quarta-feira, 1 de fevereiro de 2023

Manly Palmer Hall - La Teoria Pitagorica De La Musica y El Color

La armonía es un estado que los grandes filósofos reconocen como requisito esencial e inmediato de la belleza. Algo compuesto solo se denomina «bello» cuando sus partes forman una combinación armoniosa. El mundo se llama «bello» y a su Creador se lo llama «bueno», porque lo bueno forzosamente debe actuar de conformidad con su propia naturaleza y actuar bien según su propia naturaleza es la armonía, porque lo bueno que se consigue armoniza con lo bueno que se es. Por consiguiente, la belleza es armonía que manifiesta su propia naturaleza intrínseca en el mundo de la forma.

El universo está compuesto por grados sucesivos del bien, que ascienden desde lo material (el grado más bajo del bien) hasta lo espiritual (el grado más alto del bien). En el hombre, su naturaleza superior es el summum bonum. Por consiguiente, se deduce que su naturaleza superior conoce enseguida el bien, porque el bien exterior a él en el mundo está en proporción armónica con el bien presente en su alma. Lo que el hombre denomina «mal» no es, por lo tanto —al igual que la materia—, más que el grado mínimo de su propio opuesto. El grado mínimo del bien presupone, asimismo, el grado mínimo de armonía y belleza; por eso, la deformidad (el mal) en realidad es la combinación menos armoniosa de elementos naturalmente armónicos como unidades individuales. La deformidad es antinatural, porque, al ser el Bien la suma de todo, es natural que todas las cosas sean partícipes del Bien y estén dispuestas en combinaciones que sean armoniosas. La armonía es la manifestación de la voluntad del Bien eterno.


La Filosofía de la música

Es sumamente probable que los iniciados griegos obtuvieran su conocimiento de los aspectos filosóficos y terapéuticos de la música de los egipcios, quienes, a su vez, consideraban fundador de esta arte a Hermes. Según una leyenda, este dios fabricó la primera lira tensando cuerdas por encima de la concavidad del caparazón de una tortuga. Tanto Isis como Osiris eran patronos de la música y la poesía. Al describir lo antiguas que eran estas artes entre los egipcios, Platón declaró que las canciones y la poesía existían en Egipto como mínimo desde hacía diez mil años y que eran tan exaltadas e inspiradas que solo podían haber sido compuestas por los dioses o por hombres que fueran como los dioses. En los Misterios, la lira se consideraba el símbolo secreto de la constitución humana: el cuerpo del instrumento representa la forma física, las cuerdas son los nervios y el músico es el espíritu. Tocando los nervios, el espíritu creaba las armonías del funcionamiento normal, que, sin embargo, se convertían en acordes disonantes, si la naturaleza del hombre se corrompía.

Aunque los chinos, los hindúes, los persas, los egipcios, los israelitas y los griegos primitivos empleaban tanto música vocal como instrumental en sus ceremonias religiosas y también como complemento de la poesía y el teatro, fue Pitágoras quien elevó el arte a su auténtica dignidad, mediante la demostración de su base matemática. Si bien se dice que él no era músico, en general se atribuye a Pitágoras el descubrimiento de la escala diatónica. Después de aprender la teoría divina de la música de los sacerdotes de los diversos Misterios en los que había sido aceptado, Pitágoras reflexionó durante varios años sobre las leyes que regían la consonancia y la disonancia. No se sabe cómo resolvió realmente el problema, pero se ha inventado la explicación siguiente. Un día, mientras meditaba sobre el problema de la armonía, Pitágoras pasó por casualidad delante del taller de un metalista, en cuyo interior los obreros golpeaban un trozo de metal sobre un yunque. Observando las variaciones de tono entre los sonidos producidos por los martillos grandes y los producidos por implementos más pequeños y calculando meticulosamente las armonías y las discordancias resultantes de las combinaciones de aquellos sonidos, dio con la primera clave de los intervalos musicales de la escala diatónica. Entró en el taller y, tras observar cuidadosamente las herramientas y tomar nota mentalmente de su peso, regresó a su casa y construyó un brazo de madera que sobresalía de la pared de su habitación: a intervalos regulares, le sujetó cuatro cuerdas, todas de la misma composición, tamaño y peso. Ató a la primera un peso de doce libras {cinco kilos y medio}; a la segunda, uno de nueve libras {cuatro kilos}; a la tercera, uno de ocho libras {tres kilos y medio}, y a la cuarta, uno de seis libras {algo más de dos kilos y medio}. Los distintos pesos correspondían al tamaño de los martillos de los metalistas.

A continuación, Pitágoras descubrió que cuando sonaban juntas la primera y la cuarta cuerda, producían el intervalo armónico de una octava, porque duplicar el peso producía el mismo efecto que dividir la cuerda por la mitad. Como la tensión de la primera cuerda era el doble que la de la cuarta, se decía que la proporción entre ellas era de 2 a 1, o sea, el doble. Mediante una experimentación similar, determinó que la primera y la tercera cuerdas producían la armonía del diapente o intervalo de quinta. Como la tensión de la primera cuerda era una vez y media la de la tercera, se decía que la proporción entre ellas era de 3 a 2, o sesquiáltero. Asimismo, como la segunda y la cuarta cuerdas tenían la misma proporción que la primera y la tercera, daban una armonía de diapente. Pitágoras continuó su investigación y descubrió que la primera y la segunda cuerda producían la armonía de diatesarón, o intervalo de cuarta, y, como la tensión de la primera cuerda era un tercio más grande que la de la segunda, se decía que su proporción era de 4 a 3, o un sesquitercio. Como la tercera y la cuarta cuerdas guardaban la misma proporción que la primera y la segunda, producían otra armonía de diatesarón. Según Jámblico, la segunda y la tercera cuerdas guardaban una proporción de 8 a 9.

La clave de las proporciones armoniosas está oculta en la famosa tetractys pitagórica, o pirámide de puntos. La tetractys está compuesta por los cuatro primeros números —1, 2, 3 y 4—, que, en sus proporciones, revelan los intervalos de octava, el diapente y el diatesarón. Aunque la ley de los intervalos armónicos, tal como se acaba de exponer, es cierta, posteriormente se ha demostrado que unos martillos que golpeen el metal de la manera descrita no producen los diversos tonos que se les atribuyen. Por consiguiente, es muy probable que Pitágoras elaborara su teoría de la armonía a partir del monocordio, un instrumento con una sola cuerda tendida entre dos clavijas y provisto de trastes móviles. Para Pitágoras, la música era uno de los dominios de la ciencia divina de la matemática y sus armonías eran controladas de forma inflexible por proporciones matemáticas. Según los pitagóricos, la matemática demostraba el método exacto que empleaba el Bien para establecer y mantener su universo. Por consiguiente, el número precede a la armonía, porque la ley inmutable es lo que gobierna todas las proporciones amónicas. Tras descubrir estas proporciones armónicas, Pitágoras fue iniciando poco a poco a sus discípulos en aquello que constituía el arcano supremo de sus Misterios. Dividió las innumerables partes de la creación en una cantidad enorme de planos o esferas y asignó a cada uno de ellos un tono, un intervalo armónico, un número, un nombre, un color y una forma. A continuación, procedió a comprobar la precisión de sus deducciones haciendo demostraciones en los diferentes planos de la inteligencia y la sustancia, pasando de la premisa lógica más abstracta al sólido geométrico más concreto. Partiendo del común acuerdo de estos métodos diversos de demostración, estableció la existencia incuestionable de determinadas leyes naturales. Una vez establecida la música como ciencia exacta, Pitágoras aplicó su ley recién hallada de los intervalos armónicos a todos los fenómenos de la naturaleza y llegó incluso a demostrar la relación amónica de los planetas, las constelaciones y los elementos entre sí. Un ejemplo notable de corroboración moderna de las antiguas enseñanzas filosóficas es la de la progresión de los elementos según proporciones amónicas.

Mientras confeccionaba una lista de los elementos en orden creciente de sus pesos atómicos, John A. Newlands descubrió que el octavo elemento a partir de cualquier otro tenía unas propiedades muy similares al primero. Este descubrimiento se conoce, en la química moderna, como la ley de las octavas. Porque afirmaban que la armonía no se debe determinar según las percepciones de los sentidos, sino mediante la razón y la matemática, los pitagóricos se llamaban a sí mismos canónicos, para diferenciarse de los músicos de la Escuela Armónica, que sostenían que el gusto y el instinto eran los auténticos principios normativos de la armonía. Sin embargo, Pitágoras reconoció la profunda impresión que producía la música en los sentidos y las emociones y no dudó en influir en la mente y el cuerpo mediante lo que él denominaba «medicina musical». Pitágoras mostraba una preferencia tan marcada por los instrumentos de cuerda que llegó incluso a advertir a sus discípulos que no permitieran que les profanara los oídos el sonido de flautas o platillos. Declaró también que el alma se podía purificar de sus influencias irracionales mediante cantos solemnes entonados con el acompañamiento de una lira. En su investigación sobre el valor terapéutico de la armonía, Pitágoras descubrió que los siete modos o claves del sistema musical griego tenían la capacidad de instigar o aplacar las diversas emociones. Cuentan que una noche, mientras observaba las estrellas, encontró a un joven aturdido por el alcohol y enloquecido por los celos que estaba amontonando haces de leña alrededor de la puerta de su amada con la intención de quemar la casa.

Acentuaba el frenesí del joven un flautista que, a corta distancia, interpretaba una melodía según el enardecedor modo frigio. Pitágoras indujo al músico a pasar al modo espondaico, lento y rítmico, con lo cual el joven obnubilado recuperó de inmediato la compostura, recogió los manojos de leña y regresó tranquilamente a su casa. Cuentan también que Empédocles, discípulo de Pitágoras, al cambiar rápidamente el modo de una composición musical que estaba interpretando, salvó la vida de su anfitrión, Anquito, cuando este se vio amenazado de muerte por la espada de una persona a cuyo padre había condenado a ser ejecutado públicamente. También se sabe que Esculapio, el médico griego, curaba la ciática y otras enfermedades nerviosas haciendo sonar con fuerza una trompeta en presencia del paciente. Pitágoras curaba numerosas dolencias del espíritu, el alma y el cuerpo haciendo tocar en presencia del enfermo ciertas composiciones musicales preparadas especialmente o recitando en persona breves selecciones de algunos de los primeros poetas, como Hesíodo y Homero. En su universidad de Crotona, era habitual que los pitagóricos comenzaran y acabaran la jornada con canciones: las de la mañana estaban calculadas para aclarar la mente después del sueño e inspirarla para las actividades del día que comenzaba y las de la noche eran tranquilizadoras, relajantes y propicias para el descanso. En el equinoccio vernal, Pitágoras hacía que sus discípulos se reunieran en un círculo en torno a uno de ellos que dirigía el canto y los acompañaba con una lira.

Jámblico describe la música terapéutica de Pitágoras con estas palabras: «Y hay determinadas melodías, concebidas como remedios contra las pasiones del alma y también contra el abatimiento y la lamentación, que Pitágoras inventó como cosas que proporcionan la máxima ayuda para estos males Además, utilizaba otras melodías contra la cólera y el enojo y contra todas las anomalías del alma. También existe otro tipo de modulación, que se inventó como remedio contra los deseos».

Es probable que, para los pitagóricos, los siete modos griegos y los planetas estuvieran relacionados. Por ejemplo, Plinio declara que Saturno se mueve según el modo dórico y Júpiter, según el frigio. Parece también que los temperamentos se adaptan a los distintos modos y que lo mismo ocurre con las pasiones. Por consiguiente, el enfado, que es una pasión fogosa, se puede acentuar mediante un modo fogoso o se puede neutralizar mediante un modo acuoso.

Emil Naumann resume con estas palabras el efecto trascendental que ejercía la música en la cultura griega: «Platón despreciaba la noción de que la única intención de la música fuese crear emociones alegres y agradables y mantenía, más bien, que debía inculcar amor a todo lo noble y desprecio a todo lo mezquino y que nada podía Muir más poderosamente en los sentimientos más íntimos del hombre que la melodía y el ritmo. De esto estaba firmemente convencido y coincidía con Damón de Atenas, el maestro de música de Sócrates, en que introducir una escala nueva y supuestamente debilitante pondría en peligro el futuro de toda una nación y en que era imposible alterar una tonalidad sin sacudir hasta los cimientos mismos del Estado. Platón afirmaba que la música que ennoblecía la mente era mucho más elevada que la que se limitaba a apelar a los sentidos e insistía con firmeza en que la Asamblea Legislativa tenía la obligación primordial de reprimir cualquier música que tuviera un carácter afeminado y lascivo y de fomentar solo la que fuera pura y digna, y también en que las melodías atrevidas y enardecedoras eran para los hombres y las suaves y tranquilizadoras para las mujeres, con lo cual resulta evidente que la música desempeñaba un papel importante en la educación de la juventud griega. También había que poner muchísimo cuidado en la elección de la música instrumental, porque la falta de palabras hacía dudoso su significado y costaba prever si tendría en las personas una influencia benévola o funesta. Había que tratar el gusto popular, al que siempre hacían gracia los efectos sensuales y rimbombantes, con el desprecio que se merecía». Incluso hoy, la música militar que se utiliza en tiempos de guerra tiene un efecto certero y la música religiosa, aunque ya no se componga de acuerdo con la teoría antigua, sigue ejerciendo una influencia profunda en las emociones de los laicos.