quarta-feira, 1 de fevereiro de 2023

Manly Palmer Hall - La Fraternidad De La Rosa Cruz

 

¿Quiénes eran los rosacruces? ¿Eran una organización de pensadores profundos que se rebelaban contra las inquisitoriales limitaciones religiosas y filosóficas de su tiempo o eran trascendentalistas aislados, unidos tan solo por la similitud de sus puntos de vista y sus deducciones? ¿Dónde quedaba la «Casa del Espíritu Santo» en la que, según sus manifiestos, se congregaban una vez al año para planear las actividades futuras de su Orden? ¿Quién era aquella persona misteriosa a la que llamaban «Nuestro Ilustre Padre y Hermano C. R. C.»? ¿Representaban acaso aquellas tres letras las palabras «Christian Rosa Cruz»? ¿Era Christian Rosacruz, el supuesto autor de Las bodas alquímicas, la misma persona que, con otras tres, fundó la Sociedad Rosacruz?
¿Qué relación existía entre el rosacrucismo y la masonería medieval? ¿Por qué se entrecruzaban tanto los destinos de estas dos asociaciones? ¿Es la Hermandad Rosacruz el eslabón tan buscado entre la masonería de la Edad Media y el simbolismo y el misticismo de la Antigüedad y perpetúa sus secretos la masonería moderna? ¿Se desintegró la Orden Rosacruz original a finales del siglo XVIII o sigue existiendo la Sociedad como organización y manteniendo el mismo misterio que la hizo famosa en sus comienzos? ¿Cuál era la verdadera finalidad por la que se formó la Hermandad Rosacruz? ¿Eran los rosacruces una hermandad religiosa y filosófica, como ellos decían, o eran sus supuestos principios una pantalla para ocultar el verdadero objeto de la Fraternidad, que, posiblemente, era el control político de Europa? He aquí algunos de los problemas que encontramos al estudiar el rosacrucismo.
Existen cuatro teorías diferentes con respecto al enigma rosacruz. Cada una de ellas es el resultado de un cuidadoso análisis de las pruebas aportadas por estudiosos que han dedicado la vida a registrar los archivos de la tradición hermética. Las conclusiones a las que han llegado demuestran con claridad que los registros disponibles son insuficientes para determinar la génesis y las primeras actividades de los «Hermanos de la Rosa Cruz».

Primer postulado
Se supone que la Orden Rosacruz existió históricamente, de acuerdo con la descripción de su fundación y sus actividades posteriores, publicada en su manifiesto, el Fama Fraternitatis, escrito, según se cree, en el año 1610, aunque parece que no se publicó hasta 1614, si bien algunos expertos sospechan que hubo una edición anterior. Para poder hacer un estudio inteligente sobre el origen del rosacrucismo hay que estar familiarizado con el contenido del primero y más importante de sus documentos. El Fama Fraternitatis comienza recordando a todo el mundo que Dios es bueno y misericordioso y advierte a la intelectualidad que su egoísmo y su codicia los hacen seguir a los falsos profetas y pasar por alto el verdadero conocimiento que Dios, en su bondad, les ha revelado. Por consiguiente, hace falta una reforma y para eso Dios ha reclutado a los filósofos y a los sabios. Para contribuir a que se produjera esta reforma, una persona misteriosa llamada «el Sumamente Iluminado Padre C. R. C.», alemán de nacimiento y pobre, aunque de noble alcurnia, instituyó la Sociedad Secreta de la Rosa Cruz. C. R. C. llegó al claustro cuando solo tenía cinco años, pero posteriormente, descontento con su sistema educativo, se asoció con un hermano que había recibido las órdenes sagradas y que emprendía una peregrinación a Tierra Santa. Partieron juntos, pero el hermano falleció en Chipre y C. R. C. siguió solo hasta Damasco. Su mala salud le impidió llegar a Jerusalén, de modo que se quedó en Damasco y se puso a estudiar con los filósofos que vivían allí.
En el transcurso de sus estudios, oyó hablar de un grupo de místicos y cabalistas que residían en la ciudad mística árabe de Damcar, de modo que renunció a su plan de visitar Jerusalén y acordó con los árabes que lo llevaran a Damcar. C. R. C. tenía apenas dieciséis años cuando llegó a Damcar, pero fue recibido como si lo hubieran estado esperando hacía tiempo, como un camarada y amigo en la filosofía, y lo instruyeron en los secretos de los adeptos árabes. Mientras estuvo allí, C. R. C. aprendió árabe y tradujo al latín el libro sagrado M; a su regreso a Europa, llevó consigo aquel volumen crucial. Después de estudiar tres años en Damcar, C. R. C. partió hacia la ciudad de Fez, donde —según le prometieron los magos árabes— le darían más información. En Fez le enseñaron a comunicarse con los habitantes elementales [probablemente, los espíritus de la Naturaleza] y es tos le revelaron muchos otros grandes secretos de la Naturaleza. Si bien los filósofos de Fez no eran tan grandes como los de Damcar, las experiencias previas de C. R. C. le ayudaron a distinguir lo auténtico de lo falso, con lo cual aumentaron considerablemente sus conocimientos.
Después de pasar dos años en Fez, C. R. C. viajó a España en barco y llevó consigo muchos tesoros, como plantas y animales exóticos, reunidos durante sus andanzas. Tenía la esperanza de que los sabios de Europa recibieran con gratitud los excepcionales tesoros intelectuales y materiales que llevaba para mostrarles, pero lo único que consiguió fue que se burlaran de él, porque los llamados sabios temían reconocer su ignorancia anterior, para no perder su prestigio. En este punto de la narración, se hace una interpolación y se afirma que Paracelso, aunque no era miembro de la Fraternidad de la Rosa Cruz, había leído el libro M y del estudio de su contenido había obtenido información que lo había convertido en el médico más destacado de la Europa medieval. Cansado, aunque no desalentado, a pesar de lo infructuoso de sus esfuerzos, C. R. C. regresó a Alemania, donde construyó una casa para poder continuar tranquilamente con sus estudios y sus investigaciones. También fabricó una serie de instrumentos científicos insólitos. Aunque si se hubiese preocupado por comercializar sus conocimientos, podría haberse hecho famoso, prefería la compañía de Dios a la estima de los seres humanos. Al cabo de cinco años de retiro, decidió reanudar la lucha para reformar las artes y las ciencias de su tiempo, pero con la colaboración de unos cuantos amigos de confianza. Del claustro en el que recibió su primera formación llamó a tres hermanos, a los que obligó bajo juramento a preservar inviolables los secretos que les impartiría y a poner por escrito para la posteridad la información que les dictara. Entre los cuatro formaron la Fraternidad de la Rosa Cruz; prepararon su lenguaje secreto en clave y, según el Fama, un gran diccionario en el cual se clasificaban todas las formas de sabiduría para glorificar a Dios. También se pusieron a trabajar para transcribir el libro M, pero la tarea les resultó demasiado difícil, por la gran cantidad de enfermos que acudían para que los curasen. Tras concluir un edificio nuevo y más grande, al que llamaron la «Casa del Espíritu Santo», decidieron incorporar a la Fraternidad cuatro miembros más, con lo cual la cifra se elevó a ocho, de los cuales siete eran alemanes. Todos eran solteros. Trabajando juntos con ahínco, no tardaron en completar la ardua tarea de preparar los documentos, las instrucciones y los arcanos de la Orden. También arreglaron la casa llamada «Sancti Spiritus».
Entonces decidieron separarse e ir a visitar los demás países de la tierra, no solo para que otros que la merecieran pudiesen recibir su sabiduría, sino también para poder contrarrestar y corregir los errores que hubiera en su propio sistema. Antes de emprender cada cual su camino, los hermanos prepararon seis normas, o reglas, que todos se comprometieron a cumplir. La primera noma era que no asumirían más dignidad ni crédito que la de estar disponibles para curar a los enfermos de forma gratuita. La segunda era que, a partir de aquel momento, no se pondrían ninguna prenda especial, sino que se vestirían de la manera habitual en el país en el que viviesen. La tercera era que todos los años, en una fecha determinada, se reunirían en la Casa del Espíritu Santo o que, de no poder hacerlo, enviarían una epístola para representarlos. La cuarta exigía que cada miembro buscase un digno sucesor para cuando falleciese. La quinta establecía que las letras «R. C.» serían su sello, su marca y su carácter a partir de aquel momento. La sexta especificaba que la Fraternidad debía seguir siendo desconocida para el mundo por un período de cien años. Después de jurar que cumplirían aquel código, cinco de los hermanos partieron a tierras lejanas y un año después se marcharon otros dos, con lo cual el Padre C. R. C. quedó solo en la Casa del Espíritu Santo. Año tras año se reunían con gran alegría, porque habían promulgado sus doctrinas de forma sincera y discreta entre los sabios de la tierra. Cuando murió en Inglaterra el primero de la Orden, decidieron guardar en secreto los lugares de enterramiento de sus miembros. Poco después el Padre C. R. C. reunió a los seis que quedaban y se supone que entonces preparó su propia tumba simbólica. Según consta en el Fama, ninguno de los hermanos que estaban vivos en el momento en que se escribió sabía cuándo había muerto el Padre C. R. C. ni dónde estaba enterrado. Su cuerpo fue descubierto por casualidad ciento veinte años después de su muerte, cuando uno de los hermanos, que tenía considerables aptitudes para la arquitectura, decidió introducir algunos cambios en la Casa del Espíritu Santo.
Mientras introducía algunas modificaciones, el hermano descubrió una tablilla conmemorativa que llevaba inscritos los nombres de los primeros miembros de la Orden y decidió trasladarla a una capilla más imponente, porque en aquella época nadie sabía en qué país había muerto el Padre C. R. C., ya que los miembros originales habían ocultado esta información. Al tratar de retirar la tablilla conmemorativa, que estaba sujeta por un clavo grande, se desprendieron algunas piedras y parte del revoque, con lo cual quedó al descubierto una puerta oculta en la pared. De inmediato, los miembros de la Orden quitaron el resto de los escombros y destaparon la entrada a una cripta. Encima de la puerta, en letras grandes, estaban las palabras: POST CXX ANNOS PATEBO, que, según la interpretación mística de los hermanos, quería decir: «Saldré a la luz dentro de ciento veinte años».
A la mañana siguiente abrieron la puerta y los miembros entraron en una cripta con siete lados y siete esquinas; cada lado tenía un metro y medio de ancho y dos metros y medio de altura. Aunque el sol no entraba jamás en aquella tumba, estaba muy bien iluminada por una luz misteriosa que había en el techo. En el centro había un altar circular, sobre el cual había unas placas de bronce que llevaban grabados unos caracteres extraños. En cada una de las siete caras había una puertecilla que, al abrirse, revelaba una cantidad de cajas llenas de libros, instrucciones secretas y el supuesto arcano perdido de la Fraternidad. Cuando desplazaron el altar hacia un lado, quedó al descubierto una tapa de bronce y, al levantada, apareció un cuerpo —supuestamente el de C. R. C. — que, a pesar de llevar allí ciento veinte años, estaba tan bien conservado como si lo acabaran de enterrar. Iba vestido con los ornamentos y el atuendo de la Orden y sostenía en una mano un pergamino misterioso que, después de la Biblia, era el bien más preciado de la Sociedad. Tras examinar minuciosamente el contenido de la cámara secreta, volvieron a poner en su sitio la placa de bronce y el altar, sellaron otra vez la puerta de la cripta y cada hermano siguió su camino respectivo, muy animado y con la fe renovada, después del espectáculo milagroso que había presenciado.
El documento acaba diciendo que, en efecto, «por voluntad del Padre C. R. C., el Fama ha sido preparado y enviado a los sabios y los eruditos de toda Europa en cinco idiomas, para que todos conozcan y comprendan los secretos de la augusta Fraternidad. Se invita a todas aquellas personas que sean sinceras de corazón y trabajen por la gloria de Dios a ponerse en contacto con la Hermandad, con la promesa de que su solicitud será escuchada, estén donde estén o sea cual fuere el medio por el cual enviasen el mensaje. Al mismo tiempo, se advierte a los que tuvieran motivos egoístas y segundas intenciones que lo único que les espera a quienes descubran la Fraternidad sin un corazón limpio y una mente pura serán pesares y sufrimientos». Esta es, en resumen, la historia del Fama Fraternitatis. Para quienes la aceptan al pie de la letra, el Padre C. R. C. es el verdadero fundador de la Hermandad y se supone que la organizó alrededor del 1400. A esta teoría se contrapone el hecho de que jamás se haya descubierto ninguna corroboración histórica de los puntos importantes del Fama. No existen pruebas de que el Padre C. R. C. se pusiera en contacto con los eruditos de España. No se puede encontrar la ciudad misteriosa de Damcar ni se tiene constancia de que en toda Alemania existiese un lugar en el que se curasen misteriosamente grandes cantidades de cojos y de enfermos. En The Secret Tradition in Freemasonry, de A. E. Waite, aparece un retrato del Padre C. R. C. con una barba larga hasta el pecho, sentado frente a una mesa en la que arde una vela; con una mano se sostiene la cabeza y la punta del índice de la otra se apoya en la sien de una calavera humana. Sin embargo, el retrato no demuestra nada. Aparte de los miembros de su propia Orden, nadie vio jamás al Padre C. R. C. y no se conserva de él ninguna descripción. Que se llamara Christian Rosacruz es de lo más improbable, ya que los dos ni siquiera se asociaron hasta que se escribió Las bodas alquímicas.

Segundo postulado
Los hermanos masones que han investigado el tema aceptan la existencia histórica de la Hermandad Rosacruz, aunque no se ponen de acuerdo acerca del origen de la Orden. Un grupo sostiene que la sociedad se originó en la Europa medieval y que surgió de la especulación alquímica. Robert Macoy, del grado 33, cree que el verdadero fundador fue Johann Valentin Andreae, un teólogo alemán, y también le parece posible que este teólogo se limitara a reformar y ampliar una sociedad anterior, fundada por don Enrique Cornelio Agripa. Algunos creen que el rosacrucismo constituyó la primera invasión europea de la cultura budista y brahmánica y otros opinan que la Sociedad Rosacruz fue fundada en Egipto durante la supremacía filosófica de aquel imperio y también que perpetuaba los Misterios de la antigua Persia y Caldea. En su Anacalypsis, Godfrey Higgins escribe lo siguiente: «Los rosacruces de Alemania no saben nada de sus orígenes, aunque, según la tradición, se suponen descendientes de los antiguos egipcios caldeos, magos y gimnosofistas».
La opinión general de estos grupos es que la historia del Padre C. R. C., así como la leyenda masónica de Hiram Abif, es una alegoría que no hay que tomar al pie de la letra. A un problema similar se han enfrentado los estudiosos de la Biblia, a los que no solo les ha resultado difícil sino, en la mayoría de los casos, imposible corroborar la interpretación histórica de las Sagradas Escrituras. Si admitimos la existencia de los rosacruces como sociedad secreta con finalidades tanto filosóficas como políticas resulta sorprendente que una organización con miembros en todas partes de Europa pudiese mantener un secreto absoluto a lo largo de los siglos.
No obstante, parece que los Hermanos de la Rosa Cruz lo consiguieron. Se sospecha que pertenecieron a la Orden gran cantidad de estudiosos y filósofos —entre ellos sir Francis Bacon y Wolfgang von Goethe—, pero no se ha podido establecer la relación entre ellos de un modo satisfactorio para los historiadores prosaicos. Abundaban los seudorrosacruces, pero los miembros legítimos de la Orden Antigua y Secreta de los Filósofos Desconocidos han logrado ser fieles a su nombre y, hasta el día de hoy, siguen siendo desconocidos. Durante la Edad Media aparecieron numerosos tratados breves, supuestamente salidos de la pluma de rosacruces. Sin embargo, muchos de ellos eran espurios: los habían publicado para su engrandecimiento personal algunas personas poco escrupulosas que utilizaban el nombre venerado y mágico de los rosacruces con la esperanza de adquirir poder religioso o político, lo cual ha complicado considerablemente la tarea de investigar a la Sociedad. Un grupo de seudorrosacruces llegó incluso a suministrar a sus miembros un cordón negro mediante el cual pudiesen reconocerse entre sí y les advertía que, si incumplían su voto de secreto, el cordón serviría para estrangularlos. Pocos de los principios del rosacrucismo se han preservado por escrito, porque la fraternidad original solo publicaba versiones fragmentadas de sus principios y sus actividades.
En The Secret Symbols of the Rosicrucians, el doctor Franz Hartmann describe la Fraternidad como «una sociedad secreta de hombres dotados de poderes sobrehumanos, si es que no eran sobrenaturales; se decía que eran capaces de profetizar acontecimientos futuros, de penetrar en los misterios más profundos de la naturaleza, de transformar en oro el hierro, el cobre, el plomo o el mercurio, de preparar un elixir de larga vida, o panacea universal, cuyo uso les permitía conservar la juventud y la madurez, y, además, se creía que podían dominar a los espíritus elementales de la Naturaleza y que conocían el secreto de la piedra filosofal, una sustancia que volvía a su poseedor todopoderoso, inmortal y sumamente sabio». El mismo autor define también al rosacruz como «una persona que, mediante el proceso del despertar espiritual, ha obtenido un conocimiento práctico del significado secreto de la rosa y de la cruz. […] Decir que alguien es rosacruz no lo convierte en tal, del mismo modo que decir que alguien es cristiano no lo conviene en Cristo. El verdadero rosacruz o masón no se hace, sino que debe llegar a serlo mediante la ampliación y el desarrollo del poder divino que lleva en su propio corazón. No prestar atención a esta verdad es lo que hace que muchas iglesias y sociedades secretas estén lejos de ser lo que su nombre indica».
Los principios simbólicos del rosacrucismo son tan profundos que incluso hoy se los aprecia poco. Sus gráficos y sus diagramas se refieren a importantes principios cósmicos que ellos tratan con una comprensión filosófica sin duda reconfortante en comparación con la intolerancia ortodoxa que prevalecía en aquella época. Según los documentos disponibles, lo que unía a los rosacruces eran sus aspiraciones comunes, más que las leyes de una fraternidad. Se cree que los Hermanos de la Rosa Cruz vivían con discreción, trabajaban aplicadamente en sus oficios y profesiones y no revelaban a nadie su afiliación secreta: en muchos casos, ni siquiera a sus propias familias. Tras la muerte de C. R. C., parece que la mayoría de los hermanos no disponían de un lugar central de reunión. Cualquiera que fuese el ritual de iniciación que poseía la Orden, se guardó con tanto celo que no ha sido revelado más. Se formulaba —sin duda — en terminología química.
Los esfuerzos por incorporarse a la Orden eran, en apariencia, vanos, porque los rosacruces siempre elegían a sus discípulos, Cuando coincidían en que alguien haría honor a su ilustre Fraternidad, se comunicaban con él de alguna manera misteriosa. Tal vez recibiera una carta, ya sea anónima o con un sello peculiar, por lo general con las letras «C.R C.» o «R. C.». Se le indicaría que fuese a un lugar determinado a una hora señalada. Jamás revelaba lo que le habían dicho aunque en muchos casos, lo que escribía posteriormente demostraba que había entrado en su vida una influencia nueva, que profundizaba su entendimiento y ampliaba su intelecto. Algunos han descrito de forma alegórica lo que veían cuando se encontraban en la augusta presencia de los «Hermanos de la Rosa Cruz».
A veces, los alquimistas recibían en sus laboratorios la visita de misteriosos desconocidos que pronunciaban doctas disertaciones sobre los procesos secretos de las artes herméticas y, tras revelarles determinados procesos, se marchaban sin dejar rastros. Otros sostenían que los Hermanos de la Rosa Cruz se comunicaban con ellos mediante sueños y visiones y que les revelaban los secretos de la sabiduría hermética mientras dormían. Una vez recibidas las enseñanzas, el candidato se veía obligado a guardar secreto no solo con respecto a las fórmulas químicas que se le habían revelado, sino también con respecto al método por el cual las había obtenido. Aunque se sospechaba que aquellos expertos anónimos eran Hermanos de la Rosa Cruz, nunca se pudo demostrar quiénes eran y los que recibían su visita solo podían hacer conjeturas
Muchos sospechan que la rosa rosacruz era una adaptación de la flor de loto egipcia e hindú, con el mismo significado simbólico que aquel símbolo más antiguo. La divina comedia indica que Dante Alighieri estaba familiarizado con la teoría del rosacrucismo. Al respecto, Albert Pike, en su Moral y dogma del rito escocés antiguo y aceptado, hace la siguiente afirmación significativa: «Su Infierno no es más que un Purgatorio negativo. Su cielo está compuesto por una serie de círculos cabalísticos, divididos por una cruz, como el pentáculo de Ezequiel. En el centro de esta cruz se abre una rosa y vemos el símbolo de los adeptos de la Rose-Croix por primera vez expuesto públicamente y explicado de forma casi categórica».
Siempre ha habido dudas con respecto a si el nombre «rosacruz» procedía del símbolo de la rosa y la cruz o si era una mera pantalla para engañar a los profanos y ocultar más el verdadero significado de la Orden. Godfrey Higgins cree que la palabra «rosacruz» no deriva de la flor, sino de la palabra ros, que quiere decir «rocío». También interesa destacar que la palabra ras significa «sabiduría», mientras que rus se traduce como «ocultación». No cabe duda de que todos estos significados han contribuido al simbolismo rosacruz.
A. E. Waite coincide con Godfrey Higgins en que el proceso de formación de la piedra filosofal con ayuda del rocío es el secreto oculto en el nombre rosacruz. Es posible que el rocío al que se refiere sea una sustancia misteriosa que hay en el cerebro humano, muy parecida a la descripción que dan los alquimistas del rocío que, tras caer del cielo, redimía a la tierra. La cruz representa el cuerpo humano y los dos símbolos juntos —la rosa sobre la cruz — quieren decir que el alma del hombre se crucifica sobre el cuerpo, donde la sostienen tres clavos.
Es probable que el simbolismo rosacruz sea una perpetuación de los principios secretos del Hermes egipcio y que la Sociedad de los Filósofos Desconocidos sea el verdadero eslabón que conecta la masonería moderna, con su cúmulo de símbolos, con el antiguo hermetismo egipcio, que es el origen de aquel simbolismo. En su Doctrine and Literature of the Kabalah, A. E. Waite hace la siguiente observación importante: «Existen determinados indicios que apuntan a una posible conexión entre la masonería y el rosacrucismo y esto, de ser admitido, constituiría el primer eslabón de su conexión con el pasado. Sin embargo, las pruebas no son concluyentes o, como mínimo, no se han podido desentrañar. La masonería per se, a pesar de la afinidad con el misticismo que acabo de mencionar, jamás ha manifestado ningún carácter místico ni tampoco tiene una idea clara de cómo consiguió sus símbolos».
Se sospecha que muchas de las personas relacionadas con la evolución de la masonería eran rosacruces; algunos, como Robert Fludd, incluso escribieron en defensa de esta organización. Frank C. Higgins, un simbolista masónico moderno, escribe lo siguiente: «El doctor Ashmole, miembro de esta Fraternidad [los rosacruces], es venerado por los masones como uno de los fundadores de la primera Gran Logia de Londres».
Elias Ashmole no es más que uno de los numerosos vínculos intelectuales que conectan el rosacrucismo con la génesis de la masonería. La Enciclopedia Británica destaca que Elias Ashmole fue iniciado en la orden masónica en 1646 y afirma además que fue «el primer caballero, o amateur, que fue “aceptado”». Sobre el mismo tema, Papus, en El tarot de los bohemios, ha escrito lo siguiente: «No debemos olvidar que los rosacruces fueron los iniciadores de Leibniz y los fundadores de la masonería propiamente dicha a través de Ashmole». Si los fundadores de la masonería fueron iniciados en el Gran Arcano egipcio —el simbolismo de la masonería moderna indicaría que así fue —, cabe suponer que obtuvieron aquella información de una sociedad cuya existencia reconocían y que estaba capacitada para enseñarles aquellos símbolos y alegorías.
Una de las teorías con respecto a las dos órdenes apunta a que la masonería fue un derivado del rosacrucismo, es decir, que los «Filósofos Desconocidos» se dieron a conocer a través de una organización creada por ellos mismos para asistirlos en el mundo material. A continuación, la historia cuenta que los adeptos rosacruces, descontentos con su progenie, se retiraron sigilosamente de la jerarquía masónica, dejando atrás su simbolismo y sus alegorías, pero llevándose consigo las claves necesarias para acceder al significado secreto de aquellos símbolos ocultos. Los especuladores han llegado incluso a afirmar que, en su opinión, la masonería moderna ha absorbido por completo el rosacrucismo y ha sido su sucesora como la mayor sociedad secreta del mundo. Otras mentes igual de eruditas sostienen que la Hermandad Rosacruz sigue existiendo y que preserva su individualidad como consecuencia de haberse retirado de la Orden masónica. Según una tradición ampliamente aceptada, la sede central de la Orden Rosacruz queda cerca de Carlsbad, en Austria. Según otra versión, una escuela misteriosa, semejante en sus principios generales a la Fraternidad de la Rosa Cruz y que se hace llamar «Hermanos Bohemios», mantiene aún su individualidad en la Schwarzwald alemana. Una cosa es cierta: que, con el auge de la masonería, la Orden Rosacruz prácticamente desapareció de Europa y, a pesar de las afirmaciones en contrario, es verdad que el Grado 18, habitualmente conocido como RoseCroix, perpetúa muchos de los símbolos de los alquimistas del fuego rosacruces.
En un manuscrito anónimo inédito del siglo XVIII que lleva la marca del cabalismo rosacruz, aparece la siguiente afirmación: «Daré ahora, sin embargo, al mundo de los más sabios una paradoja para que resuelva; a saber: que algunos iluminados se han dedicado a fundar escuelas del saber en Europa y que estas, por algún motivo peculiar, se llaman a sí mismas Fratres Rosae Crucis. No obstante, poco después comenzaron a aparecer escuelas falsas que corrompieron las buenas intenciones de aquellos sabios. Por consiguiente, la Orden ya no existe como la mayoría de las personas entiende la existencia, y como los miembros de esta fraternidad del Seculo Fili se llaman a sí mismos “Hermanos de la Rosa Cruz”, los del Seculo Spiritus Sancti se llamarán a sí mismos “Hermanos del Lirio Cruz” y “Caballeros del León Blanco”. Entonces, las escuelas del saber volverán a florecer otra vez, pero por qué la primera escogió su nombre y por qué las demás escogieron el suyo es algo que solo podrán resolver los que posean un entendimiento asentado en la naturaleza». Las aspiraciones políticas de los rosacruces se manifestaron a través de las actividades de sir Francis Bacon, el conde de Saint Germain y el conde de Cagliostro. Se sospecha que este último era un emisario de los Caballeros Templarios, una sociedad muy dedicada al trascendentalismo, como ha destacado Éliphas Lévi. Según una suposición popular, los rosacruces fueron, al menos en parte, instigadores de la Revolución francesa.

Tercer postulado
La tercera teoría adopta la forma de una negación radical del rosacrucismo y afirma que la llamada Orden original no tuvo nunca ningún fundamento y que, en realidad, no era más que un producto de la imaginación. Este punto de vista Se expresa mejor mediante una serie de preguntas que todavía se formulan los investigadores de este grupo esquivo de metafísicos. ¿Era la Hermandad Rosacruz una mera institución mítica, fruto de la mente fecunda de algún cínico literario, con la intención de ridiculizar las ciencias alquímicas y herméticas? ¿Existió alguna vez la Casa del Espíritu Santo fuera de la imaginación de algún místico medieval? ¿Era toda la historia de los rosacruces una sátira para burlarse de la credulidad de la Europa escolástica? ¿Era el misterioso Padre C. R. C. un producto del genio literario de Johann Valentin Andreae o de alguna mente similar, que, al intentar criticar la filosofía alquímica y hermética, se convirtió sin querer en una gran fuerza que favoreció la causa de su promulgación? Apenas se duda de que por lo menos uno de los primeros documentos de los rosacruces procedía de la pluma de Andreae, pero lo que sigue siendo objeto de especulación es con qué finalidad lo compiló. ¿Acaso el propio Andreae habrá recibido de alguna persona o personas desconocidas unas instrucciones que debía cumplir? Si escribió Las bodas alquímicas de Christian Rosacruz cuando solo tenía quince años, ¿acaso recibió ayuda en la preparación del libro?
No parece que vaya a haber respuesta a estas preguntas fundamentales. Bastantes personas han aceptado la impostura espléndida de Andreae como una verdad absoluta. Muchos sostienen que, en consecuencia, han surgido numerosas seudosociedades, cada una de las cuales afirma que se trata de la organización acerca de la cual se escribieron el Fama Fraternitatis y el Confessio Fraternitatis. No cabe duda de que en la actualidad existen muchas órdenes espurias, pero son pocas las que pueden reivindicar que su historia se remonta más allá del comienzo del siglo XIX.
Del misterio relacionado con la Fraternidad de la Rosa Cruz han surgido un sinfín de controversias. Muchas cabezas preclaras, entre las cuales destacan Eugenius Philalethes, Michael Maier, John Heydon y Robert Fludd, han defendido la existencia concreta de la Sociedad de los Filósofos Desconocidos. Otras igual de capaces han afirmado que tenía un origen fraudulento y una existencia dudosa. A pesar de dedicar libros a la Orden y de escribir él mismo una amplia exposición de sus principios, Eugenius Philalethes niega cualquier conexión personal con ella y lo mismo han hecho muchos más. Algunos opinan que la mano de sir Francis Bacon ha intervenido en la escritura del Fama y del Confessio Fralernitatis, partiendo de la base de que el estilo retórico de estas obras es similar al de la Nueva Atlántida de Bacon. También sostienen que determinadas afirmaciones de esta obra demuestran un conocimiento de la simbología rosacruz. Por su naturaleza esquiva, los rosacruces se han convertido en uno de los temas preferidos de las obras literarias. Entre las novelas urdidas en torno a ellos destaca Zanoni; algunos opinan que su autor, lord Bulwer-Lytton, era miembro de la Orden, mientras que otros afirman que quiso entrar, pero fue rechazado. El bucle arrebatado, de Pope, el Comte de Gabalis, del abate de Villars, y algunos ensayos de De Quincey, Hartmann, Jennings, Mackenzie y otros son ejemplos de literatura rosacruz. Si bien cuesta demostrar la existencia de estos rosacruces medievales, disponemos de pruebas suficientes para deducir que era sumamente probable que existiese en Alemania y posteriormente en Francia, Italia, Inglaterra y otros países europeos una sociedad secreta de eruditos iluminados que hizo aportaciones de gran importancia a la suma del conocimiento humano y, al mismo tiempo, mantenía en absoluto secreto la identidad de sus miembros y su organización.

Cuarto postulado
También existe una explicación puramente trascendental para las aparentes incongruencias de la controversia rosacruz. Hay pruebas de que los primeros autores conocían esta suposición, que, no obstante, no se popularizó hasta que la postuló la teosofía. Esta teoría sostiene que los rosacruces realmente poseían todos los poderes sobrenaturales que se les atribuían; que en realidad eran ciudadanos de dos mundos: que, si bien tenían un cuerpo físico para expresarse en el plano material, también eran capaces, mediante las instrucciones que recibían de la Hermandad, de actuar en un cuerpo etéreo misterioso que no estaba sujeto a las limitaciones del tiempo ni la distancia. Por medio de esta «forma astral», eran capaces de actuar en el ámbito invisible de la naturaleza y en dicho ámbito, fuera del alcance del profano, estaba su templo. Según este punto de vista, la auténtica Hermandad Rosacruz estaba compuesta por un número reducido de adeptos muy evolucionados o iniciados: los de los grados superiores ya no estaban sometidos a las leyes de la mortalidad; los candidatos podían ingresar en la Orden solo después de prolongados períodos de prueba; los adeptos poseían el secreto de la piedra filosofal y conocían el proceso para transmutar en oro los metales de baja ley, pero enseñaban que aquellos no eran más que términos alegóricos para ocultar el auténtico misterio de la regeneración humana mediante la transmutación de los «elementos bajos» de la naturaleza inferior del hombre en el «oro» de la plena conciencia intelectual y espiritual. Según esta teoría, todos aquellos que han intentado dejar constancia de los acontecimientos importantes en relación con la controversia rosacruz han fracasado siempre, porque enfocaban la cuestión desde un ángulo puramente físico o materialista.
Se creía que aquellos adeptos podían enseñar al hombre a actuar a voluntad al margen de su cuerpo físico, porque lo ayudaban a separar la «rosa de la cruz». Enseñaban que la naturaleza espiritual estaba adherida a la forma material en puntos determinados, cuyo símbolo eran los «clavos» de la crucifixión; sin embargo, mediante tres iniciaciones alquímicas que tenían lugar en el mundo espiritual, en el auténtico Templo de la Rosa Cruz, eran capaces de retirar aquellos «clavos» para que la naturaleza divina del hombre pudiera descender de la cruz. Los procesos mediante los cuales se lograba todo aquello se ocultaban tras tres expresiones alquímicas metafóricas: «la creación del mar fundido», «la fabricación de la rosa diamantada» y «la obtención de la piedra filosofal».
Mientras que el intelectual se tambalea entre teorías contradictorias, el místico trata el problema de una manera totalmente diferente. Cree que la verdadera Fraternidad de la Rosa Cruz, compuesta por una escuela de superhombres —no muy diferente de los legendarios mahatmas indios—, es una institución que no existe en el mundo visible, sino en su contrapartida espiritual, a la que le parece oportuno llamar «los planos internos de la naturaleza», y que solo pueden llegar hasta los hermanos aquellos que son capaces de trascender las limitaciones del mundo material. Para corroborar su punto de vista, aquellos místicos citan la siguiente afirmación significativa del Confessio Fraternitatis: «Por más que mil veces clamen los indignos o que mil veces se presenten, Dios ha ordenado a nuestros oídos que no les presten atención y ha dispuesto de tal modo a nuestro alrededor sus nubes que a nosotros sus siervos, ningún daño pueden hacernos, porque ya no pueden vernos los ojos humanos, a menos que hayan recibido la fuerza que proporciona el águila». En el misticismo, el águila es un símbolo de iniciación (el fuego espinal del espíritu) y así se explica que el mundo no regenerado no pueda comprender a la Orden Secreta de la Rosa Cruz.
Para los que profesan esta teoría, el conde de Saint Germain es su máximo adepto y afirman que él y Christian Rosacruz eran la misma persona. Aceptan el fuego como su símbolo universal, porque es el único elemento mediante el cual podían controlar los metales. Afirmaban que descendían de Túbal Caín y de Hiram Abif y que su existencia tenía por objeto preservar la naturaleza espiritual del hombre durante los períodos de materialidad. «Las sectas gnósticas, los árabes, los alquimistas, los templarios, los rosacruces y, por último, los masones constituyen la cadena occidental en la transmisión del ocultismo.»
Max Heindel, el místico cristiano, describió el templo rosacruz como una «estructura etérica» situada dentro de y en torno a la casa de un caballero de provincias europeo. Creía que aquella construcción invisible acabaría por ser trasladada al continente americano. Heindel decía que los iniciados rosacruces estaban tan avanzados en la ciencia de la vida que «la muerte los había olvidado»
En los cielos y rodeados tanto por una aureola externa como por una interna y por jerarquías de seres celestiales, están los símbolos radiantes de la Santísima Trinidad: h w h y (¿el Padre?), el Cordero (el Hijo) y la Paloma (el Espíritu Santo). Las dignidades respectivas de la hueste celestial dependen de la cantidad y la disposición de sus alas. La gloria del Altísimo y el mundo invisible queda oculta para la creación inferior en parte por una línea y en parte por el círculo de los cielos estrellados, que, a su vez, queda oculto por las nubes. Cinco aves —un cuervo (Saturno, plomo), un cisne (Júpiter, estaño), un gallo (Marte, hierro), un pelícano (Venus, cobre) y el fénix (Mercurio, mercurio)— ocupan el semicírculo que queda justo dentro de la franja de los cielos estrellados. La mitad superior del círculo azul que contiene los cinco signos planetarios está ocupada por los signos del Zodiaco. En el círculo verde aparecen las palabras «el año solar, el año estelar y el año de los vientos»; en el círculo amarillo, «el mercurio de los sabios, el mercurio corpóreo y el mercurio común o visible»; en el círculo anaranjado, «azufre combustible, azufre fijo y azufre volátil o etéreo»; en el circulo rojo, «sal elemental, sal terrenal y sal central», y en el círculo violeta, «se necesitan cuatro clases de fuego para el trabajo».
El triángulo blanco central contiene la figura del mercurio solar. Toda la parte superior de la ilustración es un diagrama esotérico de la constitución del sol espiritual triple. En la parte inferior del primer plano hay una colina sobre la cual crecen un montón de árboles, cada uno de los cuales lleva el símbolo de una sustancia alquímica. (El lector encontrará más información en la tabla de símbolos alquímicos de Basilio Valentino, en el capítulo XXXV). En la parte inferior derecha y representado por una escena nocturna está el mundo inferior, mientras que, en la parte inferior izquierda y representado por una escena diurna, está el mundo superior. El lado derecho de la ilustración representa el agua y el lado izquierdo, el fuego. Bajo las alas del fénix hay dos círculos que contienen los símbolos del fuego y el aire; bajo las alas del águila hay otros dos círculos que contienen los símbolos de la tierra y el agua. Las figuras humanas, una masculina y la otra femenina —las dos están unidas al mundo superior mediante una cadena de oro y llevan en el cuerpo los símbolos de las fuerzas creativas—, representan el principio divino (masculino) y el humano (femenino) que existen en todas las criaturas. El espíritu y la voluntad se representan mediante un león rampante; el alma y la intuición, mediante un ciervo con doce luces o estrellas en los cuernos y una hoja trifoliada en la mano, como símbolo de la triple constitución de todas las cosas naturales.
En el centro de la ilustración está la figura del equilibrio filosófico y la consecución de la magnum opus. El león de dos cuerpos destaca para el iniciado la necesidad de la unión final de todas las partes diversificadas y también que la luz y la oscuridad (como símbolos de todos los opuestos que existen en la naturaleza) son dos cuerpos con una sola cabeza. Sobre esta extraña criatura que él ha fabricado con su arte y que representa la reconciliación de elementos que parecen irreconciliables está el filósofo alquímico. Las estrellas de sus vestiduras revelan la naturaleza luminosa del adepto purificado y regenerado y con las mazas (el intelecto iluminado) destruye la ilusión de la luz y la oscuridad y, uniendo las diversas partes diseminadas del cosmos, forma con ellas el andrógino filosófico. En el Museo Hermético se acompaña esta ilustración con la siguiente cita: «Por la palabra del Señor se crearon los cielos y, por el aliento de Su boca, sus huestes. El Espíritu del Señor ha llenado el mundo. Todas las cosas están satisfechas con Tu bondad, Señor. Si vuelves la cara, se inquietan. Si vuelves Tu espíritu, mueren y vuelven a ser polvo. Cuando envías Tu espíritu, son creadas y renuevas la faz de la tierra. Tu gloria es para siempre». En el Museo Hermético también se añade a esta ilustración una versión libre de la Tabla de Esmeralda de Hermes. Solo a través de la contemplación profunda y conociendo los principios de la alquimia medieval se puede descubrir el verdadero espíritu del misticismo alquímico. En esta ilustración se presenta la clave completa de la regeneración de los metales, la transmutación de lo terrestre en esplendor celestial y el misterio de la generación, que, lamentablemente y por ignorancia, ha sido malinterpretada por los aficionados del siglo XX.

LAS DOCTRINAS Y LOS PRINCIPIOS ROSACRUCES

No se dispone de información fiable con respecto a las verdaderas creencias filosóficas, aspiraciones políticas y actividades humanitarias de la Fraternidad de la Rosa Cruz. En la actualidad, como en el pasado, los misterios de la Sociedad se preservan intactos en virtud de su naturaleza esencial y los intentos de interpretar la filosofía rosacruz no son —pese a todo — más que meras especulaciones.
Hay indicios de la probable existencia de dos entidades rosacruces distintas: una organización interna, cuyos miembros jamás revelaban al mundo su identidad ni sus enseñanzas, y un órgano exterior, supervisado por el interno. Con toda probabilidad, la tumba simbólica de Christian Rosacruz, caballero de la Piedra Dorada, era en realidad este órgano exterior, cuyo espíritu estaba en una esfera más exaltada. Durante un período de más de un siglo posterior a 1614, el órgano exterior puso en circulación tratados y manifiestos, ya sea en su propio nombre o en el de varios miembros iniciados.
Aparentemente, estos escritos tenían por objeto confundir e inducir a error a los investigadores, para ocultar así los verdaderos designios de la Fraternidad. Cuando el rosacrucismo se puso de moda en el ambiente filosófico del siglo XVII, algunos impostores ansiosos de sacar provecho de su popularidad también hicieron circular numerosos documentos sobre el tema por motivos puramente comerciales. Los artificios concebidos con astucia por la propia Fraternidad y las garrafales imposturas literarias de los charlatanes crearon un doble velo, tras el cual la organización interna llevaba a cabo sus actividades de una forma totalmente diferente de las finalidades y los principios que se difundían públicamente. Las Fratres Rosae Crucis hacen ingenua referencia a los malentendidos que al respecto y por motivos evidentes ellas mismas han permitido y las llaman «nubes», dentro de las cuales trabajan y tras las cuales se esconden.
Se puede obtener un atisbo de la esencia del rosacrucismo —sus doctrinas esotéricas— a partir de un análisis de su sombra: sus escritos exotéricos. En una de las más importantes de sus «nubes», el Confessio Fraternitatis, los hermanos de la Fraternidad de la Rosa Cruz tratan de justificar su existencia y de explicar (?) los propósitos y las actividades de su Orden. En su forma original, el Confessio está dividido en catorce capítulos que se resumen a continuación.
Confessio Fraternitatis R. C. ad Eruditos Europae

Capítulo I 
Que ni por precipitación ni por prejuicio se malinterpreten las afirmaciones con respecto a nuestra Fraternidad publicadas en nuestro manifiesto anterior: el Fama Fraternitatis. Al contemplar la decadencia de la civilización, Jehová trata de redimir a la humanidad, revelando a quienes estén dispuestos e imponiendo a quienes no lo estén los secretos que antes había reservado a Sus elegidos. Gracias a esta sabiduría, los piadosos se salvarán, pero los pesares de los impíos se multiplicarán. Aunque la verdadera finalidad de nuestra Orden se expuso en el Fama Fraternitatis, han surgido malentendidos, a causa de los cuales hemos sido acusados falsamente de herejía y de traición. En este documento esperamos aclarar nuestra postura, para que los eruditos de Europa se decidan a sumarse a nosotros en la difusión del conocimiento divino, según la voluntad de nuestro ilustre fundador.

Capítulo II 
Aunque muchos alegan que el código filosófico de nuestra época es sólido, declaramos que es falso y que no tardará en desaparecer por su propia debilidad intrínseca. Sin embargo, así como la Naturaleza proporciona un remedio para cada enfermedad nueva que se manifiesta, nuestra Fraternidad ha proporcionado un remedio para las debilidades del sistema filosófico del mundo. La filosofía secreta de la R. C. se basa en el conocimiento, que es la suma y la cabeza de todas las facultades, ciencias y artes. Mediante el sistema que nos ha sido revelado por la divinidad —que contiene mucho de teología y de medicina, mas poco de jurisprudencia —, analizamos los cielos y la tierra, pero sobre todo estudiamos al propio hombre, en cuya naturaleza se oculta el secreto supremo. Si los eruditos de nuestro tiempo aceptan nuestra invitación y se suman a nuestra Fraternidad, les revelaremos secretos y maravillas inimaginables acerca del funcionamiento oculto de la Naturaleza.

Capítulo III 
Que no se crea que no tenemos en gran estima los secretos que analizamos en este breve documento. No podemos describir por completo las maravillas de nuestra Fraternidad, para no abrumar a los profanos con nuestras declaraciones asombrosas y para que el vulgo no se burle de unos misterios que no alcanza a comprender. También tememos que muchos queden confundidos ante la generosidad inesperada de nuestra proclama, porque, al no entender las maravillas de esta sexta era, no se dan cuenta de los grandes cambios por venir. Como ciegos viviendo en un mundo lleno de luz, solo disciernen a través del sentimiento.

Capítulo IV
Creemos firmemente que, gracias a la meditación profunda sobre las invenciones de la mente humana y los misterios de la vida, a la colaboración de los ángeles y los espíritus y a la experiencia y la observación prolongada, nuestro amado Padre Christian R. C. fue tan iluminado por la sabiduría de Dios que, si se perdieran todos los libros y los escritos que hay en el mundo y se invalidaran los fundamentos de la ciencia, la Fraternidad de la Rosa Cruz podría restablecer la estructura del pensamiento mundial sobre el fundamento de la verdad divina y la integridad. Dada la gran profundidad y perfección de nuestro conocimiento, los que desean conocer los misterios de la Fraternidad de la Rosa Cruz no pueden alcanzar tal sabiduría de inmediato, sino que deben incrementar su entendimiento y su conocimiento. Por consiguiente, nuestra Fraternidad se divide en grados, por los cuales cada uno debe ascender paso a paso hasta el Gran Arcano. Ahora que Dios ha tenido a bien encender para nosotros Su sexto candelabro, ¿no es acaso mejor buscar la verdad de este modo que deambular por los laberintos de la ignorancia mundana? Además, aquellos que reciban este conocimiento llegarán a ser maestros en todas las artes y los oficios; para ellos no habrá ningún secreto, y tendrán a su alcance todas las buenas obras del pasado, el presente y el futuro. Todo el mundo se convertirá en un solo libro y desaparecerán las contradicciones entre la ciencia y la teología. Que la humanidad se alegre, porque ha llegado la hora en que Dios ha decretado que aumentarán los miembros de nuestra Fraternidad, una labor que hemos emprendido con alegría. Las puertas de la sabiduría están ahora abiertas al mundo, pero los Hermanos solo se presentarán ante los que merecen tal privilegio, porque tenemos prohibido revelar lo que sabemos incluso a nuestros propios hijos. El derecho a recibir la verdad espiritual no se hereda, sino que tiene que evolucionar dentro del alma del propio hombre.

Capítulo V 
Aunque nos acusen de indiscreción por ofrecer nuestros tesoros con tanta libertad y promiscuidad —sin hacer distinción entre piadosos, sabios, príncipes y campesinos—, afirmamos que no hemos traicionado la confianza depositada en nosotros, porque, si bien hemos publicado nuestro Fama en cinco idiomas, solo lo comprenden quienes tienen ese derecho. No descubrirán nuestra Sociedad los curiosos, sino solo los pensadores serios y dedicados: no obstante, hemos difundido nuestro Fama en cinco lenguas para que las personas rectas de todas las naciones tengan oportunidad de conocemos, aunque no sean eruditas. Por más que mil veces se presenten los indignos y clamen ante las puertas, Dios nos ha prohibido a los que pertenecemos a la Fraternidad de la Rosa Cruz prestar atención a su voz y Él ha dispuesto a nuestro alrededor Sus nubes y Su protección para que no suframos daño alguno y Dios ha decretado que a los de la Orden de la Rosa Cruz ya no puedan vernos los ojos mortales, a menos que hayan recibido la fuerza que proporciona el águila. Mimamos además que reformaremos los gobiernos de Europa y tomaremos como modelo el sistema aplicado por los filósofos de Damcar. Todos los hombres que deseen obtener conocimiento lo recibirán en la medida en que sean capaces de comprenderlo. Se suprimirá la regla de la teología falsa y Dios dará a conocer Su voluntad a través de los filósofos que Él elija.

Capítulo VI 
Para ser breves, baste decir que nuestro Padre C. R. C. nació en el año 1378 y partió a los ciento seis años, dejándonos la labor de difundir al mundo entero la doctrina de la religión filosófica. Nuestra Fraternidad está abierta a todos los que buscan la verdad con sinceridad, pero advenimos públicamente a los falsos y los impíos que no pueden traicionarnos ni hacernos daño, porque Dios protege nuestra Fraternidad, y todos los que pretendan perjudicarla verán que sus malas intenciones se vuelven contra ellos y los destruyen, mientras que los tesoros de nuestra Fraternidad permanecen intactos, para que el León los emplee para establecer su reino.

Capítulo VII 
Anunciamos que, antes del fin del mundo, Dios creará un gran torrente de luz espiritual para paliar el sufrimiento de la humanidad. La falsedad y la oscuridad que se han introducido sigilosamente en las artes, las ciencias, las religiones y los gobiernos de la humanidad —de tal manera que hasta a los sabios les cuesta encontrar el camino de la realidad—desaparecerán para siempre y se establecerá un solo criterio, para que todos puedan disfrutar de los frutos de la verdad. No nos harán responsables de este cambio, sino que dirán que es el resultado del avance de los tiempos. Son grandes las reformas que están a punto de producirse, pero nosotros, los de la Fraternidad de la Rosa Cruz, no nos arrogamos el mérito de esta reforma divina, puesto que hay muchos que no son miembros de nuestra Fraternidad, sino hombres honrados, justos y sabios, que, con su inteligencia y sus escritos, acelerarán su venida. Damos fe de que las piedras se levantarán y ofrecerán sus servicios antes de que falten personas rectas que cumplan la voluntad de Dios sobre la tierra.

Capítulo VIII 
Para que no quepa duda, anunciamos que Dios ha enviado mensajeros y signos en el cielo —a saber: las nuevas estrellas de Serpentarius y Cygnus— para indicar que tendrá lugar un gran concilio de los elegidos, lo cual demuestra que Dios revela de forma visible —para los pocos que son capaces de discernir—las señales y los símbolos de todas las cosas que van a ocurrir. Dios ha dado al hombre dos ojos, dos orificios nasales y dos orejas, pero una sola lengua. Mientras que los ojos, los orificios nasales y las orejas dejan entrar en la mente la sabiduría de la Naturaleza, la lengua es la única que la deja salir. En distintas épocas ha habido iluminados que han visto, olido, gustado o escuchado la voluntad de Dios, pero no falta mucho para que hablen aquellos que han visto, olido, gustado o escuchado y la verdad será revelada. Sin embargo, para que se pueda revelar lo que es correcto, el mundo debe superar durmiendo la intoxicación de su cáliz envenenado (lleno de la vida falsa del vino teológico) y, tras abrir su corazón a la virtud y el entendimiento, debe recibir el sol naciente de la Verdad.

Capítulo IX 
Tenemos una escritura mágica, copiada del alfabeto divino con el cual Dios escribe Su voluntad sobre la faz de la Naturaleza celeste y la terrenal. Con este lenguaje nuevo, leemos la voluntad de Dios con respecto a todas Sus criaturas y, así como los astrónomos predicen los eclipses, nosotros pronosticamos los oscurecimientos de la iglesia y su duración. Nuestra lengua es como la de Adán y Enoch antes de la Caída y, si bien comprendemos y podemos explicar nuestros misterios en nuestra lengua sagrada, no podemos hacerlo en latín, una lengua contaminada por la confusión de Babilonia.

Capítulo X 
Aunque todavía hay ciertas personas poderosas que están contra nosotros y nos ponen obstáculos —por lo cual debemos permanecer ocultos—, exhortamos a aquellos que quieran entrar en nuestra Fraternidad a que estudien sin cesar las Sagradas Escrituras, porque quienes así lo hagan no pueden estar lejos de nosotros. No queremos decir que el hombre haya de tener la Biblia constantemente en la boca, sino que debe buscar su sentido verdadero y eterno, que rara vez descubren los teólogos, los científicos ni los matemáticos, que quedan deslumbrados por las opiniones de sus sectas. Damos fe de que, desde el comienzo del mundo, jamás se ha dado al hombre un libro más excelente que la Santa Biblia. Bienaventurado el que la posea; más bienaventurado el que la lea: el más bienaventurado será el que la entienda, y el más divino, el que la obedezca.

Capítulo XI 
Queremos que se entiendan bien las afirmaciones que hemos hecho en el Fama Fraternitatis acerca de la transmutación de los metales y la panacea universal. Si bien somos conscientes de que el hombre puede lograr las dos cosas, tememos que, si se limitan a investigar la transmutación de los metales, muchas mentes realmente privilegiadas se aparten de la auténtica búsqueda del conocimiento y el entendimiento. Cuando un hombre recibe el don de curar las enfermedades, de superar la pobreza y de alcanzar un puesto importante en el mundo, lo acosan numerosas tentaciones y, a menos que posea verdadero conocimiento y pleno entendimiento, se convertirá en un grave peligro para la humanidad. El alquimista que adquiere el arte de transmutar los metales de baja ley puede hacer todo tipo de maldades, a menos que su entendimiento sea tan grande como la riqueza que se ha creado él mismo. Por consiguiente, afirmamos que el hombre debe adquirir primero conocimiento, virtud y entendimiento y después se le puede añadir todo lo demás. Acusamos a la Iglesia cristiana del gran pecado de poseer poder y usarlo de forma imprudente; en consecuencia, profetizamos que caerá por el peso de sus propias iniquidades y que su corona se malogrará.

Capítulo XII
Para concluir nuestra Confessio, advertimos encarecidamente al lector que deje de lado los libros inútiles de los seudoalquimistas y los filósofos —tan abundantes en nuestro tiempo—, que restan importancia a la Santísima Trinidad y engañan a los crédulos con enigmas sin sentido. Uno de los principales de estos es un actor de teatro, un hombre con bastante ingenio para la impostura. El enemigo del bienestar humano mezcla a hombres semejantes con los que buscan el bien, con lo cual hace que sea más difícil descubrir la Verdad. El lector puede creernos: la Verdad es sencilla y no está escondida, mientras que la falsedad es compleja, está bien oculta, es orgullosa y su ficticio saber mundano, aparentemente resplandeciente de brillo piadoso, se confunde a menudo con la sabiduría divina. Que los prudentes se aparten de estas enseñanzas falsas y se acerquen a nosotros, que no buscarnos su dinero, sino que les ofrecemos nuestro mayor tesoro sin pedir nada a cambio. No deseamos sus bienes, sino que sean partícipes de los nuestros No nos burlamos de las parábolas, sino que los invitamos a comprender todas las parábolas y todos los secretos. No les pedimos que nos reciban, sino que los invitamos a venir a nuestras majestuosas casas y palacios, no por nosotros mismos, sino porque así nos lo ordena el Espíritu de Dios, es el deseo de nuestro excelentísimo Padre C. R. C. y la necesidad del momento presente, que es muy grande.

Capítulo XIII
Ahora que hemos dejado clara nuestra posición, que reconocemos sinceramente a Cristo, renegamos del papado, dedicamos nuestra vida a la filosofía auténtica y a vivir dignamente y a diario invitamos y dejamos entrar en nuestra Fraternidad a las personas de mérito de todas las naciones, que, a partir de entonces, comparten con nosotros la luz divina, ¿no querrá el lector sumarse a nosotros para perfeccionarse a sí mismo, desarrollar todas las artes y servir al mundo? Si alguien está dispuesto a dar este paso, recibirá de una sola vez los tesoros de toda la tierra y la oscuridad que envuelve el conocimiento humano y que provoca las vanidades de las artes materiales y las ciencias se desvanecerá para siempre.

Capítulo XIV
Advertimos una vez más a aquellos que están deslumbrados por el brillo del oro o a aquellos que, aunque ahora sean rectos, pueden desviarse, por culpa de las grandes riquezas, hacia una vida de holgazanería y pompa, que no perturben nuestro silencio sagrado con sus clamores, porque aunque hubiera una medicina que curase todas las enfermedades y distribuyese la sabiduría a todos los hombrea es contrario a la voluntad de Dios que el hombre logre el entendimiento por otro medio que no sea la virtud, el esfuerzo y la integridad. No nos está permitido manifestamos a nadie, salvo por la voluntad de Dios. Los que crean que pueden ser partícipes de nuestra riqueza espiritual contra la voluntad de Dios o sin Su autorización verán que pierden la vida buscándonos, sin alcanzar la felicidad de encontramos. 
Fraternitas R. C

Por lo general se considera autor del Confessio a Johann Valentin Andreae. Sin embargo, es una cuestión muy discutible si Andreae no habrá permitido a sir Francis Bacon que usara su nombre como seudónimo. A propósito de esta cuestión, existen dos referencias sumamente significativas en la introducción al extraordinario popurrí que es Anatomía de la melancolía. Este volumen se publicó por primera vez en 1621 y salió de la pluma de Demócrito junior, que posteriormente se identificó como Robert Burton, quien, a su vez, era —se sospecha— íntimo de sir Francis Bacon. Una referencia sugiere maliciosamente que en 1621, cuando se publicó Anatomía de la melancolía, el fundador de la Fraternidad de la Rosa Cruz todavía estaba vivo. Esta afirmación —que quedó oculta al reconocimiento general por su intrincación textual— ha pasado desapercibida para la mayoría de los estudiosos del rosacrucismo. En la misma obra aparece además una breve nota a pie de página de formidable importancia. Solo contiene las siguientes palabras: «Joh. Valent. Andreas, lord Verulam».
Esta sola línea basta para relacionar sin duda a Johann Valentin Andreae con sir Francis Bacon, que era lord Verulam, y su puntuación insinúa que los dos son la misma persona.
Uno de los más destacados apologistas rosacruces fue John Heydon, que se identifica a sí mismo como «siervo de Dios y secretario de la naturaleza». En su curiosa obra The Rosie Cross Uncovered, ofrece una descripción enigmática, aunque valiosa, de la Fraternidad de la Rosa Cruz con las siguientes palabras:
«Existe ahora una especie de hombres —ellos mismos así lo hacen constar— llamados rosacruces, una fraternidad divina que vive en los suburbios del cielo: son los funcionarios del Generalissimo del mundo, como los ojos y las orejas del gran Rey, que todo lo ven y todo lo oyen: y dicen que estos rosacruces han sido iluminados por serafines, igual que Moisés, según este orden de los elementos: tierra refinada al agua, el agua al aire, el aire al fuego».
Declara asimismo que estos hermanos misteriosos poseían poderes polimorfos y que aparecían con cualquier forma que se les ocurriese. En el prefacio de la misma obra enumera los extraños poderes de los adeptos rosacruces:
A continuación os diré lo que son los rosacruces y que Moisés era su padre, y era θεοῡ παῑς algunos dicen que pertenecían a la orden de Elías y otros, que eran discípulos de Ezequiel; […]. Parecería que los rosacruces no solo estaban iniciados en la teoría mosaica, sino que habían llegado incluso a obtener el poder de hacer milagros, como Moisés, Elías, Ezequiel y los profetas que los sucedieron, como ser transportados a donde quisieran, como Habacuc fue llevado desde la judería a Babilonia, o como Felipe, que, después de bautizar al eunuco, se encontró en Azoto, y uno de ellos fue desde mí a ver a un amigo mío en Devonshire y regresó y me trajo su respuesta a Londres el mismo día, cuando son cuatro días de viaje; me enseñaron excelentes predicciones de astrología y terremotos: reducen la peste en las ciudades: silencian los vientos y las tempestades violentos: calman la ira del mar y la de los ríos: caminan por el aire; frustran los aspectos maliciosos de las brujas y curan todas las enfermedades.
Los escritos de John Heydon se consideran una aportación de suma importancia al material publicado por los rosacruces Es probable que John Heydon fuera pariente de sir Christopher Heydon, «un rosacruz iluminado por un serafín», que, según creía el difunto E Leigh Gardner, honorable secretario de la Sociedad Rosacruz de Anglia, era la fuente de su conocimiento rosacruz. En su Bibliotheca Rosicruciana hace la declaración siguiente con respecto a John Heydon: «En general, a partir de lo que resulta evidente en sus escritos, parece haber pasado por el grado inferior de la Orden R. C. y haberlo difundido en gran medida por el mundo». John Heydon viajó mucho y estuvo en Arabia, Egipto, Persia y varias partes de Europa, según se narra en la introducción biográfica a su obra The Wise-Mans Crown, Set with Angels, Planets, Metáis, ele., or The Glory of the Rosie Cross, que, según declara él mismo, es la traducción al inglés del misterioso libro M, que Christian Rosacruz llevó consigo desde Arabia.
Thomas Vaughan, otro paladín de la Orden, corrobora la afirmación de John Heydon con respecto a la capacidad de los iniciados rosacruces de volverse invisibles a voluntad: «La Fraternidad de la Rosa Cruz se puede mover en esta niebla blanca. “Quien quiera comunicarse con nosotros debe poder ver en esta luz o, de lo contrario, no podrá vernos jamás, a menos que nosotros lo queramos”».
La Fraternidad de la Rosa Cruz es un órgano augusto y soberano que manipula a su antojo los símbolos de la alquimia, el cabalismo, la astrología y la magia para alcanzar sus propios fines, pero de forma totalmente independiente de los cultos cuya terminología emplea. Los tres objetivos fundamentales de la Fraternidad son los siguientes:
1. La abolición de todas las formas monárquicas de gobierno y su sustitución por la dirección de los filósofos elegidos. Las democracias actuales son el resultado directo de los esfuerzos rosacruces de liberar a las masas del dominio del despotismo. En la primera parte del siglo XVIII, los rosacruces concentraron su atención en las nuevas colonias americanas, que entonces estaban formando el núcleo de una gran nación en el Nuevo Mundo. La guerra de la independencia estadounidense representa su primer gran experimento político y trajo como consecuencia el establecimiento de un gobierno nacional basado en los principios fundamentales de la ley divina y la natural. Como recuerdo imperecedero de sus actividades secretas, los rosacruces dejaron el Gran Sello de los Estados Unidos También fueron los instigadores de la Revolución francesa, aunque en este caso no les fue del todo bien, porque no se pudo controlar el fanatismo de los revolucionarios y a continuación se produjo el reinado del terror.
2. La reforma de la ciencia, la filosofía y la ética. Los rosacruces afirmaban que las artes y las ciencias materiales no eran más que sombras de la sabiduría divina y que solo penetrando en lo más recóndito de la naturaleza podía el hombre alcanzar la realidad y el entendimiento. Aunque se consideraban a sí mismos cristianos, era evidente que los rosacruces eran platónicos y también profundamente versados en los misterios más profundos de la teología hindú y la hebrea primitiva. No cabe duda de que los rosacruces deseaban restablecer las instituciones de los Misterios antiguos como el método más importante para instruir a la humanidad en la doctrina secreta y eterna. De hecho, como es muy probable que fueran ellos los que perpetuaron los Misterios antiguos, solo pudieron sobrevivir gracias a su secretismo absoluto y a la sutileza de sus subterfugios, a pesar de las fuerzas arrasadoras del cristianismo dogmático. Guardaron y preservaron con tanto cuidado el Misterio supremo —la identidad y la interrelación de los Tres Yos— que nadie a quien no se lo hubieran revelado voluntariamente ha obtenido jamás información satisfactoria con respecto tanto a su existencia como a la finalidad de la Orden. La Fraternidad de la Rosa Cruz, mediante su organización externa, va creando poco a poco un entorno o un órgano en el cual el ilustre Hermano C. R. C. se encame finalmente y consume para la humanidad los amplios esfuerzos espirituales y materiales de la Fraternidad.
3. El descubrimiento del remedio universal, o panacea, para todas las formas de enfermedad. Existen pruebas suficientes de que los rosacruces alcanzaron su objetivo en su búsqueda del elixir de la vida. En su Theatrum Chemicum Britannicum, Elias Ashmole afirma que los rosacruces no eran apreciados en Inglaterra, pero que fueron bien recibidos en el resto del continente europeo. También afirma que la Hermandad de la Rosa Cruz curó dos veces de viruela a la reina Isabel y que un médico rosacruz curó la lepra del conde de Norfolk. En las citas que siguen, John Heydon insinúa que los hermanos de la Fraternidad poseían el secreto de prolongar la existencia humana de forma indefinida, aunque no más allá del tiempo establecido por la voluntad de Dios:
Y finalmente pudieron devolver la vida con el mismo método a todos los hermanos que morían, que continuaban así muchos años; las normas se encuentran en el cuarto libro.
[…] De esta manera comenzó la Fraternidad de la Rosa Cruz, primero con cuatro personas, que murieron y resucitaron otra vez, hasta Cristo, y entonces vinieron a adorar, al guiarlos la estrella hasta Belén de Judea, donde estaba nuestro Salvador en brazos de su madre: entonces abrieron su tesoro y le ofrecieron sus regalos: oro, incienso y mirra y, por orden de Dios, regresaron a su morada. Aquellos cuatro rejuvenecieron otra vez sucesivamente muchos centenares de años, crearon un lenguaje y una escritura mágicos, con un gran diccionario, que todavía usamos a diario para alabar y glorificar a Dios y en él encontramos gran sabiduría. […] Mientras el Hermano C. R. estaba despertando en un vientre adecuado, decidieron atraer y recibir a otras personas en su Fraternidad.
Aparentemente, el «vientre» al que se hace referencia era el ataúd o recipiente de vidrio en el que enterraban a los hermanos, también llamado el «huevo filosófico». Al cabo de cierto tiempo, el filósofo rompía la cáscara de su huevo, salía y actuaba durante un período determinado, tras el cual se volvía a retirar a su cáscara de vidrio. El remedio rosacruz para curar todas las dolencias humanas se puede interpretar como una sustancia química que produce los efectos físicos descritos o también como el entendimiento espiritual: el verdadero poder curativo que, cuando alguien participa de él, le revela la verdad. La ignorancia es la peor forma de enfermedad y lo que cura la ignorancia, por lo tanto, es el remedio más potente. El remedio rosacruz perfecto servía para curar a las naciones, las razas y los individuos.
En un manuscrito primitivo inédito, un filósofo anónimo declara que la alquimia, el cabalismo, la astrología y la magia habían sido en un principio ciencias divinas, pero que se habían pervertido hasta convertirse en doctrinas falsas, que alejaban aún más de su objetivo a los que buscaban la sabiduría. El mismo autor proporciona una clave valiosa del rosacrucismo esotérico al dividir el camino de la realización espiritual en tres pasos, o escuelas, que él denomina «montañas». La primera y más baja de aquellas montañas es el monte Sofía; la segunda, el monte Cábala, y la tercera, el monte Magia. Las tres montañas son etapas sucesivas de crecimiento espiritual. A continuación, el autor anónimo afirma lo siguiente:
Por filosofía se ha de entender el conocimiento del funcionamiento de la naturaleza, mediante el cual el hombre aprende a escalar las montañas más altas, por encima de las limitaciones de los sentidos. Entiéndase por cabalismo el lenguaje de los seres angelicales o celestiales y quien lo domine podrá conversar con los mensajeros de Dios. En la montaña más alta está la Escuela de Magia (la Magia Divina, que es el lenguaje de Dios), en la cual el propio Dios enseña al hombre la verdadera naturaleza de todas las cosas Cada vez existe un mayor convencimiento de que, si se divulgara, la verdadera naturaleza del rosacrucismo provocaría, como mínimo, consternación. Los símbolos rosacruces tienen muchos significados, pero el sentido rosacruz no se ha revelado aún. El monte sobre el cual se alza la Casa de la Rosa Cruz sigue oculto por las nubes en las que la Hermandad se esconde a sí misma y a sus secretos. Michael Maier escribe lo siguiente: «Lo que contienen el Fama y el Confessio es verdad. Decir que la hermandad ha prometido mucho y ha hecho muy poco resulta una objeción bastante infantil. En este caso, como en cualquier otro, muchos son los llamados, pero pocos los elegidos. Los maestros de la orden muestran la rosa como un premio distante, pero imponen la cruz a los que ingresan».
La rosa y la cruz aparecen en los vitrales de la casa capitular de la catedral de Lichfield, donde, según Walter Conrad Arensberg, están enterrados lord Bacon y su madre. Una rosa crucificada dentro de un corazón es la marca de agua que aparece en la dedicatoria de la edición de 1628 de la Anatomía de la melancolía, de Robert Burton.
Los símbolos principales de los rosacruces eran la rosa y la cruz: la rosa femenina y la cruz masculina, dos emblemas fálicos universales. Aunque caballeros tan eruditos como Thomas Inman, Hargrave Jennings y Richard Payne Knight han observado que la rosa y la cruz representan los procesos generativos no parecen capaces de atravesar el velo del simbolismo; no se dan cuenta de que el misterio creativo del mundo material no es más que una sombra del misterio creativo divino del mundo espiritual. A causa del significado fálico de sus símbolos, tanto los rosacruces como los templarios han sido acusados equivocadamente de practicar ritos obscenos en sus ceremonias secretas. Si bien es cierto que la retorta de los alquimistas simboliza el vientre, también tiene un significado mucho más importante, oculto bajo la alegoría del segundo nacimiento. Como la generación es la clave de la existencia material, es natural que la Fraternidad de la Rosa Cruz adopte como símbolos característicos los que representan los procesos reproductivos y como la regeneración es la clave de la existencia espiritual, basaron su simbolismo en la rosa y la cruz, que representan la redención del hombre mediante la unión de su naturaleza temporal inferior con su naturaleza eterna superior. La rosacruz también es una figura jeroglífica que representa la fórmula de la panacea universal.

QUINCE DIAGRAMAS ROSACRUCES Y CABALÍSTICOS

En su famosa obra The Rosicrucians, Their Rites and Mysteries, Hargrave Jennings reproduce cinco gráficos cabalísticos que, según él, son dibujos rosacruces auténticos. No proporciona ninguna información acerca de su origen ni intenta dilucidar su simbolismo. Un escritor reciente que reprodujo uno de estos gráficos lo relacionó con la tumba emblemática del Padre C. R. C., revelando así la verdadera naturaleza de Christian Rosacruz. Las cinco ilustraciones reproducidas en el libro de Hargrave Jennings forman parte de una serie de quince diagramas que aparecen en The Magical, Qabbalistical, and Theosophical Writings of Georgius von Welling, on the Subject of Salt, Sulphur and Mercury, un volumen muy poco común que se publicó en Fráncfort y Leipzig en 1735 y 1760. Los números y las figuras que aparecen en los gráficos corresponden a los capítulos y los apartados de la obra mencionada. Poder añadir estos quince gráficos a los pocos diagramas cabalísticos y rosacruces conocidos y supuestamente auténticos resulta extraordinario e invalorable.
Lucifer es el mayor misterio del simbolismo. En ningún otro lugar se manifiesta con tanta claridad el conocimiento secreto de los rosacruces con respecto a Lucifer como en estas ilustraciones, que prácticamente revelan su verdadera identidad, un secreto guardado con celo y sobre el cual se ha escrito muy poco. Lucifer se representa con el número 741. Von Welling no ofrece una explicación completa de los quince gráficos; algo así habría sido contrario a los principios de la filosofía cabalística. El significado más profundo de los símbolos solo se revela mediante el estudio profundo y la contemplación.
Tabla I, figuras 1-11. La figura 1 es un gráfico ptolemaico que muestra la verdadera relación que existe entre los elementos primordiales. Su significado secreto es el siguiente: el círculo exterior, rodeado por las líneas A y B, es la región de Schamayim, un nombre dad Suprema, que significa la extensión de los cielos o un agua ardiente espiritual. Schamayim es el «océano del espíritu», dentro del cual existen todas las cosas creadas y no creadas y por cuya vida están animadas. En los mundos inferiores, Schamayim se convierte en la luz astral.
El espacio comprendido entre B y C indica las órbitas o planos de las siete inteligencias espirituales, llamadas los planetas divinos (que no son los planetas visibles). Según los Misterios, el alma de los hombres ingresa en los mundos inferiores a través del círculo B, las estrellas fijas. Toda la creación refleja la gloria de Schamayim, la energía que penetra en las esferas de los elementos a través de las ventanas de las estrellas y los planetas. Entre C y D está la región del aire sutil, espiritual, una subdivisión del éter. D a E indica la superficie de la tierra y el mar y también representa los grados del éter. E a F indica la región inferior, llamada «la reunión de las aguas y la producción de la Virgen Tierra» o «Ares». Los alquimistas la llamaban las «arenas movedizas», el verdadero fundamento místico de la tierra sólida. F a G indica el círculo del aire subterráneo, más denso y tosco que el del espacio exterior, C a D. En esta atmósfera más densa, las influencias estelares y los impulsos celestiales se cristalizan en espíritus corpóreos, con lo cual aparecen la multitud de formas que existen sin que se conozca su propia fuente ardiente. G es la región del fuego central del elemento tierra, un fuego tosco en contraposición al fuego divino, Schamayim. La esfera de los cielos estrellados tiene también su opuesto en la esfera del aire subterráneo y la esfera del aire superior (o agua vaporosa sutil) tiene su opuesto en la esfera E a E El punto focal, D a E, situado entre las tres esferas superiores y las tres inferiores, se llama «el depósito»; recibe impresiones tanto de la región superior como de la inferior y es común a las dos La figura 2 es el símbolo cabalístico del elemento agua, mientras que la figura 9 representa el agua espiritual e invisible. La figura 3 es el símbolo cabalístico del elemento aire, mientras que la figura 7 representa el aire espiritual e invisible. La figura 4 es el símbolo cabalístico del elemento tierra, mientras que la figura 8 representa la tierra espiritual e invisible. La figura 5 es el símbolo cabalístico del elemento fuego, mientras que la figura 6 representa el fuego espiritual e invisible. Las figuras 6, 7, 8 y 9 simbolizan los cuatro elementos antes de la caída de Lucifer. Son los cuatro ríos que se mencionan en el Génesis y que nacen de un único río, la figura 10, que representa los elementos superpuestos entre sí. La bola dorada que hay en el centro es Schamayim, el origen ardiente de todos los elementos. La figura 11 es el emblema del principio y el fin de todas las criaturas del cual proceden todas as cosas y al cual todas deben regresar para unificarse con el agua ardiente del entendimiento divino.
Tabla II, figuras 12-51. Las figuras 12, 13 y 14 muestran que la esfera como símbolo de movimiento es el emblema del fuego, el agua y el aire y que el cubo como símbolo de peso es el emblema de la tierra. La esfera se apoya en un punto y el cubo, sobre una superficie: por consiguiente, la esfera se usa para simbolizar el espíritu y el cubo, para simbolizar la materia. La figura 14 muestra que la atmósfera que se desplaza detrás de un objeto que cae aumenta su velocidad y, aparentemente, incrementa su peso. La naturaleza esencial de cada elemento se expresa de forma oculta mediante el símbolo y el carácter peculiares que le corresponden. Acerca de la figura 15, el símbolo de la sal, Von Welling escribe, en esencia, lo siguiente: el cubo tiene seis caras, que corresponden a los seis días de la creación, con el punto de descanso (el séptimo día) en el centro del cubo. Sobre cada superficie del cubo aparecen los signos de los cuatro elementos [triángulos]. Según los alquimistas, la sal era la primera sustancia creada producida por el fuego (Schamayim) que fluía de Dios. En la sal se concentra toda la creación; en la sal están el principio y el fin de todas las cosas. Además, el cubo está compuesto por doce cuerpos, cada uno de los cuales tiene seis caras. Estos cuerpos son los doce pilares fundamentales de la verdadera iglesia invisible y cuando estos doce cuerpos se multiplican por las seis caras el resultado es el número mágico 72. Los sabios han dicho que nada es perfecto hasta que se ha disuelto, separado y vuelto a unir para convertirse en un cuerpo compuesto por doce cuerpos, como el cubo. El cubo también está compuesto por seis pirámides que tienen como base las seis superficies del cubo. Los puntos de estas seis pirámides se encuentran en el centro del cubo. Estas seis pirámides, formadas por cuatro triángulos cada una, representan a los elementos y producen el número mágico 24, en referencia a los Ancianos que están sentados delante del trono. Las seis superficies y el punto constituyen el número mágico 7. Si multiplicamos 7 por 7 y el producto otra vez por 7 y así sucesivamente siete veces, la respuesta revelará el método utilizado por los antiguos para medir los períodos de eternidad, es decir:

7 x 7 = 49
49 x 7 = 343
343 x 7 = 2401
2401 x 7 = 16 807
16807 x 7 = 117 649
117649 x 7 = 823 543
823543 x 7 = 5 764 801

(No hay que tomar esta cifra como años ni tiempos terrestres). 5 000 000 representa el año del gran salón; 700 000 es el año del gran sabbat, en el cual todos los seres humanos van adquiriendo poco a poco el verdadero conocimiento y obtienen su herencia original y eterna, que habían perdido cuando se enredaron en los elementos inferiores. 64 800 es el número de los ángeles caídos y el último año significa la liberación de Lucifer y el regreso a su estado original.
La figura 16 es otro símbolo de la sal, mientras que la figura 17 (el punto) es el signo del espíritu, el oro, el sol o el germen de la vida. Si el punto se desplaza Rente a sí mismo, se convierte en una línea: la figura 18. Este movimiento del punto es el primer movimiento. El principio y el final de todas las líneas es un punto. La figura 19 es el círculo. Es el segundo movimiento y la línea más perfecta. A partir de él se forman todas las figuras y todos los cuerpos imaginables. La figura 20 representa la emanación de la vida superior y espiritual en su manifestación. La figura 21 representa la oscuridad, porque consiste en liberar el principio destructivo subterráneo. La figura 20 es además, el símbolo del día y la figura 21, el de la noche.
La figura 22 es un símbolo del agua y la figura 23 es el carácter completo universal de la luz y la oscuridad. El triángulo en posición vertical representa a Schamayim; el triángulo invertido, a la tierra oscura que aprisiona el fuego infernal subterráneo. Es «el primer día de la creación», o el momento de la separación de Schamayim y Ares. La figura 24 representa los seis días de la creación y demuestra que los elementos surgen del fuego divino, que, al descomponerse, se convierte en las sustancias del universo tangible, como se representa en la figura 25.
La figura 26 es el carácter del aire y demuestra que nace de la luz eterna y del agua etérea. La figura 27 es el carácter del agua. Es la inversión de la figura 26 e indica que procede del fuego inferior y no del superior. Su parte superior significa que al agua no le falta el elemento divino, pero que, como espejo universal, refleja las influencias celestiales Las figuras 28 y 29 son símbolos de la sal y muestran que combina tanto el fuego como el agua en uno solo. La figura 30 es el carácter del fuego con todos sus atributos y la figura 31 (la misma, pero invertida), el agua con todos sus poderes. La figura 32 es el carácter de la sal con todos sus atributos. La figura 33 representa tanto al oro como al sol, cuyas naturalezas son idénticas, porque se forman a partir del primer fuego que sale de Schamayim. Son perfectos, como se puede ver por su símbolo, porque el círculo es la forma más perfecta que se puede producir a partir de un punto.
La figura 34 es el carácter del mundo mayor y el menor; así como el punto está rodeado por su circunferencia, este mundo está rodeado por Schamayim. El hombre (el microcosmos) está incluido en este símbolo, porque su naturaleza interior es el oro potencial (afar min haadamah) y este oro es su cuerpo espiritual eterno e indestructible. El oro es el principio masculino del universo.
La figura 35 es el carácter de la plata y de la luna. Significa que la plata (como el oro) es un metal perfecto, aunque la parte roja de su naturaleza está vuelta hacia dentro. La plata es el principio femenino del universo. La figura 36 es el carácter del cobre y de Venus: la figura 37, del hierro y de Marte; la figura 38, del estaño y de Júpiter; la figura 39, del plomo y de Saturno; la figura 40, de Mercurio (tanto el planeta como el elemento); la figura 41, del antimonio, el metal clave de la propia tierra; la figura 42, del arsénico; la figura 43, del azufre; la figura 44, del cinabrio; la figura 45, de la cal viva; la figura 46, del nitro, y la figura 47, del vitriolo. La figura 48 es el carácter de la sal amoníaca, un elemento que debe su nombre al templo de Júpiter Amón, situado en un desierto egipcio, donde fue hallada. La figura 49 es el carácter del alumbre; la figura 50, del álcali, un nombre de origen árabe, y la figura 51, de la sal tartar (el tartrato sódico), una sustancia que posee grandes virtudes ocultas.

Tabla III, figura 52. Las ocho esferas y el cuadrado central representa los siete días de la creación. Los tres mundos en los que se produce la creación se simbolizan mediante tres círculos concéntricos. Las palabras en alemán que hay en el círculo exterior son extractos del primer capítulo del Génesis Las palabras que hay en tomo al círculo exterior quieren decir «el primer día». Las cuatro esferas pequeñas que hay dentro del círculo exterior se refieren a las fases abstractas de la creación. La esfera superior que contiene el triángulo rodea las palabras «cielo» y «tierra». La de la derecha contiene la palabra «luz» y la de la izquierda, «Jéhová Elohim» en la parte superior y «oscuridad» en la parte inferior. La esfera inferior contiene la palabra «día» en la mitad superior y la palabra «noche» en la inferior.
Las cuatro esferas situadas dentro del segundo círculo representan el segundo, el tercero, el cuarto y el quinto día de la creación. La esfera blanca superior, que está dividida por una línea de puntos se llama «el segundo día»; la esfera de la izquierda, con las montañas, «el tercer día»; la de la derecha, con los anillos planetarios, «el cuarto día», y la inferior, bisecada con una línea de puntos, «el quinto día». El cuadrado que hay en el círculo central y que contiene la forma humana lleva la marca de «el sexto día». Este gráfico es una representación diagramática de las tres capas del huevo áurico macrocósmico y el microcósmico y muestra las fuerzas que están activas en ellos. Tabla IV, figura 53. La figura 53 ha sido llamada la tumba simbólica de Christian Rosacruz. El círculo superior es el primer mundo: la esfera divina de Dios. El triángulo central es el trono de Dios Los pequeños círculos que hay en las puntas de la estrella simbolizan los siete grandes espíritus que hay delante del trono, mencionados en el Apocalipsis, en medio de los cuales camina el alfa y el omega: el Hijo de Dios. El triángulo central contiene tres llamas: la Trinidad divina; de la inferior de las llamas procede la primera efusión divina, representada mediante dos líneas paralelas que descienden a través del trono de Saturno (el arcángel Orifiel, a través del cual se manifestó Dios). Después de atravesar el límite del universo celestial y las veintidós esferas del sistema inferior, las líneas terminan en el punto B. el trono de Lucifer, en quien se concentra y se refleja la efusión divina. Desde él, la luz divina irradia, sucesivamente, a d (Capricornio), e (Géminis), f (Libra), g (Tauro), h (Piscis), i (Acuario), k (Cáncer), l (Virgo), m (Aries), n (Leo), o (Escorpio), p (Sagitario) y desde allí vuelve otra vez a d. Los círculos zodiacales representan doce órdenes de espíritus grandes y beneficiosos y los círculos más pequeños, situados dentro del anillo de estrellas fijas, indican las órbitas de los planetas sagrados.

Tabla V, figura 54. La figura 54 es similar a la 53, pero representa el universo en el momento en que Dios se manifestó a través del carácter de Júpiter: el espíritu Sachasiel. Von Welling no ofrece ninguna explicación por el cambio de orden de afluencia a los doce órdenes de espíritus, por el tercer mundo, por el añadido de otro círculo y los triángulos entrelazados en el mundo superior ni por las letras Y y Z. En el triángulo superior, A representa el principio del Padre: E la efusión divina, y G. el punto de afluencia a los doce órdenes de espíritus (probablemente Sagitario). Las letras H, I, J, K, L, M, N, O, P, Q, R, S y T indican los puntos secuenciales de las irradiaciones entre sí; W y X, el mundo de los hijos de Dios, y b, c, D y E, el mundo de Lucifer. Esta ilustración muestra el universo después de que Lucifer cayera en la materia. Según Von Welling, cuando Lucifer quiso controlar el poder, la afluencia de luz divina cesó al instante. El mundo de Lucifer (que después se convirtió en el sistema solar), con todas sus legiones de espíritus (que en su esencia eran Schamayim), que reflejaban sus ideas e invertían la luz divina, se convirtió en oscuridad. A partir de entonces, el Schamayim de Lucifer se convirtió en un disco contraído, una sustancia tangible, y así nació el caos.
Tabla VI, figuras 55-59. La figura 55 simboliza el caos de Lucifer; la figura 56, la separación de la luz de la oscuridad; la figura 57,la luz en medio de la oscuridad, y la figura 58, las regiones de los elementos y sus habitantes. Las cuatro aes representan el abismo que lo rodea todo. El A B es el trono ardiente de Lucifer. El plano de g es el aire subterráneo; f es el agua subterránea; c, la región de la tierra; d, el agua exterior: e, el aire exterior, y Wy X, la región de Schamayim. Los habitantes elementales de los planos tienen distintos grados de bondad en función de su proximidad al centro de maldad: A B. La superficie de la tierra (C) divide los elementales subterráneos de los del agua, el aire y el fuego exteriores (d, e y X). Los elementales de los estratos superiores (la mitad superior de c y la totalidad de a, e y X) representan una escala creciente de virtud, mientras que los de los estratos inferiores (la mitad inferior de c y la totalidad de L g y A B) representan una escala decreciente de depravación.
La región de aire (e) es una excepción parcial a este orden. Si bien el aire está próximo a la luz y lleno de espíritus hermosos, también es la morada de Belcebú, el espíritu maligno del aire, con su legión de demonios elementales. Sobre el sutil elemento del aire se impresionan las influencias de las estrellas; los pensamientos, las palabras y los hechos del ser humano, y miles y miles de influencias misteriosas procedentes de los diversos planos de la naturaleza. El hombre inhala estas impresiones, que le producen diversos efectos en la mente. En el aire también están suspendidos los gérmenes de los que se impregna el agua y gracias a los cuales tiene la capacidad de producir formas de vida orgánica e inorgánica.
Las figuras grotescas que se pueden ver en las cuevas de cristal y en los vidrios esmerilados de las ventanas se deben a estas impresiones aéreas. Aunque los elementales del aire son grandes y sabios, también son traicioneros y confusos, porque son dóciles tanto a las impresiones buenas como a las malas. Los poderosos seres elementales que habitan en el fuego luminoso y acuoso de la región X no pueden ser engañados por los espíritus de la oscuridad. Adoran a las criaturas de las aguas, porque el elemento acuoso (d) procedía del agua ardiente (X). El hombre mortal no soporta la compañía de estos espíritus ardientes, aunque aprende de ellos a través de las criaturas de las aguas en las que se reflejan constantemente. La figura 59 representa este sistema solar, en el cual W y X indican el lugar donde está situado el jardín del Edén.

Tabla VII, figuras 1 a la 5, 7 y 8. (La figura 6 está en la tabla VIII). La figura 1 es el azufre divino trino, el perfectísimo del perfectísimo, el alma de las criaturas. El Uno divino trino se representa mediante tres círculos entrelazados, que en alquimia responden a los nombres de sal, azufre y mercurio. En el triángulo central aparece el nombre divino: Ehieh. Geist quiere decir «espíritu». No hace falta traducir las demás palabras La figura 2 es el destructivo azufre común. La raya que hay en el triángulo lo convierte en el carácter de la tierra. La figura 3 es el aceite de vitriolo, compuesto por un círculo con dos diámetros y dos semicírculos invertidos colgando debajo. Allí se esconden los caracteres de todos los metales. La figura 4 representa el estaño y la figura 5, el hierro. La figura 7 es el sistema solar según Copérnico. La figura 8 es el juicio final. Se quita el sol del centro del sistema solar y en su lugar se pone la tierra, con lo cual cambian las posiciones relativas de todos los demás planetas, salvo Marte, Júpiter y Saturno, que conservan sus círculos respectivos. La letra a representa el círculo del sol; la b, el de Mercurio; la c, el de Venus; la d (sic), el de la luna, y la e, el de la tierra. De la esfera h hacia dentro están los grandes círculos de la condenación.

Tabla VIII, figura 6. En la figura 6, la letra a marca el centro de la eternidad. El movimiento de los rayos hacia b, d y c era la primera manifestación divina y se simboliza mediante el triángulo equilátero, b, d, c. El mundo eterno dentro del circulo interior se manifestaba en el agua (la sal), la luz (el mercurio) y el fuego (el azufre) del mundo arquetípico, representados por los tres círculos (f, e y g) que hay dentro del triángulo de la igualdad absoluta (h, i, k), que a su vez está rodeado por el círculo del alto trono. El círculo f se llama entendimiento; el e, sabiduría, y el g, razón. En el círculo i está la palabra «padre»; en el círculo h, «hijo», y en el círculo k, «espíritu». Los siete círculos externos son los siete espíritus que están delante del trono. La parte inferior de la figura es similar a las figuras 53 y 54. Los círculos exteriores son el mundo angélico que acaba en el mundo cognoscible de los hijos de Dios. A continuación viene el círculo de las constelaciones visibles y las estrellas fijas, dentro del cual está el sistema solar con el sol en el centro (I). Ungrund quiere decir «abismo».

Tabla IX, figura 9. La figura 9 es una síntesis del Antiguo y el Nuevo Testamento y representa los planos del ser, que se entremezclan. En el margen derecho, los siete círculos externos contienen los nombres de los ángeles planetarios. Las palabras que aparecen en los círculos escalonados, desde el triángulo superior hacia abajo, son las siguientes: 1) abismo de compasión, 2) Sión, 3) el nuevo cielo y la nueva tierra, 4) la nueva Jerusalén, 5) Paraíso, 6) el pecho de Abraham y 7) los tribunales exteriores del Señor. Desde abajo, los círculos de oscuridad llegan hacia arriba y a cada principio divino se opone su antítesis infernal. El pequeño círculo de la izquierda, que contiene un triángulo y una cruz, se llama «el árbol de la Vida» y el de la derecha, «el árbol del Conocimiento del Bien y del Mal». En el centro del diagrama está la Trinidad, unida al plano superior y al inferior mediante líneas de actividad.

Tabla X, figuras 10-15. La figura 10 muestra la nueva Jerusalén en forma de cubo, con los nombres de las doce tribus de Israel escritos sobre las doce líneas del cubo. En el centro está el ojo de Dios. Las palabras que hay alrededor del círculo exterior están tomadas del Apocalipsis Las figuras 11, 12, 13, 14 y 15 son, posiblemente, símbolos en clave de los ángeles de las plagas, el nombre del Anticristo, la firma de la bestia de Babilonia y el nombre de la mujer que monta la bestia de la blasfemia.

Tabla XI, figuras 1-11. La figura 1 es el sistema solar según el Génesis. La o que hay en la parte superior del radio del círculo es el punto de la eternidad: el principio del principio. Todo el diámetro es la efusión de Dios, que se manifiesta primero en el cielo de los cielos: el Schamayim, la región en la que el entendimiento humano no puede actuar. El espacio de k a i contiene los cielos de Saturno, Júpiter y Marte; el de l a m, los cielos de Venus y Mercurio, y el de m a h, los cielos del SOL. La letra e es la luna, el círculo de la tierra. La figura 2 es el globo terráqueo, en el que se ven las casas y los signos del Zodiaco. La figura 3 es el carácter del Mercurio universal (la vida divina) en su aspecto trino de mercurio, azufre y sal. La figura 4 es el salitre verdadero purificado con cal viva y álcali. La figura 5 muestra el grado o ángulo exacto de los lugares de los planetas, así como también cada una de las estrellas fijas del Zodiaco. La letra a es el sol y la b es la tierra. De la k a la i son los círculos de Mercurio y Venus; de la g a la h, los círculos de la tierra y la luna; de la f a la e y de la e a la c, los de Júpiter y Saturno; de la c a la d, el cinturón estrellado o Zodíaco. La figura 6 es el microcosmos, con los planetas y los signos del Zodíaco correspondientes a las distintas partes de su forma. En la figura se pueden leer las siguientes palabras: «Conócete a ti mismo. En las palabras, las plantas y las piedras hay mucho poder». La figura 7 es el carácter universal, del cual se han tomado todos los demás. Las figuras 8, 9 y 10 quedan para que el lector las resuelva. La figura 11 es el mercurio universal radiante.

Tabla XII, figuras 12-19. La figura 12 se llama «espejo de los aspectos astrológicos». Debajo hay una rueda astrológica. La figura 13 es similar a la 12. La figura 14 es una fórmula alquímica secreta. Las palabras de la circunferencia son: «Del uno en todo sale todo». La figura 15 es un intento infructuoso de mostrar el tamaño relativo de los soles y los planetas y las distancias entre ellos. La figura 16 es el sistema solar con sus cielos internos y espirituales: A B es el sistema solar: C es la esfera de las estrellas fijas; d, e, f y G son los sistemas de los mundos espirituales; H es el trono del Dios vivo, y J, K, L, M y N son lo desconocido inconmensurable.
La figura 17 muestra la creación del sistema solar a partir del círculo de la eternidad divina. Las cuatro Aes son el abismo, B es la primera revelación de Dios desde el abismo, a partir de la cual se crearon C, D, E, F y G. C y D representan las jerarquías espirituales: D y E, los mundos superiores o constelaciones; E y F, la distancia de Júpiter a los mundos superiores: F y G, el sistema solar con sus planetas y sus cielos, y B y C, el trono de Cristo. La figura 18 describe la separación, según el Génesis, entre las aguas por encima de los cielos (D) y las que están por debajo (A, B y C). La figura 19 es el mercurio de los filósofos, esencial para la existencia material.

Tabla XIII, figuras 1-4. La figura 1 es Ain Soph, el abismo incomprensible de la majestad divina, una emanación que sube sin cesar, sin limitaciones de tiempo ni de espacio. La figura 2 simboliza los tres principios divinos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En torno al triángulo se lee: «Seré lo que seré». En el vértice del triángulo está la palabra «corona»; en el punto izquierdo, «sabiduría», y en el punto derecho, «conocimiento». La figura 3 representa la Trinidad con su efusión. Las palabras que hay por encima de la esfera superior son «revelación de la divina majestad en Jehová Elohim». Los círculos inferiores contienen los nombres de las jerarquías que controlan los mundos inferiores. Dentro del círculo de estrellas se leen las siguientes palabras: «Lucifer, hijo de la aurora de la mañana». La letra c representa el mercurio universal. Dentro del círculo está escrito: «El primer comienzo de todas las criaturas». La figura 4 representa la morada de Lucifer y sus ángeles, el caos al que hace referencia el Génesis.

Tabla XIV, figuras 5, 7 y 8. La figura 5 muestra el triángulo de la divinidad trina en medio de una cruz. A la izquierda hay un pequeño triángulo que contiene las palabras «los secretos de Elohim» y a la derecha hay otro en el que se lee «los secretos de la naturaleza». Sobre los brazos horizontales de la cruz están las palabras «el árbol de la Vida» y «el árbol del Conocimiento del Bien y del Mal». La ilustración explica la combinación del poder espiritual y el infernal en la creación del universo. La figura 7 lleva el nombre de «el camino al Paraíso» y es probable que indique la posición del sol, la luna y los planetas en el momento de su génesis. La figura 8 es la tierra antes del diluvio, cuando estaba regada por la niebla o el vapor. Las palabras de la izquierda son: «el árbol de la Vida» y las de la derecha son: «el árbol del Conocimiento del Bien y del Mal». El diagrama con el símbolo de Marte está dedicado al estudio del arco iris. Tabla XV, figuras 6, 9 y 10.
La figura 6 es similar a la 5 y se llama «el secreto de la naturaleza». A ambos lados de la figura central aparecen sendos diagramas interesantes, cada uno de los cuales consta de un triángulo con círculos que irradian desde sus puntos. El diagrama de la izquierda se llama «los secretos del mundo superior» y el de la derecha, «los secretos del infierno».
La figura 9 es el sistema solar. Alrededor de la parte central están las palabras: «el lugar de los condenados». La figura 10 muestra el punto, o lugar de descanso, rodeado por un triángulo que encierra un círculo que contiene los nombres de las doce tribus de Israel. Representa la conclusión del proceso de regeneración y la consumación de la gran obra.

LA ALQUIMIA Y SUS PARTIDARIOS

¿Es posible transmutar los metales de baja ley en oro o se trata de una idea que bien puede despertar las burlas de los eruditos del mundo moderno? La alquimia fue más que un arte especulativo: fue también un arte activo. Desde la época del Hermes inmortal, los alquimistas han afirmado —y no les faltaban pruebas para corroborarlo—que podían fabricar oro a partir de estaño, plata, plomo y mercurio. Resulta insostenible que la pléyade de mentes filosóficas y científicas brillantes que, durante un período de dos mil años, afirmaron que era posible la transmutación y la multiplicación de los metales fueran totalmente sensatos y racionales en todos los demás problemas filosóficos y científicos y que, no obstante, estuvieran equivocados sin remedio en este único punto. Tampoco tiene sentido que los centenares de personas que, según decían, habían visto y realizado transmutaciones de metales fueran todos cándidos, estúpidos o mentirosos.
Quienes suponen que todos los alquimistas tenían una mentalidad precaria se verían obligados a incluir en esta categoría a la mayoría de los filósofos y los científicos del mundo antiguo y el medieval. Emperadores, príncipes, sacerdotes y la gente corriente han presenciado el milagro aparente de la metamorfosis de los metales. A la vista de los testimonios existentes, cualquiera tiene el privilegio de no dejarse convencer, pero el que se burla decide pasar por alto algunas pruebas que merecen ser tratadas con respeto. Muchos grandes alquimistas y filósofos herméticos ocupan un lugar de honor en la galería de personajes famosos, mientras que sus innumerables críticos permanecen en el anonimato. Resulta imposible mencionar a todos los que han buscado con sinceridad los grandes arcanos de la naturaleza, pero unos cuantos serán suficientes para familiarizar al lector con el tipo de intelecto superior que se interesaba por este tema tan abstruso.
Entre los nombres más destacados figuran los de Thomas Norton, Isaac el Holandés, Basil Valentine, Jean de Meung, Roger Bacon, san Alberto Magno, Quercetanus Gerber, Paracelso, Nicolás Flamel, Johann Friedrich Helvetius, Ramon Llull, Alejandro Sethon, Miguel Sendivogius, Bernardo Trevisano, sir George Ripley, Pico della Mirandola, John Dee, Heinrich Khunrath, Michael Maier, Thomas Vaughan, J. B. van Helmont, John Heydon, Lascaris, Thomas Charnock, Sinesio, Morieu, el conde de Cagliostro y el conde de Saint Germain. Según las leyendas, el rey Salomón y Pitágoras eran alquimistas y el primero empleó medios alquímicos para fabricar el oro que utilizó en su templo. Albert Pike se pone de parte del filósofo alquímico cuando afirma que el oro de los herméticos era una realidad. Dice lo siguiente: «La ciencia hermética, como todas las ciencias reales, es demostrable matemáticamente. Sus resultados, aunque sean materiales, son tan rigurosos como los de una ecuación correcta. El oro hermético no es solo un dogma auténtico, una luz sin sombra, una verdad que no está empañada por la falsedad, sino también un oro material, real, puro, el metal más precioso que se puede encontrar en las minas de la tierra». Este es el punto de vista masónico.
Guillermo y María llegaron al trono de Inglaterra en 1689, una época en la que debían de abundar los alquimistas en el reino, porque, durante el primer año de su reinado, revocaron una ley aprobada por Enrique IV, según la cual la multiplicación de metales era un delito contra la corona. En la Colección de Manuscritos Alquímicos del doctor Sigismund Bacstrom, hay una copia manuscrita de la ley que ellos aprobaron, copiada del capítulo 30 de las leyes del reino correspondientes al primer año de su reinado. La ley en cuestión establece lo siguiente: «Una ley para revocar la aprobada en el quinto año del reinado de Enrique IV, que fuera rey de Inglaterra, en la que estipulaba, entre otras cosas, con estas palabras, o a tal efecto, a saber: “Que a partir de este momento nadie multiplicará el oro o la plata ni utilizará el arte de la multiplicación y quien lo hiciere cometerá un delito grave”. Y por cuanto desde la aprobación de dicha ley diversas personas han adquirido —gracias a sus estudios, su laboriosidad y su saber— gran pericia y perfección en el arte de fundir y refinar los metales y por otros medios en el de mejorarlos y multiplicarlos, a ellos y a sus minerales, que mucho abundan en nuestro reino, y en el de extraer de ellos oro y plata, aunque no se atreven a poner en práctica esta habilidad en nuestro reino, por temor a sufrir el castigo que impone dicha ley, sino que ejercen su arte en tierras extranjeras, lo que supone gran pérdida y detrimento para nuestro reino: por consiguiente, sus graciosas majestades, el rey y la reina, por recomendación y con el beneplácito de los Lores espirituales y temporales y de los Comunes, reunidos en este Parlamento, aprueban que, a partir de este momento, la rama, artículo o sentencia mencionada, contenida en dicha ley, se revoque, anule, suprima y declare nula para siempre, a pesar de todo lo que se estipule en contrario en dicha ley, siempre con la condición —aprobada por la autoridad mencionada — de que todo el oro y la plata que se extraigan mediante este arte de fundir o refinar los metales y de mejorar y multiplicar de cualquier otra manera los metales y sus minerales —como ya se ha establecido— no se emplee con ninguna otra finalidad o finalidades que no sea el incremento de las monedas y que el lugar que se designa en el presente para despacharlos es la casa de la moneda de Sus Majestades, dentro de la Torre de Londres, donde recibirán el pleno y verdadero valor del oro y la plata, conseguidos así, de vez en cuando, según el examen de la calidad y la pureza de los mismos y por lo tanto por mayor o menor peso, y que el metal del oro y la plata refinados y conseguidos por estos medios no se podrá usar ni despachar en ningún otro lugar o lugares dentro de los dominios de Sus Majestades». Tras la entrada en vigor de esta revocación, Guillermo y María fomentaron la continuación del estudio de la alquimia.
El doctor Franz Hartmann ha reunido pruebas fiables sobre cuatro alquimistas que transmutaron metales de baja ley en oro no una sino muchas veces. Uno de ellos fue un monje agustino llamado Wenzel Seiler, que descubrió en su convento una pequeña cantidad de un polvo rojo misterioso. En presencia del emperador Leopoldo I. rey de Hungría y Bohemia y emperador de Alemania, transmutó en oro unas cantidades de estaño. Sumergió en aquella sustancia misteriosa, entre otras cosas una medalla de plata grande. La parte de la medalla que entró en contacto con la sustancia se transmutó en la calidad más pura del metal más precioso, mientras que el resto siguió siendo plata. Con respecto a la medalla, el doctor Hartmann escribe lo siguiente:
La prueba más incuestionable —suponiendo que las apariencias puedan probar algo— de la posibilidad de transmutar metales de baja ley en oro puede verla quienquiera que visite Viena: se trata de una medalla que se conserva en la cámara del tesoro imperial, de la cual dicen que, aunque originariamente era de plata, fue transformada parcialmente en oro por medios alquímicos por el mismo Wenzel Seiler, que después fue nombrado caballero por el emperador Leopoldo I y que recibió el título de Wenceslao, caballero de Reinburg. Por falta de espacio, no haremos un análisis extenso de los alquimistas. Un breve esbozo de la vida de cuatro de ellos bastará para demostrar los principios generales en los cuales basaban su trabajo, el método por el cual obtuvieron sus conocimientos y el uso que hicieron de él. Los cuatro fueron grandes maestros de esta ciencia secreta y la historia de sus andanzas y sus esfuerzos, registrada por su propia pluma y por los discípulos contemporáneos del arte hermético, resulta tan fascinante como una novela.

Paracelso de Hohenheim

El más famoso de los filósofos alquímicos y herméticos fue Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus von Hohenheim. Este hombre, que se hacía llamar Paracelso, declaró que llegaría un momento en que todos los médicos de Europa se apartarían de las demás escuelas, se volverían hacia él y lo venerarían por encima de cualquier otro médico. Se acepta como su fecha de nacimiento el 17 de diciembre de 1493.
Fue hijo único. Tanto a su padre como a su madre les gustaban la medicina y la química. Su padre era médico y su madre, la directora de un hospital. Cuando era muy joven, Paracelso mostró gran interés por los escritos de Isaac el Holandés y decidió reformar la ciencia médica de su tiempo. Cuando tenía veinte años emprendió una serie de viajes que se prolongaron durante doce años. Visitó numerosos países europeos e incluso Rusia. Es posible que se internara en Asia. En Constantinopla, los adeptos árabes le inculcaron el gran secreto de las artes herméticas Es probable que de los brahmanes de India, con los que estuvo en contacto ya sea de forma directa o a través de sus discípulos, obtuviera su conocimiento de los espíritus de la naturaleza y los habitantes de los mundos invisibles. Llegó a ser médico militar y se hizo famoso por su saber y su pericia. A su regreso a Alemania, emprendió la reforma de las artes y las ciencias médicas con la que tanto había soñado. Encontró oposición por todas partes y fue criticado sin piedad. Su carácter violento y su personalidad tremendamente fuerte precipitaron —sin duda— sobre su cabeza muchas tormentas que un temperamento menos mordaz podría haber evitado. Criticó con saña a los boticarios a los que acusaba de no usar en sus fórmulas los ingredientes adecuados de no tener en cuenta las necesidades de sus pacientes y de desear solo cobrar cantidades exorbitantes por sus mejunjes. Las curas extraordinarias que consiguió Paracelso solo hicieron que sus enemigos lo odiaran más aún, porque no podían repetir los aparentes milagros que él obraba. No se limitó a tratar las enfermedades más comunes de su época, sino que —según dicen—llegó a curar la lepra, el cólera y el cáncer. Sus amigos sostienen que hizo de todo, salvo resucitar a los muertos. Sin embargo, sus métodos de curación eran tan heterodoxos que sus enemigos lo fueron apabullando, lenta pero implacablemente, y una y otra vez se vio obligado a abandonar los campos en los que trabajaba y a buscar refugio en lugares donde nadie lo conocía. Hay mucha controversia en tomo a la personalidad de Paracelso. De lo que no cabe duda es de que tenía un carácter irascible. Su desprecio por los médicos y por las mujeres alcanzaba proporciones de manía y no podía sino maltratados. No se ha sabido que tuviera jamás una relación amorosa en su vida. Sus enemigos siempre le guardaron rencor por su aspecto peculiar y su forma de vivir desmesurada. Se cree que sus anomalías físicas podían ser, en gran medida, la causa del resentimiento hacia la sociedad que lo acompañó a lo largo de toda su vida intolerante y tempestuosa.
Por sus supuestos excesos en la bebida, fue más perseguido aún, porque se decía que, incluso en la época en la que tuvo una cátedra en la Universidad de Basilea, pocas veces estaba sobrio. Cuesta comprender una acusación semejante, teniendo en cuenta la extraordinaria claridad mental por la que destacaba en todo momento. Hay una contradicción monumental entre todo lo que escribió —la Edición de Estrasburgo de sus obras completas abarca tres volúmenes gruesos, cada uno de los cuales contiene varios centenares de páginas— y las historias sobre su alcoholismo. Sin duda, muchos de los vicios de los que se lo acusa eran meras invenciones de sus enemigos, que, no contentos con contratar asesinos para acabar con él, trataron de mancillar su memoria, después de haber puesto fin a su vida por venganza. No se sabe a ciencia cierta cómo murió, pero, según la versión más probable, su muerte fue consecuencia indirecta de una refriega con varios asesinos que habían sido contratados por algunos de sus enemigos profesionales para librarse de quien había sacado a la luz sus argucias.
Se conservan pocos manuscritos con la letra de Paracelso, porque dictó la mayoría de sus obras a sus discípulos, que fueron quienes las escribieron. El profesor John Maxson Stillman, de la Universidad de Stanford, rinde el siguiente homenaje a su memoria: «Sea cual fuere el juicio final en cuanto a la importancia relativa de Paracelso en el desarrollo de la ciencia médica y la práctica de la medicina, hay que reconocer que emprendió su carrera en Basilea con el afán y la seguridad en sí mismo propios de quien se cree inspirado por una gran verdad y destinado a producir un gran avance en la ciencia y la práctica de la medicina. Era, por naturaleza, un observador entusiasta e imparcial de lo que se pusiera a observar, aunque también es probable que no fuera un analista demasiado crítico de los fenómenos observados Resulta evidente que fue un pensador independiente como pocos, aunque el grado de originalidad de sus ideas se presta a legítimas diferencias de opinión. Sin duda, cuando tomó la decisión de rechazar —por la combinación de influencias que fuese—las opiniones consagradas de Aristóteles, Galeno y Avicena y después de encontrar lo que le pareció un sustituto satisfactorio de los antiguos dogmas en su propia modificación de la filosofía neoplatónica, no dudó en quemar sus naves.
»Tras desprenderse del galenismo imperante en su época, decidió proclamar y enseñar que las bases de la ciencia médica del futuro debían ser el estudio de la naturaleza, la observación del paciente, la experimentación y la experiencia, en lugar de los dogmas infalibles de unos autores fallecidos mucho tiempo atrás. Con el orgullo y la confianza en sí mismo propios de su entusiasmo juvenil, en el que no tenía cabida la duda, no calculó bien la fuerza tremenda del conservadurismo contra el cual dirigió sus ataques. En todo caso, su experiencia en Basilea lo desengañó, sin duda. A partir de entonces volvió a errar por el mundo —unas veces sumido en la máxima pobreza y otras viviendo con cierto desahogo—, a pesar de su desilusión manifiesta con respecto al éxito inmediato de su campaña, aunque sin dudar jamás de que acabaría por prevalecer, porque, en su opinión, sus nuevas teorías y formas de practicar la medicina estaban en armonía con las fuerzas de la naturaleza, que eran la manifestación de la voluntad de Dios, y terminarían por imponerse».
Aquel hombre extraño, cuya naturaleza era un cúmulo de contradicciones, cuya tremenda genialidad brillaba como una estrella en medio de la oscuridad filosófica y científica de la Europa medieval y que luchaba contra la envidia de sus colegas y también contra su propio carácter irascible, combatió por el bien de la mayoría contra el dominio de unos pocos. Fue el primero que escribió libros científicos en el lenguaje de la gente corriente, para que todos pudieran leerlos. Ni siquiera a su muerte halló reposo Paracelso. Sus huesos fueron desenterrados y vueltos a enterrar una y otra vez. En la lápida de mármol que cubre su tumba se puede leer la siguiente inscripción: «Aquí yace Philip Theophrastus, el famoso doctor en medicina que curó heridas, la lepra, la gota, la hidropesía y otras enfermedades incurables del cuerpo con su maravilloso saber y entregó sus bienes para que fueran repartidos entre los pobres. En el año 1541, a los veinticuatro días del mes de septiembre, cambió la vida por la muerte. Paz a los vivos y descanso eterno a los sepultados».
En The Life of Paracelsus, A. M. Stoddart ofrece un testimonio notable del amor que sentían las masas por el gran médico. Con respecto a su tumba, escribe lo siguiente: «Los pobres rezan en ella hasta el día de hoy. El recuerdo de Hohenheim ha “florecido en el polvo” hasta la santidad, porque los pobres lo han canonizado. Cuando el cólera amenazó Salzburgo en 1830, la gente acudió en peregrinación a su monumento y le rezó para que impidiera que entrara en sus casas. El temible azote pasó de largo e hizo estragos en Alemania y en el resto de Austria». Se supone que uno de los primeros maestros de Paracelso fue un alquimista misterioso que se hacía llamar Salomón Trismosin. Nada se sabe con respecto a él, salvo que, tras deambular durante algunos años, consiguió la fórmula de la transmutación y dijo que había fabricado enormes cantidades de oro. En el Museo Británico hay un manuscrito bellamente iluminado de este autor que data de 1582 y se titula Splendor Solis. Trismosin sostenía que había vivido hasta los ciento cincuenta años gracias a sus conocimientos de alquimia. En su Alchemical Wanderings, una obra que, supuestamente, narra su búsqueda de la piedra filosofal, aparece una afirmación muy significativa: «Estudiad lo que sois, a lo que pertenecéis, lo que conocéis de lo que sois, porque esto es en verdad lo que sois. Lo que hay fuera de vos está también en vuestro interior, así escribió Trismosin».

Ramon Llull

El más famoso de todos los alquimistas españoles nació alrededor del año 1235. Su padre era senescal de Jaime I de Aragón y el joven Ramón creció en la corte, rodeado de las tentaciones y el despilfarro que abundan en lugares semejantes. Más tarde ocupó el mismo puesto que su padre. Una boda acomodada aseguró la posición económica de Ramón, que vivía a lo grande.
Una de las mujeres más hermosas de la corte de Aragón era Donna Ambrosía de Castello, una dama de reconocida virtud y belleza. Ella estaba casada y no le hizo demasiada gracia descubrir que el joven Llull se había enamorado de ella. Dondequiera que ella fuese, Ramón la seguía, hasta que, tras un incidente sin importancia, él le escribió unos versos muy apasionados que tuvieron un efecto muy diferente del esperado. Él recibió una invitación para visitarla y respondió con presteza. Ella le dijo que le parecía justo que él pudiera contemplar algo más de la belleza sobre la cual escribía unos poemas tan atractivos y, apartando un poco su vestimenta, le reveló que una parte de su cuerpo había sido devorada por el cáncer. Ramón no se recuperó jamás de la impresión, que marcó un cambio radical en su vida: renunció a las frivolidades de la corte y se recluyó. Poco después, mientras hacía penitencia por sus pecados mundanos, tuvo una visión en la que Cristo le ordenaba que siguiera el camino que Él le indicaría. La visión se repitió más adelante y Ramón no dudó más, repartió sus bienes entre sus familiares y se retiró a una cabaña en la ladera de un monte, donde se puso a estudiar árabe para poder ir a convertir a los infieles.
Al cabo de seis años de retiro, emprendió el viaje con un criado musulmán, que, cuando se enteró de que Ramón estaba a punto de atacar la fe de su pueblo, le clavó un cuchillo en la espalda. Ramón no permitió que ejecutaran a quien había intentado asesinarle, aunque posteriormente aquel hombre se ahorcó en prisión. Cuando recuperó la salud, Ramon se puso a enseñar la lengua árabe a los que pretendían viajar a Tierra Santa y en eso estaba cuando conoció a Arnau de Vilanova, que le enseñó los principios de la alquimia. Como consecuencia de su formación, Ramón aprendió el secreto de la transmutación y la multiplicación de los metales. Continuó su vida errante, que lo condujo a Túnez, donde comenzó a debatir con los maestros mahometanos y a punto estuvo de perder la vida como consecuencia de sus ataques fanáticos contra el mahometismo. Se le ordenó abandonar el país y no regresar nunca más, so pena de muerte. A pesar de las amenazas, volvió a Túnez, pero los habitantes, en lugar de matarlo, se limitaron a deportarlo a Italia. Un artículo anónimo que se publicó en el número 273 de Household Words, una revista dirigida por Charles Dickens, arroja bastante luz sobre la capacidad alquímica de Llull: «Mientras estaba en Viena. [Llull] recibió cartas halagadoras de Eduardo II, rey de Inglaterra, y de Roberto Bruce, rey de Escocia, en las que le suplicaban que fuera a visitarlos Durante sus viajes también había conocido a John Cremer, abad de Westminster, con quien estableció una fuerte amistad, y, más para complacer a John que al rey, Ramón aceptó ir a Inglaterra.
Crema" sentía un deseo intenso de descubrir el último gran secreto de la alquimia —la manera de hacer el polvo de la transmutación— y Ramón, a pesar de su amistad, nunca se lo había revelado, de modo que Cremer actuó con astucia: no tardó en averiguar qué era lo que Ramón más anhelaba en el fondo de su corazón: convertir a los infieles. Contó maravillas al rey sobre el oro que Llull sabía fabricar y convenció a Ramón, diciéndole que, si el rey Eduardo disponía de los medios necesarios, no costaría demasiado inducirlo a emprender una cruzada contra los musulmanes. »Ramon había apelado tantas veces a papas y a reyes que ya no confiaba en ellos, a pesar de lo cual, como último recurso, acompañó a Inglaterra a su amigo Cremer. Este lo alojó en su abadía y lo trató con distinción y finalmente Llull le enseñó allí el polvo: el secreto que Cremer anhelaba conocer hacía tanto tiempo. Una vez perfeccionado el polvo, Cremer llevó a Llull ante el rey, que lo recibió como cualquiera recibiría a alguien capaz de proporcionarle infinidad de riquezas Ramón impuso una sola condición: que el oro que se fabricase no se gastara en los lujos de la corte ni en luchar contra ningún rey cristiano y que el propio Eduardo fuese en persona a luchar contra los infieles. Eduardo le prometió todo y nada. »Se adjudicaron a Ramón unos aposentos en la Torre y allí nos dice que transmutó más de veinte toneladas de mercurio, plomo y estaño en oro puro, con el cual se acuñaron en la casa de la moneda seis millones de nobles, cada uno de los cuales vale alrededor de tres libras esterlinas al precio actual. Todavía se encuentran en colecciones de anticuarios algunas monedas que, supuestamente, se acuñaron con aquel oro.
A Roberto Bruce le envió un librito titulado Of the Art of Transmuting Metals. El doctor Edmund Dickenson narra que, cuando trasladaron el claustro que Ramón ocupaba en Westminster, los obreros encontraron un poco de polvo, con el cual se enriquecieron. »Durante su residencia en Inglaterra, Llull se hizo amigo de Roger Bacon. Evidentemente, el rey Eduardo no tenía la menor intención de emprender una cruzada. Los aposentos de Ramón en la Torre no eran más que una prisión honrosa y él no tardó en darse cuenta de la situación. Anunció que, por no haber cumplido su promesa, Eduardo no encontraría más que desgracias y sufrimientos, huy6 de Inglaterra en 1315 y partió una vez más a predicar a los infieles Ya era un hombre anciano y ninguno de sus amigos confiaba en volver a verlo nunca más. »Se dirigió primero a Egipto, después a Jerusalén y de allí por tercera vez a Túnez, donde finalmente encontró el martirio que había desafiado tantas veces. Se le echaron encima y lo lapidaron. Unos comerciantes genoveses se llevaron su cuerpo, en el que distinguieron débiles signos de vida. Lo subieron a bordo de su embarcación, pero, aunque sobrevivió algún tiempo, falleció cuando avistaron Mallorca, el 28 de junio de 1315, a la edad de ochenta y un años. Fue enterrado con honores en la capilla de su familia, en presencia del virrey y de los principales miembros de la nobleza».

Nicolás Flamel

En la última parte del siglo XIV vivió en París alguien que se dedicaba a iluminar manuscritos y a preparar escrituras y documentos. Gracias a Nicolás Flamel, el mundo conoce un libro de lo más curioso, que él adquirió por una suma insignificante a un librero con el que mantenía contacto por su profesión de escriba. Conozcamos con sus propias palabras la historia de este documento extraordinario, llamado el Libro de Abraham el Judío, tal como la conserva en su obra El libro de las figuras jeroglíficas: «Mientras que hasta entonces, yo, Nicolás Flamel, notario, tras la muerte de mis padres me ganaba la vida mediante el arte de la escritura, haciendo inventarios, poniendo cuentas en orden y sumando los gastos de tutores y discípulos cayó en mis manos, por la suma de dos florines, un libro dorado, muy antiguo y muy grande. No era de papel ni de pergamino, como otros, sino que solo estaba hecho de delicadas cortezas —eso me pareció a mí— de árboles jóvenes. La cubierta era de bronce, bien encuadernada, y llevaba grabadas letras o figuras extrañas; por mi parte creo que bien podrían haber sido caracteres griegos o de algún otro idioma antiguo. Estoy seguro. No podía leerlos y soy consciente de que no eran notas ni letras de los romanos ni de los gajos, porque de ellas entendemos un poco.
»En cuanto a su contenido, las hojas de corteza llevaban grabadas y escritas —con admirable diligencia— con una punta de hierro unas letras latinas coloreadas, hermosas y cuidadas. Contenía tres veces siete hojas, porque así estaban contadas en la parte superior de cada una; en la séptima hoja del primer grupo había pintada una virgen con una serpiente que la devoraba; en la séptima hoja del segundo grupo había una cruz con una serpiente crucificada, y en la séptima hoja del último grupo había pintados desiertos, en medio de los cuales había hermosas fuentes, de las que salían montones de serpientes que subían y bajaban y corrían de aquí para allá. En la primera de las hojas estaba escrito en grandes letras mayúsculas doradas: “Abraham el Judío, príncipe, sacerdote, levita, astrólogo y filósofo, a la nación judía, dispersa por la ira de Dios entre los galos, envía salud”. A continuación, estaba llena de grandes imprecaciones y maldiciones —se repetía a menudo la palabra maran atha — contra quienquiera que leyera lo que estaba escrito, a menos que fuera un escriba o un religioso ofreciendo un sacrificio.
»El que me vendió aquel libro no sabía lo que valía, ni yo tampoco, en el momento de comprarlo. Pensé que había sido robado o sustraído a los pobres judíos o hallado en alguna parte del lugar antiguo en el que moraban. Dentro del libro, en la segunda hoja, él consolaba a su pueblo, le aconsejaba que evitara los vicios y, sobre todo, la idolatría y que esperara con dulce paciencia la llegada del Mesías, que derrotaría a todos los reyes de la tierra y reinaría con Su pueblo lleno de gloria y por toda la eternidad. No cabe duda de que se trataba de un hombre muy sabio y comprensivo.
»En la tercera hoja y en todas las demás que llevan algo escrito, para ayudar a su pueblo cautivo a pagar los tributos a los emperadores romanos y a hacer otras cosas de las que no hablaré, les enseñaba en palabras corrientes la transmutación de los metales: pintó los recipientes por los lados y les reveló los colores y todo lo demás, salvo el primer agente, del cual no dijo ni una palabra, pero solo —como dijo— en la cuarta y la quinta hoja lo pintó entero y lo representó con muchísima astucia y esmero, de tal modo que, aunque estaba representado y pintado bien y de forma inteligible, no pudiera comprenderlo jamás nadie que no fuera experto en su Cábala, que se transmite por tradición, y que no hubiera estudiado a fondo sus libros.
»Por consiguiente, la cuarta y la quinta hoja no llevaban nada escrito, sino que estaban totalmente llenas de hermosas figuras iluminadas, o como si estuviesen iluminadas, porque el trabajo era exquisito. Primero pintó a un joven con alas en los tobillos, que tenía en la mano un caduceo con dos serpientes enroscadas, con el cual golpeó un casco que le cubría la cabeza. Según mi escaso entendimiento, parecía el dios pagano Mercurio; hacia él se dirigía corriendo y volando con las alas desplegadas un anciano de gran tamaño que llevaba un reloj de arena sujeto sobre la cabeza y en la mano un libro (o una guadaña), como la muerte, con el cual, de forma terrible y furiosa, habría arrancado los pies de Mercurio. Del otro lado de la cuarta hoja pintó una hermosa flor en lo alto de una montaña muy alta y muy castigada por el viento norte: tenía el pie azul, las flores blancas y rojas, las hojas brillantes como el oro puro y a su alrededor hacían sus nidos y sus moradas los dragones y los grifos septentrionales.
»En la quinta hoja había un hermoso rosal florecido en medio de un jardín agradable, que trepaba por un roble hueco, a cuyos pies hervía una fuente de agua casi blanca, que descendía hacia las profundidades, aunque pasaba primero entre las manos de infinidad de personas que escarbaban la tierra en su busca, pero, como eran ciegas, nadie la reconocía, salvo de vez en cuando una que tenía en cuenta el peso. Del último lado de la quinta hoja había un rey con una espada enorme, que hacía que unos soldados asesinaran en su presencia a una multitud de niños pequeños, cuyas madres lloraban a los pies de los soldados implacables: otros soldados recogían después la sangre de aquellos niños y la ponían en un gran recipiente, en el cual iban a bañarse el sol y la luna.
»Y como esta historia representaba en su mayor parte la de los inocentes que Herodes hizo matar y como en este libro aprendí la mayor parte del arte, esta fue una de las causas por las que puse en su camposanto estos símbolos jeroglíficos de su ciencia secreta. Y así puede ver el lector lo que había en las cinco primeras hojas. »No voy a presentar al lector lo que estaba escrito en todas las demás hojas en un latín correcto e inteligible, ya que Dios me castigaría por cometer una maldad mayor que la de aquel que —según dicen— quería que todos los hombres del mundo tuviesen una sola cabeza, para poder cortársela de un solo golpe. Al tener conmigo este hermoso libro, no hacía otra cosa —ni de día ni de noche— más que estudiarlo, comprendiendo muy bien todas las operaciones que mostraba, aunque sin saber por dónde empezar, lo cual me ponía apesadumbrado y solitario y me hacía exhalar más de un suspiro. Mi esposa Perrenela, a la que amo como a mí mismo y con la que me había casado hacía poco, estaba muy asombrada, me consolaba y preguntaba de todo corazón si podía de alguna manera librarme de lo que me preocupaba. No pude contenerme y se lo conté y le enseñé este hermoso libro, con el cual, en el preciso instante en que lo vio, se entusiasmó tanto como yo mismo; disfrutó mucho contemplando la hermosa cubierta, los grabados, las imágenes y los retratos, aunque los comprendía tan poco como yo: sin embargo, fue para mí un gran alivio poder hablar con ella y entretenerme pensando en lo que debíamos hacer para poder interpretarlos». Nicolás Flamel dedicó muchos años a estudiar aquel libro misterioso. Incluso pintó los dibujos que contenía por todas las paredes de su casa e hizo numerosas copias que enseñó a los eruditos que conocía, aunque ninguno pudo explicarle su significado secreto.
Al final decidió salir a buscar a algún adepto o algún sabio y, tras muchas vueltas, conoció a un médico —llamado el maestro Canches— que se interesó de inmediato por los diagramas y quiso ver el libro original. Emprendieron juntos el viaje a París y por el camino el adepto médico explicó a Flamel muchos de los principios de los jeroglíficos, pero, antes de llegar a destino, el maestro Canches enfermó y murió. Flamel lo enterró en Orléans, pero, como había meditado a fondo sobre la información que había obtenido durante su breve relación, consiguió, con la ayuda de su mujer, encontrar la fórmula para transmutar los metales de baja ley en oro. Llevó a cabo el experimento varias veces y lo consiguió perfectamente. Antes de su muerte, hizo pintar varias figuras jeroglíficas en un arco del cementerio de San Inocencio, en París, donde ocultó la fórmula completa, tal como le había sido revelada a partir del Libro de Abraham el Judío.

El Conde Bernardo Trevisano

De todos los que buscaron el elixir de la vida y la piedra filosofal, pocos sufrieron tantas decepciones como el conde Bernardo Trevisano, nacido en Padua en 1406 y muerto en 1490, que comenzó a buscar la piedra filosofal y el secreto de la transmutación de los metales cuando apenas tenía catorce años. Dedicó a esta búsqueda no solo una vida, sino también una fortuna. Bernardo pasó de un alquimista y filósofo a otro y cada uno de ellos le reveló su teorema preferido, que él aceptó con ansia y con el cual experimentó, aunque sin obtener jamás el resultado anhelado. Su familia creía que estaba loco y decía que avergonzaba su casa con sus experimentos, que lo iban reduciendo rápidamente a una situación de penuria, viajó por muchos países con la esperanza de encontrar en lugares distantes algún hombre sabio que pudiese ayudarlo. Por fin lo consiguió y, cuando estaba a punto de cumplir setenta y seis años le fueron revelados los grandes secretos del elixir de la vida, la piedra filosofal y la transmutación de los metales Escribió un librito en el que describía los resultados de sus esfuerzos y, aunque solo vivió unos pocos años para disfrutar de su descubrimiento, quedó totalmente satisfecho, porque el tesoro que había encontrado lo compensó de la vida que había dedicado a buscarlo. Un ejemplo de la laboriosidad y la perseverancia que desplegó se puede encontrar en uno de los procesos que probó, por sugerencia de un impostor insensato, para el cual dedicó veinte años a calcinar cáscaras de huevo y casi otro tanto a destilar alcohol y otras sustancias. En la historia de la investigación alquímica, no ha habido jamás ningún discípulo del gran arcano que fuese más paciente y perseverante que él. Bernardo anunció que el proceso de disolución conseguido por medio del mercurio, en lugar del fuego, era el secreto supremo de la alquimia.

Jacques Bergier - Melquisedeque

  Melquisedeque aparece pela primeira vez no livro Gênese, na Bíblia. Lá está escrito: “E Melquisedeque, rei de Salem, trouxe pão e vinho. E...