En varios de los primeros manuscritos masónicos —como el Harleiano, el Sloane, el Lansdowne y el de Edimburgo-Kilwinning— se afirma que la orden de constructores iniciados existía antes del diluvio universal y que sus miembros trabajaron en la construcción de la Torre de Babel. Una constitución masónica que data de 1701 ofrece la siguiente versión ingenua del origen de las ciencias, las artes y los oficios, del cual deriva la mayor parte del simbolismo masónico: Hablaré del origen de esta digna ciencia. Antes del diluvio de Noé, había un hombre llamado Lámek, según consta en el capítulo 4 del Génesis. El td Lámek tenía dos esposas: una se llamaba Adá y la otra, Sil-lá. Con la primera esposa, Adán tuvo dos hijos varones: uno llamado Yabal y el otro Yubal: con la otra esposa, Sil-lá, tuvo un hijo y una hija y los cuatro hijos dieron comienzo a todas las mes y los oficios del mundo. Yabal, que era el hijo mayor, fundó el arte de la geometría y criaba rebaños por ejemplo de ovejas y corderos, en el campo y fue el primero en construir casas de piedra y de madera, como se indica en el capítulo mencionado, y su hermano Yubal fue el creador del arte de la música, de las cancionea de los órganos y las arpas El tercer hermano [Túbal Caín] inventó la fundición para trabajar el hierro y el acero y su hermana, Naamá, fundó el arte del tejido. Aquellos hijos sabían que Dios se vengaría por los pecados cometidos, ya sea mediante el fuego o el agua, de modo que escribieron las ciencias que habían fundado en dos pilares de piedra, para que los encontraran después del diluvio. A una de las piedras la llamaron Marbell y a la otra, Laturus. A continuación, el autor de esta constitución declara que uno de aquellos pilares fue descubierto posteriormente por Hermes, que comunicó a la humanidad los secretos inscritos en ellos.
En Antigüedades de los judíos, Flavio Josefo escribe que Adán había advertido a sus descendientes que un diluvio destruiría a la humanidad pecadora. Por consiguiente, para preservar su ciencia y su filosofía, los hijos de Set erigieron dos pilares, uno de ladrillo y el otro de piedra, sobre los cuales inscribieron las claves de su conocimiento. El patriarca Enoch —cuyo nombre significa Iniciador— es, evidentemente, una personificación del sol, ya que vivió 365 años. También construyó un templo subterráneo compuesto por nueve criptas, una debajo de otra, y colocó en la más profunda una tablilla de oro triangular con el nombre absoluto e inefable de la divinidad. Según algunas versiones, Enoch hizo dos deltas doradas. Puso la más grande sobre el altar cúbico de color blanco que había en la cripta inferior y dejó la más pequeña al cuidado de su hijo, Matusalén, que en realidad fue quien se encargó de la construcción de las cámaras de ladrillo, siguiendo el modelo revelado a su padre por el Altísimo. En la forma y la disposición de aquellas criptas, Enoch representó las nueve esferas de los antiguos Misterios y los nueve estratos sagrados de la tierra, que el iniciado debe atravesar para llegar al espíritu llameante que vive en su núcleo central.
Según el simbolismo masónico, Enoch, temeroso de que todo el conocimiento de los Misterios sagrados se perdiera en el momento del diluvio, erigió las dos columnas mencionadas en la cita. En la columna de metal y con los símbolos alegóricos correspondientes, grabó la enseñanza secreta y en la columna de mármol puso una inscripción que avisaba que, a corta distancia y en una cripta subterránea, se hallaría un tesoro inestimable. Una vez finalizada su tarea, Enoch fue trasladado al cielo desde la cima del monte Moría. Con el tiempo, el emplazamiento de las criptas secretas se perdió; sin embargo, con el correr de los años apareció otro constructor, un iniciado en la orden de Enoch, que, al poner los cimientos para otro templo dedicado al Gran Arquitecto del Universo, descubrió las criptas perdidas hacía tanto tiempo y los secretos que contenían. El rey Enrique VIII encargó a John Leylande que revisara los archivos de las distintas instituciones religiosas que había disuelto y que retirara para su conservación todos los libros o manuscritos de importancia. Entre los documentos copiados por Leylande había una serie de preguntas y respuestas sobre el misterio de la masonería escritas por el rey Enrique VI. En respuesta a la pregunta «cómo llegó la masonería a Inglaterra», el documento afirma que el griego Peter Gower recorrió, en busca del conocimiento, Egipto, Siria y todos los países en los cuales los fenicios habían sembrado la masonería; pudo entrar en todas las logias masónicas, aprendió mucho, regresó y se instaló en la Magna Grecia. Se hizo célebre por su sabiduría, creó una gran logia en Groton y formó a muchos masones, algunos de los cuales recorrieron Francia y difundieron allí la masonería. Con el tiempo, la orden pasó de Francia a Inglaterra.
Hasta para el estudioso superficial de la materia, debe resultar evidente que el nombre del griego Peter Gower no es más que una forma anglicanizada de Pitágoras, de modo que el lugar donde creó su logia, Groton, se identifica fácilmente como Crotona. De este modo se establece un vínculo entre los Misterios filosóficos de Grecia y la masonería medieval. En sus notas sobre las preguntas y las respuestas del rey Enrique, William Preston se explaya acerca del juramento de confidencialidad que aplicaban los iniciados antiguos. Basándose en lo que dice Plinio, cuenta que Anaxarco, al que habían puesto en prisión para arrancarle algunos de los secretos que se le habían confiado, se arrancó la lengua de un mordisco y la arrojó a la cara de Nicocreón, el tirano de Chipre. Preston añade que los atenienses veneraban una estatua de bronce que no tenía lengua para indicar lo mucho que apreciaban los secretos que guardaban bajo juramento. También cabe destacar que, según el manuscrito del rey Enrique, la masonería se originó en Oriente y fue la que transmitió las artes y las ciencias de la civilización a la humanidad primitiva de las naciones occidentales. Destacan entre los símbolos de la masonería las siete mes y ciencias liberales. La gramática enseña al hombre a expresar en un lenguaje noble y adecuado sus pensamientos e ideales más íntimos; la retórica le permite ocultar sus ideales tras la cubierta protectora del lenguaje ambiguo y las metáforas; la lógica le enseña a organizar las facultades intelectuales de las que ha sido dotado; la aritmética no solo lo instruye en el misterio del orden universal, sino que también le brinda la clave de la multitud, la magnitud y la proporción; la geometría lo introduce en la matemática de la forma, la armonía y el ritmo de los ángulos y la filosofía de la organización: la música le recuerda que el universo se basa en las leyes de la armonía celestial y que la armonía y el ritmo están presentes en todas partes; la astronomía le permite comprender la inmensidad del tiempo y el espacio, la relación correcta entre él mismo y el universo y lo formidable del poder desconocido que impulsa los innumerables astros del firmamento por todo el espacio infinito. Por consiguiente, equipado con el conocimiento que le brinda su familiaridad con las artes y las ciencias liberales, el estudioso de la masonería tiene que hacer frente a pocos problemas que no pueda resolver.
Los Arquitectos Dionisíacos
La más célebre de las fraternidades antiguas de artesanos era la de los Arquitectos Dionisíacos: una organización compuesta solo por iniciados en el culto a Baco o Dioniso y consagrada especialmente a la ciencia de la construcción y al arte de la decoración. A sus miembros, reconocidos como custodios de un conocimiento secreto y sagrado de la arquitectura, se les encomendaba el diseño y la construcción de edificios y monumentos públicos. La excelencia superlativa de sus obras elevó a los miembros del gremio a una posición de dignidad incomparable: los consideraban los maestros artesanos de la tierra. Por los primeros bailes celebrados en su honor, se consideraba a Dioniso el fundador y patrono del teatro y los dionisíacos se especializaron en la construcción de edificios adaptados para las representaciones teatrales. En el patio de butacas circular o semicircular, siempre erigían un altar dedicado a Dioniso y los ritos de los Misterios solían ser el motivo de las tragedias y las comedias que se representaban. Cuentan acerca de Esquilo, el famoso poeta griego, que, como aparecía en una de sus propias obras de teatro, una turba de espectadores furiosos sospechó que estaba revelando alguno de los secretos más profundos de los Misterios y se tuvo que refugiar en el altar de Dioniso. Con tanto cuidado salvaguardaban los Arquitectos Dionisíacos los secretos de su oficio que solo existen documentos fragmentarios de sus enseñanzas esotéricas. John A. Weisse resume con las siguientes palabras la escasa información disponible acerca de la orden: Aparecieron, sin duda, a más tardar en el año 1000 a. d. C. y parece que disfrutaban de privilegios e inmunidades especiales. También poseían medios secretos para reconocerse y estaban vinculados por especialidades que solo ellos conocían. Los más ricos de aquella fraternidad estaban obligados a mantener a sus hermanos más pobres Se dividían en comunidades que estaban regidas por un Maestro y Celadores, y se llamaban γυνoικιαι. Celebraban un gran festival anual y eran muy estimados. Sus ceremoniales se consideraban sagrados Se dice que Salomón, a petición de Hiram, rey de Tiro. los contrató para su templo y sus palacios: también trabajaron en la construcción del templo de Diana, en Éfeso. Disponían de medios para comunicarse entre sí en todo el mundo entonces conocido y sin duda surgieron de ellos los gremios de los albañiles itinerantes de la Edad Media.
La fraternidad de los Arquitectos
Dionisíacos se difundió por toda Asia Menor y llegó incluso a Egipto e India. Se establecieron en casi todos los países limítrofes con el Mediterráneo y, con el auge del Imperio romano, llegaron a Europa central e incluso a Inglaterra. Los edificios más majestuosos y duraderos de Constantinopla, Rodas. Atenas y Roma fueron levantados por aquellos artesanos inspirados. Uno de los más ilustres fue el gran arquitecto Vitrubio, el famoso autor de De Architectura Libri Decem. En las diversas partes de su libro, Vitrubio ofrece varios indicios sobre la filosofía que hay detrás del concepto dionisíaco del principio de la simetría aplicado a la ciencia de la arquitectura, según se desprende de una consideración de las proporciones establecidas por la naturaleza entre las partes y los miembros del cuerpo humano. El siguiente extracto de Vitrubio sobre el tema de la simetría resulta representativo:
El diseño de un templo depende de la simetría, cuyos principios deben ser observados escrupulosamente por el arquitecto. Tienen que ver con la proporción, en ᾽αvαλoγία. La proporción es la correspondencia entre las medidas de los miembros de una obra completa y entre el todo y una parte determinada, elegida como noma. De allí surgen los principios de la simetría. Sin simetría y proporción, no puede haber principios en el diseño de ningún templo; esto es, si no hay una relación precisa entre sus miembros, como ocurre en el caso de un hombre bien formado. Porque el cuerpo humano está diseñado por la naturaleza de tal modo que el rostro, desde la barbilla hasta lo alto de la frente y las raíces inferiores del cabello, es una décima parte de la altura total; lo mismo ocurre con la mano abierta, desde la muñeca hasta el extremo del dedo medio; la cabeza, desde la barbilla hasta la coronilla, es una octava parte, y con el cuello y el hombro, desde la parte superior del pecho hasta las raíces inferiores del cabello, es una sexta parte: desde el medio del pecho hasta lo más alto de la coronilla es una cuarta parte. Si tomamos la altura de la cara en sí, la distancia desde la parte inferior de la barbilla hasta la parte inferior de los orificios nasales [y desde ese punto] hasta una línea situada entre las cejas es la misma; desde allí hasta las raíces inferiores del cabello también es una tercera parte y comprende la frente. El largo del pie es una sexta parte de la altura del cuerpo: del antebrazo, una cuarta parte, y del ancho del pecho también es una cuarta parte. Los demás miembros también tienen sus propias proporciones simétricas y utilizándolas fue como los pintores y escultores famosos de la Antigüedad adquirieron su renombre grande e ilimitado. Los edificios levantados por los constructores dionisíacos eran, sin duda, «sermones en piedra». Aunque incapaces de comprender del todo los principios cósmicos plasmados en aquellas obras maestras del ingenio y la laboriosidad humanos, hasta los no iniciados quedaban siempre abrumados por la sensación de majestuosidad y simetría que producía la coordinación perfecta de pilares, arcos y bóvedas. Mediante variaciones en los detalles de tamaño, material, tipo, distribución, ornamentación y color, aquellos constructores inspirados creían en la posibilidad de provocar en la naturaleza del observador reacciones mentales o emocionales precisas. Vitrubio, por ejemplo, describe la distribución de jarrones de bronce en una habitación para provocar determinados cambios en el tono y la calidad de la voz humana. Asimismo, cada cámara de los Misterios que atravesaba el candidato tenía una acústica peculiar. Por ejemplo, en una cámara la voz del sacerdote se amplificaba tanto que sus palabras hacían vibrar la habitación, mientras que en otra la voz se apagaba y se atenuaba tanto que sonaba como el tintineo lejano de unas campanillas de plata. Además, en algunos de los pasillos subterráneos parece que el candidato se veía desprovisto de la capacidad de hablar, porque, aunque gritase a voz en cuello, no llegaba a sus oídos ni siquiera un susurro. En cambio, tras avanzar unos cuantos centímetros, descubría que hasta su suspiro más débil resonaba cientos de veces.
La máxima ambición de los Arquitectos Dionisíacos era construir edificios que produjeran impresiones definidas y acordes con la finalidad para la cual habían sido diseñados. Al igual que los pitagóricos, creían en la posibilidad de inducir, mediante combinaciones de líneas rectas y curvas, las actitudes mentales o las emociones que ellos quisieran. Por consiguiente, se esforzaban por producir edificios perfectamente armoniosos con la estructura del universo. Puede que incluso creyeran que un edificio construido de este modo —al no discrepar en nada con ninguna realidad existente— no quedaría sujeto a la disolución, sino que duraría todo el lapso del tiempo mortal. Como deducción lógica de su línea de pensamiento filosófica, un edificio así —en rapport con el cosmos— también se habría convertido en un oráculo. Algunas de las primeras obras sobre filosofía mágica sugieren que el Arca de la Alianza tenía carácter oracular, por las cámaras especialmente preparadas que había en su interior, que, por su forma y su distribución, estaban tan en sintonía con las vibraciones del mundo invisible que captaban y amplificaban las voces de los siglos, que se habían grabado y existían para siempre en la sustancia de la luz astral.
Los arquitectos actuales ignoran estas sutilezas antiguas de su profesión y a menudo crean absurdos arquitectónicos, que les causarían rubor si llegaran a conocer su verdadero alcance simbólico. Por ejemplo, hay profusión de emblemas fálicos esparcidos entre los adornos de bancos, bloques de oficinas y grandes almacenes. Algunas iglesias cristianas están coronadas con bóvedas brahmánicas o musulmanas o han sido diseñadas con un estilo adecuado para una sinagoga judía o un templo griego consagrado a Plutón. Es posible que el diseñador moderno reste importancia a tales incongruencias, pero, para el psicólogo cualificado, la presencia de semejantes discordancias arquitectónicas frustra en gran medida la finalidad con la cual se ha levantado un edificio. Con estas palabras define Vitrubio el principio de idoneidad que tenían y aplicaban los Dionisíacos:
La idoneidad es la perfección estilística que se consigue cuando uno construye una obra ateniéndose fielmente a unos principios aprobados Surge de una fórmula (en griego θεματιoµῶ), de la costumbre o de la naturaleza. De la fórmula, en el caso de los edificios hípetros descubiertos en honor a los relámpagos de Júpiter, el Cielo, el Sol o la Luna, porque estos son dioses cuyas apariencias y manifestaciones vemos con nuestros propios ojos en el cielo, cuando está despejado y brillante. Los templos de Minerva, Marte y Hércules serán dóricos, porque, debido a la fuerza viril de estos dioses, la delicadeza resulta totalmente inadecuada para sus casas. En los templos de Venus, Flora, Proserpina, del agua de manantial y de las ninfas se verá que el orden corintio tiene especial importancia, porque se trata de divinidades delicadas y, por eso, sus contornos bastante delgados sus flores, sus hojas y sus volutas ornamentales aportan idoneidad donde corresponde. La construcción de templos de orden jónica dedicados a Juno, Diana. el padre Baco y los demás dioses de la misma clase, estará en conformidad con la posición intermedia que detentan, porque la construcción de los mismos será una combinación apropiada de la severidad de lo dórico con la delicadeza de lo corintio. Al describir las sociedades de los artífices jónicos, Joseph da Costa afirma que los ritos dionisíacos se basaban en la ciencia de la astronomía, que, según los iniciados en la orden, estaba relacionada con el arte de la construcción. En diversos documentos que tratan del origen de la arquitectura se encuentran indicios de que los grandes edificios construidos por aquellos artesanos iniciados se basaban en patrones geométricos derivados de las constelaciones. Por ejemplo, se podía planificar un templo según la constelación de Pegaso o se podía modelar un tribunal de justicia según la constelación de Libra. Los Dionisíacos desarrollaron un código exclusivo, mediante el cual se podían comunicar entre ellos en la oscuridad, y tanto los símbolos como la terminología de su gremio derivaban, por lo general, de los elementos arquitectónicos. Aunque se los tildaba de paganos a causa de sus principios filosóficos, cabe destacar que los artesanos dionisíacos fueron contratados en casi todo el mundo para erigir las primeras abadías y catedrales cristianas cuyas piedras llevan, hasta el día de hoy, las marcas y los símbolos distintivos que grabaron sobre su superficie aquellos constructores ilustres. Entre las tallas ornamentales que encontramos en la fachada de las grandes iglesias del viejo Mundo son frecuentes las representaciones de compases, escuadras, reglas, mazos y conjuntos de herramientas de construcción, incorporados con habilidad en las decoraciones murales e incluso puestos en la mano de las efigies de los santos y los profetas que ocupan nichos destacados. Los antiguos portales de la catedral de Notre Dame, destruidos durante la Revolución francesa, contenían un gran misterio, porque entre sus tallas figuraban numerosos emblemas rosacruces y masónicos y, según los documentos preservados por los alquimistas que estudiaron sus bajorrelieves, en sus figuras grotescas, aunque sumamente significativas, se exponían los procesos secretos de la transmutación de los metales. El pavimento en forma de tablero de ajedrez de la logia masónica moderna es el antiguo cuadro de logia de los Arquitectos Dionisíacos y, si bien la organización actual ya no se limita a los gremios de artesanos, sigue preservando en sus símbolos las doctrinas metafísicas de la sociedad antigua de la cual —se supone— es producto. Quien investigue los orígenes del simbolismo masónico y desee rastrear la evolución de la orden a lo largo de los siglos encontrará una propuesta práctica en la siguiente declaración de Charles W. Heckethorn: Si tenemos en cuenta que la masonería es un árbol cuyas raíces se extienden por muchos suelos, se deduce que hay que encontrar sus indicios en sus frutos: que su lenguaje y su ritual deberían conservar bastante de las diversas sectas e instituciones por las que ha pasado antes de llegar a su estado actual, y en la masonería encontramos ideas términos y símbolos indios, egipcios, judíos y cristianos
Los colegios romanos de arquitectos cualificados eran, en apariencia, una subdivisión de un órgano mayor, el jónico, ya que sus principios y su organización eran prácticamente idénticos a los de la institución jónica, más antigua. Se sospecha que sobre los Dionisíacos también ejerció una influencia profunda la cultura islámica primitiva, porque parte de su simbolismo ha penetrado en los Misterios de los derviches. En una época, los Dionisíacos se llamaban a sí mismos «hijos de Salomón» y uno de sus símbolos más importantes era el sello de Salomón: dos triángulos entrelazados Este motivo aparece con frecuencia en lugares conspicuos de las mezquitas musulmanas. Se cree que los Caballeros Templarios —sospechosos de todo y de cualquier cosa— estuvieron en contacto con aquellos artífices dionisíacos y que introdujeron en la Europa medieval muchos de sus símbolos y sus doctrinas Sin embargo, la masonería debe sobre todo al culto dionisíaco el cúmulo de símbolos y rituales relacionados con la ciencia de la arquitectura. De aquellos artesanos antiguos e ilustres recibió también el legado del templo inacabado de la civilización: la estructura inmensa e invisible en la cual aquellos constructores iniciados han trabajado sin cesar desde el comienzo de su fraternidad. Este edificio imponente, destruido y reconstruido una y otra vez, pero cuyos cimientos permanecen inalterables, es la auténtica Casa Eterna, de la cual el templo situado en la cima del monte Moría no era más que un símbolo pasajero. Dejando aparte el aspecto operativo de su orden, los Arquitectos Dionisíacos tenían un código filosófico especulativo. Para ellos, la sociedad humana era un mampuesto tosco y sin cuadrar —pero cincelado posteriormente—, procedente de la cantera de la naturaleza elemental. Aquel bloque rudimentario era, en realidad, el objeto con el cual trabajaban aquellos artesanos cualificados: lo pulían, lo cuadraban y, con la ayuda de tallas hermosas, lo transformaban en un milagro de belleza. Mientras que los místicos liberaban su alma de la esclavitud de la materia por medio de la meditación y los filósofos hallaban su mayor alegría en las profundidades del pensamiento, aquellos obreros expertos lograban salir de la rueda de la vida y la muerte aprendiendo a blandir sus martillos al mismo ritmo que hace girar las fuerzas del cosmos. Veneraban a la Divinidad con el aspecto de un Gran Arquitecto y Maestro Artesano, siempre arrancando mampuestos toscos de los campos del espacio y cuadrándolos para formar universos. Para los Dionisíacos, la constructividad era la máxima expresión del alma y, como se armonizaban con los procesos naturales constructivos y visibles permanentemente que se producían a su alrededor, creían que, si uno formaba parte de los agentes creativos de la naturaleza, podía alcanzar la inmortalidad.
Salomón como personificación de la sabiduría universal
En inglés, el nombre Solomon (Salomón) se puede dividir en tres sílabas: sol, om y on, que simbolizan la luz, la gloria y la verdad, colectiva y respectivamente. El Templo de Salomón es, por consiguiente y antes que nada, la Casa de la Luz Eterna, cuyo símbolo terrenal es el templo de piedra situado en la cima del monte Moria. Según las enseñanzas de los Misterios, hay tres templos de Salomón, así como hay tres grandes maestros, tres testigos y tres tabernáculos de la transfiguración. El primer templo es la Gran Casa del Universo, en medio de la cual está sentado el sol (Sol) en su trono dorado.
Los doce signos del Zodiaco se congregan como compañeros en torno a su señor brillante. Tres luces —la estelar, la solar y la lunar— iluminan aquel templo cósmico. Acompañado por su séquito de planetas, lunas y asteroides, aquel rey divino (SOLomon), cuya gloria no igualará jamás ningún monarca terrenal, se desplaza majestuosamente por las avenidas del espacio. Mientras que Hiram representa la luz física activa del sol, SOLomon significa su efulgencia espiritual e intelectual, invisible pero todopoderosa. El segundo templo simbólico es el cuerpo humano: la casa pequeña, hecha a imagen de la Gran Casa Universal. «¿No sabéis —preguntaba el apóstol san Pablo— que sois santuarios de Dios y que el Espíritu del Señor habita en vosotros?». La masonería dentro de un templo de piedra no puede ser sino especulativa; en cambio, la masonería dentro del templo vivo del cuerpo es operativa. El tercer templo simbólico es la Casa del Alma, una estructura invisible, cuya comprensión constituye un arcano masónico supremo. El misterio de aquel edificio intangible se oculta tras la alegoría del Soma Psuchicon, o el traje de boda descrito por san Pablo, las vestiduras de gala del Sumo Sacerdote de Israel, la túnica amarilla del monje budista y la túnica azul y dorada que Albert Pike menciona en su Masonic Symbolism. El trabajador cualificado, Hiram Abif, funde el alma —hecha con una sustancia ardiente invisible, un metal dorado llameante—en un molde de arcilla (el cuerpo físico) y la llama el «mar fundido». El templo del alma humana es construido por tres maestros, que representan la Sabiduría, el Amor y el Servicio, y, cuando se construye según la ley de la vida, el espíritu de Dios vive allí, en el Lugar Santo. El Templo del Alma es la verdadera Casa Eterna y quien puede levantada o fundirla es, sin duda, un maestro. Los autores masónicos mejor informados se han dado cuenta de que el Templo de Salomón es una representación en miniatura del templo universal. Con respecto a este punto, en A New Encyclopaedia of Freemasonry, A. E. Waite escribe lo siguiente: «Tiene carácter macrocósmico, de modo que el templo es un símbolo del universo, un tipo de manifestación en sí mismo».
Salomón, el espíritu de la iluminación universal —mental, espiritual, moral y física— se personifica como el rey de una nación terrenal. Aunque es posible que un gran soberano con ese nombre haya construido un templo, quien considere la historia exclusivamente desde el punto de vista histórico no podrá despejar jamás la hojarasca que cubre las criptas secretas. La hojarasca es la materia interpolada en forma de símbolos, alegorías y grados superficiales, que en realidad no tienen nada que ver con los Misterios masónicos originales. Con respecto a la pérdida de la verdadera clave esotérica de los secretos masónicos, Albert Pike escribe lo siguiente: Ya nadie viaja «desde las alturas de Cabaón hasta el suelo que trilla Omán el Yebusita» ni ha visto a «su maestro, vestido de azul y oro» ni se paga a aprendices ni a compañeros en sus columnas respectivas: tampoco es el cuadro de logia la herramienta de trabajo del maestro ni usa en su obra «tiza, carboncillo y un recipiente de barro» ni el aprendiz, al convenirse en hermano, pasa del cuadrado al compás porque el significado simbólico de estas frases se ha perdido hace mucho tiempo.
Según los antiguos rabinos, Salomón era un iniciado de las escuelas de los Misterios y el templo que construyó en realidad era una casa de iniciación que contenía un cúmulo de emblemas filosóficos y fálicos Los granados, las columnas con la parte superior en forma de palmera, los pilares delante de la puerta, los querubines babilónicos y la distribución de las cámaras y las colgaduras indican que el templo se hizo siguiendo el modelo de los santuarios de Egipto y la Atlántida. Isaac Myer, en The Qabbalah, hace la siguiente observación.
El Pseudo-Clemente de Roma escribe: «Dios hizo al hombre masculino y femenino. El masculino es Cristo y el femenino, la Iglesia». Los cabalistas llamaban al Espíritu Santo la madre y a la Iglesia de Israel, la Hija. Para anunciar este misterio, Salomón grabó en los muros de su templo las imágenes de los principios masculino y femenino, que eran —según dicen— las figuras de los querubines. Sin embargo, no lo hizo obedeciendo las palabras de la Torá. Simbolizaban lo superior, lo espiritual, el primero o el creador, lo positivo o lo masculino y lo inferior, lo pasivo, lo negativo o lo femenino, formado o hecho por el primero. La masonería llegó al norte de África y a Asia Menor procedente del continente perdido de la Atlántida, pero no con su nombre actual, sino, más bien, con la designación general de culto al sol y al fuego. Los Misterios antiguos no cesaron de existir cuando el cristianismo se convirtió en la religión más poderosa del mundo. ¡El Gran Pan no murió! La masonería es la prueba de su supervivencia. Los Misterios precristianos se limitaron a asumir el simbolismo de la nueva fe y, mediante sus emblemas y sus alegorías, perpetuaron las mismas verdades que habían pertenecido a los sabios desde el comienzo del mundo. Por consiguiente, no hay una explicación verdadera de los símbolos cristianos, salvo la que se oculta en la filosofía pagana. Sin las misteriosas claves que portaban los hierofantes de los cultos egipcios, brahmanes y persas, no se pueden abrir las puertas de la sabiduría. Consideremos, pues, con espíritu reverente la alegoría sublime del templo y sus constructores, conscientes de que, más allá de su interpretación literal, se oculta un secreto real. Según las leyendas talmúdicas, Salomón conocía los misterios de la Cábala. Además, era alquimista y nigromante y podía controlar a los demonios y de ellos y de otros habitantes de los mundos invisibles obtuvo buena parte de su sabiduría. En su traducción de Las clavículas de Salomón, o sea, el secreto de los secretos, una obra que, supuestamente, plantea los secretos mágicos que Salomón había reunido y usaba para conjurar a los espíritus y que, según Frank C. Higgins, contiene mucha información incidental sobre los rituales de iniciación masónicos, S. L. MacGregor-Mathers reconoce la probabilidad de que el rey Salomón fuera un mago en el sentido más amplio de la palabra. «No veo ningún motivo para dudar —afirma— de la tradición que atribuye la autoría de la “clave” al rey Salomón, porque, entre otros, Flavio Josefo, el historiador judío, menciona en especial las obras mágicas que se atribuyen a tal monarca; así lo confirman muchas tradiciones orientales y su habilidad mágica se menciona con frecuencia en Las mil y una noches». Con respecto a los poderes sobrenaturales de Salomón, Flavio Josefo escribe lo siguiente en el Libro octavo de su Antigüedades de los judíos:
La sagacidad y la sabiduría que Dios había otorgado a Salomón eran tan grandes que superaba a los antiguos de tal manera que no era en modo alguno inferior a los egipcios de los cuales se dice que superaban a todos los hombres en entendimiento. […] Dios le permitió también aprender a expulsar a los demonios, una ciencia útil y sanadora para él. También componía conjuros con los cuales aliviaba las enfermedades. Nos legó la manera de usar los exorcismos, con los cuales se expulsa a los demonios para que no vuelvan nunca más, y este método de curación sigue teniendo mucha fuerza hasta el día de hoy. Los alquimistas medievales estaban convencidos de que el rey Salomón conocía los procesos secretos de Hermes mediante los cuales se podían multiplicar los metales. El doctor Bacstrom escribe que el Espíritu Universal (Hiram) ayudó al rey Salomón a construir su templo, porque, como Salomón era versado en alquimia, sabía controlar aquella esencia incorpórea y, haciéndola trabajar para él, hizo que el universo invisible le proporcionara grandes cantidades de oro y plata, que muchos creyeron que se habían extraído por métodos naturales. Los misterios de la fe islámica están ahora al cuidado de los derviches, unos hombres que han renunciado al mundo y han resistido la prueba de mil y un días de tentación. Se atribuye a Jalal ad-Din, el gran filósofo y poeta sufí persa, la creación de la Orden de los Mevlevi, o «derviches giróvagos», cuyos movimientos representan exotéricamente los desplazamientos de los cuerpos celestes y esotéricamente establecen un ritmo que estimula los centros de conciencia espiritual en el cuerpo del bailarín.
Según el canon místico, siempre hay en la tierra un número determinado de hombres santos que acceden a la comunión íntima con la divinidad. El que ocupa la máxima posición entre sus contemporáneos recibe el nombre de «Eje» (Qῡtb) o «Polo» de su tiempo. […] Subordinados al Qῡtb hay dos seres santos que llevan el título de «los Fieles», que tienen un lugar asignado a su derecha y a su izquierda, respectivamente. Por debajo de ellos hay un cuarteto de «intermediarios» (Evtãd) y, en planos inferiores sucesivos, hay cinco «luces» (Envãr) y siete «muy buenos» (Akhyãr). Ocupan el rango siguiente cuarenta «ausentes» (Rijal-i-ghaib), también llamados «mártires» (Shusheda). Cuando un Eje abandona esta existencia terrenal, lo sucede aquel de los Fieles que ocupaba el puesto a su derecha. […] A aquellos hombres santos, también designados colectivamente «Señores de Almas» y «Directores», les corresponde una supremacía espiritual sobre la humanidad que supera con creces la autoridad temporal de los gobernantes terrenales. El Eje es un individuo misterioso que, sin que nadie lo sepa ni lo sospeche, se mezcla con los hombres y, según la tradición, tiene su asiento favorito bajo el techo de la Kaaba. J. P. Brown, en The Dervishes, ofrece una descripción de aquellas «almas maestras».
La herencia inestimable de la masonería
El sancta sanctórum de la masonería está adornado con las joyas gnósticas de miles de años y en sus rituales resuenan las palabras de los profetas y los sabios, inspiradas por la divinidad. Un centenar de religiones han llevado a su altar sus regalos de sabiduría e innumerables artes y ciencias han contribuido a su simbolismo. La masonería es una universidad mundial que enseña las artes y las ciencias liberales del alma a todos los que están dispuestos a escuchar sus palabras. Sus sillas son templos del saber y sus pilares sostienen un arco de educación universal. En sus tableros de dibujo se inscriben las verdades eternas de todos los tiempos y los que comprenden sus profundidades sagradas se dan cuenta de que en los Misterios masónicos están ocultos los arcanos perdidos hace tiempo y tan buscados por todos los pueblos desde la génesis de la razón humana. El poder filosófico de la masonería reside en sus símbolos: la herencia inestimable recibida de las escuelas mistéricas de la Antigüedad. En una cana dirigida a Robert Freke Gould, Albert Pike escribe lo siguiente:
En mi visión intelectual, comenzó a convertirse en algo más imponente y majestuoso, solemnemente misterioso y grandioso. Me pareció similar a las pirámides en su soledad, en cuyas cámaras todavía sin descubrir pueden estar ocultos, para iluminar a las generaciones futuras, los libros sagrados de los egipcios, que el mundo ha perdido hace tanto tiempo; como la esfinge, sepultada a medias en el desierto. En su simbolismo, que, junto con su espíritu de hermandad, constituye su esencia, la masonería es más antigua que cualquiera de las religiones vivas del mundo. Contiene los símbolos y las doctrinas que inculcaba Zaratustra —más viejas incluso que él— y me pareció un espectáculo sublime, aunque lamentable, que la antigua fe de nuestros antepasados tendiera al mundo sus símbolos, otrora tan elocuentes y suplicara, muda y en vano, que alguien los interpretara. Así me di cuenta finalmente de que la verdadera grandeza y majestad de la masonería consiste en ser la propietaria de aquello y de sus demás símbolos y que su simbolismo es su alma. Aunque los templos de Tebas y Karnak no sean ahora más que montones majestuosos de piedras rotas y estropeadas por el tiempo, el espíritu de la filosofía egipcia prosigue su marcha triunfal a través de los siglos. Aunque los refugios tallados en piedra de los antiguos brahmanes estén vacíos y sus tallas se hayan desmenuzado y hecho polvo, aún persiste la sabiduría de los Veda. Aunque se silencien los oráculos y la Casa de los Misterios no sea más que hileras de columnas fantasmales, la gloria espiritual de la Hélade sigue brillando con la misma intensidad. Aunque Zaratustra, Hermes, Pitágoras, Platón y Aristóteles no sean más que recuerdos vagos en un mundo que en otro tiempo se estremecía ante la trascendencia de su genialidad intelectual, en el templo místico de la masonería aquellos hombres Dioses reviven en sus palabras y sus símbolos y el candidato, después de superar las iniciaciones, se encuentra frente a frente con aquellos hierofantes iluminados de otros tiempos.
En el gran templo de Montsalvat está Parsifal, el tercer y último rey del Santo Grial, que sujeta en alto el Grial verde fulgurante y la lanza sagrada. Del extremo de la lanza mana un hilillo interminable de sangre. Delante de Parsifal está arnodillada Kundry (Kundalini), la tentadora, que, tras liberarse del hechizo del malvado Klingsor, adora las reliquias sagradas de la Pasión. Acerca de los Misterios del Grial, Hargrave Jennings escribe lo siguiente: «El concilio de los Caballeros o los Hermanos del Santo Chal, o Graël era un reflejo del vínculo sagrado, consagrado por los sacramentos, que mantenía unidos a los majestuosos y místicos rosacruces. En realidad, ellos eran los guardianes de los misterios mayores. Según este sentido de lo misterioso y lo sagrado, la liga de la Nobilísima Orden de la Jarretera —la primera de caballería—en realidad no es una liga, sino un guardián o cuidador, el custodio más sagrado y santo de la castidad sobrenatural de la personalidad femenina más exaltada —evidentemente, en sentido abstracto y milagroso—, el fundamento mismo del cristianismo: el cinturón o la faja de la santísima e inmaculada Virgen María, la reina del cielo, que, con su pie victorioso, por los siglos de los siglos pisotea al dragón con su pureza celestial, como “Madre de Cristo”». (Véase Phallicism). La clave de los Misterios del Grial resulta evidente, si en la lanza sagrada se reconoce la glándula pineal, con su peculiar proyección en punta, y, en el Santo Grial, la glándula pituitaria, que contiene la misteriosa Agua de Vida. Montsalvat es el cuerpo humano; el templo abovedado que tiene en la cima, el cerebro, y el castillo de Klingsor, situado en el valle oscuro que hay abajo, la naturaleza animal que atrae a los caballeros (las energías del cerebro) hacia el jardín de la ilusión y la perversión. Parsifal, como el candidato purificado, se convierte en Maestro de las reliquias sagradas y de la ciencia sagrada que representan; Kundry, después de cumplir la finalidad de su existencia, muere al pie del altar con las palabras inmortales: «¡Yo sirvo!».