quarta-feira, 3 de janeiro de 2024

Paulicianos


Los paulicianos fueron una agrupación cristiana que apareció en la zona de Armenia en el siglo vii y que se desarrolló en Anatolia y los Balcanes en los siglos posteriores alcanzando gran predicamento y habiendo sido los antecesores de los bogomilos.

El origen de los paulicianos es oscuro; se les encuentra por primera vez en la zona de Armenia alrededor del año 650. Algunas fuentes consideran como fundador a Costantino de Manamali, nacido cerca de la ciudad de Samosata (en la actual Turquía). Los primeros años de la historia de los paulicianos transcurren con un silencio en las fuentes. Se sospecha que en esa época consiguieron una audiencia considerable en la zona del alto Éufrates y la Anatolia oriental, tanta que influyeron en la política religiosa de León III. Las campañas en Siria y Armenia de su hijo Constantino V los llevó hacia los Balcanes como Stratiotas, ya sea por deportación o como tropas fieles. Durante la época Iconoclasta se les favoreció moderadamente. Restaurado el culto a los iconos (o imágenes) el favor se disipó y dada su heterodoxia cristológica empezaron a ser perseguidos, o al menos importunados.

En esa época su líder era Sergio, que llevó a cabo una importante política de proselitismo. Los emperadores de la Segunda época iconoclasta no disminuyeron la persecución hacia los paulicianos, lo que les llevó a huir hacia la Armenia oriental, controlada por el califato abasí y haciendo causa común con ellos. Carbeas, un antiguo funcionario, huido tras las persecuciones, sucesor de Sergio, estableció un estado pauliciano en esta zona. Es en esta época cuando el paulicianismo adquiere el tono maniqueo por el que serán conocidos, un maniqueísmo muy atemperado, si bien parece que afirmaban que la materia era obra de Satanás, esto no les lleva a una condena del matrimonio y la procreación, y posiblemente no eran tan ascetas ni rigurosos como lo eran en Bizancio.

Pataria


La pataria o movimiento patarino fue un movimiento popular urbano centrado en la ciudad de Milán cuyo objetivo era reformar el clero y el gobierno eclesiástico dentro de la ciudad y su provincia eclesiástica, en apoyo de las sanciones papales contra la simonía y el matrimonio clerical.


Los involucrados en el movimiento fueron llamados patarini (singular patarino), patarinos, patarines o patarenes, palabra elegida por sus opositores, cuya etimología no está clara. Generalmente se considera que el movimiento, asociado con los disturbios urbanos en la ciudad de Milán, comenzó entre 1056 - 1057 y terminó en 1075.


La pataria también vino a oponerse al poder del papado y sus corrupciones morales. Los patarinos fueron declarados secta herética.1​ Algunos eruditos los consideran precursores de la reforma protestante.


Historia

Comenzó cuando una congregación popular de Milán cuestionó el nombramiento como arzobispo de aquella ciudad de Guido da Velate (1045), noble milanés fiel al emperador alemán Enrique III. Guido era opuesto a los principios que luego se concretarían en la reforma gregoriana. Es decir, era partidario de la supremacía del poder imperial sobre el espiritual del papa, así como del reparto que se hacía de los beneficios y rentas eclesiásticos como si fueran un feudo más. Esto hizo que el descontento social y espiritual de gran parte del laicado milanés se materializara en una rebelión contra su arzobispo, al que acusaban de simonía.


Entre 1056 y 1057, inflamados por la predicación del diácono Arialdo y de otros canónigos de la catedral, los sectores más puritanos del pueblo milanés, pertenecientes a todos los estamentos sociales, comenzaron a boicotear los actos religiosos celebrados por curas casados o que vivían con concubinas, al tiempo que denunciaban las prácticas simoníacas. Tras apelar ambas partes al juicio del papa Esteban IX, se decidió la celebración de un sínodo en Novara, donde fueron excomulgados los dirigentes patarinos por no acudir (1057).


La situación degeneró en una auténtica guerra civil entre antipatarinos y patarinos, ayudados por los reformadores que dominaban entonces el papado y que acudieron como legados pontificios a Milán: Anselmo di Baggio (futuro papa Alejandro II), Pedro Damián (cardenal obispo de Ostia) e Hildebrando de Toscana (futuro Gregorio VII). El líder patarino, Arialdo, sería asesinado en 1066 y beatificado en 1068.


A principios de la década de 1070 continuó el enfrentamiento, que se complicó por las intervenciones del emperador Enrique IV y del papa Alejandro II, que nombraron sendos arzobispos de Milán. El papa reformador por excelencia, Gregorio VII, no pudo evitar que el arzobispo nombrado por el emperador, Tedaldo, dominara Milán y acabara con la pataria, aunque lo excomulgó varias veces.


Denominación

El significado y la etimología de la pataria no está claro. La etimología propuesta por Ludovico Antonio Muratori, es que proviene del dialecto milanés, patée, en el sentido de 'vagabundos'. Otros, siguiendo la hipótesis de Pietro di Vaucernay, han propuesto su origen en el Pater Noster porque los miembros del movimiento se caracterizaban por una repetición casi obsesiva de esta oración.​ Otras hipótesis llegan a que proviene de los miembros del movimiento que se reunían en Pattari o barrio de los traperos de la ciudad (pates es una palabra dialectal para 'trapo'). Sin embargo, en el siglo xiii el nombre pataria fue apropiado por los cátaros, que decían que provenía de pati (“sufrir”), porque soportaron penalidades por su fe.

Bogomilos


Los bogomilos fueron una comunidad herética de vida rigurosamente ascética, con creencias docetistas y gnósticas, cuyo origen se remonta al siglo x en la región de Tracia (actual Bulgaria, Rumelia y norte de Grecia), así como en Bosnia.


Etimología

La palabra «bogomilo» significa ‘querido o amado de Dios’ y proviene de la combinación de dos palabras de origen eslavo: bog, que significa ‘dios’, y mil, milo, que significa ‘querido’. Algunas otras versiones de la etimología suponen que el término deriva de su principal patriarca, llamado Bogomil, aunque si bien se observa esta segunda posible etimología no contradiría a la anterior, ya que Bogomil equivale al nombre Teófilo y este en griego significa ‘amigo de Dios’.


Origen

En el año 864, el soberano (jan) búlgaro Boris I es bautizado por los ortodoxos griegos, comenzando así la Iglesia ortodoxa su misión de conversión por todo el territorio búlgaro. Sin embargo, por aquella época ya habían penetrado diferentes credos y creencias de carácter animistas y paganas que harían difícil la evangelización ortodoxa de tales territorios. De esta forma, los paulicianos, que huían a Bulgaria tras la destrucción por parte de las tropas bizantinas de su capital Tefricia (872) en Capadocia y la erradicación del paulicianismo y del tondraquianismo en Asia Menor reforzada mediante las deportaciones que efectuó Juan I Tzimisces desde el oriente de Anatolia hacia los themas de Tracia, encuentran un caldo de cultivo ideal para la expansión de sus ideas dualistas.


Fue un sacerdote búlgaro, apodado a sí mismo Bogomilo, quien, a finales del siglo xi, aunó todas las ideas y creencias heterodoxas que se extendían por Tracia en aquel momento, dando así origen a los bogomilos y al bogomilismo.


Principios religiosos

Negaban el nacimiento divino de Cristo, la coexistencia personal del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y afirmaba que Cristo no había sufrido la crucifixión, ya que su cuerpo sólo era aparente y no real (Docetismo).

Sostenían la concepción dualista maniquea del origen del mundo. En realidad creían que Dios había tenido dos hijos, Satán y Miguel, el mal y el bien, respectivamente.

Negaban la validez de las ceremonias y los sacramentos cristianos.

Los milagros hechos por Jesús eran interpretados en un sentido espiritual, no como hechos materiales reales.

El bautismo solo se debía practicar a las personas adultas, sin agua ni aceite, sino por la autorrenuncia, las plegarias y el cantar de himnos.

Habían de instruirse los unos a los otros y no tenían sacerdotes especiales. Rezaban en casa, no en edificios religiosos.

Se conocieron dos ramas principales. Una, la más puritana, recibió el nombre de «albanesa» por el hecho de que gran parte de sus integrantes se retiraba a vivir en las zonas montañosas; la rama menos estricta se ha conocido con el nombre de «garatense».


Tras ser prácticamente exterminados en Tracia —principalmente por orden de los emperadores bizantinos— muchos se refugiaron en el país actualmente conocido como Bosnia, donde llegaron a ser la mayoría de la población merced a que su territorio era un área tapón entre la zona de influjo de la Iglesia católica al oeste y la de la llamada Iglesia ortodoxa griega al este, en efecto, los bogomilos bosnios se encontraban entre los croatas católicos y los serbios ortodoxos.


Al producirse la invasión turca otomana a la península de los Balcanes en el siglo xv, gran parte de los bogomilos se aliaron con los turcos ante los cristianos. A partir de entonces, la mayoría de los bogomilos se convirtió consensuadamente al islam sunita.


Por otra parte —siempre durante el medioevo, ya desde el siglo x— los bogomilos fomentaron en Italia la llamada «creencia patarina», mientras que en Occitania y el noreste de España influyeron para que allí se instaurara y prosperara la creencia, muy afín al bogomilismo, de los cátaros.


Como los bogomilos, los cátaros rechazaban el matrimonio y consideraban el mundo actual como un producto del mal, de modo que solían practicar el celibato o formar comunidades en las cuales el celibato era frecuente. Esto dio pábulo a la reputación según la cual los bogomilos eran homosexuales sodomitas (al punto de que, al ser ellos llamados por confusión frecuentemente «búlgaros», luego tal apodo pasó a ser la etimología de la palabra bujarrón o buharrón).

Novacianismo


El Novacianismo fue una doctrina cristiana aparecida en el siglo iii propuesta por Novaciano, considerado antipapa, que negaba la absolución de los lapsi y afirmaba que la Iglesia no tenía poder para autorizar la vuelta a la comunión de los cristianos bautizados que renegaron de la fe en la persecución y los que cometieron algún pecado mortal o celebraron segundos matrimonios.


Novaciano fue un sacerdote romano que en el año 251 se opuso a la elección del Papa Cornelio, después del asesinato del Papa Fabián I, con el argumento de que era demasiado laxo en la aceptación de los cristianos no practicantes y que la Iglesia no podía dar la absolución a los cristianos que habían renunciado a su fe durante la persecución (lapsi), pero que después querían volver a la Iglesia. Por esto, los novacianos, incluyendo a Novaciano, fueron considerados herejes por la Iglesia católica, y como no estaban sometidos al obispo de Roma, también fueron etiquetados de cismáticos. Él y sus seguidores fueron excomulgados por un sínodo celebrado en Roma en octubre del mismo año. Tras eso, Novaciano fue desterrado de Roma y se dice que sufrió el martirio bajo el mandato del emperador Valeriano I.


Después de su muerte, la doctrina de los novacianos (Novacianismo), se extendió rápidamente y se podía encontrar en todas las provincias, siendo muy numerosos en algunos sitios. Fueron llamados novacianos, aunque ellos se autodenominaban cátaros (katharoi = "puros"), término que reaparecerá en la Edad Media, que refleja su deseo de no ser identificados con lo que consideraban las prácticas laxas de la Iglesia. Llegaron a volver a bautizar a sus propios conversos. Aparte de las diferencias mencionadas, sus prácticas eran las mismas que las de la Iglesia primitiva.


El cisma y la doctrina de los novacianos fue muy rigorista y fue perdiendo adeptos hasta su desaparición en el siglo vii. Destacan en la impugnación de esta doctrina los papas San Cornelio, San Lucio I, San Esteban I, y el Obispo de Cartago San Cipriano, todos coetáneos de Novaciano (mitad del siglo iii). Y casi un siglo más tarde, San Ambrosio de Milán y San Paciano de Barcelona.

Donatismo


El donatismo fue un movimiento cismático cristiano iniciado en el siglo iv en Numidia (la actual Argelia), que nació como una reacción ante el relajamiento de las costumbres de los fieles. Iniciado por Donato, obispo de Cartago, en el norte de África, aseguraba que solo aquellos sacerdotes cuya vida fuese intachable podían administrar los sacramentos, entre ellos el de la transubstanciación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo (eucaristía), y que los pecadores no podían ser miembros de la Iglesia.


Antecedentes

Las conquistas del Imperio Romano sobre las poblaciones en torno al Mar Mediterráneo o «Mare Nostrum» provocaron reacciones de oposición en los distintos pueblos sometidos. Es de interés particular que en África del Norte, Numidia, Cártago e Hipona, junto con otras ciudades asumieran el cristianismo, antes que por una convicción espiritual, por una oposición al emperador romano que siendo politeísta les despreciaba abiertamente, es decir, para las regiones del norte de África ser cristiano equivalía a manifestar su rechazo a la ocupación romana durante los primeros siglos de nuestra era.


El panorama cambió con el paso de los años, cuando los emperadores romanos comenzaron a convertirse a la fe cristiana, los pobladores de las regiones aludidas buscaron un nuevo credo con el cual seguir oponiéndose al dominio imperial, pues permanecer en la fe de la Iglesia Romana les parecía tanto como aceptar la dominación del Imperio. He aquí el caldo de cultivo en el cual la doctrina del donatismo encontró numerosos fieles no solo en la población común sino también en los obispos cristianos de aquella época, especialmente en Numidia.


Historia

Terminada la última gran persecución de cristianos, llevada a cabo bajo el emperador Diocleciano, y tras ser legalizada esta fe por el Edicto de Milán, surgió una fuerte rivalidad entre dos grupos de obispos y de fieles africanos: los denominados traditores, que se mostraron débiles y abjuraron de su fe ante las autoridades romanas (lapsi); y los llamados numidios, que se mantuvieron firmes y no cedieron.


En el 311, los obispos africanos 'numidios' se opusieron a la elección de Ceciliano como nuevo obispo de Cartago, realizada por el "traditor" Félix de Aptonga. Ceciliano también era acusado de haber sido un traditor, por haber entregado ejemplares de las Sagradas Escrituras a las autoridades durante la persecución. Sus oponentes, en su lugar, consagraron a un tal Mayorino como nuevo obispo, efímero, puesto que al poco sería sucedido por Donato Magno. Los ahora llamados "partido donatista" apelaron al emperador Constantino, quien decidió que el problema fuera dirimido por el obispo de Roma Melquíades, en un concilio local. Este se celebró en esta misma ciudad el 1 de octubre de 313, y se mostró favorable a Ceciliano como único obispo de Cartago, fallo que no fue aceptado por los donatistas y acabó por dar origen a un cisma.


Este movimiento se denominó inicialmente a sí mismo 'Iglesia de los Mártires', puesto que sus fieles pretendían ser los únicos en mantener el honor y la pureza de fe de aquellos héroes cristianos que habían dado su vida durante la persecución. Su otro nombre fue dado por sus adversarios por causa de Donato, elegido obispo por sus partidarios a finales del 312, como ya se vio.


Donato afirmaba que todos aquellos ministros (sacerdotes y obispos) que fuesen sospechosos de traición a la fe durante las persecución de Diocleciano eran indignos de impartir los sacramentos. Su movimiento mostró actitudes bastante fanáticas e intransigentes a lo largo de toda su existencia, con las consecuentes contradicciones típicas de cualquier movimiento que se pretende purista. Llegaron a recurrir a la violencia y al terrorismo, al crearse los grupos de llamados circunceliones.


El donatismo fue enseguida rechazado por la Iglesia católica oficial, que afirmaba la doctrina de la 'objetividad' de los sacramentos, es decir: la idea de que, una vez transmitida la potestad sacerdotal a un hombre mediante el sacramento del Orden Sagrado, los sacramentos que este administrara eran plenamente válidos por intercesión divina, independientemente de la pureza o entereza moral del ministro. De este modo, las doctrinas donatistas fueron condenadas (sin éxito) en el concilio de Arlés del año 314.


El emperador Teodosio I persiguió tanto a los donatistas, por considerar este movimiento una herejía, como a los paganos:

Ordenamos que los donatistas y herejes a los que nuestra paciencia ha tolerado hasta ahora sean castigados severamente por las autoridades competentes hasta el punto de que las leyes los reconozcan personas sin facultad de declarar ante los tribunales, ni de entablar transacciones ni contratos de ninguna clase, sino que, como a personas marcadas con una eterna deshonra, se les alejará de la sociedad de las personas decentes y de la comunidad de ciudadanos. Ordenamos que los logares en que esta terrible superstición se ha mantenido hasta ahora, vuelvan al seno de la venerable Iglesia católica y que sus obispos, presbíteros y toda clase de clérigos y ministros sean privados de todas sus prerrogativas y sean conducidos desterrados cada uno a una isla o provincia distinta. Y si alguno de éstos huyera para escapar de este castigo y alguien lo ocultara, sepa la persona que lo oculta que su patrimonio pasará al fisco y que él sufrirá el castigo impuesto a aquellos.

Codex Theodosianus, XVI, 5, 54.3​


Finalmente, ya a princios del siglo v, el donatismo fue combatido de manera enérgica por san Agustín de Hipona, quien había sufrido numerosas penalidades personales por causa de este conflicto, escapando, incluso, de un atentado contra su vida perpetrado por un grupo de circunceliones. Decidido a acabar de una vez con una situación tan penosa, acabó por pedir la intervención directa de la autoridad imperial, para que resolviese el cisma que desgarraba y ya desangraba (literalmente) a la Iglesia africana.​ Y así, por decreto de Honorio, se celebra en junio de 411 una gigantesca asamblea pública, con la presencia de cientos de obispos de los partidos donatista y católico (Agustín entre ellos), presidida por Flavio Marcelino, un alto funcionario imperial venido a África al efecto. En el curso de esta larga conferencia, el movimiento donatista se vio enredado en sus propias contradicciones, y acabó visiblemente derrotado; buena parte de las actas de esta asamblea histórica se conservan, pero no así el contenido del fallo de Marcelino (quien, posteriormente sería calumniado y falsamente acusado y ejecutado, en clara represalia donatista).​ Y el emperador Honorio decretaba en el año 412 la unión de toda la Iglesia, con la eliminación formal de toda la estructura jerárquica paralela mantenida por los donatistas.


Pero esta derrota no significó su desaparición, y su influencia se mantuvo persistente por el África romana, hasta que el Islam llegó a la región y se acabó imponiendo al cristianismo en el siglo VII.


Movimiento social

El donatismo encontró un amplio apoyo entre los grupos sociales más desfavorecidos, en especial entre los obreros agrícolas, que en varias ocasiones se rebelaron no sólo contra la Iglesia "oficial" sino contra el propio poder imperial romano. Esto fue lo que relató el obispo Optato de Milevi:


Cuando estos individuos... vagabundeaban de lugar en lugar y Axido y Fasir se hacían llamar jefes de los santos por esos miserables, nadie estaba tranquilo por lo relativo a sus propiedades. Los justificantes de deudas dejaban de tener valor, entonces un acreedor no podía exigir el pago de lo que se le debía. Todo el mundo estaba atemorizado por las cartas de los que se jactaban de ser jefes de los santos. Si se tardaba en obedecer sus órdenes, una banda delirante caía sobre los acreedores y, precedida por el terror que inspiraba, los rodeaba de peligros. Así, los que en razón de sus préstamos hubiesen podido exigir, se veían obligados, por temor a morir, a humillarse adoptando un papel de suplicantes. Cada cual se apresuraba a renunciar a sus deudas, incluso las importantes, y se consideraba una ganancia haber escapado a los golpes. Los caminos no eran seguros: los señores, arrojados de sus carruajes, corrían como esclavos ante sus propios criados, sentados en el lugar de sus amos. Por decisión y orden suyas, la situación de amos y esclavos estaba invertida.

La historiadora francesa Claude Mossé considera que el movimiento no buscaba una organización nueva de la sociedad como lo demostraría la última frase —«la situación entre amos y esclavos estaba invertida»— que responde más a unas saturnales que a una ideología antiesclavista. Para los rebeldes el reino de Dios no era de este mundo y los propios obispos donatistas, que «no veían con buenos ojos los aliados temibles en los que a veces tenían que apoyarse», «no pensaban poner la doctrina cristiana al servicio de una revolución social o política».

 

 

La Estrella de David


Para Aristóteles, “lo inteligible reside en lo sensible” (De Anima, L. I, c. 8, 432 a 5). Cabe entender tal afirmación en la idea de que las formas esenciales (específicas de lo real), no pueden ser “percibidas” (o comprendidas) “directamente”, sino que deberán darse “a través de un medio”. Tal medio es la imagen sensible, y, a través de la misma,  según Aristóteles, es posible encontrar lo esencial.


   Mantiene Aristóteles en el mismo libro que existe “un intelecto tal para llegar a ser todas las cosas”, y otro “para hacer todas las cosas”. Así pues, según Aristóteles, el intelecto humano sería doble, y solo una parte del mismo “inmortal” y eterno” (el “nous”).


   Añade el filósofo que “El nous no  piensa sin imágenes” (De Anima, L. I, c. 7, 431), lo que viene a significar que, el “nous”, el Alma espiritual, utiliza ideas simbólicas y, por tanto,  precisa de  los símbolos, para formar “ideas universales”.


   Si lo pensamos con detenimiento, ello tiene su lógica. La realidad de lo  trascendente (los conceptos universales) es en sí misma inaprehensible, y solo es posible llegar a la misma a través de la “inducción” (intuición): “La inducción es el camino hacia los conceptos universales a partir de las realidades individuales» (Tópicos, L. A. c. 12, 105 a 13). Dicho de otro modo, las  definiciones y conceptos (basados en el conocimiento intelectual)  pecan de inexactos, pues van dirigidos a la razón intelectual, al tiempo que el símbolo (dirigido a la intuición), explica lo incomprensible (lo todavía no entendido por la razón), de manera espontánea. Tal es la causa de que, desde la más remota antigüedad, se haya hecho uso del símbolo a la hora de exponer enseñanzas espirituales, pues, una parte del cuerpo mental del ser humano (por lo general, la única parte desarrollada), está asociada a un trasfondo psicológico-cultural de pensamientos ilusorios, mientras que la “Idea Pura” o “Arquetipo”, está asociada al “nous” inmortal (el Alma unida al Espíritu).


El “Hexagrama”


Tras estas aclaraciones, nos será más fácil comprender el simbolismo de una figura geométrica conocida como “Hexagrama”, “Estrella de David”, o “Sello de Salomón”, compuesta por dos triángulos equiláteros invertidos y entrelazados, que determinan un hexágono regular central, rodeado por seis triángulos equiláteros, iguales y coincidentes,  de menor tamaño.


Como todo símbolo, el Hexagrama, en su expresión gráfica, contiene múltiples sentidos. En su expresión más obvia, representa el nexo entre lo celeste y lo terrestre, lo divino (macrocosmos) y su reflejo en la creación: el microcosmos (razón por la que, para el pueblo judío, evoca el pacto entre la deidad y Abraham). A nivel alquímico, se nos presenta como emblema del fuego y del agua. A nivel cabalístico,  el triángulo  apuntando hacia arriba simboliza el “Ser Supremo, mientras que el triángulo con el vértice hacia abajo, sería la sephirá final, maljut (realeza), el atributo final dentro de la Creación, asociado con el alma y con el poder de auto-expresión, que absorbe la energía de los atributos superiores y los utiliza para descender y crearlo todo.


   Desde otra perspectiva, la superposición de los triángulos simbolizaría el “andrógeno”, el ser masculino-femenino, en equilibrio perfecto con la  divinidad. En tal sentido, el centro (invisible) de la estrella representa el núcleo interno (divino) del ser humano espiritualizado, del que los  vértices  exteriores reciben su fuerza (representaría, por tanto, la presencia divina  en el interior del ser humano).


La Tríada material y espiritual del ser humano


Tras las  aclaraciones previas, trataremos ahora de profundizar en otro aspecto simbólico de la Estrella de David.


   Sabemos que el universo manifestado es número y geometría (tal realidad científica y esotérica es perceptible con tan solo observar las estructuras geométricas que nos rodean: las formaciones de los cristales y otros minerales, etc.).


   También el ser humano consta de un triple cuerpo material y, a lo largo de lo que habitualmente denominamos, proceso espiritual, debe desarrollar un Cuerpo de Luz Trinitario, inmortal. Sin duda, tanto la tríada material como la espiritual, presentan formas geométricas, mas o menos sutiles. No es nuestra intención, sin embargo, hablar de las mismas, sino de cómo, la Simbología Sagrada, alude a ambas tríadas a través de la Geometría.


   La Tríada espiritual, o Triángulo superior, de la constitución humana está formada, por tres aspectos que la teosofía denomina:


Atman.

Buddi.

Manas (mental superior).

La Tríada inferior (material), o Triángulo inferior, de la constitución humana (la personalidad) lo forman el:


Cuerpo físico-etérico (vinculado a tres estados de energía: sólido, líquido, gaseoso, y a cuatro estados etéricos).

Cuerpo astral.

Manas (mental inferior).

 El desarrollo espiritual del ser humano implica y conlleva el desarrollo y unión de la Tríada espiritual (el Triángulo superior),  y su posterior unión con la Tríada inferior (Triángulo inferior), conformando así la Estrella de seis puntas (La estrella de David).

Tenemos más o menos consciencia de lo que es el cuerpo físico con su contraparte etérica o vitalizante, el cuerpo astral (o cuerpo a través del cual el ser humano expresa sus emociones y sentimientos) y el cuerpo mental inferior (el cuerpo que nos permite  razonar, el principio que diferencia al ser humano del animal).


   Menos conocida resulta la Tríada espiritual, el Triángulo superior. Puede decirse que la estructura espiritual del ser humano es la expresión de su Principio monádico o Núcleo monádico.


   El núcleo monádico, átomo-chispa de espíritu, o Chispa divina, es el principio espiritual proveniente del Fuego del Absoluto o “Causa sin Causa”, el Padre,  presente en cada ser humano. En tal sentido, es la esencia más pura, el dios interior al  que cada ser humano está unido.


   Podemos considerar a las  Chispas monádicas, como la vida exhalada por el Logos, o pensamientos del Absoluto, que se esparcen por todo el universo, para desarrollar el plan de la divinidad.


   Una vez creadas tales Chispas monádicas, se reencarnan en los reinos inferiores (involución), progresando gradualmente a través de los diversos reinos  (mineral, vegetal, animal, humano), hasta que, encarnadas en un ser humano, pueden emprender  su vuelta a las regiones divinas de las que han surgido (evolución). A lo largo de tal proceso evolutivo, el Núcleo monádico o Átomo-chispa de espíritu,  absorbe o incorpora en sí la esencia de los diversos reinos, de manera que desarrolla autoconsciencia.


   Hemos señalado que la Mónada o Núcleo monádico, presente en el ser humano, desarrolla como medio de expresión una estructura espiritual triple que la teosofía denomina, Átman-Buddhi-Manas.


   Átman es la expresión del Espíritu puro y eterno. Átman-Buddhi, es la primera envoltura de Átman, el Alma divina del ser humano, la Razón pura o Razón intuitiva. Al ser humano le corresponde “despertar” y “vitalizar” a Buddhi, con el fin de convertirla en el vehículo que le permitirá acceder a la verdadera Sabiduría.


   Manas superior es el ser humano como reflejo de la Mente universal, el verdadero cuerpo mental del ser humano, el principio “sensciente” (esto es, provisto de sensibilidad y consciencia), el verdadero Ego.


   Manas es dual en esencia. Unido a los principios inferiores: cuerpo físico, cuerpo etérico o vital y cuerpo astral, forma la personalidad mortal del ser humano.  Unido a Buddhi, forma el Alma espiritual (en contraposición con Káma-Manas, el alma humana no espiritualizada). Junto con Buddhi y Átman, conforman la Tríada superior imperecedera, y, a través de la misma, el cuerpo inmortal u “Hombre espiritual”.


   Vemos así, como el Simbolismo Sagrado aporta, a través de los siglos, el conocimiento intuitivo que el ser humano necesita para volverse un verdadero Manas, un verdadero Pensador.


Os mestres da escola de Nápoles – Giustiniano Lebano

 

 Aqueles que passam por Torre Annunziata[2] e por ali param por dois ou três dias,  não poderão deixar de saber que lá vive um homem dotado de uma mente realmente superior, de vasta cultura clássica, de um espírito aberto, suave, nobilíssimo, incansável na benemerência, não obstante tenha frequentemente recebido não poucas ingratidões e não poucos ataques vulgares, dos quais ele nunca se lamenta nem mantém o mínimo rancor, já que, como um antigo sábio, bem compreende e se padece da debilidade e dos erros da natureza humana. Este homem é o comendador Giustiniano Lebano.

            Agrada-me escrever sobre ele no simpático jornal Irno, porque sua família é oriunda desta província. Seu pai, o advogado Filippo, era de Sessa Cilento[3], onde juntamente com sua mulher Maria Acampora foi constrangido a emigrar por causa de suas ideias liberais. E se estabeleceram em Nápoles, onde a 14 de maio de 1832 nasceu Giustiniano. Desde seus primeiros anos ele demonstrou grande engenhosidade e grande inclinação aos estudos literários. Foi por isso confiado aos cuidados dos mais valorosos e renomados instrutores. Puoti, Fabbricatore e o abade Fornaii lhe ensinaram o italiano; Parascandolo e um douto jesuíta, o latim; o cônego Ferrigni, o hebraico. Todos se maravilhavam com a extraordinária rapidez com a qual o jovem superava as maiores dificuldades dessas línguas, das quais de seu completo e perfeito conhecimento deu bela e muito solene prova nos exames aos quais foi submetido em 21 de setembro de 1849 na Régia Universidade diante de homens graves e eruditos, os quais ao lhe consignar o diploma de doutor em letras e filosofia lhe fizeram os maiores elogios.

            Porém ele não sucumbiu aos elogios: não ficou dormindo sobre os louros, como se diz, e partiu para o estudo da jurisprudência (Direito). Estudou direito civil com o célebre Roberto Savarese, o direito penal com o conselheiro Caracciolo, o direito canônico e o direito natural e das gentes com o cônego Soltuerio e com don Vincenzo Balzano, vigário do Arcebispado.

            Começou rapidamente o exercício da advocacia, com feliz sucesso. E simultaneamente ensinava privadamente direito civil e canônico e publicava obras científicas e literárias que provocavam grandes rumores pelas discussões que causavam. Em julho de 1854 foi inscrito no livro de registros dos procuradores de Corte de Apelação.

            O jovem Lebano, aluno de professores quase todos sacerdotes e jesuítas, deveria ter naturalmente ideias bastante retrógradas. Porém, seja pela educação paterna, seja pelo alto nível de estudos dos clássicos que havia alcançado, ou fosse – ainda mais – o elevado nível de seus sentimentos, não tardou a se inscrever na sociedade secreta da Giovane Italia, da qual se tornou rapidamente um adepto muito precioso e importante que rapidamente foi elevado à alta função de Grande Mestre do Rito Egípcio, cuja precípua intenção era não somente a independência e a unidade da pátria, mas também a queda do poder temporal dos papas. Seu trabalho de conspirador foi extremamente eficaz até o final de 1870.

            São narradas várias anedotas características acerca de meios dos quais se servia, seja para a propaganda das ideias liberais, seja para evitar ou contornar a severa vigilância da polícia. Recordo uma assaz curiosa. Em 1852 era publicado em Nápoles o jornal o Católico, dirigido por padres. E - quem poderia crer? – justamente naquele jornal Giustiniano Lebano publicava prosa e poesia que, enquanto parecia inspirada por sentimentos bourbônicos e clericais, para quem sabia ler sotto il velame delli versi strani[4], celebravam as ideais mais rebeldes, as acusações mais atrozes e terríveis contra o despotismo. E aqueles sacerdotes, simples, não captavam as nuances, para regozijo de Lebano e outros patriotas, os quais, como Vanni Fucci, olhavam para além da aparência e davam muitas e saborosas risadas. Contrariamente/Ao oposto, os cem olhos de Argos da polícia conseguiriam descobrir nos textos aquilo que escapava aos padres do jornal. E o acompanhavam de perto, seguindo todos os seus passos. Porém ele sabia ajustar-se aos seus perseguidores. Advertido de que seria detido de um momento para outro, refugiou-se em um monastério, cujo padre guardião era seu amigo íntimo e que nutria os mesmos sentimentos liberais. Barbeou-se, e vestiu a veste franciscana. Um comissário da polícia foi uma tarde falar com o padre guardião, e este lhe apresentou Lebano, não me recordo sobre qual nome de frade. Giustiniano Lebano divertiu-se muito com o comissário, que junto a ele fazia anotações e que sobre ele falou a tarde toda, jurando e esconjurando que em breve teria em mãos aquele perigoso Lebano. No dia seguinte, o falso frade, com um alforje, ultrapassou os limites do Reino e, sem ser molestado, refugiou-se em Turim, com uma copiosa correspondência aos patriotas ali exilados.

            Durante sua permanência no Piemonte, teve a oportunidade de conhecer os homens mais ilustres de nosso rissorgimento.

            Retornando para Nápoles em 1860, retomou o exercício da advocacia. O Ministro Raffaele Conforti, que muito o estimava, o designou rapidamente como membro da Comissão filantrópica do exército garibaldino. Cumpriu escrupulosamente esta missão, além de outras importantes e honradas, que lhe foram atribuídas pelo mesmo ministro e por Pisanelli, como a de membro da Comissão para a compilação das listas eleitorais, de membro para os alojamentos do exército italiano etc. Também o Município de Nápoles desejou atribuir sua confiança nomeando-o presidente do Comitê que distribuía bens aos pobres da cidade, para atenuar sua dura miséria, que naquele ano era muito grande.

            Por essa e outras obras benemerentes, Lebano recebeu vários títulos honoríficos. Em 1868, perdeu três filhos e, tomado por indescritível tristeza, se retirou para sua villa próxima de Torre del Greco. A esposa Verginia, por tal irreparável perda, foi tomada por uma alienação mental que a fez lançar às chamas títulos de renda, objetos de ouro, documentos de família e documentos políticos. O famigerado bandido Pilone, que fazia frequentes incursões por aquele entorno, tentava capturá-lo. O governo enviou dois guardas, Bottelli e Lauritano, que afastaram o perigo.

            As obras de benemerência de Lebano são inumeráveis. Em 1870 uma grande penúria afligiu os camponeses de Torre del Greco. De novembro a maio, Lebano antecipou aos seus colonos seiscentos quintais[5] de farinha e mil quintais de milho. Também lhes deu trezentos quintais de enxofre para videiras. Naquele mesmos anos, comprou uma propriedade em Torre Annunziata, para dar trabalho a operários sem emprego, e montou um comércio junto com os senhores Federico Cacace, Giuseppe Cuccurullo e Giuseppe Scarpa.

            Aquilo que mais lhe faz honra foi a fundação de três lares para os pobres, de dois orfanatos e de duas instituições para jovens moças, uma em Sorrento e outras em Palma Campania. Especialmente a estas últimas ele consagra todos seus cuidados e de grande parte de seu patrimônio. Magnânimo, abençoou todos os que sofriam, e que a ele recorriam para aconselhamento ou auxílio.

            Nas últimas eleições administrativas foi eleito vereador, e depois assessor da comuna. Nem é necessário dizer o quanto zelo ele pôs no desempenho de seu ofício.

            Giustiniano Lebano parece mais jovem do que muitos jovens de hoje. Tem uma fé invencível nas magnânimas ideias de humanidade e de progresso. Esta fé perpetua a sua juventude. De seu rosto rosado e ainda com frescor exala uma simpatia fascinante, uma aura de ilimitada doçura. Ele viverá ainda muito anos, porquê provavelmente tem uma alta missão a realizar. Estuda e escreve, sempre. Interroga páginas empoeiradas dos mais antigos escritores, os quais na solidão de sua vila, localizada aos pés do Vesúvio, no caminho que vai de Torre Annunziata a Boscotrecasa, o encorajam a perseverar a fazer o bem, não importando o que ocorra.

            Diante de Giustiniano Lebano, em tempos de egoísmo cínico e repulsivo, tais como o nosso, aquele que busca um culto à virtude deve reverentemente inclinar-se. Ele é maior filantropo de Torre Annunziata e, estou por dizer, de outros lugares. E eu, que tive a inestimável fortuna de conhecê-lo estou orgulhoso de poder dizer-me seu sincero e fervoroso admirador.

 

[1] Extrato de jornal, “L’Irno”, ano V, Salerno, 23 de março de 1901, página 2.

[2] Torre Annunziata é uma comuna italiana da região da Campania, província de Nápoles (N.d.T.).

[3] Sessa Cilento é uma comuna italiana da região da Campania, província de Salerno (N.d.T.).

[4] Divina Comédia, Inferno, Canto IX, versos 61-63. Também Purgatório, Canto VIII, versos 19-21. (N.d.T.).

[5] Um quintal corresponde a 100Kg (N.d.T.).