La alquimia, el arte secreto de la tierra de Khem, es una de las dos ciencias más antiguas que se conocen en el mundo. La otra es la astrología. Los comienzos de las dos se remontan a la oscuridad de los tiempos prehistóricos. Según los documentos más viejos que se conservan, la alquimia y la astrología fueron reveladas por Dios a los hombres para que, con su ayuda, recuperasen el patrimonio que habían perdido. Según las viejas leyendas que conservaban los rabinos, el ángel que estaba a la entrada del Edén enseñó a Adán los misterios de la Cábala y de la alquimia y le prometió que, cuando la raza humana dominase con maestría la sabiduría secreta oculta en aquellas artes inspiradas, la maldición de la fruta prohibida desaparecería y el hombre podría volver a entrar en el jardín del Señor. Así como el hombre se puso «túnicas de piel» (el cuerpo físico) en el momento de su caída, también llevó consigo aquellas ciencias sagradas a los mundos inferiores, encarnados en vehículos densos a través de los cuales sus naturalezas espirituales trascendentales ya no podían manifestarse y, por consiguiente, se consideraron muertas o perdidas.
El cuerpo terrenal de la alquimia es la química, porque los químicos no se dan cuenta de que la mitad de la Torá está oculta para siempre tras el velo de Isis y que, mientras se limiten a estudiar los elementos materiales, en el mejor de los casos no descubrirán más que la mitad del misterio. La astrología ha cristalizado en la astronomía, cuyos incondicionales se burlan de los sueños de los profetas y los sabios antiguos y consideran sus símbolos productos disparatados de la superstición. Sin embargo, la intelectualidad del mundo moderno no puede pasar nunca al otro lado del velo que separa lo visible de lo invisible, salvo de la manera indicada: los Misterios. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la inteligencia? ¿Qué es la fuerza? A solucionar estos problemas consagraron los antiguos sus templos del saber. ¿Quién dirá que no respondieron a estas preguntas? ¿Quién reconocería las respuestas, si las hubiera? ¿Es posible que, oculta tras los símbolos de la alquimia y la astrología, haya una sabiduría tan abstrusa que la mente de esta raza no esté capacitada para concebir sus principios?
Los caldeos, los fenicios y los babilonios estaban familiarizados con los principios de la alquimia, al igual que muchas de las razas orientales primitivas Se practicaba en Grecia y en Roma y era la ciencia superior de los egipcios Khem era el nombre antiguo de la tierra de Egipto y las dos palabras —alquimia y química— son un recordatorio permanente de la prioridad del conocimiento científico de Egipto. Según los escritos fragmentarios de aquellos pueblos antiguos, para ellos la alquimia no era un arte especulativo, sino que estaban absolutamente convencidos de que se podían multiplicar los metales; a la vista de sus reiteraciones tanto el erudito como el materialista deberían tratar con más amabilidad los teoremas alquímicos. Los evolucionistas atribuyen el desarrollo de las artes y las ciencias al aumento de la inteligencia del hombre prehistórico, mientras que los que tienen un punto de vista más trascendentalista prefieren considerarlas revelaciones di rectas de Dios.
Se han propuesto muchas soluciones interesantes al enigma del origen de la alquimia. Una de ellas es que quien reveló la alquimia a los hombres fue el misterioso semidiós egipcio Hermes Trismegisto. A esta figura sublime, que mira a través de las nieblas del tiempo y lleva en la mano la esmeralda inmortal, atribuyen los egipcios la autoría de todas las artes y las ciencias. En su honor, todo el conocimiento científico se ha reunido bajo el título general de «artes herméticas». Cuando el cuerpo de Hermes fue sepultado en el valle de Hebro (o Hebrón), la esmeralda divina fue enterrada con él. Muchos siglos después, la esmeralda fue hallada, según una versión, por un iniciado árabe y, según otra, por Alejandro Magno, rey de Macedonia. Gracias al poder de aquella esmeralda, sobre la cual estaban las misteriosas inscripciones de Hermes tres veces grande —en total eran trece oraciones—, Alejandro conquistó todo el mundo conocido por aquel entonces Sin embargo, al no haberse conquistado a sí mismo, al final fracasó. Sin tener en cuenta su esplendor y su poder, se cumplieron las profecías de los árboles parlantes y Alejandro fue segado en pleno triunfo.
LAS HOJAS DEL ÁRBOL SAGRADO DE HERMES
Copiado de un manuscrito original que data de 1577
En su Key to Alchemy, Samuel Norton divide en catorce partes los procesos o estados por los que pasan las sustancias alquímicas desde que se colocan por primera vez en el tubo de ensayo hasta que se pueden usar como medicina para las plantas, los minerales o los seres humanos:
1. Solución: el acto de pasar de un estado gaseoso o sólido a uno líquido.
2. Filtrado: la separación mecánica entre un líquido y las partículas no disueltas que están en suspensión.
3. Evaporación: el cambio o transformación de un estado líquido o sólido a uno de vapor con ayuda del calor.
4. Destilación: operación por la cual un líquido volátilse puede separar de las sustancias que contiene en solución.
5. Separación: la operación de desunir o descomponer sustancias.
6. Rectificación: el proceso de refinar o purificar cualquier sustancia mediante varias destilaciones.
7. Calcinación: la transformación en polvo o cal por acción del calor: expulsión de la sustancia volátil de una materia.
8. Amecer: la mezcla de distintos ingredientes en un solo compuesto o masa.
9. Purificación (mediante la putrefacción): desintegración por medio de la descomposición espontánea; descomposición por medios artificiales.
10. Inhibición: el proceso de contención o restricción.
11. Fermentación: la transformación de sustancias orgánicas en nuevos compuestos en presencia de un fermento.
12. Fijación; el acto o proceso de dejar de ser fluido para volverse firme; estado de firmeza.
13. Multiplicación: el acto o proceso de multiplicarse o aumentar de número; estado de multiplicarse.
14. Proyección: el proceso de transmutar en oro los metales de baja ley
«Entonces marchó Alejandro en otras direcciones igual de peligrosas; en una ocasión, a lo alto de las montañas y, en otra, a través de valles oscuros, en los cuales su ejército fue atacado por serpientes y animales salvajes, hasta que, al cabo de trescientos días, llegó a una montaña muy agradable, en cuyas laderas colgaban cadenas o cuerdas de oro. Aquella montaña tenía dos mil cincuenta escalones del zafiro más puro, mediante los cuales se podía ascender hasta la cima, y cerca de allí acampó Alejandro. Un día, él y sus doce príncipes subieron por dichos escalones hasta la cima de la montaña, donde encontraron un palacio de una hermosura maravillosa, con doce puertas y setenta ventanas del oro más puro, que se llamaba el Palacio del Sol, dentro del cual había un templo totalmente de oro, delante de cuyas puertas había vides con racimos de carbúnculos y perlas. Cuando Alejandro y sus príncipes entraron en el palacio, hallaron en él a un hombre acostado en una cama de oro: tenía un aspecto majestuoso y bello y su cabeza y su barba eran blancas como la nieve. Alejandro y sus príncipes hincaron la rodilla delante del sabio, que habló con estas palabras: “Alejandro, verás ahora lo que ningún hombre terrenal ha visto ni oído jamás”.
A lo cual, Alejandro respondió: “Oh, bienaventurado sabio, ¿cómo es que me conocéis?”. El sabio respondió: “Antes de que la ola del diluvio cubriera la faz de la tierra, conocía yo tus obras —y añadió—: ¿Quieres ver ahora los árboles más sagrados del Sol y la Luna, que anuncian todas las cosas futuras?”. Alejandro respondió: “Bien está, señor mío; mucho ansiamos verlos”. […] »Entonces dijo el sabio: “Quitaos vuestros anillos y adornos y vuestros zapatos y seguidme”. Así lo hizo Alejandro, que, tras elegir a tres de los príncipes ordenó a los otros que esperaran su regreso y, siguiendo al sabio, llegó hasta los árboles del Sol y de la Luna. El árbol del Sol tenía hojas de oro rojo y el árbol de la Luna tenía hojas de plata, y los dos eran enormes. Alejandro, por sugerencia del sabio, preguntó a los árboles si regresaría triunfante a Macedonia, a lo que los árboles respondieron que no, pero que viviría un año y ocho meses más y que después moriría por culpa de una bebida envenenada. Cuando preguntó quién le daría el veneno, no obtuvo respuesta y el árbol de la Luna le dijo que su madre, después de una muerte vergonzosa y desdichada, no sería sepultada hasta después de bastante tiempo, pero que sus hermanas serían felices».
Es muy probable que los llamados «árboles parlantes» no fuesen más que tiras de madera con tablas de letras encima, mediante las cuales se evocaba a los oráculos. En una época se llamaba así a los libros escritos sobre madera. Al desconocimiento del continente perdido de la Atlántida se debe, de forma directa, la dificultad para determinar el origen de la alquimia. El Gran Arcano era el secreto más preciado de la clase sacerdotal atlante.
Cuando se hundió la tierra de Atlas, los hierofantes del Misterio del fuego llevaron su fórmula a Egipto, donde permaneció durante siglos en poder de los sabios y los filósofos. Poco a poco fue entrando en Europa, donde sus secretos aún se conservan intactos. Para los que no están de acuerdo con la leyenda de Hermes y su Tabla de Esmeralda, los doscientos ángeles que descendieron sobre las montañas —así los describe el profeta Enoch— fueron los primeros instructores en el arte alquímico. De todos modos, fuera cual fuese su origen, correspondió a los sacerdotes egipcios preservar la alquimia para el mundo moderno. Por el color de su tierra, Egipto recibe el nombre de «el imperio negro» y en el Antiguo Testamento se lo llama «la tierra de la oscuridad». Debido a que su origen tal vez estuviese allí, hace mucho que la alquimia se conoce como «el arte negro», pero no en el sentido de malignidad, sino en el de la oscuridad que siempre ha rodeado sus procedimientos secretos. Durante la Edad Media, la alquimia fue no solo una filosofía y una ciencia, sino también una religión. Los que se rebelaban contra las limitaciones religiosas de su tiempo ocultaron sus enseñanzas filosóficas tras la alegoría de la fabricación del oro. De este modo, preservaban su libertad personal y, en lugar de perseguirlos se burlaban de ellos. La alquimia es un arte triple y su misterio se puede representar por medio de un triángulo. Su símbolo es tres veces tres: tres elementos o procesos en tres mundos o esferas. Lo de 3 veces 3 forma parte del misterio del grado 33 de la masonería, porque 33 es 3 veces 3, que es 9, el número del hombre esotérico y el número de emanaciones de la raíz del árbol divino. Es el número de mundos que nutren los cuatro ríos que salen de la boca divina como verbum fiat. Detrás del llamado simbolismo de la alquimia se esconde un concepto magnífico, porque aquel oficio ridiculizado y despreciado aún conserva intacta la triple llave de las puertas de la vida eterna. Por consiguiente, teniendo en cuenta que la alquimia es un misterio en tres mundos —el divino, el humano y el elemental—, es fácil apreciar por qué los sabios y los filósofos crearon y desarrollaron una alegoría compleja para ocultar su sabiduría. La alquimia es la ciencia de la multiplicación y se basa en el fenómeno natural del crecimiento. «De la nada, nada procede» es un dicho muy antiguo. La alquimia no es el proceso de fabricar algo a partir de la nada, sino el proceso de incrementar y mejorar lo que ya existe. Si un filósofo dijera que se puede crear un hombre vivo a partir de una piedra, es probable que una persona no preparada exclamara: «¡Imposible!», con lo cual revelaría su ignorancia, porque el sabio sabe que en toda piedra está la semilla del hombre. Un filósofo podría decir que se puede crear un universo a partir de un hombre, aunque el tonto lo calificaría de imposible, sin darse cuenta de que el hombre es una semilla que puede dar lugar a un universo.
Dios es el interior y el exterior de todas las cosas. El Uno Supremo se manifiesta mediante el crecimiento, que es un impulso de dentro hacia fuera, una lucha por la expresión y la manifestación. No es mayor el milagro que consigue el alquimista cuando hace crecer y multiplicar el oro que el que consigue una diminuta semilla de mostaza cuando produce un arbusto que supera muchos miles de veces su propio tamaño. Si una semilla de mostaza produce cien mil veces su propio tamaño y su propio peso cuando se planta en una sustancia totalmente diferente (la tierra), ¿por qué no se va a poder multiplicar cien mil veces, por obra de arte, la semilla del oro cuando es plantada en su tierra (los metales de baja ley) y alimentada artificialmente mediante el proceso secreto de la alquimia?
La alquimia enseña que Dios está en todo, que es Un Espíritu Universal que se manifiesta en infinidad de formas. Dios, por consiguiente, es la semilla espiritual plantada en la tierra oscura (el universo mate rial). Por obra de arte, es posible cultivar y expandir tanto esta semilla que todo el universo de la sustancia se «tiñe» de ella y se conviene en lo que la semilla es: oro puro. En la naturaleza espiritual del ser humano, esto se denomina «regeneración»: en el cuerpo material de los elementos, se denomina «transmutación». Lo mismo que sucede en el universo espiritual y el material ocurre en el mundo intelectual. No se puede transmitir sabiduría a un idiota, porque no lleva en su interior la semilla de la sabiduría, aunque sí que se puede transmitir a un ignorante, por mucho que lo sea, porque la semilla de la sabiduría existe en su interior y se puede desarrollar mediante el arte y la cultura. Por consiguiente, un filósofo no es más que un ignorante en cuya naturaleza se ha producido una proyección.
A través del arte (el proceso de aprendizaje), toda la masa de los metales de baja ley (la masa mental de la ignorancia) se transmutaba en oro puro (la sabiduría), al «teñirse» de conocimiento. Por consiguiente, si, mediante la fe y la proximidad a Dios, la conciencia del hombre se puede transmutar a partir de los deseos animales básicos (representados por las masas de los metales planetarios) en una conciencia pura, dorada y piadosa, iluminada y redimida, y el Dios que se manifiesta en su interior puede aumentar a partir de una chispa diminuta hasta convertirse en un Ser inmenso y glorioso y si también los metales de baja ley de la ignorancia mental pueden, con el esfuerzo y el entrenamiento adecuados, transmutarse en genio trascendente y sabiduría, ¿por qué el proceso que tiene lugar en dos mundos o esferas de aplicación no va a ser igual de válido en el tercero? Si tanto los elementos espirituales como los mentales del universo se pueden multiplicar en su expresión, por la ley de analogía también se pueden multiplicar los elementos materiales del universo, si se puede averiguar cuál es el proceso necesario. Lo que es válido en lo superior también es válido en lo inferior. Si la alquimia es un gran hecho espiritual, también es un gran hecho material. Si se puede producir en el universo, se puede producir en el hombre: si se puede producir en el hombre, puede tener lugar en las plantas y los minerales. Si algo crece en el universo, todo crece en el universo. Si una cosa se puede multiplicar, todas las cosas se pueden multiplicar, «porque lo superior concuerda con lo inferior y lo inferior concuerda con lo superior». Sin embargo, así como el camino de la redención del alma está oculto en los Misterios, los secretos de la redención de los metales también están escondidos, para que no caigan en las manos de los profanos y, de ese modo, se perviertan.
Si alguien quiere hacer crecer los metales, primero tiene que aprender los secretos de los metales: debe darse cuenta de que todos los metales —como todas las piedras, las plantas, los animales y los universos— crecen a partir de semillas y que tales semillas ya están en el cuerpo de la Sustancia (el vientre de la virgen del mundo), porque la semilla del hombre está en el universo antes de que nazca (o crezca) y, así como la semilla de la planta existe para siempre, aunque la planta solo viva una parte de ese tiempo, las semillas del oro espiritual y el oro material están siempre presentes en todas las cosas. Los metales crecen a lo largo de los siglos, porque el sol les transmite vida. Su crecimiento es imperceptible y adopta la forma de pequeñas matas, porque todo crece de alguna manera: lo único que difiere es el método de crecimiento, en función del tipo y la magnitud.
Uno de los grandes axiomas es el siguiente: «En todo está la semilla de todo», aunque, por los procesos sencillos de la naturaleza, es posible que quede latente durante muchos siglos o que su crecimiento sea sumamente lento. Por consiguiente, cada granito de arena no solo contiene la semilla de los metales preciosos y la semilla de las piedras preciosas de incalculable valor, sino también la del sol, la luna y las estrellas Así como dentro de la naturaleza del hombre se refleja todo el universo en miniatura, en cada granito de arena, en cada gota de agua, en cada partícula diminuta de polvo cósmico se esconden todas las partes y los elementos del cosmos en forma de gérmenes minúsculos, tan diminutos que ni el microscopio más potente puede detectarlos. Estas semillas irreconocibles e incomprensibles, que son billones de veces más pequeñas que un ión o un electrón, aguardan el momento que les corresponde para crecer y manifestarse.
Existen dos métodos para conseguir el crecimiento. El primero es mediante la naturaleza, un alquimista que siempre logra lo que parece imposible. El segundo es mediante el arte, gracias al cual se obtiene en relativamente poco tiempo lo que la naturaleza tarda períodos casi interminables en repetir. El filósofo auténtico, que desea producir la magnum opus, basa su conducta en el modelo que le brindan las leyes de la naturaleza, porque reconoce que el arte de la alquimia no es más que un método copiado de la naturaleza, pero que, gracias a determinadas fórmulas secretas, se acorta muchísimo, al intensificarse en la misma proporción.
Para producir sus milagros, la naturaleza tiene que actuar de forma extensiva o intensiva. Los procesos extensivos de la naturaleza son los que se emplean para transmutar la brea del negro de carbón en diamantes y hacen falta millones de años para que se endurezcan naturalmente. El proceso intensivo es el arte, que siempre está al fiel servicio de la naturaleza —como dice el doctor A. Dee—, la completa en todos sus pasos y colabora con ella de todas las formas. «Por consiguiente, en este trabajo filosófico, la naturaleza y el arte deberían ir muy unidos, para que el arte no requiera lo que la naturaleza niega ni la naturaleza niegue lo que el arte puede perfeccionar, porque la naturaleza, al asentir, se degrada sumisamente ante cada artista, mientras que la laboriosidad de ellos la ayuda, en lugar de ser un obstáculo».
Por medio de este arte se puede hacer germinar la semilla que está dentro del alma de la piedra con tanta intensidad que en pocos instantes se forme un diamante a partir de su propia semilla. Si la semilla del diamante no estuviera en el mármol, el granito y la arena, no podría nacer de ellos un diamante, pero, como la semilla está dentro de todas estas cosas, se puede hacer un diamante de cualquier otra sustancia del universo. No obstante, en algunas sustancias es más fácil hacer este milagro, porque en ellas estos gérmenes ya han sido fecundados hace mucho y, por consiguiente, están más preparadas para el proceso vivificante del arte. Asimismo, es más fácil enseñar la sabiduría a algunos hombres que a otros, porque algunos ya tienen una base sobre la cual trabajar, mientras que otros tienen la capacidad de pensar totalmente aletargada. Por consiguiente, la alquimia se debería considerar el arte de incrementar y hacer florecer a la perfección y con la máxima celeridad posible. La naturaleza puede alcanzar el objetivo que se propone o, debido a la destructividad que uno de los elementos ejerce sobre otro, tal vez no: sin embargo, con la ayuda del verdadero arte, la naturaleza siempre alcanza su objetivo, porque este arte no está sujeto a los desgastes del tiempo ni al vandalismo de las reacciones elementales. En A History of Chemistry, James Campbell Brown, antiguo profesor de química de la Universidad de Liverpool, resume en los párrafos siguientes los fines que perseguía la alquimia: Este era, pues, el objetivo general de los alquimistas: llevar a cabo en el laboratorio, en la medida de lo posible, el proceso que la naturaleza llevaba a cabo en el interior de la tierra. Ocupaban su atención siete problemas principales:
1. La preparación de un compuesto llamado elixir, panacea universal o piedra filosofal, que poseyera la propiedad de transmutar los metales de baja ley en oro y plata y de realizar muchas otras operaciones maravillosas […]
2. La creación de homúnculos o seres vivos acerca de los cuales se cuentan muchas historias maravillosas pero increíbles.
3. La preparación del alcaesto o disolvente universal, que disolviese cualquier sustancia que se sumergiera en él. […]
4. La palingenesia o la regeneración de una planta a partir de sus cenizas Si lo hubiesen conseguido, habrían albergado la esperanza de resucitar a los muertos.
5. La preparación de spiritus mundi, una sustancia mística que tenía numerosos poderes, el principal de los cuales era su capacidad para disolver el oro.
6. La extracción de la quintaesencia o principio activo de todas las sustancias.
7. La preparación de aurum potabile, oro líquido, un remedio supremo, porque, como el oro es, en sí mismo, perfecto, podría producir la perfección en el cuerpo humano.