segunda-feira, 24 de abril de 2023

J. M. RAGÓN - LOS MISTERIOS INSTITUÍDOS POR LOS LEGISLADORES

Las enseñanzas sublimes recibidas en los misterios respecto a materias que tenían suma importancia para la humanidad enseñaban a vencer la barbarie de los pueblos, a pulir sus cos­tumbres y a establecer gobiernos sobre verdaderos principios, lo cual demuestra que los misterios fueron originariamente in­ventados por los legisladores que habrían aprendido la antigua sabiduría de la India.

El exacto parecido existente entre las ceremonias de los mis­terios griegos, egipcios y otros, así como entre lo que en unos y en otros se enseñaba, demuestra que su procedencia original ha sido Egipto. Además, Heródoto, Diodoro de Sicilia y Plu­tarco lo dicen expresamente y toda la antigüedad opinaba de modo unánime sobre este punto. Sin embargo, los Estados y las ciudades griegas se disputaron durante mucho tiempo el origen de los misterios. Los tracios, los cretenses y los atenienses reclamaban para sí su invención. El escándalo que producen en nuestros días algunos masones cuando disputan acerca de la excelencia o de la preeminencia de sus ritos nos recuerda estas antiguas disputas. Pero el pretexto se desvanecía cuando se recurría a los misterios de Egipto como origen común e indis­cutible1. Ahora bien, los magistrados fueron quienes estable­cieron en Egipto el culto religioso, cuyas ceremonias y dogmas encaminaron siempre hacia fines políticos.

Los sabios que los llevaron desde Egipto al Asia, a Grecia y a Bretaña fueron siempre legisladores o reyes, como por ejemplo Zarathustra, Inaco, Orfeo, Melampo, Trofonio, Mi­nos, Ciniras, Erecteo y los Druidas.

Otra prueba del origen político de los misterios es que el soberano era quien presidía los de Eleusis, pues era represen­tado por un presidente denominado Basileis, palabra que sig­nifica rey2, sin duda en memoria del primer fundador. Este oficial tenía cuatro adjuntos elegidos por el pueblo y llamados Epimeletas (curadores)3. Los sacerdotes no eran más que ofi­ciales subalternos, y no participaban en modo alguno en la dirección suprema de los misterios.

Podemos recurrir al dogma para apoyar este aserto, pues generalmente se enseñaba a los iniciados a llevar una vida virtuosa para alcanzar una dichosa inmortalidad, doctrina que era la de los legisladores y no la de los sacerdotes, los cuales concedían el Elíseo a precio más barato, pues no exigían más que unas cuantas oblaciones, sacrificios y ceremonias. Locke ha descrito esto con elocuencia cuando dice que “los sacerdotes no se preocupaban en enseñar la virtud, pues decían que para contentar a los dioses bastaba con observar ardiente y escru­pulosamente las ceremonias, con ser puntual a los solemnes días de fiesta y con cumplir de modo fiel las otras vanas y supers­ticiosas prácticas de la religión. Pocos eran los que frecuen­taban las escuelas de los filósofos para instruirse en sus deberes y aprender a discernir lo bueno de lo malo en sus acciones; los sacerdotes eran más cómodos y todo el mundo se dirigía a ellos. En efecto, era más fácil hacer lustraciones y sacrificios que tener la conciencia pura y seguir con perseverancia los preceptos de la virtud. El sacrificio expiatorio, que suplía a la carencia de vida virtuosa, era más cómodo que la práctica constante de las severas máximas morales”.

Por lo tanto, estamos ciertos de que la institución que en­señaba la necesidad de la virtud debía su origen a los legis­ladores, para cuyos propósitos era ésta absolutamente nece­saria4.

Todos los legisladores antiguos fueron iniciados. La inicia­ción en los misterios consagraba su carácter y santificaba sus funciones. Su política tenía por objeto ennoblecer por medio del ejemplo la institución de que eran fundadores. Esta ini­ciación es la que Eneas recomienda a Anquises, cuando le dice: Marchad a Italia, llevaos con vosotros a jóvenes elegidos y valerosos. En el Lacio tendréis que combatir contra un pue­blo bárbaro y rudo; pero, antes, descended a los infiernos5.

Isócrates, interlocutor de uno de los diálogos platónicos, dice: “Yo opino que, sean quienes fueren los que establecieron los misterios, eran muy hábiles en el conocimiento de la na­turaleza humana6. Cicerón estimaba que los misterios eran tan útiles al Estado que, en una ley que proscribe los sacri­ficios nocturnos7 ofrecidos por las mujeres, exceptúa expre­samente los misterios de Ceres y los sacrificios a la Buena Diosa. En esta ocasión llama a los misterios eleusinos, misterios au­gustos y respetables, y la razón que alega para hacer esta excepción en sus leyes, es que no sólo tiene en cuenta a los romanos, sino también a todas las naciones que se gobiernan por medio de principios justos y ciertos. Y añade: “Yo creo que entre las numerosas, divinas, excelentes y útiles inven­ciones que debe el género humano a la ciudad de Atenas, no hay ninguna comparable a los misterios, los cuales han hecho que la vida salvaje y feroz sea substituida por la humanidad y urbanidad de las costumbres. Con razón se les caracteriza con la palabra iniciación, porque por medio de ellos hemos aprendido los primeros fundamentos de la vida, y, no sólo nos enseñan a vivir de manera más consoladora y agradable, sino que aminoran los sufrimientos de la muerte con la es­peranza de una suerte mejor”8.

Mientras los misterios existían exclusivamente en Egipto y los legisladores griegos iban a iniciarse a este país, es natural que sólo se hablase de esta ceremonia en términos pomposos y alegóricos. A esto contribuían en parte las costumbres de los egipcios, el carácter de los viajeros y, sobre todo, la política de los legisladores quienes, deseosos de civilizar al pueblo, cuan­do retornaban a sus países juzgaron que sería útil hablarle de la iniciación, y decirle que en ella le habían mostrado en un espectáculo el estado en que vivían los muertos, descen­diendo realmente a los infiernos. Esta manera de hablar se continuó empleando, aun después de haber sido introducidos en Grecia los misterios, como lo indica la fábula del descenso de Hércules y Teseo a los infiernos. Así se decía que Orfeo había descendido a los infiernos por el poder de su lira9, lo cual demuestra evidentemente que era en calidad de legis­lador; pues sabido es que la lira es el símbolo de las leyes de que se valió él para civilizar a un pueblo ignorante y bárbaro.