Hay otra atmósfera dentro de los alrededores de la Abadía, parecida a la de las iglesias medievales, que impregna al pueblo como la fragancia del incienso. Ir de la gran nave hasta la Capilla de St. Joseph es ir de un mundo a otro. La tradición nos dice que esta capilla hermosa e intrincada se construyó alrededor de la antigua iglesia de mimbre de los primeros misioneros cristianos que llegaron a nuestras islas, y no hay razón para dudar de la verdad de la tradición.
En estas islas hubo una cristiandad antes de que Roma empleara su mano organizadora en ellas. Hubo una iglesia céltica que no reconoció al Papa, salvo como uno entre muchos obispos. Hubo tres centros sagrados en Gran Bretaña desde donde se diseminó la Luz del Oeste, y el más grande de ellos fue Glastonbury. La historia nos dice que la cristiandad llegó primero a estas islas desde Irlanda, la Isla de los Santos, pero la leyenda nos dice que vino directamente de Palestina. Sea como fuere, fue en Avalon que la cristiandad vio primero la luz del día en estas islas, y la antigua iglesia de mimbre fue su cuna.
Tantos hombres santos han rezado y muerto en Glastonbury que la atmósfera espiritual está viva y llena de luminosidad. El polvo de sus restos, al mezclarse con la tierra, santifica el suelo que se halla bajo nuestros pies.
Aquí no hubo mártires hasta que Enrique VIII eligió sus víctimas: hombres santificados por su vida, no por su muerte.
San Patricio cruzó el Mar de Irlanda en su frágil embarcación y llegó aquí, organizando a los solitarios ermitaños bajo una disciplina. También Santa Brígida, la más amada de las solitarias, tuvo su celda en Beckary, apenas una elevación del suelo que está más allá de Wearyall. Allí dejó sus instrumentos de tejido, y hace algunos años un pastor encontró allí una campana de bronce de la más antigua hechura y la entregó al Pozo del Cáliz para la capilla, donde sus dos dulces notas solían llamar a los feligreses, a la mañana y a la tarde.
Que se trataba de la campana de una mujer es indudable, pues los agujeros para los dedos de los cuales se sostiene son tan pequeños que sólo los dedos de una mujer podrían usarlos. Se dice que San David llegó aquí desde Gales, junto con otros siete obispos, a fin de poder dedicar la iglesia recientemente construida, a la Virgen María; pero Nuestra Señora se le apareció en un sueño y le dijo que la iglesia ya le había sido dedicada a ella por la santidad del suelo, de modo que el buen santo bendijo a los venerables hombres de la isla y partió, dando gloria a Dios.
Fue en Beckary donde el Rey Arturo, convocado por un sueño mientras dormía en el convento de monjas en Wearyall, vio el prodigioso sacramento en que el Niño Santo era el sacrificado en el altar, dejado allí por Su Madre. Fue allí, en la Isla de Bridget, llamada "Pequeña Irlanda", donde Nuestra Señora dio a Arturo la maravillosa cruz de cristal que, a su vez, fue dada por él a la Abadía de Glastonbury. Arturo grabó esta cruz de cristal en su escudo, plata sobre verde, en memoria de la gracia de la Reina del Cielo, y más tarde los monjes de la Abadía la hicieron también su blasón, y hasta hoy puede verse como parte de su escudo de armas.
En esos días, no había verdaderas reglas monásticas. Los santos vivían como ermitaños en lugares sagrados, y cada uno era la ley para sí mismo. Gradualmente, debido a la cercanía, empezó a aparecer un cierto código de disciplina. Por los peligros de la época,raramente las mujeres eran anacoretas; forzosamente tenían que vivir detrás de sólidas paredes para su protección. Las santas parecen haber tenido para sí la tierra distante y más elevada de Wearyall, con su isla de Beckary, pues antes de que se construyeran los grandes diques a lo largo de la Bahía de Bridgewater la marea llegaba hasta el pie de Wearyall, y todos los páramos actuales eran una salina llena de los chillidos de las aves marinas.
En Glastonbury no hubo una vida monástica regular hasta que los benedictinos trajeron sus enseñanzas y sus reglas. La primera cristiandad en estas islas no fue romana sino céltica, y para los cristianos célticos, el Papa no era sino un obispo más entre muchos otros.
Los devotos, hombres y mujeres, llevaron la luz de la fe a las tribus salvajes del Norte y del Oeste, y para su inspiración miraban hacia la sagrada Irlanda, no hacia Roma. Pero poco a poco, la influencia de Roma se afirmó en todas las iglesias, y las primitivas costumbres y tradiciones locales fueron absorbidas y unificadas, hasta que hubo una sola iglesia en la cristiandad.
Las personas contemplativas que se reunían alrededor del Pozo Sagrado en Glastonbuy fueron organizadas bajo las reglas de San Benedicto, y las paredes de la Abadía empezaron a construirse. La Capilla de San José se levantó, en realidad, para cercar la humilde iglesia de mimbre de los primeros ermitaños.
El arte y el saber vinieron a Glastonbury, y se empezó a construir la gran propiedad que los mantenía; muy lejos, sobre los páramos, encontramos el escudo de armas de la Abadía, sobre las puertas de los antiguos y grises graneros de piedra, que aún hoy siguen en pie. Lejos de Londres y de las turbulentas plazas fuertes de los magnates, protegida por pus pantanos, Glastonbury se convirtió en un jardín de vida cristiana. Ningún otro lugar en estas islas podía competir con ella en cuanto a antigüedad de tradición, pues en su primer santo tenía un vínculo con Nuestro Señor. Siglo tras siglo, la vida espiritual del lugar creció como una gran enredadera, y esa vida según toda evidencia, parece haber sido de una pureza singular.
Glastonbury está santificada por las plegarias y el polvo de los hombres y mujeres santos. Muchas generaciones de ingleses recorrieron el sendero de los peregrinos a través de los pantanos, y los ojos de toda Europa se volvían hacia esa ciudad como hacia un refugio sagrado. Es esta intensa vida espiritual la que construyó a la Avalon invisible; es el fuego de este hogar de fe el que da calor hoya nuestros corazones cuando estamos en "la tierra más sagrada de Inglaterra". Sus piedras están tan llenas de recuerdos que no podemos sino recordar, y el alma se conmueve y piensa en Dios.
Porque en esta isla, en los pantanos, se ha pensado tanto en Dios, ha sido tan amado y servido en ella, que El se encuentra muy cerca, y el velo que oculta el santuario es muy sutil. Si Dios se acercó o no a Glastonbury, ¿quién puede decirlo? Pero Glastonbury se acercó mucho a Dios, y la fragancia de esa Presencia aún persiste.