segunda-feira, 24 de abril de 2023

J. M. RAGÓN - GRADO DE COMPAÑERO

SEGUNDO GRADO SIMBÓLICO

GRADO DE COMPAÑERO

HERMANOS:


Debido a una de esas contradicciones en que suelen incurrir los hombres, el grado de Compañero, segunda etapa de la ini­ciación masónica, es uno de los más importantes y, a la vez, uno de los más descuidados en la Francmasonería. Es importante por su origen histórico y simbólico, por su interpretación y por los desarrollos de que es susceptible, los cuales predisponen al candidato para recibir el complemento de la iniciación en el sublime grado de Maestro; ha sido descuidado, porque sus emblemas, puramente morales, hablan poco a los sentidos, y porque la mayoría de los hombres no se dejan conducir mas que por agentes externos, puesto que, al no tener signo ninguno aparente, no halaga al amor propio, como ciertos grados en que se cubre a quienes los poseen con cordones y otras mues­tras de rango y de dignidad.


Compañero1, es el nombre con que se designa en ciertas artes mecánicas al obrero que, tras de haberse instruido sufi­cientemente, trabaja a las órdenes del Maestro, en espera de llegar a ser lo que él es. Sabido es que los obreros pertene­cientes a ciertas profesiones formaban asociaciones que guardan cierta relación con la Masonería.


Compañero es el nombre que se otorga en las iniciaciones modernas al neófito que, tras haber pasado algún tiempo en el grado anterior, se prepara por medio de nuevas enseñanzas a recibir el grado de Maestro; tal es el grado que ha venido a sustituir al del iniciado de segundo orden o neófito de Egipto y mysto de los misterios eleusinos2.


En Oriente, el aspirante era proclamado soldado de Mithra, y podía llamar a todos los iniciados Compañeros de armas, es decir, hermanos suyos, cuando había pasado por pruebas durísimas y crueles.


Luego llegaba a ser león, palabra que, aparte de su interpre­tación astronómica (el sol de verano, en este signo), tenía otra moral, puesto que recordaba la fuerza, notable expresión del compañero moderno que se graba por medio de una inicial en la columna del mediodía (B.·.). Estos diversos grados ser­vían de preparación para otro más sublime, en el que se reve­laban los misterios y el mismo Mithra se manifestaba a sus elegidos.


Los cristianos primitivos llamaban catecúmenos, es decir, aspirantes a los individuos que se preparaban para recibir el bautismo o iniciación. Estos catecúmenos no podían asistir a los misterios ni al sacrificio. Sabido es que la parte de la misa a que ellos asistían, denominada misa de los catecúmenos, ter­minaba en el Canon, mejor dicho, después de las instrucciones se les daba, a saber: la de la ley antigua o lecciones apos­tólicas dadas por el subdiácono, es decir, por un aspirante al sacerdocio, y las del Nuevo Testamento o lectura del libro sagrado hecha por el diácono o sacerdote del segundo orden. En el rito escocés existen todavía los diáconos y los subdiá­conos3.


Los catecúmenos eran bautizados en cuanto aprendían las enseñanzas requeridas; recibían desde ese momento el nombre de neófitos o recién nacidos, y asistían a los misterios y a los ágapes o banquetes religiosos. Sin embargo, no tomaban parte en ellos hasta haber transcurrido determinado tiempo y haber aprendido nuevas doctrinas; después de lo cual, recibían a un mismo tiempo el alimento celeste y la confirmación, por cuyo medio se manifestaba el espíritu santo a los iniciados. Esta identidad de formas con los misterios e iniciaciones antiguos establece suficientemente la identidad de objeto y de origen.


De suerte que el grado segundo constituía en todos los mis­terios una etapa importante y servía de preparación indispen­sable para el tercero. Lo mismo ocurre todavía en la Masonería moderna.


Al ascender el aprendiz a Compañero pasa del perpendículo al nivel, es decir, de la columna J.·. a la B.·.4


El número tres va sucedido en este grado por el cinco; éste, que de por sí indica un progreso, sirve para recordarnos que la duración de los estudios precedentes a la manifestación era de cinco años entre los antiguos. Pitágoras sometía, también, a sus discípulos durante cinco años al silencio y al estudio.


El aprendiz que desee obtener el grado de Compañero debe conocer todo cuanto constituye el primero, y debe poder explicarlo en su sentido exotérico5, porque habéis de saber que, en todos los misterios antiguos, existía una doble doctrina, lo cual se encuentra por doquiera: en Menfis, en Samotracia, en Eleusis, entre los magos y brahmanes de Oriente, así como entre los druidas de Germania y de las Galias, en los misterios de las sectas judías y de los cristianos primitivos y, asimismo, en los de la buena diosa. Por todas partes se ven emblemas que tienen un significado físico y reciben interpretación doble; una de ellas natural y en cierto aspecto material, que se en­cuentra al alcance de los espíritus vulgares; otra, sublime y filosófica, que no se comunicaba más que a los hombres inte­ligentes que habían comprendido el significado oculto de las alegorías durante su permanencia en el grado de compañero. Únicamente a estos últimos era a quienes se confiaba el estu­dio de las ciencias abstractas y de la alta filosofía; para ellos, los dioses vulgares a que adoraba el vulgo con la frente hun­dida en el polvo, no eran sino bloques de piedra, que servían para recordarle los deberes del hombre y los misterios de la Naturaleza. Estas estatuas, seductoras por su belleza o espan­tables por sus deformidades repugnantes, recordaban las virtu­des a que se debía amar y los vicios de que era preciso huir.


Volvamos al pasado, siquiera sea por ayudar a los aprendices, a quienes los trabajos profanos impidieron que oyeran la in­terpretación de su grado. La Masonería es tan fecunda que no habrá necesidad de que repitamos lo que antes dijimos.


La reunión de los hombres en sociedad fue la primera ins­titución humana. El estado de naturaleza y el estado social son las dos referencias generales bajo las cuales debe considerarse la especie humana.


Al examinar al hombre desde este doble punto de vista ha sido preciso conocer por medio de que elementos y principios ha pasado del uno al otro. Tomar al hombre en estado de naturaleza, introducirlo en la sociedad, y darle, por el cono­cimiento de sus deberes y de los sagrados principios del orden social, los medios para adquirir las cualidades que deben coor­dinarle con sus semejantes y conducirle a la felicidad, tal es la base de la iniciación del primer grado, en el cual se trabaja en preparar al hombre para la sociedad, enseñándole a reprimir sus perjudiciales pasiones y acostumbrándole a ejercitar las cualidades útiles.


Una vez establecido el primer estado del hombre, no tarda­ron en construirse ciudades; Tubal Cain, hijo de Caín, nos enseña las artes; las artes, digo, fueron inventadas. El comercio nació y se propagó; más tarde, el lujo corrompió las costumbres; los crímenes se multiplicaron; promoviéronse disputas entre los hombres; las guerras dividieron a las naciones; la fuerza oprimió a los débiles y la violencia se apoderó de lo que le negaba la justicia.


Las pruebas del primer grado recuerdan todas estas vicisi­tudes. El hombre de la naturaleza no es ya feliz desde que otros hombres, en vez de cultivar la tierra, se disputan su pose­sión, palabra que es otra interpretación de Tubalcaín. La agri­cultura y el pastoreo no son ya las únicas ocupaciones del hombre pacífico; todavía hay algunos que labran la tierra, pero, pueden venir otros a arrebatarles los frutos con las armas en la mano. Nada está asegurado para el hombre virtuoso, por eso aspira a un nuevo y mejor orden de cosas, y anhela un segundo grado iniciático, porque está convencido de que cuanto más estudie la gran obra del Arquitecto del Universo, mejor conocerá la grandeza, la bondad y la perfección del sistema univer­sal, y podrá apreciar los principios por que el gobernador de los mundos conduce su gobierno moral. En fin, él penetra en ese edificio en cuya construcción no se han utilizado los meta­les, templo de que los nuestros son símbolo; para entre dos columnas, cuyos nombres le enseñan que el templo simbólico a cuya construcción debe contribuir el hombre virtuoso ha de asentarse sobre los cimientos de la fuerza.


El ritual dice al aspirante que la palabra de paso del apren­diz, Tub.·., significa possessio orbis. Sabido es que Thubal pue­de muy bien significar en hebreo la tierra habitable, como Cain puede expresar la idea de posesión. Bien está que los hombres posean la tierra, pero la justicia debe dividir las parcelas y asegurar el disfrute de ellas a los propietarios. Cuando hoy día espera el aspirante oír lecciones de sabiduría y principios de una moral sana se le comunica una idea terrible: possessio orbis..., que es la divisa del conquistador, del expo­liador, del guerrero y de quienes son capaces de cometer los más atroces crímenes y las más espantosas crueldades para satisfacer sus ambiciones. ¿Qué haría con semejante divisa el masón bueno, pacífico y virtuoso que ha prometido luchar por la felicidad de sus semejantes? No creamos que los fundadores de la Masonería hayan olvidado que todo sistema político se ha de basar en la justicia, ni que ningún legislador podría sepa­rar la posesión del derecho.


Las obras y monumentos de la antigüedad nos enseñan que, en los primeros momentos de las sociedades conocidas, existió un hombre superior a sus contemporáneos, a quienes hizo pasar de la vida salvaje al estado social; un hombre que fue el fun­dador de los misterios religiosos, separando de esta manera lo sagrado de lo profano. Este mismo hombre fue el inventor de la música y de la lira; fue el primer cantor de la divinidad y el descubridor de todas las armonías.


He aquí como la asociación de los hombres y el estableci­miento de los misterios forman una institución idéntica debido a la labor de un sabio. Esta institución ha perdurado, y la ce­remonia de que va acompañada la admisión de los hombres en la sociedad, se ha transformado en los pueblos civilizados en un acto político al propio tiempo que religioso.


Pero la sociedad degeneró pronto, y la necesidad de su perfeccionamiento hizo sentir a quienes habían conservado sus ideas morales, fruto de las primeras instituciones, la necesidad de restablecerlas y de perfeccionar el orden social.


Entonces, en vez de tomar al hombre salvaje para convertirle en hombre social, se tomó el hombre social para perfeccionarle. Para llevar a cabo esta labor sin exponerse al fracaso, los cole­gios iniciáticos se convirtieron en guardianes de los conoci­mientos más útiles y de los estudios más profundos. En estas escuelas secretas se enseñaba todo: matemáticas, astronomía, na­vegación, arqueología, historia, música6, gramática, retórica, legislación, política o arte de gobernar y el arte de curar.


Los estudios iniciáticos tenían como objeto el dogma de la existencia de Dios y la investigación de las leyes de la natura­leza, cuyos estudios habían de llevar al descubrimiento de la ciencia y del secreto de los iniciados.


La agricultura, hija y nutridora de la sociedad, constituyó junto con la astronomía, que debía servirle de guía, uno de los principales objetos de estudio; de ahí proceden los misterios de Ceres y el culto solar, todo lo cual no era para los iniciados más que la naturaleza y los astros. De esta suerte se hacía que los iniciados conociesen las leyes generales del universo y des­cubriesen el bien y el mal. No se tardó en ir más lejos todavía, lanzándose más allá de los límites de la existencia. Veamos como:


Los hombres salvajes buscaban las recompensas y temían los castigos en esta vida; pero los civilizados concibieron que la recompensa del bien realizado y el castigo del mal cometido debía realizarse en el porvenir. El Tártaro sirvió de castigo a los criminales. El Elíseo se abrió para los justos.


En estas escuelas fue en donde se cultivaron las inteligencias prodigiosas de los hombres que han llenado de asombro a la humanidad: Orfeo, Pitágoras, Moisés, Tales, Epicuro, Licurgo, Platón y otros sabios; a ellas se dirigían desde todos los países quienes anhelaban conocer la verdad. Estas escuelas fueron las que se negaron a abrir sus puertas al conquistador Alejan­dro, culpable del asesinato de sus amigos, al parricida Nerón, a Constantino manchado con la sangre de sus enemigos y a muchos otros más que, a pesar de ser menos famosos, no eran menos indignos de entrar en ellas.


Al interpretar el primer grado hemos demostrado que las ceremonias de estas iniciaciones misteriosas eran actos verda­deramente religiosos y solemnes, por los cuales abandonaba el hombre su estado de naturaleza para pasar al estado social, cuyo objeto consistía en el perfeccionamiento y en el progreso humanos.

Al observar las grandes analogías existentes entre los vesti­gios de los ritos antiguos y nuestros misterios, habéis llegado a convenceros de la identidad de la iniciación masónica con esa iniciación antigua. Desgraciadamente, la Masonería no pre­senta hoy más que una imagen imperfecta de esta brillante exis­tencia, ruinas de grandeza, sistema modificado por alteraciones progresivas, frutos de acontecimientos sociales y de circuns­tancias políticas.


¿Qué institución humana está al abrigo de las vicisitudes a que todo está sujeto en la naturaleza? La Masonería ha tenido que sufrir la suerte común de todas las obras humanas. ¿Cómo habría podido propagarse en medio de las persecuciones de la ciega ignorancia contra la filosofía? ¿Cómo hubiese podido subsistir sin participar de la corrupción general en los siglos de barbarie que sucedieron a los hermosos días de la docta y sabia antigüedad, o sufrir el choque de las ideas nuevas que se introducen como consecuencia de las revoluciones y de los derrocamientos de los imperios?


Así, pues, al salir de la India y el Egipto, los misterios se tiñeron con las costumbres de los pueblos en que se introdu­cían. Siempre religiosos, se modificaron, adaptándose a las religiones de ambiente: en Grecia, eran los misterios de la Buena Diosa; en la Galia, la escuela de Marte; en la Sicilia formaron la Academia (de las ciencias)7; entre los hebreos se convirtieron en reformadores de la religión, la cual se había sobrecargado de ritos, ceremonias y creencias que la desfigura­ban. Las pagodas de la India, las pirámides de Egipto, los retiros de los magos caldeos eran las fuentes en que se aprendía la sabiduría; cada pueblo algo instruido tenía sus misterios. Los templos de Grecia y hasta la misma escuela de Pitágoras perdieron su alta reputación; pero la Francmasonería ha venido a substituirlos. Basta lanzar una ojeada sobre la historia de los últimos diez mil años, para darse cuenta de estos acontecimien­tos; pero no pasemos de aquí, pues la parte histórica de los altos grados exige que no nos anticipemos.


La sociedad que protege y defiende, tiene necesidad de defen­sores. Era preciso, pues, inspirar al neófito virtud y valor, cuyas cualidades consisten tanto en la fuerza del alma como en el vigor del cuerpo; por eso existían esas largas y rigurosas prue­bas de la primera iniciación, de las que no son más que vagos simulacros aquellas por que acabáis de pasar.


Pero esta institución no tenía como únicos objetos la admi­sión del hombre en la sociedad, el estudio de todos los cono­cimientos y las prácticas de todas las virtudes exigidas por el orden social; sino que, además, aspiraba a elevar al iniciado hasta la divinidad. Tal era su objeto último; para llegar a él, se mostraban al neófito las operaciones de la naturaleza, medio seguro siempre de llegar a la inteligencia suprema que la orga­niza y gobierna con orden tan constante como admirable. Este último conocimiento se simboliza hoy día en el primer grado por medio del triángulo luminoso que resplandece en nues­tros templos, cuya interpretación se os enseñará en el tercer grado, así como la de la letra G, que os hará meditar sobre la estrella flamígera, recuerdo de una segunda época: la de la es­cuela pitagórica, cuyos preceptos y cuya historia os deben ser­vir de objeto de meditación.


Sí; hermano mío, si el primer grado presenta el cuadro de la civilización primitiva —en que, debido a las necesidades originadas por el crecimiento de la población, se desarrolló la inteligencia y nacieron las artes industriales— el segundo nos recuerda esa sabia época en que el genio del hombre colocó a Egipto y Grecia en la cumbre de una civilización desconocida, fruto de las ciencias y de las artes que habían de emancipar al género humano y prepararlo para la libertad.


Todo nos recuerda aquí la filosofía de Pitágoras, porque su escuela es la que más ha contribuido a la difusión de la cultura.


Para facilitaros el estudio de esta época brillante y civiliza­dora, voy a explicaros la doctrina más sublime de la antigüe­dad: la Metempsicosis; pero, antes, permitid que os dé a conocer al gran filósofo de que se habla en este grado.


PITÁGORAS, el hijo de Mnemarco, originario de la isla de Samos, nació en la ciudad fenicia de Sidón, en el año 590 antes de J. C. Llevado de un deseo ardiente de saber, recorrió gran parte de Asia; vivió en Egipto durante veinticinco años, y fue iniciado en los misterios de Dióspolis después de haber salido triunfante de austerísimas pruebas. Desde allí pasó a la tierra de los caldeos, en donde tuvo gran comercio con los sacerdotes hebreos y con el segundo de los Zarathustras. De vuelta a su país natal, dio leyes a muchas ciudades libres de Grecia; tuvo como discípulos a más de un soberano, fundó diversas repúbli­cas en Italia; apaciguó las sediciones que arruinaban a numerosas comunidades; restableció la calma y la paz en gran can­tidad de familias; civilizó las costumbres feroces de muchas naciones; hizo que volviesen a florecer la religión y la moral, y suavizó los sistemas de gobierno; en una palabra, la felicidad germinaba doquiera se adoptaban sus principios.


Se sabe que sus discípulos creían que las palabras del maestro eran oráculos de un dios, y que, para establecer un dogma, no alegaban más que esta célebre frase: Él lo ha dicho. Su casa recibía el nombre de santuario de la verdad, y el patio, el templo de las musas.


De su escuela salieron Arquitas, ilustre geómetra de quien dice Horacio que con infinitos cálculos midió la tierra y los cielos y se elevó hasta las regiones celestes; Lisis, el preceptor de Epaminondas; el famoso Empédocles, taumaturgo; Timeo de Locres, cuyos escritos todavía se conservan; Epicarmio, de Sicilia, quien, según afirma Cicerón, fue hombre meritísimo, y muchos más, entre los cuales citaremos a los tres sabios legis­ladores: Zaleuco, el que dio leyes a la ciudad de Locres; Caron­tas, que gobernó la de Thurium, y Zalmoxis, esclavo de Pitágoras, que redactó un sistema de legislación para el reino de Tracia.


Los romanos apreciaron en su verdadero valor los útiles pre­ceptos, y tan grande era la admiración que sentían por él, que le levantaron una estatua de bronce, como al más sabio de los humanos. En efecto, si la gloria de un filósofo se mide por la duración de sus dogmas y por la extensión de los lugares en que ha penetrado, nada podrá igualar a la reputación de Pitá­goras, puesto que gran parte del universo sigue todavía la mayoría de sus opiniones. Pero lo que viene a ensalzar aun más la figura de este verdadero sabio es que Sócrates y Platón siguieron sus opiniones y su manera de explicarlas. Tanta fue la fama de su doctrina que, muchos siglos después de haber muerto este filósofo, decíase de sus discípulos: Admiramos más a un pitagórico cuando calla, que a los filósofos cuando hablan, aunque sea con gran elocuencia. Murió en Metaponto, en la Magna Grecia, a los noventa años de edad.


DE LA METEMPSICOSIS


Muchos masones se han formado un concepto erróneo sobre el dogma de la transmigración del alma a cuerpos de hombres, animales o plantas, a los cuales se supone que pasa aquélla para expiar sus culpas después de muerto el individuo. Se comete un grave error acerca de esta metempsicosis de los hin­dúes tan mal interpretada, que había sido admitida en Egipto y en Asia. Expliquemos a qué se debe el que se haya atribuido erróneamente a los pitagóricos:


El secreto de esta ficción maravillosa, que al ser interpretada groseramente al pie de la letra ha dado origen a una idea monstruosa, es que el hombre puede convertirse en semejante a las bestias por medio del vicio, del mismo modo que es capaz de llegar a ser semejante a Dios por la virtud. Así Ho­mero supone que la maga Circe, al degradar por el exceso de los placeres sensuales a los compañeros de Ulises, los había me­tamorfoseado en cerdos. Así también el divino precepto de las sociedades humanas daba a sus feroces contemporáneos los nombres de los animales irracionales a que más se parecían; y los calificativos de lobos, perros, puercos y serpientes le servían para designar a los hombres injustos, imprudentes, liber­tinos y pérfidos. Aquí da a sus discípulos el epíteto de la inofensiva oveja; allá recibe él mismo el nombre de cordero de Dios, a causa de su perfecta inocencia; acullá designa a He­rodes bajo el emblema del zorro, para expresar su amor y su malicia.


Los poetas se hicieron con esta metáfora, y, considerando como buena la ficción que presta un brillante aspecto externo a una gran verdad, escribieron que Pitágoras había enseñado la transmigración de las almas y que había experimentado numerosas metamorfosis. Pretensos filósofos deseosos de singu­larizarse y sectas opuestas a la escuela itálica dieron pábulo a esta idea falaz de los poetas. Y hasta llegaron a convencer a muchos historiadores, tan amantes de las fábulas como los poe­tas, sobre esta absurda e injusta noción relativa a Pitágoras.


Prueba irrefutable de que Pitágoras no sustentó ni enseñó jamás la ridícula creencia del tránsito del alma a otros cuer­pos, es que no existe ni el menor vestigio de ella en los símbo­los pitagóricos que se han podido conservar ni en los preceptos admirables que recogiera su discípulo Lysis y que ha guardado la antigüedad con fidelidad respetuosa, bajo el título de Versos dorados de Pitágoras, con cuyo adjetivo se ha querido indicar su excelencia y su perfecta belleza. Por el contrario, nosotros interpretamos estos símbolos y preceptos en el sentido de que los hombres siguen siendo siempre iguales a como fueron creados en cuanto a su esencia, y que sólo pueden degradarse por el vicio y ennoblecerse por la virtud.


Véanse las palabras de Hierocles, que fue uno de sus más celosos y célebres discípulos:


“Muy equivocado anda quien espera que ha de revestir des­pués de la muerte un cuerpo de bestia o convertirse en animal irracional a causa de sus vicios, o en planta, en virtud de su estupidez, descendiendo por efecto de su conducta a una de las substancias inferiores. Sin duda ignora en absoluto la forma eterna de nuestra alma, la cual jamás puede cambiar, porque, siendo y permaneciendo siempre hombre, dícese que se con­vierte en dios o en bestia por la virtud o por el vicio, aunque, por su naturaleza, no pueda llegar a ser ni lo uno ni lo otro, sino solamente por la semejanza de sus inclinaciones.”


Y otro discípulo de Pitágoras, el ilustre Timeo de Locres, enojado de que se atribuyera a su maestro esta pretendida transmigración y que se comprendiera de forma tan grosera su idea, nos ha dejado estas notables palabras en su Tratado del Alma:


“Así como curamos algunas veces los cuerpos enfermos con remedios violentos, así también empleamos el mismo sistema para la curación de las almas, pues cuando éstas se niegan a en­tregarse a las ideas sencillas y simples, las sanamos por medio de mortificantes alegorías y sorprendentes emblemas. Para ate­morizar saludablemente a los hombres corrompidos e impedir que cometan crímenes deshonrosos, nos vemos obligados a amenazarles con extrañas purificaciones y castigos que les humillen, y hasta tenemos que declararles que las almas pasan a nuevos cuerpos; por ejemplo, que el alma de un poltrón pasa al cuerpo de un tímido ciervo; la de un raptor, al de un lobo; la de un asesino, al de una bestia más feroz todavía; la de un hombre impuro, al cuerpo de un cerdo.”


En el Fedón, Proclo y Sócrates dicen aproximadamente lo mismo cuando tratan de la metempsicosis, tan injustamente atribuida a Pitágoras.


En fin, Lysis, el amigo particular de este filósofo que había escuchado de sus labios los dogmas expuestos en sus versos dorados, dice formalmente que el alma deja de hallarse some­tida al cambio y a la muerte y goza de eterna felicidad cuando abandona el cuerpo y retorna al cielo después de haberse purificado de sus crímenes8.


Estas palabras son concluyentes9.


Esta explicación que yo considero importante debe darse a los masones de este grado con objeto de inspirarles toda la confianza de que son merecedores los pitagóricos por la subli­midad de sus principios y la moralidad de sus sentimientos.


Ya veis, hermano recién iniciado, que en nuestra institución todo se alegorizaba, y que todo servía de objeto de estudio a los iniciados: desde los más secretos trabajos de la materia, hasta el curso de los cuerpos astronómicos.


La palabra Oriente, empleada para designar el lugar en que se encuentran el venerable y los hermanos dignatarios de la Orden, anuncia el sitio de donde surge la luz física que nos ilumina, hacia cuya luz dirige constantemente el hombre la mirada considerándola como origen de todas las existencias. Esto viene a demostrar, también, que los primeros cultos fueron solares, y tenían como objeto el rendir homenaje a la Divini­dad en su órgano visible. Por eso, tanto los templos antiguos y modernos como los nuestros se encaran hacia Oriente. El nombre Oriente con que nosotros designamos cierto lugar de las logias, nos recuerda que los misterios de la sabiduría han venido de los pueblos orientales, de los cuales proceden todos los conocimientos.


Cuando el aspirante llegaba a la segunda etapa de la inicia­ción, aprendía a conocer las artes y a practicarlas en provecho de la humanidad. Este estudio, real y largo, duraba cinco años. Hoy día, no se hace más que en símbolo, pero va acompañado de la alegoría astronómica como en el primer grado.


En efecto, en las primeras etapas de vuestra iniciación habéis figurado, querido hermano, como representante del sol en su marcha. Vuestros tres viajes se han realizado en el momento en que este astro surge victorioso de los combates que ha debido librar contra su eterno enemigo Tifón, el genio del mal o dios de las tinieblas causante de las heladas y de los rigores del invierno. Vuestro retorno a la luz, consentido por todos los hermanos, recuerda el instante en que al llegar el sol al equi­noccio de primavera, anuncia a los hombres una nueva estación de flores y frutos. La naturaleza va a sacudir su entumeci­miento, para producir de nuevo su maravillosa obra anual.


Este es el trabajo sublime de la segunda época del año que vos acabáis de representar en la fórmula de recepción. Y, para simbolizar su realización, se os han ido entregando todos los instrumentos de un trabajo alegórico, con lo cual se os quiere enseñar que debéis trabajar continuamente por adquirir cul­tura y por perfeccionaros. De ahí por qué vuestros cinco viajes simbolizan en la alegoría astronómica los cinco meses produc­tivos de la Naturaleza.


Esta ingeniosa comparación, que habrá iluminado con insó­lita luz vuestra inteligencia, debe daros ya la clave de una parte de nuestros misterios.


Los emblemas que ostentaban los ministros de primera cate­goría en los misterios antiguos, son los mismos que los de los jefes de la Masonería. De consiguiente, el hierofante se revestía con los ornamentos de la divinidad suprema, del mismo modo que, más tarde, veremos representado en nuestras logias al gran sacerdote de Jehová por el Venerable, cuyo emblema es la es­trella flamígera.


El sol y la luna, símbolos del Daduco y del Epíbomo, se han consagrado al primer vigilante y al segundo respectivamente. Por esta razón, reciben estos jefes el nombre de luces.


El hierocerix de los misterios antiguos se ha transformado en el orador de la Masonería moderna. Aquél llevaba el cadu­ceo de Mercurio para indicar que la elocuencia es uno de los atributos principales de este dios y que debe serlo, asimismo, del orador masón.


La estrella flamígera era antiguamente la imagen del hijo del sol, productor de las estaciones y símbolo del movimiento; era la imagen, decimos, de Horo, hijo de Isis, la materia pri­mera, fuente inagotable de la vida, chispa del fuego increado y simiente universal de todos los seres.


En el centro de la Estrella se leía la letra G.·., quinta con­sonante del alfabeto e inicial de la quinta ciencia (la Geome­tría). De ella, o sea de las matemáticas, toma su resplandor esa verdad luminosa que debe difundirse en todas las operaciones del espíritu10.


Los masones modernos han substituido esta letra, que por su forma parece el emblema de la unión de la materia con el espíritu, por la Iod hebrea, inicial de Jehová(11) empleada por los judíos. Este monograma, que significa el ser increado, prin­cipio de todas las cosas, es el jeroglífico natural de la unidad de Dios. Los cabalistas se valen de él para significar el principio.


También se reconoce el trigrama Iod en los nombres con que designaban a su Dios los pueblos del Norte: el sirio dice Gad; el sueco, Gud; el alemán, Gott, y el inglés, God, nombres que se derivan de la palabra persa Goda, la cual viene a su vez del pronombre absoluto que significa sí-mismo12.


La palabra logia, se deriva de loga, voz que significa mundo13 en el idioma sagrado del Ganges. La instrucción del grado justifica esta denominación, al indicar que la logia está cu­bierta con un dosel azul de incalculables dimensiones sembrado de estrellas. Este es el lugar en que se da y explica la palabra (logos). Ciertos pitagóricos opinan que el nombre de nuestros templos (logias) tiene por inicial una L en memoria del célebre Lysis14, lugar célebre antaño en Grecia entre los iniciados que profesaban la sabiduría. También dicen ellos que las primeras naciones o capitales en que se celebraron iniciaciones se desig­naron con nombres que tenían esa letra por inicial; como, por ejemplo, Latium, para Italia, Lutetia para Francia y London o Londres para Inglaterra.


La logia se designa, también, con los nombres de taller, escuela, templo o santuario; en efecto, una logia es un taller de iniciación, una escuela de enseñanza, un templo y un santua­rio en donde se deben explicar a los adeptos racionalmente las verdades guardadas de modo confuso en los símbolos, alegorías o jeroglíficos que sirvieron de velos a la filosofía y a las religio­nes antiguas.


Sólo por el estudio se ilustra el hombre. A él debe entregarse con ardor, venciendo las dificultades y torpezas. He ahí, her­mano mío, por qué se os ha ordenado que viajéis. Los cinco­ viajes recuerdan filosóficamente los cinco sentidos, que son los fieles compañeros del hombre y sus mejores consejeros en los juicios que se ha de formar. Si se consultaran siempre, no cometeríamos tan frecuentemente errores en nuestras deter­minaciones.


Los útiles que lleva en sus viajes el recipendario, recuerdan los instrumentos de las ciencias del genio y del estudio que utilizaban los antiguos iniciados durante sus cinco años de trabajo.


Los símbolos correspondientes a cada uno de los viajes pueden servir a los oradores hábiles de temas de instrucción moral variada. Sólo voy a dar una breve explicación con objeto de convenceros de que precisáis realizar un doble trabajo para llegar a conseguir la instrucción y la sabiduría que se recomiendan en este grado.


PRIMER VIAJE. Se os ha armado con un mallete o mazo y un cincel; el mallete, emblema del trabajo y de la fuerza material, ayuda a derribar los obstáculos y vencer las dificultades. El cincel es el emblema de la escultura, de la arquitectura y de las bellas artes. Su empleo no sería efectivo, si se prescindiese de la ayuda del mazo. En cuanto a lo intelectual, los dos ins­trumentos concurren a un mismo objeto; pues el mallete —em­blema de la lógica, sin la cual no es posible razonar con justeza, pues no hay ciencia que pueda prescindir de ella— precisa del cincel, que es la imagen del mordiente de los argumentos de la palabra, con que siempre se logra destruir los sofismas del error. De donde resulta que estos símbolos del primer viaje simbolizan las bellas artes, diversas profesiones industriales, y la lógica, elementos adecuados para hacer independiente al hombre.


SEGUNDO VIAJE. Se os ha provisto de un compás y una regla, símbolos que expresan el perfeccionamiento obtenido en las artes, profesiones y ciencias estudiadas en el primer viaje, pues con estos instrumentos se hacen imposibles los defectos en las artes y en las producciones literarias. Intelectualmente, el com­pás es la imagen del pensamiento, por los diversos círculos que éste recorre; la separación y acercamiento de sus ramas figuran los diversos modos de razonar, los cuales, según las circuns­tancias, deben ser abundantes y amplios, o precisos y breves, pero siempre claros y persuasivos.


La regla simboliza el perfeccionamiento de modo más posi­tivo, porque si no existieran reglas, la industria sería aventu­rada; las artes, defectuosas; las ciencias no presentarían más que sistemas incoherentes; la lógica sería caprichosa y vaga­bunda; la legislación, arbitraria y opresiva; la música, discor­dante; la filosofía, obscura, metafísica, y las ciencias perderían su lucidez. Su utilidad es tan grande, que figura también en el viaje tercero y en el cuarto.


TERCER VIAJE. Lleváis la palanca y la regla; la palanca, sím­bolo de la fuerza, sirve para levantar grandes pesos y para vencer obstáculos. En cuanto a la moral, representa la firmeza de alma, el valor indomable del hombre independiente y ese invencible poder que aviva el amor por la libertad en las nacio­nes inteligentes. En lo intelectual, la palanca expresa la fuerza de la razón y la solidez de la lógica; es la imagen de la filosofía positiva, cuyos invariables principios cierran el paso al fanatis­mo y a la superstición. Pero, para prevenir los funestos efectos que podría producir el abuso de la incalculable fuerza simbo­lizada por la palanca, se añade a ésta la regla, con la cual se quiere dar a entender que esta potente palanca debe aplicarse con mesura y con justa apreciación a todas las cosas.


CUARTO VIAJE. Se realiza llevando la escuadra y la regla. La escuadra, instrumento de las matemáticas, es indispensable en la construcción regular de toda clase de monumentos mate­riales15. En lo moral, su ángulo recto significa que el hombre debe conducirse en sociedad con toda regularidad; que sus acciones deben ser rectas, y que debe poseer la virtud de la abnegación, porque la colocación de la escuadra no deja sub­sistir ninguna desigualdad, ya que este instrumento simboliza fielmente la igualdad humana establecida por el autor de todas las cosas. Su alegoría es triple, como ocurre también con la palanca, pues en lo científico, la regularidad y la precisión de la escuadra se pueden aplicar a la planeación y ejecución de todo trabajo intelectual, para evitar los defectos e imperfec­ciones que deparan a menudo las producciones del espíritu. Este instrumento va acompañado de la regla, para dar a todos estos trabajos el último grado de perfección.


QUINTO VIAJE. Importantísima es la significación de este último viaje; lo habéis efectuado sin llevar útil alguno, porque, hallándoos próximo al término de vuestros trabajos y a la ini­ciación del grado, se supone que poseéis los conocimientos que os pueden libertar y emancipar. De suerte que este viaje es la imagen sensible y viva de la libertad social.


La piedra cúbica en que afilan sus instrumentos de trabajo los compañeros es el símbolo de los progresos que deben ellos realizar en la institución, así como en sus relaciones con los hermanos. Siendo el cubo el sólido más perfecto y el que pre­senta más superficies lisas, puede servir para todo; por lo tanto, la piedra cúbica es, en su interpretación moral, la piedra angular del templo inmaterial erigido a la filosofía. Se termina en pirámide, para inscribir en ella todos los nombres sagrados16. Al tallarla se hace uso del compás, de la escuadra, del nivel y de la plomada, símbolos de las ciencias y de las artes. Por lo tanto, esta piedra alegórica17 debería pertenecer a los símbolos del segundo grado.


La cuerda de nudos es la imagen de la unión fraternal que enlaza a todos los masones de la tierra, sin distinción de sectas ni condiciones, por medio de una cadena indisoluble. Su entre­lazamiento simboliza también el secreto de que deben ir en­vueltos nuestros misterios. Su extensión circular y discontinua indica que el imperio de la Masonería o el dominio de la virtud abarcan el universo.


Schibbol.·.18, la palabra de paso, significa espiga o río. Los masones modernos han elegido la acepción espiga, y traducen schibbol.·. por numerosos como las espigas, para dar a enten­der que los masones se hallan esparcidos por toda la superficie de la tierra.


La interpretación astronómica de la palabra schibboleth es la siguiente:


Ascendiendo en la esfera celeste por el lugar y en la estación en que se construyó el templo, la posición del venerable co­rresponde a la de la salida del sol. Por lo tanto, se tiene el estado del cielo en el tiempo y el espacio, porque el sol se en­cuentra precisamente en el horizonte cuando entra en el pecho del cordero. El aspirante que entra por la puerta de occidente se encuentra en oposición al astro del día y, por consiguiente, cerca de la estrella del Zodíaco que se pone cuando el sol apa­rece en el horizonte. ¿Cuál es esta estrella? Es la que bendice al hombre de los campos; es la brillante estrella llamada schibboleth por los hebreos, spica por los latinos y espiga por los modernos.


Como compañero tenéis cinco años. La progresión subsiguien­te a los grados indica la cultura y la experiencia que debéis haber obtenido; pero sabed, hermano, que los años únicamente otorgan estas prendas a quien se asocia con los hombres y las cosas.


La batería y el toque del grado constan de cinco golpes y se interpretan del mismo modo que los del primer grado.


Antiguamente ardía en nuestros templos el fuego sagrado; esta costumbre recuerda el culto de Vesta (en griego Hasta, nombre que significa fuego).


La naturaleza, simbolizada por este fuego sagrado, indicaba al neófito el género de estudio a que debía dedicarse desde entonces: porque es a la luz a quien debemos el espectáculo brillante de la Naturaleza.


Los cristianos ponían al principio tres luces en sus altares, para simbolizar la triple esencia de la Divinidad. Más tarde, llenaron sus templos de luces para dar a conocer la inmensidad del Creador.


El fuego anima a todo cuanto alienta en los aires, en la tierra y en el agua. El sol, cuya imagen se consagra en nuestros tem­plos, es el fuego innato de los cuerpos, el fuego de la Natura­leza, y autor de la luz, del calor y de la ignición; es la causa eficaz de la generación: sin él no habría movimiento ni exis­tencia; él da forma a la materia, pues la existencia es un efecto del movimiento.


El fuego es inmenso, indivisible, imperecedero y omnipre­sente; penetra en los cuerpos más duros, y anima su naturaleza oculta y adormecida. Su luz hiere la superficie de los cuerpos; pone en movimiento a sus facultades externas, a su insensible transpiración y la disemina en el aire.


Todos los hombres han sentido la necesidad de la luz y de su energía creadora, y no han concebido cosa más horrenda que su ausencia; he ahí a su primera divinidad, cuyo brillante resplandor surgido del seno del caos creó al hombre y a todo el universo, con su armonía sin desacorde y su orden sin per­turbación.


He ahí al dios Bel de los caldeos y al Oromaz u Ormuz, a quien invocaban los persas como al origen de todo el bien de la Naturaleza, mientras achacaban el origen de todos los males a las tinieblas y a Arimán. También sentían gran veneración por la luz, y tenían horror a la obscuridad. En efecto, la luz es la vida del Universo, la amiga de los hombres y su más agra­dable compañera; con ella, no se dan cuenta ellos de la soledad; en cuanto les falta, la buscan, a menos que quieran dejar de contemplar el espectáculo de la Naturaleza y de sí mismos para proporcionar descanso a sus fatigados miembros.


El alma del iniciado se ha educado por medio del estudio y de la convicción; de suerte que el juramento no menciona castigos, ni suplicios corporales. El compañero conoce los más nobles lazos: el honor y su palabra de masón les bastan a los hermanos que le alientan y recompensan en sus trabajos.


Hermano acabado de iniciar, si resumís los dos discursos interpretativos que habéis oído, tendréis que reconocer que el aprendizaje es la introducción en la Masonería, y que el grado de compañero lo es en su estudio.


La tercera interpretación os demostrará que la maestría es la perfección y el complemento de la iniciación.



(1) Los autores no están de acuerdo acerca de la etimología de esta palabra. Unos la derivan de compagus (del mismo pueblo); otros, de compaga­nus (que significa lo mismo que la voz anterior); de combino, de com­bonne, de panis compane (que se nutre del mismo pan). Esta última opinión parece la más verosímil. Efectivamente, en ciertos escritos anti­guos se observa que los compañeros reciben el nombre de companis, porque antiguamente los compañeros eran alimentados por los maestros. (Mir., de la Vérité, tomo I, pág. 269.)


(2) La iniciación eleusina constaba solamente de dos grados. Nuestros dos primeros constituían uno sólo. Atribúyese a los griegos la división ternaria.


(3) La Logia de los Trinósofos, perteneciente a este rito, no los omitía en la lista de sus oficiales.


(4) Téngase en cuenta que el autor trata del rito francés. (N. del T.)


(5) Exotérico, exterior, opuesto a esotérico, interior, secreto.


Confucio y Sócrates han aprobado la doctrina doble, lo cual tiene su valor, porque ellos no la practicaban.


(6) Música, significaba originalmente ciencia de las musas, la cual com­prendía la poesía, la historia, la astronomía, etc.


(7) Entre las notas de que va acompañado el primer canto del poema La Masonería, se encuentra esta curiosísima:


“Hasta el mismo nombre de la filosofía de Platón (filosofía académica) es de origen asiático. Desde hace siglos se viene repitiendo que esta denominación viene de que los jardines en que se profesaba habían pertenecido a un tal Academus. Los griegos y latinos, quienes se limitaban únicamente al estudio de su lengua propia, no eran muy fuertes en mitología, y todo lo explicaban con el nombre supuesto de un hombre, de un río o de una montaña, como tenían siempre por costumbre. - Lo cierto es que la palabra hebrea cadm, que significa oriente, y que las ciencias han venido a Grecia desde el Asia; de suerte que todos los sabios de aquel tiempo eran orientales o cadmus, y todos los lugares destinados a la ense­ñanza recibían el nombre de cadmia o academias.”



(8) Según las doctrinas hindúes, cuando el alma se separa del cuerpo con­serva su individualidad, que se perfecciona reencarnando. (Véase El Bha­gavad Gitâ, los Upanishads y los Purânas). Tal es el origen de las me­tempsicosis hindú y griega.


Todos los filósofos pitagóricos creyeron en la eternidad de la Naturaleza y en la transmutabilidad progresiva de unos elementos en otros; los de la academia antigua, discípulos de Platón, opinaron lo mismo, así como Aristóteles y Teofrasto y muchos peripatéticos célebres, en cuyas obras puede encontrarse la confirmación de lo que decimos.


(9) P. de Roujoux.


(10) Habiendo preguntado uno a Platón, en qué se ocupaba Dios, res­pondió: “en geometrizar incesantemente”. Esta idea de un ser perpetua­mente activo, cuyo poder es imprescriptible y cuyas obras son innumerables, está acorde con el concepto de Dios.


(11) Esta palabra antigua y sagrada, temible por estar prohibida su pronunciación, se encuentra en todos los pueblos de la antigüedad, entre los cuales la iod constituía la letra radical del nombre de su Dios supremo.


(12) Se ha observado también que la G es la inicial de Guianes o Gannes, dios de los números y patrón de las escuelas y sociedades sabias entre los brahmanes. Gannes llevaba llaves, porque el conocimiento de los números es la clave de muchos misterios. Mucho tiempo antes de la fundación de Roma el Gannes indio se transformó en el Janes de los sabios, que es el Janes o Joannes semítico.


Los Gnósticos (conocedores, clarividentes), que estaban en posesión de la gnosis o verdadera ciencia, tienen la misma letra por inicial.


(13) El antro de Mithra en que celebran sus misterios los magos y el de Athys significaban, también, mundo.

En Persia, nación que, según se cree, fue la cuna de la iniciación cientí­fica, se daba el nombre de Jehan a lo que nosotros denominamos Logia; de ahí viene sin duda el nombre de Logia de San Juan, pleonasmo acep­tado por los Templarios, quienes son ]ohanitas o juanitas, es decir, discípulos de San Juan, en oposición a los papistas romanos, que son discípulos de San Pedro.


(14) También se llamaba Lysis o Lysias uno de los discípulos de Pitágoras.


(15) El hermano Vassal dice que “los monumentos de la India serían más proporcionados si sus habitantes hubieran conocido el manejo de la es­cuadra. Los egipcios, en cuyo país se fundó el segundo grado, debieron poseer algunas nociones acerca de la escuadra, pues sus monumentos son más regulares que los de Oriente”. Basándose en esto Vassal llega a la conclusión de que la escuadra fue descubierta en Egipto.


(16) Véase más adelante la segunda serie de los grados capitulares.


(17) En la tabla de Cebes figura en el segundo recinto que se atraviesa al ascender por la montaña de la verdadera ciencia y de la luz.


(18) Esta palabra, al parecer sacada de la historia de Jefté, no es sino el nombre de Cibeles, el cual se varió en la edad media, cuando se creyó necesario judaizar las palabras de la Orden.


Sabido es que schibboleth sirvió de palabra de patrulla a los habitantes de Galaad en la guerra que sostuvieron bajo las órdenes de Jefté contra los efraimitas, quienes, como no sabían pronunciar la schin hebrea, eran asesinados y precipitados al río (hace de ello 40.000 años, según se dice).