sexta-feira, 6 de janeiro de 2023

Manly Palmer Hall - La Vida y La Obra de Thot Hermes Trismegisto

 

Retumbó el trueno, relampagueó y el velo del Templo se rasgó de arriba abajo. El venerable iniciador, con sus vestiduras azules y doradas, levantó lentamente su bastón cubierto de joyas y señaló con él la oscuridad revelada al desgarrarse la cortina plateada. «¡Contemplad la luz de Egipto!». El candidato, con su sencilla toga blanca, miró la total oscuridad enmarcada por las dos columnas inmensas con cabeza de loto, entre las cuales había estado colgado el velo. Mientras observaba, una bruma luminosa se distribuyó por toda la atmósfera hasta que el aire se convirtió en una masa de partículas brillantes. El rostro del neófito se iluminó con el suave resplandor, mientras exploraba la nube reluciente en busca de algún objeto tangible. El iniciador volvió a hablar: «Esta luz que observáis es la luminosidad secreta de los Misterios De dónde procede nadie lo sabe, salvo el “maestro de la luz”. ¡Heló aquí!». De pronto, a través de la neblina reluciente apareció una figura rodeada de un brillo verdoso titilante. El iniciador bajó su bastón e, inclinando la cabeza, posó una mano de lado contra su pecho, a modo de humilde saludo. El neófito retrocedió sobrecogido, enceguecido en parte por el esplendor de la figura revelada, pero el joven cobró coraje y volvió a mirar al Uno Divino. La Forma que tenía delante era bastante más grande que la de un hombre mortal. El cuerpo parecía en parte transparente, de modo que se podían ver el corazón y el cerebro latiendo, radiantes. Mientras el candidato observaba, el corazón se convirtió en un ibis y el cerebro, en una esmeralda brillante. En Su mano, aquel Ser misterioso llevaba una vara con alas, con serpientes enroscadas. El anciano iniciador levantó el bastón y exclamó en voz alta: «Todos os aclaman, Thot Hermes, tres veces grande; todos os aclaman, príncipe de los hombres; ¡todos os aclaman a vos, que estáis subido a la cabeza de Tifón!». En el mismo instante apareció un dragón macabro retorciéndose, un monstruo espantoso, en parte serpiente, en parte cocodrilo y en parte cerdo. De su boca y sus narices salían llamas y unos sonidos horrorosos resonaban por las cámaras abovedadas. De pronto, Hermes golpeó al reptil, que avanzaba con su vara con las serpientes enroscadas y, dando un gruñido, el dragón cayó de lado, mientras las llamas se fueron extinguiendo lentamente. Hermes puso el pie sobre el cráneo del Tifón vencido. Un instante después y, con una llamarada de un esplendor insoportable que hizo retroceder al neófito tambaleándose hasta un pilar, el Hermes inmortal, seguido por serpentinas de niebla verdosa, atravesó la cámara y se perdió en la nada. Hipótesis sobre la identidad de Hermes Jámblico aseguraba que Hermes era el autor de veinte mil libros y Manetón elevó la cifra a más de treinta y seis mil. Resulta evidente que, ni siquiera gozando de alguna prerrogativa divina, ningún individuo habría podido cumplir una labor tan monumental en solitario. Entre las artes y las ciencias que según dicen, Hermes reveló a la humanidad figuran la medicina, la química, el derecho, el arte, la astrología, la música, la retórica, la magia, la filosofía, la geografía, la matemática (sobre todo la geometría), la anatomía y la oratoria. Los griegos aclamaban a Orfeo de forma similar.
En su Biographia Antiqua, Francis Barrett dice, refiriéndose a Hermes: «[…] si Dios se apareció alguna vez a un hombre, se le apareció a él, como resulta evidente por sus libros y su Poimandres; en tales obras ha comunicado la suma del Abismo y el conocimiento divino a toda la posteridad; con lo cual ha demostrado que no solo ha sido un teólogo inspirado, sino también un gran filósofo, que ha obtenido su sabiduría de Dios y de los objetos celestiales y no del hombre».
Por sus conocimientos trascendentes, se identificaba a Hermes con muchos de los primeros sabios y profetas. En A New System, or an Analysis of Ancient Mythology, Bryant escribe lo siguiente: «He dicho que Cadmo era el mismo que el Thot egipcio, como se manifiesta por el hecho de que sea Hermes y por la invención de las letras que se atribuyen a él». (En el capítulo sobre la teoría de la matemática pitagórica se encontrará la tabla de las letras originales de Cadmo). Los investigadores creen que la persona a la cual los judíos conocían como Enoch y a la que Kenealy llamaba el «segundo mensajero de Dios» era Hermes. Hermes fue aceptado en la mitología de los griegos y después se convirtió en el Mercurio de los romanos. Fue venerado con la forma del planeta Mercurio, porque su cuerpo es el más próximo al sol: de todas las criaturas, Hermes era la más cercana a Dios y fue conocido como «el mensajero de los dioses».
En los dibujos egipcios que lo representan, Thot lleva una tablilla de cera para escribir y es el que toma nota cuando se pesa el alma de los difuntos en la sala del juicio de Osiris, un ritual de gran trascendencia. Hermes tiene mucha importancia para los estudiosos masónicos, porque fue el autor de los rituales de iniciación masónicos, que se tomaron de los Misterios establecidos por Hermes. Casi todos los símbolos masónicos tienen carácter hermético. Pitágoras estudió matemática con los egipcios y de ellos obtuvo el conocimiento de los sólidos geométricos simbólicos. También se venera a Hermes por su reforma del sistema del calendario. Aumentó el año de 360 a 365 días, con lo cual estableció un precedente que aún perdura. Fue llamado «tres veces grande», porque se lo consideraba el más importante de todos los filósofos, el más grande de todos los sacerdotes y el principal de todos los reyes. Merece la pena destacar que el último poema del querido poeta estadounidense Henry Wadsworth Longfellow fue una oda lírica a Hermes.
Los fragmentos herméticos mutilados Sobre el tema de los libros herméticos, James Campbell Brown, en A History of Chemistry, ha escrito lo siguiente: «Dejando aparte el período caldeo y el egipcio primitivo, de los cuales conservamos restos, pero nada escrito y de los cuales no nos han llegado nombres de químicos ni de filósofos, abordamos ahora el período histórico, en el cual se escribieron libros, al principio no sobre pergamino ni papel, sino sobre papiro. Una serie de libros egipcios primitivos se atribuye a Hermes Trismegisto, que, posiblemente fue un verdadero erudito o, tal vez, una personificación de una larga serie de escritores. […] Algunos lo identifican con el dios griego Hermes y con el egipcio Thot o Tuti, que era el dios de la luna, y en las pinturas antiguas aparece con cabeza de ibis y con el disco y la media luna. Los egipcios lo consideraban el dios de la sabiduría, las letras y el registro del tiempo. Como consecuencia del gran respeto que sentían por Hermes, los antiguos alquimistas daban el nombre de “herméticos” a los escritos químicos y por eso se sigue diciendo “sellado herméticamente” para indicar el cierre de un recipiente de vidrio mediante fusión, a la manera de los manipuladores químicos. Encontramos la misma raíz en las medicinas herméticas de Paracelso y en la masonería hermética de la Edad Media». Entre los fragmentos de obras que se suponen procedentes de la pluma de Hermes hay dos muy famosas. La primera es La Tabla Esmeralda y la segunda, El divino Poimandres o, como se lo suele llamar habitualmente, «el pastor de los hombres», que analizamos a continuación. Un punto destacado en relación con Hermes es que fue uno de los pocos sacerdotes-filósofos del paganismo contra el cual no descargaron su cólera los cristianos primitivos. Algunos Padres de la Iglesia llegaron incluso a declarar que Hermes manifestaba bastantes síntomas de inteligencia y que, si hubiese nacido en una época más esclarecida, que le hubiese permitido beneficiarse de las instrucciones que ellos le habrían brindado, ¡habría llegado a ser un gran hombre!
En su Stromata, san Clemente de Alejandría, uno de los pocos cronistas de la tradición pagana cuyos escritos se conservan hasta ahora, da prácticamente toda la información que se conoce acerca de los cuarenta y dos libros originales de Hermes y la importancia que les atribuían en Egipto tanto los poderes temporales como los espirituales San Clemente describe con estas palabras una de sus procesiones ceremoniales:
Los egipcios practican su propia filosofía, que se manifiesta, fundamentalmente, en su ceremonial sagrado. En primer lugar avanza el Cantante con alguno de los símbolos de la música, porque dicen que tiene que aprender dos de los libros de Hermes: uno, el que contiene los himnos de los dioses, y el otro, las normas que rigen la vida del rey. Después del Cantante va el Astrólogo, con un reloj en la mano y una palma: los símbolos de la astrología. Debe llevar los libros astrológicos de Hermes, que son cuatro, siempre en la boca. De estos, uno trata del orden de las estrellas fijas que son visibles; otro, sobre las conjunciones y los aspectos luminosos del sol y la luna, y el resto, de sus salidas. A continuación avanza el Escriba sagrado, con alas en la cabeza y, en la mano, un libro y una regla, en los cuales había tinta y la caña que usan para escribir. Y debe estar familiarizado con los llamados «jeroglíficos» y saber de cosmografía y de geografía, la posición del sol y la luna y acerca de los cinco planetas; también la descripción de Egipto y la carta del Nilo; y la descripción del equipo de los sacerdotes y del lugar consagrado a ellos, y sobre las medidas y las cosas que se utilizan en los ritos sagrados. Después de todos los anteriores sigue el que lleva la estola, con el codo de la justicia y la copa para las libaciones. Está familiarizado con todos los puntos relacionados con la formación y los propiciatorios. También hay diez libros sobre los honores que rinden a sus dioses, que contienen el culto egipcio, y tratan de los sacrificios, los primeros frutos, los himnos, las plegarias, las procesiones, las fiestas y cosas por el estilo. Detrás de todos camina el Profeta, llevando en sus brazos, abiertamente, el jarrón de agua; le siguen los que llevan los panes Él, al ser el gobernador del templo, aprende los diez libros llamados «hieráticos», que contienen todo acerca de las leyes y los dioses y todo lo relacionado con la formación de los sacerdotes. Porque el Profeta tiene que ver, para los egipcios también con la distribución de los ingresos. Por consiguiente, hay cuarenta y dos libros de Hermes que son imprescindibles, de los cuales los personajes antes mencionados aprenden los treinta y seis que contienen toda la filosofía de los egipcios y los otros séis sobre medicina, los aprenden los pastophoroi (portadores de imágenes), que tratan de la estructura del cuerpo y de las enfermedades y de los instrumentos y los medicamentos y sobre los ojos y el último, sobre las mujeres. Una de las mayores tragedias del mundo filosófico fue la pérdida de la casi totalidad de los cuarenta y dos libros de Hermes antes mencionados. Estos libros desaparecieron durante el incendio de Alejandría, porque los romanos —y después los cristianos— se dieron cuenta de que, hasta que no se eliminaran aquellos libros, no podrían someter a los egipcios. Los volúmenes que se salvaron del fuego fueron enterrados en el desierto en un lugar que actualmente solo conocen unos pocos iniciados de las escuelas secretas.

El Libro de Thot

Mientras Hermes recorría aún la tierra con los hombres, encomendó a sus sucesores elegidos el sagrado Libro de Thot, una obra que contenía los procesos secretos mediante los cuales se lograría la regeneración de la humanidad y que también servía como clave de sus otros escritos. No se sabe nada seguro sobre el contenido del Libro de Thot, salvo que sus páginas estaban cubiertas de extrañas figuras y símbolos jeroglíficos, que proporcionaban a los que estaban familiarizados con su uso un poder ilimitado sobre los espíritus del aire y las divinidades subterráneas. Cuando, mediante los procesos secretos de los Misterios, se estimulan determinadas áreas del cerebro, la conciencia del hombre se amplía y llega a contemplar a los Inmortales y a acceder a la presencia de los dioses superiores. El Libro de Thot describía el método que permitía lograr tal estimulación. En realidad, por tanto, era la «clave de la inmortalidad».
Según la leyenda, el Libro de Thot se guardaba en una caja dorada en el sanctasanctórum del templo. Solo había una llave, que estaba en poder del «Maestro de los Misterios», el máximo iniciado del arcano hermético y el único que sabía lo que estaba escrito en el libro sagrado. El Libro de Thot se perdió para el mundo antiguo con la decadencia de los Misterios, pero sus fieles iniciados lo llevaron sellado en el cofre sagrado a otras tierras. El libro sigue existiendo y todavía conduce a los discípulos de esta época ante la presencia de los Inmortales. En este momento, no se puede dar al mundo más información al respecto, pero la sucesión apostólica se mantiene ininterrumpida, desde el primer hierofante iniciado por el propio Hermes hasta el día de hoy, y aquellos que son particularmente aptos para servir a los Inmortales pueden descubrir tan inestimable documento si lo buscan sincera e infatigablemente. Se ha afirmado que el Libro de Thot es, en realidad, el misterioso Tarot de los bohemios, un extraño libro emblemático de setenta y ocho páginas que ha estado en poder de los gitanos desde el momento en que fueron expulsados de su antiguo templo: el Serapeum. (Según las Historias Secretas, los gitanos eran, en un principio, sacerdotes egipcios). En la actualidad existen en el mundo varias escuelas secretas que tienen el privilegio de iniciar a los candidatos en los Misterios, pero en casi todos los casos han encendido los fuegos de sus altares con la antorcha encendida de la estatua del dios griego. En su Libro de Thot, Hermes reveló a toda la humanidad «el único camino» y durante siglos los sabios de todas las naciones y todos los credos han alcanzado la inmortalidad mediante el «camino» establecido por Hermes en medio de la oscuridad para redimir a la humanidad.

Poimandres, la visión de Hermes

El divino Poimandres de Hermes Mercurio Trismegisto es una de las obras herméticas más antiguas que todavía existen. Aunque probablemente no en su forma original —ha sido remodelada durante los primeros siglos de la era cristiana y traducida incorrectamente desde entonces—, esta obra contiene, sin duda, muchos de los conceptos originales del cultus hermético. El divino Poimandres de Hermes Mercurio Trismegisto reúne diecisiete fragmentos, presentados como una sola obra. Se supone que el segundo libro de El divino Poimandres, llamado Poimandres o La visión, describe el método mediante el cual la sabiduría divina fue revelada a Hermes por primera vez. Después de recibir tal revelación, Hermes comenzó su ministerio y se puso a enseñar a quien quisiera escucharlo los secretos del universo invisible como se los habían dado a conocer a él.
La visión es el más famoso de todos los fragmentos herméticos y contiene una presentación de la cosmogonía hermética y las ciencias secretas de los egipcios con respecto a la cultura y el desarrollo del alma humana. Durante algún tiempo, fue llamada erróneamente «el Génesis de Enoch», pero en la actualidad tal error ha sido rectificado. Mientras preparaba la interpretación de la filosofía simbólica oculta en La visión de Hermes que expondrá a continuación, el autor de este libro ha tenido a mano las siguientes obras de referencia: El divino Poimandres de Hermes Mercurio Trismegisto (Londres, 1650), traducida del árabe y del griego por el doctor Everard; Hermética (Oxford, 1924), editada por Walter Scott; Hermes, The Mysteries of Ancient Egypt (Filadelfia, 1925), de Édouard Schuré, y The Thrice Greatest Hermes (Londres, 1906), de G. R. S. Mead. Al material que contienen estos volúmenes ha añadido comentarios basados en la filosofía esotérica de los antiguos egipcios, además de aclaraciones derivadas en parte de otros fragmentos herméticos y en parte del arcano secreto de las ciencias herméticas. Para mayor claridad, se ha preferido la forma narrativa, en lugar del estilo original en forma de diálogo, y se han sustituido las palabras obsoletas por otras actualmente en uso. Mientras deambulaba por un lugar pedregoso y solitario, Hermes se entregó a la meditación y la oración. Siguiendo las instrucciones secretas del Templo, poco a poco fue liberando su conciencia superior de la esclavitud de sus sentidos físicos y, una vez liberado, su naturaleza divina le reveló los misterios de las esferas trascendentales.
Contempló una figura imponente y sobrecogedora: era el Gran Dragón, que tenía las alas extendidas en el cielo y cuyo cuerpo irradiaba luz en todas direcciones. (Según los Misterios, la Vida Universal se representaba como un dragón). El Gran Dragón llamó a Hermes por su nombre y le preguntó por qué meditaba así sobre el Misterio del Mundo. Aterrorizado por el espectáculo, Hermes se postró ante el Dragón y le suplicó que le revelara su identidad. La enorme criatura le respondió que era Poimandres, la Mente del Universo, la Inteligencia Creativa y el Emperador absoluto de Todo. (Schuré identifica a Poimandres con el dios Osiris). Entonces Hermes suplicó a Poimandres que le revelara la naturaleza del universo y la constitución de los dioses. El Dragón accedió y le pidió a Trismegisto que retuviera su imagen en la cabeza.
De inmediato cambió la forma de Poimandres. En el lugar donde había estado quedó un resplandor espectacular que palpitaba. Aquella Luz era la naturaleza espiritual del propio Gran Dragón. Hermes «ascendió» al centro de aquel Fulgor divino y el universo de objetos materiales se desvaneció de su conciencia. Entonces sobrevino una gran oscuridad que, al expandirse, se tragó la Luz. Todo se puso turbulento. En tomo a Hermes se arremolinaba una misteriosa sustancia acuosa que emitía un vapor que parecía humo. El aire se llenó de gemidos inarticulados y suspiros que parecían proceder de la Luz que había sido tragada por la oscuridad. Su cabeza le dijo a Hermes que la Luz era la forma del universo espiritual y que la oscuridad en remolino que la había envuelto representaba lo material.
A continuación, de la Luz prisionera surgió una Palabra santa misteriosa que se situó sobre las aguas humeantes. Aquella Palabra, la Voz de la Luz, surgió de la oscuridad como una gran columna y el fuego y el aire la siguieron, aunque la tierra y el agua permanecieron abajo, sin moverse. Entonces, las aguas de la Luz se separaron de las aguas de la oscuridad; de las aguas de la Luz se formaron los mundos superiores y de las aguas de la oscuridad se formaron los mundos inferiores. A continuación, la tierra y el agua se mezclaron y se volvieron inseparables y la Palabra espiritual, llamada Razón, se movió sobre su superficie y provocó un desconcierto interminable.
Una vez más se oyó la voz de Poimandres, pero sin que se revelara Su forma: «Yo tu Dios soy la Luz y la Mente que existían antes de que la sustancia se separara del espíritu y la oscuridad, de la Luz. Y la Palabra que surgió de la oscuridad como una columna de fuego es el Hijo de Dios, nacido del misterio de la Mente. El nombre de esa Palabra es “Razón”. La Razón es hija del Pensamiento y la Razón separará la Luz de la oscuridad y establecerá la Verdad en medio de las aguas. Entiéndelo, oh, Hermes, y medita profundamente sobre el misterio. Lo que ves y oyes en tu interior no es la tierra, sino la Palabra de Dios hecha carne. Así se dice que la Luz Divina habita en medio de la oscuridad mortal y la ignorancia no puede separarlas. La unión de la Palabra y la Mente produce el misterio llamado “Vida”. Así como la oscuridad que te rodea está dividida con respecto a sí misma, la oscuridad que hay en tu interior también está dividida de la misma forma. La Luz y el fuego que surgen son el hombre divino, que asciende por el camino de la Palabra, y lo que no puede ascender es el hombre mortal, que no puede ser partícipe de la inmortalidad. Profundiza en la Mente y su misterio, porque en ellos reside el secreto de la inmortalidad». El Dragón volvió a revelar su forma a Hermes y durante largo tiempo los dos estuvieron mirándose fijamente a la cara el uno al otro, de modo que Hermes temblaba ante la mirada de Poimandres.
Al oír la Palabra del Dragón, los cielos se abrieron y se revelaron los innumerables Poderes de la Luz, elevándose por el Cosmos con alas que despedían fuego. Hermes contempló los espíritus de las estrellas, los celestiales que controlan el universo y todos aquellos Poderes que brillan con el resplandor del Fuego Único, el esplendor de la Mente Soberana. Hermes se dio cuenta de que la visión que había contemplado solo le había sido revelada porque Poimandres había dicho una Palabra. La Palabra era la Razón y mediante la Razón de la Palabra se manifestaban las cosas invisibles La Mente Divina —el Dragón— prosiguió su discurso: «Antes de que se formara el universo visible, se fabricó un molde, llamado Arquetipo y dicho Arquetipo estaba en la Mente Suprema mucho antes de que comenzara el proceso de la creación. Observando los Arquetipos, la Mente Suprema quedó prendada de sus propios pensamientos, de modo que, tomando la Palabra como un martillo poderoso, fue abriendo cavernas en el espacio primigenio y reproduciendo la forma de las esferas en el molde del Arquetipo y, al mismo tiempo, sembró en los cuerpos recién creados las semillas de las cosas vivas La oscuridad inferior, al recibir el martillo de la Palabra, se convirtió en un universo ordenado. Los elementos se separaron en niveles y en cada uno surgieron criaturas vivas. El Ser Supremo —la Mente—, masculino y femenino, produjo la Palabra y la Palabra, suspendida entre la Luz y la oscuridad, se expresó en otra Mente, llamada “el Obrero”, el “Maestro Constructor” o “el Hacedor de objetos”. De esta manera se consiguió. Oh, Hermes: desplazándose por el espacio como un soplo, la Palabra produjo el Fuego por la fricción de su movimiento. Por consiguiente, el Fuego se llama «Hijo del Esfuerzo». El Obrero atravesó el universo como un torbellino y, con la fricción, hizo que las sustancias vibraran y resplandeciesen. El Hijo del Esfuerzo formó de este modo los Siete Gobernadores, los Espíritus de los Planetas, cuyas órbitas delimitaban el mundo, y los Siete Gobernadores controlaban el mundo mediante el poder misterioso llamado Destino, que les había concedido el Obrero Ardiente. Cuando la Segunda Mente (el Obrero) hubo organizado el Caos, la Palabra de Dios salió enseguida de su prisión material, dejando a los elementos sin la Razón, y se unió a la naturaleza del Obrero Ardiente. Entonces, la Segunda Mente, junto con la Palabra que se había elevado, se estableció en medio del universo e hizo girar las ruedas de los Poderes Celestiales y así continuará desde un comienzo infinito hasta un final infinito, porque el principio y el fin están en el mismo lugar y estado. Entonces, los elementos vueltos hacia abajo y desprovistos de razonamiento produjeron criaturas sin Razón.
La Sustancia no podía proporcionar Razón, porque la Razón había salido de ella. El aire produjo objetos voladores y las aguas, objetos nadadores. La tierra concibió extraños animales de cuatro patas que se arrastran, dragones, demonios complejos y monstruos grotescos. Entonces el Padre — la Mente Suprema—, al ser la Luz y la Vida, creó a su imagen un Hombre Universal espléndido: no un hombre terrenal, sino un Hombre celestial, que vivía en la Luz de Dios. La Mente Suprema amó al Hombre que había creado y le entregó el control de las creaciones y las pericias. Como el Hombre quería trabajar, estableció Su morada en la esfera de la generación y se fijó en las obras de Su hermano, la Segunda Mente, que estaba sentado en el Anillo de Fuego. Después de observar los logros del Obrero Ardiente, Él también quiso hacer cosas y Su Padre le dio permiso. Los Siete Gobernadores, de cuyos poderes era partícipe, se regocijaron y cada uno proporcionó al Hombre una parte de Su propia naturaleza.
El Hombre anhelaba perforar la circunferencia de los círculos y comprender el misterio de Aquel que estaba sentado sobre el Fuego Eterno. Como ya tenía todo el poder, se agachó y echó un vistazo a través de las siete Armonías y, atravesando la fuerza de los círculos, se manifestó ante la Naturaleza, que estaba estirada abajo. El Hombre miró a las profundidades y sonrió, porque vio una sombra sobre la tierra y una semejanza reflejada en las aguas y aquella sombra y aquella semejanza eran Su propio reflejo. El Hombre se enamoró de Su propia sombra y deseó descender hasta ella. Coincidiendo con el deseo, el objeto Inteligente se unió con la imagen o la forma irracional. La Naturaleza observó el descenso y se envolvió en torno al Hombre, al que amaba, y los dos se fusionaron. Por este motivo, el hombre terrenal es compuesto. En su interior está el Hombre del Cielo. inmortal y hermoso; en el exterior, la Naturaleza, mortal y destructible. Por consiguiente, el sufrimiento se produce porque el Hombre Inmortal se enamoró de su sombra y renunció a la Realidad para vivir en la oscuridad de la ilusión: porque, si es inmortal, el hombre tiene el poder de los Siete Gobernadores y también la Vida, la Luz y la Palabra, pero, si es mortal, lo controlan los Anillos de los Gobernadores: la Suerte o el Destino.
Del Hombre Inmortal habría que decir que es hermafrodita, o sea, masculino y femenino, y siempre está atento. Nunca duerme ni está inactivo y lo rige un Padre que también es masculino y femenino y siempre vigila. Este es el misterio que se mantiene oculto hasta hoy, porque la Naturaleza, después de fusionarse en matrimonio con el Hombre del Cielo, produjo una maravilla de lo más maravillosa: siete hombres todos bisexuales, masculinos y femeninos, y de postura erguida, cada uno de los cuales es un ejemplo de las naturalezas de los Siete Gobernadores. Estas… Oh, Hermes, son las siete razas, especies y ruedas.
De esta manera se generaron los siete hombres. La tierra era el elemento femenino y el agua, el masculino: del fuego y el éter recibieron sus espíritus, y la Naturaleza hizo los cuerpos según la especie y la forma de los hombres. Y el hombre recibió la Vida y la Luz del Gran Dragón y de la Vida se hizo su Alma y de la Luz, su Mente. Por consiguiente, todas estas criaturas complejas, que contienen la inmortalidad pero son partícipes de la mortalidad, siguieron en tal estado durante un período. Se reprodujeron a partir de sí mismas, porque cada una era masculina y femenina. Sin embargo, al finalizar el período, el nudo del Destino se desató por la voluntad de Dios y el lazo de todas las cosas se aflojó. Entonces, todas las criaturas vivas, incluido el hombre, que había sido hermafrodita, se separaron y los machos se volvieron diferentes y las hembras también, según los dictados de la Razón. Y Dios habló a la Palabra Santa que estaba dentro del alma de todas las cosas y le dijo:
«Seguid creciendo y multiplicaos en multitudes, todos vosotros, criaturas y pericias mías. Que quien esté dotado de Mente sepa que es inmortal y que la causa de la muerte es el amor al cuerpo y dejad que aprenda todo lo que hay, porque quien se reconoce a sí mismo ingresa en el estado del Bien». Y después de que Dios dijera esto, la Providencia, con la ayuda de los Siete Gobernadores y la Armonía, reunió los sexos, hizo las mezclas y estableció las generaciones y todas las cosas se multiplicaron según su especie.
«Quien comete el error de apegarse y ama su cuerpo se queda deambulando en la oscuridad, consciente, y sufre las cosas de la muerte, mientras que quien se da cuenta de que el cuerpo no es más que una tumba para su alma asciende a la inmortalidad». Entonces Hermes quiso saber por qué había que privar a los hombres de la inmortalidad solo por cometer el pecado de la ignorancia y el Gran Dragón respondió: «Para los ignorantes, el cuerpo es lo más importante y son incapaces de darse cuenta de que llevan dentro la inmortalidad. Como solo conocen el cuerpo, que está sujeto a la muerte, creen en la muerte, porque adoran la sustancia que es la causa y la realidad de la muerte».
Entonces Hermes preguntó cómo van hacia Dios los justos y los sabios, a lo cual Poimandres respondió: «Lo mismo que dijo la Palabra de Dios lo repito yo: “Porque el Padre de todas las cosas está hecho de Vida y Luz y lo mismo ocurre con los hombres”. Por consiguiente, quien aprenda y comprenda la naturaleza de la Vida y la Luz pasará a la eternidad de la Vida y la Luz». A continuación, Hermes preguntó por el camino que seguían los sabios para llegar a la Vida eterna y Poimandres continuó: «Dejad que el hombre dotado de Mente tome nota, analice y aprenda por sí mismo y, con el poder de su Mente, se separe de su no-yo y se vuelva esclavo de la Realidad».
Hermes preguntó si no todos los hombres tenían Mente y el Gran Dragón respondió: «Ten cuidado con lo que dices, porque yo soy la Mente: el Maestro Eterno. Yo soy el Padre de la Palabra, el Redentor de todos los hombres, y en la naturaleza del sabio la Palabra se hace carne. Por medio de la Palabra, el mundo se salva. Yo, el Pensamiento (Thot), el Padre de la Palabra, la Mente, solo acudo a los hombres que son santos y buenos, puros y misericordiosos y llevan una vida piadosa y religiosa; mi presencia les sirve de inspiración y de ayuda, porque cuando llego, enseguida saben todas las cosas y adoran al Padre Universal. Antes de morir, estos sabios y misericordiosos aprenden a renunciar a sus sentidos sabiendo que estos son los enemigos de su alma inmortal. »No permitiré que los maléficos sentidos controlen el cuerpo de aquellos que me aman ni tampoco que alberguen emociones malignas ni malos pensamientos Me convierto en portero o cancerbero y no dejo entrar el mal y así protejo a los sabios de su propia naturaleza inferior. Sin embargo, no acudo a los perversos, los envidiosos ni los codiciosos, porque ellos no pueden entender los misterios de la Mente; por consiguiente, no les resulto grato. Los dejo con los demonios vengadores que ellos fabrican en su propia alma, porque el mal aumenta todos los días y atormenta más al hombre y cada mala acción se suma a las malas acciones previas hasta que finalmente el mal se destruye a sí mismo. El castigo del deseo es el suplicio de la insatisfacción». Hermes agachó la cabeza en señal de agradecimiento al Gran Dragón que tanto le había enseñado y le suplicó que siguiera hablando sobre lo supremo del alma humana, de modo que Poimandres resumió: «En el momento de la muerte, el cuerpo material del hombre regresa a los elementos de los que procede y el hombre divino invisible asciende a la fuente de la que procede, es decir, la Octava Esfera. El mal se traslada a la morada del demonio, mientras que los sentidos, los sentimientos, los deseos y las pasiones del cuerpo regresan a su origen, es decir, los Siete Gobernadores, cuya naturaleza en el hombre inferior destruye, pero en el hombre espiritual invisible da vida.
»Cuando la naturaleza inferior ha vuelto a la brutalidad, la superior se esfuerza otra vez por recuperar su espiritualidad. Escala los siete Anillos sobre los cuales están sentados los Siete Gobernadores y devuelve a cada uno sus poderes inferiores de esta manera: sobre el primer anillo deposita la Luna y le devuelve la capacidad de crecer y decrecer: sobre el segundo anillo sienta a Mercurio y le devuelve las maquinaciones, el engaño y la picardía; sobre el tercer anillo sienta a Venus y le devuelve los deseos y las pasiones; sobre el cuarto anillo sienta al Sol y a este Señor le devuelve las ambiciones; sobre el quinto anillo sienta a Marte y a él le devuelve la impetuosidad y el atrevimiento irreverente; sobre el sexto anillo sienta a Júpiter y le devuelve el sentido de acumulación y las riquezas, y sobre el séptimo anillo sienta a Saturno, a la Puerta del Caos, y le devuelve la falsedad y la conspiración maléfica.
»A continuación, después de deshacerse de todas las acumulaciones de los siete Anillos, el alma llega a la Octava Esfera, es decir, el anillo de las estrellas fijas, donde, liberada de toda ilusión, mora en la Luz y entona loas al Padre con una voz que solo los puros de espíritu pueden comprender. Fíjate, Hermes, que en la Octava Esfera hay un gran misterio, porque la Vía Láctea es el semillero de las almas, que desde allí caen en los Anillos, y a ella regresan otra vez desde las ruedas de Saturno. Pero algunas no pueden subir la escalera de siete peldaños de los Anillos, de modo que deambulan por la oscuridad inferior y son arrastradas a la eternidad con la ilusión de los sentidos y la practicidad.
»El camino hacia la inmortalidad es difícil y solo unos pocos lo encuentran. El resto aguarda el Gran Día en que las ruedas del universo se detengan y las chispas inmortales huyan de la vaina de la sustancia. Pobres de los que esperan, porque deben volver a regresar, inconscientes y sin saberlo, al semillero de las estrellas y aguardar un nuevo comienzo. Los que se salven gracias a la luz del misterio que te he revelado, oh, Hermes, y que ahora te pido que instaures entre los hombres, volverán una vez más al Padre que habita en la Luz Blanca y se entregarán a la Luz y serán absorbidos por la Luz y en Ella se convertirán en Poderes divinos. Este es el Camino del Bien y solo se revela a los que tienen sabiduría. »Bendito seas, oh, Hijo de la Luz, a quien, de entre todos los hombres, yo, Poimandres, la Luz del Mundo, me he revelado. Te ordeno que sigas adelante, que te conviertas en guía para aquellos que deambulan en la oscuridad, para que todos los hombres en los que habite el espíritu de Mi Mente (la Mente Universal) se salven por medio de Mi Mente en ti, que invocará a Mi Mente en ellos. Establece Mis Misterios y ellos no fracasarán en la tierra, porque soy la Mente de los Misterios y, mientras la Mente no falle —esto no ocurre nunca —, mis Misterios no pueden fallar». Con estas palabras de despedida, Poimandres, radiante de luz celestial, se desvaneció, mezclándose con los poderes de los cielos. Elevando los ojos al firmamento, Hermes bendijo al Padre de Todas las Cosas y consagró su vida al servicio de la Gran Luz. Así predicaba Hermes: «Oh, habitantes de la tierra, hombres nacidos y hechos de los elementos, pero con el espíritu del Hombre Divino en vuestro interior, ¡levantaos de vuestro sueño de ignorancia! Sed serios y reflexivos.
Daos cuenta de que vuestra casa no es la tierra sino la Luz. ¿Por qué os habéis entregado a la muerte, si tenéis poder para ser partícipes de la inmortalidad? Arrepentíos y cambiad vuestra mente. Alejaos de la luz oscura y renunciad a la corrupción para siempre. Preparaos para ascender a través de los Siete Anillos y para fundir vuestras almas con la Luz eterna». Algunos de los que lo escucharon se burlaron y se mofaron y siguieron su camino, entregándose a la Segunda Muerte, de la cual no existe salvación. Otros, en cambio, se arrojaron a los pies de Hermes y le suplicaron que les enseñara el Camino de la Vida. Él los levantó con suavidad, sin recibir ninguna aprobación para sí mismo, y, con el bastón en la mano, siguió enseñando y guiando a la humanidad y mostrándoles cómo podían salvarse. En los mundos de los hombres, Hermes sembró las semillas de la sabiduría y las nutrió con las Aguas Inmortales. Finalmente llegó el crepúsculo de su vida y, cuando el resplandor de la luz de la tierra comenzó a reducirse, Hermes ordenó a sus discípulos que mantuvieran inmaculadas sus doctrinas a lo largo de los siglos. Encomendó que se pusiera por escrito la visión de Poimandres para que todos los que desearan la inmortalidad pudieran encontrar en ella el camino. Para concluir su exposición de la visión, Hermes escribió lo siguiente: «El sueño del cuerpo es la sobria vigilancia de la Mente y, si cierro los ojos, se me revela la Luz verdadera. Mi silencio se llena de nueva vida y esperanza y está lleno de bondad. Mis palabras son la plenitud del fruto del árbol de mi alma. Porque este es el relato fiel de lo que he recibido de mi verdadera Mente, que es Poimandres, el Gran Dragón, el Señor de la Palabra, mediante el cual Dios me inspiró la Verdad. Desde aquel día, mi Mente ha estado siempre conmigo y en mi propia alma he dado a luz la Palabra: la Palabra es la Razón y la Razón me ha redimido. Por este motivo, con toda mi alma y toda mi fuerza, alabo y bendigo al Dios Padre, la Vida y la Luz y la Bondad Eterna. Bendito sea Dios, Padre de todas las cosas, que existe desde antes del Primer Comienzo. Bendito sea Dios, cuya voluntad se cumple y se hace cumplir mediante Sus propios Poderes, a los que ha dado a luz fuera de Sí mismo. Bendito sea Dios, que ha decidido darse a conocer y que es conocido por Sí mismo por aquellos a quienes se revela. Bendito seáis Vos que por Vuestra Palabra (la Razón) habéis establecido todas las cosas.
Bendito seáis Vos, a cuya imagen se ha hecho toda la Naturaleza. Bendito seáis Vos a quien la naturaleza inferior no ha dado forma. Bendito seáis Vos, que sois más fuerte que todos los poderes. Bendito seáis Vos, que sois mejor que toda excelencia. Bendito seáis Vos, que sois mejor que toda alabanza. Aceptad estos sacrificios razonables de un alma pura y un corazón tendido hacia Vos. Oh, Inefable, a Quien se alaba en silencio. Os suplico que me miréis con misericordia para que no yerre mi conocimiento de Vos y pueda iluminar a aquellos que son, en la ignorancia, hermanos míos e hijos Vuestros. Por eso creo en Vos y de Vos doy fe y parto en paz y con confianza en Vuestra Luz y Vida. Bendito seáis, ¡oh, Padre! El hombre que habéis creado se santificará con Vos, ya que le habéis dado poder para santificar a otros con Vuestra Palabra y Vuestra Verdad». La Visión de Hermes, como casi todas las obras herméticas, es una exposición alegórica de grandes verdades filosóficas y místicas, cuyo significado oculto solo pueden comprender aquellos que han sido «elevados» a la presencia de la Mente Verdadera.
La Gran Pirámide se levanta sobre una meseta caliza hasta cuya base, según la historia antigua, se desbordó el Nilo en una ocasión, con lo cual proporcionó un método de transporte para los bloques inmensos que se emplearon en su construcción. Suponiendo que el piramidón alguna vez hubiera estado en su sitio, la pirámide mide, según John Taylor (en cifras redondas) 150 metros de altura: la base de cada lado mide 233 metros de largo y toda la estructura abarca una superficie de algo más de cinco hectáreas. La Gran Pirámide es la Única del grupo de Gizeh —de hecho, que se sepa, la única de Egipto— que tiene cámaras dentro del cuerpo de la pirámide en sí. Por este motivo se dice que refuta las leyes de Lepsius, según las cuales cada una de estas construcciones es un monumento levantado sobre una cámara subterránea en la que está enterrado algún gobernante. La pirámide contiene cuatro cámaras, indicadas en el diagrama con las letras K, H, F y O. La cámara del rey (K) es un aposento alargado de doce metros de largo, cinco de ancho y casi seis de altura, aproximadamente, con un techo plano compuesto por nueve piedras inmensas, las más grandes de la pirámide. Por encima de la cámara del rey hay cinco compartimientos bajos (L), llamados genéricamente «cámaras de contrucción». En la inferior de estas cámaras están los llamados «jeroglíficos del faraón Keops». El techo de la quinta cámara de construcción acaba en punta. En el extremo de la cámara del rey opuesto a la entrada se encuentra el famoso sarcófago o cofre (I) y, detrás de este, una abertura poco profunda que se excavó con la esperanza de descubrir objetos valiosos. Dos orificios de ventilación (M y N) que atraviesan la pirámide de un lado a otro ventilan la cámara del rey. En sí mismo, esto basta para demostrar que el edificio no fue construido como una tumba. Entre el extremo superior de la Gran Galería (G. G.) y la cámara del rey hay una pequeña antecámara (H), con una longitud máxima de 2,7 metros, un ancho máximo de 1,5 metros y una altura máxima de 3,6 metros, que —no se sabe por qué— tiene las paredes estriadas.
En la estría más cercana a la Gran Galería hay un bloque de piedra en dos partes, con un bulto o un nudo que sobresale como 2,5 centímetros de la superficie de la parte superior que da a la Gran Galería. Esta piedra no llega hasta el suelo de la antecámara y los que entran en la cámara del rey tienen que pasar por debajo de la losa. Desde la cámara del rey, la Gran Galería —48 metros de largo, 8,5 metros de altura y 2 metros de ancho en el punto máximo, que se reducen a la mitad como consecuencia de la convergencia de siete superposiciones de las piedras que constituyen las paredes— desciende hasta llegar un poco por encima del nivel de la cámara de la reina. De allí sale una galería (E) que retrocede más de treinta metros hacia el centro de la pirámide y se abre en la cámara de la reina (F). La cámara de la reina mide 5,8 metros de largo, 5 metros de ancho y 6 metros de altura. Tiene el techo en punta y compuesto por grandes bloques de piedra. Unos respiraderos que no se muestran salen de la cámara de la reina, pero son posteriores. En la pared oriental de la cámara de la reina hay un nicho peculiar de piedra que converge poco a poco: probablemente, al final resultará que se trata de una entrada que ya no existe.
En el punto en el que acaba la Gran Galería y comienza el pasillo horizontal que conduce a la cámara de la reina está la entrada al pozo y también la abertura que desciende por el primer conducto ascendente (D) hasta el punto en el que este conducto se encuentra con el conducto descendente (A), que conduce desde la pared exterior de la pirámide hasta la cámara subterránea. Después de descender 18 metros por el pozo (P), se llega a la gruta. El pozo atraviesa el suelo de la gruta y sigue bajando cuarenta metros más hasta el conducto de entrada descendente (A), con el que se cruza poco antes de que el conducto pase a ser horizontal y llegue a la cámara subterránea. La cámara subterránea (O) mide unos catorce metros de largo y algo más de ocho de ancho, pero es sumamente baja: el techo tiene una altura variable, que va desde alrededor de un metro hasta cuatro metros por encima del suelo desigual y aparentemente inacabado. Del lado meridional de la cámara subterránea sale un túnel bajo de unos quince metros de largo, que acaba en una pared lisa. Estas constituyen las únicas aberturas conocidas de la Pirámide, a excepción de algunos nichos, orificios de reconocimiento, pasillos sin salida y el túnel intrincado y tenebroso (B) abierto por los musulmanes a las órdenes del descendiente del profeta, el califa AlMamun. 

Manly Palmer Hall - El Mito Del Dios Que Muere

 

El mito de Tammuz e Ishtar es uno de los primeros ejemplos de la alegoría del dios que muere y es probable que sea anterior al 4000 a. de C. Debido al estado imperfecto de las tablillas en las cuales están inscritas las leyendas, resulta imposible obtener más que una versión fragmentaria de los ritos de Tammuz. Como era un dios del SOL esotérico, Tammuz no figuraba entre las primeras divinidades veneradas por los babilonios, que, a falta de un conocimiento más profundo, lo consideraban un dios de la agricultura o un espíritu de la vegetación. En un principio, se lo describía como uno de los guardianes de las puertas del infierno. Como ocurre con muchos otros dioses salvadores, lo llaman «pastor» o «señor de la casa del pastor». Tammuz ocupa un lugar destacado como hijo y esposo de Ishtar, la diosa madre de los babilonios y los asirios. Ishtar, a la cual se consagró el planeta Venus, era la divinidad más venerada de la mitología babilonia y la asiria. Es probable que sea idéntica a Ashteroth, Astarté y Afrodita. La historia de su descenso a los infiernos para buscar —se supone—el elixir sagrado —lo único que podía devolver a Tammuz a la vida— es la clave del ritual de sus Misterios. Tammuz, cuya festividad anual se celebraba justo antes del solsticio estival, moría a mediados del verano, en el antiguo mes que llevaba su nombre, y se lo lloraba con complejas ceremonias. No se sabe muy bien cómo murió, pero algunas de las acusaciones lanzadas contra Ishtar por Izdubar (Nimrod) indicarían que, indirectamente, ella como mínimo había contribuido a su desaparición. La resurrección de Tammuz era un acontecimiento que se celebraba mucho y entonces se lo aclamaba como «redentor» de su pueblo. Con las alas desplegadas, Ishtar, la hija de Sin (el dios de la luna), baja volando hasta las puertas de la muerte.
La casa de la oscuridad —la morada del dios Irkalla— se describe como «el lugar sin retomo». No hay luz y sus habitantes se nutren del polvo y se alimentan de barro. Sobre los tornillos de la puerta de la casa de Irkalla hay polvo esparcido y los guardianes de la casa están cubiertos de plumas, como las aves. Ishtar exige a los guardianes que abran las puertas; de lo contrario —los amenaza—, hará añicos las jambas, golpeará los goznes e invocará a los muertos que devoran a los vivos. Los guardianes de las puertas le suplican que tenga paciencia, mientras van a buscar a la reina del Hades, de la cual obtienen autorización para que Ishtar pueda entrar, pero solo de la misma manera en que han llegado todos los demás a aquella casa lóbrega. Entonces Ishtar atraviesa las siete puertas que conducen hasta las profundidades del infierno. En la primera puerta le quitan la gran corona de la cabeza: en la segunda, los pendientes de las orejas; en la tercera, el collar del cuello; en la cuarta, los adornos del pecho; en la quinta, el cinturón: en la sexta, los brazaletes de las manos y los pies, y en la séptima, la capa que le cubre el cuerpo. Ishtar protesta cada vez que le quitan alguno de sus atavíos, pero los guardianes le dicen que aquello es lo que experimentan todos los que ingresan en el dominio lúgubre de la muerte. Al ver a Ishtar, la señora del Hades se pone furiosa, le inflige todo tipo de enfermedades y la encierra en el infierno. Como Ishtar representa el espíritu de la fertilidad, su desaparición impide que maduren las cosechas y la vida de todo tipo sobre la tierra. En este sentido, la historia es análoga a la leyenda de Perséfone. Cuando los dioses se dan cuenta de que la ausencia de Ishtar está desorganizando toda la naturaleza, envían un mensajero al infierno y exigen su liberación. La señora del Hades no tiene más remedio que obedecer y se derrama el agua de Vida sobre Ishtar, que, curada de todos sus padecimientos, vuelve a atravesar las siete puertas y en cada una de ellas vuelven a ponerle lo que los guardianes le habían quitado. No se tiene constancia de que Ishtar consiguiera el agua de Vida que habría resucitado a Tammuz. El mito de Ishtar simboliza el descenso del espíritu humano a través de los siete mundos o esferas de los planetas sagrados hasta que, finalmente, desprovisto de sus adornos espirituales, se encarna en el cuerpo físico —el Hades—, donde la señora de dicho cuerpo colma a la conciencia prisionera de todo tipo de pesares y desgracias.
Las aguas de Vida —la doctrina secreta — curan las enfermedades de la ignorancia y el espíritu, al ascender otra vez a su fuente divina, recupera los adornos que Dios le ha dado a medida que va ascendiendo a través de los anillos de los planetas. Otro ritual mistérico entre los babilonios y los asirios era el de Marduk y el dragón. Marduk, el creador del universo inferior, mata a un monstruo horrible y con su cuerpo forma el universo. Es probable que este sea el origen de la llamada alegoría cristiana de san Jorge y el dragón. Los Misterios de Adonis se celebraban todos los años en muchas partes de Egipto, Fenicia y Biblos. El nombre «Adonis» quiere decir «señor» y así se designaba al sol; posteriormente lo utilizaron los judíos como nombre exotérico de su dios. Los dioses convinieron en árbol a Esmima o Mirra, la madre de Adonis; al cabo de un tiempo la corteza se abrió y de dentro salió el niño salvador. Según una versión, lo liberó un jabalí, que, con sus colmillos, partió la corteza del árbol maternal. Adonis nació el 24 de diciembre a medianoche y con su desdichada muerte se estableció un rito mistérico que llevó la salvación a su pueblo. En el mes judío de Tammuz (otro nombre de esta divinidad), un jabalí enviado por el dios Ares (Marte) lo mata de una cornada. El adoniasmos era la ceremonia de lamentación por la muerte prematura del dios asesinado.
En Ezequiel 8, 14, está escrito que las mujeres estaban plañendo a Tammuz (Adonis) a la entrada del pórtico de la Casa de Yahveh que mira al Norte, en Jerusalén. Sir James George Frazer cita a san Jerónimo con estas palabras: «Nos cuenta que en Belén, el lugar de nacimiento tradicional del Señor, había un bosquecillo de un Señor sirio más antiguo aún, Adonis, y que donde había llorado Jesús de niño se lloraba al amante de Venus». Dicen que, en honor a Adonis, había una efigie de un jabalí sobre una de las puertas de Jerusalén y que sus ritos se celebraban en la gruta de la natividad de Belén. Adonis como hombre «corneado» (o «divino») es una de las claves del uso que hace sir Francis Bacon del «jabalí» en su simbolismo críptico. En un principio, Adonis era una divinidad andrógina que representaba el poder solar que en invierno quedaba destruida por el principio malvado del frío: el jabalí. Después de pasar tres días (meses) en la tumba, Adonis se levantaba triunfante el vigesimoquinto día de marzo, en medio de las aclamaciones de sus sacerdotes y sus seguidores: «¡Ha resucitado!». Adonis nació de un árbol de mirra y la mirra, símbolo de la muerte por su relación con el proceso de embalsamamiento, fue uno de los regalos que los tres reyes magos llevaron a Jesús al pesebre.
En los Misterios de Adonis, el neófito pasaba por la muerte simbólica del dios y, después de ser «resucitado» por los sacerdotes, ingresaba en el estado de bienaventuranza de la redención, gracias a los sufrimientos de Adonis. Casi todos los autores creen que al principio Adonis era un dios de la vegetación relacionado directamente con el crecimiento y la maduración de las flores y los frutos. Para corroborar este punto de vista, describen los «jardines de Adonis», que eran cestillas de tierra en las que plantaban y cultivaban semillas durante un período de ocho días. Cuando aquellas plantas morían prematuramente por la falta de tierra suficiente, se consideraban emblemáticas del Adonis asesinado y por lo general se arrojaban al mar con imágenes del dios.
En Frigia existía una escuela notable de filosofía religiosa que giraba en tomo a la vida y la muerte prematura de otro dios salvador conocido como Atis o Atys —muchos lo consideraban sinónimo de Adonis—, que nació el vigesimocuarto día de diciembre a medianoche. Hay dos versiones sobre su muerte. Según una, recibió una cornada mortal, igual que Adonis; según la otra, él mismo se castró debajo de un pino y allí murió. La Gran Madre (Cibeles) llevó su cuerpo a una cueva, donde permaneció durante siglos, incorrupto. A los ritos de Atis debe el mundo moderno el simbolismo del árbol de Navidad. Atis transmitió su inmortalidad al árbol bajo el cual murió y, cuando retiró el cuerpo, Cibeles se llevó consigo el árbol. Atis permaneció tres días en la tumba y resucitó en una fecha que coincide con la alborada de Pascua y, con su resurrección, superó la muerte para todos aquellos que se iniciaban en sus Misterios. «En los Misterios de los frigios —dice Julius Firmicus—, llamados los de la Madre de los Dioses, todos los años talan un Pino ¡y atan en su interior la imagen de un Joven! En los Misterios de Isis cortan el tronco de un Pino, ahuecan cuidadosamente la mitad del tronco y Entierran el ídolo de Osiris que hacen con esas partes vaciadas. En los Misterios de Proserpina, arman dentro de la efigie las partes de un árbol cortado y le dan la forma de la Virgen y, después de paseado por la ciudad, Lloran su muerte durante cuarenta noches, ¡pero a la cuadragésima la Queman!».
Los Misterios de Atis incluían una comida sacramental durante la cual el neófito comía de un tambor y bebía de un platillo. Después de ser bautizado con la sangre de un toro, se alimentaba al recién iniciado exclusivamente con leche para simbolizar que todavía era un bebé, desde el punto de vista filosófico, que acababa de nacer de la esfera de la materialidad.
¿Es posible establecer una conexión entre esta dieta láctea prescrita por el rito de Atis y la alusión que hace san Pablo a la comida para quienes son niños espiritualmente? Salustio proporciona una clave para la interpretación esotérica de los rituales de Atis. Cibeles, la Gran Madre, simboliza los poderes vivificadores del universo y Alis representa aquel aspecto del intelecto espiritual que está suspendido entre la esfera divina y la animal. La madre de los dioses, que amaba a Atis le dio un sombrero con estrellas como símbolo de los poderes celestiales, pero Atis (la humanidad), al enamorarse de una ninfa (que simboliza las propensiones animales inferiores), perdió su divinidad y su creatividad. Resulta evidente, por tanto, que Atis representa la conciencia humana y que sus Misterios tienen que ver con la recuperación del sombrero con estrellas.
Los ritos de Sabazios se parecían mucho a los de Baco y en general se cree que las dos divinidades son idénticas. Baco nació en Sabazios, o Sabaoth, y estos nombres se le atribuyen con frecuencia. Los Misterios de Sabazios se celebraban por la noche y, como parte del ritual, se pasaba una serpiente viva sobre el pecho del candidato. San Clemente de Alejandría escribe lo siguiente: «El símbolo de los Misterios de Sabazios para el iniciado es “la divinidad que se desliza sobre el pecho”». La serpiente dorada era el símbolo de Sabazios, porque esta divinidad representaba la renovación anual del mundo gracias d poder solar. Los judíos tomaron de estos Misterios el nombre de «Sabaoth» y lo adoptaron como una de las denominaciones de su dios supremo. Durante el tiempo en que los Misterios de Sabazios se celebraron en Roma, el culto consiguió muchos devotos y posteriormente influyó en el simbolismo del cristianismo. Los Misterios cabíricos de Samotracia eran célebres entre los antiguos y casi tan apreciados como los eleusinos Según Heródoto, los samotracios recibieron aquellas doctrinas, sobre todo las relacionadas con Mercurio, de los pelasgos. Se sabe muy poco sobre los rituales cabíricos, porque estaban rodeados del máximo secreto. Algunos consideran que las divinidades eran siete y las llaman «los siete espíritus del fuego ante el trono de Saturno». Otros creen que los cabiros eran los siete vagabundos sagrados, que posteriormente fueron llamados «planetas».
Aunque gran cantidad de divinidades se asocian con los Misterios samotracios, el drama ritualista gira en torno a cuatro hermanos. Los tres primeros, Axieros, Axiocersos y Axiocersa, atacan y asesinan al cuarto, Casmilos. Sin embargo, Dionisodoro identifica a Axieros con Deméter, aAxiocersos con Plutón, a Axiocersa con Perséfone y a Casmilos con Hermes. Alexander Wilder observa que, en elritual samotracio, «hacen que Casmilos incluya al dios-serpiente de Tebas, Cadmo, al Thot egipcio, al Hermes de los griegos y al Emeph o Esculapio de los alejandrinos y los fenicios». Una vez más, se repite aquí la historia de Osiris, Baco, Adonis Balder y Juram Abí. El culto a Atis y Cibeles también tenía que ver con los Misterios samotracios. En los rituales de los cabiros se puede encontrar una forma de culto al pino, porque este árbol, consagrado a Atis, se podaba primero en forma de cruz y después se talaba en honor del dios asesinado, cuyo cadáver fue descubierto a sus pies.
«Quien desee analizar las orgías de los coribantes —escribe san Clemente — ha de saber que, tras matar a su tercer hermano, cubrieron la cabeza del cadáver con una tela morada, la coronaron y, después de transportarla en la punta de una lanza, la enterraron bajo las raíces de Olimpo. Estos misterios son, en síntesis, asesinatos y funerales. ¡Este Padre preniceno, que pretende difamar los ritos paganos, aparentemente pasa por alto el hecho de que, al igual que el mártir cabiro, Jesucristo fue traicionado, torturado y, finalmente, asesinado!] Y los sacerdotes de estos ritos, considerados reyes de los ritos sagrados por aquellos que se encargan de nombrarlos, aportan aún más rareza al trágico acontecimiento al prohibir el perejil como planta para llevar a la mesa, porque creen que crecía de la sangre que manaba de los coribantes, del mismo modo en que las mujeres, al celebrar las Tesmoforias, se abstienen de comer las semillas de la granada que han caído al suelo, partiendo de la idea de que las granadas surgieron de las gotas de la sangre de Dioniso. A aquellos coribantes también los llaman cabíricos y la ceremonia en sí se anuncia como el misterio cabírico».
Los Misterios de los cabiros se dividían en tres grados: el primero conmemoraba la muerte de Casmilos a manos de sus tres hermanos; el segundo, el descubrimiento de su cuerpo mutilado, cuyas partes habían sido halladas y reunidas tras mucho esfuerzo, y el tercero —acompañado por gran júbilo y dicha—, su resurrección y la consiguiente salvación del mundo. El templo de los cabiros en Samotracia contenía una cantidad de divinidades curiosas, muchas de las cuales eran criaturas deformes que representaban los poderes elementales de la naturaleza, posiblemente los titanes báquicos. Los niños eran iniciados en el culto cabiro con la misma dignidad que los adultos, y los delincuentes que encontraban asilo allí quedaban a salvo de persecuciones. En los ritos samotracios se daba mucha importancia a la navegación y sus miembros propiciaban, entre otros, a los dioscuros: Cástor y Pólux, o los dioses de la navegación. La expedición de los argonautas, siguiendo los consejos de Orfeo, hizo escala en la isla de Samotracia para que sus participantes se iniciaran en los ritos cabíricos. Heródoto cuenta que, cuando Cambises entró en el templo de los cabiros, no pudo contener su regocijo al ver ante él la figura de un hombre de pie y, frente a él, la figura de una mujer cabeza abajo. Si Cambises hubiese estado familiarizado con los principios de la astronomía divina, se habría dado cuenta de que estaba en presencia de la clave del equilibrio universal. «Pregunto —dice Voltaire— ¿quiénes eran aquellos hierofantes, aquellos masones sagrados, que celebraban sus Misterios antiguos de Samotracia y de dónde venían, ellos y sus dioses cabiros?» . San Clemente se refiere a los Misterios de los cabiros como «el misterio sagrado de un hermano asesinado por sus hermanos» y la «muerte cabírica» era uno de los símbolos secretos de la Antigüedad. De este modo, la alegoría del Yo asesinado por el no-yo se perpetúa a través del misticismo religioso de todos los pueblos. La muerte filosófica y la resurrección filosófica son los misterios menores y los mayores, respectivamente.
Un aspecto curioso del mito del dios que muere es el del ahorcado. El ejemplo más importante de esta concepción peculiar se encuentra en los rituales odínicos, en los que Odín se cuelga durante nueve noches de las ramas del árbol del mundo y, además, atraviesa su propio costado con la lanza sagrada. Como consecuencia de aquel gran sacrificio, Odín, mientras estaba suspendido sobre las profundidades de Niflheim, descubrió gracias a la meditación las runas o los alfabetos por medio de los cuajes se preservaron después los documentos de su pueblo. Debido a aquella experiencia excepcional, a veces Odín aparece sentado sobre una horca y se ha convertido en el patrono de todos los que han muerto colgados. Desde el punto de vista esotérico, el ahorcado es el espíritu humano que está suspendido del cielo por un solo hilo. La sabiduría, en lugar de la muerte, es la recompensa por aquel sacrificio voluntario durante el cual el alma humana, suspendida sobre el mundo de la ilusión y meditando sobre su irrealidad, recibe la recompensa de alcanzar la autorrealización. Después de considerar todos estos rituales antiguos y secretos, resulta evidente que el misterio del dios que muere era universal entre los colegios iluminados y venerados de las enseñanzas sagradas. Este misterio se ha perpetuado en el cristianismo en la crucifixión y la muerte del hombre Dios Jesucristo. Hay que redescubrir la trascendencia secreta de esta tragedia mundial y del mártir universal para que el cristianismo alcance las alturas a las que llegaron los paganos en la época de su supremacía filosófica. El mito del dios que muere es la clave de la redención y la regeneración tanto universal como individual y los que no comprenden la verdadera naturaleza de esta alegoría suprema no tienen el privilegio de considerarse a sí mismos ni sabios ni auténticamente religiosos.

Manly Palmer Hall - La Atlantida y Los Dioses De La Antiguedad

 

La Atlántida es el tema de un artículo breve, pero importante, publicado en el Annual Report of the Board of Regents of the Smithsonian Institution for the year ending 30 de junio de 1915, cuyo autor, Pierre Termier, miembro de la Academia de Ciencias y Director del Servicio of the Geologic Chart de Francia, pronunció en 1912 una conferencia sobre la hipótesis de la Atlántida en el Instituto Oceanográfico. En el informe de la Smithsonian Institution se publica la traducción de las notas de aquella conferencia memorable.
«Tras un período prolongado de desdeñosa indiferencia —escribe Termier—, en los últimos años se observa que la ciencia vuelve a estudiar la Atlántida. Cuántos naturalistas geólogos, zoólogos o botánicos se preguntan hoy los unos a los otros si Platón no nos habrá transmitido, ligeramente ampliada, una página de la historia real de la humanidad. Todavía no estamos en condiciones de hacer ninguna afirmación, aunque cada vez parece más evidente que una región inmensa, continental o compuesta por grandes islas, se ha hundido al oeste de las columnas de Hércules también llamadas el estrecho de Gibraltar, y que no hace tanto que se produjo dicho derrumbe. En cualquier caso, se vuelve a plantear a los hombres de ciencias la cuestión de la Atlántida y, puesto que considero que no se podrá resolver jamás sin la colaboración de la oceanografía, me ha parecido natural tratarla aquí, en este templo de la ciencia marítima, y dirigir hacia este problema —despreciado durante mucho tiempo, pero que ahora se reactiva— la atención de los oceanógrafos, así como también la de aquellos que, a pesar de estar inmersos en el tumulto de las ciudades, no hacen oídos sordos al murmullo lejano del mar». En su conferencia, monsieur Termier presenta datos geológicos, geográficos y zoológicos que corroboran la teoría de la Atlántida. Vacía de forma figurada todo, el lecho del océano Atlántico, analiza las desigualdades de su cuenca y cita lugares, a lo largo de una línea que va desde las Azores hasta Islandia, en los que, al dragar, ha llegado lava hasta la superficie desde una profundidad de tres mil metros. La naturaleza volcánica de las islas que existen actualmente en el océano Atlántico confirma la afirmación de Platón de que la Atlántida fue destruida por cataclismos volcánicos. Termier adelanta también la conclusión de un joven zoólogo francés, Louis Germain, que reconoció la existencia de un continente atlántico unido a la península Ibérica y a Mauritania y que se prolongaba hacia el sur para incluir algunas regiones de clima desértico. Termier finaliza su conferencia con una explicación gráfica del hundimiento de aquel continente.
La descripción de la civilización atlante que Platón ofrece en el Critias se puede resumir como sigue. En los primeros tiempos, los dioses se repartieron la tierra entre ellos, de forma proporcional a sus dignidades respectivas. Cada uno se convirtió en la divinidad particular de la zona que le tocaba, donde levantó templos dedicados a sí mismo, ordenó sacerdotes y estableció un sistema de sacrificios. A Poseidón le correspondieron el mar y el continente insultar de la Atlántida. En medio de la isla había una montaña que era la morada de tres seres humanos primitivos, nacidos en la tierra: Evenor; su esposa, Leucipe, y su única hija, Clito o Clitoé. La doncella era muy hermosa y, tras la muerte repentina de sus padres, Poseidón la cortejó y juntos tuvieron cinco pares de hijos varones. Poseidón repartió su continente entre ellos y puso a Atlas, el mayor, por encima de los otros nueve. Además, en honor a Atlas, Poseidón llamó Atlántida al país y Atlántico al océano que lo rodeaba. Antes del nacimiento de sus diez hijos varones, Poseidón dividió el continente y el mar costero en zonas concéntricas de tierra y agua, tan perfectas como si las hubiese hecho con un torno. Dos zonas de tierra y tres de agua rodeaban la isla central, que Poseidón hizo que estuviera irrigada por dos manantiales de agua: uno caliente y el otro frío. Los descendientes de Atlas siguieron administrando la Atlántida y, gracias a su gobierno acertado y a su laboriosidad, el país alcanzó una posición de notable importancia. Daba la impresión de que los recursos naturales de la Atlántida eran ilimitados.
Se extraían metales preciosos se domesticaban los animales salvajes y se destilaban perfumes de sus flores fragantes. Además de disfrutar de aquella abundancia natural por su situación semi-tropical, los atlantes se ocuparon también de construir palacios, templos y muelles. Tendieron puentes para cruzar las zonas marinas y después excavaron un canal profundo para conectar el océano con el centro de la isla, donde estaban los palacios y el templo de Poseidón, que superaba en magnificencia a todas las demás construcciones. Crearon una red de puentes y canales para unir las distintas partes de su reino. A continuación, Platón describe las piedras blancas, negras y rojas que extrajeron de debajo de su continente y utilizaron para construir los edificios públicos y los muelles. Delimitaron con una muralla cada una de las zonas terrestres: la exterior estaba recubierta de bronce: la intermedia, de estaño, y la interior, que rodeaba la ciudadela, de auricalco. Dentro de la ciudadela, situada en la isla central, estaban los palacios, los templos y otros edificios públicos. En su centro, rodeado por una muralla de oro, había un santuario dedicado a Clito y a Poseidón. Allí nacieron los diez primeros príncipes de la isla y allí, todos los años, sus descendientes llevaban ofrendas. El templo del propio Poseidón, cuyo exterior estaba totalmente recubierto de plata y sus pináculos, de oro, también se alzaba dentro de la ciudadela. El interior del templo —incluidas las columnas y el suelo— era de marfil, oro, plata y auricalco. Dentro del templo había una estatua colosal de Poseidón, de pie en un carro tirado por seis caballos alados y rodeado por un centenar de nereidas montadas en delfines. Distribuidas en el exterior del edificio había estatuas doradas de los diez primeros reyes y sus esposas. En las arboledas y los jardines había fuentes de agua caliente y fría. Había numerosos templos dedicados a diversas divinidades, lugares de ejercicio para las personas y los animales, baños públicos y un hipódromo inmenso. En distintos lugares estratégicos de las zonas había fortificaciones y al gran puerto llegaban naves procedentes de todas las naciones marítimas. Las zonas estaban tan pobladas que siempre se sentía en el aire el sonido de voces humanas. La parte de la Atlántida que daba al mar se describía como elevada y escarpada, pero en tomo a la ciudad central había una planicie —protegida por montañas famosas por su tamaño, cantidad y belleza— que producía dos cosechas al año; en invierno recibía el agua de las lluvias y en verano, la de inmensos canales de riego, que también se usaban para el transporte. La planicie estaba dividida en sectores y en tiempos de guerra cada sector aportaba su cuota de hombres y carros para combatir. Los diez gobiernos diferían entre sí en detalles relacionados con los requisitos militares. Cada uno de los reyes de la Atlántida ejercía un control absoluto sobre su propio reino, pero las relaciones entre ellos se regían por un código grabado por los diez primeros reyes en una columna de auricalco que se alzaba en el templo de Poseidón. A intervalos alternos de cinco y seis años, se celebraba una peregrinación a aquel templo, para conceder el mismo honor a los números pares que a los impares.
Allí, mediante los sacrificios correspondientes, cada rey renovaba su juramento de lealtad a la inscripción sagrada. También allí los reyes llevaban vestiduras azul celeste y tomaban decisiones. Al amanecer, escribían sus sentencias en una tablilla dorada y las depositaban junto a sus vestiduras, como recordatorio. Las leyes principales de los reyes de la Atlántida establecían que no podían levantarse en armas los unos contra los otros y que debían colaborar con cualquiera de ellos que fuese atacado. En cuestiones de guerra y en las de mayor trascendencia, los descendientes directos de la familia de Atlas tenían la última palabra. Ningún rey podía decidir sobre la vida y la muerte de ninguno de los suyos sin el consentimiento de la mayoría de los diez. Para concluir su descripción, Platón declara que aquel fue el gran imperio que atacó a los estados helénicos aunque aquello no ocurrió hasta después de que su poder y su esplendor hubiesen apartado a los reyes atlantes del camino de la sabiduría y la virtud. Llenos de falsa ambición, los gobernantes de la Atlántida decidieron conquistar el mundo entero. Al darse cuenta de la maldad de los atlantes Zeus reunió a los dioses en su morada sagrada para hablar con ellos Aquí acaba bruscamente la narración de Platón, porque el Critias nunca fue acabado. En el Timeo hay otra descripción de la Atlántida, que supuestamente proporcionó a Solón un sacerdote egipcio, y que concluye con estas palabras: «Mas después se produjeron violentos terremotos e inundaciones y en un solo día y noche de lluvia todos tus hombres belicosos en masa, se hundieron en la tierra y la isla de la Atlántida desapareció también de la misma forma y se hundió bajo las aguas. Este es el motivo por el cual en aquellas partes el mar es intransitable e impenetrable, porque hay tal cantidad de barro poco profundo en el camino, y esto se debe al hundimiento de la isla».
En la introducción a su traducción del Timeo, Thomas Taylor toma una cita de la Historia de Etiopía escrita por Marcelo que contiene la siguiente referencia a la Atlántida: «Porque cuentan que en aquel tiempo había siete islas en el océano Atlántico, consagradas a Proserpina, y, además de estas, otras tres de una magnitud descomunal; una de ellas estaba consagrada a Plutón; otra, a Anión, y otra, que está en medio de aquellas y mide mil estadios, a Neptuno». Crantor, en su comentario sobre lo que dice Platón, afirmó que, según los sacerdotes egipcios, la historia de la Atlántida estaba escrita en estelas que todavía se conservaban en tomo al año 300 a. de C. Ignatius Donnelly, que estudió en profundidad el tema de la Atlántida, creía que los atlantes fueron los primeros en domesticar caballos, que, por tal motivo, siempre se han considerado particularmente consagrados a Poseidón.
Si analizamos con atención la descripción de la Atlántida que hace Platón, resulta evidente que la historia no se puede considerar totalmente fidedigna, sino, más bien, en parte alegoría y en parte real. Orígenes, Porfirio, Proclo, Jámblico y Siriano reconocían que la historia ocultaba un profundo misterio filosófico, pero no coincidían en cuanto a su verdadera interpretación. La Atlántida de Platón simboliza la triple naturaleza tanto del universo como del cuerpo humano. Los diez reyes de la Atlántida son los puntos o números de la tetractys, que nacen como cinco pares de opuestos.
Los números del uno al diez rigen a todas las criaturas y los números, a su vez, están sometidos al control de la mónada, o uno, el mayor de ellos. Con el cetro de tres dientes de Poseidón, aquellos reyes dominaban a los habitantes de las siete islas pequeñas y las tres grandes que componían la Atlántida. Desde un punto de vista filosófico, las diez islas representan los poderes trinos de la Divinidad Superior y los siete regentes que se inclinan ante Su trono eterno. Si tomamos la Atlántida como arquetipo de la esfera, su inmersión significa el descenso de la conciencia racional y organizada al reino ilusorio y pasajero de la ignorancia irracional y mortal. Tanto el hundimiento de la Atlántida como la historia bíblica de la «caída del hombre» suponen una involución espiritual, un requisito esencial para la evolución consciente.
O bien el Platón iniciado utilizó la alegoría de la Atlántida para cumplir dos finalidades totalmente diferentes o, de lo contrario, las versiones que conservaban los sacerdotes egipcios fueron alteradas para perpetuar la doctrina secreta. Esto no pretende dar a entender que la Atlántida fuese algo meramente mitológico, pero supera el obstáculo más grave para la aceptación de la teoría de la Atlántida, es decir, las versiones fantásticas acerca de su origen, tamaño, apariencia y fecha de destrucción: el 9600 a. de C. En medio de la isla central de la Atlántida había una montaña majestuosa que proyectaba una sombra de cinco mil estadios de extensión y cuya cima tocaba la esfera del æther. Esta montaña es el eje del mundo, sagrada entre muchas razas y simbólica de la cabeza humana, que surge de los cuatro elementos del cuerpo. Esta montaña sagrada, en cuya cima se alzaba el templo de los dioses, dio origen a las historias sobre Olimpo, Meru y Asgard. La ciudad de las puertas doradas, la capital de la Atlántida, es la que actualmente se preserva en muchas religiones como la Ciudad de los Dioses o la Ciudad Santa. Aquí tenemos el arquetipo de la Nueva Jerusalén, con sus calles pavimentadas en oro y sus doce puertas resplandecientes de piedras preciosas. «La historia de la Atlántida —escribe Ignatius Donnelly— es la clave de la mitología griega. No cabe la menor duda de que aquellos dioses griegos eran seres humanos. La tendencia a asignar atributos divinos a los grandes gobernantes terrenales está muy implantada en la naturaleza humana».
El mismo autor respalda su punto de vista destacando que las divinidades de la mitología griega no se consideraban creadoras del universo, sino más bien regentes puestos por los creadores originales, más antiguos. El Jardín del Edén, del cual la humanidad fue expulsada con una espada flamígera, es, tal vez, una alusión al Paraíso terrenal, que, supuestamente, estaba situado al oeste de las columnas de Hércules y que fue destruido por cataclismos volcánicos. La leyenda del diluvio también se puede remontar a la inundación de la Atlántida, durante la cual el agua destruyó un «mundo». ¿Acaso el conocimiento religioso, filosófico y científico que poseían los sacerdotes de la Antigüedad procedía de la Atlántida, cuyo hundimiento arrasó todo vestigio de su participación en el drama del progreso mundial? El culto al sol de los atlantes se ha perpetuado en los rituales y las ceremonias tanto del cristianismo como del paganismo. En la Atlántida, tanto la cruz como la serpiente eran emblemas de la sabiduría divina. Los progenitores divinos (atlantes) de los mayas y los quichés de América Central coexistían dentro del resplandor verde y azul celeste de Gucumatz, la «serpiente emplumada». Los seis sabios nacidos en el cielo se manifestaban como centros de luz unidos o sintetizados por el séptimo y principal de su orden: la «serpiente emplumada».
El título de serpiente «alada» o «emplumada» se aplicaba a Quetzalcóatl, o Kukulcán, el iniciado centroamericano. El centro de la sabiduría-religión atlante era —se supone— un templo piramidal inmenso que se alzaba en la cima de una meseta, en medio de la ciudad de las puertas doradas. Desde allí salían los sacerdotes-iniciados de la pluma sagrada, llevando las llaves de la sabiduría universal hasta los confines de la tierra.
Las mitologías de muchas naciones contienen relatos de dioses que «salieron del mar». Algunos chamanes de los indios americanos hablan de hombres santos vestidos con plumas de aves y abalorios que salían de las aguas azules y los instruían en las artes y los oficios. Entre las leyendas de los caldeos figura la de Oannes, una criatura en parte anfibia que salió del mar y enseñó a los pueblos salvajes que vivían en las orillas a leer y escribir, a labrar la tierra, a cultivar plantas medicinales, a estudiar las estrellas, a establecer formas de gobierno racionales y a familiarizarse con los Misterios sagrados. Entre los mayas, Quetzalcóatl, el Dios Salvador —algunos estudiosos cristianos creen que era santo Tomás—, salió de las aguas y, después de instruir al pueblo en los aspectos esenciales de la civilización, se hizo a la mar en una balsa mágica de serpientes para huir de la ira del temible dios del espejo humeante: Tezcatlipoca.
Aquellos semidioses de una época fabulosa que, como Esdras, salieron del mar, ¿no serán sacerdotes atlantes? Todo lo que el hombre primitivo recordaba de los atlantes era el esplendor de sus ornamentos dorados, la trascendencia de su sabiduría y lo sagrado de sus símbolos: la cruz y la serpiente. No tardaron en olvidar que procedían del mar, porque, para las mentes no instruidas, hasta las barcas eran sobrenaturales. Dondequiera que los atlantes ganaban prosélitos, erigían pirámides y templos siguiendo el modelo del inmenso santuario de la ciudad de las puertas doradas. Tal es el origen de las pirámides de Egipto, México y América Central. Los túmulos de Normandía y Gran Bretaña, al igual que los de los indios americanos, son restos de una cultura similar. Cuando los atlantes se encontraban en pleno programa de colonización y conversión mundial, comenzaron los cataclismos que hundieron la Atlántida. Los sacerdotes-iniciados de la pluma sagrada que prometieron regresar a los asentamientos de sus misiones no volvieron nunca más y, al cabo de siglos, la tradición conserva tan solo un relato fantástico de los dioses que salieron de un lugar donde ahora está el mar.
Con estas palabras resume H. P. Blavatsky las causas que precipitaron el desastre de la Atlántida: «Siguiendo las malvadas insinuaciones de su demonio, Thevetat, la raza de los atlantes se transformó en una nación de magos perversos: como consecuencia de esto se declaró la guerra, cuya historia sería demasiado larga de narrar, aunque se puede hallar su esencia en las alegorías distorsionadas de la raza de Caín, los gigantes, y la de Noé y su virtuosa familia. El conflicto llegó a su fin con la inmersión de la Atlántida, que tiene su imitación en las historia del diluvio babilónico y mosaico. Los gigantes y los magos “[…] y toda la carne murió […] y todos los hombres”. Todos menos Xisusthrus y Noé, que, básicamente, son casi idénticos al gran Padre de los thlinkithianos del Popol Vuh, el libro sagrado de los guatemaltecos, que también narra su huida en una barca grande, como el Noé hindú, Vaisvasvata».
De los atlantes, el mundo ha recibido no solo la herencia de las artes y los oficios, las filosofías y las ciencias, la ética y las religiones, sino también la herencia del odio, la lucha y la perversión. Los atlantes instigaron la primera guerra y se dice que todas las guerras posteriores se han librado como un esfuerzo vano de justificar la primera y de reparar el daño que causó. Antes de que la Atlántida se hundiera, sus iniciados espiritualmente iluminados se dieron cuenta de que su tierra estaba condenada por haberse apartado del camino de la luz y se retiraron del infortunado continente. Llevando consigo la doctrina sagrada y secreta, aquellos atlantes se establecieron en Egipto, donde llegaron a ser los primeros gobernantes «divinos». Casi todos los grandes mitos cosmológicos que forman la base de los diversos libros sagrados del mundo se basan en los rituales de los Misterios de la Atlántida.

Manly Palmer Hall - Los Ritos Báquicos y Dionisíacos

 

El rito báquico gira en torno a la alegoría del joven Baco (Dioniso o Zagreo), que fue descuartizado por los titanes. Estos gigantes consiguieron destruir a Baco al hacer que quedara fascinado por su propia imagen reflejada en un espejo. Tras desmembrarlo, los titanes primero hirvieron los trozos en agua y después los asaron. Palas rescató el corazón del dios asesinado y esta precaución permitió a Baco (Dioniso) volver a surgir con todo su esplendor anterior. Júpiter, el demiurgo, que vio el crimen de los titanes, les arrojó sus rayos y los mató y quemó sus cadáveres hasta reducirlos a cenizas con el fuego celestial. De las cenizas de los titanes, que también contenían una parte de la carne de Baca cuyo cuerpo habían devorado en parte, fue creada la raza humana. Por eso se decía que la vida cotidiana de los hombres contenía una parte de la vida báquica. Por este motivo, los Misterios griegos advertían contra el suicidio.
Aquel que intente destruirse alza su mano contra la naturaleza de Baco que lleva en su interior, ya que el cuerpo del hombre es, indirectamente, la tumba de este dios y, por consiguiente, hay que conservarlo con el máximo cuidado. Baco (Dioniso) representa el alma racional del mundo inferior. Es el jefe de los titanes, los artífices de las esferas mundanas. Los pitagóricos lo llamaban «la mónada titánica». De este modo, Baco es la idea absoluta de la esfera titánica y los titanes, o dioses de los fragmentos, son los medios activos gracias a los cuales la sustancia universal se crea según el modelo de esta idea. El estado báquico representa la unidad del alma racional en un estado de autoconocimiento y el estado titánico, la diversidad del alma racional que, al dispersarse por toda la creación, pierde la conciencia de su propia unidad esencial. El espejo que Baco contempla y que constituye la causa de su caída es el gran mar de ilusión, el mundo inferior creado por los Titanes. Baco (el alma racional mundana), al ver su imagen ante él, la acepta como una semejanza suya e infunde alma a la semejanza; es decir, que la idea racional infunde alma a su reflejo: el universo irracional. Al infundir alma a la imagen irracional, le implanta el deseo de llegar a ser como su origen: la imagen racional. Por consiguiente, los antiguos decían que el hombre no conoce a los dioses mediante la lógica ni la razón, sino al advertir la presencia de los dioses en su interior. Después de que Baco se mirara en el espejo y siguiera su propio reflejo hacia la materia, el alma racional del mundo fue dividida y repartida por los titanes por toda la esfera mundana cuya esencia natural es, pero no pudieron desparramar el corazón, o la fuente. Los titanes tomaron el cuerpo desmembrado de Baco y lo hirvieron en agua, como símbolo de la inmersión en el universo material, que representa la incorporación del principio báquico a la forma. Después asaron los trozos para significar el posterior ascenso de la naturaleza espiritual al salir de su forma. Cuando Júpiter, padre de Baco y demiurgo del universo, vio que los titanes estaban involucrando irremediablemente la idea racional o divina al esparcir sus miembros a través de los componentes del mundo inferior, mató a los titanes para que la idea divina no se perdiera por completo. Con las cenizas de los titanes formó la humanidad, cuya existencia tenía por objeto preservar y, con el tiempo, liberar la idea báquica, o el alma racional, de la maquinación titánica, Júpiter, como demiurgo y creador del universo material, es la tercera persona de la triada creadora y, por consiguiente, el señor de la muerte, porque la muerte solo existe en la esfera inferior del ser que él preside. Se produce la desintegración para que, a continuación, pueda haber reintegración a un nivel superior de la forma o la inteligencia. Los rayos de Júpiter simbolizan su poder desintegrador y revelan la finalidad de la muerte, que es rescatar el alma racional del poder devorador de la naturaleza irracional.
El hombre es una criatura compuesta, cuya naturaleza inferior consiste en fragmentos de los titanes y cuya naturaleza superior es la carne (vida) sagrada e inmortal de Baco. Por eso, el hombre puede tener tanto una existencia titánica (irracional) como una báquica (racional). Es probable que los titanes de Hesíodo, que eran doce, fueran análogos al zodiaco celeste, mientras que los titanes que asesinaron y descuartizaron a Baco representaran los poderes zodiacales distorsionados por su intervención en el mundo material. De este modo, Baco representa el sol, que es desmembrado por los signos del Zodiaco y a partir de cuyo cuerpo se forma el universo. Cuando se crearon las formas terrenales a partir de las diversas partes de su cuerpo, se perdió la sensación de integridad y se impuso la sensación de separación. El corazón de Baco, salvado por Palas, o Minerva, fue extraído de los cuatro elementos simbolizados por su cuerpo desmembrado y llevado a las capas celestiales. El corazón de Baco es el centro inmortal del alma racional. Después de que el alma racional se hubiese distribuido por toda la creación y la naturaleza del hombre, se instituyeron los Misterios báquicos a fin de desenredarla de la naturaleza titánica irracional. Este proceso consistía en elevar el alma para hacerla salir de su estado de separación y entrar en el de unidad. Se recuperaron las distintas partes y los distintos miembros de Baco que estaban dispersos por todo el mundo. Una vez reunidas todas las panes racionales, Baco resucita. Los ritos de Dioniso eran muy similares a los de Baco y muchos consideran a estos dos dioses uno solo. Se transportaban estatuas de Dioniso en los Misterios eleusinos, sobre todo en los grados inferiores. Baco, que representa el alma de la esfera mundana, podía tener una diversidad infinita de formas y nombres Aparentemente, Dioniso era su aspecto solar. Los Arquitectos Dionisíacos constituían una sociedad secreta antigua que, en principios y doctrinas, se asemejaba mucho a la orden masónica moderna. Eran una organización de constructores unidos por su conocimiento secreto de la relación entre las ciencias terrenales y las divinas de la arquitectura. Se suponía que el rey Salomón los había empleado para construir su templo, aunque no eran judíos ni adoraban al Dios de los judíos, sino que eran seguidores de Baco y de Dioniso. Los Arquitectos Dionisíacos erigieron muchos de los grandes monumentos de la Antigüedad. Poseían un lenguaje secreto y un sistema para marcar sus piedras, y todos los años celebraban asambleas y fiestas sagradas. Se desconoce la naturaleza exacta de sus doctrinas. Se cree que Juram Abí fue un iniciado de esta sociedad.

Manly Palmer Hall - Los Mistérios órficos

 

Orfeo, el bardo tracio y gran iniciador de los griegos, dejó de ser conocido como hombre y fue alabado como divinidad varios siglos antes de la era cristiana. Escribe Thomas Taylor: «En cuanto al propio Orfeo […], casi no se encuentran vestigios de su vida entre las inmensas ruinas del tiempo. Porque ¿quién ha podido asegurar jamás algo con certeza acerca de su origen, su edad, su país y su condición? De lo único de lo que podemos estar seguros, de común acuerdo, es de que antiguamente vivió una persona llamada Orfeo, que fue el fundador de la teología entre los griegos, el que instituyó su vida y su moral, el primero de los profetas y el príncipe de los poetas; él mismo era hijo de una musa y enseñó a los griegos sus ritos y sus misterios sagrados; de su sabiduría, como de una fuente perenne y abundante, brotaron la musa divina de Homero y la teología sublime de Pitágoras y Platón».
Orfeo fue el fundador del sistema mitológico griego, que le sirvió para promulgar sus doctrinas filosóficas. El origen de su filosofía es incierto. Es posible que la obtuviera de los brahmanes y hay leyendas que dicen que era hindú; su nombre podría derivar de ὀρφανῖος, que significa «oscuro». Orfeo fue iniciado en los Misterios egipcios, de los cuales obtuvo amplios conocimientos de magia, astrología, hechicería y medicina. También le fueron confiados los Misterios cabíricos de Samotracia, que contribuyeron, sin duda, a sus conocimientos de medicina y de música. La historia de amor de Orfeo y Eurídice es uno de los episodios trágicos de la mitología griega y, aparentemente, constituye la característica más destacada del rito Órfico. Cuando intentaba huir de un villano que pretendía seducirla, Eurídice murió como consecuencia del veneno que le inyectó una serpiente venenosa que la picó en el talón. Orfeo penetró hasta lo más profundo del infierno y tanto encantó a Plutón y a Perséfone con la belleza de su música que estuvieron de acuerdo en permitir a Eurídice volver a la vida, si Orfeo la conducía otra vez al reino de los vivos sin darse la vuelta ni una sola vez para ver si ella lo seguía. Sin embargo, tan grande era su temor de que ella se alejase de él que volvió la cabeza y Eurídice, con un grito desconsolado, fue arrastrada otra vez al reino de la muerte. Orfeo deambuló un tiempo por la tierra, desconsolado, y hay varias versiones distintas sobre la forma en que murió. Algunas dicen que lo mató un rayo; otras, que, al no conseguir salvar a su amada Eurídice, se suicidó. No obstante, la versión que se suele aceptar de su muerte es que lo destrozaron las ménades de Ciconia por haberlas desdeñado. En el libro décimo de la República de Platón, se anuncia que, por su triste destino a manos de mujeres, el alma de quien había sido Orfeo, al ser destinada a vivir otra vez en el mundo físico, prefirió regresar en el cuerpo de un cisne a nacer de una mujer. La cabeza de Orfeo, tras ser arrancada de su cuerpo, fue arrojada al río Hebro junto con su lira y llegó flotando hasta el mar, donde quedó en una grieta de la roca y dio oráculos durante muchos años. La lira, después de haber sido robada de su santuario y de contribuir a la destrucción del ladrón, fue recogida por los dioses, que la convirtieron en una constelación. Hace tiempo que se alaba a Orfeo como patrono de la música. En su lira de siete cuerdas tocaba armonías tan perfectas que hasta los propios dioses reconocían su poder. Cuando tocaba las cuerdas de su instrumento, las aves y los animales se reunían a su alrededor y, cuando paseaba por los bosques, sus encantadoras melodías hacían que hasta los viejos árboles se esforzaran por arrancar sus raíces nudosas de la tierra para seguirlo. Orfeo es uno de los numerosos inmortales que se sacrificaron para que la humanidad pudiera alcanzar la sabiduría de los dioses. Comunicaba a los hombres los secretos divinos mediante el simbolismo de su música y varios autores han manifestado que, aunque los dioses lo amaban, temían que derrocara su reino y, por consiguiente y a su pesar, provocaron su destrucción.
A medida que fue pasando el tiempo, el Orfeo histórico llegó a confundirse por completo con la doctrina que representaba y acabó convirtiéndose en el símbolo de la escuela griega de la Sabiduría Antigua. Así, pues, Orfeo fue declarado hijo de Apolo, la verdad divina y perfecta, y de Calíope, la musa de la armonía y el ritmo. En otras palabras, Orfeo es la doctrina secreta (Apolo) revelada a través de la música (Calíope). Eurídice es la humanidad que muere por la picadura de la serpiente del falso conocimiento y queda prisionera en el infierno de la ignorancia. En esta alegoría, Orfeo representa la teología, que consigue ganársela al rey de los muertos, aunque no logra resucitarla, porque juzga mal y desconfía del conocimiento innato que hay dentro del alma humana. Las mujeres de Ciconia que descuartizaron a Orfeo simbolizan las diversas facciones teológicas rivales que destruyen el cuerpo de la Verdad. Sin embargo, no lo consiguen mientras sus gritos discordantes no ahogan la armonía que Orfeo producía con su lira mágica. La cabeza de Orfeo representa las doctrinas esotéricas de su culto, que siguen viviendo y hablando aun después de que su cuerpo (el culto) haya sido destruido. La lira es la enseñanza secreta de Orfeo; las siete cuerdas son las siete verdades divinas que constituyen las claves del conocimiento universal. Las diferentes versiones de su muerte representan los distintos medios utilizados para destruir las enseñanzas secretas: la sabiduría puede morir de muchas formas diferentes al mismo tiempo. La alegoría de Orfeo encarnado en el cisne blanco significa, simplemente, que las verdades espirituales que promulgó continuarán y serán enseñadas por los iniciados iluminados de todos los siglos futuros. El cisne es el símbolo de los iniciados en los Misterios y también es símbolo del poder divino que ha creado el mundo.