quarta-feira, 31 de janeiro de 2018

Salón Rosacruz


Catálogo del Salón Rosacruz de 1892

Los Salones de la Rosa-Cruz

A finales del siglo XIX, Occidente se maravilla ante los nuevos poderes que le aportan la ciencia y la industria. La ciencia triunfa y el hombre presume de que la modernidad va a traerle la felicidad. Sin embargo, algunas mentes esclarecidas, filósofos, místicos y artistas, se inquietan por las perspectivas que ofrece este progreso. Esta tendencia se afirma especialmente en los Simbolistas, un movimiento artístico que agrupa a artistas de todas las disciplinas. Muchos de ellos expondrán en los Salones de la Rosa-Cruz.

Joséphin Péladan (1858-1918) se pondrá de su lado. Él mismo, plantea el problema en estos términos: “¿Acelera la velocidad material la vida interior, y el hombre con alas, no tendrá el mismo corazón y las mismas penas?”. El Siglo XIX es también el del despertar de los ocultistas, que quieren restaurar la sabiduría del pasado. Joséphin Péladan se sitúa en el centro de los movimientos simbolistas y ocultistas. Como artista, se coloca en la esfera de influencia de los simbolistas, y como ocultista, se presenta como un iniciado de la Rosa-Cruz.

Es a su hermano Adrien (1844-1885), uno de los primeros homeópatas franceses, a quien Joséphin Péladan debe su entrada en una rama de la Rosa-Cruz de Toulouse. A esta Orden pertenecía también el Vizconde Louis-Charles-Edouard de Lapasse (1792-1867), un alquimista de Toulouse presentado como un alumno del Príncipe Balbiani de Palermo, presunto discípulo de Cagliostro.

El Gesto estético de la Rosa-Cruz

En París, Joséphin hace amistad con Stanislas de Guaïta. El encuentro de los dos hombres hace nacer un proyecto: renovar la Orden de la Rosa-Cruz, que entonces estaba a punto de desaparecer. Entonces fundan la Orden Kabbalistica de la Rosa-Cruz (1888). Gracias a la ayuda de Papus (Dr. Gerard Encausse), la Orden conoce un rápido desarrollo. Sin embargo Joséphin Péladan reprocha a sus colaboradores una tendencia demasiado pronunciada hacia el ocultismo y rechaza el aspecto masónico que quieren dar a la Orden. Entonces decide trabajar de manera diferente y crea en mayo de 1891 la Orden de la Rosa-Cruz, del Templo y el Grial, (llamada también Orden de la Rosa-Cruz Católica), cuyo proyecto ya había trazado en su primera novela en 1884. En junio, bajo el nombre de Sâr Mérodack, Péladan se presenta como el Gran Maestro de este movimiento cuyo nacimiento es anunciado por Le Figaro.

La Orden instaurada por Joséphin Péladan es menos una sociedad iniciática que una hermandad que reúne a artistas. Su objetivo es restaurar en todo su esplendor el culto por el ideal, con la Tradición como base y la Belleza como medio.

La actividad esencial de la Orden de la Rosa-Cruz del Templo y el Grial se consagra pues a la organización de exposiciones y veladas dedicadas a las bellas artes. El primer Salón de la Rosa-Cruz, organizado del 10 de marzo al 10 de abril de 1892, es su primer “gesto estético”.

El Simbolismo y el arte ideal

La época en la que los salones rosacruces abren sus puertas está en plena efervescencia artística. Estamos en el centro de lo que en la historia del arte se llama el Simbolismo. Los pintores de este movimiento quieren convertirse en místicos del arte. Se oponen al realismo académico, y bajo su impulso, se celebran muchos salones privados al margen de las manifestaciones oficiales. Los Salones de la Rosa-Cruz estuvieron entre los más prestigiosos de ellos.

Para Péladan, “no hay otra verdad que Dios, no hay otra belleza que Dios”. El arte es la búsqueda de Dios por medio de la belleza. Para él, el arte tiene una misión divina, por eso la obra perfecta no debe solamente satisfacer al intelecto, debe ser un trampolín que eleve el alma. Considerando que el hombre es atraído naturalmente por la belleza, Péladan lo califica “de animal artístico”. Esta búsqueda de la belleza está motivada por la nostalgia de una armonía perdida, que instintivamente el hombre busca en todas las cosas.

En su libro “El Arte idealista y místico”, Joséphin Péladan precisa que el verdadero artista es el que posee la facultad de sentir, por medio de la contemplación, el influjo celestial del verbo creador con el fin de hacer de él una obra de arte.

Erik Satie

El primer salón abre sus puertas el 10 de marzo de 1892, en la galería Durant-Ruel, en la calle Lepelletier de París. Sesenta artistas respondieron al llamamiento hecho por Péladan y el catálogo de la exposición incluye 250 obras. Rémy de Gourmont en su crónica del Mercure de Francia dijo de este salón que es “la gran manifestación artística del año”.

El público acude y la muchedumbre es tan importante, que la policía debe intervenir para regular la circulación. Después del cierre de sus puertas, se contabilizaron más de 22.000 visitantes. El éxito fue considerable y la presencia de artistas extranjeros le dio una repercusión mundial. El salón se inaugura con gran ceremonia, con una música compuesta especialmente por Erik Satie, el compositor oficial de la Orden. Los días son prolongados por las Veladas de la Rosa-Cruz, dedicadas a la música y al teatro.

La héxada estética

Hubo en total seis salones de la Rosa-Cruz. Cada uno de ellos se realizó bajo los auspicios de un dios Caldeo. El último tuvo lugar en 1897, en la prestigiosa galería Georges-Petit. Ante la multitud de solicitudes, se tuvo que organizar una inauguración particular para los 191 críticos de arte y cronistas. Al día siguiente, 15.000 visitantes se acercaron a este templo del arte. Tras la clausura del sexto Salón, el Gran Maestro anunció el paso a estado durmiente de la Orden.“Rindo las armas”, dirá J. Péladan, “la fórmula de arte que he defendido se admite ahora en todas partes; ¿porqué se acordaría uno del guía que ha mostrado el vado, cuando el río ya ha pasado?”.

Entre los 193 artistas que expusieron en los salones, podemos citar a:

L.O. Merzon, más conocido por el público por haber dibujado los famosos billetes de 50 F y de 100 F.
Henri Martin, cuyo deseo de expresión mística le acerca a veces a Gustave Moreau.
Charles Filiger, André Breton poseía algunos de sus lienzos y encontraba en él un acento precursor del Surrealismo.
Jean Delville del que algunas de sus obras están inspiradas en los Grandes Iniciados de E. Schuré.
Émile Bernard, amigo de Toulouse-Lautrec y de Gauguin, se incorporará al grupo de Pont-Aven. Es considerado como uno de los padres del Simbolismo.
Georges de Feure, el más elegante de los simbolistas. Fue igualmente un creador del Art Nouveau (Arte Nuevo).
Eugène Grasset, uno de los más interesantes ilustradores y propagadores del Art Nouveau.
Ferdinand Hodler, cuyo cuadro Hartos de vivir tuvo mucho éxito en el salón rosacruz.
Fernand Khnopff, a quien J. Péladan consideraba como un maestro. Convertido en su amigo, será el primer discípulo belga de J. Péladan y durante el segundo salón, expondrá su famosa tela inspirada en un poema de C. Rossetti, Será igualmente uno de los fundadores del Grupo de los XX.
Carlos Schwabe, después de haberse alejado de J. Péladan ilustró magníficamente El sueño de Zola.
Y muchos otros como: Edgard Maxence, Félicien Rops, George Minne, Alphonse Osbert, Eugène Delacroix, Gaetano Previati, Alexandre Séon, Jan Toorop, Georges Rouault, Antoine Bourdelle.

El apogeo del Simbolismo

Su esfuerzo no fue inútil, como precisa Pierre Jullian, “en general, los simbolistas, a pesar de algunas diferencias de oficio, no se apartaron demasiado de los edictos de Péladan: no hay anécdotas, naturalezas muertas, paisajes pintorescos; pero se renovó enteramente la pintura religiosa”. Curiosamente, en 1898, año en que se organizó el último salón rosacruz, el movimiento simbolista comenzó a declinar.

En Francia, la revista Entretiens Idéalistes, fundada a finales de 1906 por Paul Vulliaud, admirador de Péladan, intentará en 1907 dar continuación a los Salones creando la Exposición de pintores y escultores idealistas. De esta tentativa sin futuro nació la “Confrérie de la Rosace”, fundada en marzo de 1908 por el Hermano Angel, que trabajó con el mismo espíritu que Péladan pero con medios muy modestos.

Joséphin Péladan, escritor

Después de los Salones de la Rosa-Cruz, Joséphin Péladan prosigue sus conferencias sobre arte, en Francia y Europa. Se dedica también a la escritura. El conjunto de su obra no comporta menos de noventa volúmenes que incluyen novelas, obras de teatro, estudios sobre arte o esoterismo.

También es autor de multitud de artículos para revistas artísticas. Tres de sus obras serán galardonadas por la Academia Francesa y en 1917, a falta de un voto, estuvo a punto de suceder a Octave Mirebeau en la Academia Goncourt. Paul Verlaine pensaba que tenía un talento considerable y Anatole France veía en él a un escritor nato. Otros como Alfred Jarry, Paul Valéry, André Breton, Raymond Queneau, Montherlant o Kandinsky apreciaban su obra. Olvidado por el gran público, el Sâr Mérodack Péladan se había vuelto más modesto. Cuando Alexandra David-Néel lo encontró más tarde en el Mercure de France, no se llamaba ya Sâr, sino simplemente Sr. Joséphin Péladan. Continuó su actividad literaria hasta su muerte el 27 de junio de 1918.

Si lo desea puede obtener más información sobre la historia de la Rosa-Cruz a través del libro “Historia y Misterios de los Rosacruces”, escrito por Christian Rebisse.