quarta-feira, 1 de fevereiro de 2023

Manly Palmer Hall - El Popol Vuh

Ningún otro libro sagrado expresa de forma tan completa como el Popol Vuh los rituales iniciáticos de una gran escuela de filosofía mística. Basta con este volumen para establecer indiscutiblemente la excelencia filosófica de la raza cobriza o piel roja. «Los “hijos del Sol” rojos —escribe James Morgan Pryse— no adoran al Único Dios. Para ellos, el Único Dios es totalmente impersonal y todas las Fuerzas que emanaban del Único Dios son personales. Es exactamente lo opuesto de la concepción popular occidental de un Dios personal y de las fuerzas impersonales que actúan en la naturaleza. Cada uno ha de decidir por sí mismo cuál de estas creencias es más filosófica. Aquellos hijos del Sol adoran a la serpiente emplumada, que es la mensajera del sol. Era el dios Quetzalcóatl en México, Gucumatz para los quichés y en Perú lo llamaban Amaru. De este último nombre procede nuestra palabra “América”. Amaruca quiere decir, literalmente, “la tierra de la serpiente emplumada”. Hubo un tiempo en el cual los sacerdotes de este Dios de la Paz gobernaron las dos Américas desde su centro principal en las cordilleras. Todos los pieles rojas que se han mantenido fieles a la antigua religión siguen bajo su influjo. Uno de sus centros fuertes estaba en Guatemala y a su Orden pertenecía el autor del libro llamado Popol Vuh. En lengua quiché, Gucumatz es el equivalente exacto de Quetzalcóatl en lengua náhuatl: quetzal, ave del Paraíso; coatl, serpiente: “la serpiente velada con plumas del ave del Paraíso”».

El Popol Vuh fue descubierto por el padre Ximénez en el siglo XVII: fue traducido al francés por Brasseur de Bourbourg y se publicó en 1861. La única traducción completa al inglés es la de Kenneth Sylvan Guthrie, publicada en los primeros números de la revista The Word, que se utilizó como referencia para escribir este artículo. Una parte del Popol Vuh fue traducida al inglés por James Morgan Pryse, con comentarios sumamente valiosos, pero lamentablemente nunca la acabó. El segundo libro del Popol Vuh se dedica en su mayor parte a los rituales de iniciación de la nación quiché. Estas ceremonias son de la máxima importancia para los estudiosos del simbolismo masónico y la filosofía mística, porque establecen fuera de toda duda la existencia de escuelas mistéricas antiguas y de origen divino en el continente americano.

Lewis Spence, en su descripción del Popol Vuh, propone unas cuantas traducciones del título del propio manuscrito. Tras pasar por alto las versiones «El libro de la alfombra» y «El registro de la comunidad», le parece probable que el título correcto sea «La colección de hojas escritas», porque popol significa «corteza preparada» y vuh, «papel» o «libro», y procede del verbo uoch, que quiere decir «escribir».

Según la interpretación del doctor Guthrie, las palabras Popol Vuh significan «El libro del Senado» o «El libro de la Asamblea Sagrada»; Brasseur de Bourbourg lo llama «El libro sagrado» y el padre Ximénez llama al volumen «El libro nacional». En sus artículos sobre el Popol Vuh publicados en el decimoquinto volumen de Lucifer, James Morgan Pryse encara el tema desde el punto de vista del místico y llama a esta obra «El libro del velo azul celeste». En el propio Popol Vuh se hace referencia a los documentos antiguos de los cuales obtuvo el material el indio cristianizado que lo compiló como «El relato de la existencia humana en la tierra de penumbras y de cómo el hombre vio la luz y la vida».

Los escasos documentos indígenas disponibles contienen abundantes pruebas de que las civilizaciones posteriores de América Central y del Sur estuvieron totalmente dominadas por la magia negra de su clase sacerdotal. En las convexidades de sus espejos magnetizados, los hechiceros indios captaban la inteligencia de los seres elementales y, mirando fijamente el fondo de aquellos dispositivos espantosos, acabaron por subordinar el cetro a la varita mágica. En su búsqueda de la verdad, los neófitos, vestidos con prendas de color negro azabache, eran conducidos por sus guías torvos a través de los pasillos confusos de la nigromancia. Por el camino siniestro descendían a las profundidades sombrías del mundo infernal, donde aprendían a dotar a las piedras del poder del habla y a atrapar sutilmente la mente de los hombres con sus salmodias y sus fetiches Una de las típicas perversiones predominantes era que nadie podía acceder a los Misterios mayores mientras no hubiese inmolado con sus propias manos a un ser humano y no hubiese elevado el corazón sangrante de la víctima hasta el rostro provocador del ídolo de piedra fabricado por una clase sacerdotal cuyos miembros eran más conscientes de lo que osaban reconocer de la verdadera naturaleza del demonio creado por el hombre. Es posible que los ritos sanguinarios e indescriptibles que practicaban muchos de los indios de América Central representasen vestigios de la perversión, por parte de los últimos atlantes, de los antiguos Misterios del sol. Según la tradición secreta, durante la época atlante tardía la magia negra y la hechicería dominaron las escuelas esotéricas, lo cual trajo como consecuencia los sangrientos ritos expiatorios y la idolatría horripilante que acabaron por derrocar al imperio atlante y hasta llegaron a introducirse en el mundo religioso ario.


Los misterios de Xibalbá

Los príncipes de Xibalbá —así lo cuenta el Popol Vuh— enviaron a sus cuatro lechuzas a Hun Hunahpú y a Vucub Hunahpú con la orden de que se presentaran de inmediato en el lugar de iniciación, situado en lo más recóndito de las montañas de Guatemala. Al no poder superar las pruebas a las que los sometieron los príncipes, los dos hermanos —según la antigua costumbre — pagaron su deficiencia con la vida.

Los enterraron juntos, pero colocaron la cabeza de Hun Hunahpú entre las ramas del árbol sagrado de las calabazas que crecía en medio del camino que conducía a los espantosos Misterios de Xibalbá. El árbol se llenó de frutos de inmediato y la cabeza de Hun Hunahpú «se perdió de vista, porque se mezcló con los demás frutos del árbol de las calabazas». Xquiq era una doncella, hija del príncipe Cuchumaquiq, al que oye hablar del maravilloso árbol de las calabazas y, como desea poseer uno de sus frutos, viaja sola hasta el lugar sombrío en el que crece. Cuando Xquiq alarga la mano para coger el fruto del árbol, le cae encima un poco de saliva de la boca de Hun Hunahpú y la cabeza le habla y le dice: «Esta saliva y espuma es mi posteridad, que acabo de entregarte. Mi cabeza ya no volverá a hablar, porque no es más que la cabeza de un cadáver, que no tiene más carne».

Siguiendo las recomendaciones de Hun Hunahpú, la joven regresa a su casa. Cuando su padre, Cuchumaquiq, descubre que está a punto de ser madre, le pregunta quién es el padre de su hijo. Xquiq le responde que engendró al niño mientras miraba la cabeza de Hun Hunahpú en el árbol de las calabazas y que no había conocido hombre alguno. Cuchumaquiq se niega a creer su historia y, a instancias de los príncipes de Xibalbá, pide el corazón de su hija en una urna. Cuando sus verdugos la van a buscar, Xquiq les suplica que le perdonen la vida; ellos acceden y sustituyen su corazón por el fruto de cierto árbol (el caucho), cuya resina es roja y tiene la consistencia de la sangre. Cuando los príncipes de Xibalbá pusieron el supuesto corazón sobre las brasas del altar para que se consumiera, todos quedaron atónitos por el perfume que emanaba de él, porque nadie sabía que estaban quemando el fruto de una planta aromática.

Xquiq dio a luz a gemelos, que recibieron los nombres de Hunahpú y Xbalanqué y dedicaron sus vidas a vengar la muerte de Hun Hunahpú y la de Vucub Hunahpú. Pasaron los años y los dos muchachos se convirtieron en adultos y hacían grandes cosas. Destacaban en particular en cierto juego llamado tenis, aunque algo parecido al hockey. Al oír hablar de la destreza de los jóvenes, los príncipes de Xibalbá preguntaron: «¿Quiénes son estos que otra vez comienzan a jugar sobre nuestra cabeza y que no vacilan en sacudir (la tierra)? ¿Acaso no han muerto Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú, los que querían elevarse a sí mismos delante de nuestras narices?». Conque los príncipes de Xibalbá mandaron a buscar a los dos jóvenes, Hunahpú y Xbalanqué, para poder destruirlos también en los siete días de los Misterios. Antes de partir, los dos hermanos se despidieron de su abuela y cada uno plantó en el medio de la casa una caña y le dijo que, mientras la planta viviera, ellos estañan vivos. «Oh, abuela nuestra, oh, madre nuestra, no lloréis: observad la señal de nuestra palabra que queda con vosotras» Hunahpú y Xbalanqué partieron entonces, cada uno con su sabarcan (cerbatana), y durante muchos días recorrieron el camino peligroso, descendieron por barrancos tortuosos y caminaron junto a precipicios escarpados y pasaron junto a extrañas aves y manantiales hirviendo, hacia el santuario de Xibalbá.

Las duras pruebas de los Misterios de Xibalbá en realidad eran siete. A título preliminar, los dos aventureros tuvieron que cruzar un río de lodo y a continuación uno de sangre: consiguieron las dos proezas usando sus sabarcans como puentes Siguieron andando hasta llegar a la confluencia de cuatro caminos: uno negro, uno blanco, uno rojo y uno verde. Entonces Hunahpú y Xbalanqué se dieron cuenta de que la primera prueba consistiría en ser capaces de distinguir a los príncipes de Xibalbá de las efigies de madera que iban vestidas para parecerse a ellos y que también debían llamar a cada príncipe por su nombre, sin que nadie se los hubiera dicho. Para conseguir aquella información, Hunahpú se arrancó un pelo de la pierna y el pelo se convirtió en un insecto extraño llamado Xan, que fue zumbando por el camino negro, entró en la sala del consejo de los príncipes de Xibalbá y picó la pierna de la figura más próxima a la puerta: así descubrió que se trataba de un maniquí. Con el mismo artificio descubrió que la segunda figura era de madera, pero, cuando picó a la tercera, de inmediato obtuvo respuesta. Picando por orden a todos los príncipes reunidos, el insecto averiguó cómo se llamaba cada uno, porque los príncipes fueron diciendo sus nombres en voz alta al analizar la causa de las misteriosas picaduras. Después de conseguir la información deseada de aquella manera tan original, el insecto regresó a donde estaban Hunahpú y Xbalanqué, que, reconfortados de este modo, se acercaron sin temor a las puertas de Xibalbá y se presentaron ante la asamblea de los doce príncipes. Cuando les indicaron que adoraran al rey, Hunahpú y Xbalanqué rieron, porque sabían que la figura que les habían señalado era el maniquí inerte.

Los jóvenes aventureros se dirigieron entonces a los doce príncipes, llamándolos por su nombre, de esta manera: «Salve, Hun Carne: salve, Vucub Carne: salve, Xiquiripat; salve, Cuchumaquiq; salve, Ahal Puh; salve, Ahal Cana; salve, Chamia Bac; salve, Chamia Holom; salve, Quic Xic: salve, Patan; salve, Quix Re: salve, Quix Rix Cae». Cuando los de Xibalbá los invitaron a sentarse sobre un gran banco de piedra, Hunahpú y Xbalanqué se excusaron, porque ya sabían que la piedra estaba caliente y que, si se sentaban en ella, morirían asados. EntonceS los príncipes de Xibalbá ordenaron a Hunahpú y a Xbalanqué que descansaran durante la noche en la Casa de las Sombras con lo cual finalizó el primer grado de los Misterios de Xibalbá.

La segunda prueba tuvo lugar en la Casa de las Sombras, donde se entregó a cada candidato una antorcha de pino y un cigarro y les dijeron que tenían que mantener los dos encendidos durante toda la noche, a pesar de lo cual debían devolverlos a la mañana siguiente sin que se hubiesen consumido. Sabiendo que, si fracasaban en la prueba, la muerte era la alternativa, los jóvenes quemaron plumas de guacamayo en lugar de las astillas de pino —se les parecen mucho— y también pusieron luciérnagas en el extremo de los cigarros. Al ver las luces, los que los vigilaban estaban seguros de que Hunahpú y Xbalanqué habían caído en la trampa, pero, al hacerse de día, las antorchas y los cigarros fueron devueltos a los guardias sin consumirse y todavía encendidos. Los príncipes de Xibalbá contemplaron con asombro y sobrecogimiento las astillas y los cigarros, porque era la primera vez que les eran devueltos intactos.

Se supone que la tercera prueba tuvo lugar en una cueva llamada la Casa de las Lanzas, donde, hora tras hora, los jóvenes se veían obligados a defenderse de los guerreros más fuertes y más hábiles, amados con lanzas. Hunahpú y Xbalanqué calmaron a los lanceros —que entonces dejaron de atacarlos— y concentraron su atención en la segunda parte de la prueba, que era la más difícil: presentar cuatro floreros con las flores más singulares, a pesar de que no les permitían salir del templo para recogerlas. Como los guardias no los dejaban pasar, los dos jóvenes pidieron ayuda a las hormigas: aquellas criaturas diminutas entraron en los jardines del templo y volvieron con las flores, de modo que a la mañana siguiente los floreros estaban llenos. Cuando Hunahpú y Xbalanqué presentaron las flores a los doce príncipes, estos, asombrados, se dieron cuenta de que les habían birlado las flores de su propio jardín particular. Consternados, los príncipes de Xibalbá se reunieron para encontrar la manera de destruir a aquellos neófitos intrépidos y de inmediato prepararon para ellos la prueba siguiente. Para la cuarta prueba, hicieron entrar a los dos hermanos en la Casa del Frío, donde permanecieron toda la noche. Para los príncipes de Xibalbá, el frío de aquella cueva helada era insoportable y se la describe como «la morada de los vientos helados del Norte». No obstante, para protegerse de la influencia insensibilizadora del aire helado, Hunahpú y Xbalanqué encendieron fuegos con piñas, cuyo calor hizo huir de la cueva al espíritu del frío, de modo que, cuando amaneció, los jóvenes no estaban muertos, sino llenos de vida. Mayor incluso que antes fue el asombro de los príncipes de Xibalbá cuando Hunahpú y Xbalanqué volvieron a entrar en la sala de reuniones custodiados por sus guardianes.

La quinta prueba también fue de índole nocturna. Condujeron a Hunahpú y a Xbalanqué a una gran cámara, que de inmediato se llenó de tigres feroces, y los obligaron a permanecer allí durante toda la noche. Los jóvenes arrojaron huesos a los tigres, que los animales destrozaron con sus poderosas mandíbulas. Cuando los príncipes de Xibalbá miraron el interior de la Casa de los Tigres y vieron a los animales masticando los huesos, se dijeron los unos a los otros: «Por fin han aprendido (a conocer el poder de Xibalbá) y se han entregado a las bestias». Sin embargo, cuando al amanecer Hunahpú y Xbalanqué salieron ilesos de la Casa de los Tigres, los de Xibalbá exclamaron: «¿A qué raza pertenecen?», porque no comprendían cómo era posible que alguien se librara de la furia de los tigres. Entonces los príncipes de Xibalbá prepararon para los dos hermanos otra prueba. La sexta prueba consistía en permanecer en la Casa del Fuego desde la puesta hasta la salida del sol. Hunahpú y Xbalanqué entraron en un aposento enorme dispuesto como un horno. Por todos lados surgían las llamas y el aire era sofocante: hacía tanto calor que los que entraban en la cámara solo sobrevivían unos momentos. Sin embargo, al amanecer, cuando se abrieron las puertas del horno, Hunahpú y Xbalanqué salieron sin que la furia de las llamas los hubiese chamuscado. Los príncipes de Xibalbá, al ver que aquellos dos jóvenes intrépidos habían sobrevivido a todas las pruebas que habían preparado para destruirlos, temieron que todos los secretos de Xibalbá cayeran en manos de Hunahpú y Xbalanqué, de modo que prepararon la última prueba, más terrible aún que todas las anteriores, seguros de que los jóvenes no resistirían aquella experiencia crucial. La séptima prueba tuvo lugar en la Casa de los Murciélagos, donde, en un oscuro laberinto subterráneo, acechaban numerosas criaturas destructivas extrañas y detestables. Murciélagos inmensos aleteaban con tristeza por los corredores y colgaban con las alas plegadas de las esculturas de las paredes y los techos Allí también vivía Camazotz, el Dios Murciélago, un monstruo horrible con cuerpo humano y alas y cabeza de murciélago. Camazotz llevaba una gran espada y, elevándose en la penumbra, decapitaba de un solo golpe de su hoja a los que vagaban desprevenidos tratando de atravesar aquellas cámaras aterradoras. Xbalanqué logró superar aquella prueba espantosa, pero Camazotz pilló a Hunahpú por sorpresa y le cortó la cabeza.

Posteriormente, Hunahpú recuperó la vida gracias a la magia y los dos hermanos, después de frustrar todos los intentos de acabar con su vida que hicieron los de Xibalbá, para vengar mejor el asesinato de Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú, se dejaron quemar en una pira funeraria. Entonces, sus huesos pulverizados fueron arrojados a un río y de inmediato se convirtieron en dos grandes peces-hombres. Posteriormente cobraron la forma de unos ancianos vagabundos, bailaron para los habitantes de Xibalbá e hicieron extraños milagros. Por ejemplo, podían cortarse el uno al otro en pedazos y después, con una sola palabra, resucitarse, o quemaban casas por arte de magia y a continuación, en un instante, las reconstruían. La fama de los dos bailarines —en realidad se trataba de Hunahpú y Xbalanqué— finalmente llegó a oídos de los doce príncipes de Xibalbá, que, acto seguido, quisieron que los dos taumaturgos hicieran sus extrañas proezas frente a ellos. Hunahpú y Xbalanqué dieron muerte al perro de los príncipes y le devolvieron la vida, incendiaron el palacio real y lo reconstruyeron enseguida y dieron más muestras de sus poderes mágicos: entonces, el monarca de Xibalbá pidió a los magos que lo destruyeran y lo resucitaran a él también, de modo que Hunahpú y Xbalanqué asesinaron a los príncipes de Xibalbá, pero no los volvieron a la vida, con lo cual vengaron el asesinato de Hun Hunahpú y de Vucub Hunahpú. Aquellos héroes subieron después al cielo, donde se convirtieron en las luces celestiales.


Las claves de los misterios de Xibalbá

«¿Acaso estas iniciaciones — escribe Le Plongeon— no nos recuerdan vívidamente lo que Henoch decía que veía en sus visiones? Aquella casa de cristal encendido, ardiente y fría como el hielo: aquel lugar donde estaban el arco de fuego, el carcaj con las flechas, la espada de fuego; aquel otro por el que tuvo que atravesar el arroyo murmurador y el río de fuego, y los extremos de la tierra, llenos de todo tipo de animales y aves inmensos o la morada en la que apareció uno de gran gloria sentado en la esfera del sol y, por último, aquel tamarindo situado en medio de la tierra, que —según le dijeron— era el árbol del Conocimiento, ¿no era similar al árbol de las calabazas que crecía en medio del camino en el cual los de Xibalbá colocaron la cabeza de Hun Hunahpú después de sacrificarlo por no haber superado la primera prueba de la iniciación? […] Estas eran las pruebas atroces que los candidatos tenían que superar para iniciarse en los misterios sagrados en Xibalbá. ¿No parecen un equivalente exacto de lo que ocurría de forma más leve en la iniciación en los misterios eleusinos y también en los mayores misterios de Egipto, de los que eran una copia? ¿No recuerda acaso la enumeración de lo que los candidatos a los misterios de Xibalbá tenían que saber para ser admitidos […], de las maravillosas proezas similares que — según decían— tenían que realizar los mahatmas, los hermanos en India, y varios de los pasajes del Libro de Daniel, que había sido iniciado en los misterios de los caldeos, o los magos, que, según Eubulo, se dividían en tres clases o géneros, el máximo de los cuales era el de los más eruditos?»

En sus notas introductorias al Popol Vuh, el doctor Guthrie presenta unos cuantos paralelismos importantes entre este libro sagrado de los quichés y las escrituras sagradas de otras grandes civilizaciones En las pruebas que Hunahpú y Xbalanqué se ven obligados a superar encuentra la siguiente analogía con los signos del Zodiaco, según se utilizan en los Misterios de los egipcios, los caldeos y los griegos:

Aries al cruzar el río de lodo. Tauro, al cruzar el no de sangre. Géminis, al descubrir los dos muñecos disfrazados de reyes. Cáncer, la Casa de la Oscuridad, Leo, la Casa de las Lanzas. Virgo, la Casa del Frío (el habitual viaje al infierno). Libra. la Casa de los Tigres (la elegancia felina). Escorpio, la Casa del Fuego. Sagitario, la Casa de los Murciélagos, donde el dios Camazotz decapita a uno de los héroes. Capricornio, la quema en el cadalso (el fénix dual). Acuario, al arrojar sus cenizas a un río. Piscis, al convertirse sus cenizas en peceshombres y recuperar después la forma humana.

Parecería más adecuado asignar el río de sangre a Aries y el de lodo a Tauro y no es en absoluto improbable que en la forma antigua de la leyenda el orden de los ríos estuviera invertido. La conclusión más asombrosa del doctor Guthrie es su intento de identificar a Xibalbá con el antiguo continente de la Atlántida. Para él, los doce príncipes de Xibalbá son los gobernantes del imperio atlante y en la destrucción de aquellos príncipes mediante la magia de Hunahpú y Xbalanqué encuentra una alegoría del final trágico de la Atlántida. Sin embargo, para el iniciado resulta evidente que la Atlántida no es más que una figura simbólica en la cual se presenta el misterio de los orígenes. Preocupado fundamentalmente por los problemas de la anatomía mística, Pryse asocia los diversos símbolos que se describen en el Popol Vuh con los centros ocultos de la conciencia en el cuerpo humano. Por consiguiente, encuentra en la bola elástica la glándula pineal y en Hunahpú y Xbalanqué la doble corriente eléctrica que circula a lo largo de la columna vertebral. Lamentablemente, Pryse no tradujo la parte del Popol Vuh que trata directamente del ceremonial iniciático. Para él, Xibalbá es la esfera oscura o etérica que, según las enseñanzas de los Misterios, estaba situada dentro del cuerpo del propio planeta. El cuarto libro del Popol Vuh concluye con la narración de la construcción de un templo majestuoso, completamente blanco, donde se conservaba una piedra adivinatoria negra y secreta, de forma cúbica. Gucumatz (o Quetzalcóatl) comparte muchos de los atributos del rey Salomón: el relato de la construcción del templo en el Popol Vuh recuerda la historia del Templo de Salomón y no cabe duda de que tiene un significado similar. Lo primero que impulsó a Brasseur de Bourbourg a estudiar los paralelismos religiosos del Popol Vuh fue el hecho de que el templo, junto con la piedra negra que contenía, se llamaba la Caabaha, un nombre con un parecido asombroso con el del Templo, o Kaaba, que contiene la piedra negra sagrada del islam.

Las hazañas de Hunahpú y Xbalanqué tienen lugar antes de que en realidad se cree la raza humana y, por ende, hay que considerarlas, fundamentalmente, misterios espirituales. Xibalbá representa, sin duda, el universo inferior de la filosofía caldea y la pitagórica; los príncipes de Xibalbá son los doce gobernantes del universo inferior, y los dos maniquíes que hay entre ellos se pueden interpretar como los dos signos falsos del Zodiaco, insertados en los cielos para que los Misterios astronómicos resulten incomprensibles para los profanos. El descenso de Hunahpú y Xbalanqué al reino subterráneo de Xibalbá, para lo cual cruzaron los ríos mediante puentes hechos con sus cerbatanas, presenta una leve analogía con el descenso de la naturaleza espiritual del hombre al cuerpo físico mediante determinados canales superfísicos que se pueden comparar con las cerbatanas o los tubos. La sabarcan también es un símbolo adecuado de la columna vertebral y el poder que reside dentro de su diminuta abertura central. Se invita a los dos jóvenes a jugar al «juego de la vida» con los dioses de la muerte y solo gracias a la ayuda del poder sobrenatural que les confieren los «sabios» pueden derrotar a aquellos señores sombríos. Las pruebas representan el alma que deambula por los reinos subzodiacales del universo creado, y que al final logren derrotar a los señores de la muerte representa el ascenso de la conciencia espiritual e iluminada desde la naturaleza inferior que se ha consumido por completo en el fuego de la purificación espiritual. Si analizamos los símbolos que aparecen en las imágenes de sus sacerdotes y sus dioses, resulta evidente que los quichés poseían las claves del misterio de la regeneración. En el Volumen II de los Anales del Museo Nacional de México se reproduce la cabeza de una imagen que, según se cree en general, representa a Quetzalcóatl. La forma de esculpir tiene un carácter oriental inconfundible y en la coronilla aparecen tanto el sol de mil pétalos de la iluminación espiritual como la serpiente del fuego liberado de la columna. El chakra hindú es inconfundible y aparece a menudo en el arte religioso de las tres Américas. Uno de los monolitos esculpidos de América Central está adornado con la cabeza de dos elefantes con sus conductores. No han existido animales así en el hemisferio occidental desde tiempos prehistóricos y, evidentemente, las tallas son consecuencia del contacto con el lejano continente asiático. Entre los Misterios de los indios centroamericanos existe una doctrina sorprendente acerca de los mantos consagrados o —como les dicen en Europa— las capas mágicas. Como su esplendor era fatal para la vista humana, cuando los dioses se aparecían ante los sacerdotes iniciados se envolvían con aquellos mantos. La alegoría y la fábula son, asimismo, los mantos con los que se envuelve siempre la doctrina secreta. Una de estas capas mágicas de ocultación es el Popol Vuh y en lo más profundo de sus pliegues se encuentra el dios de la filosofía quiché. Las inmensas pirámides, templos y monolitos de América Central se pueden comparar también con los pies de los dioses, cuya parte superior se cubre con mantos mágicos de invisibilidad.

En su artículo sobe «La topografía del mundo espiritual de Dante», Charles Allen Dinsmore escribe lo siguiente:

«[Dante] mantenía que la tierra es redonda, con un hemisferio de tierra, en cuyo centro está Jerusalén. El otro hemisferio al principio contenía tierra, pero, cuando Lucifer, al ser expulsado del cielo, estaba a punto de caer sobre él el suelo “se disimuló en el mar” y llegó al otro lado del globo, de modo que quedó un hemisferio de tierra y otro de agua. El interior de la tierra también se retiró ante el Lucifer que descendía, dejando una gran cavidad cónica, que iba desde el centro del globo hasta la superficie del hemisferio deshabitado. El vacío que creó el mal en el mundo es la morada de las almas perdidas y se divide en nueve círculos, el séptimo de los cuales se subdivide en tres círculos más pequeños; el octavo, en diez zanjas, y el noveno, en cuatro franjas. En el centro de la tierra y, por consiguiente, en el punto más alejado de Dios, está Lucifer, con la cabeza y el cuerpo en uno de los hemisferios y las piernas en el otro, de modo que, cuando Virgilio y Dante dieron la vuelta sobre sus caderas, cruzaron el centro de gravedad y pasaron de un hemisferio al otro». En el medio del hemisferio del agua hay una montaña cónica, el Purgatorio, que se eleva en siete escalones. En su cima está el Paraíso terrestre o Jardín del Edén, donde Dante encontró a Beatriz. Según La divina comedia, cuando el alma sube los siete escalones del Purgatorio, queda libre de los siete pecados mortales y a continuación asciende a través de las siete esferas del universo ptolemaico. A cada uno de los planetas se asigna una de las siete virtudes. En la octava esfera, el alma recibe el conocimiento de las verdades espirituales y en la novena, que es la más elevada, se incorpora a los misterios celestiales.