El mito de Tammuz e Ishtar es uno de los primeros ejemplos de la alegoría del dios que muere y es probable que sea anterior al 4000 a. de C. Debido al estado imperfecto de las tablillas en las cuales están inscritas las leyendas, resulta imposible obtener más que una versión fragmentaria de los ritos de Tammuz. Como era un dios del SOL esotérico, Tammuz no figuraba entre las primeras divinidades veneradas por los babilonios, que, a falta de un conocimiento más profundo, lo consideraban un dios de la agricultura o un espíritu de la vegetación. En un principio, se lo describía como uno de los guardianes de las puertas del infierno. Como ocurre con muchos otros dioses salvadores, lo llaman «pastor» o «señor de la casa del pastor». Tammuz ocupa un lugar destacado como hijo y esposo de Ishtar, la diosa madre de los babilonios y los asirios. Ishtar, a la cual se consagró el planeta Venus, era la divinidad más venerada de la mitología babilonia y la asiria. Es probable que sea idéntica a Ashteroth, Astarté y Afrodita. La historia de su descenso a los infiernos para buscar —se supone—el elixir sagrado —lo único que podía devolver a Tammuz a la vida— es la clave del ritual de sus Misterios. Tammuz, cuya festividad anual se celebraba justo antes del solsticio estival, moría a mediados del verano, en el antiguo mes que llevaba su nombre, y se lo lloraba con complejas ceremonias. No se sabe muy bien cómo murió, pero algunas de las acusaciones lanzadas contra Ishtar por Izdubar (Nimrod) indicarían que, indirectamente, ella como mínimo había contribuido a su desaparición. La resurrección de Tammuz era un acontecimiento que se celebraba mucho y entonces se lo aclamaba como «redentor» de su pueblo. Con las alas desplegadas, Ishtar, la hija de Sin (el dios de la luna), baja volando hasta las puertas de la muerte.
La casa de la oscuridad —la morada del dios Irkalla— se describe como «el lugar sin retomo». No hay luz y sus habitantes se nutren del polvo y se alimentan de barro. Sobre los tornillos de la puerta de la casa de Irkalla hay polvo esparcido y los guardianes de la casa están cubiertos de plumas, como las aves. Ishtar exige a los guardianes que abran las puertas; de lo contrario —los amenaza—, hará añicos las jambas, golpeará los goznes e invocará a los muertos que devoran a los vivos. Los guardianes de las puertas le suplican que tenga paciencia, mientras van a buscar a la reina del Hades, de la cual obtienen autorización para que Ishtar pueda entrar, pero solo de la misma manera en que han llegado todos los demás a aquella casa lóbrega. Entonces Ishtar atraviesa las siete puertas que conducen hasta las profundidades del infierno. En la primera puerta le quitan la gran corona de la cabeza: en la segunda, los pendientes de las orejas; en la tercera, el collar del cuello; en la cuarta, los adornos del pecho; en la quinta, el cinturón: en la sexta, los brazaletes de las manos y los pies, y en la séptima, la capa que le cubre el cuerpo. Ishtar protesta cada vez que le quitan alguno de sus atavíos, pero los guardianes le dicen que aquello es lo que experimentan todos los que ingresan en el dominio lúgubre de la muerte. Al ver a Ishtar, la señora del Hades se pone furiosa, le inflige todo tipo de enfermedades y la encierra en el infierno. Como Ishtar representa el espíritu de la fertilidad, su desaparición impide que maduren las cosechas y la vida de todo tipo sobre la tierra. En este sentido, la historia es análoga a la leyenda de Perséfone. Cuando los dioses se dan cuenta de que la ausencia de Ishtar está desorganizando toda la naturaleza, envían un mensajero al infierno y exigen su liberación. La señora del Hades no tiene más remedio que obedecer y se derrama el agua de Vida sobre Ishtar, que, curada de todos sus padecimientos, vuelve a atravesar las siete puertas y en cada una de ellas vuelven a ponerle lo que los guardianes le habían quitado. No se tiene constancia de que Ishtar consiguiera el agua de Vida que habría resucitado a Tammuz. El mito de Ishtar simboliza el descenso del espíritu humano a través de los siete mundos o esferas de los planetas sagrados hasta que, finalmente, desprovisto de sus adornos espirituales, se encarna en el cuerpo físico —el Hades—, donde la señora de dicho cuerpo colma a la conciencia prisionera de todo tipo de pesares y desgracias.
Las aguas de Vida —la doctrina secreta — curan las enfermedades de la ignorancia y el espíritu, al ascender otra vez a su fuente divina, recupera los adornos que Dios le ha dado a medida que va ascendiendo a través de los anillos de los planetas. Otro ritual mistérico entre los babilonios y los asirios era el de Marduk y el dragón. Marduk, el creador del universo inferior, mata a un monstruo horrible y con su cuerpo forma el universo. Es probable que este sea el origen de la llamada alegoría cristiana de san Jorge y el dragón. Los Misterios de Adonis se celebraban todos los años en muchas partes de Egipto, Fenicia y Biblos. El nombre «Adonis» quiere decir «señor» y así se designaba al sol; posteriormente lo utilizaron los judíos como nombre exotérico de su dios. Los dioses convinieron en árbol a Esmima o Mirra, la madre de Adonis; al cabo de un tiempo la corteza se abrió y de dentro salió el niño salvador. Según una versión, lo liberó un jabalí, que, con sus colmillos, partió la corteza del árbol maternal. Adonis nació el 24 de diciembre a medianoche y con su desdichada muerte se estableció un rito mistérico que llevó la salvación a su pueblo. En el mes judío de Tammuz (otro nombre de esta divinidad), un jabalí enviado por el dios Ares (Marte) lo mata de una cornada. El adoniasmos era la ceremonia de lamentación por la muerte prematura del dios asesinado.
En Ezequiel 8, 14, está escrito que las mujeres estaban plañendo a Tammuz (Adonis) a la entrada del pórtico de la Casa de Yahveh que mira al Norte, en Jerusalén. Sir James George Frazer cita a san Jerónimo con estas palabras: «Nos cuenta que en Belén, el lugar de nacimiento tradicional del Señor, había un bosquecillo de un Señor sirio más antiguo aún, Adonis, y que donde había llorado Jesús de niño se lloraba al amante de Venus». Dicen que, en honor a Adonis, había una efigie de un jabalí sobre una de las puertas de Jerusalén y que sus ritos se celebraban en la gruta de la natividad de Belén. Adonis como hombre «corneado» (o «divino») es una de las claves del uso que hace sir Francis Bacon del «jabalí» en su simbolismo críptico. En un principio, Adonis era una divinidad andrógina que representaba el poder solar que en invierno quedaba destruida por el principio malvado del frío: el jabalí. Después de pasar tres días (meses) en la tumba, Adonis se levantaba triunfante el vigesimoquinto día de marzo, en medio de las aclamaciones de sus sacerdotes y sus seguidores: «¡Ha resucitado!». Adonis nació de un árbol de mirra y la mirra, símbolo de la muerte por su relación con el proceso de embalsamamiento, fue uno de los regalos que los tres reyes magos llevaron a Jesús al pesebre.
En los Misterios de Adonis, el neófito pasaba por la muerte simbólica del dios y, después de ser «resucitado» por los sacerdotes, ingresaba en el estado de bienaventuranza de la redención, gracias a los sufrimientos de Adonis. Casi todos los autores creen que al principio Adonis era un dios de la vegetación relacionado directamente con el crecimiento y la maduración de las flores y los frutos. Para corroborar este punto de vista, describen los «jardines de Adonis», que eran cestillas de tierra en las que plantaban y cultivaban semillas durante un período de ocho días. Cuando aquellas plantas morían prematuramente por la falta de tierra suficiente, se consideraban emblemáticas del Adonis asesinado y por lo general se arrojaban al mar con imágenes del dios.
En Frigia existía una escuela notable de filosofía religiosa que giraba en tomo a la vida y la muerte prematura de otro dios salvador conocido como Atis o Atys —muchos lo consideraban sinónimo de Adonis—, que nació el vigesimocuarto día de diciembre a medianoche. Hay dos versiones sobre su muerte. Según una, recibió una cornada mortal, igual que Adonis; según la otra, él mismo se castró debajo de un pino y allí murió. La Gran Madre (Cibeles) llevó su cuerpo a una cueva, donde permaneció durante siglos, incorrupto. A los ritos de Atis debe el mundo moderno el simbolismo del árbol de Navidad. Atis transmitió su inmortalidad al árbol bajo el cual murió y, cuando retiró el cuerpo, Cibeles se llevó consigo el árbol. Atis permaneció tres días en la tumba y resucitó en una fecha que coincide con la alborada de Pascua y, con su resurrección, superó la muerte para todos aquellos que se iniciaban en sus Misterios. «En los Misterios de los frigios —dice Julius Firmicus—, llamados los de la Madre de los Dioses, todos los años talan un Pino ¡y atan en su interior la imagen de un Joven! En los Misterios de Isis cortan el tronco de un Pino, ahuecan cuidadosamente la mitad del tronco y Entierran el ídolo de Osiris que hacen con esas partes vaciadas. En los Misterios de Proserpina, arman dentro de la efigie las partes de un árbol cortado y le dan la forma de la Virgen y, después de paseado por la ciudad, Lloran su muerte durante cuarenta noches, ¡pero a la cuadragésima la Queman!».
Los Misterios de Atis incluían una comida sacramental durante la cual el neófito comía de un tambor y bebía de un platillo. Después de ser bautizado con la sangre de un toro, se alimentaba al recién iniciado exclusivamente con leche para simbolizar que todavía era un bebé, desde el punto de vista filosófico, que acababa de nacer de la esfera de la materialidad.
¿Es posible establecer una conexión entre esta dieta láctea prescrita por el rito de Atis y la alusión que hace san Pablo a la comida para quienes son niños espiritualmente? Salustio proporciona una clave para la interpretación esotérica de los rituales de Atis. Cibeles, la Gran Madre, simboliza los poderes vivificadores del universo y Alis representa aquel aspecto del intelecto espiritual que está suspendido entre la esfera divina y la animal. La madre de los dioses, que amaba a Atis le dio un sombrero con estrellas como símbolo de los poderes celestiales, pero Atis (la humanidad), al enamorarse de una ninfa (que simboliza las propensiones animales inferiores), perdió su divinidad y su creatividad. Resulta evidente, por tanto, que Atis representa la conciencia humana y que sus Misterios tienen que ver con la recuperación del sombrero con estrellas.
Los ritos de Sabazios se parecían mucho a los de Baco y en general se cree que las dos divinidades son idénticas. Baco nació en Sabazios, o Sabaoth, y estos nombres se le atribuyen con frecuencia. Los Misterios de Sabazios se celebraban por la noche y, como parte del ritual, se pasaba una serpiente viva sobre el pecho del candidato. San Clemente de Alejandría escribe lo siguiente: «El símbolo de los Misterios de Sabazios para el iniciado es “la divinidad que se desliza sobre el pecho”». La serpiente dorada era el símbolo de Sabazios, porque esta divinidad representaba la renovación anual del mundo gracias d poder solar. Los judíos tomaron de estos Misterios el nombre de «Sabaoth» y lo adoptaron como una de las denominaciones de su dios supremo. Durante el tiempo en que los Misterios de Sabazios se celebraron en Roma, el culto consiguió muchos devotos y posteriormente influyó en el simbolismo del cristianismo. Los Misterios cabíricos de Samotracia eran célebres entre los antiguos y casi tan apreciados como los eleusinos Según Heródoto, los samotracios recibieron aquellas doctrinas, sobre todo las relacionadas con Mercurio, de los pelasgos. Se sabe muy poco sobre los rituales cabíricos, porque estaban rodeados del máximo secreto. Algunos consideran que las divinidades eran siete y las llaman «los siete espíritus del fuego ante el trono de Saturno». Otros creen que los cabiros eran los siete vagabundos sagrados, que posteriormente fueron llamados «planetas».
Aunque gran cantidad de divinidades se asocian con los Misterios samotracios, el drama ritualista gira en torno a cuatro hermanos. Los tres primeros, Axieros, Axiocersos y Axiocersa, atacan y asesinan al cuarto, Casmilos. Sin embargo, Dionisodoro identifica a Axieros con Deméter, aAxiocersos con Plutón, a Axiocersa con Perséfone y a Casmilos con Hermes. Alexander Wilder observa que, en elritual samotracio, «hacen que Casmilos incluya al dios-serpiente de Tebas, Cadmo, al Thot egipcio, al Hermes de los griegos y al Emeph o Esculapio de los alejandrinos y los fenicios». Una vez más, se repite aquí la historia de Osiris, Baco, Adonis Balder y Juram Abí. El culto a Atis y Cibeles también tenía que ver con los Misterios samotracios. En los rituales de los cabiros se puede encontrar una forma de culto al pino, porque este árbol, consagrado a Atis, se podaba primero en forma de cruz y después se talaba en honor del dios asesinado, cuyo cadáver fue descubierto a sus pies.
«Quien desee analizar las orgías de los coribantes —escribe san Clemente — ha de saber que, tras matar a su tercer hermano, cubrieron la cabeza del cadáver con una tela morada, la coronaron y, después de transportarla en la punta de una lanza, la enterraron bajo las raíces de Olimpo. Estos misterios son, en síntesis, asesinatos y funerales. ¡Este Padre preniceno, que pretende difamar los ritos paganos, aparentemente pasa por alto el hecho de que, al igual que el mártir cabiro, Jesucristo fue traicionado, torturado y, finalmente, asesinado!] Y los sacerdotes de estos ritos, considerados reyes de los ritos sagrados por aquellos que se encargan de nombrarlos, aportan aún más rareza al trágico acontecimiento al prohibir el perejil como planta para llevar a la mesa, porque creen que crecía de la sangre que manaba de los coribantes, del mismo modo en que las mujeres, al celebrar las Tesmoforias, se abstienen de comer las semillas de la granada que han caído al suelo, partiendo de la idea de que las granadas surgieron de las gotas de la sangre de Dioniso. A aquellos coribantes también los llaman cabíricos y la ceremonia en sí se anuncia como el misterio cabírico».
Los Misterios de los cabiros se dividían en tres grados: el primero conmemoraba la muerte de Casmilos a manos de sus tres hermanos; el segundo, el descubrimiento de su cuerpo mutilado, cuyas partes habían sido halladas y reunidas tras mucho esfuerzo, y el tercero —acompañado por gran júbilo y dicha—, su resurrección y la consiguiente salvación del mundo. El templo de los cabiros en Samotracia contenía una cantidad de divinidades curiosas, muchas de las cuales eran criaturas deformes que representaban los poderes elementales de la naturaleza, posiblemente los titanes báquicos. Los niños eran iniciados en el culto cabiro con la misma dignidad que los adultos, y los delincuentes que encontraban asilo allí quedaban a salvo de persecuciones. En los ritos samotracios se daba mucha importancia a la navegación y sus miembros propiciaban, entre otros, a los dioscuros: Cástor y Pólux, o los dioses de la navegación. La expedición de los argonautas, siguiendo los consejos de Orfeo, hizo escala en la isla de Samotracia para que sus participantes se iniciaran en los ritos cabíricos. Heródoto cuenta que, cuando Cambises entró en el templo de los cabiros, no pudo contener su regocijo al ver ante él la figura de un hombre de pie y, frente a él, la figura de una mujer cabeza abajo. Si Cambises hubiese estado familiarizado con los principios de la astronomía divina, se habría dado cuenta de que estaba en presencia de la clave del equilibrio universal. «Pregunto —dice Voltaire— ¿quiénes eran aquellos hierofantes, aquellos masones sagrados, que celebraban sus Misterios antiguos de Samotracia y de dónde venían, ellos y sus dioses cabiros?» . San Clemente se refiere a los Misterios de los cabiros como «el misterio sagrado de un hermano asesinado por sus hermanos» y la «muerte cabírica» era uno de los símbolos secretos de la Antigüedad. De este modo, la alegoría del Yo asesinado por el no-yo se perpetúa a través del misticismo religioso de todos los pueblos. La muerte filosófica y la resurrección filosófica son los misterios menores y los mayores, respectivamente.
Un aspecto curioso del mito del dios que muere es el del ahorcado. El ejemplo más importante de esta concepción peculiar se encuentra en los rituales odínicos, en los que Odín se cuelga durante nueve noches de las ramas del árbol del mundo y, además, atraviesa su propio costado con la lanza sagrada. Como consecuencia de aquel gran sacrificio, Odín, mientras estaba suspendido sobre las profundidades de Niflheim, descubrió gracias a la meditación las runas o los alfabetos por medio de los cuajes se preservaron después los documentos de su pueblo. Debido a aquella experiencia excepcional, a veces Odín aparece sentado sobre una horca y se ha convertido en el patrono de todos los que han muerto colgados. Desde el punto de vista esotérico, el ahorcado es el espíritu humano que está suspendido del cielo por un solo hilo. La sabiduría, en lugar de la muerte, es la recompensa por aquel sacrificio voluntario durante el cual el alma humana, suspendida sobre el mundo de la ilusión y meditando sobre su irrealidad, recibe la recompensa de alcanzar la autorrealización. Después de considerar todos estos rituales antiguos y secretos, resulta evidente que el misterio del dios que muere era universal entre los colegios iluminados y venerados de las enseñanzas sagradas. Este misterio se ha perpetuado en el cristianismo en la crucifixión y la muerte del hombre Dios Jesucristo. Hay que redescubrir la trascendencia secreta de esta tragedia mundial y del mártir universal para que el cristianismo alcance las alturas a las que llegaron los paganos en la época de su supremacía filosófica. El mito del dios que muere es la clave de la redención y la regeneración tanto universal como individual y los que no comprenden la verdadera naturaleza de esta alegoría suprema no tienen el privilegio de considerarse a sí mismos ni sabios ni auténticamente religiosos.