sábado, 7 de janeiro de 2023

Manly Palmer Hall - El Templo De Salomon

 

El rey Salomón comenzó la construcción del templo en el cuarto año de su reinado, en lo que sería, según los cálculos modernos, el 21 de abril, y lo acabó el undécimo año de su reinado, el 23 de octubre. El templo se inició cuatrocientos ochenta años después de que los hijos de Israel atravesaran el mar Rojo. Parte de la labor de construcción consistió en levantar una base artificial en la cima del monte Moría. Las piedras para el templo se extrajeron de canteras situadas justo debajo del monte Moria y las cuadraban antes de extraerlas. Los adornos de bronce y oro para el templo se vertieron en moldes en el terreno arcilloso situado entre Sukkot y Seredá y las partes de madera estuvieron todas acabadas antes de llegar al emplazamiento del templo. Por consiguiente, el edificio se montó sin ruido ni instrumentos y todas sus partes encajaron a la perfección «sin el martillo de la discordia, el hacha de la división ni ninguna herramienta maliciosa».
La controvertida Constitución de 1723 de Anderson, publicada en Londres en 1723 y reimpresa por Benjamín Franklin en Filadelfia en 1734, describe con estas palabras la división de los trabajadores que intervinieron en la construcción de la Casa Eterna: «Sin embargo, ni la pagoda de Dagon ni las mejores construcciones de Tiro y Sidón se pueden comparar con el templo del Dios Eterno en Jerusalén. […] se emplearon en él por lo menos 3600 príncipes, o maestros, para llevar a cabo la obra según las indicaciones de Salomón, con ochenta mil canteros en la montaña, o compañeros, y setenta mil peones, en total 153 600 además de la leva de Adoniram para trabajar en las montañas de Líbano por turnos con los sidonios, a saber, treinta mil, con lo cual en total fueron 183 600». Daniel Sickels habla de tres mil trescientos supervisores, en lugar de tres mil seiscientos, y menciona a los tres Grandes Maestros por separado. El mismo autor calcula el coste del templo en casi cuatro mil millones de dólares.
La leyenda masónica de la construcción del Templo de Salomón no coincide en todos los aspectos con la versión de las Escrituras, sobre todo en las partes relacionadas con Hiram Abí. Según la versión bíblica, este Maestro regresó a su propio país; en la alegoría masónica, es asesinado a traición. A este respecto, A. E. Waite, en A New Encyclopaedia of Freemasonry, hace el siguiente comentario explicativo:
La leyenda del Maestro Constructor es la gran alegoría de la masonería. Resulta que esta historia figurativa se basa en la existencia de una personalidad mencionada en la Sagrada Escritura, aunque este antecedente histórico se refiere a los accidentes, en lugar de a la esencia: la importancia reside en la alegoría y no en ningún punto de la historia que pueda haber tras ella.
Hiram, como Maestro de los Constructores, dividió a sus obreros en tres grupos, denominados aprendices, compañeros y maestros. Dio a cada división determinadas contraseñas y señales mediante las cuales se pudieran determinar rápidamente las excelencias de cada uno. Aunque todos se clasificaban según sus méritos, algunos estaban descontentos, porque deseaban un puesto más elevado del que eran capaces de ocupar. Al final, tres compañeros más osados que los demás decidieron obligar a Hiram a revelarles la contraseña del grado de maestro. Sabiendo que Juram siempre entraba en el sanctasanctórum inacabado a mediodía para rezar, aquellos villanos, llamados Jubelas Jubelus y Jubelon, lo esperaron, uno en cada una de las puertas principales del templo. Cuando Hiram estaba a punto de salir del templo por la puerta sur, de pronto le hizo frente Jubelas, armado con un medidor de sesenta centímetros. Cuando Hiram se negó a revelarte la palabra del maestro, el rufián lo golpeó en la garganta con la regla; entonces, el maestro herido se dirigió rápidamente a la puerta occidental, donde Jubelus, armado con una escuadra, lo aguardaba con la misma pregunta. Otra vez Hiram guardó silencio y el segundo asesino lo golpeó en el pecho con la escuadra. Entonces Hiram se dirigió tambaleándose a la puerta oriental, donde encontró a Jubelon, armado con una maza. Cuando Hiram se negó a decirle la palabra del maestro, Jubelon lo golpeó en medio de los ojos con el mazo y Hiram cayó muerto.
Los asesinos enterraron el cadáver de Hiram en lo alto del monte Moria y colocaron sobre la tumba un ramito de acacia. Entonces, para no ser castigados por su crimen, embarcaron con rumbo a Etiopía, pero el puerto estaba cerrado. Finalmente, los tres fueron capturados y, tras admitir su culpabilidad, fueron ejecutados, como establecía la ley. Entonces el rey Salomón envió varios grupos de tres hombres, uno de los cuales descubrió la tumba recién cavada, señalada con la ramita perenne. Como los aprendices y los compañeros no pudieron resucitar a su maestro de entre los muertos, finalmente lo «reanimó» el Maestro Masón con el «fuerte apretón de una garra de león».
Para el constructor iniciado, el nombre de Hiram Abif significa «mi Padre, el Espíritu Universal, uno en esencia, tres en aspecto»; por eso, el maestro asesinado es una especie de mártir cósmico —el espíritu crucificado del bien, el dios que muere—, cuyo Misterio se celebra en todo el mundo. Entre los manuscritos del doctor Sigismund Bastrom, el rosacruz iniciado, aparece el siguiente extracto de Von Welling en relación con la verdadera naturaleza filosófica del Hiram masónico:
La palabra original s d y h CJuram, es una raíz formada por tres consonantes: h d s es decir, jet, resh y mem. (1) h jet, significa chamah, la luz del sol, es decir, el fuego frío, invisible y universal de la naturaleza, atraído por el sol, manifestado en la luz y enviado hacia nosotros y hacia todos los cuerpos planetarios pertenecientes al sistema solar. (2) d, resh, significa h w d ruach, es decir, espíritu, aire, viento, como medio que transmite y recoge la luz en innumerables focos, en los cuales los rayos solares de luz se agitan por un movimiento circular y se manifiestan en calor y fuego ardiendo. (3) s, o m mem, significa majim, agua, humedad, pero más bien la madre del agua, es decir, la humedad radical, o un tipo determinado de aire condensado. Las tres constituyen el agente universal, o el fuego de la naturaleza, en una sola palabra s d y h CJuram, no Hiram. Albert Pike menciona varias formas del nombre Juram: Jirm, Jurm y Jur-Om; esta última acaba en el monosílabo sagrado hindú: OM, que también se puede extraer del nombre de los tres asesinos. Además, Pike relaciona a los tres rufianes con una tríada de estrellas en la constelación de Libra y también destaca el hecho de que el dios caldeo Baal —metamorfoseado en demonio por los judíos— aparece en el nombre de cada uno de los asesinos: Jubelas, Jubelus y Jubelon. Para interpretar la leyenda de Hiram hace falta estar familiarizado tanto con el sistema pitagórico como con el cabalístico de números y letras y también con los ciclos filosóficos y astronómicos de los egipcios, los caldeos y los brahmanes. Tengamos en cuenta, por ejemplo, el número 33. El primer templo de Salomón conservó durante treinta y tres años su esplendor inmaculado, pero, al cabo de ese período, fue saqueado por Shishak, rey de Egipto, y finalmente (en el 588 a. de C.) fue destruido por completo por Nabucodonosor y el pueblo de Israel fue llevado cautivo a Babilonia. También el rey David gobernó durante treinta y tres años en Jerusalén; la orden masónica se divide en treinta y tres grados simbólicos; hay treinta y tres segmentos en la columna vertebral del hombre, y Jesús tenía treinta y tres años cuando fue crucificado.
Los intentos por averiguar el origen de la leyenda hirámica demuestran que, si bien en su forma actual es relativamente moderna, sus principios fundamentales proceden de la más remota Antigüedad. En general, los estudiosos masónicos actuales reconocen que la historia del martirio de Hiram se basa en los ritos egipcios de Osiris, cuya muerte y resurrección representaban de forma metafórica la muerte espiritual del hombre y su regeneración a través de la iniciación en los Misterios. Hiram también se identifica con Hermes mediante la inscripción en la Tabla Esmeralda. A partir de estas asociaciones, resulta evidente que hay que considerar a Hiramun prototipo de la humanidad; en realidad es la idea platónica (arquetipo) del hombre. Así como, después de la caída, Adán simboliza la idea de la degeneración humana, a través de su resurrección Hiram simboliza la idea de la regeneración humana. El 19 de marzo de 1314, Jacques de Molay, el último Gran Maestro de los Caballeros Templarios, fue quemado en una pira erigida en el mismo punto de la isla del Sena, en París, en el que posteriormente se erigió la estatua del rey Enrique IV.
«Según algunas versiones de su muerte en la hoguera —escribe Jennings—, antes de expirar, Molay convocó a Clemente, el Papa que había proclamado la bula que abolió la Orden y había condenado al Gran Maestro a las llamas, para que compareciera, dentro de un plazo de cuarenta días, ante el Juez Supremo y Eterno y a Felipe [el rey] ante el mismo tribunal imponente en el plazo de un año. Las dos profecías se cumplieron». Debido a la estrecha relación entre la masonería y los Caballeros Templarios originales, la historia de Hiram se relacionó con el martirio de Jacques de Molay. Según esta interpretación, los tres rufianes que asesinaron cruelmente a su maestro a las puertas del templo porque se negó a revelarles los secretos de su orden representan al Papa, el rey y los verdugos. De Molay murió defendiendo su inocencia y negándose a revelar los arcanos filosóficos y mágicos de los Templarios.
Los que han tratado de identificar a Hiram con el asesinado rey Carlos I opinan que la leyenda de Hiram ha sido inventada a tal efecto por Elias Ashmole, un filósofo místico que probablemente pertenecía a la Fraternidad de la Rosa Cruz. Carlos fue destronado en 1647 y murió decapitado en 1649, con lo cual el partido monárquico perdió a su líder. Se ha intentado relacionar la expresión «hijos de la viuda» (una denominación que se solía aplicar a los miembros de la Orden Masónica) con este incidente de la historia inglesa, porque, al ser asesinado su rey, Inglaterra quedó «viuda» y todos los ingleses se convirtieron en «hijos de la viuda». Para el masón cristiano místico, Hiram representa al Cristo que en tres días (grados) levantó el templo de Su cuerpo de su sepulcro terrenal. Sus tres asesinos eran el representante de César (el Estado), el Sanedrín (la iglesia) y el pueblo instigado (la plebe). Si lo consideramos así, Hiram se convierte en la naturaleza superior del hombre y los asesinos son la ignorancia, la superstición y el temor. El Cristo inherente solo se puede expresar a sí mismo en este mundo a través de los pensamientos, los sentimientos y los actos del hombre. Pensar bien, sentir bien y obrar bien son las tres puertas que atraviesa el poder de Cristo al ingresar en el mundo material, donde trabaja para erigir el templo de la hermandad universal. La ignorancia, la superstición y el temor son tres rufianes, por medio de los cuales es asesinado el espíritu del bien y se establece en su lugar un reino falso, controlado por los malos pensamientos, los malos sentimientos y las malas acciones. En el universo material el mal siempre parece victorioso.
«En este sentido —escribe Daniel Sickels—, el mito de los tirios se repite permanentemente en la historia de los asuntos humanos. Orfeo fue asesinado y su cuerpo fue arrojado al Hebro; a Sócrates lo obligaron a beber cicuta, y en todas las épocas hemos visto que el Mal triunfa momentáneamente y la Virtud y la Verdad son calumniadas, perseguidas, crucificadas y asesinadas. Sin embargo, la Justicia Eterna pasa con seguridad y rapidez por el mundo: los tifones, los hijos de la oscuridad, los que conspiran para cometer delitos y todas las formas infinitamente variadas del mal caen en el olvido y la Verdad y la Virtud —postradas durante un tiempo — surgen envueltas en una majestad más divina y coronadas de gloria eterna.»
Existen motivos abundantes para sospechar que la orden masónica moderna ha estado profundamente influida por la sociedad secreta de Francis Bacon —si es que en realidad no ha surgido de ella—, pero no cabe duda de que en su simbolismo están presentes los dos grandes ideales de Bacon: la educación universal y la democracia universal. Los enemigos mortales de la educación universal son la ignorancia, la superstición y el miedo, que mantienen el alma humana cautiva de la parte más baja de su propia constitución. Los enemigos consumados de la democracia universal siempre han sido la corona, la tiara y la antorcha. Por eso, Hiram simboliza el estado ideal de emancipación espiritual, intelectual y física que siempre se ha sacrificado en el altar del egoísmo humano. Hiram es el Embellecedor de la Casa Eterna. No obstante, el utilitarismo moderno sacrifica lo bello en aras de lo práctico y a renglón seguido proclama la evidente mentira de que el egoísmo, el odio y la discordia son prácticos.
El doctor Orville Ward Owen encontró una parte considerable de los primeros treinta y dos grados del ritual masónico oculta en el texto del Primer Folio de Shakespeare. También se pueden ver emblemas masónicos en las portadas de casi todos los libros publicados por Bacon. Sir Francis Bacon se consideraba a sí mismo un sacrificio vivo en el altar de la necesidad humana; es evidente que fue segado en mitad de su trabajo y cualquiera que analice su Nueva Atlántida reconocerá en ella el simbolismo masónico. Según las observaciones de Joseph Fort Newton, el templo de Salomón descrito por Bacon en aquella novela utópica no era en realidad un edificio, sino el nombre de un estado ideal. ¿Acaso no es cierto que el templo de la masonería también es emblemático de una condición de la sociedad? Puesto que, como ya hemos dicho, los principios de la leyenda de Hiram tienen muchísima antigüedad, podría ser que su forma actual se basara en incidentes de la vida de lord Bacon, que pasó por la muerte filosófica y «resucitó» en Alemania. Según un viejo manuscrito, la Orden Masónica fue formada por alquimistas y filósofos herméticos que se habían unido para proteger sus secretos contra los métodos infames utilizados por personas codiciosas para arrancarles el secreto de la fabricación del oro. El hecho de que la leyenda hirámica contenga una fórmula alquímica aporta veracidad a esta historia. Por consiguiente, la construcción del Templo de Salomón representa la consumación de la magnum opus, que no se puede llevar a cabo sin la colaboración de Hiram, el representante universal. Los Misterios masónicos enseñan al iniciado a preparar en su propia alma un poder de proyección milagroso que le permita convertir la masa vil de la ignorancia, la perversión y la discordia humanas en un lingote de oro espiritual y filosófico. Existe suficiente similitud entre el Hiram masónico y la Kundalini del misticismo hindú para justificar la hipótesis de que Hiram tal vez simbolice también el fuego sagrado que pasa por el sexto ventrículo de la columna vertebral.
La ciencia exacta de la regeneración humana es la clave perdida de la masonería, porque cuando el fuego sagrado se eleva y atraviesa los treinta y tres grados o segmentos de la columna vertebral y entra en la cámara abovedada del cráneo humano, entra finalmente en el cuerpo pituitario (Isis), donde invoca a Ra (la glándula pineal) y exige el nombre sagrado. La masonería operativa, en el sentido más amplio del término, significa el proceso por medio del cual se abre el ojo de Horus. E. A. Wallis Budge destaca que, en algunos de los papiros que ilustran la entrada de las almas de los difuntos en la sala del juicio de Osiris, el difunto lleva una piña en la coronilla. Los misterios griegos también llevaban una vara simbólica, cuyo extremo superior tenía forma de piña, llamada el «tirso de Baco». En el cerebro humano hay una glándula minúscula, llamada cuerpo o glándula pineal, que es el ojo sagrado de los antiguos y corresponde al tercer ojo de los Cíclopes. Poco se sabe sobre la función de este órgano, que Descartes sugirió (con más sabiduría que conocimiento) que podía ser la morada del espíritu del hombre. Como su nombre indica, la glándula pineal es la piña sagrada humana, el ojo único, que no se puede abrir hasta que Hiram (el fuego sagrado) «resucita» y atraviesa los sellos sagrados, que en Asia reciben el nombre de «las siete iglesias». Hay una pintura oriental en la que aparecen tres soles. Uno cubre la cabeza, en medio de la cual está sentado Brahma, que tiene cuatro cabezas y el cuerpo de un color oscuro misterioso. El segundo, que cubre el corazón, el plexo solar y la parte superior del abdomen, muestra a Vishnu sentado en flor de loto sobre un lecho formado por las espirales de la serpiente del movimiento cósmico, cuya cabeza de siete capuchas forma un dosel por encima del dios. El tercer sol está encima del aparato reproductor, en medio del cual está Shiva, con el cuerpo de color blanco grisáceo, y con el río Ganges que le fluye de la coronilla. La pintura fue obra de un místico hindú que dedicó muchos años a ocultar grandes principios filosóficos en aquellas figuras. Las leyendas cristianas también podrían relacionarse con el cuerpo humano según el mismo método que las orientales, porque los significados arcanos ocultos en las enseñanzas de las dos escuelas son idénticos. Aplicados a la masonería, los tres soles representan las puertas del templo en las que Hiram fue atacado; no hay puerta al Norte, porque el sol nunca brilla desde el ángulo septentrional del cielo. El Norte es el símbolo de lo físico, por su relación con el hielo (el agua cristalizada) y con el cuerpo (el espíritu cristalizado). En el hombre, la luz brilla hacia el norte, pero nunca desde allí, porque el cuerpo carece de luz propia, pero su brillo refleja el esplendor de las partículas vitales divinas que están ocultas dentro de la sustancia física. Por este motivo, se acepta a la luna como símbolo de la naturaleza física del hombre. Hiram es el agua fogosa y etérea que debe resucitar a través de los tres grandes centros simbolizados por la escalera de tres travesaños y las flores con forma de soles mencionadas en la descripción de la pintura hindú. También debe ascender mediante la escalera de siete travesaños: los siete plexos próximos a la columna. Los nueve segmentos del sacro y el cóccix están perforados por diez orificios, por los cuales pasan las raíces del árbol de la Vida. El nueve es el número sagrado del hombre y en el simbolismo del sacro y el cóccix se oculta un gran misterio. Los primeros cabalistas llamaban a la parte del cuerpo que está por debajo de los riñones «la tierra de Egipto», a la cual fueron llevados los hijos de Israel durante su cautiverio. Al salir de Egipto, Moisés (la mente iluminada, como su nombre implica) condujo a las tribus de Israel (las doce facultades) levantando la serpiente de bronce en el desierto sobre el símbolo de la cruz de Tau. No solo Hiram sino los hombres Dioses de casi todos los rituales mistéricos paganos son personificaciones del fuego sagrado en la médula espinal humana. No olvidemos tampoco el aspecto astronómico de la leyenda de Hiram. El sol representa todos los años la tragedia de Hiram al pasar por los signos del Zodiaco.
«Del viaje del sol por los doce signos —escribe Albert Pike—proceden la leyenda de los doce trabajos de Hércules y las encarnaciones de Vishnu y Buda. De allí viene la leyenda del asesinato de Jurum, el representante del Sol, por los tres compañeros, símbolos de los signos de invierno, Capricornio, Acuario y Piscis, que lo atacaron en las tres puertas del Cielo y lo mataron en el solsticio de invierno. De ahí su búsqueda por parte de los nueve compañeros, los otros nueve signos, su hallazgo, su entierro y su resurrección».
Según otros autores, los tres asesinos del Sol fueron Libra. Escorpio y Sagitario, dado que Osiris fue asesinado por Tifón, a quien se asignaban los treinta grados de la constelación de Escorpio. En los Misterios cristianos, también Judas representa al Escorpión y las treinta monedas de plata por las que traicionó a su Señor representan el número de grados de aquel signo. Después de ser atacado por Libra (el Estado), Escorpio (la Iglesia) y Sagitario (la plebe), el sol (Hiram) es transportado en secreto a través de la oscuridad por los signos de Capricornio, Acuario y Piscis y enterrado en la cima de una colina (el equinoccio vernal). Capricornio lleva como símbolo a un anciano con una guadaña en la mano. Se trata del Tiempo, un caminante, que en la masonería se representa estirando los tirabuzones del pelo de una niña pequeña. Si la virgen que llora se considera el símbolo de Virgo y el Tiempo, con su guadaña, el símbolo de Capricornio, entonces el intervalo de noventa grados entre estos dos signos tendrá que corresponder al ocupado por los tres asesinos Desde un punto de vista esotérico, la urna que contiene las cenizas de Hiram representa el corazón humano. Saturno, el anciano que vive en el Polo Norte y lleva a los hijos de los hombres una ramita de un árbol de hoja perenne (el árbol de Navidad), es conocido entre los pequeños como Santa Claus, porque todos los inviernos trae el regalo de un año nuevo.
El Sol martirizado es descubierto por Aries, un compañero, y en el equinoccio vernal comienza el proceso de resucitarlo. Finalmente lo consigue el león de Judá, que, en tiempos antiguos, ocupaba el puesto de la clave en el arco real del cielo. La precesión de los equinoccios hace que diversos signos desempeñen el papel de asesinos del sol durante las distintas épocas del mundo, aunque el principio implícito sigue intacto. Esta es la historia cósmica de Hiram, el benefactor universal, el arquitecto fogoso de la Casa de Dios, que se lleva a la tumba la Palabra Perdida que, cuando se pronuncia, «resucita» la vida al poder y la gloria. Según el misticismo cristiano, cuando la encuentran, la Palabra Perdida está en un establo, rodeada de animales y marcada por una estrella. «Cuando el sol sale de Leo —escribe Robert Hewitt Brown—, los días se empiezan a acortar claramente a medida que el sol desciende hacia el equinoccio otoñal; entonces lo vuelven a matar los tres meses de otoño, permanece muerto los tres meses de invierno y es resucitado otra vez por los tres meses de verano. Todos los años se repite la gran tragedia y tiene lugar la gloriosa resurrección.»
Se dice que Hiram está «muerto», porque, en el individuo medio, la manifestación de las fuerzas creativas cósmicas se limita a una expresión puramente física y, por consiguiente, materialista. Obsesionado por su creencia en la realidad y la permanencia de la existencia física, el hombre no establece ninguna relación entre el universo material y el muro septentrional en blanco del templo. Del mismo modo que se dice que la luz solar muere simbólicamente al acercarse al solsticio de invierno, se puede decir que el mundo físico es el solsticio de invierno del espíritu. Al llegar al solsticio de invierno, da la impresión de que el sol se queda inmóvil durante tres días, al cabo de los cuales hace rodar la piedra del invierno y empieza su marcha triunfal hacia el norte, en dirección al solsticio de verano. El estado de ignorancia se puede comparar con el solsticio de invierno de la filosofía y el conocimiento espiritual, con el solsticio de verano. Desde este punto de vista, la iniciación en los Misterios se convierte en el equinoccio vernal del espíritu y en ese momento el Hiram que hay en el hombre pasa del reino de la mortalidad al de la vida eterna. El equinoccio otoñal es análogo a la caída mitológica del hombre, cuando el espíritu humano descendió a los reinos del Hades al sumergirse en la ilusión de la existencia terrestre.
En An Essay on the Beautiful, Plotino describe el efecto mejorador que produce la belleza en la conciencia cada vez mayor del hombre. Como encargado de la decoración de la Casa Eterna, Hiram Abí encarna el principio embellecedor. La belleza es fundamental para el desarrollo natural del alma humana. Los Misterios sostenían que el hombre, al menos en parte, era producto de su entorno. Por consiguiente, les parecía fundamental que cada persona estuviera rodeada de objetos que evocaran los sentimientos más nobles y más elevados. Demostraron que se podía producir belleza en la vida rodeando la vida de belleza. Descubrieron que las almas que estaban siempre en presencia de cuerpos simétricos construían cuerpos simétricos y que las mentes rodeadas de ejemplos de nobleza mental producían pensamientos nobles. Por el contrario, si se obligaba a alguien a mirar una estructura innoble, la visión le despertaría una sensación de bajeza que lo incitaría a cometer bajezas. Si en medio de una ciudad se levantase un edificio desproporcionado, en esa comunidad nacerían niños mal proporcionados y la vida de los hombres y las mujeres que contemplaran aquella construcción asimétrica no sería armoniosa. Los hombres reflexivos de la Antigüedad advirtieron que sus grandes filósofos eran una consecuencia natural de los ideales estéticos de la arquitectura, la música y el arte establecidos como norma en los sistemas culturales de aquella época.
La sustitución de la armonía de la belleza por la discordancia de lo fantástico constituye una de las grandes tragedias de todas las civilizaciones. No solo eran hermosos los dioses salvadores del mundo antiguo, sino que cada cual ejercía un sacerdocio de la belleza e intentaba lograr la regeneración del hombre despertando en él el amor por lo bello. Solo se puede conseguir que renazca la época dorada de la fábula si se eleva la belleza a la dignidad que le corresponde, como cualidad omnipresente e idealizante en el aspecto religioso, el ético, el sociológico, el científico y el político de la vida. Los Arquitectos Dionisíacos se consagraban a «resucitar» su espíritu maestro, la Belleza Cósmica, del sepulcro de la ignorancia material y el egoísmo levantando edificios que eran ejemplos tan perfectos de simetría y majestuosidad que en realidad constituían fórmulas mágicas con las cuales evocaban el espíritu del Embellecedor martirizado, sepultado en un mundo materialista.
En los Misterios masónicos, el espíritu trino del hombre (la delta) se representa mediante los tres Grandes Maestros de la logia de Jerusalén. Como Dios es el principio que está presente en los tres mundos, en cada uno de ellos se manifiesta como un principio activo, de modo que el espíritu del hombre, al ser partícipe de la naturaleza de la divinidad, vive en tres planos del ser: la esfera suprema, la superior y la inferior de los pitagóricos. A la entrada de la esfera inferior (el infierno o el lugar donde habitan las criaturas mortales), está el guardián del Hades: el perro de tres cabezas, Cerbero, análogo a los tres asesinos de la leyenda de hirámica. Según esta interpretación simbólica del espíritu trino, Hiram es la tercera parte, la que se encarna: el Maestro Constructor que, a lo largo de todas las épocas, levanta templos vivos de carne y hueso como santuarios de lo más alto. Hiram se presenta como una flor y la cortan; muere a las puertas de la materia; es enterrado en los elementos de la creación, pero, a semejanza de Thor, agita su martillo poderoso en los campos del espacio, pone en movimiento los átomos primigenios e impone el orden en el caos. Como potencialidad del poder cósmico que reside en cada alma humana, Hiram espera a que el hombre, mediante el ritualismo complejo de la vida, convierta la potencialidad en potencia divina. Sin embargo, a medida que aumentan las percepciones sensoriales del individuo, el hombre adquiere cada vez mayor control de sus distintas partes y el espíritu de la vida interior poco a poco alcanza la libertad. Los tres asesinos representan las leyes del mundo inferior —nacimiento, desarrollo y decadencia— que cada vez frustran el plan del Constructor. Para el individuo medio, el nacimiento físico en realidad significa la muerte de Hiram y la muerte física, su resurrección. El iniciado, en cambio, alcanza la resurrección de la naturaleza espiritual sin la intervención de la muerte física.
Según la interpretación de S. A. Zola, del grado 33 y antiguo Gran Maestro de la Gran Logia de Egipto, unos símbolos curiosos hallados en la base de la Aguja de Cleopatra, que actualmente se encuentra en el Central Park de Nueva York, tenían, en primer lugar, importancia masónica. Se encuentran marcas y símbolos masónicos en las piedras de numerosos edificios públicos, no solo en Inglaterra y en el continente europeo, sino también en Asia. En su Indian Masons’ Marks of the Moghul Dynasty, A. Gorhamdescribe muchísimas marcas que aparecen en los muros de edificios tales como el Taj Mahal, la Jama Masjid y una famosa construcción masónica: el Qutab Minar. Para los que consideran la masonería un producto de la sociedad secreta de arquitectos y constructores que durante miles de años constituyeron una casta de maestros artesanos, Hiram Abí fue el Gran Maestro tirio de una organización mundial de artesanos, cuyo cuartel general estaba en Tiro. Su filosofía consistía en incorporar a sus mediciones y sus ornamentaciones de templos, palacios, mausoleos, fortalezas y demás edificios públicos su conocimiento de las leyes que controlaban el universo. A cada obrero iniciado se le asignaba un jeroglífico con el que marcaba las piedras que cuadraba, para demostrar a toda la posteridad que así dedicaba al Arquitecto Supremo del universo cada uno de los frutos perfectos de su trabajo. Con respecto a las marcas de los masones, Robert Freke Gould escribe lo siguiente:
Es muy sorprendente que estas marcas se encuentren en todos los países —en las cámaras de la Gran Pirámide de Gizeh, en las murallas subterráneas de Jerusalén, en Pompeya y en Herculano, en murallas romanas y en templos griegos, en el Indostán, en México, en Perú y en Asia Menor—, así como también en las grandes ruinas de Inglaterra, Francia, Alemania, Escocia, Italia, Portugal y España.
Desde este punto de vista, es muy posible que la historia de Hiramrepresente la incorporación de los secretos divinos de la arquitectura a las partes y las dimensiones reales de los edificios terrenales. Los tres grados de la Hermandad entierran al Gran Maestro (el gran arcano) en el edificio real que construyen, después de haberlo matado con las herramientas del constructor, rebajando al espíritu sin dimensiones de la belleza cósmica a las limitaciones de la forma concreta. No obstante, meditando sobre la construcción, el Maestro Masón puede resucitar los ideales abstractos de la arquitectura y extraer de ellos los principios divinos de la filosofía arquitectónica que están incorporados o «sepultados» en ellos. Por consiguiente, el edificio físico en realidad es la tumba o la personificación del ideal creativo, del cual las dimensiones materiales no son más que la sombra. Además, se puede considerar que la leyenda de Hiram encarna las vicisitudes de la filosofía misma. Como instituciones destinadas a difundir la cultura ética, los Misterios paganos fueron los arquitectos de la civilización. Su poder y su dignidad se personificaron en juran el Maestro Constructor, pero al final sucumbieron al ataque de aquel trío recurrente compuesto por el Estado, la Iglesia y la plebe. Fueron profanados por el Estado, celoso de su riqueza y su poder; por la Iglesia primitiva, temerosa de su sabiduría, y por la muchedumbre o la soldadesca, incitadas tanto por el Estado como por la Iglesia. Así como Hiram, cuando resucita de su tumba, susurra la palabra del Maestro Masón que se perdió por su muerte prematura, el restablecimiento o la resurrección de los Misterios antiguos, según los principios de la filosofía, tendrá como consecuencia el redescubrimiento de la enseñanza secreta, sin la cual la civilización debe continuar en un estado de confusión e incertidumbre espiritual.
Cuando gobierna la plebe, el hombre es dominado por la ignorancia; cuando gobierna la Iglesia, es dominado por la superstición, y cuando gobierna el Estado, es dominado por el miedo. Para que los hombres puedan vivir juntos en armonía y entendimiento, hay que convertir la ignorancia en sabiduría, la superstición en fe iluminada y el miedo en amor. Aunque se afirme lo contrario, la masonería es una religión que pretende unir a Dios y al hombre, elevando a sus iniciados a un nivel de conciencia en el cual puedan contemplar con visión clara las obras del Gran Arquitecto del universo. De una época a otra, perdura la visión de una civilización perfecta como ideal para la humanidad, en medio de la cual habrá una universidad poderosa, en la que se enseñarán libremente las ciencias sagradas y las seculares relacionadas con los misterios de la vida a todos los que asuman la vida filosófica. Allí no tendrán cabida el credo ni el dogma; se eliminará lo superficial y solo se mantendrá lo esencial. El mundo será gobernado por las mentes más preclaras y cada uno ocupará el puesto para el cual esté mejor preparado. La gran universidad se dividirá en grados, a los que se accederá por medio de pruebas preliminares o iniciaciones. En ella se enseñará a la humanidad el más sagrado, el más secreto y el más imperecedero de todos los Misterios: el simbolismo. Allí se enseñará a los iniciados que todos los objetos visibles, todos los pensamientos abstractos y todas las reacciones emocionales no son más que símbolos de un principio eterno. Allí la humanidad aprenderá que Hiram (la Verdad) está enterrado en cada uno de los átomos del Cosmos, que toda forma es un símbolo y que todo símbolo es la tumba de una verdad eterna. Mediante la educación —espiritual, mental, moral y física—, el hombre aprenderá a desprender las verdades vivas de la capa inerte que las envuelve. En definitiva, el gobierno perfecto de la tierra debe tomar como modelo el gobierno divino por el que se rige el universo. El día que se restablezca el orden perfecto, cuando triunfen la paz universal y el bien, los hombres ya no buscarán la felicidad, porque la encontrarán en sí mismos. Las esperanzas muertas, las aspiraciones muertas y las virtudes muertas saldrán de su tumba y el espíritu de la belleza y la bondad, asesinado una y otra vez por hombres ignorantes, volverá a ser el maestro de obras. Entonces los sabios se sentarán en los asientos de los poderosos y los dioses caminarán con los hombres.