quarta-feira, 3 de janeiro de 2024

Novacianismo


El Novacianismo fue una doctrina cristiana aparecida en el siglo iii propuesta por Novaciano, considerado antipapa, que negaba la absolución de los lapsi y afirmaba que la Iglesia no tenía poder para autorizar la vuelta a la comunión de los cristianos bautizados que renegaron de la fe en la persecución y los que cometieron algún pecado mortal o celebraron segundos matrimonios.


Novaciano fue un sacerdote romano que en el año 251 se opuso a la elección del Papa Cornelio, después del asesinato del Papa Fabián I, con el argumento de que era demasiado laxo en la aceptación de los cristianos no practicantes y que la Iglesia no podía dar la absolución a los cristianos que habían renunciado a su fe durante la persecución (lapsi), pero que después querían volver a la Iglesia. Por esto, los novacianos, incluyendo a Novaciano, fueron considerados herejes por la Iglesia católica, y como no estaban sometidos al obispo de Roma, también fueron etiquetados de cismáticos. Él y sus seguidores fueron excomulgados por un sínodo celebrado en Roma en octubre del mismo año. Tras eso, Novaciano fue desterrado de Roma y se dice que sufrió el martirio bajo el mandato del emperador Valeriano I.


Después de su muerte, la doctrina de los novacianos (Novacianismo), se extendió rápidamente y se podía encontrar en todas las provincias, siendo muy numerosos en algunos sitios. Fueron llamados novacianos, aunque ellos se autodenominaban cátaros (katharoi = "puros"), término que reaparecerá en la Edad Media, que refleja su deseo de no ser identificados con lo que consideraban las prácticas laxas de la Iglesia. Llegaron a volver a bautizar a sus propios conversos. Aparte de las diferencias mencionadas, sus prácticas eran las mismas que las de la Iglesia primitiva.


El cisma y la doctrina de los novacianos fue muy rigorista y fue perdiendo adeptos hasta su desaparición en el siglo vii. Destacan en la impugnación de esta doctrina los papas San Cornelio, San Lucio I, San Esteban I, y el Obispo de Cartago San Cipriano, todos coetáneos de Novaciano (mitad del siglo iii). Y casi un siglo más tarde, San Ambrosio de Milán y San Paciano de Barcelona.

Donatismo


El donatismo fue un movimiento cismático cristiano iniciado en el siglo iv en Numidia (la actual Argelia), que nació como una reacción ante el relajamiento de las costumbres de los fieles. Iniciado por Donato, obispo de Cartago, en el norte de África, aseguraba que solo aquellos sacerdotes cuya vida fuese intachable podían administrar los sacramentos, entre ellos el de la transubstanciación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo (eucaristía), y que los pecadores no podían ser miembros de la Iglesia.


Antecedentes

Las conquistas del Imperio Romano sobre las poblaciones en torno al Mar Mediterráneo o «Mare Nostrum» provocaron reacciones de oposición en los distintos pueblos sometidos. Es de interés particular que en África del Norte, Numidia, Cártago e Hipona, junto con otras ciudades asumieran el cristianismo, antes que por una convicción espiritual, por una oposición al emperador romano que siendo politeísta les despreciaba abiertamente, es decir, para las regiones del norte de África ser cristiano equivalía a manifestar su rechazo a la ocupación romana durante los primeros siglos de nuestra era.


El panorama cambió con el paso de los años, cuando los emperadores romanos comenzaron a convertirse a la fe cristiana, los pobladores de las regiones aludidas buscaron un nuevo credo con el cual seguir oponiéndose al dominio imperial, pues permanecer en la fe de la Iglesia Romana les parecía tanto como aceptar la dominación del Imperio. He aquí el caldo de cultivo en el cual la doctrina del donatismo encontró numerosos fieles no solo en la población común sino también en los obispos cristianos de aquella época, especialmente en Numidia.


Historia

Terminada la última gran persecución de cristianos, llevada a cabo bajo el emperador Diocleciano, y tras ser legalizada esta fe por el Edicto de Milán, surgió una fuerte rivalidad entre dos grupos de obispos y de fieles africanos: los denominados traditores, que se mostraron débiles y abjuraron de su fe ante las autoridades romanas (lapsi); y los llamados numidios, que se mantuvieron firmes y no cedieron.


En el 311, los obispos africanos 'numidios' se opusieron a la elección de Ceciliano como nuevo obispo de Cartago, realizada por el "traditor" Félix de Aptonga. Ceciliano también era acusado de haber sido un traditor, por haber entregado ejemplares de las Sagradas Escrituras a las autoridades durante la persecución. Sus oponentes, en su lugar, consagraron a un tal Mayorino como nuevo obispo, efímero, puesto que al poco sería sucedido por Donato Magno. Los ahora llamados "partido donatista" apelaron al emperador Constantino, quien decidió que el problema fuera dirimido por el obispo de Roma Melquíades, en un concilio local. Este se celebró en esta misma ciudad el 1 de octubre de 313, y se mostró favorable a Ceciliano como único obispo de Cartago, fallo que no fue aceptado por los donatistas y acabó por dar origen a un cisma.


Este movimiento se denominó inicialmente a sí mismo 'Iglesia de los Mártires', puesto que sus fieles pretendían ser los únicos en mantener el honor y la pureza de fe de aquellos héroes cristianos que habían dado su vida durante la persecución. Su otro nombre fue dado por sus adversarios por causa de Donato, elegido obispo por sus partidarios a finales del 312, como ya se vio.


Donato afirmaba que todos aquellos ministros (sacerdotes y obispos) que fuesen sospechosos de traición a la fe durante las persecución de Diocleciano eran indignos de impartir los sacramentos. Su movimiento mostró actitudes bastante fanáticas e intransigentes a lo largo de toda su existencia, con las consecuentes contradicciones típicas de cualquier movimiento que se pretende purista. Llegaron a recurrir a la violencia y al terrorismo, al crearse los grupos de llamados circunceliones.


El donatismo fue enseguida rechazado por la Iglesia católica oficial, que afirmaba la doctrina de la 'objetividad' de los sacramentos, es decir: la idea de que, una vez transmitida la potestad sacerdotal a un hombre mediante el sacramento del Orden Sagrado, los sacramentos que este administrara eran plenamente válidos por intercesión divina, independientemente de la pureza o entereza moral del ministro. De este modo, las doctrinas donatistas fueron condenadas (sin éxito) en el concilio de Arlés del año 314.


El emperador Teodosio I persiguió tanto a los donatistas, por considerar este movimiento una herejía, como a los paganos:

Ordenamos que los donatistas y herejes a los que nuestra paciencia ha tolerado hasta ahora sean castigados severamente por las autoridades competentes hasta el punto de que las leyes los reconozcan personas sin facultad de declarar ante los tribunales, ni de entablar transacciones ni contratos de ninguna clase, sino que, como a personas marcadas con una eterna deshonra, se les alejará de la sociedad de las personas decentes y de la comunidad de ciudadanos. Ordenamos que los logares en que esta terrible superstición se ha mantenido hasta ahora, vuelvan al seno de la venerable Iglesia católica y que sus obispos, presbíteros y toda clase de clérigos y ministros sean privados de todas sus prerrogativas y sean conducidos desterrados cada uno a una isla o provincia distinta. Y si alguno de éstos huyera para escapar de este castigo y alguien lo ocultara, sepa la persona que lo oculta que su patrimonio pasará al fisco y que él sufrirá el castigo impuesto a aquellos.

Codex Theodosianus, XVI, 5, 54.3​


Finalmente, ya a princios del siglo v, el donatismo fue combatido de manera enérgica por san Agustín de Hipona, quien había sufrido numerosas penalidades personales por causa de este conflicto, escapando, incluso, de un atentado contra su vida perpetrado por un grupo de circunceliones. Decidido a acabar de una vez con una situación tan penosa, acabó por pedir la intervención directa de la autoridad imperial, para que resolviese el cisma que desgarraba y ya desangraba (literalmente) a la Iglesia africana.​ Y así, por decreto de Honorio, se celebra en junio de 411 una gigantesca asamblea pública, con la presencia de cientos de obispos de los partidos donatista y católico (Agustín entre ellos), presidida por Flavio Marcelino, un alto funcionario imperial venido a África al efecto. En el curso de esta larga conferencia, el movimiento donatista se vio enredado en sus propias contradicciones, y acabó visiblemente derrotado; buena parte de las actas de esta asamblea histórica se conservan, pero no así el contenido del fallo de Marcelino (quien, posteriormente sería calumniado y falsamente acusado y ejecutado, en clara represalia donatista).​ Y el emperador Honorio decretaba en el año 412 la unión de toda la Iglesia, con la eliminación formal de toda la estructura jerárquica paralela mantenida por los donatistas.


Pero esta derrota no significó su desaparición, y su influencia se mantuvo persistente por el África romana, hasta que el Islam llegó a la región y se acabó imponiendo al cristianismo en el siglo VII.


Movimiento social

El donatismo encontró un amplio apoyo entre los grupos sociales más desfavorecidos, en especial entre los obreros agrícolas, que en varias ocasiones se rebelaron no sólo contra la Iglesia "oficial" sino contra el propio poder imperial romano. Esto fue lo que relató el obispo Optato de Milevi:


Cuando estos individuos... vagabundeaban de lugar en lugar y Axido y Fasir se hacían llamar jefes de los santos por esos miserables, nadie estaba tranquilo por lo relativo a sus propiedades. Los justificantes de deudas dejaban de tener valor, entonces un acreedor no podía exigir el pago de lo que se le debía. Todo el mundo estaba atemorizado por las cartas de los que se jactaban de ser jefes de los santos. Si se tardaba en obedecer sus órdenes, una banda delirante caía sobre los acreedores y, precedida por el terror que inspiraba, los rodeaba de peligros. Así, los que en razón de sus préstamos hubiesen podido exigir, se veían obligados, por temor a morir, a humillarse adoptando un papel de suplicantes. Cada cual se apresuraba a renunciar a sus deudas, incluso las importantes, y se consideraba una ganancia haber escapado a los golpes. Los caminos no eran seguros: los señores, arrojados de sus carruajes, corrían como esclavos ante sus propios criados, sentados en el lugar de sus amos. Por decisión y orden suyas, la situación de amos y esclavos estaba invertida.

La historiadora francesa Claude Mossé considera que el movimiento no buscaba una organización nueva de la sociedad como lo demostraría la última frase —«la situación entre amos y esclavos estaba invertida»— que responde más a unas saturnales que a una ideología antiesclavista. Para los rebeldes el reino de Dios no era de este mundo y los propios obispos donatistas, que «no veían con buenos ojos los aliados temibles en los que a veces tenían que apoyarse», «no pensaban poner la doctrina cristiana al servicio de una revolución social o política».

 

 

La Estrella de David


Para Aristóteles, “lo inteligible reside en lo sensible” (De Anima, L. I, c. 8, 432 a 5). Cabe entender tal afirmación en la idea de que las formas esenciales (específicas de lo real), no pueden ser “percibidas” (o comprendidas) “directamente”, sino que deberán darse “a través de un medio”. Tal medio es la imagen sensible, y, a través de la misma,  según Aristóteles, es posible encontrar lo esencial.


   Mantiene Aristóteles en el mismo libro que existe “un intelecto tal para llegar a ser todas las cosas”, y otro “para hacer todas las cosas”. Así pues, según Aristóteles, el intelecto humano sería doble, y solo una parte del mismo “inmortal” y eterno” (el “nous”).


   Añade el filósofo que “El nous no  piensa sin imágenes” (De Anima, L. I, c. 7, 431), lo que viene a significar que, el “nous”, el Alma espiritual, utiliza ideas simbólicas y, por tanto,  precisa de  los símbolos, para formar “ideas universales”.


   Si lo pensamos con detenimiento, ello tiene su lógica. La realidad de lo  trascendente (los conceptos universales) es en sí misma inaprehensible, y solo es posible llegar a la misma a través de la “inducción” (intuición): “La inducción es el camino hacia los conceptos universales a partir de las realidades individuales» (Tópicos, L. A. c. 12, 105 a 13). Dicho de otro modo, las  definiciones y conceptos (basados en el conocimiento intelectual)  pecan de inexactos, pues van dirigidos a la razón intelectual, al tiempo que el símbolo (dirigido a la intuición), explica lo incomprensible (lo todavía no entendido por la razón), de manera espontánea. Tal es la causa de que, desde la más remota antigüedad, se haya hecho uso del símbolo a la hora de exponer enseñanzas espirituales, pues, una parte del cuerpo mental del ser humano (por lo general, la única parte desarrollada), está asociada a un trasfondo psicológico-cultural de pensamientos ilusorios, mientras que la “Idea Pura” o “Arquetipo”, está asociada al “nous” inmortal (el Alma unida al Espíritu).


El “Hexagrama”


Tras estas aclaraciones, nos será más fácil comprender el simbolismo de una figura geométrica conocida como “Hexagrama”, “Estrella de David”, o “Sello de Salomón”, compuesta por dos triángulos equiláteros invertidos y entrelazados, que determinan un hexágono regular central, rodeado por seis triángulos equiláteros, iguales y coincidentes,  de menor tamaño.


Como todo símbolo, el Hexagrama, en su expresión gráfica, contiene múltiples sentidos. En su expresión más obvia, representa el nexo entre lo celeste y lo terrestre, lo divino (macrocosmos) y su reflejo en la creación: el microcosmos (razón por la que, para el pueblo judío, evoca el pacto entre la deidad y Abraham). A nivel alquímico, se nos presenta como emblema del fuego y del agua. A nivel cabalístico,  el triángulo  apuntando hacia arriba simboliza el “Ser Supremo, mientras que el triángulo con el vértice hacia abajo, sería la sephirá final, maljut (realeza), el atributo final dentro de la Creación, asociado con el alma y con el poder de auto-expresión, que absorbe la energía de los atributos superiores y los utiliza para descender y crearlo todo.


   Desde otra perspectiva, la superposición de los triángulos simbolizaría el “andrógeno”, el ser masculino-femenino, en equilibrio perfecto con la  divinidad. En tal sentido, el centro (invisible) de la estrella representa el núcleo interno (divino) del ser humano espiritualizado, del que los  vértices  exteriores reciben su fuerza (representaría, por tanto, la presencia divina  en el interior del ser humano).


La Tríada material y espiritual del ser humano


Tras las  aclaraciones previas, trataremos ahora de profundizar en otro aspecto simbólico de la Estrella de David.


   Sabemos que el universo manifestado es número y geometría (tal realidad científica y esotérica es perceptible con tan solo observar las estructuras geométricas que nos rodean: las formaciones de los cristales y otros minerales, etc.).


   También el ser humano consta de un triple cuerpo material y, a lo largo de lo que habitualmente denominamos, proceso espiritual, debe desarrollar un Cuerpo de Luz Trinitario, inmortal. Sin duda, tanto la tríada material como la espiritual, presentan formas geométricas, mas o menos sutiles. No es nuestra intención, sin embargo, hablar de las mismas, sino de cómo, la Simbología Sagrada, alude a ambas tríadas a través de la Geometría.


   La Tríada espiritual, o Triángulo superior, de la constitución humana está formada, por tres aspectos que la teosofía denomina:


Atman.

Buddi.

Manas (mental superior).

La Tríada inferior (material), o Triángulo inferior, de la constitución humana (la personalidad) lo forman el:


Cuerpo físico-etérico (vinculado a tres estados de energía: sólido, líquido, gaseoso, y a cuatro estados etéricos).

Cuerpo astral.

Manas (mental inferior).

 El desarrollo espiritual del ser humano implica y conlleva el desarrollo y unión de la Tríada espiritual (el Triángulo superior),  y su posterior unión con la Tríada inferior (Triángulo inferior), conformando así la Estrella de seis puntas (La estrella de David).

Tenemos más o menos consciencia de lo que es el cuerpo físico con su contraparte etérica o vitalizante, el cuerpo astral (o cuerpo a través del cual el ser humano expresa sus emociones y sentimientos) y el cuerpo mental inferior (el cuerpo que nos permite  razonar, el principio que diferencia al ser humano del animal).


   Menos conocida resulta la Tríada espiritual, el Triángulo superior. Puede decirse que la estructura espiritual del ser humano es la expresión de su Principio monádico o Núcleo monádico.


   El núcleo monádico, átomo-chispa de espíritu, o Chispa divina, es el principio espiritual proveniente del Fuego del Absoluto o “Causa sin Causa”, el Padre,  presente en cada ser humano. En tal sentido, es la esencia más pura, el dios interior al  que cada ser humano está unido.


   Podemos considerar a las  Chispas monádicas, como la vida exhalada por el Logos, o pensamientos del Absoluto, que se esparcen por todo el universo, para desarrollar el plan de la divinidad.


   Una vez creadas tales Chispas monádicas, se reencarnan en los reinos inferiores (involución), progresando gradualmente a través de los diversos reinos  (mineral, vegetal, animal, humano), hasta que, encarnadas en un ser humano, pueden emprender  su vuelta a las regiones divinas de las que han surgido (evolución). A lo largo de tal proceso evolutivo, el Núcleo monádico o Átomo-chispa de espíritu,  absorbe o incorpora en sí la esencia de los diversos reinos, de manera que desarrolla autoconsciencia.


   Hemos señalado que la Mónada o Núcleo monádico, presente en el ser humano, desarrolla como medio de expresión una estructura espiritual triple que la teosofía denomina, Átman-Buddhi-Manas.


   Átman es la expresión del Espíritu puro y eterno. Átman-Buddhi, es la primera envoltura de Átman, el Alma divina del ser humano, la Razón pura o Razón intuitiva. Al ser humano le corresponde “despertar” y “vitalizar” a Buddhi, con el fin de convertirla en el vehículo que le permitirá acceder a la verdadera Sabiduría.


   Manas superior es el ser humano como reflejo de la Mente universal, el verdadero cuerpo mental del ser humano, el principio “sensciente” (esto es, provisto de sensibilidad y consciencia), el verdadero Ego.


   Manas es dual en esencia. Unido a los principios inferiores: cuerpo físico, cuerpo etérico o vital y cuerpo astral, forma la personalidad mortal del ser humano.  Unido a Buddhi, forma el Alma espiritual (en contraposición con Káma-Manas, el alma humana no espiritualizada). Junto con Buddhi y Átman, conforman la Tríada superior imperecedera, y, a través de la misma, el cuerpo inmortal u “Hombre espiritual”.


   Vemos así, como el Simbolismo Sagrado aporta, a través de los siglos, el conocimiento intuitivo que el ser humano necesita para volverse un verdadero Manas, un verdadero Pensador.


Os mestres da escola de Nápoles – Giustiniano Lebano

 

 Aqueles que passam por Torre Annunziata[2] e por ali param por dois ou três dias,  não poderão deixar de saber que lá vive um homem dotado de uma mente realmente superior, de vasta cultura clássica, de um espírito aberto, suave, nobilíssimo, incansável na benemerência, não obstante tenha frequentemente recebido não poucas ingratidões e não poucos ataques vulgares, dos quais ele nunca se lamenta nem mantém o mínimo rancor, já que, como um antigo sábio, bem compreende e se padece da debilidade e dos erros da natureza humana. Este homem é o comendador Giustiniano Lebano.

            Agrada-me escrever sobre ele no simpático jornal Irno, porque sua família é oriunda desta província. Seu pai, o advogado Filippo, era de Sessa Cilento[3], onde juntamente com sua mulher Maria Acampora foi constrangido a emigrar por causa de suas ideias liberais. E se estabeleceram em Nápoles, onde a 14 de maio de 1832 nasceu Giustiniano. Desde seus primeiros anos ele demonstrou grande engenhosidade e grande inclinação aos estudos literários. Foi por isso confiado aos cuidados dos mais valorosos e renomados instrutores. Puoti, Fabbricatore e o abade Fornaii lhe ensinaram o italiano; Parascandolo e um douto jesuíta, o latim; o cônego Ferrigni, o hebraico. Todos se maravilhavam com a extraordinária rapidez com a qual o jovem superava as maiores dificuldades dessas línguas, das quais de seu completo e perfeito conhecimento deu bela e muito solene prova nos exames aos quais foi submetido em 21 de setembro de 1849 na Régia Universidade diante de homens graves e eruditos, os quais ao lhe consignar o diploma de doutor em letras e filosofia lhe fizeram os maiores elogios.

            Porém ele não sucumbiu aos elogios: não ficou dormindo sobre os louros, como se diz, e partiu para o estudo da jurisprudência (Direito). Estudou direito civil com o célebre Roberto Savarese, o direito penal com o conselheiro Caracciolo, o direito canônico e o direito natural e das gentes com o cônego Soltuerio e com don Vincenzo Balzano, vigário do Arcebispado.

            Começou rapidamente o exercício da advocacia, com feliz sucesso. E simultaneamente ensinava privadamente direito civil e canônico e publicava obras científicas e literárias que provocavam grandes rumores pelas discussões que causavam. Em julho de 1854 foi inscrito no livro de registros dos procuradores de Corte de Apelação.

            O jovem Lebano, aluno de professores quase todos sacerdotes e jesuítas, deveria ter naturalmente ideias bastante retrógradas. Porém, seja pela educação paterna, seja pelo alto nível de estudos dos clássicos que havia alcançado, ou fosse – ainda mais – o elevado nível de seus sentimentos, não tardou a se inscrever na sociedade secreta da Giovane Italia, da qual se tornou rapidamente um adepto muito precioso e importante que rapidamente foi elevado à alta função de Grande Mestre do Rito Egípcio, cuja precípua intenção era não somente a independência e a unidade da pátria, mas também a queda do poder temporal dos papas. Seu trabalho de conspirador foi extremamente eficaz até o final de 1870.

            São narradas várias anedotas características acerca de meios dos quais se servia, seja para a propaganda das ideias liberais, seja para evitar ou contornar a severa vigilância da polícia. Recordo uma assaz curiosa. Em 1852 era publicado em Nápoles o jornal o Católico, dirigido por padres. E - quem poderia crer? – justamente naquele jornal Giustiniano Lebano publicava prosa e poesia que, enquanto parecia inspirada por sentimentos bourbônicos e clericais, para quem sabia ler sotto il velame delli versi strani[4], celebravam as ideais mais rebeldes, as acusações mais atrozes e terríveis contra o despotismo. E aqueles sacerdotes, simples, não captavam as nuances, para regozijo de Lebano e outros patriotas, os quais, como Vanni Fucci, olhavam para além da aparência e davam muitas e saborosas risadas. Contrariamente/Ao oposto, os cem olhos de Argos da polícia conseguiriam descobrir nos textos aquilo que escapava aos padres do jornal. E o acompanhavam de perto, seguindo todos os seus passos. Porém ele sabia ajustar-se aos seus perseguidores. Advertido de que seria detido de um momento para outro, refugiou-se em um monastério, cujo padre guardião era seu amigo íntimo e que nutria os mesmos sentimentos liberais. Barbeou-se, e vestiu a veste franciscana. Um comissário da polícia foi uma tarde falar com o padre guardião, e este lhe apresentou Lebano, não me recordo sobre qual nome de frade. Giustiniano Lebano divertiu-se muito com o comissário, que junto a ele fazia anotações e que sobre ele falou a tarde toda, jurando e esconjurando que em breve teria em mãos aquele perigoso Lebano. No dia seguinte, o falso frade, com um alforje, ultrapassou os limites do Reino e, sem ser molestado, refugiou-se em Turim, com uma copiosa correspondência aos patriotas ali exilados.

            Durante sua permanência no Piemonte, teve a oportunidade de conhecer os homens mais ilustres de nosso rissorgimento.

            Retornando para Nápoles em 1860, retomou o exercício da advocacia. O Ministro Raffaele Conforti, que muito o estimava, o designou rapidamente como membro da Comissão filantrópica do exército garibaldino. Cumpriu escrupulosamente esta missão, além de outras importantes e honradas, que lhe foram atribuídas pelo mesmo ministro e por Pisanelli, como a de membro da Comissão para a compilação das listas eleitorais, de membro para os alojamentos do exército italiano etc. Também o Município de Nápoles desejou atribuir sua confiança nomeando-o presidente do Comitê que distribuía bens aos pobres da cidade, para atenuar sua dura miséria, que naquele ano era muito grande.

            Por essa e outras obras benemerentes, Lebano recebeu vários títulos honoríficos. Em 1868, perdeu três filhos e, tomado por indescritível tristeza, se retirou para sua villa próxima de Torre del Greco. A esposa Verginia, por tal irreparável perda, foi tomada por uma alienação mental que a fez lançar às chamas títulos de renda, objetos de ouro, documentos de família e documentos políticos. O famigerado bandido Pilone, que fazia frequentes incursões por aquele entorno, tentava capturá-lo. O governo enviou dois guardas, Bottelli e Lauritano, que afastaram o perigo.

            As obras de benemerência de Lebano são inumeráveis. Em 1870 uma grande penúria afligiu os camponeses de Torre del Greco. De novembro a maio, Lebano antecipou aos seus colonos seiscentos quintais[5] de farinha e mil quintais de milho. Também lhes deu trezentos quintais de enxofre para videiras. Naquele mesmos anos, comprou uma propriedade em Torre Annunziata, para dar trabalho a operários sem emprego, e montou um comércio junto com os senhores Federico Cacace, Giuseppe Cuccurullo e Giuseppe Scarpa.

            Aquilo que mais lhe faz honra foi a fundação de três lares para os pobres, de dois orfanatos e de duas instituições para jovens moças, uma em Sorrento e outras em Palma Campania. Especialmente a estas últimas ele consagra todos seus cuidados e de grande parte de seu patrimônio. Magnânimo, abençoou todos os que sofriam, e que a ele recorriam para aconselhamento ou auxílio.

            Nas últimas eleições administrativas foi eleito vereador, e depois assessor da comuna. Nem é necessário dizer o quanto zelo ele pôs no desempenho de seu ofício.

            Giustiniano Lebano parece mais jovem do que muitos jovens de hoje. Tem uma fé invencível nas magnânimas ideias de humanidade e de progresso. Esta fé perpetua a sua juventude. De seu rosto rosado e ainda com frescor exala uma simpatia fascinante, uma aura de ilimitada doçura. Ele viverá ainda muito anos, porquê provavelmente tem uma alta missão a realizar. Estuda e escreve, sempre. Interroga páginas empoeiradas dos mais antigos escritores, os quais na solidão de sua vila, localizada aos pés do Vesúvio, no caminho que vai de Torre Annunziata a Boscotrecasa, o encorajam a perseverar a fazer o bem, não importando o que ocorra.

            Diante de Giustiniano Lebano, em tempos de egoísmo cínico e repulsivo, tais como o nosso, aquele que busca um culto à virtude deve reverentemente inclinar-se. Ele é maior filantropo de Torre Annunziata e, estou por dizer, de outros lugares. E eu, que tive a inestimável fortuna de conhecê-lo estou orgulhoso de poder dizer-me seu sincero e fervoroso admirador.

 

[1] Extrato de jornal, “L’Irno”, ano V, Salerno, 23 de março de 1901, página 2.

[2] Torre Annunziata é uma comuna italiana da região da Campania, província de Nápoles (N.d.T.).

[3] Sessa Cilento é uma comuna italiana da região da Campania, província de Salerno (N.d.T.).

[4] Divina Comédia, Inferno, Canto IX, versos 61-63. Também Purgatório, Canto VIII, versos 19-21. (N.d.T.).

[5] Um quintal corresponde a 100Kg (N.d.T.).

Os mestres da escola de Nápoles – I – DOMENICO BOCCHINI

 

   Nasceu em 1775 em Avigliano (Potenza), no Reino de Nápoles. Em 1806 alistou-se no 1º regimento de fuzileiros de infantaria de linha de Nápoles sob o Rei Giuseppe Bonaparte. Em 1807 entrou na Maçonaria Escocesa em Nápoles. Na Calábria se distingue contra os ingleses e os salteadores filoborbônicos. Então, sob a autoridade do coronel francês Duma (pai do homônimo famoso escritor) participa da captura do salteador borbônico Fra Diavolo.

            De simples soldado em 1806, foi promovido a 1º Sargento da infantaria no ano seguinte, e a seguir Alferes (Sub-Tenente) pela captura de Fra Diavolo. Se distingue ainda contra os ingleses em Capri no ano de 1808, e particularmente em Espanha, sempre contra os ingleses, e ainda contra os insurgentes borbônicos espanhóis, sempre seguindo o Rei Giuseppe Bonaparte (1808/1809), recebendo o grau de 1º Tenente ajudante de campo da infantaria ligeira.

            No ano de 1809 avança para o 3º grau Maçônico.

            Estacionado em Bolonha com seu regimento napolitano na Brigada de infantaria, comandada pelo General Francesco Pignatelli, Príncipe de Strongoli, no 8º regimento de infantaria do coronel Guglielmo Pepe, combate com heroísmo em 6 de março de 1814 sob o comando do general napolitano Carascosa na ponte de San Maurizio, sobre o rio Romano, perto de Reggio Emilia, recebendo naquele mesmo dia e local a promoção para Capitão do 8º Regimento de infantaria ligeira de Nápoles. Ainda combaterá com as tropas muratianas de Nápoles na passagem de Taro ao Borgo  San Donnino em 13 de abril de 1814, recebendo a qualificação de Capitão ajudante maior do Coronel Guglielmo Pepe e a Cruz de Cavaleiro da Ordem Cavaleiresca Muratiana Napolitana das duas Sicílias.

            Retornando para casa recebe a nomeação de Juiz de Paz de sua comuna natal de Avigliano (Potenza) em 28 de julho de 1814.

            Na Maçonaria Escocesa recebe o 4º grau em 1811 e o 9º grau em 1813, recebendo na Loja Maçônica de Avigliano o 18º grau Rosacruz na Maçonaria Escocesa regular de Nápoles (o Grande Mestre nacional era o próprio Rei G. Murat de Nápoles, desde 1814).

            A guerra o convocou ao serviço militar para o Rei G. Murat em 17 de março de 1815, e em 30 de março está em Rimini com Murat e Pepe. Combate contra os austríacos em Spilimberto, em Panaro em 4 de abril e a Occhiobello sobre o Pó em 7 de abril, e pouco após em Capri e depois em Forlimpopoli em 20 de abril de 1815, bem enaltecido pelo Marechal de Campo (General de Divisão) Guglielmo Pepe. Participou dos combates contra os austríacos em Monte Milone em 2 de maio, em Tolentino em 3 de maio e em Macerata no dia seguinte. Sua divisão se retira para Abruzzo e se rende aos austríacos em 28 de maio de 1815. Em virtude do tratado de armistício com os austríacos, Domenico Bocchini retorna livre para Salerno, onde se aloja no comando da guarnição aguardando o desenrolar dos eventos.

            Em 17 de junho de 1815 o novo Ministro de Graça e Justiça, Marquês de Tommasi, acolhe a demanda de licenciamento do Exército napolitano para retomar sua função de Juiz de Paz em sua nativa Avigliano, sob o Reio Ferdinando Iº de Bourbon, Rei das duas Sicílias.

    Em Nápoles entra na Maçonaria Egípcia de Cagliostro, dirigida desde 1813 pelo francês Marco Bédarride, e desde 1814 pelo Barão napolitano Di Montemayon, Marechal de Campo primeiro de Murat e depois do Rei Ferdinando Iº

 de Bourbon, na Loja Egípcia cagliostriana “La Vigilanza” de Nápoli, dirigida pelo Venerável Conde Pietro Colletta di Napoli, já Brigadeiro General do gênio militar do Rei Murat, e após do Rei Ferdinando Iº de Bourbon, em 6 de novembro de 1815.

            Além disso, em 22 de julho de 1816 se inscreve [1] na Venda Carbonária de Castelluccia na província de Potenza. Promovido a juiz real de Cincondario (Prefeito real) em Venosa, na Puglia [2], em 25 de abril de 1817 entra na Venda Carbonária (no 3 º grau dos “Decisi”) em Otranto. Face às crescentes dificuldades encontradas na Puglia, começa a participar da Loja Maçônica Egípcia e Carbonária de Avellino, em 17 de janeiro de 1818, dirigida pelo Venerável Daezolla, famoso poeta e literato de origem calabresa, chegando ao 30º grau Maçônico Escocês, ao 3º Egípcio de Cagliostro, ao 4º Carbonário (1818). Neste último, conheceu o Carbonário Abade Minichini di Nola, o qual no início de 1819 o apresenta a Domenico Confalonieri, carbonário de Milão em visita a Nápoles em 2 de janeiro de 1819.

            É transferido como Juiz Régio de Venosa a Miano na província de Salerno por solicitação do general Guglielmo Pepe, Governador militar real da província de Salerno e chefe da Venda Carbonária de Potenza em 20 de outubro de 1820. Em 26 de feveReiro se inscreve na Loja Maçônica de Salerno (e Venda Carbonária) dirigida pelo General Mille.

            Com a queda do regime constitucional parlamentar de Nápoles, é destituído do cargo de Juiz do Distrito real de Miano em 24 de maio de 1821, com ordem de transferir-se para Salerno e colocar-se à disposição[3]. Poucos dias após é dispensado de todos os serviços pelos Bourbons de Nápoles, por suas simpatias Maçônicas, Carbonárias e Murattianas.

            Desiludido, embarca em Nápoles em um navio mercante francês e desembarca na França em Marselha. De lá chega a Paris, onde trabalha como auxiliar de bibliotecário com Charles Nodier, aderindo juntamente com ele ao sistema Maçônico Egípcio de Misraim de Bédarride, em 1823, recebendo dois anos depois o grau 87 de Misraim.

            Retorna livremente para Nápoles por anistia de Ferdinando de Bourbon Rei das duas Sicílias em 12 de janeiro de 1831. Em junho de 1831 [4] recebeu a função de Juiz Real do Distrito de Torre del Greco.

            Domenico Bocchini não cessou de frequentar maçons e carbonários, inscrevendo-se na Loja egípcia de Misraim em Nápoles: “Loggia la Folgore”, que estava sediada no Palazzo Berio na via Toledo (desde 1828), com o grau 89º Egípcio Maçônico de Misraim. Contemporaneamente começou a frequentar em Portici seu novo amigo, o ocultista local e alquimista Pasquale De Servis (1818-1993), IZAR, que se dizia filho natural do falecido Rei Francisco Iº de Bourbon de Nápoles, e que se proclamava discípulo da escola napolitana oculta de Raimondo de Sangro di San Severo, morto em 1790, e de seus primos D‘Aquino di Caramanico, Luigo morto em 1783, e Francesco, morto em 1795.

            O Rei Ferdinando II de Nápoles o premiou com a pensão militar pelo serviço sob o Reinado de G. Murat e com a Cruz de Cavaleiro de São Jorge e do Mérito pelo valor heróico demonstrado naqueles distantes anos durante o serviço militar. Era 12 de novembro de 1832. No ano seguinte, em setembro, recebeu a nominação de Cavaleiro da Ordem Civil de São Francisco de Bourbon do Rei de Nápoles, indo para a aposentadoria de seu serviço como Magistrado.

            Em 1835 [5] encontra em Nápoles o general Oudinot em visita ao Rei de Nápoles e lhe confia uma letra amigável para o poeta e amigo francês Victor Hugo.

            Em 1836[6] se encontra dentre os dirigentes da Loja Maçônica “I Figli del Vesuvio” de Torre Annunziata, fundada em 1808, e despertada em 1828.

            Morre em Torre del Greco, em sua fazenda, em 1840.

            Sua sobrinha Virginia Bocchini esposará o ocultista e rosacruciano Giustiano Lebano (1832-1910) anos depois, em Nápoles[7].

           

 

[1] Em 7 de maio de 1816 se inicia na “La Sapienza”.

[2] Sua presença na Puglia é testemunhada por ele mesmo em “Daunia Ferdinandea”.

[3] Em Salerno, em 13 de junho de 1822, termina a “La Sapienza”.

[4] Em 31 de junho de 1831 escreve O Céu Úrbico, completando-o em 29 de agosto.

[5] Em 1834 publica o programa dos Arcani Gentileschi svelati, e em 29 de agosto inicia a publicação de Geronta sebezio. Último número em abril de 1837.

[6] Em 1838 traduz a Bíblia.

[7] No número XXIV 8-10-1836 de Geronta Sebezio, Bocchini dedica a esta sua sobrinha um Madrigal. Ela tinha 6 anos em 1836, enquanto Lebano tinha 4. 

A IMPORTÂNCIA DA ORAÇÃO MÁGICA


Todos os homens carregam em suas almas uma marca ou princípio do sagrado. Os rituais da Irmandade Hermética, usando "símbolos inefáveis", como os nomes misteriosos usados ​​nas invocações, ativam o elemento divino em nós e, através da correspondência com o planeta presente na astralidade, permitem que o irmão orante assuma um papel preciso.


Jâmblico, citado por Manlio Magnani em um de seus famosos escritos sobre "Mantras ou nomes mágicos", no final do livro Vº de De Mysteriis, descreve uma teoria bastante sintética com distinções técnicas sobre a oração cujo trabalho consiste em estabelecer uma relação de amizade com o mundo celestial, desempenhando uma função anagógica, que conduz à perfeição e completude, mas sobretudo preservando a ligação da alma com o mundo divino na medida em que foi originalmente concedida.


No entanto, é importante lembrar que, embora a oração tenha sido profundamente influenciada pela tradição teúrgica, o conceito de oração permanece o que sempre foi desde suas origens. A oração mágica é semelhante à dos papiros mágicos, que envolvem o uso de nomes mágicos, palavras sagradas e, acima de tudo, sequências de vogais para serem pronunciadas corretamente.


A oração é normalmente recitada durante o rito, às vezes até no final dele, mas em todo caso nenhum rito pode ser bem sucedido sem a recitação da oração prevista no próprio ritual hermético.


Dado o seu papel, a contribuição da oração mágica é tudo menos medíocre: as orações contribuem para o cumprimento máximo dos ritos; é por eles que os pedidos são fortalecidos e efetivados, que se contribui para a cadeia mágica entra em comunhão hierática indissolúvel com o mundo divino.


O iniciado na escola distingue três momentos de oração:


1) a primeira é preparatória e caracteriza-se por imprimir uma aproximação e realização da realidade divina; é o momento de iluminação da mente.


2) A segunda, por sua vez, é subjuntiva, e caracteriza-se por regular uma comunhão intelectual entre o homem e a realidade oculta; é o momento de ação conjunta com o mundo divino; a concessão dos benefícios, principalmente os terapêuticos, solicitados durante o rito ocorre antes mesmo que a razão pense e antes mesmo que o intelecto se dê conta disso, afirmação importantíssima que reafirma a inteligência superior do rito e a assimilação com o mundo divino.


3) Finalmente, no terceiro momento ocorre a unificação inefável com a entidade invocada na oração, caracterizada por um abandono total à autoridade divina, que fornece em símbolos sagrados um descanso para nossa alma; este é o momento de conjunção perfeita com o gênio invocado no rito de iniciação.


Tudo indica que as orações mágicas são um apelo a entidades específicas que acompanham rituais específicos e servem para auxiliar a invocação e interiorização da entidade chamada. O apelo mágico tem por finalidade introduzir um trabalho iniciático no qual se inicia uma etapa de elevação e um processo universal vivenciado em privado, individualmente ou em cadeia com a corrente mágica.


Uma prática habitual e recorrente como a que se pratica na Fraternidade Hermética alimenta nosso intelecto, amplia enormemente a receptividade da alma à realidade divina, revela aos irmãos o segredo da prática mágica, nos acostuma à luz da vela e aos segredos que o seu bruxuleio esconde e conduz a uma iminente perfeição do nosso brilhantismo ativo na corrente, até atingirmos o cume das nossas capacidades; eleva silenciosamente as nossas disposições espirituais, suscita a persuasão, a comunhão e uma fraternidade indissolúvel; aumenta o amor, afirma o elemento superior da alma, expulsa as contradições presentes no corpo lunar do irmão e favorece a sua purificação, retira da aura mercurial tudo o que a rodeia e que pertence à geração, aperfeiçoa a fé na luz e , em suma, torna os irmãos unidos e solidários para o propósito supremo da Scuola pro salute populi.


A oração é estritamente revelada para o propósito inerente a ela, mas afeta toda a estrutura dos quatro corpos do homem, colocando ordem e harmonia no corpo mercurial e purificando-o dos elementos relacionados ao elemento saturniano.


Os ritos mágico\teúrgicos estão para além de qualquer explicação racional, e entre as motivações da prática está sobretudo a assimilação de uma intimidade do nosso ser com o mundo secreto e seguindo o trabalho individual o fortalecimento da cadeia hermética com a participação ao antigo ideal egípcio, longe do domínio da matéria. Além disso, não é apenas a vontade individual, mas a vontade coletiva dos iniciados que ilumina os irmãos em cadeia e os une na realização da suprema finalidade.


A oração, conforme descrita por nossos Mestres, é uma forma de comunicação do homem com a parte já purificada de sua individualidade, uma linguagem sagrada por meio da qual o espírito humano pode elevar-se ao divino e finalmente unir-se a ele. Nesta perspectiva, a oração é apresentada como uma forma de mediação entre a alma humana e o mundo dos éons e os gênios do hermetismo mágico.


Nos tempos antigos as orações ainda estavam sujeitas à intermediação (entre o homem e os deuses) pela vontade dos demônios, que recebiam os pedidos dos homens e os atendiam (ou não). Sobretudo no mundo egípcio e nos papiros mágicos existe um riquíssimo repertório de nomes e símbolos sagrados que mais tarde foram utilizados por mediação dos mestres itálicos para fins mágico-terapêuticos.


Os "nomes desconhecidos" usados ​​em nossos rituais envolvem um processo pelo qual o gênio pessoal do discípulo se comunica e se assimila com o gênio mágico representado no símbolo hermético. Sujeito e objeto em certo sentido são assimilados.


No entanto, o divino mantém sua transcendência e sua superioridade causal: na metafísica hermética, os gênios são simultaneamente transcendentes e imanentes.


A ascensão ao mundo divino é a possibilidade do homem de participar do poder e da atividade divina através da assimilação e semelhança ao mais alto nível através do uso efetivo dos ritos dos símbolos e dos "nomes ocultos" contidos nas diversas formas rituais com as quais a Escola Hermética é dotada.


A Experiência Iniciática


Aqueles entre nós que há muito tempo seguem uma via iniciática de total e completa realização espiritual se deparam com uma série de problemas e de considerações que eu tentarei descrever e comentar neste breve texto.


Superada a fase inicial sobre a qual não é o caso que eu me detenha porque se deduz que tenham sido suficientes os conselhos, as instruções e sobretudo os avisos dos mestres que se alternaram recentemente e que, pródigos de palavras e de textos, fizeram de tudo para nos mostrar o caminho certo da realização espiritual, passo agora a tratar os problemas reais, aqueles práticos da vida cotidiana, aqueles que cada um de nós teve que enfrentar quando se viu sozinho, com a própria consciência e com as próprias forças, em presença do mistério filosófico.


Começando pelo controle do pensamento, pensamento habituado a correr livremente na mente, na tentativa de atingir a nossa aspiração profunda de uma Vida divina, para concluir depois com justificações que o pensamento produz fazendo de tudo para demolir aquela certeza absoluta que tínhamos produzido no início do caminho iniciado na onda do entusiasmo e da novidade.


Nesta fase nós esquecemos que o homem para viver a sua experiência iniciática não necessita de nenhuma justificação racional porque desde o início ele possui uma certeza: aquela que o pensamento lhe transmitiu com base na intuição.


Somente quando a experiência do sagrado se realizou o homem percebe a necessidade de reelaborá-la de maneira racional: e é neste momento que ele procura teorias inefáveis que justifiquem afetivamente a experiência interior que está vivendo. Não obstante todo o aflato em direção da sacralidade permanece no profundo da sua consciência como ato único que encontrará em si mesmo a legitimidade racional.


Quem deseja tocar o vértice da experiência mistérica não deve se deixar levar pelos “casos da vida”, pelas “emoções familiares” e pelos tantos sentimentos que agitam ou alegram as nossas relações humanas e sociais, mas deve permanecer vigilante e atento aos impulsos do nosso próprio ser que, no bem e no mal, normalmente não erra as diretrizes sobretudo quando se encontra no centro de um processo catártico que precede e acompanha a experiência em curso.


Neste “espaço de tempo” o homem renuncia à própria individualidade corpórea e se deixa transportar pelo ser incógnito em direção do centro da sua existência, o centro do ser diante do qual às vezes ele se considerou inadequado e impreparado quando é justamente de lá, deste “sendo” ou deste “ser que é” que é liberada a energia necessária para a sua verdadeira iniciação. De fato é errado pensar que o êxtase “filosófico” aconteça por um favor divino, o êxtase é o ponto final de um processo que teve início com a ajuda das nossas forças espirituais, ativas e operativas durante a nossa vida corpórea a qual juntamente com a Alma, propicia e acompanha todos os nossos desenvolvimentos vitais, daqueles inferiores exprimidos pela esfera terrestre àqueles inerentes ao nosso destino superior.


Portanto é errado pensar que se chegue ao completamento da nossa realização espiritual somente após a morte. Aquilo que acontece após a morte deve ser preparado por nós e deve ser vivido em vida, caso contrário no além nos espera um destino de sombras cegas e surdas para qualquer apelo.


Podemos falar de “imortalidade da alma” só se tivermos o total conhecimento e a absoluta certeza daquilo que nos espera no “aqui” e no “após”, portanto dividir em dois a eternidade iminente sobre nós é o mais trágico erro que podemos fazer, não só do ponto de vista intelectual, mas sobretudo daquele iniciático, demonstrando assim não ter compreendido nada da verdadeira finalidade da experiência iniciática sobre a qual estou falando.


A experiência humana é necessária porque é com os pés no chão que nos será possível “conhecer”, em primeiro lugar o “demon” que temos como destino e então a Alma que sustenta a nossa vida e tamabém aquela parte divina de nós que participará da inefável ascenção após a restituição do nosso escafandro físico à mãe terra.


Nós estamos lidando com um ente mortal (o nosso corpo físico) que aspira unicamente às paixões (quando vive) e à dissolução quando se aproxima o final e que, quando está “vivo” será possível dominar e sobretudo “usar” com os únicos instrumentos à nossa disposição; aqueles que a nossa “inteligência” e sobretudo a nossa “alma” nos colocam à disposição: nós é que devemos “vê-los” com o olho de “júpiter” e usá-los com as asas de “hermes”.


É melhor a este ponto, antes de prosseguir, esclarecer as coisas sobre o significado da palavra morte já que nem sempre foi usada, como hoje em dia, para designar o fim de uma existência humana. Se não tivéssemos condições de entender e de aprofundar o problema da morte seria melhor renunciar a prosseguir no exame da <experiência iniciática>. Como veremos a morte humana está intimamente relacionada com a morte iniciática já que “a morte iniciática consiste - segundo Arturo Reghini – em colocar a própria consciência, estando vivos e presentes a nós mesmos, na condição na qual deve encontrar-se a consciência do morto. Se trata de experimentar, vivendo em plena consciência, a morte.”


Nós sabemos que o êxtase, como pensava Giordano Bruno, não acontece por nenhuma intervenção divina especial, mas por mérito das próprias forças espirituais, naturalmente imanentes na alma; acontece ainda que se pode chegar ao Absoluto inefável nesta vida terrena e que a união estática não é privilégio de um além.


De fato o aspirante iniciado não se preocupa tanto com uma vida espiritual perfeita que se realiza após a morte, quanto ao contrário com a própria vida terrena, porque a corporeidade que acompanha a alma não diminui absolutamente a sua potência espiritual nem atrasa a realização do seu destino superior.


Portanto se ao êxtase se chega sem nenhum milagre divino, mas por mérito somente das forças espirituais da Alma, consequentemente se poderá alcançar ainda no decorrer desta vida terrena, isto é durante o percurso daquela experiência especial que chamamos “iniciação”, já que no mundo clássico a própria palavra “iniciação” era seguida por aquela dos “mistérios”. Portanto a experiência iniciática não é outra coisa senão uma experiência mistérica, que se desenvolve e se realiza durante a vida e não na espera vã de um além obscuro e problemático.


Para concluir, Platão e os neoplatônicos insistem em dizer que se alcança a imortalidade da alma através de uma pureza imaterial, sobretudo porque a imortalidade é uma conquista definitiva da alma, é a confirmação que o processo palingenético se realizou na viagem só de retorno e que a morte não é somente a interrupção de UM destino mas é o sinal da interrupção de NUMEROSAS vidas e de vários mortos que precisamente se celebram e se exaltam naquele cruel mecanismo da reencarnação e que com a experiência iniciática e a conquistada imortalidade deve cessar de existir.


Manlio Magnani concludeva il suo bellissimo scritto sulla “Morte” con queste parole che facciamo nostre: “Precisamente nel fine visibile delle forme e delle vite singole, degli aggregati, delle cose composte e delle cose semplici, in una parola in ciò che gli uomini chiamano morte è il segno visibile tangibile di un limite insorpassabile da parte del caos. La cosiddetta morte in quanto dissolve una esistenza, di qualunque ordine essa sia, ha valore e significato di negazione e di opposizione alla fissità o alla stabilità del divenire fenomenale, del processo della molteplicità, dell’impulso del caos: quindi è come espressione di un tendere verso il ritorno allo stato anteriore al caos e al verbo stesso, cioè a quell’unicità in molte tradizioni indicata con la parola padre. Ecco perché la morte fu detta "mistero cosmogonico del padre”.


Manlio Magnani concluía o seu belíssimo texto sobre a “Morte” com estas palavras que fazemos nossas: “Precisamente no fim visível das formas e das singulares vidas, dos agregados, das coisas compostas e das coisas simples, em uma palavra naquilo que os homens chamam de morte está o sinal visível tangível de um limite intransponível por parte do caos. A assim dita morte que dissolve uma existência, de qualquer ordem esta seja, tem valor e significado de negação e de oposição à fixidade ou à estabilidade do futuro fenomenal, do processo da multiplicidade, do impulso do caos: então é como expressão de um tender em direção do retorno ao estado anterior ao caos e ao próprio verbo, isto é àquela unicidade indicada em muitas tradições com a palavra pai. Eis porque a morte foi chamada “mistério cosmogônico do pai”.