo, hacia 1779, tuvo una visión en la que se encontraban representados Moisés, la hermana de Moisés y una tercera persona: «La oscuridad reinaba en el orbe, la hierba se secaba en la tierra, los animales aullaban. Moisés, su hermana y otra persona que conozco, se dirigían de forma sucesiva hacia los cuatro puntos del horizonte. La tercera persona rezaba mucho y obtuvo por ello que se la preservara de los males que amenazaban al universo». El relato de esta visión es una aplicación del pasaje mencionado más arriba, en el cual Saint-Martin expone que el Verbo íntimo actúa sobre los poderes y hace que produzcan sus formas según los planes que tiene con respecto a nosotros.

Pero en este pasaje encontramos lo suficiente sobre la «vía interior». Creemos haber probado convenientemente que Saint-Martin se separó definitivamente del rito de los Elus Cohén. En nuestra reseña anterior llegamos a pensar que los hechos y la correspondencia que conocíamos de Saint-Martin, nos permitirían olvidarnos de las citas.

Solo hicimos una. Y tenía como fin el de establecer que a la edad de cincuenta y tres años, es decir, siete años antes de su muerte, Saint-Martin, al encontrar todos los días en las obras de su «queridísimo Boehme» los datos de los Elus Cohén, dejó que su pensamiento volviera hacia atrás, hacia esa escuela de Burdeos, en cuya logia habían transcurrido cinco años de su juventud y cuyos trabajos había abandonado con demasiada ligereza. Veamos lo que escribía: «Nuestra primera escuela tiene cosas preciosas. Estoy tentado incluso a creer que el señor Pasqually (sic), del que me habláis y que, puesto que es necesario decirlo, era nuestro maestro, tenía la llave activa de todo lo que nuestro querido Boehme expone en sus teorías, pero no consideraba que estuviéramos preparados para llevar esas altas verdades. También tenía puntos que nuestro amigo Boehme o no conocía, o no quiso mostrar, tales como el arrepentimiento del ser perverso, en el que el primer hombre estaba encargado de trabajar 92; idea que me parece aún digna del plan universal, pero sobre la que, sin embargo, aún no tengo ninguna demostración positiva excepto a través de la inteligencia. En cuanto a la Sofía o al Rey del mundo, no nos ha desvelado nada sobre ello y nos ha dejado con las nociones ordinarias, etc.». Y más lejos: «De todo esto resulta que podría salir un excelente matrimonio entre nuestra primera escuela y nuestro amigo Boehme. Es en lo que estoy trabajando, y francamente os confieso que encuentro que los dos esposos se complementan tan bien el uno con el otro que no sé de nada que pueda salir mejor; así pues, tomemos de ello lo que podamos; os ayudaré con todo mi poder».

Es difícil poder ver en este pasaje otra cosa más que lo que encontramos en él, el intento de colación por parte de Saint-Martin de las teorías de Boehme y de las de su primera escuela: «Tomemos de ello lo que podamos», dice. Si nos damos cuenta de que este pasaje es del 11 de julio de 1796, podremos mostrar nuestro asombro ante el hecho de que uno de nuestros críticos no haya dudado en apoyarse en él para atacar lo que hemos escrito sobre el movimiento separatista comenzado por Saint-Martin en 1777. Este crítico podía haberse tomado la molestia de informarse sobre la existencia de una carta posterior, del 19 de junio de 1797, en la cual Saint-Martin dice al barón de Liebisdorf «que ha dejado desde hace mucho tiempo las iniciaciones de su primera escuela para entregarse a la única iniciación que realmente es tal, según lo siente mi corazón».

El hecho es que Saint-Martin se interesó cada vez menos por esas iniciaciones y por esas operaciones a las que se le había «entregado» durante tanto tiempo. Es más, nunca dejó de proscribirlas y, en suma, fue un adversario irreductible de lo que se llama ciencias ocultas.

Por su parte, los Elus Cohén, que habían permanecido fieles a las ciencias masonas, se quedaron naturalmente tan poco satisfechos con una propaganda que hacía tambalear la confianza de los émulos en los trabajos tradicionales, como con la actitud que Willermoz mantuvo con respecto a los asuntos de la Estricta Observancia. El 16 de agosto de 1780 escribieron al Gran Soberano De las Casas, sucesor de Caignet De Lestére, sobre este asunto. Le recordaban la carta del Tribunal Soberano, que había quedado sin respuesta a consecuencia de la muerte del hermano Caignet, y le pedían que tomara medidas con el fin de salvaguardar los intereses de los distintos orientes, puesto que ciertos hermanos, abusando del respeto que siempre se les había testimoniado, querían hacer prevalecer sus miras particulares en los trabajos de los templos y no temían que se inmiscuyeran otros poderes en los asuntos de la Orden. Insistían sobre todo en la necesidad que tenían de tomar posición en la política masona a causa de la falsa situación en la que les situaban las intrigas del hermano Willermoz. Se adjuntaban a esta carta tres actas detalladas de los hechos que hemos expuesto, y de los documentos anteriores a 1760, de los que no vamos a hablar aquí, pero que apoyaban una petición presentada por ocho orientes del reino.

De las Casas, que en esta época se encontraba en Bolonia, Italia, adonde se le había obligado a desplazarse por diversos asuntos, respondió meses después con una carta larga en la que examinaba una por una las quejas y las peticiones que se le habían dirigido. Con respecto a las primeras decía: «No quiero sino ajustarme a los principios de mis antecesores. Es la conducta más sabia; es la que me dictan mis propios compromisos. Todos nuestros sujetos son libres y, si acaban por faltar a las cosas de la Orden, se dan a sí mismos una justicia plena y entera, puesto que se privan de todas las ventajas que acompañan a esas cosas, y no pueden ya trabajar más que sobre su propio fondo y por su cuenta y riesgo, sin muchas posibilidades de conseguir verdad alguna que no esconda una trampa cruel. Pues si cada uno es libre para irse, si se cree liberado de toda obligación hacia la cosa, os digo que no está en mi poder actuar a favor de quienes se han dejado seducir por la Orden. Es la costumbre; es así como han actuado todos mis predecesores y por razones más importantes delante de las cuales me inclino y me inclinaré siempre en interés de la Orden, por mucha aflicción que pueda sentir por el sufrimiento de un sujeto». A continuación, el Gran Soberano examinaba la petición de los ocho orientes, y añadía: «Así pues, si lo juzgáis necesario para vuestra tranquilidad, podéis comenzar a mantener correspondencia con los Filaletes, siempre y cuando esos acuerdos no entrañen nada hete- róclito. Y puesto que los desplazamientos del T. P. M de T... no le permiten llevar consigo vuestros archivos, dejadlos en depósito en casa del señor De Savalette. Lo haréis bajo los sellos ordinarios. La correspondencia y los planes mensuales, así como los catecismos y ceremonias de los distintos grados, deben ir lacrados con su oriente particular. Los planes anuales, los cuadros y sus invocaciones, así como las distintas explicaciones generales y secretas, deben llevar mi rúbrica o, en su defecto, la del P. M. Sustituto Universal que adelanto en el mismo correo».

Así fue como, en el transcurso de 1781, los archivos de los Elus Cohén fueron dejados en depósito en casa del hermano Savalette De Langes, guarda del tesoro real y presidente de los Filaletes, que también era el conservador de los archivos de su régimen. Veremos más adelante lo que fue de los distintos archivos durante la tormenta revolucionaria.

Volvamos a la Estricta Obervancia, esta se encontraba en un gran aprieto. Sus miembros, después de haber sido engañados por Stark (Eques ab aquila fulva) y estafados por el famoso Gugomos (Eques a cygne triumphante), que se había otorgado a sí mismo los títulos de duque, gran sacerdote de la Santa Sede de Chipre y enviado por los Superiores Desconocidos para reconstituir la orden y poner a disposición de quienes formaban parte de ella las ciencias más secretas de los antiguos templarios, se habían visto constreñidos a buscar en Escocia, en Suecia e incluso en Italia las fuentes de la sabiduría masónica. Los diputados que fueron enviados a Escocia volvieron diciendo que los masones de Oíd Aberdeen ignoraban completamente que fueran depositarios de los secretos y de los tesoros de los templarios. Entonces, el duque de Brunswick delegó al hermano De Wáchter para que se entrevistara con el secretario del pretendiente Estuardo, Aprosi, que se encontraba en Florencia, con el fin de obtener información sobre los Superiores Desconocidos y sobre los famosos tesoros de los templarios, pero el delegado escribió desde Florencia diciendo que todo lo que se había contado a este respecto era pura fábula y que Aprosi ignoraba de qué se trataba.

El duque Ferdinand de Brunswick pensó entonces en fusionar la Estricta Observancia con el sistema templario sueco. Su proyecto no obtuvo la ratificación de las prefecturas, las cuales querían que previamente se les aclararan las atribuciones sobre el gran dominio. A pesar de esta oposición, el duque de Brunswick hizo prevalecer su voluntad en la asamblea de Wolfenbüttel, en 1778, y la fusión pareció un hecho consumado. Sin embargo, por el lado de Alemania, la mayor parte de las logias, siguiendo en esto una política análoga a la de los Filaletes, habían tomado tantas precauciones contra una nueva dominación extranjera, que el orgulloso y envarado duque de Sur- demanie, gran maestro del sistema templario sueco, se sintió herido en su amor propio. No obstante, la fusión se llevó a cabo en septiembre de 1779. Tuvo una corta duración, pues en Alemania se la acogió con gran desconfianza, compartida por el propio duque Ferdinand, después de que, con el fin de recibir más información, realizara un viaje a Suecia, donde solo encontró algunas adiciones o modificaciones insignificantes a la historia de la Orden, ceremonias sin importancia y ningún documento auténtico.

La Estricta Observancia se aproximaba a su final. A pesar de los considerables sacrificios de dinero y de tiempo que hizo un gran número de hermanos, tanto para mejorar la vida de las logias como para la realización del proyecto interior de la institución; a pesar de que el duque Ferdinand, en particular, prodigara el dinero a manos llenas, las logias en general eran poco visitadas, pues muchos hermanos pensaban que su organización no era más que un reglamento impuesto. Los trabajos se hacían sin armonía y carecían generalmente de un móvil vivificante. Los hermanos no tomaban la palabra más que en las grandes ocasiones. No siempre se observaba la severidad necesaria durante las recepciones y las elecciones, y de ordinario el rango o la fortuna valían por toda recomendación. Se sabía muy poco de la verdadera historia de la Francmasonería, y se estaba más que hastiado de la Orden de los Templarios y de sus Superiores Desconocidos, de los que usaron y abusaron todos los aventureros de paso en las provincias.

Como si los problemas no fueran aún lo suficientemente grandes, Starck acabó de rematar la jugada al publicar el sistema completo de la Estricta Observancia en un escrito titulado La pierre d'achoppement et le roe de scandale (El escollo y la roca de escándalo) (1780), en el que atacaba a ese sistema por hostil a los gobiernos y por sedicioso.

Las quejas no tardaron en hacerse oír en las provincias, y los Filaletes, que consideraron que la ocasión era favorable para desacreditar en Francia a la Estricta Observancia, pusieron a sus afiliados en movimiento. Los de la provincia de Borgoña fueron los primeros en pedir a la dirección de Brunswick que se convocara rápidamente un convento encargado de resolver definitivamente la cuestión templaria. Pero las indecisiones del Gran Maestro hicieron que todo el proceso se alargara. La apertura del convento pasó a fijarse de 1780 al 5 de octubre de 1781, en principio, y después, para Pascua de 1782 y, por fin, para el 16 de julio, en Wilhemsbad, cerca de Hanau.

Sin embargo, también los Iluminados de Weishaupt decidieron jugar un papel en el convento y aprovecharse de la desorganización de la Estricta Observancia para reclutar nuevos afiliados. En noviembre de 1780, Weishaupt comenzó a mantener correspondencia con un tal barón De Knigge, quien, siendo aún un muchacho, había sido recibido en 1779 en una logia de la Estricta Observancia en Cassel y alimentaba un gran descontento. Knigge consideraba la Estricta Observancia de entonces como un verdadero engaño, y escribía: «El trabajo de perfeccionamiento moral se encuentra totalmente descuidado y, como no nos anima ningún afán, ningún espíritu corporativo, como nos reunimos raramente, nos vemos poco o, al menos, no nos reunimos amistosamente y con franqueza, no nos conocemos, y no influimos en los corazones. En los grados inferiores cada uno siente la mediocridad de su papel; solo sueña con elevarse, siempre está descontento hasta que consigue poder llevar la sortija (de caballero), y entonces en su corazón se levantan nuevas ambiciones para las dignidades y la felicidad de la Orden».

Esperaba encontrar algo mejor en la Orden de los Iluminados. Weishaupt se lo daba a entender, y cada una de sus cartas exaltaba cada vez más la imaginación y la actividad de Knigge para la prosperidad de la Orden. Pero cuando Knigge reclamó la exposición de todo el sistema, Weishaupt se vio obligado a confesarle que ese sistema solo era aún un proyecto, pero le dijo también que estaba totalmente dispuesto a contar con él como el cooperador más hábil que había encontrado hasta ese momento, etc. Esto halagó a Knigge, que no insistió más y se fue a visitar a Weishaupt en 1781.

En la entrevista de los dos cooperantes, se decidió que Knigge trabajaría en la elaboración del sistema incorporándole a las logias francmasónicas, en cuyo seno se buscaría acomodar a la mayoría de los Iluminados 98. Para terminar, a Knigge se le encomendó la misión de representar a la Orden en el convento que iba a celebrarse en Wilhemsbad, y de realizar todas las propuestas necesarias a los hermanos que asistieran a este convento, de los que pudiera esperar que aprobaran el plan proyectado.

El convento se llevó a cabo efectivamente en Wilhemsbad el 16 de julio de 1782, bajo la presidencia del duque Ferdinand de Brunswick (eques a victoria), gran maestro del sistema templario. La dirección central de la Orden interior se había visto obligada a ceder a las numerosas peticiones de las provincias, pero contaba con poder vencer ampliamente, gracias a los antagonismos que se manifestarían en el seno de la asamblea, y gracias a la ventaja que le daba la presidencia. Todos los puntos que debían ser adoptados habían sido deliberados con anterioridad, durante los doce meses de prórroga que precedieron a la apertura del convento, y la dirección central estaba dispuesta a conseguir su fin por todos los medios posibles.

Para no descuidar nada, comenzó por eliminar sistemáticamente a todos los que consideraba que habían venido al convento con intenciones opuestas a las suyas. Así pues, negó la entrada a los representantes de la Logia Madre de la Croissante aux trois clefi (Creciente de las tres llaves), de Ratisbona, y al marqués de Chefdebien, representante de los Filaletes, y se hizo todo lo posible para no recibir a los delegados de diversos directorios. Además, la Gran Logia de Francia y la de Inglaterra, el Gran Oriente de Francia y la Gran Logia Nacional de Alemania, como tampoco la de Suecia, pudieron estar representadas en el convento. La Grande Loge aux Trois Globes Terrestres (Gran Logia de los Tres Globos Terráqueos) de Berlín o, más bien, los miembros de una de sus logias, la de Frédéric au Lion d’Or (Federico del León de Oro), se contentaron con enviar una memoria en la cual se ofrecían a desenmascarar a los Superiores Desconocidos, comunicar el verdadero ritual de la alta masonería, y se pronunciaban sobre una asociación con los rosacruces. Pero este escrito se adjuntó a las actas sin más, y el convento decidió que, habiendo renunciado a todos los Superiores Desconocidos, esta proposición se pasaría por alto en el orden del día. De esta forma se zanjó una de las cuestiones expuestas en el convento, a saber: «¿Tiene la Masonería Superiores Desconocidos; quiénes son; cuáles son sus atribuciones; consisten en mandar o en instruir?». El resto de las preguntas no encontraron unanimidad semejante. La presidencia dejó pasar gran número de ellas en silencio, pero, no obstante, tuvo que pararse en la que era el objeto principal del convento, a saber: «¿La Orden de la Estricta Observancia desciende de los Templarios?».

Esta pregunta se debatió en la asamblea durante cerca de veinte sesiones. El hermano Ditfurth de Wetzlar declaró totalmente insuficientes las pruebas que se habían presentado con el propósito de establecer que la Orden descendía de los Templarios, y añadía: «Sería totalmente ridículo e inoportuno resucitar la Orden Templaría en una época en la que un monarca iluminado (José II) se encarga de hacer desaparecer los últimos vestigios». El hermano Bode (eques a litio convaltium), hombre de inteligencia muy activa, a quien la Estricta Observancia debía la mejor parte de lo que en ella había de bueno, proponía, por su lado, que se remodelaran todos los grados que no fueran los tres primeros en un sentido más liberal y que se pusiera fin a cuentos que no tenían ningún fundamento. Decía: «En estos tiempos de confusión casi general, confusión que se lo ha puesto muy fácil a más de un apóstol desconocido, parece ser que no han asentado la paz, sino la espada. Y sobre todo han extendido una desconfianza tan general que alcanza a la misma base de la Orden. Quiero decir que se ha llegado a la certeza casi unánime de que el sistema de la Orden, tal como ha sido llevado desde hace dieciocho años, no era más que una pura invención de Ab Ense (de Hund), y que Ab Ense, que no había recibido en su recepción más que una parte de la historia del verdadero origen de la Francmasonería, había descuidado los verdaderos medios que tenía para instruirse y había sido lo suficientemente desconsiderado como para sentenciar por sí mismo y suplir la historia y la explicación de los jeroglíficos, inventando un sistema que levantaba las sospechas de todos los gobernantes». Casi todos los hermanos estuvieron de acuerdo en que, efectivamente, era necesario reformar los altos grados y la organización general de la Orden, pero difirieron sobre el sentido de esta reforma. De Beyerlé pedía que se abrogasen todos los grados superiores en los tres primeros grados, incluido el Orden Interior Templario, y que las logias se volvieran libres para administrar como lo consideraran pertinente y para disponer de sus contribuciones; Di- tfurth, que se añadiera simplemente a los tres primeros grados un cuarto grado en el que se enseñara todo lo que se refiriera a la francmasonería; también pedía que en un futuro se admitiera a los judíos. Sus proposiciones fueron apoyadas por Knigge. Willermoz era de la opinión de que se mantuviera el orden interior, pero que se legitimaran las rectificaciones del convento de Lión, aceptando de manera general el de Caballero de la Beneficencia. Moth y Diethelm Lavater, que se consideraran las distintas confesiones cristianas, etc.

Las diversas proposiciones de todos estos hermanos fueron mantenidas y defendidas por turno por la multitud de representantes suizos, franceses, italianos, alemanes y rusos, y la asamblea fue un poco tormentosa, pues la dirección central de Brunswick, que miraba como sediciosas todas las peticiones de aclaración y de reforma, no tenía ninguna intención de calmarla con concesiones humillantes para los jefes del sistema. Sin embargo, como era necesario llegar a una solución y la discusión amenazaba con eternizarse, el hermano Bode propuso abandonar el fondo de la cuestión y contentarse con decidir modificaciones conformes al espíritu del siglo y que favorecieran a todas las religiones. Esta proposición fue la señal de una suerte de transacción, a la que se suscribió la dirección central que había contado con el cansancio de la asamblea. En esta transacción, en la que se hizo un gran esfuerzo por contentar a todo el mundo, sin que, por cierto, se llegara a satisfacer a nadie, se estableció, a favor de Bode, de Knigge y de Beyerlé, que las logias guardarían su administración interna, pero se decidió, en favor de Ditfurth, que los tres grados simbólicos trabajarían bajo la supervisión del cuarto grado, el de Maestro Escocés que, para contentar a Willermoz y a Dicthelm Lavater, se transformó en el de Caballero de la Beneficencia, practicado en Francia y en Suiza desde 1778, decretando, no obstante, que si motivos personales así lo requirieran sería posible a todas las provincias y prefecturas no hacer uso de este grado. Por último, se satisfizo a la dirección central y los partidarios templarios, en cuanto que el grado de Caballero de la Beneficencia conllevó en lo sucesivo una enseñanza histórica en la que se establecía la conexión de los tres primeros grados con la orden templaría representada por la orden interior y sus dos grados: el Novicio y el Caballero Templario, subdividido en cuatro grados: eques, armiger, socius y profes.

Lo importante fue redactado en la capitulación siguiente, que firmó el duque Ferdinand de Brunswick, tomando el título de eminencia en su calidad de Gran Maestro:

A los tres grados simbólicos de la Masonería se añadirá un único grado, el de Caballero de la Beneficencia. Este grado debe ser considerado como el punto de comunicación entre el orden exterior y el orden interior.

El orden interior debe estar compuesto por dos grados de Novicio y de Caballero. Los oficiales de las logias pueden formar el comité de la logia, y preparar en ella las cuestiones que haya que tratar. No se examinará si están revestidos con los grados escoceses. En cada distrito, la Logia Escocesa debe ejercer una vigilancia inmediata sobre las logias simbólicas. Deben ser conservadas las decoraciones de la orden interior ",

De esta forma, como ha señalado Eckert, el resultado real del convento de Wilhemsbad fue una transacción temporal entre los diversos sistemas. Siempre dejando al sistema de la Estricta Observancia la dirección general, se concedió al sistema de la Late Observante (Extensa Observancia) la independencia de administración de las logias. Así difícilmente se logra comprender que la mayor parte de los autores hayan podido suponer que el convento decidió destruir la Estricta Observancia Templaría, cuando del examen de las operaciones de este convento se desprende que se evitó resolver la cuestión templaría, y que la dirección de Brunswick se contentó con conceder algunas reformas administrativas. Si el sistema templario fue destruido casi por completo fue porque la mayor parte de los hermanos salieron del convento muy poco satisfechos e inquietos por la actitud de los directores cuando en Suiza la república de Berna ya proscribía la Estricta Observancia y cerraba todas sus logias 10°. Muchos de ellos, y en particular los hermanos De Virieu y de Haugwitz, se fueron del convento diciendo que existía una conspiración sorda a la que la religión y la autoridad no podrían plantar cara. El primero se contentó con no formar más parte de la Estricta Observancia, pero el segundo atacaría violentamente más tarde a todas las sociedades masónicas. Knigge afilió a un gran número de miembros a los Iluminados de Weis- haupt, entre ellos a Ditfurth, con el nombre de Minos, y Bode, con el nombre de Amelius. De Beyerlé dejó directamente la Estricta Observancia para entrar en los Filaletes a favor de los que escribió su famoso De Conventu latomo- rum apud aquas Vilhelminas prope Hanoviam oratio, obra que dedicó a criticar las operaciones del convento.

Fue una vasta desorganización. Muchas provincias se negaron a adoptar las conclusiones del convento. Las logias de Polonia y de Prusia practicaron, las primeras, el Rito Escocés Rectificado de De Glayre, y las segundas, los sistemas de Zinnendorf o de Wólener 101. Las logias de Hamburgo y de Hanover adoptaron el sistema de Schrb- der, y las de la Alta Alemania se unieron al sistema ecléctico establecido por Ditfurth 102 o contrajeron alianzas con los Iluminados de Weishaupt. Rusia se dividió entre los distintos sistemas suecos, ingleses o de Mélesino. El príncipe Du Gagarin, que había asumido la presidencia de la logia directoral, se vio obligado a autorizar el uso del antiguo y del nuevo sistema de la Estricta Observancia, dejando a los hermanos la tarea de resolver cuál de los dos era el mejor.

Resumiendo, en realidad el nuevo régimen templario rectificado no fue adoptado en el extranjero más que en la provincia de Lombardía (1783-1784), por los dos directorios helvéticos (1783) 103, por el de Hesse-Cassel y por una logia de Dinamarca (1785), pues hay lugar para pensar que la logia central de Brunswick, Charles d la colarme couronnée (Carlos de la columna coronada), la de Dresde, la de Praga y la de Bayreuth, continuaron manteniendo el antiguo sistema.

En Francia, las provincias de Auvernia y de Borgoña fueron las únicas en practicar el nuevo sistema. De las otras dos provincias, una, la Occitana ya no existía; en cuanto a la otra, la de Septimania, reducida a los ocho miembros de la logia de Montpellier, que en 1781 había llegado a un acuerdo con el Gran Oriente de Francia, parece ser, por los documentos que nos han llegado, que no practicó más ni el antiguo ni el nuevo sistema. Incluso, en 1782 cinco de sus miembros, los hermanos Vin- cendi, Pierrugues, Dessalles, Selignac y De Bonnefoy, que desde 1780 estaban afiliados a los Filaletes, que habían comenzado a negociar con los Elus Cohén de Avig- non y que estaban deseosos, en cambio, de suspender toda relación con los directorios, presentaron su dimisión y se pusieron de acuerdo con el templo de Avignon para una afiliación que tuvo lugar al año siguiente, el día 23 de febrero 104. Un pasaje de la declaración que hizo en esta circunstancia el hermano Pierrugues nos ha permitido conocer la opinión de los cinco miembros dimisionarios sobre el convento de Wilhemsbad y sobre la administración del directorio de Auvernia, opinión que viene a corroborar las antiguas protestas de la Logia provincial de Lión durante los tratados de 1778. Veamos ese pasaje:

Yo había presentado con detalle las múltiples preocupaciones que esta correspondencia nos proporcionaba. Ya que la mayor parte de nuestro círculo, considerando que ya no formaba parte de un sistema que se había vuelto más insoportable por las reticencias de la última asamblea, tuvimos la aspiración de que cada uno se ocupara de sus propios asuntos, sin querer imponer a los demás sus debilidades y sus incertidumbres. No intentábamos conocer a los miembros a los que Prothiére y Willermoz hicieron una recepción irreflexiva, sin tener en cuenta sus imprecisas opiniones sobre los sujetos más dignos de respecto, con el vano pretexto del crédito que esas recepciones podían darles. Recordaba las últimas dificultades y el compromiso tomado por los Directorios de mantener la disciplina en sus logias para que jamás hubiera lugar a que el gobierno político pudiese hacer en la primera ocasión ningún reproche al Gran Oriente de Francia. El Maestro Dessalles no quería ya encargarse de los envíos y nadie quiso encargarse de ellos después de él, etc.

Llegados al año 1784, vamos a estudiar las causas que llevarían, en primer lugar, al debilitamiento de los Directorios templarios y, a continuación, a su destrucción. Estas causas son dos. Ya hemos estudiado una de ellas en la lucha mantenida por los Filaletes del Gran Oriente de Francia por la autonomía de la Masonería nacional contra la hegemonía de la logia directoral de Brunswick; lucha que, en razón de la poca importancia de los directorios franceses, llevaría fatalmente a la fusión de estos con el Gran Oriente.

En el extranjero fue totalmente distinto y, aunque la Gran Logia de Alemania se hubiera comprometido, por el artículo IX de su tratado, con la Gran Logia de Inglaterra a destruir la Estricta Observancia 105, la verdadera causa de la caída de los directorios templarios extranjeros reside en el descrédito que la Orden de los Iluminados echó sobre estos territorios como consecuencia de los escándalos de 1784 y de las investigaciones de 1785, tal como vamos a ver.

Desde el convento de Wilhemsbad, la Orden de los Iluminados había experimentado grandes progresos. Tanto en las logias de la Estricta Observancia como en las de los otros sistemas, había conseguido reclutar cerca de dos mil miembros. Pero, como ya hemos expuesto más arriba, el iluminismo encerraba en su propia constitución el germen de su perdición. Weishaupt, al trabajar en su organización, había puesto como base y como modelo la constitución y las formas sociales de la Orden de los Jesuitas; también él había adoptado el principio de que el fin justifica los medios106. Sin embargo, esta constitución despótica estaba no solo en oposición con el ideal que soñaba el fundador, sino que era, además, impracticable. La vigilancia mutua y la comunicación a los Superiores Desconocidos de las observaciones recogidas engendraron el espionaje, la desconfianza y la hipocresía. Pronto se mezcló con todo ello la delación y, habiendo llegado al conocimiento público ciertos hechos escandalosos, el editor Strobl, el canónigo Danzer y el profesor Westenrieder (Pitágoras) montaron en cólera contra los Iluminados y contra los francmasones que los recibían en sus logias.

Para colmo de males, Knigge, el cabecilla del Ilumi- nismo, que acababa de pelearse con Weishaupt y que había renunciado a tomar parte en el futuro de sus intrigas, se puso a criticar amargamente el sistema de los Iluminados, reprochando públicamente a Weishaupt los servicios que le había prestado y jactándose de haber escrito, para satisfacerle, contra los rosacruces, que nunca le habían hecho daño.

Los Rosacruces de Baviera, de cuyos trabajos alquími- cos y teúrgicos se había burlado Weishaupt tan a menudo que calificaba de viles supersticiones, y los Rosacruces de Prusia, de los que Weishaupt, a través de Knigge, había logrado su rechazo en las conclusiones del convento de Wilhemsbad, se pusieron rápidamente de su parte. Por otro lado, la Logia Madre de los Tres Globos de Berlín notificó a través de una circular de 1783 que excluiría de su asociación a todas las logias que degradaran la Francmasonería introduciendo en ellas los principios del Ilu- minismo. Para terminar, el 22 de junio de 1784 apareció una ordenanza del Elector de Baviera prohibiendo formalmente toda confraternidad secreta.

Ya que el Elector había incluido la Masonería en la proscripción con la que golpeaba al Iluminismo, la logia de Munich, Théodore au Bon Conseil (Teodoro del Buen Consejo), dirigió a sus miembros y a todas las logias de su correspondencia una circular por la que se justificaba de las acusaciones que se habían levantado contra ella. Su único pecado era el de haber recibido en su seno a hermanos cuyas intenciones ignoraba y haber contraído afiliaciones con una sociedad cuyo fin loable había creído. Al mismo tiempo, anunciaba su disolución.

A partir de esta época no hubo más logias francmasónicas en Baviera. Este resultado de la alianza iluminista era ya suficientemente irritante cuando, en julio de 1785, se encontró sobre un iluminado llamado Sanze, después de que le alcanzara un rayo, una instrucción en la que destacaba que se le había encargado, en calidad de agente secreto de los Iluminados, viajar a Silesia y allí visitar las logias e informarse sobre muchos puntos; entre otros, lo que esas logias pensaban de la persecución de los francmasones de Baviera. Este descubrimiento de la actividad clandestina de una Orden prohibida fue la señal de una investigación general, en la que se pudo oír como testigos a los hermanos Utzschneider, consejero en Munich, al académico Grünberger, Cassandey, Renner, y al profesor Westenrieder que, habiendo abandonado recientemente la Orden de los Iluminados, testificaron delante de una comisión privada. Se hicieron muchos registros domiciliarios por orden del Príncipe Elector, a consecuencia de los cuales Weishaupt fue condenado al destierro; los iluminados Fischer, Drexl y Duschel fueron destituidos de sus cargos, y otro gran número, depuestos y encarcelados.

Los días 11 y 12 de octubre de 1786 la justicia bávara hizo una visita domiciliaria a Zwackh, uno de los más íntimos afiliados de Weishaupt y quien le había proporcionado los medios para embaucar al hermano Baader, venerable de la logia Teodoro del Buen Consejo. Este registro llevó al descubrimiento de un cofrecillo escondido en el sótano; en él se encontró una parte de los archivos de la Orden y muchas cartas originales de Weishaupt. Se descubrieron otros muchos documentos comprometedores en el castillo del barón de Bassus (Haníbal), en casa del consejero Massenhausen (Ayax), etc.108. Fue en uno de esos registros donde se incautaron de la siguiente carta 109, carta que permitió a la justicia librar de su culpa al profesor Franz von Baader, totalmente inocente de todas las maniobras de Weishaupt.

A mi amigo Marius:

Mi corazón se encuentra tan desazonado que me impide descansar y puede llevarme a cometer una locura. Me han amenazado con que puedo perder mi honor y mi reputación, las dos únicas cosas por las que yo tenía poder sobre nuestras gentes. Mi cuñada está embarazada; ya hemos intentado toda clase de medios para arrancarle el niño; ella misma estaba dispuesta a hacer todo lo necesario. Euriphon es muy tímida, pero no veo otra salida. Si pudiera estar seguro del silencio de Baader, podría sacarme de apuros, como me lo prometió hace tres años. Habladle de esto, si creéis que se puede hacer algo en esta coyuntura. Nadie sabe nada de lo que ocurre, excepto vos y Euriphon. Todavía hay tiempo para intentar algo, pues solo está de cuatro meses. Lo que resulta más desolador es que se trata de un crimen; esta consideración debe comprometeros a hacer un esfuerzo desesperado por encontrar una solución definitiva.

Weishaupt, acusado de haber seducido a su cuñada después de la muerte de su mujer y de haber hecho abortar el niño cuyo padre era él, se dio a la fuga. El estado prometió una recompensa a aquel que pudiera entregarlo, y publicó los diferentes documentos de la investigación y la lista de los afiliados a la Orden.

Como consecuencia de estas revelaciones, gran número de personas que habían figurado entre esos afiliados, renegaron de la Orden. No se perseguía a los personajes eminentes, como el conde de Pappenheim, el duque Ferdinand de Brunswick, los condes Scelfeld, de Hólles- tein, etc., a los que los protocolos no mencionaron, como tampoco lo hicieron las declaraciones de los testigos a este respecto. Pero en cambio, muchos francmasones muy estimados, como Franz von Baader, fueron agobiados por la justicia por hechos cuya existencia jamás había sospechado.

Este deplorable asunto supuso un gran descrédito para la Francmasonería, cuyos principios, sin embargo, no tenían, como decía el mismo Weishaupt, ninguna relación con los del Iluminismo. Los gobiernos comenzaron a inquietarse y a recelar, más o menos con razón, de los tejemanejes revolucionarios de todas las sociedades secretas. Después de las logias francmasonas de Baviera y del estado de Bade, los directorios templarios en los que se había notado las numerosas afiliaciones en la orden de los Iluminados, fueron los primeros en ser perseguidos. El directorio helvético ya había sido cerrado cuando en 1786 una ordenanza del rey de Cerdeña provocó la disolución del directorio de Lombardía y el cierre para siempre de todas las logias de su incumbencia en la séptima provincia. Unicamente el emperador José II, aunque cerró los establecimientos templarios de Austria y de los Países Bajos, continuó tolerando las logias francmasonas, pero redujo considerablemente el número de ellas.

No obstante, persistieron algunos vestigios de los Iluminados que continuaron reuniéndose en algunas ciudades de Alemania del norte. Weishaupt había encontrado asilo en Gotha. Ignoramos si continuó con su propaganda, pero sabemos que el iluminado Bode (Amélius) fue a París para asistir al convento abierto por los Filaletes, y que presentó en él una memoria en la que recordaba las persecuciones a las que habían sido sometidos los Iluminados, negaba que su doctrina fuera criminal y declaraba que no admitían más que los primeros grados y abandonaban los demás, como si fueran obra de los Jesuítas.

Se ha dicho que Bode y De Busch habían ido a París para hacer prosélitos y que si acudieron al convento de los Filaletes fue para representar un papel en la asamblea, análogo al que el iluminado Knigge había jugado en el convento de Wilhemsbad. No es tan descabellado pensar que así fue, y no es imposible que Bode hablara de los Iluminados con el propósito de sondear las disposiciones de los Filaletes y de darse cuenta de si podría llevarlos al iluminismo, como Knigge había hecho con la mayor parte de los templarios de la Estricta Observancia. Pero en este caso, pronto debió renunciar a toda esperanza, pues los Filaletes no tenían ninguna intención de imitar a sus adversarios en prejuicio de la Francmasonería francesa. Las declamaciones sobre la felicidad de los salvajes, sobre los males producidos por el orden social, sobre el inconveniente de la división de las propiedades, etc., habían pasado de moda hacía tiempo; Bode no habría podido elegir un lugar menos propicio que la ciudad de París para proveerse de aficionados a la vida patriarcal, y dirigiendo sus discursos contra los altos grados y contra el engaño de sus enseñanzas en particular a los masones Filaletes, grandes partidarios de las ciencias masonas y aliados de los Elus Cohén y de los Filósofos escoceses, solo podía conseguir, evidentemente, un fracaso. Pues si los Filaletes sabían desde hacía mucho tiempo a qué atenerse sobre los altos grados de la Estricta Observancia que tanto habían indignado a Bode, tenían también, sin duda, suficientes razones para respetar sus propios altos grados y los de sus aliados. Pero la verdad es que los amigos de Bode confirman que quedó muy descontento por la poca diligencia que mostraron los francmasones de París para secundar sus proyectos y para que no se oyera hablar más ni de los Iluminados ni de su Iluminismo.

El convento de 1787 fue el segundo que realizaron los Filaletes, que ya habían tenido uno, en 1785, del que debemos decir, en primer lugar, algunas palabras, aun cuando solo sea para justificar a los Filaletes de las acusaciones que algunos polemistas de mala fe han creído que tenían que formular contra ellos.

A finales de 1783 tuvo lugar en París, en casa del hermano Du Terray, antiguo miembro de la logia Amitié Indissoluble (Amistad Indisoluble) de Léogane (Santo Domingo), una reunión privada a la que asistieron los hermanos Filaletes Savalette De Langes, Court De Gébe- lin, Sabady y De Tavannes; el escocés Astier; los Elus Cohén La Marque, Salzac y De Loos, y un miembro de la logia Cari a la lamiere (Carlos de la luz), de Francfort, el hermano Von Reichel. Fue en el transcurso de esta reunión, después de que el hermano Reichel mostrara su pesar por el desdén que ciertas logias alemanas testimoniaban por las ciencias masónicas, cuando se comenzó a proyectar la organización de un convento encargado de aportar, tan discretamente como fuera posible, las luces más autorizadas sobre la importante cuestión de los orígenes y fines de la Francmasonería. Los Filaletes, que su celebridad y sus numerosas relaciones en Francia y en el extranjero designaban para organizar tal convento, aceptaron encargarse de toda la correspondencia, que después se repartieron los hermanos De Gleichen y De Chefde- bien, siguiendo las indicaciones que les fueron dadas por los directores de los distintos ritos.

La primera circular relativa al convento fue dirigida a partir de 1784 a todos los masones distinguidos de Europa. Esta circular, que solo daba una idea general de las investigaciones del convento que se quería abrir en enero de 1786, tenía como fin el de asegurar el concurso de los hermanos más esclarecidos de todos los ritos. Los nombres de algunos de los destinatarios han hecho suponer, sin razón, a Clavel que la circular había sido igualmente dirigida a personas que no pertenecían a la sociedad masónica. Pero Mesmer, Eteilla y Saint-Martin eran francmasones.

A decir verdad, Saint-Martin hacía ya mucho tiempo que no asistía a las asambleas masonas, en las que siempre había sido recibido con distinción porque se le reconocía su convicción y que era un hombre totalmente honrado.

Hemos visto que había abandonado los trabajos de la logia de Willermoz y que se había separado de la Orden de los Elus Cohén por razones de coherencia, y sabemos la aversión que le inspiraban los trabajos herméticos de los capítulos Filaletes.

Además, no mantenía en secreto esta aversión. Para comprobarlo, basta con leer ciertos pasajes de su Tableau naturel (Cuadro natural), publicado en 1782; es decir, alrededor de dos años antes de la circular de los Filaletes.

En esta obra, Saint-Martin, después de haber declarado que los emblemas, las alegorías, los símbolos antiguos de la mitología, etc., no tienen más relación con las ciencias herméticas que con la astronomía, ataca a la ciencia hermética y a sus partidarios de una forma que nos haría sospechar una cierta mala fe en cualquier otro autor que no fuera nuestro teósofo. Comprenderíamos que se hubiera contentado con aplicar a la Alta Química el razonamiento que aplicaba a la teúrgia, para llegar a concluir que esta ciencia hermética «encierra en ella sola más ilusión y peligro que todas las demás ciencias materiales juntas, porque, siendo falsa como ellas en su base y en su objeto, tiene, sin embargo, por sus procedimientos, por su doctrina y por sus resultados, más parecido con la verdad», y para declarar que «entre sus partidarios los hay que parecerían bastante hábiles y bastante persuadidos para ser peligrosos», pero después de algunas críticas poco afortunadas que nos muestran cuánto había abandonado su autor el estudio de la cuestión, Saint-Martin no tiene reparos en escribir que «la doctrina de los Filósofos Herméticos, así como sus pasos, conduce al error a todos los que se dejan seducir por la maravilla de los hechos que nos presentan», añadiendo que «el uso que hacen al emplear la oración para el éxito de su obra, y su persuasión de que jamás se puede obtener sin esta vía, no debe imponerse. Pues es aquí donde su error se manifiesta con más evidencia, puesto que su trabajo, al limitarse a sustancias materiales, no se eleva por encima de las segundas causas». Y sigue diciendo: «Consideremos por un momento el motivo que los impide revelar sus supuestos secretos, el fingido temor a que si su ciencia llegara a ser universal, aniquilaría las sociedades civiles y los imperios, y destruiría la armonía que parece haber sobre la tierra. ¿Cómo podría llegar su ciencia a ser universal, si tal como la enseñan solo puede ser compartida por un número reducido de elegidos de Dios». Y finaliza declarando que, «si bien en las diferentes clases de Filósofos herméticos, los hay que pretenden llegar a la obra sin emplear ninguna sustancia material, no por ello podemos decir que su conducta no sea correcta, pero no encontraremos su objeto más digno de ellos, ni su fin más legítimo».

Es evidente que los organizadores del convento Filaletes no ignoraban las opiniones de Saint-Martin. El hermético Henri de Loos que, durante la primera estancia de Martínez de Pasqually en París, participó en el establecimiento del Tribunal Soberano de los Elus Cohén, ya había criticado, en una obra aparecida un año antes del «Cuadro natural», ciertas afirmaciones contenidas en el primer libro de Saint-Martin, De los errores y de la verdadni y, desde luego, si algunos Filaletes como Savalette de Langes y De Gleichen no pudieron apreciar las ideas de Saint-Martin en los diversos círculos en los que nuestro teósofo exponía sus conceptos, los Elus Cohén, De Loos, Salzac o De Calvimont les informaron efectivamente sobre los hechos y gestas del antiguo discípulo de Martínez. Pero los organizadores del convento habían decidido que, contrariamente a lo que había pasado en el convento templario de Wilhemsbad, se apelaría al entendimiento de todos los masones de buena voluntad, y esta decisión justifica ampliamente las convocatorias que se enviaron a masones que, como Saint-Martin o Ferdinand de Brunswick, eran poco favorables u opuestos a los Filaletes.

El convento contó con una asamblea preparatoria el 13 de noviembre de 1784. En esta asamblea se defirió la presidencia al hermano Savalette De Langes y se nombró secretarios, para la lengua alemana, al barón de Gleichen, y para la lengua francesa, al marqués de Chefdebien. Se dio lectura a las cartas de adhesión del conde Félix Potocki, que tres meses más tarde recibiría la gran dirección de la Gran Logia de Polonia; del ministro Wallner, jefe del departamento religioso de Prusia y director de la logia de los Rosa- cruces de Potsdam; del barón de Bromer, Sustituto del marqués de la Rochefoucault-Bayers, gran maestro del Rito Escocés Filosófico; del marqués de Ossun, Sustituto del marqués De las Casas, gran soberano de los Elus Cohén, y del doctor Dubarry, secretario de los Rosacruces Filadelfos. El duque Ferdinand de Brunswick, el doctor Mesmer y Saint-Martin se excusaron por no poder responder a la convocatoria de los Filaletes. El primero se acordaba, sin duda, de la oposición de los Filaletes y de la manera con la que habían recibido a su enviado en el convento de WiL hemsbad. El segundo, aunque muy unido a la mayor parte de los miembros de los Amigos reunidos y especialmente con Court De Gébelin, se encontraba por entonces luchando desesperadamente contra la oposición de las Facultades de Francia y de Europa, que llenaban de pullas su magnetismo, cuya práctica se estudiaba especialmente en la logia Armonía universal, de París. En cuanto a Saint-Martin, que, además, detestaba a Mesmer, «ese hombre que no es más que materia y que ni siquiera está en condiciones de hacer un materialista», su rechazo a participar en las operaciones del convento no podrá sorprendernos.

Algunos días después de esta asamblea preparatoria, el marqués de la Rochefoucault-Bayers retiró su apoyo, pues la Madre Logia del Rito Escocés Filosófico se había opuesto a que se dieran explicaciones sobre los dogmas que profesaba, en una asamblea en la que suponía que los hermanos de los distintos grados participarían en todas las discusiones. También, para disipar los malentendidos que no podían dejar de producirse, el comité organizador redactó una segunda circular. En ella se explicaba el mecanismo del convento, del que se daba la fecha de celebración, porque muchos masones no podían asegurar que pudieran asistir a ella dos años más tarde, y también porque se tendría la ocasión de oír al famoso Cagliostro exponer el sistema de su rito egipcio.

Cagliostro era, en efecto, un personaje suficientemente inquietante como para que los masones instruidos desearan aparecer como próximos a él. Estaríamos en un error si creyéramos que los Filaletes y los Elus Cohén le consideraban un simple impostor cuya charlatanería resultaría divertido desenmascarar en las sesiones de convento. La auténtica verdad que nos revela la correspondencia del hermano Astier con los Elus Cohén de Avignon, Labory y de la Martiniére, es que se deseaban escrutar los verdaderos fundamentos de las operaciones de Cagliostro, empresa que hacía muy difíciles la expresividad y la soltura del personaje. El hermano Astier escribe: «Esos señores (los Filaletes) buscan una disculpa, persuadidos como están de que nuestro hombre se les escapará si se le deja entrar y hablar en la asamblea. Pues llegados a este punto, no se podrá sacar nada aparte de sus atrayentes asertos, que son sus promesas vanas para los curiosos, y cuando haya cantado sus ideas sin que nadie haya podido meterbaza, veréis que toda nuestra gente será encantada con su espíritu: ¿Podríamos llegar a saber algo más? Vuestro hermano Desalles, quien, según me ha dicho, es íntimo del M. Sarazin 119, y que parece ser que entabló relaciones con Saint-Costart en sus viajes a Lión, será de gran ayuda, pero tengo cierto miedo a que sus asuntos no le permitan ausentarse en esta ocasión. Tocad con él este tema cuando vuelva de Nimes, por si quisiera ser uno de los reciarios de este huidizo Proteo».

Se ve que los organizadores del convento estudiaban el medio de apreciar con todo conocimiento de causa las operaciones y las intenciones de Cagliostro, pues se daban perfecta cuenta de las dificultades que presentaba el examen de un personaje cuyas maneras se prestaban a conjeturas tan contradictorias que De Gleichen, que le había conocido en Estrasburgo, escribía por su parte: «Se ha hablado muy mal de Cagliostro, yo quiero hablar bien de él. Pienso que esto es siempre mejor, mientras se pueda. Si su tono, sus gestos y sus maneras eran las de un charlatán jactancioso, lleno de pretensiones y de impertinencia, sus procedimientos eran nobles y caritativos, y sus tratamientos curativos, nunca lamentables y algunas veces admirables, jamás cobró a sus enfermos ni una sola moneda. Le he visto correr, en medio de un chaparrón, vestido con un buen hábito, para socorrer a un moribundo, sin tener tiempo para coger un paraguas, y he verificado tres curas maravillosas que ha hecho en Estrasburgo, en las tres clases en las que destaca el arte de los franceses. Su felicidad o su ciencia médica debió atraer el odio y los celos de los médicos enfrentados entre ellos, tanto como los sacerdotes cuando se persiguen entre sí. Que la malevolencia de los hombres que, por lo general, quieren creer y repetir antes el mal que el bien, se una a la calumnia de tantos enemigos declarados, y se verá que es posible, cuando menos, que un desconocido que ha suscitado más envidia que piedad, haya sido avasallado por la maledicencia. Los que han vivido mucho con él siempre me han hablado bien de su persona, y nadie que haya hablado mal ha aportado pruebas convincentes».

El Elegido Cohén Dessales, que había ido a Lión junto a Saint-Castart, Venerable de la logia que Cagliostro había instituido en 1782, trajo la promesa de que este último acudiría al convento si se convocaba. He aquí el texto de la segunda circular que se dirigió a gran número de masones franceses y extranjeros, y especialmente a Saint-Martin:

Queridos hermanos, nos produce gran pesar que por circunstancias de fuerza mayor nos veamos obligados a adelantar un año nuestra asamblea fraternal. La importancia de esta razón, la elección y el número de proyectos que creemos deben someteros, harán que merezcamos vuestra indulgencia. No obstante, si el Gran Arquitecto bendice nuestro trabajo y dirige nuestras primeras (CXLV) reuniones, muchos temas que os exponemos aquí llegarían a ser, quizá, superfluos. En ese caso, los podríamos reemplazar por otros de naturaleza más afines y dirigidos a favor del augusto objetivo de la Orden.

Esta segunda circular, que os habíamos anunciado en la primera que os mandamos, debe proponeros, sobre todo, las cuestiones principales, cuyas respuestas nos parecen indispensables. Rogamos a todos los que la reciban que nos hagan llegar sus respuestas por escrito. Al mismo tiempo, os ponemos en conocimiento de las ceremonias que hemos determinado y las resoluciones que hemos fijado para la sesión de nuestra asamblea. Posteriormente os informaremos cuando nuestros hermanos invitados nos hayan dado a conocer sus opiniones. Queremos repetir una vez más que no reclamamos ningún título particular en ese convento, a no ser el de promotores y de convocantes. Lejos de temer encontrar maestros en esta ciencia, deseamos sincera y vivamente que los verdaderos maestros de la ciencia estén presentes y se den a conocer. En nosotros encontraréis alumnos ardientes y agradecidos, tanto como verdaderos Filaletes.

No creemos, incluso no esperamos, que los artículos específicos en este proyecto sean el único y exclusivo tema de los trabajos del futuro convento. Hay otros más importantes que la prudencia nos prohíbe confiar al papel y todavía menos a la impresión. Dudamos incluso que sea posible tratarlos de forma adecuada en pleno convento. Quizá fuera más fácil y más ventajoso para el bien general desarrollarlos en secreto y por separado en comités especiales, compuestos por delegados cuyas opiniones, cuyos trabajos y grados recomienden especialmente. Esos comités informarían a la asamblea general del resultado de sus trabajos y de los frutos de sus investigaciones, tanto como pudieran hacerlo sin exponerse a ser perjuros.

Es probable que la discusión de los artículos propuestos haga surgir nuevas cuestiones, que resulta imposible precisar aquí. Todos los hombres instruidos pueden prevenirlos y deben prepararse para ello. No olvidemos que aunque el fin esencial de este convento sea, por una parte, la destrucción de los errores y, por otra, el descubrimiento de verdades masónicas o íntimamente ligadas con la Masonería, el primer deber para todos nosotros debe ser el de proveernos de todo lo que parezca que puede contribuir a uno u otro de estos objetivos. Rogamos y suplicamos una vez más a todos los hermanos impedidos que se unan a nuestros trabajos y que traten detenidamente las cuestiones propuestas. El concurso de todas las inteligencias y la confrontación de opiniones es de la mayor importancia. Podemos garantizaros en nombre del futuro convento que el mismo secreto se guardará sobre la abstención de los hermanos invitados y ausentes que no haya respondido claramente, francamente y cordialmente a la segunda circular. Tales son, mis queridos hermanos, los deseos y los ruegos de vuestros devotos hermanos, encargados de haceros estas proposiciones por la sociedad de los Filaletes superiores de la constitución de la Logia de los Amis reunís a l’Orient de París.

A esta circular se adjuntaron cierto número de preguntas de las que debía tratar el convento: «¿Cuál es la naturaleza esencial de la ciencia masónica? ¿Qué origen se le puede atribuir? ¿Qué sociedades y qué individuos la consiguieron antiguamente y la han perpetuado hasta llegar a nosotros? ¿Qué cuerpos o qué individuos son actualmente sus verdaderos depositarios? ¿Con qué ciencias secretas tiene relación la Francmasonería? ¿Cuáles son esas relaciones? Etcétera. Así, los organizadores del convento se esforzaron por destruir todo malentendido en el espíritu de aquellos que no habían creído que debían aceptar su primera invitación. Hicieron algo mejor, mientras que De Gleichen escribía al duque de Brunswick y De Beyerlé se entrevistaba con Saint-Costart121, el Elegido Cohén de Pontcarré dirigía una carta a Saint-Martin rogándole que asistiera al examen de Cagliostro. Pero Saint-Martin no estaba interesado en tomar parte en los trabajos de una asamblea en la que se iba a tratar de las ciencias que él consideraba poco necesarias, si no peligrosas, para la salvación de la humanidad, y sea porque no le atraía la idea de encontrarse con sus antiguos hermanos, sea porque no quiso ver de frente a Cagliostro, juzgó prudente no dar ninguna respuesta. Saint-Martin se encontraba además muy inquieto con respecto a Cagliostro, a quien consideraba temible. Lo que había aprendido sobre los trabajos de la logia de este último le había sumido en una perplejidad tan grande que podemos pensar que pudo alejarlo aún más de la escuela de Martínez de Pasqually. El relato de alguno de estos trabajos, seguido por la triste opinión que Saint-Martin tenía sobre la moralidad de Cagliostro y de lo que ya sabemos sobre las teorías del teósofo, nos ayudará a comprender este estado anímico:

... Pero tengo que hacer una objeción esencial, que en mi caso mantendré hasta que me hayáis convencido de lo contrario, y es que las manifestaciones que se comunicaban en vuestra escuela122 eran probablemente formas ficticias. Y para decir esto me baso en lo siguiente: creo que, desde que esas comunicaciones caen en el dominio del sentido externo de la vista, pueden presentar contornos tan magníficamente dibujados, formas tan imponentes y señales tan majestuosas, que casi resulta imposible no tomarlas por verdaderas, a pesar de que estuvieran realizadas de manera artificiosa. Un ejemplo que señala en esa dirección, y que aprendí hace un par de años, es lo que ocurrió en la consagración de la logia de masonería egipcia en Lión, el 27 de julio de 5556, siguiendo su cálculo, que considero erróneo.

Los trabajos duraron tres días, y las oraciones, cincuenta y cuatro horas; se encontraban allí reunidos veintisiete miembros. En el tiempo transcurrido mientras los miembros rogaban al Padre Eterno que manifestara su aprobación con una señal visible, y el maestro se encontraba en medio de sus ceremonias, el Reparador apareció, y bendijo a los miembros de la asamblea. Había descendido delante de una nube azul que servía de vehículo de esta aparición; siguió elevándose poco a poco sobre esta nube que, desde el momento de su bajada del cielo a la tierra, había adquirido un esplendor tan deslumbrante que una muchacha C., presente no pudo aguantar el resplandor. Los dos grandes profetas y el legislador de Israel también le dieron señales de aprobación y de bondad. ¿Quién con alguna credibilidad podría poner en duda el fervor y la piedad de esos veintisiete miembros? ¡Cagliostro! Bastó esta única palabra para hacer ver que el error y las formas simuladas pueden ser la consecuencia de la buena fe y de las intenciones religiosas de veintisiete miembros reunidos.

Teníamos interés en citar este pasaje de una carta fechada en 1793, porque su autor, el barón de Liebisdorf, que tenía tan mala opinión de Cagliostro como Saint- Martin, reproduce en ella muy probablemente las sospechas que debía tener el propio Saint-Martin en 1784. La respuesta de Saint-Martin es además bastante ambigua; dice: «Conocía por escrito todas las peripecias de Lión de las que me habláis. No dudo en colocarlas entre la clase de cosas más sospechosas. En cuanto a las manifestaciones que tuvieron lugar en mi escuela, creo que estaban menos corrompidas que todas estas o, si lo estaban, había en todos nosotros un fuego de vida y de deseo que nos preservaba, e incluso que nos hacía avanzar de manera muy sutil, pero entonces conocíamos poco el centro».

El convento de los Filaletes comenzó el 19 de febrero de 1785. Las primeras sesiones estuvieron consagradas a la organización de las discusiones y a la constitución de los distintos comités encargados de salvaguardar los intereses de todos los ritos representados en el convento, comités que, formando parte de las discusiones de la asamblea, también debían proseguir con sus respectivos trabajos en particular. Los comités estaban compuestos por un número de cuatro, número que pareció que tendría más posibilidades de ser adoptado por la generalidad a los grados de los diferentes ritos, y compuestos por los siguientes delegados: De Boulainvilliers, De Jumilly, Lenoir; De Saisseval, Jablanowski, Narboud; Disch, Hirschberg, De Vorontsof; Dubarry, De Calvimont y Von Reichel; a los que más tarde se añadieron, los hermanos De Beyerlé, Dessalles y D’Epréménil.

La asamblea, una vez que decidió oír a Cagliostro, le escribió oficialmente para rogarle que acudiera al convento. Pero, a pesar de las promesas de Saint-Costart, Cagliostro no foe. Se contentó con enviar un enfático manifiesto cuyo tono dio bastante mala impresión. Ese manifiesto fue concebido así:

El Gran Maestro desconocido de la verdadera masonería ha puesto sus ojos sobre los Filaletes. Emocionado por su piedad, conmovido por la sincera confesión de sus necesidades (sic), se digna extender sus manos sobre ellos, y consiente en llevar un rayo de luz a las tinieblas de su templo.

Será a través de hechos y actos, será por el testimonio de los sentidos, como conocerán a Dios, al hombre y a los intermediarios espirituales creados entre el uno y el otro; conocimiento del que la verdadera masonería ofrece los símbolos e indica el camino. Que los Filaletes, pues, abracen los dogmas de esta masonería verdadera, que se sometan al régimen de su jefe supremo, que adopten las constituciones de aquel. Pero ante todo, el santuario debe ser purificado; los Filaletes deben saber que la luz puede descender al templo de la fe, y no en el de la incertidumbre. ¡Que condenen a las llamas el vano montón de sus archivos! Solo sobre las ruinas de la torre de confusión se levantará el templo de la verdad.

A este manifiesto le siguió una carta de la logia de Cagliostro, la Sabiduría triunfante, insistiendo para que el convento se plegara a las exigencias de Cagliostro. Pero si Cagliostro deseaba ver destruir ciertos archivos, los Filaletes no tenían ninguna intención de quemar los suyos y, si se hubieran resignado a hacerlo, los Elegidos Cohén no habrían querido seguirlos por ese camino. Sin embargo, como era interesante saber lo que quería exactamente Cagliostro, el convento respondió que el presente manifiesto, al no poder dirigirse más que a los Filaletes y no a los masones que representaban en el convento a otros regímenes, y cuya reunión debía acabar en el momento en que el objetivo especial se hubiera cumplido, la asamblea había juzgado oportuno enviar el manifiesto y la carta a la logia de los Amigos reunidos centro del régimen de los Filaletes, que ella sola podía tener conocimiento de ello y hacer justicia, si hubiera lugar, y que, no obstante, la Sabiduría triunfante estaba invitada a nombrar delegados para la asamblea y hacer todas las aclaraciones compatibles con sus deberes.

Cagliostro respondió a esta carta que, puesto que la asamblea quería establecer una distinción entre el convento y el régimen de los Filaletes para llegar por un camino erróneo a salvar archivos cuya destrucción le había pedido, daba por acabada toda relación entre ella y él.

Entonces el convento le encomendó algunos hermanos para que les iniciara en sus misterios, pero Cagliostro declaró que no daría la iniciación a la asamblea, o a una parte de sus miembros, mientras no se destruyeran los archivos a los que tanta importancia se concedía. Entonces, el convento, considerando suficientemente aclaradas las verdaderas intenciones de Cagliostro, rompió toda negociación.

Tal fue el principal incidente del convento de 1785. Los comités depusieron las conclusiones de sus trabajos de tres meses y el convento clausuró sus sesiones el 26 de mayo de 1785.

Si el convento de 1785 presentó el mayor interés para los masones que tomaron parte en él, en cambio, el que los Filaletes realizaron en 1787 estuvo bastante vacío. Asistieron a él pocos masones. El presidente del convento, el hermano Savalette De Langes, se vio obligado a interrumpir las sesiones, declarando que la falta de celo de los miembros convocados le probaba que no solo era prudente, sino incluso necesario renunciar a él.

Ya en esta época se advierte una cierta disminución en los trabajos masónicos. La proximidad de la Revolución pesa sobre los espíritus. No obstante, en el año del convento los Filaletes lograron que se nombrara con funciones de Presidente de la Cámara de las Provincias del Gran Oriente al Filaleto Roéttiers De Montaleau, antiguo miembro de la Cámara de los Grados, masón abnegado que desde 1793 a 1808 sería el sostén, tan hábil como virtuoso, de la Masonería Francesa. Su predecesor, el hermano abad Rozier, asustado por el ruido de fondo revolucionario, se había retirado a Lión, donde acabarían por matarlo durante el bombardeo de esta ciudad por los republicanos en 1793.

En cuanto a Saint-Martin, se fue a Estrasburgo. Su gran preocupación era la de entrar en relación con los místicos de Alemania, de Inglaterra y de Rusia, y los contactos que logró mantener en Estrasburgo no hicieron sino comprometerle cada vez más con la vía que había elegido. El caballero De Silferhielm le dio a conocer los escritos de su tío, el célebre Swedenborg, y fue bajo esta nueva inspiración como Saint-Martin escribió Le nouvel homme (El hombre nuevo), del que se mostró más tarde poco satisfecho, diciendo que no lo habría escrito, o que lo habría escrito de otra forma, si hubiera tenido conocimiento de las obras de Jacob Boehme. La señora de Boeklin, a la que conoció poco después, le habló por primera vez de Boehme y le puso en relación con su director espiritual Rodolphe de Salzmann, y lo que esta persona le inspiró le llevó a componer el Homme de désir (Hombre de deseo), la obra que mejor nos describe el espíritu de Saint-Martin.

Podemos decir, pues, con el señor Matter, que fue en Estrasburgo donde tuvo lugar la transformación de Saint- Martin. Esta transformación fue tal que nuestro teósofo, entregado totalmente a sus estudios de mística, decidió apartarse definitivamente de la Estricta Observancia Rectificada, cuya logia de Lión continuaba dirigiendo su amigo Willermoz. Además, tenía otras razones para separarse de una Orden en la que no figuraba más que por amistad hacia Willermoz. Es evidente que los acontecimientos posteriores al convento de Wilhemsbad, tanto en Baviera como en Prusia, en Holanda y en Italia, la agitación política en Francia, en 1789, y las murmuraciones que comenzaban a circular por todas partes sobre la acción de los Iluminados y de los Francmasones en la Revolución, hasta el punto de hacer que se cerraran las logias de Austria y de Rusia, es evidente, decimos, que no fueron hechos extraños a la decisión que tomó Saint- Martin 124. Saint-Martin, que jamás se ocupó de política, no quería verse comprometido. Consideraba que ya lo estaba lo suficiente gracias a las falsas interpretaciones que le habían valido la ingenua falta de claridad de su primer libro De los errores y de la verdad, y no quería serlo aún más por figurar, aunque fuera falsamente, en los cuadros de la Estricta Observancia Rectificada.

En efecto, sabemos que, después del convento de Wilhemsbad, los Iluminados de Weishaupt habían hecho numerosas afiliaciones entre los miembros de la Estricta Observancia, y que si ya los propios resultados del convento de Wilshemsbad habían levantado algunas sospechas, estas afiliaciones al Iluminismo habían contribuido en gran medida a comprometer a toda la Masonería y en particular a la Estricta Observancia Rectificada. ¿Como consecuencia de qué maniobras se encontró inscrito Saint-Martin, desde 1781, al Gran Cabildo de Jena? Queremos creer que lo inscribió de oficio su voluntarioso amigo Willermoz, pero, sea como fuere, es muy cierto que Saint-Martin no tuvo muchas razones para felicitarse por esta clase de inscripción, de la que el conde de Haugwitz, ministro de estado prusiano, tomó nota para acusar a nuestro inocente teósofo, en pleno convento de Verona, de haber pactado con los enemigos del estado y de haber querido ejercer una acción nefasta sobre los tronos y los soberanos. En Francia no ocurrió nada de eso, pero en Estrasburgo, ciudad donde afluía la aristocracia de Alemania, de Rusia y de Austria, y donde se ocupaban mucho de los asuntos del extranjero, el ruido que hacía el papel que se había adjudicado a los Templarios y a los Iluminados tenía que llegar necesariamente a conocimiento de Saint-Martin. Es lo que explica la carta que Saint-Martin escribió a Willermoz el 4 de julio de 1790, carta en la que aparece obsesionado por la fecha de 1785, año que vio nacer el proceso a los Iluminados de Weishaupt y las investigaciones que se siguieron de él en los distintos estados europeos.

... Ruego (a nuestro hermano) que presente y haga que se admita mi dimisión de la plaza que ocupo en la orden interior125 y que tenga a bien borrarme de todos los registros y listas masonas en las que pueda estar inscrito desde 1785, ya que mis ocupaciones no me permitirán, de ahora en adelante, seguir esta carrera, y no quisiera cansarle con más detalles de las razones que me llevan a actuar así. Sabe bien que borrando mi nombre de los registros no se cometerá ningún perjuicio, ya que no le sirvo de nada; además, él sabe que mi espíritu nunca ha estado inscrito en ellos, pues no se trata de encontrarse ligado, sino de estarlo solo en apariencia. Siempre lo estaremos, espero, como Cohén, lo estaremos incluso por la iniciación...126.

Lo que hemos dicho anteriormente permite comprender el verdadero sentido de la palabra cohén que volvemos a encontrar aquí. Evidentemente, Saint-Martin une a esta palabra una idea totalmente personal, la que se había hecho, desde su tentativa de reforma de la Orden de los Elegidos Cohén, de su propia misión en el mundo. Quizá en la última frase de la carta de más arriba, se pueda ver como un recuerdo de la iniciación común, pero lo que es seguro es que no se puede ver en ella una alusión a la Orden de la que ni Saint-Martin ni Willermoz formaban parte oficialmente desde hacía cerca de diez años. En este año de 1790, Saint-Martin se encuentra muy alejado de Martínez de Pasqually y de los sucesores de este último. Si se duda de ello, el testimonio del director de la señora De Boeklin, Rodolphe de Salzmann, no dejará lugar a dudas. He aquí, en efecto, lo que escribía al Sr. Herbot de Berne, quien había admitido la tradición común, esa en la que Saint-Martin no solo veía a los espíritus con familiaridad, sino que abría la visión o daba la facultad de verlos a sus amigos:

Conozco a Saint-Martin desde 1787. Estuvo en Estrasburgo durante dos años, y no se marchó de esta ciudad hasta el comienzo de la Revolución. Aquí fue donde se imprimió, bajo mi dirección, la primera edición de El hombre de deseo. Conozco muy bien sus trabajos. No operaba sobre el mundo de los espíritus en el sentido ordinario, y no abría los ojos a los otros para mirar allí. Estoy totalmente seguro de que eso es un malentendido. Obligado a dejar Estrasburgo para volver junto a su padre, en Amboise, retornó después del 22 de junio de 1791, en nombre de «la pelea de Varennes», pero las quejas de su padre pronto le obligaron a abandonar de nuevo una estancia que era su «paraíso». De vuelta a Amboise, en los primeros días de julio de 1791 vivió tanto en Amboise como en Petit-Bourg, y no fue acosado por la Revolución, cuyos principios respetaba: «Solo los insensatos o los hombres de mala fe», escribía a uno de sus corresponsales en Suiza, «están incapacitados para no ver escrita con letras de fuego, en la marcha imponente de nuestra majestuosa revolución y los resplandecientes hechos que la señalan en cada momento, la ejecución de un decreto formal de la Providencia».

Con excepción del francmasón Savalette, quien, después del insolente manifiesto del duque de Brunswick (25 de julio de 1792), se había presentado en los municipios, a la cabeza de una tropa de voluntarios armados y equipados por él, pidiendo que se decretase el levantamiento en masa, Saint-Martin contribuyó al gran esfuerzo de la nación dando, del 16 de septiembre de 1792 al 7 de marzo de 1793, una suma total de 1.650 libras para el equipamiento de trescientos mil voluntarios que la República enviaba a Lión, a La Vendée y a las fronteras, a vencer las rebeliones del interior y los ejércitos aliados contra Francia.

Saint-Martin se quedó en Petit-Bourg hasta octubre de 1793. Escribe en sus memorias: «Me encontraba en Petit-Bourg cuando se produjo la ejecución de Antonieta, el 16 de octubre de 1793»; después marchó a París. El terror reinaba en Francia. Los ejércitos de Brunswick habían sido vencidos en Valmy y las bombas de los republicanos incendiaban Lión. La mayor parte de las logias masonas se habían disuelto y, entre las que permanecían, todas, salvo dos o tres, no podían reunirse como consecuencia de la dispersión de sus miembros. El Gran Oriente de Francia veía sus archivos dispersos y la mayoría de sus oficiales, víctimas de los excesos revolucionarios. Solo continuó sus reuniones una única logia de esta poderosa asociación, la logia del Centre des amis (Centro de los amigos). Con mucha más razón los Filósofos escoceses, los Filaletes, los Filadelfos y los Elegidos Cohén se vieron obligados a suspender sus asambleas y toda correspondencia que hubiera podido parecer sospechosa al Comité de la seguridad general. La logia madre escocesa del Rito Filosófico se había extinguido, legando todos sus derechos a la logia de Saint-Alexandre de Escocia. La logia de los Amigos Reunidos, el templo del Tesoro y el de la calle de la Plátriére estaban abandonados. Entre los Filaletes, algunos como Savalette se encontraban en el ejército; otros, como De Gleichen y De Bray, habían abandonado Francia, y por último, otros, como Roéttiers De Monta- leau o De Saiont-Léonard, se hallaban prisioneros por sospechosos. Y si bien algunos Elegidos Cohén, entre ellos D’Epréménil, Amar y Prunelle de Lierre, se sentaban aún en las Asambleas del país 128 Salzac se había retirado a Metz junto a Frédéric Kisch; el abad Fournié vivía en Inglaterra, De Calvimont había desaparecido, y D’Ossun y De Bonnefoy habían emigrado a Italia. Los directorios de la Estricta Observancia Rectificada no corrieron mejor suerte. El de Auvernia, el único que tuvo una logia activa, la de la Beneficencia, en Lión, era presa de todos los horrores de un asedio sin piedad. Las bombas pulverizaban los archivos provinciales que Willermoz no había tenido tiempo de llevarse de la logia, situada extramuros; destruían la mayoría de los que se habían depositado en la ciudad129 y mataban al inestimable abad Rozier, a quien el Filaleto Roéttiers de Montaleau, por entonces en la cárcel de París, había reemplazado en sus funciones en el Gran Oriente de Francia. Después la ciudad cayó en manos de los asediadores, Willermoz fue hecho prisionero 130 y su hermano Jacques, decapitado, así como el abogado del rey, Willenés, el conde de Virieu y algunos otros que habían servido en el ejército lionés.

Saint-Martin solo se quedó unos meses en París. Afectado por el decreto del 27 de germinal, del año II, que mandaba alejar de la capital a todos los nobles, se apresuró a volver a Amboise: «Me voy», escribía el "30 de germinal, «en virtud del decreto sobre las castas privilegiadas y proscritas. La suerte quiso que naciera entre ellas». Por cierto, no se quedó mucho tiempo en Amboise, pues la República le llamó a la Escuela Normal de París: «Todos los distritos de la República tienen orden de enviar a la Escuela Normal de París a ciudadanos de confianza, para en ella ponerse al corriente de la instrucción que se quiere hacer general y, cuando estén instruidos, volverán a su distrito para formar en él a profesores. Se me ha hecho el honor de elegirme para esta misión, y ya solo me queda cumplir con ciertas formalidades por mi propia seguridad, vista mi tacha nobiliaria que prohíbe mi estancia en París hasta la paz».

Saint-Martin fue enseguida a París. Allí se instaló, en la calle de Tournon, en la casa de la Fraternidad, y pocos días después fue a hacer guardia al Templo donde aún vegetaba el joven príncipe Luis XVII. En enero de 1795 entra en la Escuela Normal, donde «se le honra con un empleo tan nuevo en la historia de los pueblos, de una carrera de donde puede depender la felicidad de tantas generaciones». Su misión presenta algunos aspectos que no le gustan, pero quiere aportar su grano de arena al vasto edificio que Dios prepara a las naciones, pues aún está persuadido, como Mirabeau en sus mejores tiempos, de que la Revolución francesa dará la vuelta al globo. Saint-Martin siempre ve la Revolución con arrogancia, y abstracción hecha de los accidentes, sean los que sean, lee en los grandes destinos de su país los de la humanidad.

En la Escuela Normal, Saint-Martin no siguió un curso de filosofía tal como lo necesitaba. No había más que lecciones de ideología, Condillac corregido por Garat, un profesor que no era un filósofo. Y también, en lugar de estudiar a Descartes, o bien a Malebranche y Leibnitz, a los que parece no conocer, se agarra más que nunca al esplritualismo teosófico de Boehme.

La Escuela Normal fue cerrada el 30 de floreal del año IV, y Saint-Martin volvió a Amboise. Allí retomó una correspondencia muy continua con el barón de Liebisdorf, de Berna. Este último recogía de todos los lugares, en Londres, en Alemania, en San Petersburgo y en Suiza, las noticias y las publicaciones que podían interesar al teósofo, y Saint-Martin retomaba estas noticias desde el principio, cuando su tiempo no era absorbido por la publicación de las Considérations philosophiques et religieuses sur la Révo- lution frangaise (Consideraciones filosóficas y religiosas sobre la Revolución francesa) o por el Eclairsur l’association humaine (Relámpago sobre la asociación humana), por una tesina presentada en el instituto de Berlín o por las traducciones de algunos fragmentos de Boehme.

La correspondencia de los dos amigos duró hasta 1799, año en el que Liebisdorf murió sin haber visto a Saint- Martin. Esta muerte dejó en el alma del teósofo un vacío que no fue capaz de llenar nada, pues la correspondencia con los demás amigos no presentaba para él un interés tan vivo desde el punto de vista del desarrollo místico. La de la señora de Boecklin, su «queridísima amiga» de Estrasburgo, y la de la duquesa de Borbón, para la que había escrito el Ecce Homo, tenían, sin duda, otros atractivos, pero a juzgar por las páginas que nos han quedado, estas cartas no daban el mismo alimento al espíritu de Saint-Martin.

La correspondencia del señor y la señora D’Effinger, que continuaba la del barón de Liebisdorf, su tío, también cesó tan pronto como lo había hecho la de Salzmann. Desde entonces ya nadie mantuvo su correspondencia con Saint- Martin, ni la de Young-Stilling, ni la de Lavater, ni la de la hija del célebre ministro, ni del muy místico Eckartshau- sen. Le quedaron algunos amigos: el conde Divonne, quien, después de volver de un exilio de varios años pasados al lado del místico Law, en Inglaterra, podía conversar con él sobre las obras de Jane Elade. Saint-Martin nos dice con un deje de amargura que «Divonne no conocía a Boehme»; Maubach y Gombaud, y para finalizar Gilbert, que heredaría un día manuscritos y libros de su amigo. De D’Haute-rive no se supo más.

La admiración de Saint-Martin por Boehme se acrecentó con los años. Boehme fue para el teósofo más que una amistad, fue un culto. Al mismo tiempo que escribe L’esprit des choses (El espíritu de las cosas) y Le ministére de l’homme esprit (El ministerio del hombre espíritu), publica desde 1800 a 1802 traducciones de su autor favorito: Aurore naissante (Aurora naciente) y los Trois principes de l’essence divine (Tres principios de la esencia divina). En 1803 revisó por última vez los Quarante questions sur l’áme (Cuarenta preguntas sobre el alma) y la Triple vie de l’homme (Triple vida del hombre), y murió de un ataque de apoplejía el 13 de octubre de 1803 en casa de uno de sus amigos de Aunay. Este excelente hombre solo había vivido sesenta años.

Sin embargo, ¿qué había sido de la Francmasonería, y en particular de los Filaletes, de los Elegidos Cohén y de esa Estricta Observancia Rectificada de la que Saint-Martin se había separado definitivamente en 1790 y cuya logia de Lión aún dirigía Willermoz en 1793?

La Francmasonería había escapado a duras penas de la terrible tormenta revolucionaria. Apenas fuera de la cárcel, los Filaletes Roéttiers De Montaleau y De Saint-Léonard, secundados por algunos dignos masones de las logias Centre des amis (Centro de los amigos), Amis de la liberté (Amigos de la libertad) y Martinique desfréres reunís (Martinica de los hermanos reunidos) se esforzaron por reconstruir el Gran Oriente de Francia. Entre estos masones abnegados volvemos a encontrar a los hermanos Randon De Lucenay, Astier, Gillet De Lacroix, por entonces miembros de esta logia del Centro de los Amigos, que había sido fundada en París, en 1789, por el Gran Oriente de Francia, y de la que era venerable Roéttiers De Montaleau.

Muy pocas logias salieron de su estado de letargo durante el año 1795, pues en 1796 aún no había más que dieciocho en toda Francia: tres en París, siete en Rouen, cuatro en L’Havre, dos en Perpignan, uno en Melun y uno en La Rochelle.

Las demás asociaciones se reintegraron a sus funciones poco después. Los supervivientes de la Gran Logia se reunieron el 17 de octubre de 1796, el Cabildo Rosacruz de Arrás se reintegró y se unió al Gran Oriente, y la logia Saint-Alexandre de Escocia, heredera de la Logia Madre del Rito Escocés Filosófico, retomó los trabajos de su rito el 24 de junio del mismo año.

Esta logia de Saint-Alexandre de Escocia nos interesa especialmente aquí, porque en 1806 adquirió, a través de distintas personas, buena parte de los archivos Filaletes que, a la muerte del marqués Savalette De Langes, habían sido vendidos en subasta en un momento en el que la dispersión de los principales interesados había estado a punto de resultar fatal para estos archivos. El depósito del Tesoro que comprendía, además de los archivos del Régimen Filaleto, un gran número de documentos de la logia hermética de Montpellier que interesaba al Rito Escocés Filosófico, y la casi totalidad de los archivos de la Orden de los Elegidos Cohén, fue comprado por lotes a un precio irrisorio por los hermanos Tassin, De Pontcarré, Astier y Fourcautl, que se repartieron escrupulosamente los documentos y los libros que el azar les había otorgado. Así fue como el Gran Oriente entró en posesión de un cierto número de obras manuscritas concernientes a la antigua Gran Logia y especialmente a actas anteriores a 1773, y como los cuadernos, registros administrativos y correspondencia de la Orden de los Elegidos Cohén volvieron a las manos de los interesados, mientras que la logia de Saint-Alexan- dre de Escocia aumentaba sus archivos con los de los Filaletes y con despojos de la rica biblioteca y del curioso gabinete de física y de historia natural del que Savalette De Langes había sido su conversador.

Todos estos archivos sufrieron muchas tribulaciones. La más curiosa fue la de los documentos que habían sido atribuidos al Gran Oriente del que era archivero el hermano Thory. Este hermano, que abandonó el Gran Oriente para entrar a formar parte del Rito Escocés Filosófico, mantuvo después de su salida la mayor parte de los archivos que provenían de los Filaletes, archivos que le servían de gran ayuda en los trabajos históricos que había emprendido sobre la Francmasonería. Convertido en conservador de los archivos del Rito Escocés Filosófico, cumplió concienzudamente con sus nuevas funciones, pero como los archivos estaban depositados en su casa, a su muerte se produjo un accidente idéntico al que había acompañado la muerte de Savalette De Langes. La biblioteca y los preciosos archivos fueron vendidos por su viuda a un americano, que como no encontró a quién vendérselos de manera provechosa en su país, los devolvió a Francia, donde volvieron a venderse en 1863 en pública subasta. Entonces el Gran Oriente pudo volver a comprar algunas obras y las actas de la antigua Gran Logia que le habían pertenecido. En cuanto a la logia de Saint- Alexandre de Escocia, clausuró sus trabajos en 1826, sin haber podido entrar en posesión de su bien 131.

Los archivos de la Orden de los Elegidos Cohén, después de haber estado amenazados con la total dispersión total, tuvieron una existencia menos agitada. Los Elegidos Cohén Forucault y De Pontcarré, que se los habían repartido, los devolvieron en 1809 al T. P. M. Destigny, que había vuelto de Santo Domingo a consecuencia de los acontecimientos que dejaron a Francia sin esta isla.

Este hermano unió al depósito ya existente los archivos particulares de la colonia, menos los del Oriente de Léo- gane, que habían sido víctima de un incendio y, hacia 1812, el T. P. M. Sustituto de Ossun restituye igualmente, a su regreso de Italia, los diversos documentos que él y el hermano de Bonnefoy se habían llevado del Oriente de Avig- non antes de los disturbios de 1793. Destigny fue el conservador de los archivos de los Elegidos Cohén hasta 1868. Un año antes de su muerte los entregó al hermano Villaréal, que cuidó de ellos y al cual debemos el haberlos conservado.

Al igual que en nuestro trabajo anterior, paramos aquí la historia de los Elegidos Cohén, y terminaremos la presente reseña, ya muy larga, dedicando algunas palabras a la Estricta Observancia Rectificada, que se ha querido confundir con la Orden de los Elegidos Cohén, y a una supuesta orden atribuida a Saint-Martin, que no podría felicitarse por haberle sumado este añadido a sus obras postumas.

Los tres directorios franceses de la Estricta Observancia Rectificada (Besangon, Lión134 y Montpellier) se reinstauraron sucesivamente desde 1805 a 1808. Casi en el mismo momento se encomendaron al Gran Oriente. Pero este tenía muy pocas ganas de renovar los tratados anteriores y concedió el total reconocimiento de las logias directorías a cambio de que estas últimas eligieran un gran maestro nacional.

Los miembros de la logia del Centro de los amigos de París intervinieron, y en junio de 1808 el príncipe de Cambacérés, Gran Maestro adjunto del Gran Oriente, aceptó, con el título de Eques Joanes Jacobus Regis a legi- bus, el cargo de Gran Maestro Nacional de la Estricta Observancia Rectificada, por la provincia de Borgoña. En marzo de 1809 Willermoz obtuvo el mismo favor por la provincia de Auvernia 135, y gracias a este artificio el Directorio helvético que acababa de reintegrarse a sus funciones en Bale, pero que el Gran Oriente de Francia se negaba a reconocer, pudo seguir relacionándose con este Gran Oriente a través de la Unión de los corazones.

En 1811 el Directorio helvético nombró como gran maestro provincial a Pierre Burkhard. En 1812 el Gran Oriente Helvético Románico hizo una tentativa de reunir todas las logias de Suiza bajo su autoridad suprema, pero esta tentativa fracasó porque, por un lado, el Directorio helvético hizo de la aceptación del rito de la Estricta Observancia Rectificada la condición sine qua non para su unión y, por otro lado, la logia de la Esperanza de Berna, que encontraba que el sistema de la Estricta Observancia Rectificada tenía tan poco que ver con la pura enseñanza primitiva de la Francmasonería como la relación que guardaba su propia constitución con la libertad que se deseaba, creyó que no podía compartir las mismas miras.

En 1816 hubo una nueva tentativa de fusión que fracasó como la primera, porque el Directorio helvético se negó a declarar su independencia total con relación al Gran Maestro alemán, el príncipe de Hesse, sucesor del duque de Brunswick.

El Directorio helvético continuó vegetando hasta 1830. Así pues, ya no existían más Directorios ni en Francia, ni en Alemania, ni en Rusia 136, y a partir de 1836 ya no se nombró más Gran Maestro General de la Orden ni Gran Maestro de Provincia, incluso tampoco Gran Prior helvético. También el movimiento unionista suizo ganó terreno.

Sin embargo, no fue hasta el 22 de enero de 1844 cuando el Directorio helvético decidió fusionarse. Desde entonces, Dinamarca fue la última muralla del Rito Templario Rectificado y de sus caballeros benefactores refugiados en la logia de la Etoile polaire de Copenhague; lo fue hasta el 6 de enero de 1855, fecha en la que el rey de Dinamarca abolió definitivamente el sistema de la Estricta Observancia Rectificada para reemplazarla por el sistema de Zinnendorf.

Ahora que creemos haber demostrado que es una ingenuidad confundir la Orden de los Elegidos Cohén, que el señor Matter designó con el nombre de «Martinezismo», con la Orden de la Estricta Observancia incluso Rectificada, introducida en Francia hacia 1774 bajo los auspicios de Willermoz, y que otro autor consideró necesario bautizarla como «Willermozismo», nos queda por buscar si, como pretende este último autor, Saint-Martin es el fundador de una Orden calificada «Martinismo», a cuyos seguidores se les conocería con el nombre de «Martinistas».

Lo que hemos expuesto de la vida de Saint-Martin a lo largo de esta reseña prueba claramente que si hubiera existido tal Orden, habría tenido muy poca relación con la Orden de los Elegidos Cohén, pero mantenemos además que Saint-Martin jamás fundó Orden alguna, y que el nombre de «Martinistas» solo puede designar a aquellos que habían adoptado una manera de ver conforme a la del teósofo, tendente más bien a librarse de todos los trabajos rituales y a rechazar toda ciencia oculta para dedicarse exclusivamente al estudio de los diversos místicos de Europa. Esto es lo que hace ya un año avanzábamos muy sucintamente, y es necesario que se nos hayan atribuido muy malas intenciones para que se haya sospechado que hemos escrito semejante cosa sin haber tenido conocimiento previo de todos los documentos que pudieran proyectar cierta luz sobre una cuestión que algunos pretenden que se vuelva confusa.

Sin haber recurrido a ningún documento inédito, habríamos podido constatar fácilmente que la mayor parte de los autores masones u otros que tuvieron a bien dejarnos algunas líneas sobre la «cuestión Martinista», se habían copiado servilmente, limitándose a ampliar los relatos de sus antecesores con los más inverosímiles detalles. Unos confundieron lisa y llanamente a Martínez de Pasqually con Saint-Martin. Ignorando la existencia del primero, atribuyeron al segundo su labor de propaganda, que llamaron, con lógica, Martinismo.

Otros han sido capaces de distinguir claramente entre los dos personajes. Y estos designan a Martínez como quien propagó el rito de los Elegidos Cohén y nos presentan a Saint-Martin como el fundador de un Martinismo que es, a ratos, el Rito Escocés Rectificado llamado de Saint-Martin, el Rito de la Estricta Observancia Templaría, el Sistema de los Iluminados de Wishaupt, el Rito de los Filaletes, la Sociedad de los Filósofos Desconocidos, el Rito Hermético de los Iluminados de Avignon, la Academia de los Verdaderos Masones de Montpellier, etc.; es decir, muchas cosas con frecuencia diferentes, de las cuales, ninguna guarda relación con el pensamiento de Saint- Martin.

Si tantas afirmaciones contradictorias no dan testimonio a favor de la existencia de un Martinismo, otro indicio no menos significativo era el siguiente: Mientras que la correspondencia de todos los Elegidos Cohén, De Les- court, Salzac, Fournié, De Calvimont, D’Ossun, Disch, Villaréal, etc., estaba llena de detalles casi cotidianos de todos los hechos concernientes a la Orden de los Elegidos Cohén, la correspondencia de todos los que, como Maubach, Divonne, la señora De Boecklin, Thieman, Gombaud, Salzmann, Gence o Gilbert, habían vivido en la intimidad de Saint-Martin después de la separación de este último de la Orden de los Elegidos Cohén, no hacía la menor alusión a una Orden del Martinismo. Sin embargo, la correspondencia tan íntima del barón de Liebis- dorf con Saint-Martin no habla tampoco de ese Martinismo y, no obstante, Liebisdorf, que conocía a muchos amigos de Saint-Martin, que habrían tenido más de una ocasión de oír hablar del Martinismo, y que mantenía frecuente correspondencia con la escuela de Martínez de Pasqually, con la escuela del Norte y la de Cagliostro, tendría que haber hecho necesariamente alguna alusión a tal sociedad, si esta sociedad hubiera existido.

Unamos a este silencio la ausencia por completo de todo documento en los archivos de los distintos ritos y en las colecciones particulares más ricas, y llegaremos a pensar que la palabra Martinismo no pudo nacer ni entre los Masones Elegidos Cohén, ni en el entorno de Saint-Martin.

La cuestión se plantea, sin embargo, de una manera muy clara: o la palabra Martinismo deriva de Martínez, o bien deriva de Saint-Martin. En el primer caso se puede objetar, en principio, el silencio de los iniciados. Estos, además, no ignoraban que el nombre del Gran Soberano de los Masones Elegidos Cohén, aunque se escribiera Martines, se pronunciaba Martines. Se puede objetar inmediatamente que para las personas que desconocían bien la ortografía del apellido Martínez, sería tan difícil que derivaran de este la palabra Martinismo, que el señor Matter creyó deber inventar la nueva palabra Martine- sismo. Parece, pues, que la palabra Martinismo deriva de Saint-Martin, y entonces podemos preguntarnos cómo se produjo esta derivación y cuál es esta Orden fantasma que cierto autor nos presenta tan alegremente expandida en toda Europa, y qué habría quedado tan superiormente desconocida que no se encontraría ninguna huella de ella en los archivos y en las correspondencias privadas de la época.

Ya no existe ninguna duda para nosotros. Si la palabra Martinismo deriva de Saint-Martin, sin duda alguna no es porque este último quisiera hacer de su apellido la enseña de una nueva Orden. Habría en ello una vanidad de la que más adelante veremos defenderse a Saint-Martin.

En la actualidad es absolutamente evidente que Saint- Martin no organizó ningún Martinismo, que esta palabra viene del público, del mundo profano, y no significa nada porque tal derivación solo fue posible como consecuencia de una lamentable confusión entre las personalidades de Saint-Martin y de Martínez de Pasqually, confusión que hizo posible que se atribuyera al primero la obra del segundo. Una cierta similitud en el apellido de los dos hombres, unida al hecho de que Saint-Martin, que había permanecido cinco años en la logia de Martínez de Pasqually, la designara normalmente en su correspondencia y en su conversación con estas palabras: «Mi antigua escuela», corrieron con los gastos de este error que fue tal que cuando en 1803 las publicaciones oficiales anunciaron el deceso de Saint-Martin le confundieron con Martínez de Pasqually, que llevaba muerto desde 1774.

Pero si no encontramos ninguna huella de Martinismo, podemos preguntarnos, en cambio, si ciertos individuos no tomaron el título de «Martinistas» queriendo designar de esta forma que se unían a las ideas que Saint- Martin había expuesto en algunos libros suyos. Decimos «algunos libros suyos» porque resulta particularmente curioso que no se encuentren entre las obras de Saint-Martin que mejor nos describen el pensamiento del teósofo las que fueron más apreciadas por el público. Saint-Martin era conocedor de esta anomalía y, aunque nunca hizo la menor alusión a un Martinismo, incluso en sus notas más íntimas, el epíteto de «Martinista» sale dos veces de su pluma.

Por primera vez, en 1787, cuando hablando de algunos diplomáticos rusos reunidos en Inglaterra, escribe en una de las notas de su Retrato:

Su emperatriz, Catalina II, ha considerado oportuno producir dos comedias contra los Martinistas, con quienes se encontraba resentida. Estas comedias no hicieron sino hacer más grande la secta. Entonces, la emperatriz encargó al señor Platón, obispo de Moscú, que le diera cuenta del libro De los errores y de la verdad, que era para ella un escollo. Le habló de él de la manera más favorable y tranquilizadora. A pesar de ello, aunque mis conocidos me inviten a ir a su país, no iré mientras siga viva la actual emperatriz. Y además estoy acercándome a una edad en la que este tipo de viajes ya requieren mucha reflexión.

El señor Matter, el historiador tan concienzudo al que debemos la mejor obra que haya sido escrita sobre Saint-Martin y su doctrina, ya se había parado en este pasaje buscando qué sentido se debería atribuir a la palabra Martinistas. Convencido como estaba, después de haber realizado un escrupuloso examen de la vida y las obras del teósofo, de que este último no había fundado Martinismo alguno, e intrigado por el tono general de la nota de más arriba, había supuesto que el epíteto Marti- nista designaba a Martinesistas. El señor Matter que, como descendiente de Rodolphe de Salzmann, se encontraba en posesión de los documentos más importantes relativos a Saint-Martin, con el que se había puesto en comunicación un amigo suyo, el señor Chauvin, ejecutor testamentario de Gilbert, amigo y único heredero de Saint-Martin, de todos los documentos manuscritos del teósofo, y que había podido leer la casi totalidad de la correspondencia de Saint-Martin con Divonne, Maubach, la señora De Boecklin, Salzmann, etc., así como la de Salzmann, de Lavater y de su hija, de Herbort, de la señorita Sarazin, de Eckartshausen y de Young Stilling138; el señor Matter, pues, no habiendo encontrado nada que hiciera alusión a una asociación tan simple como posible, llegó a la conclusión de que la «secta de los Martinis- tas» de la que hablaba Saint-Martin solo podía designar a los Elegidos Cohén. El señor Matter ignoraba, al parecer, que jamás hubo Elegidos Cohén en Rusia, sino Directorios de la Estricta Observancia; no obstante, la creencia que tenía en que la Orden de los Elegidos Cohén mantenía vínculos con la Escuela del Norte, autorizaba su suposición.

La explicación más verosímil no llegó nunca al pensamiento del señor Matter, porque el autor de la Historia 

del Gnosticismo y de la Historia del Misticismo en Francia en tiempos de Fenelón, no podía pensar que las ideas de Saint-Martin constituyeran un sistema suficientemente original como para que se le pudiera designar con la palabra Martinismo, así como se designó a los sistemas de Descartes y de Spinoza con las palabras Espinosismo y Cartesianismo, y, no habiendo podido atribuir esta palabra a una sociedad que saliera de Saint-Martin, no pensó que se pudiera etiquetar con ella las ideas del teósofo, mientras que no existiera ni Lawismo, ni Guyonismo, ni Salz- mannismo. Pero, como lo que para los eruditos resulta poco original, puede representar mucho en un medio menos informado, sin duda, el señor Matter habría pensado de otra forma si hubiera tenido conocimiento de lo que manifiesta el señor De Haugwitz, y que permite entender la nota precedente de Saint-Martin.

En 1776, cuando Saint-Martin, que acababa de escribir su primera obra, De los errororesy de la verdad, aún no se había alejado de los trabajos que la logia La Beneficencia tenía en Lión bajo los auspicios de la Estricta Observancia, Willermoz pensó que sería útil que se conociera el libro de Saint-Martin en las distintas provincias de la Orden. A tal efecto mandó un servicio muy extenso a todos los Directorios de esas provincias. La obra de la que se hizo el servicio con el mayor misterio, alcanzó una cota tan alta de curiosidad que se puede decir que Saint-Martin, cuya peor obra es esta, debió a Willermoz el renombre que inmediatamente se unió a su apellido, mientras que tantas obras notables quedaron ignoradas o despreciadas. Así fue como la alta sociedad rusa, cuyos miembros frecuentaban por entonces de forma asidua, y casi en su totalidad, las logias de la Estricta Observancia Templaría, conoció a Saint-Martin y se hizo una especie de breviario de su primer escrito, en el que, a través de un estilo muy enigmático, volvemos a encontrar la doctrina tan antigua y tan universalmente expandida, de un buen y de un mal principio, de un antiguo estado de perfección de la especie humana, de su caída, y de la posibilidad de un regreso a esa perfección. Desgraciadamente, las tinieblas con las que el autor velaba cosas de tan gran simplicidad y el misterio que envolvía el envío de su libro produjeron en el medio templario un efecto totalmente inesperado. En esta obra, de la que Kreil decía que «jamás autor alguno había explotado en el mismo grado el poder de la imaginación, desde hacía largo tiempo descubierto por Malebranche, sobre los espíritus débiles, las circunstancias excepcionales, los accidentes y las hipótesis»; en la que Gedike y Biester explicaron una serie de símbolos y de relatos alegóricos destinados a reconstruir el origen, las tribulaciones y el fin de la Orden de los jesuítas, pero en la que Vbl taire no veía más que un «galimatías»; la mayor parte de los espíritus frívolos de la corte de Catalina II, jóvenes y turbulentos señores que exaltaban las fábulas de la Estricta Observancia, vieron una cosa totalmente distinta a lo que no merecía tanto misterio y circunloquio. Los dos principios, el hombre y sus armaduras, su lanza, su puesto, los nombres de su caída y de su restablecimiento, la Gran Obra, etc., de todo lo que se habla en la obra de Saint-Martin, recibieron una interpretación totalmente natural y se aplicaron en lo sucesivo no a la Orden de los Jesuitas, sino a la del Templo, a sus principios, a sus enemigos, a su caída y a su restablecimiento. Apenas se puede creer cuando se lee en Puschkin, en Bode o en Gagarin, el alcance que fue atribuido a las palabras más simples, a qué grado de aberración pueden llegar ciertos espíritus.

Locura de sectarios es la de estos «caballeros benefactores» escrutadores demasiado celosos del libro De los errores y de la verdad. En su cerebro, las ideas del inocente Saint-Martin revisten las formas más curiosas. Ciertos pasajes son vistos como si hicieran alusión al papel representado por Rosa o por De Hund, en Alemania, en el restablecimiento de la Orden de los Templarios, a la lucha de las autoridades eclesiásticas contra los nuevos caballeros, a supuestas tentativas de Stark para hacer caer la Orden entre las manos del clero, a Zinnendorf, a Schró- der, a la política seguida por los caballeros en las provincias no restablecidas aún en sus derechos, etc. Cosa extraña, el propio místico Haugwitz 139, declaraba que después de haber creído encontrar en el libro De los errores y de la verdad lo que, según su primera opinión, se escondía bajo los emblemas de la Orden de la Estricta Observancia Templaria, su convicción se había hecho más profunda a medida que penetraba más y más en el significado de ese tejido tenebroso, y pensaba que había algo de naturaleza totalmente distinta que se encontraba en la retaguardia, y que el manto de los misterios religiosos no era más que la forma de cubrir los planes más criminales (sic).

Se puede entender fácilmente la inquietud que pudieron despertar en Catalina II las elucubraciones de sus sujetos «Martinistas» después de haber intentado dejarlos en ridículo en comedias en las que recitaban las peroratas más trágicas para festejarlas alegremente a la manera pe- tersburguesa, encargó al obispo de Moscú que examinara el libro De los errores y de la verdad y, al no encontrar el obispo nada escondido «bajo el manto de los misterios religiosos», la amiga de los Filósofos pensó que no era necesario preocuparse por más tiempo.

Es probable que el príncipe Galitzin o el señor De Kachelof informaran a Saint-Martin de estos detalles. Si bien sintió el suficiente malestar como para que en su nota llegara a manifestar cierto mal humor, se contentó con dejar a sus conocidos la tarea de aclarar el malentendido de sus compatriotas. Más tarde llegó a arrepentirse de haber escrito «con la fogosidad de la primera juventud» y haber «ocasionado con ello, en los demás, movimientos falsos que no se habrían producido de otra forma» 140 y, después de sus quejas a Willermoz, después de su separación de los caballeros de La Beneficencia de Lión y su dimisión de la Orden interior de la Estricta Observancia Rectificada, sin duda le pasó muchas veces que tuvo que protestar como lo hace en la carta que sigue, con fecha del 5 de agosto de 1798.

Señor, las amables propuestas que me hacéis en relación a Ar- nold y los halagadores cumplidos que me dirigís por el Relámpago sobre la asociación, me llevan al deber de disipar vuestra incertidumbre sobre los demás temas. No sé absolutamente nada del breve tratado que ya conocía por extractos que me pasó el señor Divonne 142. Es una de estas cosas bastardas que circulan en el público a la búsqueda de su autor. Este me parece un hombre de bien, pero os confieso que no puedo pronunciarme sobre ninguno de sus temas.

Os rogaría también que aceptarais el mismo consejo sobre el acuerdo escocés. Esta constitución no es mía, y os compadecería si os dedicarais a perder vuestro tiempo en tales embrollos. Una de mis conocidas de Estrasburgo, que sabía de mis asiduas visitas a las librerías, me había rogado que le consiguiera un ejempiar de este. Este asunto no tuvo ninguna continuidad a causa del descrédito en el que cayó este género de producción después de una docena de años, y también a causa del abuso que pensaba que se podía hacer de mis buenos oficios. Al señor Cottin lo mataron en Nancy.

Os doy las gracias por los nuevos detalles que me dais. Sé que paso por ser, en el espíritu de mucha gente, que es algunas veces el espíritu del siglo, el autor de algunas producciones del mismo género. Sé que quienes han tenido a bien conceder su estima a mis obras les han prestado con demasiado gusto lo que les faltaba. No pienso censurar a esos Martinistas; ¿no es el destino de los libros el llegar a ser la presa de los lectores? Pero estoy asombrado de que me hayáis juzgado tan engreído por el relativo mérito que tengo, como para que haya podido dar mi nombre a mi antigua escuela o a alguna otra. Esos establecimientos sirven algunas veces para mitigar los males del hombre, lo más frecuente, para aumentarlos, y nunca para curarlos, porque las mamarrachadas con las que complicamos nuestra existencia quedarán siempre muy lejos del ojo de la Providencia; los que enseñan allí lo hacen mostrando únicamente hechos maravillosos o exigiendo la sumisión. Mi tarea ha sido menos brillante, pues el silencio es en todos los aspectos el único partido que me conviene.

Adiós, señor. No puedo conversar más tiempo con vos. Sí bien, gracias a Dios, aún continúo siendo tratado con la misma estima que en el pasado, nuestra revolución ha reducido mis medios pecuniarios a tan poca cosa que siento no poder regalaros el objeto de vuestro deseo. Podéis seguir escribiéndome hasta nuevo aviso.

Saint-Martin 


Este documento que el señor Alexandre Munier ha tenido a bien autorizarnos a reproducir, y en el que encontramos por segunda vez la palabra Martinismo, nos permite apreciar el valor de este calificativo. El pasaje relativo a un «arreglo escocés» podría aplicarse al Escocés de Saint- Martin, pero los detalles que figuran allí vuelven a esta aplicación difícil, porque parecería que indican que Saint- Martin habría conocido esta obra entre 1787 y 1791.

Sea como fuere, destaca claramente, de todo lo que hemos expuesto, que Willermoz y Saint-Martin no fueron en absoluto los continuadores de Martínez de Pas- qually, y que si Saint-Martin se separó de Willermoz después de haberse separado de la Orden de los Masones Elegidos Cohén, no lo hizo para fundar una Orden, el Martinismo.

UN CABALLERO DE LA ROSA CRECIENTE París, 19 de diciembre de 1899, día del aniversario de la muerte de Caignet de Lestére, sucesor de Martínez de Pasqually.


Nota sobre el texto


En el mismo momento en que Papus creaba la Orden Martinista y publicaba sus obras sobre Martínez de Pasqually... (1895) yLouis-ClaudedeSaint-Martin... (1902), otra corriente con origen en la Logia Are en ciel (Arcoíris) del Rito de Misraím, ofrecía al público dos textos fundamentales para el estudio y la comprensión del Martinismo: el Traité de la réintégration des etres (Tratado de la reintegración de los seres) (1899) y Les enseignements secrets de Martínez de Pasqually (Las enseñanzas secretas de Martínez de Pasqually) (1900). Como cuenta P. Vulliaud «el grupo de Misraím creía que pertenecía a un Martinismo más ortodoxo que el de Papus», más operativo y, por tanto, más próximo de Martínez de Pasqually que de la vía mística de Louis-Claude de Saint-Martin, preconizada y reinventada por Papus.

Esta obra, imposible de encontrar y muy buscada, se compone de dos partes. Por una parte, Las enseñanzas secretas de Martínez de Pasqually, de Franz Von Baader (1765-1841). Este texto del filósofo romántico alemán más grande, es un notable resumen de la doctrina de Martínez de Pasqually y de sus Caballeros Masones Elegidos Cohén del Universo, que en pleno Siglo de las Luces, sometiéndose a la razón, iban a aportar una renovación espiritual a través de una práctica y un ascetismo teúrgico. Enseñanza ejemplar en más de un aspecto, cuyas huellas siguen vivas tanto en el Martinismo como en la Francmasonería Rectificada.

Por otra parte, Rene Philipon dedica la mayor parte de la obra a una Nueva reseña histórica sobre el Martinezismo y el Martinismo. Bajo el cobijo del seudónimo de Cheva- lier de la Rose Croissante (Caballero de la Rosa Creciente), en respuesta a sus detractores y a Papus, con respecto a la corta reseña aparecido en el Tratado de la Reintegración, traza un histórico de la Francmasonería, de la Estricta Observancia y, sobre todo, de la Orden de los Elegidos Cohén, apoyándose en documentos originales inéditos que será, escribe, «la mejor respuesta a escritos tan faltos de consideración como inútiles».