quarta-feira, 1 de fevereiro de 2023

Manly Palmer Hall - El Simbolismo De Los Indios Americanos

El indio americano es simbolista, místico y filósofo por naturaleza. Como ocurría con la mayoría de los pueblos aborígenes, su alma estaba en comunicación con las manifestaciones cósmicas que lo rodeaban. Sus manidos no solo controlaban la creación desde sus tronos elevados por encima de las nubes, sino que también descendían al mundo de los hombres y se mezclaban con sus hijos rojos. Las nubes grises que colgaban por encima del horizonte eran el humo de los calumets de los dioses, que podían encender fuego con madera petrificada y usar un cometa como llama. Los indios americanos poblaron los bosques, los ríos y el cielo con millares de seres superfísicos e invisibles. Hay leyendas de tribus enteras de indios que vivían en el fondo de los lagos: de razas que no se veían jamás a la luz del día, pero que, por la noche, salían de sus cuevas escondidas, deambulaban por la tierra y atacaban a los viajeros desprevenidos; también de indios murciélago, con cuerpo humano y alas de murciélago, que vivían en bosques sombríos y precipicios inaccesibles y dormían colgados cabeza abajo de grandes ramas y afloramientos rocosos. La filosofía de los pieles rojas con respecto a las criaturas elementales es, aparentemente, fruto de su contacto íntimo con la naturaleza, cuyas maravillas inexplicables se convierten en la causa que origina tales especulaciones metafísicas.

Al igual que los escandinavos primitivos, los indios de América del Norte consideraban la tierra (la Gran Madre) un plano intermedio, limitado por arriba por la esfera celestial (la morada del Gran Espíritu) y, por abajo, por un mundo subterráneo oscuro y aterrador (la morada de las sombras y los poderes submundanos). Como los caldeos, dividían el intervalo entre la superficie de la tierra y el cielo en varias capas: una formada por nubes; otra, por los caminos de los cuerpos celestes, y así sucesivamente. El infierno estaba dividido de la misma forma y, al igual que en el sistema griego, representaba para el iniciado la Casa de los Misterios Menores. Las criaturas que podían funcionar en dos o más elementos se consideraban mensajeros entre los espíritus de aquellos planos diversos. Se suponía que la morada de los muertos estaba en un lugar alejado: arriba en los cielos, bajo la tierra, en los confines del mundo o allende el ancho mar. A veces corre un río entre el mundo de los muertos y el de los vivos, como ocurre también en la teología egipcia, la griega y la cristiana. Para los indios, el número cuatro tiene una santidad especial, se supone que porque el Gran Espíritu creó Su universo en un marco cuadrado; esto nos recuerda la veneración que sentían los pitagóricos por la tétrada, a la que consideraban un símbolo apropiado del Creador. Las narraciones legendarias de las extrañas aventuras de héroes intrépidos que, estando en su cuerpo físico, penetraban en los reinos de los muertos demuestran sin duda la presencia de cultos mistéricos entre los pieles rojas norteamericanos. Dondequiera que se establecieran, los Misterios se reconocían como los equivalentes filosóficos de la muerte, porque todos los que pasaban por los rituales experimentaban condiciones posteriores a la muerte cuando todavía conservaban su cuerpo físico. Al consumarse el ritual, el iniciado adquiría la capacidad de entrar y salir de su cuerpo físico a voluntad. Este es el fundamento filosófico de las alegorías de las aventuras en la Tierra de Penumbra o el Mundo de Fantasmas de los indios. «De una costa a otra —escribe Hartley Burr Alexander—, el calumet sagrado es el altar de los indios y su humo es la verdadera ofrenda al cielo».

En las Notas de dicha obra aparece la siguiente descripción de la ceremonia de la pipa: El maestro de ceremonias volvía a ponerse en pie y llenaba y encendía la pipa de la paz con su propio fuego. Echaba tres bocanadas, una después de otra: la primera hacia el cenit, la segunda hacia el suelo y la tercera hacia el Sol. Con la primera daba las gracias al Gran Espíritu por haber preservado su vida durante el año anterior y por permitirle estar presente en aquella asamblea: con la segunda daba las gracias a su Madre, la Tierra, por los diversos productos que habían contribuido a su sustento, y con la tercera daba las gracias al Sol por su luz inagotable, que siempre lo iluminaba lodo. Los indios tenían que conseguir la piedra roja para el calumet en la cantera de arcilla roja en la que había estado el Gran Espíritu en un pasado remoto y, tras haber creado una gran pipa con Sus propias manos, la había fumado en dirección a las cuatro esquinas de la creación y así había instituido aquella ceremonia tan sagrada. Montones de tribus indias —algunas tenían que recorrer miles de kilómetros— obtenían la piedra sagrada solo de aquella cantera, donde, por orden del Gran Espíritu, reinaba la paz eterna. Los indios no adoran al sol, sino que consideran aquella esfera brillante un símbolo adecuado del espíritu grande y bueno que siempre irradia vida para sus hijos rojos. En el simbolismo indio, la serpiente —sobre todo la Gran Serpiente— corrobora otras pruebas que apuntan a la presencia de los Misterios en el continente norteamericano. La serpiente voladora es el distintivo que daban los atlantes a los iniciados; la serpiente de siete cabezas representa las siete grandes islas de la Atlántida (¿las ciudades de Cibola?) y también las siete grandes escuelas prehistóricas de filosofía esotérica. Además, ¿cómo dudar de la presencia de la doctrina secreta en el continente americano después de ver el gran montículo de la serpiente del condado de Adams, en Ohio, en el cual se representa al inmenso reptil como si estuviera arrojando el huevo de la existencia? Muchas tribus de indios americanos creen en la reencarnación y algunas creen en la transmigración. Hasta ponían a sus hijos los nombres que supuestamente habían tenido en una vida anterior. Se cuenta el caso de un padre que, sin querer, había puesto a su hijo un nombre incorrecto, por lo cual la criatura estuvo llorando sin parar hasta que se corrigió el error. Creer en la reencarnación también es muy frecuente entre los esquimales. No es raro que los esquimales ancianos se suiciden para reencarnarse en la familia de algún ser querido recién casado.

Los indios americanos distinguen entre el fantasma y el alma en sí de un difunto, un conocimiento restringido a los iniciados en los Misterios. Al igual que los platónicos, también comprendían los principios de una esfera arquetípica en la cual existen los modelos de todas las formas que se manifiestan en el plano de la tierra. Asimismo, comparten la teoría de las almas de grupos o de ancianos que supervisan las especies animales. La creencia de los pieles rojas en los espíritus guardianes habría entusiasmado a Paracelso. Cuando adquieren la importancia de ser protectores de clanes o tribus enteras, aquellos guardianes reciben el nombre de tótems. En algunas tribus, unas ceremonias imponentes marcan el momento en que se envía a los jóvenes para que ayunen y oren en el bosque, donde permanecen hasta que se les manifiesta su espíritu guardián. La criatura que se les aparece se convierte en su genio particular, al que recurren cuando tienen dificultades.

El héroe extraordinario del folclore indígena norteamericano es Hiawatha, cuyo nombre, según Lewis Spence, significa «el que busca el cinturón de abalorios». Corresponde a Hiawatha el honor de haberse anticipado varios siglos al sueño de una Liga de Naciones que tanto valoraba el difunto Woodrow Wilson. Siguiendo los pasos de Schoolcraft, Longfellow confundía al Hiawatha histórico de los iroqueses con Manabozho, un héroe mitológico de los algonquinos y los ojibwas Hiawatha, un jefe de los iroqueses, logró, tras muchos reveses y decepciones, unificar las cinco grandes naciones de los iroqueses en la «liga de las cinco naciones». El objetivo original de la liga —crear consejos arbitrales para evitar las guerras— no se consiguió del todo, pero el poder de la «cadena de plata» brindó a los iroqueses una solidaridad que no alcanzó ninguna otra confederación de indios norteamericanos. De todos modos, Hiawatha tropezó con la misma oposición que todos los grandes idealistas de la época o la raza que fueran. Los chamanes dirigieron su magia contra él y, según una leyenda, crearon un ave malvada que se abatió sobre su única hija y la destrozó delante de él. Cuando Hiawatha, tras cumplir su misión, se alejó remando en su canoa en dirección al crepúsculo, su pueblo se dio cuenta de la verdadera grandeza de su benefactor y lo elevó a la dignidad de semidiós. En El canto de Hiawatha, Longfellow ha rodeado al gran estadista indio de un ambiente encantador de magia y embeleso; sin embargo, a través del laberinto de símbolos y alegorías, siempre se vislumbra la figura de Hiawatha, el Iniciado, la personificación misma del piel roja y su filosofía.