quarta-feira, 1 de fevereiro de 2023

Manly Palmer Hall - El Phœnix

 

En el siglo I de la era cristiana, Clemente, uno de los padres prenicenos, describe la naturaleza peculiar y los hábitos del fénix con las siguientes palabras: «Hay un ave llamada fénix, única en su tipo, que vive quinientos años y, cuando se acerca el momento de su disolución y debe morir, se construye un nido de incienso, mirra y otras especias en el cual, cuando se cumple el plazo, entra y muere, pero, a medida que la carne se descompone, produce un tipo determinado de gusano, al cual, como se nutre de los jugos del ave muerta, le crecen plumas y, cuando ha adquirido fuerza, hace suyo el nido en el que están los huesos de su padre y, llevándoselos, pasa de la tierra de Arabia a Egipto, a la ciudad llamada Heliópolis y, en pleno día y volando a la vista de todos los hombres, los coloca en el altar del sol y, después de hacerlo, se apresura a regresar a su morada anterior. Entonces los sacerdotes examinan los registros de las fechas y se dan cuenta de que ha regresado exactamente al cumplirse quinientos años».
Aunque reconoce que no había visto al ave fénix (solo había uno vivo por vez), Herodoto amplía un poco la descripción ofrecida por Clemente: «Cuentan todo lo que hace esta ave, que a mí no me parece creíble; dicen que viene de Arabia y que trae al ave padre, completamente cubierto de mirra, al templo del sol, donde entierra su cuerpo. Para traerlo, dicen, forma primero una bola de mirra, lo más grande que es capaz de transportar; a continuación la ahueca y mete dentro a su padre, tras lo cual tapa la abertura con mirra fresca y entonces la bola tiene exactamente el mismo peso que al principio; entonces la lleva a Egipto, toda cubierta como ya he dicho, y la deposita en el templo del sol. Esta es la historia que cuentan sobre lo que hace esta ave». Tanto Herodoto como Plinio han observado que, en general, el fénix y el águila tienen una forma parecida, un punto que el lector ha de tener en cuenta, porque es bastante seguro que el águila masónica moderna al principio fuese un fénix. Se dice que el cuerpo del fénix estaba cubierto de plumas moradas brillantes, mientras que las plumas largas de la cola eran alternativamente azules y rojas. La cabeza era de color claro y llevaba un collar de plumas doradas. En la parte posterior de la cabeza tenía un penacho de plumas muy peculiar, que resultaba bastante evidente, aunque la mayoría de los escritores y los simbolistas lo han pasado por alto.
El phœnix se consideraba consagrado al sol y la duración de su vida (entre quinientos y mil años) se tomaba como referencia para medir el movimiento de los cuerpos celestes y también los ciclos temporales utilizados en los Misterios para indicar los períodos de existencia. Se desconoce su alimentación. Algunos autores dicen que subsistía de la atmósfera y otros, que comía en raras ocasiones, pero jamás en presencia del hombre. Los masones modernos deberían darse cuenta de su especial significación masónica, porque se dice que el ave usaba ramitas de acacia para construirse el nido.
El fénix —el mitológico roc persa—es también el nombre de una constelación austral y, por consiguiente, tiene importancia tanto astronómica como astrológica. Con toda probabilidad, era el cisne de los griegos, el águila de los romanos y el pavo real del Lejano Oriente. Para los místicos antiguos era un símbolo muy apropiado de la inmortalidad del alma humana, porque, así como el fénix renacía de su propia naturaleza muerta siete veces siete, la naturaleza espiritual del hombre resucita triunfalmente, una y otra vez, de su cadáver físico. Para los herméticos medievales, el fénix era un símbolo de la consecución de la transmutación alquímica, un proceso equivalente a la regeneración humana. También se daba el nombre de «fénix» a una de las fórmulas alquímicas secretas. El conocido pelícano del grado rosacruz, que daba de comer a sus crías de su propio pecho, es, en realidad, un fénix: para confirmarlo, basta con observar la cabeza del ave: le falta la deslucida parte inferior del pico y la cabeza del fénix se parece mucho más a la del águila que a la del pelícano. En los Misterios, era habitual llamar a los iniciados «fénix» u «hombres renacidos», porque, así como el nacimiento físico proporciona al hombre la conciencia del mundo físico, el neófito, después de pasar nueve grados en el vientre de los Misterios, nacía a una conciencia del mundo espiritual. Este es el misterio de la iniciación al que se refería Cristo cuando dijo: «El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios» (Juan 3, 3). El fénix es un símbolo adecuado de este nacimiento espiritual.
El misticismo europeo no estaba muerto cuando se fundaron los Estados Unidos de América. La mano de los Misterios tuvo que ver con el establecimiento del nuevo gobierno y su firma sigue siendo visible en su Gran Sello. Si se analiza el sello con atención, aparecen un montón de símbolos ocultos y masónicos, entre los cuales destaca la llamada águila americana, un ave que, según Benjamín Franklin, no merecía ser escogida como emblema de un pueblo grande, poderoso y progresista. Una vez más, solo un estudioso del simbolismo puede ver a través del subterfugio y darse cuenta de que el águila americana que aparece en el Gran Sello no es más que un fénix estilizado, como se puede distinguir claramente si se examina el sello original. En su esbozo de The History of the Seal of the United States, Gaillard Hunt presenta sin querer material en abundancia para confirmar la creencia de que en el sello original aparecía el ave fénix en el anverso y la Gran Pirámide de Gizeh en el reverso. En un boceto coloreado, presentado como diseño para el Gran Sello por William Barton en 1782, aparece un auténtico fénix sentado en un nido de llamas, lo que demuestra la tendencia a utilizar esta ave emblemática.
Si alguien duda de la presencia de influencias masónicas y ocultas en la época en la que se diseñó el Gran Sello, debería prestar atención a los comentarios del profesor de Harvard Charles Eliot Norton, que, acerca de la pirámide inacabada y el «ojo que todo lo ve» que adornaban el reverso del sello, escribió lo siguiente: «Parece casi imposible dar un tratamiento adecuado al emblema adoptado por el Congreso; aunque el diseñador le dé un tratamiento artístico, nunca dejará de ser un emblema feo de una fraternidad masónica».
El águila de Napoleón y la de César y el águila zodiacal de Escorpio en realidad son fénix, porque esta ave —y no el águila— es el símbolo de la victoria y el logro espiritual. La masonería estará en condiciones de resolver muchos de los secretos de su doctrina esotérica cuando se dé cuenta de que tanto sus águilas de una cabeza como las de dos son fénix y que para todos los iniciados y los filósofos el fénix es el símbolo de la transmutación y la regeneración de la energía creativa, lo que comúnmente se denomina el cumplimiento de la Gran Obra. El fénix bicéfalo es el prototipo del hombre andrógino, porque, según las enseñanzas secretas, llegará un momento en el que el cuerpo humano tendrá dos médulas espinales, mediante las cuales se mantendrá en el cuerpo el equilibrio vibratorio. Aparte de ser masones, muchos de los fundadores del gobierno de Estados Unidos recibieron ayuda de un órgano secreto y venerable que existía en Europa, que los ayudó a crear aquel país para un fin determinado, que solo conocían unos pocos iniciados El Gran Sello es la firma de aquel órgano exaltado —invisible y en su mayor parte desconocido— y la pirámide inacabada que aparece en el reverso es un tablero de dibujo que establece de forma simbólica la tarea a la cual se ha dedicado el gobierno de Estados Unidos desde el primer día.

Animales

El león es el rey de los animales y, como ocurre con la cabeza de todos los reinos, está consagrado al sol, cuyos rayos se representan mediante su melena enmarañada. Las alegorías que perpetuaban los Misterios (como la del león abriendo el libro secreto) significan que el poder solar abre las vainas que contienen las semillas y de este modo deja salir la vida espiritual que hay en su interior. También existía la curiosa creencia entre los antiguos de que el león dormía con los ojos abiertos, motivo por el cual se lo eligió como símbolo de vigilancia. La figura de un león situada a ambos lados de las puertas y las entradas es un emblema de custodia divina. El rey Salomón a menudo se representaba como un león. Durante siglos, los felinos han sido objeto de una veneración especial. En varios de los Misterios —sobre todo los egipcios—, los sacerdotes se ponían pieles de leones, tigres, panteras, pumas o leopardos. Hércules y Sansón —los dos son símbolos solares— mataron al león de la constelación de Leo y se vistieron con su piel para indicar que representaban al sol cuando se encontraba en lo más alto del arco celeste.
En Bubastis (Egipto), estaba el templo de la famosa diosa Bastet, la diosa gato de los Ptolomeos. Los egipcios rendían homenaje al gato, sobre todo cuando tenía el pelo de tres colores diferentes o los ojos de distinto color. Para los sacerdotes, el gato simbolizaba las fuerzas magnéticas de la naturaleza y se rodeaban de estos animales por el fuego astral que emanaba de sus cuerpos. Además, el gato era símbolo de eternidad, porque cuando duerme se acurruca en una bola, de modo que la cabeza y la cola se tocan. Entre los griegos y los romanos, el gato se consagraba a la diosa Diana. Los budistas de India otorgaron d gato un significado especial, pero por un motivo diferente: el gato fue el único animal que no estuvo presente cuando murió el gran Buda, porque se había detenido en el camino para perseguir a un ratón. Que el símbolo de las fuerzas astrales inferiores no estuviera presente en la liberación de Buda resulta significativo. Con respecto al gato, Herodoto dice lo siguiente: «Cuando estalla un incendio, los gatos se agitan con una especie de movimiento divino, que sus propietarios observan, mientras descuidan el fuego. Sin embargo, los gatos, a pesar de sus cuidados, huyen de ellos e incluso saltan por encima de la cabeza de sus dueños para arrojarse al fuego. Los egipcios guardan entonces luto por su muerte. Si un gato muere por causas naturales en una casa, todos sus habitantes se afeitan las cejas: si muere un perro, se afeitan la cabeza y todo el cuerpo. Solían embalsamar a los gatos muertos y llevarlos a Bubastis para enterrarlos en una casa sagrada.»
El más importante de todos los animales simbólicos era el Apis, o el toro egipcio de Menfis, que se consideraba el vehículo sagrado para la transmigración del alma del dios Osiris. Se declaraba que el Apis era concebido por un rayo y la ceremonia durante la cual se lo elegía y consagraba era una de las más impresionantes del ritualismo egipcio. El Apis tenía que tener unas marcas determinadas. Herodoto sostiene que el toro había de ser negro, con un punto blanco cuadrado en la frente, la forma de un águila (probablemente un buitre) en el lomo, un escarabajo encima (debajo) de la lengua y el pelo de la cola dispuesto en dos sentidos. Otros autores sostienen que el toro sagrado estaba marcado con veintinueve símbolos sagrados, que el cuerpo tenía manchas y que del lado derecho tenía una marca blanca en forma de media luna. Después de su consagración, lo ponían en un establo contiguo al templo y en determinadas ocasiones solemnes lo llevaban en procesión por las calles de la ciudad. Entre los egipcios existía la creencia popular de que si el toro exhalaba su aliento sobre algún niño, este llegaría a ser ilustre. Cuando llegaba a cierta edad (veinticinco años), llevaban al Apis al río Nilo o a una fuente sagrada —los expertos no se ponen de acuerdo en este punto—, donde lo ahogaban entre las lamentaciones de la plebe. El duelo y el llanto por su muerte continuaban hasta que se encontraba un nuevo Apis: entonces se declaraba que Osiris se había reencarnado y la tristeza dejaba paso al regocijo.
El culto al toro no se limitaba a Egipto, sino que se extendía a muchas naciones del mundo antiguo. En India, Nandi, el toro blanco sagrado de Shiva, sigue siendo objeto de gran veneración y tanto los persas como los judíos aceptaban al toro como un símbolo religioso importante. Los asirios, los fenicios, los caldeos y hasta los griegos reverenciaban a este animal y Júpiter se transformó en un toro blanco para raptar a Europa. El toro era un emblema fálico poderoso, que representa el poder creador paternal del demiurgo. A su muerte, con frecuencia era momificado y enterrado con pompa y ceremonia, como si fuese un dios, en un sarcófago especial. Las excavaciones realizadas en el Serapeum de Menfis han revelado las tumbas de más de sesenta de estos animales sagrados.
Como el signo que se alza sobre el horizonte en el equinoccio vernal constituye el cuerpo estrellado para la encarnación anual del sol, el toro no solo era el símbolo celeste del Hombre Solar, sino, puesto que el equinoccio vernal tenía lugar en la constelación de Tauro, decían que inauguraba o despuntaba el año. Por este motivo, en el simbolismo astronómico a menudo se ve al toro rompiendo el huevo anular con los cuernos. Además, el Apis también representa la encarnación de la mente divina en el cuerpo de un animal y, por consiguiente, que la forma animal física es el vehículo sagrado de la divinidad. La personalidad inferior del hombre es el Apis en el que se encarna Osiris. El resultado de la combinación es la creación de Sor-Apis (Serapis): el alma material que gobierna el cuerpo material irracional y está metida en él. Al cabo de un período determinado (que se calcula por el cuadrado de cinco, o veinticinco años), el cuerpo del Apis es destruido y su alma es liberada por el agua que ahoga la vida material, como se indicaba cuando las aguas bautismales de la luz y la verdad divinas arrastraban la naturaleza material. Ahogar al Apis es el símbolo de la muerte; la resurrección de Osiris en el nuevo toro es el símbolo de la renovación eterna. El toro blanco también se consagraba simbólicamente como emblema elegido de los iniciados y representaba el cuerpo material espiritualizado tanto del hombre como de la naturaleza. Cuando el equinoccio vernal dejó de tener lugar en el signo de Tauro, la divinidad solar se encarnó en la constelación de Aries y el carnero se convirtió entonces en el vehículo del poder solar. De este modo, el sol que sale en el signo del cordero celestial triunfa sobre la serpiente simbólica de la oscuridad. El cordero es un emblema conocido de pureza, por su mansedumbre y la blancura de su lana. En muchos de los Misterios paganos representaba al Salvador universal y en el cristianismo es el símbolo favorito de Cristo. En las pinturas de las iglesias primitivas aparece un cordero de pie en lo alto de una colina y de sus patas brotan cuatro fuentes de agua viva, que representan los cuatro Evangelios. La sangre del cordero es la vida solar que se vierte sobre el mundo a través del signo de Aries.
La cabra es tanto un símbolo fálico como un emblema de valor o aspiración, por la firmeza de sus patas y por su habilidad para escalar los picos más altos Para el alquimista, la cabeza de la cabra era el símbolo del azufre. La costumbre de los antiguos judíos de elegir un chivo expiatorio sobre el cual acumulaban los pecados del mundo no es más que una representación alegórica del Hombre Solar, que es el chivo expiatorio del mundo y sobre el cual se proyectan los pecados de las doce casas (tribus) del universo celestial. La Verdad es el cordero divino, adorado en todo el mundo pagano y que muere por los pecados del mundo, y desde el principio de los tiempos los dioses salvadores de todas las religiones han sido personificaciones de esta Verdad.
El vellocino de oro que buscaban Jasón y sus argonautas es el cordero celestial: el sol espiritual e intelectual. La doctrina secreta también se representa mediante el vellocino de oro, la lana de la vida divina, los rayos del sol de la Verdad. Según Suidas, en realidad el vellocino de oro era un libro, escrito sobre piel, que contenía las fórmulas para producir oro por medios químicos. Los Misterios eran instituciones elegidas para transmutar la ignorancia básica en iluminación preciosa. El dragón de la ignorancia era la criatura sobrecogedora que tenía que custodiar el vellocino de oro y representa la oscuridad del año viejo que lucha contra el sol en el momento de su paso equinoccial.
Los ciervos eran sagrados en los Misterios báquicos de los griegos y las bacantes a menudo se vestían con pieles de cervato. Los ciervos se asociaban con el culto a la diosa luna y las orgías báquicas se solían celebrar por la noche. Por su gracia y su velocidad, este animal fue aceptado como símbolo adecuado del desenfreno estético. Los ciervos eran objeto de veneración en muchos países. En Japón se siguen manteniendo rebaños de ciervos en relación con los templos. El lobo se suele asociar con el principio del mal, por la discordancia lastimera de su aullido y por su salvajismo. En la mitología escandinava, el lobo Fenris era uno de los hijos de Loki, el dios infernal de los fuegos Con el templo de Asgard en llamas a su alrededor, los dioses al mando de Odín libraron su última gran batalla contra las fuerzas caóticas del mal. Con las mandíbulas llenas de espuma, el lobo Fenris devoró a Odín, el padre de los dioses, con lo cual destruyó el universo odínico. En este caso, el lobo Fenris representa los poderes salvajes de la naturaleza que derrocaron a la creación primitiva.
El unicornio o monoceronte era una creación de lo más curiosa de los antiguos iniciados. Thomas Boreman lo presenta como «un animal que, a pesar de que muchos autores dudan de él, otros describen de la siguiente manera: tiene un solo cuerno, aunque sumamente generoso, que le crece en medio de la frente. Su cabeza parece la de un venado; tiene patas de elefante, cola de jabalí, y el resto del cuerpo se parece al del caballo. El cuerno mide aproximadamente cuarenta y cinco centímetros. Su voz se asemeja al mugido de un buey. Sus crines y su pelo son de color amarillento. El cuerno es duro como el hierro y áspero como una lima, retorcido o en forma de tirabuzón, como una espada flamígera; muy recto, afilado y negro por todas partes, salvo en la punta. Se le atribuían muchas virtudes, la expulsión del veneno y la cura de varias enfermedades No es un animal de presa».
Si bien el unicornio se menciona varias veces en las Escrituras, todavía no se ha encontrado ninguna prueba de su existencia. Se conservan unos cuantos cuernos para beber en diversos museos, supuestamente hechos con su punta. Sin embargo, es bastante probable que aquellos recipientes para beber en realidad se hicieran con los colmillos de algún mamífero grande o con el cuerno de un rinoceronte. J. P. Lundy cree que el cuerno del unicornio representa el cuerno de la salvación mencionado por san Lucas, que pincha el corazón de los hombres y los hace pensar en la salvación a través de Cristo. Los místicos cristianos medievales utilizaban el unicornio como emblema de Cristo y, por consiguiente, esta criatura debe representar la vida espiritual del hombre. Es posible que su único cuerno represente la glándula pineal o el tercer ojo, que es el centro de conocimiento espiritual situado en el cerebro. El unicornio fue adoptado por los Misterios como símbolo de la naturaleza espiritual iluminada del iniciado; el cuerno con el cual se defiende es la espada flamígera de la doctrina espiritual, que prevalece sobre todas las cosas. En el Book of Lambspring, un tratado hermético poco común, hay un grabado en el que aparecen juntos un ciervo y un unicornio en un bosque. Acompaña a la imagen el siguiente texto: «Los sabios dicen que en verdad hay dos animales en este bosque: uno espléndido, hermoso y rápido, un ciervo grande y fuerte, y el otro, un unicornio. […] Si aplicamos la parábola a nuestro arte, diremos que el bosque es el cuerpo. […] El unicornio será el espíritu de todos los tiempos. El ciervo no desea más nombre que el del alma; […]. Quien sepa domesticarlos y dominados con arte, emparejarlos y hacerlos entrar en el bosque y salir de él merece ser llamado Maestro».
El diablo egipcio, Tifón, se simbolizaba a menudo mediante el monstruo Set, cuya identidad es poco clara. Tiene una nariz rara, como un hocico, y orejas puntiagudas; podría haber sido una hiena cualquiera. El monstruo Set vivía en las tormentas de arena y deambulaba por el mundo divulgando el mal. Los egipcios relacionaban el aullido de los vientos del desierto con el gemido lastimero de la hiena. Por eso, cuando en lo más profundo de la noche la hiena lanzaba un gemido plañidero, sonaba como el último grito desesperado de un alma perdida en las garras de Tifón. Una de las obligaciones de aquella criatura malvada era proteger a los muertos egipcios de los profanadores de tumbas. Otro de los símbolos de Tifón era el hipopótamo, consagrado al dios Marte, porque Marte estaba entronizado en el signo de Escorpio, la casa de Tifón. El asno también estaba consagrado a aquel demonio egipcio. Que Jesús entrara en Jerusalén a lomos de un asno tiene tanta importancia como el hecho de que Hermes se pusiera de pie sobre la forma del Tifón abatido. A los cristianos primitivos los acusaban de adorar la cabeza de un asno. Un símbolo animal de lo más curioso es el cerdo o la cerda, consagrado a Diana, que a menudo se empleaba en los Misterios como símbolo de las artes Ocultas. El jabalí que mató a Atis clavándole los colmillos muestra el uso que se hace de este animal en los Misterios. Según los Misterios, el mono representa la condición del hombre antes de que el alma racional entrara en su constitución. Por consiguiente, representa al hombre irracional. Para algunos, el mono es una especie a la cual las jerarquías espirituales no han dotado de alma; para otros, es un estado caído en el cual se ha privado al hombre de su naturaleza divina por degeneración. Los antiguos, a pesar de ser evolucionistas, no hacían pasar por el mono los antecedentes del hombre; para ellos, el mono se había separado del tallo principal del progreso. De vez en cuando se lo utilizaba como símbolo del aprendizaje. Cinocéfalo, el simio con cabeza de perro, era el símbolo jeroglífico egipcio de la escritura y estaba muy relacionado con Thot. Cinocéfalo simboliza la luna y Thot, el planeta Mercurio. Debido a la antigua creencia de que la luna seguía a Mercurio por el cielo, se describe al simio-perro como fiel compañero de Thot.
Por su fidelidad, el perro denota la relación que debería existir entre discípulo y maestro o entre el iniciado y su Dios. El pastor alemán era un estereotipo del clero. La capacidad del perro para percibir y seguir a las personas sin verlas a lo largo de kilómetros simbolizaba el poder trascendental mediante el cual el filósofo sigue el hilo de la verdad a través del laberinto del error terrenal. El perro también es el símbolo de Mercurio. La estrella canina, Sirio o Sothis, era sagrada para los egipcios, porque presagiaba las crecidas anuales del Nilo.
Como bestia de carga, el caballo era el símbolo del cuerpo del hombre, obligado a sostener el peso de su constitución espiritual. Por otro lado, también representaba la naturaleza espiritual del hombre, obligada a mantener la carga de la personalidad material. Quirón, el centauro y mentor de Aquiles, representa la creación primitiva, que fue la progenitora y la instructora de la humanidad, como lo describe Berossus. Tanto el caballo alado como la alfombra mágica simbolizan la doctrina secreta y el cuerpo espiritualizado del hombre. El caballo de madera de Troya, que escondió un ejército para poder capturar la ciudad, representa el cuerpo del hombre que oculta en su interior aquellas potencialidades infinitas que más adelante salen y conquistan su entorno. Una vez más, como el arca de Noé, representa la naturaleza espiritual del hombre, que contiene gran cantidad de potencialidades latentes que se activan más adelante. El asedio de Troya es una versión simbólica del rapto del alma humana (Helena) por parte de la personalidad (París) y su redención final, a través de una lucha tenaz, mediante la doctrina secreta: el ejército griego a las órdenes de Agamenón.
En Ginnungagap, la gran fisura en el espacio, el Padre Eterno creó el enorme árbol de fresno del mundo —Ygdrasil—el símbolo de la Vida, el Tiempo y el Destino. Las tres raíces del árbol son llamadas lo espiritual, lo terrenal y lo infernal, que representan, respectivamente, el espíritu, la organización y la materia, según Clement Shaw. La raíz espiritual tiene su fuente en Asgard, el hogar del Aesir, o los dioses, y está regada por agua de la fuente de Urdar; la raíz terrestre tiene su fuente en Midgard, la morada de los hombres, y está regada por agua del pozo de Mimir; la raíz infernal tiene su fuente en Nifl-heim, la morada de los muertos, y está regada por el manantial de Hvergelmir. Las tres ramas del árbol sostienen a Midgard, o la Tierra, de cuyo centro sale la montaña sagrada sobre cuya cumbre se erige la ciudad de los dioses. En el gran mar que rodea la Tierra está Jormungand, la serpiente de Midgard, con su cola dentro de su boca. Bordeando el mar está la pared de peñascos y hielo moldeada desde las cejas de Ymir. El hogar de los dioses en la parte superior está conectado por el puente Bifrost hasta la morada de los hombres y de las criaturas infernales en la parte inferior. En la rama cumbre del árbol —que se denomina Lerad, que significa dador de paz— hay una gran águila sentada. Entre los ojos del águila está el halcón, Vedfolnir, cuya mirada penetrante señala todas las cosas que tienen lugar en el universo. Las hojas verdes del árbol divino que nunca se marchitan sirven de pasto para la cabra de Odín, Heidrun, que lleva la bebida de los dioses. Los ciervos —Dain, Dvalin, Duneyr y Durathror— también pastorean sobre las hojas del árbol, y de sus cuernos sale miel que se derrama sobre la Tierra. Ratatosk, la ardilla, es la personificación del espíritu de la murmuración, y, corriendo de lado a lado entre el águila en la parte superior, y de Nidhug, la serpiente, en la parte inferior, busca traer discordia entre ellos. En el mundo de la oscuridad en la parte inferior, Nidhug muerde las raíces del árbol divino. Él está ayudado por numerosas lombrices, que se dan cuenta de que si pueden destruir la vida del árbol, el mandato de los dioses cesará. A cada lado del gran árbol se encuentran los gigantes principales llevándole hielo y llamas a Ginnungagap.

FLORES, PLANTAS, FRUTAS Y ÁRBOLES

El yoni y el falo fueron adorados por casi todos los pueblos antiguos como símbolos adecuados del poder creativo de Dios. El jardín del Edén, el arca, la puerta del templo, el velo de los Misterios, la vesica piscis o nimbo ovalado y el Santo Grial son símbolos yónicos importantes, mientras que la pirámide, el obelisco, el cono, la vela, la torre, el monolito celta, el chapitel, el campanario, el mayo y la lanza sagrada son símbolos fálicos. Al tratar el tema del culto a Príapo, demasiados autores modernos juzgan los modelos paganos según los suyos y se regodean en el lodo de su propia vulgaridad. Los Misterios eleusinos —la mayor de todas las sociedades secretas antiguas—establecieron uno de los modelos más elevados que se conocen de moralidad y ética y los que critican su uso de símbolos fálicos deberían reflexionar sobre las palabras mordaces del rey Eduardo III: «Honni soit qui mal y pense»
Los rituales obscenos que llegaron a practicarse posteriormente en las bacanales y las dionisias no eran representativos de los niveles de pureza que mantuvieron originariamente los Misterios, como las orgías que celebraban de vez en cuando los partidarios del cristianismo hasta el siglo XVIII no eran representativas del cristianismo primitivo. Sir William Hamilton, ministro británico en la corte de Nápoles, declara que, en 1780, Isemia, una comunidad de cristianos en Italia, adoraba con ceremonias fálicas al dios pagano Príapo con el nombre de san Cosme.
El padre, la madre y el niño constituyen la trinidad natural. Los Misterios glorificaban al hombre como institución suprema, compuesta por esta trinidad que funciona como una unidad. Pitágoras comparaba el universo con la familia y declaraba que, así como el fuego supremo del universo estaba en medio de los cuerpos celestes, el fuego supremo del mundo estaba, por analogía, sobre las piedras del hogar. Para los pitagóricos y otras escuelas filosóficas, la naturaleza divina única de Dios se manifestaba en el triple aspecto de Padre, Madre e Hijo y los tres constituían la Familia Divina, cuya morada es la creación y cuyo símbolo natural y peculiar es el cuadragésimo séptimo problema de Euclides. Dios Padre es espíritu; Dios Madre es materia y Dios Hijo —el producto de ambos— representa la suma de las cosas vivas que nacen de la naturaleza y la constituyen. La semilla del espíritu se siembra en el vientre de la materia y, mediante una concepción inmaculada (pura) produce la progenie. ¿Acaso no es este el auténtico misterio de la Virgen que tiene en sus brazos al Niño Dios? ¿Quién se atreve a afirmar que tal simbolismo es inadecuado? El misterio de la vida es el misterio supremo que se revela en toda su dignidad divina y es glorificado como el logro perfecto de la naturaleza por los sabios iniciados y por los profetas de todos los tiempos. Sin embargo, la mojigatería actual considera que este mismo misterio no es apto para personas con una mentalidad sagrada. Contrariamente a los dictados de la razón, se impone un modelo según el cual es preferible la inocencia nacida de la ignorancia antes que la virtud nacida del conocimiento. Sin embargo, con el tiempo, el hombre aprenderá que no tiene que avergonzarse nunca de la verdad. Mientras no lo aprenda, es falso a su Dios, a su mundo y a sí mismo. En este sentido, el cristianismo ha fracasado en su misión, lamentablemente. Aunque afirma que el cuerpo humano es el templo vivo del Dios vivo, a continuación afirma que las sustancias y las funciones de este templo son impuras y que su estudio corrompe los delicados sentimientos de los justos. Con esta actitud malsana, se degrada y se difama el cuerpo del hombre, la casa de Dios. Sin embargo, la propia cruz es el más antiguo de los emblemas fálicos y las ventanas rómbicas de las catedrales demuestran que los símbolos yónicos han sobrevivido a la destrucción de los Misterios paganos. La estructura misma de la propia Iglesia está impregnada de elementos fálicos. Si retiramos de la Iglesia cristiana todos los emblemas que tienen origen en Príapo, no queda nada, porque hasta la tierra en la que se levanta era, por su fertilidad, el primer símbolo yónico. Como la presencia de estos emblemas de los procesos generadores resulta desconocida o bien la mayoría hace caso omiso de ellos, por lo general no se aprecia lo irónico de la situación. Solo los versados en el lenguaje secreto de la Antigüedad son capaces de comprender la importancia divina de estos emblemas.
Las flores se elegían como símbolo por muchos motivos. Gracias a la enorme variedad floral, siempre se podía encontrar alguna planta o alguna flor que fuese adecuada para ilustrar casi cualquier cualidad o condición. A veces se escogía una planta por algún mito relacionado con su origen, como las historias de Dafne y Narciso: por el ambiente peculiar en el que vive, como la orquídea y el hongo; por su forma expresiva, como la pasionaria y la azucena blanca; por su brillo o su fragancia, como la verbena y el espliego; porque mantenía su forma indefinidamente, como la flor imperecedera, o por sus características insólitas, como el girasol y el heliotropo, sagrados desde hace mucho tiempo por su afinidad con el sol. Una planta también se puede considerar digna de veneración porque de sus hojas, pétalos, tallos o raíces machacadas se pueden extraer ungüentos curativos, esencias o drogas que afectan la naturaleza y la inteligencia de los seres humanos, como la adormidera y las hierbas antiguas de la profecía. La planta también se puede considerar eficaz para curar muchas enfermedades, porque su fruto, sus hojas, sus pétalos o sus raíces guardan una similitud de forma o de color con partes u órganos del cuerpo humano. Por ejemplo, decían que los jugos destilados de determinadas especies de helechos, así como también el musgo velloso que crece en los robles y el vilano de cardo, hacen crecer el cabello; que las plantas del género Dentaria, también llamado Cardamine, que tienen una forma parecida a un diente, curaban el dolor de muelas, y que la planta llamada Palma christi, por su forma, curaba todas las dolencias de las manos. En realidad, la flor es el aparato reproductor de la planta y, por consiguiente, muy adecuada como símbolo de pureza sexual, un requisito incondicional de los Misterios antiguos. Por consiguiente, la flor representa el ideal de belleza y regeneración que, en definitiva, acabará por sustituir a la lujuria y la degeneración. De todas las flores simbólicas, la flor de loto de India y Egipto y la rosa de los rosacruces son las más importantes. En cuanto a su simbolismo, estas dos flores se consideran idénticas. Las doctrinas esotéricas que representa el loto se han perpetuado en la Europa moderna con la forma de la rosa. La rosa y el loto son emblemas yónicos que simbolizan, fundamentalmente, el misterio creativo maternal, mientras que la azucena blanca se considera fálica.
Los iniciados brahmanes y egipcios, que sin duda comprendían los sistemas secretos de la cultura espiritual mediante los cuales se pueden estimular los centros latentes de energía cósmica que hay en el hombre, utilizaban las flores de loto para representar los vórtices de energía espiritual situados en distintos puntos a lo largo de la columna vertebral, que los hindúes llamaban chakras, ruedas o discos. Siete de estos chakras son de fundamental importancia y cada uno tiene su correspondencia en los ganglios y los plexos nerviosos. Según las escuelas secretas, el ganglio del sacro es el loto de cuatro pétalos; el plexo prostático es el loto de seis pétalos; el plexo epigástrico y el ombligo es el loto de diez pétalos: el plexo cardíaco es el loto de doce pétalos; el plexo faríngeo es el loto de dieciséis pétalos; el plexo cavernoso es el loto de dos pétalos, y la glándula pineal, o el centro desconocido adyacente, es el loto de mil pétalos. El color, el tamaño y la cantidad de pétalos de cada loto son la clave para conocer su importancia simbólica. Una pista sobre el desarrollo del conocimiento espiritual según la ciencia secreta de los Misterios se encuentra en la historia de la vara de Aarón, que brotó, y también en la gran ópera de Wagner, Tanhäuser, en la cual el florecimiento del báculo del Papa representa las flores que se abren en la vara sagrada de los Misterios: la columna vertebral. Los rosacruces utilizaban una guirnalda de rosas para representar los mismos vórtices espirituales, a los que se hace referencia en la Biblia como las siete lámparas del candelabro y las siete iglesias de Asia. En la edición de 1642 de The History of the Reign of King Henry the Seventh de sir Francis Bacon hay un frontispicio que muestra a lord Bacon con unos zapatos cuyas hebillas son rosas rosacruces.
En el sistema filosófico hindú, cada pétalo de la forma lleva un símbolo determinado, que aporta más información sobre el significado de la flor. Los orientales también usaban la planta del loto para representar la evolución del hombre a través de los tres períodos de la conciencia humana: la ignorancia, el esfuerzo y el entendimiento. Así como el loto existe en tres elementos (tierra, agua y aire), el hombre vive en tres mundos: el material, el intelectual y el espiritual. Como la planta, con sus raíces en el barro y el limo, crece hacia arriba a través del agua y finalmente florece en la luz y el aire, el crecimiento espiritual del hombre se eleva desde la oscuridad de la acción vil y el deseo hacia la luz de la verdad y el entendimiento, mientras que el agua actúa como símbolo del mundo de la ilusión, siempre cambiante, que el alma tiene que atravesar en su esfuerzo por alcanzar el estado de iluminación espiritual. La rosa y su equivalente oriental, el loto, como todas las flores hermosas, representan el desarrollo y la consecución espirituales; por eso, las divinidades orientales a menudo aparecen sentadas sobre los pétalos abiertos de las flores de loto.
El loto también era un motivo universal en el arte y la arquitectura egipcios. Los techos de muchos templos se sostenían mediante columnas de lotos, que representan la sabiduría eterna, y el cetro con un loto en el extremo —símbolo del desarrollo personal y de la prerrogativa divina— se llevaba a menudo en las procesiones religiosas. Cuando la flor tenía nueve pétalos, era el símbolo del hombre; cuando tenía doce, del universo y los dioses; cuando tenía siete, de los planetas y la ley; cuando tenía cinco, de los sentidos y los Misterios, y cuando tenía tres, de las divinidades y los mundos principales. La rosa heráldica de la Edad Media por lo general tenía cinco o diez pétalos, con lo cual muestra su relación con el misterio espiritual del hombre a través de la patada y la década pitagóricas.