domingo, 9 de janeiro de 2022

De Electione Gratiae. Extractos de J. Boëhme

Porque no sabría decir de Dios que es propiamente esto o aquello, bueno o malo; que hubiera diferencias o distinciones en Él, ya que considerado en si mismo, no tiene naturaleza, ni criatura, afección o cualidad. No tiene ningún origen ni inclinación de la que provenga, porque no hay nada antes que Él, ni bien ni mal hacia el que pueda inclinarse.


Es en sí mismo la inmensidad, el espacio incomprensible e incommensurable que no tiene en absoluto límites; no tiene ninguna voluntad ni deseo que lo lleve hacia la naturaleza y hacia la criatura, porque Él es, por decirlo así, la Nada eterna, donde no hay ningún deseo, ningún movimiento, ninguna afección, ni ninguna cosa que pueda inclinarse o apartarse de Él.


Es el único Ser. No hay nada antes de Él ni después de Él a quien pueda presentarse ni en el que pueda formarse una voluntad, ni de la que pueda nacerle un deseo, ni siquiera uno; porque no hay nada tampoco que pueda originar o producir este deseo.


Es la Nada y el Todo; es una sola y única voluntad en la cual el universo y toda la creación están encerrados. Todo es también eterno en Él, sin comienzo; y en un peso, en una medida y en un término igual.


Él no es luz ni tinieblas; ni amor, ni cólera; pero es el eterno Uno. Es por eso que Moisés dijo: "el Señor es un solo Dios". DEUT. VI, 4.


Es esta voluntad improfundizable e incomprensible del espacio infinito sin naturaleza y sin criatura, que es sólo Una; porque no hay nada antes de ella ni después de ella; ella misma es sólo una, que es una nada, por decirlo así, y sin embargo Todo.


Esta voluntad se llama el único Dios, que se concentra y se encuentra Él mismo, en si mismo, donde engendra a Dios de Dios.


Bien entendido que, la primera, una y sola Voluntad que no tiene en absoluto comienzo, y que no es buena ni mala engendra en sí misma al único bien soberano y eterno, es decir una voluntad comprensible que es el Hijo de la voluntad una e inaprensible, siendo coeterno con esta sola y una Voluntad que no tiene comienzo.


Esta segunda Voluntad coeterna, Hijo, es la sensibilidad o la comprensibilidad de la primera, una e incomprensible voluntad; en ella, la Nada eterna se encuentra en si misma en alguna cosa; la sola, una e improfundizable Voluntad procede de esa cosa eterna, encontrada en sí misma y que luego se introduce en una contemplación eterna de sí misma.


Así es como:


1°/ La Voluntad improfundizable se llama Padre Eterno.


2°/ La Voluntad, concentrada, encontrada, engendrada por la primera Voluntad de la inmensidad improfundizable se llama y es su Hijo único engendrado, porque él es el Ens del Abismo donde el Abismo se construye un fondo, una base.


3°/ Lo que procede de la Voluntad improfundizable, Padre, por el Hijo único o la Esencia Divina (Ens), se llama y es el Espíritu; porque hace emanar de él la esencia divina, concentrada en formar un movimiento, una vida de la voluntad eterna y primera, una vida del Padre y del Hijo.


4°/ Lo que es concentrado hace la cumbre del deseo y la plenitud de la alegría y de la perfección de la Nada eterna, es decir lo que encontró en él, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo.



Y lo que se ve y se desarrolla en la eternidad es llamada y es la contemplación o la Sabiduría eterna divina (Sophia).


[...] La Voluntad eterna e improfundizable, el Padre y el comienzo de todo ser, engendra en sí mismo, para tener una sede de comprensibilidad; es decir ella posee esta sede y esta sede es el comienzo de todos los seres.


Posee a su vuelta la Voluntad eterna que no tiene que profundizar; la cual es el Padre del comienzo donde se encuentra un fondo de comprensibilidad.


Así es como el Padre y el Hijo (formando una sede con una propia existencia) son un solo Dios de una sola y misma Voluntad, que se encuentra en si mismo, en la sede del fondo concentrado y comprensible, y que posee esta concentración; donde, procediendo, es llamado y es el Espíritu Santo.


La sola voluntad incomprensible de la inmensidad se distingue y se desarrolla así en sí misma, por la primera y eterna concentración, que no tiene en absoluto comienzo, en tres diferentes efectos; pero queda sin embargo en ella una sola y misma voluntad.


La primera voluntad que se llama y es el Padre, engendra en él al Hijo, que es el asiento donde la divinidad se encuentra.


Esta sede de la divinidad, el Hijo del Padre, produce en él la comprensibilidad, y ésta hace la potencia de la Sabiduría divina. Todas las potencias y virtudes de la Sabiduría divina toman pues su origen y su principio del Hijo y en el Hijo; estas potencias son sin embargo en él una sola potencia universal, que es, en sí misma, sensible y comprensible Divinidad, en una sola y misma voluntad y esencia, sin ninguna división, sin ninguna separación, sin ninguna disolución.


[...] la cuarta progresión donde la operación se hace, en la potencia exhalada o emanada, que es la contemplación o la Sabiduría divina; en ella el espíritu de Dios - que toma su origen de la potencia eterna de la eterna voluntad - parece jugar, por decirlo así, con las potencias emanadas, las cuales son una sola potencia, en sí misma. Por esto, se introduce en diferentes formas siguiendo la ciencia o el deseo divino, totalmente como si quisiera formar una imagen, una semejanza de la potencia divina generadora e introducirla en una voluntad o en una vida particular o individual, tal y como un modelo de la única Santa Trinidad.


Es esta imagen o esta semejanza representada o modelada, que hace la alegría o la delicia de la contemplación de la Sabiduría divina.


No hay que imaginarse sin embargo que este modelo sea una imagen perceptible, sensible y mensurable, tal como la criatura, que puede ser descrita y definida, sino que es, por decirlo así, un juego de la imaginación divina, es el principio de la Magia en la cual la creación tomó su comienzo.


Es en esta concentración o modelo mágico, que se forma en la Sabiduría divina, donde podemos concebir la verdadera imagen de Dios [...].


[...] Este eterno Uno podría, de una cierta manera, ser esbozado por la figura de la cifra 1 en un triángulo; no es sin embargo ninguna figura, ni ningún ser mensurable o divisible; pero este Uno es esbozado así, con el fin de que la inteligencia pueda ver así más claro y mejor y reflexionar sobre eso.


Esta divina concentración no es grande ni pequeña; no tiene en ninguna parte comienzo ni fin, excepto allí dónde la ciencia, donde el deseo divino se introduce en una esencia de la contemplación y de la Sabiduría por la fuerza atractiva, allí dónde se introduce en la creación. Por contra, en sí misma, esta concentración o modelación es infinita, y la figuración es indefinible allí.