Antes de emprender la búsqueda del Santo Grial, los caballeros del Rey Arturo recibían el Sacramento del Altar. Si consideramos este punto cuidadosamente, que es como debemos juzgar todos los elementos de una historia mística, veremos que en él existe mucha materia de reflexión. ¿Por qué aquellos que podían recibir el Cáliz en el altar, debían buscar también el Grial? ¿Qué más tenía el Grial para dar que lo que podía otorgar el Cáliz?
La leyenda nos señala una interpretación mística de la Eucaristía. Nos muestra que, a fin de hacer de nuestra comunión una experiencia espiritual, tenemos que hacer algo más que presentarnos arrodillados ante el altar y recibir en nuestras manos una copa bendecida por el sacerdote; debemos salir en una búsqueda personal y encontrar para nosotros mismos la verdadera Copa de la cual Nuestro Señor bebió el vino de la vida. De ninguna otra manera podrán las potencialidades del Cáliz convertirse para nosotros en la realidad de la experiencia mística.
El Grial es el prototipo del Cáliz, y es del Grial que el Cáliz extrae su validez. Si no hubiera habido una Ultima Cena, no podría haber habido ninguna Eucaristía. No obstante, la Eucaristía es más que una conmemoración. Nuestro Señor preguntó a aquellos que deseaban compartir un lugar en Su Reino si querían beber de la Copa de la que El bebía, y ser bautizados con el bautismo con que El había sido bautizado. Sabemos de qué se trató ese bautismo: fue el descenso del Espíritu Santo bajo el aspecto de una Paloma. La Paloma no fue sino un símbolo gracias al cual los sentidos finitos percibieron la manifestación del poder fulgurante del Tercer aspecto del Verbo, y la Copa es igualmente la ecuación simbólica de las experiencias interiores por las que pasó Nuestro Señor en el acto cósmico que redimió y regeneró a la humanidad. La Crucifixión en manos de las autoridades romanas no fue sino la manifestación material de la lucha espiritual que estaba ocurriendo.
No fue el derramamiento de la sangre de Jesús de Nazaret lo que redimió a la humanidad, sino el derramamiento del poder espiritual desde la mente de Jesucristo.
Detrás de cada objeto material utilizado en el ritual hay un prototipo espiritual. El prototipo espiritual es creado por una experiencia que ha sido vivida por un ser espiritual viviente. Así como una tragedia puede hacer que un lugar sea visitado por "fantasmas" porque la intensa emoción allí experimentada permanece en la atmósfera mental, del mismo modo, cualquier gran experiencia espiritual -especialmente cuando se la intenta por sustitución de un objetivo determinado- crea una forma-pensamiento cargado de potencia espiritual. En esto yace el poder, no sólo del supremo sacrificio de Nuestro Señor en la Cruz sino también, según su grado, de los martirios y penitencias de los santos. Las formas pensamiento son creadas mediante el sufrimiento consagrado por sustitución, que se transmuta en poder espiritual.
Por medio del símbolo físico, ya sea la Cruz, el Cáliz o la reliquia de un santo, el pensamiento se concentra en el acto del sacrificio. Contactamos la forma-pensamiento, y su potencia almacenada descargada en nuestra alma. Esto nos recuerda la cualidad espiritual que motivó el sacrificio, y la cualidad correspondiente se agita en nuestros corazones.
Somos estimulados por un ejemplo inspirador para "ir y hacer del mismo modo", según nuestro grado de desarrollo. La Cruz es sólo válida para nosotros en la medida en que crucifiquemos al yo inferior y su codicia. El Cáliz es sólo válido en la medida en que Cristo se ha elevado en nuestro corazón, y estemos luchando por realizar la vida de Cristo.
A menos que podamos compartir la vida interior de un símbolo, su forma exterior no nos transmitirá nada. A menos que hayamos hecho un sacrificio voluntario por amor a Dios, aprenderemos muy poco de la cavilación acerca de la Cruz; salvo que hayamos sentido la luz ardiente del contacto de un espíritu viviente estimulando nuestro corazón, no recibiremos nada del Cáliz. Las palabras santificadoras del Sacerdote convierten a la copa en un Cáliz, pero es sólo la conciencia consagradora del que comulga lo que puede convertir al Cáliz en el Grial.
Como los caballeros del rey Arturo, no debemos contentarnos con el Cáliz en la capilla, sino ir en busca de esas grandes aventuras del alma que nos lleven al fin a tomar parte del Grial en la Iglesia que no ha sido hecha por los hombres, eterna en los cielos.