Escribí mi primera carta a Gilles Quispel en el otoño de 1968. Yo había leído en holandés su tesis sobre Tertuliano; Quispel me respondió en francés -que hablaba con tanta elegancia- abriéndome a la vez su corazón y su tesoro. Si yo tuviera que resumir la enseñanza más valiosa que me transmitió, lo haría con las palabras "interioridad de la Gnosis", o lo que es lo mismo: "la superioridad de la imaginación sobre la razón".
Es en vano que hablemos del Primer Padre y del Demiurgo, de la Hebdómada y de la Ogdóada, de la creación del Hombre y del génesis del mundo, si creemos que todos estos seres existen fuera de nosotros. Lo que realmente somos no tiene nada que ver con el cuerpo de tres dimensiones. Nosotros no somos el cuerpo y no estamos dentro de él, tal como concebimos también el espacio donde se ubica. No existe nada exterior a nuestra esencia. Nada sería inteligible si no tuviésemos en nosotros los principios.
Es por lo que "quien se conoce a sí mismo conoce el Todo", como nos explicaba Gilles Quispel en Quebec en 1978, entonces citaba el Evangelio y el Libro de Tomás, el Poimandres y las Definiciones de Hermes Trismegisto a Asclepio, de los que le había enviado mi primera traducción. Pero para conocerse a sí mismo, hay que ir más allá de la razón y "comprenderse en el intelecto". Porque la racionalidad del Logos es inseparable del discurso: encadenando sin fin palabras sonoras (aún cuando se piensan en si mismas), que causan la dispersión del espíritu.
Así es como Sophia se agotaría en vanas argucias para conocer al Padre, si no hubiera sido retenida por El Límite. O El Límite, que es quien pone fin al movimiento y dispersión, es una función del Intelecto, estable e inquebrantable. El Intelecto no tiene necesidad de moverse, porque abarca todo, con una sola mirada. Es la radiación de la Fuente que se refleja en su propia luz. Y, según el juego de palabras herméticas queridas por Gilles Quispel, esta luz primordial es al mismo tiempo el primer Hombre inmortal, accidentalmente convertido en mortal: Phóos o Phoós. Todo depende, como escribe Zósimo, si se acentúa la primera o la segunda letra Omega.
Esto que en nosotros se parece más a la luz del Intelecto, es la imaginación. No es lo que Sartre describe como la facultad de "distorsionar las imágenes", sino la intuición que permitió a Einstein hacer "experiencias de pensamientos". (Y antes que él, Newton, ferviente Hermético, contemplando la simple caída de una manzana, tener la deslumbrante intuición de la gravitación universal). La imaginación preside los ejercicios espirituales que nos ayudan a superar nuestro ser individual para conocer el Todo. Cualquiera que tenga éxito una vez en este paso se volverá diferente de lo que era antes. Según Hermes, será regenerado. Gilles Quispel vio en esta transformación el final de la experiencia Gnóstica, "Gnosis als Erfahrung".
Porque hay que elevarse de la existencia de aquí en la tierra a la inmortalidad inteligible, la primera señal que está destinada a nuestro ser de carne es necesariamente estética. Tertuliano se burló del Pathos Valentiniano. Lo satirizaba como la grotesca puesta en escena de una negada tragedia. Gilles Quispel me hizo sensible a la poesía conmovedora de algunos fragmentos auténticos que nos quedan de Valentín: el terror de los ángeles a la vista del prototipo humano, la disminución lamentable del alma convertida en albergue para patanes. Quien no se deja penetrar por la emoción, antes de ser capaz de analizar estos textos, se condena a no comprenderlos o a perder lo esencial: "Gnosis and Culture", y Valentin como director espiritual así como Buda o Epicteto.
Sobre el origen de la "semilla espiritual" llamada a transformarnos, a Gilles Quispel le gustaba citar el Tratado de Tertuliano "Contra los Valentinianos" (27,2-3) "no es un atributo natural, sino un don gratuito, ya que Achamoth lo ha hecho llover desde arriba en las almas buenas". Gran lector de las Epístolas de Pablo, Gilles Quispel tenía un agudo sentido de lo que era la Gracia: una pura liberalidad, que nos libera del determinismo. Consecuentemente, la semilla del Espíritu no es una molécula, un gen, un principio biológico autoactuante (porque entonces dejaría de ser una Gracia): es una virtualidad que sólo se hace efectiva si es co-educada con un alma buena. Porque el alma es buena y no es sofocada por la semilla, es necesario primero preservarla del mal o, dicho de otra manera, de los vicios de los que Ireneo de Lyon y los heresiólogos acusaron injustamente a los Valentinianos. Pero también debe despertar por la interiorización de los mitos, e instruirse por el camino de los antiguos.
Mejor que otros, Gilles Quispel fue capaz de darse cuenta de esta ruta psicológica. Puso en juego el papel de estimulador de "Preguntas" (zêtêmata) destinadas a despertar a los principiantes, como la "Epístola a Reginos" o la "Carta a Flora". Su larga asociación con Carl Gustav Jung le hizo concebir la dimensión arquetípica del mito de Sophia, tomado de los "Gnósticos" y domesticado por los Valentinianos (que todavía parecen no conocer ni el Evangelio de la Verdad, ni el Tratado Tripartito). En la medida en que llega a las profundidades del alma, el camino Gnóstico necesariamente trasciende todos los cultos, es indiferente a los siglos, va más allá de las divisiones religiosas. Es por eso que también podemos estudiar el "Evangelio de Tomás", "Herman Hesse y la Gnosis" y "Apocalípsis y Gnosis de Job a Jan van Eyck".
Estableciendo sucesivamente "Christliche Gnosis, jüdische Gnosis, hermetische Gnosis", Gilles Quispel propone al lector occidental un tipo de trayectoria a la vez espacial y cronológica: de lo más cercano a lo más lejano, de los tiempos reales a las edades mitológicas. Desde un punto de vista estrictamente documental, los textos atribuidos a Hermes Trismegisto son más recientes que la Torah. Pero la declaración de Thoth es más antigua, y el mito atribuído por Platón (Timeo 22b) al sacerdote de Sais hace de Egipto la única fuente de toda la memoria humana.
Los escritos herméticos nos invitan a volver a la era primordial de la comunión de los hombres y los dioses. Las estatuas animadas que habitaban los templos, rodeados de ofrendas y de la devoción de los egipcios, nos ayudan a volver con la imaginación hacia esos benditos orígenes. Quien se presta a este ejercicio, no en retiro, sólo una especie de revelación universal (o luz natural), común a toda la humanidad, encuentra la Gracia y las facultades del primer Hombre salido de la Inteligencia Divina.
Sabio traductor y comentarista del Asclepio, Gilles Quispel se adhiere a la eficacia de este mito. Vio, como él me dijo alguna vez, la fuente profunda de la verdadera tolerancia -no indiferente, pero atenta a todas las religiones- que fue el genio mismo de las Provincias Unidas. Este fue El Cráter donde se restableció para revivir su propia interioridad. Casualidad o Providencia, Osiris le había fijado por siempre en el Nilo.
Jean-Pierre Mahé
Membre de l'Institut de France
Académie des Inscriptions et Belles-Lettres