quarta-feira, 3 de janeiro de 2024

La Estrella de David


Para Aristóteles, “lo inteligible reside en lo sensible” (De Anima, L. I, c. 8, 432 a 5). Cabe entender tal afirmación en la idea de que las formas esenciales (específicas de lo real), no pueden ser “percibidas” (o comprendidas) “directamente”, sino que deberán darse “a través de un medio”. Tal medio es la imagen sensible, y, a través de la misma,  según Aristóteles, es posible encontrar lo esencial.


   Mantiene Aristóteles en el mismo libro que existe “un intelecto tal para llegar a ser todas las cosas”, y otro “para hacer todas las cosas”. Así pues, según Aristóteles, el intelecto humano sería doble, y solo una parte del mismo “inmortal” y eterno” (el “nous”).


   Añade el filósofo que “El nous no  piensa sin imágenes” (De Anima, L. I, c. 7, 431), lo que viene a significar que, el “nous”, el Alma espiritual, utiliza ideas simbólicas y, por tanto,  precisa de  los símbolos, para formar “ideas universales”.


   Si lo pensamos con detenimiento, ello tiene su lógica. La realidad de lo  trascendente (los conceptos universales) es en sí misma inaprehensible, y solo es posible llegar a la misma a través de la “inducción” (intuición): “La inducción es el camino hacia los conceptos universales a partir de las realidades individuales» (Tópicos, L. A. c. 12, 105 a 13). Dicho de otro modo, las  definiciones y conceptos (basados en el conocimiento intelectual)  pecan de inexactos, pues van dirigidos a la razón intelectual, al tiempo que el símbolo (dirigido a la intuición), explica lo incomprensible (lo todavía no entendido por la razón), de manera espontánea. Tal es la causa de que, desde la más remota antigüedad, se haya hecho uso del símbolo a la hora de exponer enseñanzas espirituales, pues, una parte del cuerpo mental del ser humano (por lo general, la única parte desarrollada), está asociada a un trasfondo psicológico-cultural de pensamientos ilusorios, mientras que la “Idea Pura” o “Arquetipo”, está asociada al “nous” inmortal (el Alma unida al Espíritu).


El “Hexagrama”


Tras estas aclaraciones, nos será más fácil comprender el simbolismo de una figura geométrica conocida como “Hexagrama”, “Estrella de David”, o “Sello de Salomón”, compuesta por dos triángulos equiláteros invertidos y entrelazados, que determinan un hexágono regular central, rodeado por seis triángulos equiláteros, iguales y coincidentes,  de menor tamaño.


Como todo símbolo, el Hexagrama, en su expresión gráfica, contiene múltiples sentidos. En su expresión más obvia, representa el nexo entre lo celeste y lo terrestre, lo divino (macrocosmos) y su reflejo en la creación: el microcosmos (razón por la que, para el pueblo judío, evoca el pacto entre la deidad y Abraham). A nivel alquímico, se nos presenta como emblema del fuego y del agua. A nivel cabalístico,  el triángulo  apuntando hacia arriba simboliza el “Ser Supremo, mientras que el triángulo con el vértice hacia abajo, sería la sephirá final, maljut (realeza), el atributo final dentro de la Creación, asociado con el alma y con el poder de auto-expresión, que absorbe la energía de los atributos superiores y los utiliza para descender y crearlo todo.


   Desde otra perspectiva, la superposición de los triángulos simbolizaría el “andrógeno”, el ser masculino-femenino, en equilibrio perfecto con la  divinidad. En tal sentido, el centro (invisible) de la estrella representa el núcleo interno (divino) del ser humano espiritualizado, del que los  vértices  exteriores reciben su fuerza (representaría, por tanto, la presencia divina  en el interior del ser humano).


La Tríada material y espiritual del ser humano


Tras las  aclaraciones previas, trataremos ahora de profundizar en otro aspecto simbólico de la Estrella de David.


   Sabemos que el universo manifestado es número y geometría (tal realidad científica y esotérica es perceptible con tan solo observar las estructuras geométricas que nos rodean: las formaciones de los cristales y otros minerales, etc.).


   También el ser humano consta de un triple cuerpo material y, a lo largo de lo que habitualmente denominamos, proceso espiritual, debe desarrollar un Cuerpo de Luz Trinitario, inmortal. Sin duda, tanto la tríada material como la espiritual, presentan formas geométricas, mas o menos sutiles. No es nuestra intención, sin embargo, hablar de las mismas, sino de cómo, la Simbología Sagrada, alude a ambas tríadas a través de la Geometría.


   La Tríada espiritual, o Triángulo superior, de la constitución humana está formada, por tres aspectos que la teosofía denomina:


Atman.

Buddi.

Manas (mental superior).

La Tríada inferior (material), o Triángulo inferior, de la constitución humana (la personalidad) lo forman el:


Cuerpo físico-etérico (vinculado a tres estados de energía: sólido, líquido, gaseoso, y a cuatro estados etéricos).

Cuerpo astral.

Manas (mental inferior).

 El desarrollo espiritual del ser humano implica y conlleva el desarrollo y unión de la Tríada espiritual (el Triángulo superior),  y su posterior unión con la Tríada inferior (Triángulo inferior), conformando así la Estrella de seis puntas (La estrella de David).

Tenemos más o menos consciencia de lo que es el cuerpo físico con su contraparte etérica o vitalizante, el cuerpo astral (o cuerpo a través del cual el ser humano expresa sus emociones y sentimientos) y el cuerpo mental inferior (el cuerpo que nos permite  razonar, el principio que diferencia al ser humano del animal).


   Menos conocida resulta la Tríada espiritual, el Triángulo superior. Puede decirse que la estructura espiritual del ser humano es la expresión de su Principio monádico o Núcleo monádico.


   El núcleo monádico, átomo-chispa de espíritu, o Chispa divina, es el principio espiritual proveniente del Fuego del Absoluto o “Causa sin Causa”, el Padre,  presente en cada ser humano. En tal sentido, es la esencia más pura, el dios interior al  que cada ser humano está unido.


   Podemos considerar a las  Chispas monádicas, como la vida exhalada por el Logos, o pensamientos del Absoluto, que se esparcen por todo el universo, para desarrollar el plan de la divinidad.


   Una vez creadas tales Chispas monádicas, se reencarnan en los reinos inferiores (involución), progresando gradualmente a través de los diversos reinos  (mineral, vegetal, animal, humano), hasta que, encarnadas en un ser humano, pueden emprender  su vuelta a las regiones divinas de las que han surgido (evolución). A lo largo de tal proceso evolutivo, el Núcleo monádico o Átomo-chispa de espíritu,  absorbe o incorpora en sí la esencia de los diversos reinos, de manera que desarrolla autoconsciencia.


   Hemos señalado que la Mónada o Núcleo monádico, presente en el ser humano, desarrolla como medio de expresión una estructura espiritual triple que la teosofía denomina, Átman-Buddhi-Manas.


   Átman es la expresión del Espíritu puro y eterno. Átman-Buddhi, es la primera envoltura de Átman, el Alma divina del ser humano, la Razón pura o Razón intuitiva. Al ser humano le corresponde “despertar” y “vitalizar” a Buddhi, con el fin de convertirla en el vehículo que le permitirá acceder a la verdadera Sabiduría.


   Manas superior es el ser humano como reflejo de la Mente universal, el verdadero cuerpo mental del ser humano, el principio “sensciente” (esto es, provisto de sensibilidad y consciencia), el verdadero Ego.


   Manas es dual en esencia. Unido a los principios inferiores: cuerpo físico, cuerpo etérico o vital y cuerpo astral, forma la personalidad mortal del ser humano.  Unido a Buddhi, forma el Alma espiritual (en contraposición con Káma-Manas, el alma humana no espiritualizada). Junto con Buddhi y Átman, conforman la Tríada superior imperecedera, y, a través de la misma, el cuerpo inmortal u “Hombre espiritual”.


   Vemos así, como el Simbolismo Sagrado aporta, a través de los siglos, el conocimiento intuitivo que el ser humano necesita para volverse un verdadero Manas, un verdadero Pensador.


Jacques Bergier - Melquisedeque

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