AL MUY HONORABLE LECTOR
Esta breve colección de relatos presenta un delicado problema literario. De acuerdo al
género de lo que aquí se ofrece es necesario primeramente determinar la naturaleza
exacta de las narraciones. La reflexión revela ciertos hechos que requieren concienzuda
atención.
Los relatos que siguen no son fábulas en razón de que éstas a menudo se relacionan con
animales humanizados en sus cualidades morales o intelectuales. Sería igualmente
incierto conectar estos escritos con mitos, pues la mitología se refiere a seres divinos y a
la conducta de estos seres según se los conserva en las historias religiosas de la
antigüedad. Sería igualmente inapropiado mencionar estos trabajos como leyendas pues
éstas registran acontecimientos de héroes legendarios, o el folklore que, por la tradición,
se asocia con sitios y circunstancias desacostumbrados.
Por ello la causa de una honestidad cabal exige la selección de un término que de
ningún modo viole la ética literaria. Parecería que el vocablo fantasía se ajusta a los
requerimientos de esta situación. Una fantasía es un relato en el que se combinan
elementos naturales y fantásticos para apoyar la narrativa, sin normas estrictas de forma
ni estructura. Lo natural y lo sobrenatural pueden mezclarse según el gusto del autor. La
fantasía no admite restricciones de tiempo ni lugar, ni exige integridad fuera del
contenido cultural.
Estos relatos no son traducciones del chino, y tampoco son mera tradición antigua
vuelta a contar. Su finalidad es crear una atmósfera aceptable que sirva de escenario a la
manifestación de verdades espirituales, místicas y filosóficas a la manera del Oriente.
Las personas implícitas en estas fantasías son enteramente imaginarias, y sus nombres
fueron elegidos en razón de su eufonía. Los lugares descriptos pueden haber existido o
no. Esto carece de importancia. Los incidentes y circunstancias narrados son
enteramente simbólicos, y los tiempos son adecuadamente remotos a los fines de la
ficción. La China de estas fantasías es una tierra mágica a la que huye la mente cuando
está cansada de lugares comunes.
Empero, en orden a verosimilitud ha de advertirse que en las dimensiones más vastas
donde el corazón y la mente no están atados por lo prosaico, todas estas fantasías son
extrañas pero hondamente verdaderas: son el registro fiel y apropiado de la historia de
disposiciones espirituales e impulsos mucho más exactos en sus proporciones y más
significativos en sus consecuencias que los sobrios registros de los sucesos físicos.
¿Puede haber algo más enteramente auténtico que las aventuras internas del alma en
busca de la realidad?
MANLY PALMER HALL
EL CAMINO DEL CIELO
En el año del Toro de Hierro los tres Duques de Gobi prestaron juramento sobre las
amarillas arenas de antepasados. El Duque de Loo era ambicioso y tenía diez mil
arqueros con arcos de bambú. El Duque Woo era orgulloso y tenía diez mil lanceros con
borlas rojas en sus picas. Y el Duque de Koo era cruel y tenía diez mil caballeros con
mazas de hierro.
Y los tres Duques efectuaron un solemne pacto de invadir el Reino Medio a través de la
Puerta Norte se llama Foo Chow.
A la Octava Luna los ejércitos llegaron hasta la Gran Muralla y realizaron sus
proclamaciones a las Cinco Provincias y al Emperador del Reino Medio.
Corría el año cuadragésimo séptimo de la Era de la Conducta Adecuada. Y el
Emperador de China era débil y avanzado en años, y no tenía ganas de entablar una
guerra.
Hizo sonar los grandes tambores sobre las murallas de la Ciudad Bermellón para que
efectuasen su convocatoria a los Príncipes de Gran Cathay. Y se presentó ante ellos en
la Corte de los Leones, y los setenta y dos Príncipes cubrieron sus rostros con sus
mangas.
El Emperador de la Conducta Adecuada colocó su pie izquierdo sobre la amarilla arena
y se dirigió a los nobles con estas palabras:
- Mis Señores del Reino Medio: los tres Duques de la Gran Arena aprestaron sus
ejércitos ante las murallas, desafiándonos a salir a pelear. ¿Cuál es la voluntad de
China?
El Marqués de Kong, que era el comandante de todos los ejércitos de las Cinco
Provincias, avanzó por la arena. Vestía botas altas y una gran faja, y llevaba en su mano
una larga espada. Subió los peldaños del Pabellón del Dragón, se hincó pesadamente y
con su frente tocó tres veces la arena.
- Soberana Excelencia del Universo, Señor de los Señores, Rey de los Reyes: he
envejecido al servicio del Estado. Durante cincuenta años hubo paz en el Reino Medio.
Los ejércitos han regresado a sus campos de arroz y a sus cosechas. No hay nadie para
defender a China. Los Señores de Gran Cathay siguieron el ejemplo del Hijo del Cielo,
retornando a la vida de paz y estudio. Oh poderoso Emperador, tú gobiernas un reino de
historiadores, sacerdotes y pintores con largos pinceles. No hay ejército.
El Emperador de la Conducta Adecuada permaneció en silencio, y los Príncipes, los
Marqueses, los Condes y los Mandarines de los Cinco Órdenes hicieron lo propio,
cubriendo sus rostros con los bordes de cuentas de sus bonetes.
Por fin el Emperador habló: - Hoy iremos a la Casa de nuestro Padre, Allí pediremos al
Cielo que nos guíe en esta hora. Los setenta y dos Señores llevarán ofrendas ante las
lápidas de sus padres para que conozcamos el Camino1
del Cielo.
Y acaeció que esa noche de Luna Llena el Camino del Cielo estaba salpicado de arena
amarilla y todas las puertas a lo largo del sendero se abrieron para que el Emperador
pudiese acercarse a la Casa de su Padre.
El Emperador de la Conducta Adecuada quitóse su vestidura con su borde de campanas
de jade, se bañó y se puso un atavío blanco, simple, como el que usan los campesinos. Y
debido a que era viejo se apoyó en un cayado nudoso, abandonó el Palacio por la Puerta
Norte y caminó lentamente y con gran esfuerzo por el silencioso Camino del Cielo.
Los setenta y dos Príncipes del Reino Medio permanecieron en sus casas, cada uno
arrodillado ante la lápida de su antepasado. El Emperador estaba solo.
Al fin, el fatigado anciano llegó a los peldaños del Templo del Cielo. Allí se arrodilló
ante los altares de la Constelación del Gran Oso y los Cinco Emperadores Planetarios.
Luego, iluminado solamente por el plateado rayo de la luna llena, penetró en las oscuras
tinieblas de la Casa de Shang-ti, el Emperador del Cielo.
De pie en medio del Templo sobre la Piedra del Dragón, elevó sus ojos hacia las opacas
alturas de la casa barnizada. Ante él estaba la gran lápida que llevaba inscriptos los
clásicos caracteres Shang-ti, Cielo Imperial.
El Emperador se dirigió a la inscripción con estas palabras:
- Padre Eterno del Reino Medio, oye mis palabras que pronuncio con la voz de las
Cinco Provincias. Tres hombres orgullosos y malvados efectuaron un pacto para
destruir el Reino Medio. Hemos seguido en el camino de la rectitud. Hemos vivido en
paz. Hemos estudiado los clásicos. ¿Cómo nos defenderemos contra los arqueros con
arcos de bambú, y contra los lanceros con largas picas, y contra los caballeros con sus
mazas de hierro? ¡Oh Emperador del Cielo, revélanos el Camino del Cielo!
Cuando el anciano Emperador se arrodilló humildemente sobre la Piedra del Dragón, el
Cielo Imperial se inclinó ante sus palabras y descendió en el Puente de las Estrellas.
Cuando el Emperador de la Conducta Adecuada alzó su rostro hacia la inscripción de
Shang-ti, observó un trono de nubes sostenido sobre el dorso de una gran tortuga.
Grullas de rojos penachos batían el aire con sus alas, y el Dragón de cinco garras
serpenteaba en la niebla.
Los Cinco Emperadores de los Cinco Planetas custodiaban las direcciones.
En medio de esta compañía celestial, con ropas azules y doradas, estaba Shang-ti con el
Ave Fénix sobre un hombro.
El Señor del Pabellón Dorado extendió su mano bendiciendo la inclinada cabeza del
viejo Emperador, y dijo:
- Está escrito en la mano de Fuhi, Patriarca de los Emperadores Terrestres, que el Cielo
es Fortaleza del hombre bueno. Oye mis palabras, que el Reino Medio no falle. Manda a
buscar al Gobernador de los Investigadores. Deberá recorrer a pie el camino que
conduce hasta las Minas de los Dragones. Encontrará a un Erudito con un libro antiguo.
Y un pintor con un largo pincel. Y encontrará un Sacerdote con un rosario de cuentas de
ámbar. Estos tres serán el ejército de China. Y saldrán a luchar contra los Duques de
Shamo. Este es el Camino del Cielo.
Luego el Señor del Pabellón Amarillo abrazó amablemente a su hijo, el Emperador de la
Conducta Adecuada, y lentamente regresó por el Puente de las Estrellas
Se volvió una sola vez: - Sé fuerte por un tiempo más. Obedece al Cielo. Regresarás a
mi muy pronto por el Portal del Fénix.
El día de la Luna Nueva los Duques de Gobi aprestaron sus ejércitos en el Campo de las
Rojas Amapolas. Los generales montaban jacas peludas y el sol naciente refulgía en sus
penachos dorados. Estaban prestos los tambores de guerra, y los músicos con grandes
trompetas aguardaban hacer oír sus sones de combate.
El Duque de Loo, el Duque de Woo y el Duque de Koo iban a caballo al frente de sus
khans. Y los Señores de los ejércitos de la Gran Arena daban muestras de fidelidad a los
Duques.
A la segunda hora de la mañana se abrió lentamente la Gran Puerta de la muralla. Y los
ejércitos de los tres Duques guardaron silencio, esperando las legiones del Reino
Medio.
Había un camino pequeño que iba desde la Puerta hasta el Camino de las Rojas
Amapolas. Desde la sombra de la Gran Puerta salió una carreta de campesinos, con dos
enormes ruedas de madera. La carreta era tirada por un buey lento y paciente. Y en la
carreta estaban sentados tres ancianos.
Después de un rato la carreta se detuvo en medio del Campo de las Rojas Amapolas, y
uno de los tres ancianos avanzó a pie hacia los ejércitos de los Duques de Gobi.
Los diez mil arqueros se mantuvieron quietos. Los diez mil lanceros se apoyaron en sus
picas. Y los diez mil caballeros bajaron sus mazas y esperaron.
El mayor de los tres ancianos avanzó llevando en sus manos un libro envuelto en seda
amarilla. Saludó a los tres Duques según la tradición más correcta.
El Duque de Loo era ambicioso y habló fuerte y ásperamente: - ¿Qué traéis aquí, viejos,
y dónde están los ejércitos de las Cinco Provincias? Esperamos destruirlos.
El Erudito replicó: - Estamos aquí por la Voluntad del Cielo. Nosotros somos el ejército
de China: tres ancianos y un buey.
El Duque de Loo rió larga y vigorosamente: - ¿Qué armas traéis para oponeros a mis
diez mil arqueros?
El Erudito sacó el libro envuelto en seda.
- Ka Khan, este es el Libro de las Propiedades de los Hombres recopilado por el primer
Emperador del Reino Medio, está escrito en diez mil caracteres, cada uno de los cuales
corresponde a uno de tus arqueros. Hace cincuenta siglos este libro conquistó el Reino
Medio con un ejército de buenas palabras. Mucho después que hayas regresado al polvo
de Gobi este libro gobernará las Cinco Provincias.
El viejo Erudito desenvolvió el volumen y abrió sus acordeonados pliegues.
- Este libro es una muralla en torno del Gran Cathay, y contra esta muralla de palabras
las ambiciones de los hombres pequeños se quiebran como las encrespadas olas contra
una roca.
El Duque de Loo sacó su corto arco y una flecha de bambú con una pluma de garza: -
¡viejo, que tus diez mil palabras te salven ahora!
¡Escóndete detrás de la muralla de tu libro!
La flecha relampagueó en el aire y el anciano Etudito se desplomó: la sangre de su vida
teñía de rojo el Libro de las Propiedades de los Hombres.
Los ejércitos de los tres Duques quedaron en silencio, y los Señores de la Arena
Amarilla aguardaron que el segundo anciano descendiese de su asiento en la carreta.
El Duque de Woo era orgulloso y salió a caballo en busca del poeta.
- Anciano, has visto la suerte del Erudito. ¿Apenas corre vida por tus venas que ya no
das valor a los años que te restan, o piensas con un pincel vencer a diez mil lanceros?
El Poeta hizo la reverencia prescripta en el Código de Conducta, y luego respondió al
Duque de Woo:
- Un pincel, mi Señor de Gobi, es un instrumento pequeño y frágil, mas a través de él el
Cielo fluye en la tierra. Los pensamientos semejan un fénix montaraz proyectándose por
el cielo de la mente. Los poetas, no los generales, son los conquistadores del mundo. La
Voluntad del Cielo se conoce mediante el pincel, y la Voluntad del Cielo conquista
todas las cosas.
El Duque de Woo se encolerizó y sacudió su empenachada lanza: - Este es el pincel que
escribe la historia, mentecato.
El Poeta inclinó su cabeza levemente y replicó: - Está escrito que en los años del tercer
Emperador, mi Señor del Halcón cayó sobre su lanza y murió.
Con un gran juramento, el Duque de Woo arrojó su lanza al Poeta, y el anciano cayó
muerto, con el pincel roto aferrado a su pecho.
Los ejércitos de los tres Duques y los Generales de los ejércitos observaban en silencio.
El tercer anciano era un Sacerdote de cabeza rapada, vestido con un burdo manto de
lana color azafrán. En su mano había un rosario de cuentas de ámbar con una borla
verde, de seda.
El Duque de Koo era cruel, y avanzó a caballo al encuentro del Sacerdote.
El venerable saludó al Duque de Koo respetuosamente, pero como era Sacerdote no
hizo reverencias. El Duque de Koo era muy barbado y su voz retumbaba como viejos
tambores.
- ¿Y qué arma traes para defender al Reino Medio contra mis diez mil caballeros?
El Sacerdote sacó su rosario: - Excelencia de Koo, mira el símbolo de la Buena Ley.
Antes que se formasen las montañas, antes que se acumulasen las aguas, antes que el
océano de Gobi fuese devorado por la amarilla arena, estaba establecida la Ley.
Después que los Duques de Gobi se hayan ido a dormir en sus túmulos, con sus caballos
de arcilla detrás de ellos; después que todos los reinos hayan descendido en el gran
silencio, la Ley permanecerá. Habéis llegado demasiado tarde, mis Generales. Las Ocho
Grandes Verdades ya derrotaron a los hombres.
Y el Duque de Koo tronó entre sus barbas: - jamás rendiré homenaje a una sarta de
cuentas. Nosotros escribiremos las leyes del Reino Medio. Las viejas leyes no existirán
más.
El Sacerdote colocó su rosario en sus manos juntas y repitió el mantram:
- Me refugio en la Ley;
Me refugio en la Santa Orden;
Me refugio en el ejemplo
de la Vida Perfecta:
¡Om!
El Duque de Koo espoleó su peluda jaca y embistiendo al Sacerdote partió su rapada
cabeza con la maza de hierro, y rugió enfurecido: - Esto es para las órdenes sagradas,
¡que tu Ley ahora te proteja!
Los ejércitos de los tres Duques guardaron silencio y los Señores de los ejércitos se
apoyaron en sus espadas.
Y los tres Duques de Gobi se dirigieron a caballo hacia la Gran Puerta de la muralla.
Sonaron las trompetas de guerra, redoblaron los tambores y los Generales se plantaron
ante sus comandos. Pero los ejércitos no los siguieron.
Los diez mil arqueros se apoyaron en sus arcos. Los diez mil lanceros se apoyaron en
sus picas. Y los diez mil caballeros permanecieron como imágenes de piedra.
Los tres Duques se volvieron hacia sus ejércitos y dieron órdenes en voz alta, con
potencia, pero los Generales se apoyaron en sus espadas y guardaron silencio.
Y sucedió que hubo una rebelión en los ejércitos de los Duques de Gobi por la muerte
de los tres ancianos. Y por último, el General en jefe de los ejércitos marchó a enfrentar
a los Duques de Gobi en el Campo de las Rojas Amapolas.
- Mis Señores de Gobi, los ejércitos no os seguirán más. Los hombres de la Gran Arena
respetan el Libro de las Propiedades de los Hombres que manchásteis con la sangre de
la erudición. Ésta conquistó sus mentes y la obedecen. Los hombres de la Gran Arena
respetan el pincel del Poeta que quebrásteis con la lanza de la violencia. Aquél
conquistó sus corazones y lo obedecen. Los hombres de la Gran Arena respetan el
rosario que profanásteis matando al Sacerdote de Shakamuni, Éste conquistó sus almas
y le obedecen. Vosotros sois los Señores de sus cuerpos y podéis matarlos a vuestro
antojo, pero sus corazones, sus mentes, sus almas rinden homenaje a los tres ancianos
que matásteis. Los ejércitos no os seguirán más.
Así fue que, al fin, los ejércitos se volvieron contra los Duques de Gobi, los encerraron
en una jaula de hierro y los llevaron de vuelta, arrastrándolos hacia el desierto en la
carreta que condujera a los tres ancianos.
Y China fue preservada.
El Duodécimo Día de la Luna, en la hora de la noche más profunda, el Emperador de la
Era de la Conducta Adecuada recorrió a pie nuevamente la arena amarilla e ingresó en
la Casa de su Padre, Shang-ti, Cielo Imperial.
Y se inclinó ante la inscripción de su Padre y alzó el libro, el pincel y el collar de
cuentas: - Padre Eterno del Pabellón Dorado del Sol, te damos gracias por el pueblo de
las Cinco Provincias pues hemos tenido el privilegio de contemplar en este día el
Camino del Cielo.
La noche en que el Dragón devoró a la Luna, el señor de Tuan, que era Príncipe de la
Segunda Clase, escaló los quinientos peldaños del Sombrero Negro para consultar el
oráculo de Dem Ling.
La Abadesa de Dem Ling era de edad muy honorable y practicaba las Artes Negras, y
debido a que era el Renacimiento de la Dakina Roja, se sentaba en tres almohadones, y
recibía al Príncipe de Tuan en la Cámara de los Doce Horrores.
El Señor de Tuan se postró ante el Trono de los Tres Almohadones, y ofrendó dos
pañuelos de seda color azafrán porque la Abadesa de Dem Ling era el Renacimiento de
la Dakina Roja.
Y la Santa Madre de Dem Ling habló, y porque era muy anciana, su voz semejaba el
grito de un flamenco en el Lago de Ho: - ¿Por qué ha venido el Príncipe de Tuan ante la
Abadesa del Sombrero Negro en la hora en que el Dragón devoró a la Luna?
- Hechicera de Dem-Ling, - replicó el Príncipe de la Segunda Clase - he venido a
interrogar al Santo Oráculo de la Gran Tortuga que sostiene las Ocho Partes del Mundo
en su Caparazón.
El Príncipe de Tuan tenía una barba larga y fina, y echó los tres huesos de augurio sobre
el Tongka de la Tortuga del Mundo. Y la Hechicera del Sombrero Negro, que era el
Renacimiento de la Dakina Roja, bailó sobre el dorso de la Gran Tortuga y pronunció
las Palabras Mágicas del Dugpa.
Luego la Bruja de Dem Ling apuntó con su cetro del Demonio el corazón del Señor de
Tuan: - Oh Príncipe de la Segunda Clase, está escrito en el Libro de Hierro que, en los
Días de la Historia, guerreros poderosos se alzarán a conquistar la Tierra pero al fin la
Tierra prevalecerá y los vencerá a todos, cabalmente. ¿No es éste el agobio que te
preocupa?
- Santa Bruja de Dem Ling - respondió el Príncipe de Tuan - has visto la cuestión
claramente. Soy el Amo de Yunnan, y veinte ciudades rinden tributo a mi estandarte.
Soy rico y poderoso, y cincuenta Mandarines rinden homenaje a mis pies. Mas no hay
contento en mi corazón, pues sé que el peso de los años vendrá sobre mi, quitándome la
fuerza. ¿De qué sirve el poder y la riqueza si la vejez me robará la vida? Revélame, oh
Santa Abadesa, el secreto de la longevidad.
La Hechicera del Sombrero Negro habló después de esta manera: - Mi Señor de Tuan,
fija bien mis palabras. A siete días de viaje hacia el Este, está el Bosque Encantado del
Feng, En medio de este bosque esta el Lago de Ho y, junto a las orillas de este lago, el
Blanco Fénix de Tao construyó su nido. En el plumaje de la cabeza del Gran Pájaro
Blanco de Ho está la Gema de la Longevidad. Si el Príncipe de Tuan puede tomar esta
gema de la cabeza del Blanco Fénix, podrá vivir miles de años.
El Señor de Tuan se mesó largamente la fina barba: - Revélame las artes místicas por
las que pueda asegurarme esta gema, y conferiré a la Casa del Sombrero Negro cinco
ciudades y sus tributos.
La Abadesa de Dem Ling replicó: - Esto no puedo hacerlo, mi Señor Príncipe de la
Segunda Clase, pues el Secreto de la Gema de la Longevidad pertenece al Emperador
Amarillo del Cielo. Cada hombre que intente ganar esta gema debe ingeniárselas por si
mismo. Este es el edicto del Cielo.
Luego la Abadesa sacó de su manga un rollo de seda amarilla, y tomó un largo pincel,
inscribiendo en la seda muchos caracteres con la escritura del Norte. Después selló el
escrito con los Grandes Sellos de la Casa de Dem Ling. Una vez hecho esto, colocó el
rollo de seda en manos del Príncipe de Tuan con estas palabras:
- Este pasaporte, mi Señor Príncipe, te llevará a salvo hasta el Bosque del Feng.
Presenta mi salvoconducto al Guardián del Bosque y él te llevará hasta el Lago de Ho.
No puedo hacer más.
Así sucedió que el quinto día después que el Dragón devorara a la Luna, el Príncipe de
Tuan y sus doce Caballeros y sus escuderos cabalgaron en sus blancas jacas para cazar
al Pájaro Mágico de Tao en el Bosque Negro del Feng.
El Bosque Negro del Feng era lugar de encantamientos y misterios, y morada de
espíritus, fantasmas y demonios con cabezas de toros.
El príncipe de Tuan era hombre audaz y no temía a las criaturas del Feng. Pero los doce
Caballeros y sus Escuderos no compartían su coraje, y carecían de corazones para esa
empresa.
Cuando llegaron a la Gran Puerta del Bosque, los doce Caballeros rogaron al Príncipe
de Tuan que les dejase abandonar la aventura. Mas el Señor de Tuan denostó a los doce
Caballeros con un juramento, y golpeó con su lanza la Campana de Bronce de la Puerta,
desafiando a los demonios que custodiaban el lugar.
La vieja puerta se abrió sobre sus antiguos goznes con muchos ruidos sordos y
chirridos, rompiéndose las telas de los espíritus-arañas. Dentro del bosque, el camino se
dividía a derecha e izquierda, y en medio de la encrucijada había una gran lápida gris,
derruida por el tiempo.
En esta lápida, talladas con la clásica escritura de la Dinastía Divina, estaban las
palabras: "Este es el Bosque del Feng. Márchate, profano, mientras estás a tiempo. Esta
es la entrada a la Tierra de la Leyenda donde sólo el Poeta es bienvenido".
Cuando los doce Caballeros leyeron la inscripción, el mayor de ellos suplicó al Señor de
Tuan con estas palabras: - Oh Príncipe poderoso, abandonemos este lugar o
pereceremos. Hemos conquistado juntos muchas provincias, matando a veinte generales
y sus vasallos. Somos Guerreros, no Poetas, y ¿cómo hallaremos nuestro camino en el
Bosque de los Sueños?
El Príncipe de Tuan se mesó largamente la barba y replicó: - Vine a este bosque a cazar
al Blanco Fénix del Cielo. Mataré al Pájaro de Tao, y cortaré de su penacho la Gema de
la Inmortalidad. Mis Señores Caballeros, estoy resuelto a esta hazaña.
Cuando el Príncipe concluyó sus palabras, la atmósfera se agitó raramente y un fuerte
viento atravesó el bosque. En medio de este viento había un ancianillo que volaba por el
aire sobre un enorme morral, asegurado con largas cintas de seda. El genio - pues de eso
se trataba - reía alegremente mientras se proyectaba por el espacio. Siete veces, con la
velocidad del viento, el ancianillo circundó la pequeña lápida y luego, tan suavemente
como una libélula, posóse en tierra en el sitio donde se dividían los caminos.
El genio era excesivamente gordo, y tenía grandes lóbulos en sus orejas. Su cuerpo tenía
el alto de la rodilla de un hombre, y sus ojitos guiñaban con humor. Llevaba un
larguísimo manto de negro brocado, bordado con flores doradas, y era tan ancha el ala
de su sombrero barnizado, que cubría gran parte de su cuerpo. El genio se sentó sobre
su morral, y, señalando con su índice regordete al Príncipe de Tuan, rió hasta mecerse
hacia atrás y hacia adelante sobre su apoyo.
Los Doce Caballeros y sus Escuderos se apartaron muy atemorizados, pero el Señor de
Tuan cabalgó al encuentro del genio, y le habló con voz firme: - ¿Quién eres,
hombrecillo, y cómo es que te atreves a reír ante el Príncipe de Tuan?
El genio asumió una actitud de importancia y luego respondió: - Mi Señor Príncipe, soy
el Guardián del Bosque Encantado del Feng. He venido a ver la medida del hombre que
matará al Blanco Fénix de Ho y a robar el Rojo Rubí de su plumaje.
- ¡Yo soy ese hombre! - rugió el Príncipe de Tuan, tirando con gran violencia de su fina
barba. Y el genio rió alegremente, saltando una y otra vez sobre su morral.
El Señor de Tuan extendió su mano hasta su alta bota y sacó el pasaporte de seda, que le
diera la Abadesa del Sombrero Negro. Desatando los cordones, abrió el estandarte y se
lo presentó al Guardián del Bosque: - Mira, viejo hombrecillo, los caracteres y sellos de
la Hechicera Abadesa de Dem Ling. Hasta el genio deberá obedecer la instrucción
escrita en esta tela.
El Guardián del Bosque del Feng examinó el pasaporte con gran cuidado, y luego hizo
una reverencia a los Sellos Bermellón.
- ¿Quién puede desobedecer a la Hechicera del Sombrero Negro? Ven, mi Señor
Príncipe, yo te conduciré hasta el Lago de Ho.
El genio saltó por los aires en su morral volador de largas cintas de seda y, llevando
abierto ante si el Tangka de Dem Ling, voló dentro del Bosque Negro por el camino que
conducía al lado izquierdo. El Príncipe de Tuan y sus Doce Caballeros y sus Escuderos
le siguieron lo mejor que pudieron.
El camino era largo y había muchas curvas, y los demonios con cabezas de toros rugían
horriblemente entre las rocas. Fantasmas de blancos rostros flotaban en torno del
Príncipe de Tuan, y había espíritus por doquier. Mas las criaturas del Bosque Encantado
se abstenían de cometer malas acciones debido a los Sellos color Bermellón del
pasaporte mágico.
Al fin el genio del bosque señaló con su dedo regordete un hondo barranco en el que el
camino parecía desaparecer: - Más allá, mi Señor Príncipe, está el Lago de Ho.
Luego, con su risa que resonó en el Bosque del Feng, el viejo hombrecillo se proyectó
directamente por el cielo en su morral volador, y desapareció.
El Príncipe de Tuan descendió de su blanca jaca y caminó por las arenas de diamante, y
llevando su lanza ante si, se acercó a las opacas tinieblas donde se dividían las rocas.
Apenas avanzó tres pasos, cuando una suave luz brilló sobre los muros del barranco, y
el Gran Pájaro Blanco de Ho estuvo ante él.
Ahora bien, el Fénix de Ho es el Señor de todos los Pájaros, y su esplendor es mayor
que cualquier criatura de la tierra. Sus patas brillan como el oro más puro, y sus plumas
son como marfil y plata fina. Sus ojos son azules como las Aguas Mágicas del Lago de
Ho y, en medio del níveo plumaje de su cabeza, refulge el Rojo Rubí de Sangre de la
Longevidad.
El Gran Gobernante de los Pájaros habló, y su voz era suave y clara como el sonido de
viejas campanas de jade: - En nombre del Cielo te saludamos, Mi Señor Príncipe de
Tuan.
Pero el Príncipe de Tuan, debido a que no tenía poesía en su corazón, no pudo
comprender la majestad del Pájaro del Cielo. El Príncipe sólo tenía ojos para la Roja
Piedra color Sangre que refulgía en la frente del Fénix. De modo que replicó en alta
voz: - He venido a quitar de tu cabeza la Piedra de la Longevidad. Defiéndete, Gran
Pájaro Blanco, si quieres conservar tu Tesoro.
El Pájaro de Ho inclinó su cabeza y replicó con toda gentileza: - Está escrito que el
Cielo no declarará guerra contra los mortales. Toma mi Gema si puedes.
- ¡Traedme mi red! - rugió el Príncipe de Tuan. - Capturaré viva a esta dócil criatura y
la llevaré a mi ciudad, y vivirá en una caja dorada. Hasta el Emperador se asombrará,
pues ni siquiera el Hijo del Cielo tiene un tesoro como el Pájaro de Ho.
- ¿Y qué clase de red te has procurado, mi Señor Príncipe, - preguntó el Fénix con suave
voz - que retenga al Blanco Pájaro del Cielo?
El Príncipe de Tuan se mesó largamente la fina barba y luego respondió: - Mi red es
fuerte, Señor de los Pájaros, pues sus mallas están confeccionadas con los pelos de
veinte generales a los que maté en batalla. Ni siquiera el Dragón de cinco garras podría
romper esta red.
- Lanza entonces tu red, mi Señor Príncipe - dijo el noble Pájaro. - Mira, me acercaré
para que tu redada sea menos difícil
Con un fuerte juramento el Príncipe de Tuan lanzó su red sobre el Fénix de Ho. Pero
dondequiera las mallas de la red tocaban las plumas del Blanco Pájaro, las hebras de
pelo se incendiaban, y la red se consumió enteramente.
- Si tu red hubiese sido tejida con hebras de canción, me habrías atrapado - dijo el
Gobernante de los Pájaros con triste voz.
- Traedme mi recio arco y mi flecha de hierro - rugió el Príncipe de Tuan - pues percibo
que debo matar a este maldito Pájaro si he de cumplir mi propósito.
El Señor de Tuan colocó la flecha de hierro en la cuerda de seda de su arco y dijo al
Fénix: - Esta flecha está cargada con las Llaves de Hierro de las Puertas de las Veinte
Ciudades.
Y apuntó la flecha al corazón del Gran Pájaro Blanco.
Cuando la flecha de hierro golpeó el pecho del Fénix de Ho, pareció que las plumas
brillantes se convertían en bruñido acero. Hubo un sonido como de terrible combustión
y la destrozada flecha de hierro cayó a los pies del Gran Pájaro Blanco.
El Fénix habló nuevamente con gran gentileza: - Mi Señor de Tuan, una vez, en la
antigüedad, había un Duque poderoso, que arrojó una flecha al Sol del Mediodía para
matar al Emperador del Cielo. Pero la flecha rebotó y atravesó la cabeza del poderoso
Duque, y éste murió.
- Traedme mi halcón de caza. - rugió el Príncipe de Tuan - y veremos cuál es el Rey de
los Pájaros.
El Señor de Tuan recibió el halcón en su guantelete: - Cuidado, Gran Pájaro Blanco,
pues mi halcón creció vigoroso con hígados de Condes a quienes maté en singular
combate.
Quitó la caperuza del halcón y gritó en alta voz: - Destruye a aquel Pájaro con tu pico y
tus garras.
Ante el alarido de batalla el halcón de caza voló hacia el cuello del Fénix de Ho, pero
cuantas veces el balcón se acercó al Gran Pájaro Blanco brotaron rayitos luminosos del
cuerpo del Fénix, y el halcón no pudo luchar contra esos rayos. Al fin, luego de muchos
intentos, el halcón cayó al suelo agotado, con sus alas semiabiertas, y chillando
lastimeramente.
El Príncipe de Tuan se apoyó en su lanza y estaba muy preocupado porque sus armas no
habían prevalecido contra el Fénix del Tao. Todavía estaba resuelto a llevarse la Gema
de la Longevidad.
Debido a que el Gran Pájaro conocía los pensamientos del Señor de Tuan, habló una
vez más: - Oh Príncipe de la Segunda Clase, todavía no te convenciste de que tus armas
son inútiles en el Bosque Encantado de los Poetas. Si quieres larga vida, debes tener
necesariamente belleza en tu corazón. Si quieres la Plumosa Gema de mi cabeza, es la
Voluntad del Tao que vengas en Paz y que no entables guerra junto al Lago de Ho.
- Los hombres fuertes hacen la guerra; los hombres débiles hablan de paz - rugió el
Príncipe de Tuan, y se mesó largamente su fina barba. - Es verdad, oh Gran Pájaro
Blanco, que mis armas no fueron iguales a tu magia. Pero soy fuerte y mi brazo derecho
es fuerte. Soy amo de veinte ciudades, y mi brazo derecho me convirtió en Señor de
todo Yunnan. Con mi propia mano arrancaré de tu cresta la Piedra Roja de la
Longevidad pues no temo al poder de tu magia, y quien carece de miedo es Amo del
Mundo.
El Príncipe de Tuan se acercó a grandes pasos hasta el Pájaro Blanco que estaba
esperándole pacientemente. Cuando llegó al Pájaro de Ho, extendió su mano para
agarrar la Piedra Llameante del plumaje del Fénix. Cuando las lucecitas que titilaban en
torno de la Gema Roja tocaron sus dedos, el Señor de Tuan retrocedió muy dolorido,
pues su mano estaba fría como la muerte.
Y cuando el Príncipe de Tuan miró su mano derecha la vio blanca, con la albura del
mármol nuevo del Valle de Tszin. Y el terror se apoderó del Señor de Tuan y supo lo
que era el miedo, y cayó de rodillas sobre las arenas de diamante. Y extendió su mano
derecha que estaba toda blanca, y suplicó al Gran Fénix de Ho: - Oh Gran Pájaro del
Cielo, aparta la Blanca Enfermedad que mata al hombre cuando éste todavía vive.
El Fénix de Ho guardó silencio un breve instante y luego pronunció estas palabras
dirigidas al Príncipe de Tuan: - Mi Príncipe de la Segunda Clase, ningún hombre es
fuerte ante el Cielo, pues el goce del Tao consiste en derribar a los fuertes y elevar a los
mansos. Toda la Tierra y sus Príncipes deben obedecer al Cielo, y la mano que se
levanta contra el Cielo morirá con seguridad.
El Señor de Tuan golpeó tres veces su cabeza contra las arenas de diamante y alegó ante
el Pájaro de Ho: - Gran Gobernante de los Pájaros, he venido al Bosque del Feng en
busca de la Longevidad, y sólo he hallado la Blanca Muerte. Mi pecado fue grande,
pero el castigo es mayor de lo que puedo soportar. Soy un soldado, y viví como soldado.
Es norma del soldado luchar con la fuerza de su brazo y defender lo arrebatado de la
misma manera. No me castigues pues vivo la vida de mi época, tal como se me enseñó.
- Mi Señor Príncipe, - replicó el Gran Gobernante de los Pájaros - quienes conquistan
ciudades pueden gobernarlas por un breve lapso, y luego deben acostarse en la Tierra y
dormir. Los nobles Duques, y los Condes, y los Mandarines de las Nueve Clases, hasta
los mismos Emperadores, moran un tiempo y luego se desvanecen en la Oscuridad
Eterna.
Luego cl Fénix de Ho continuó hablando de esta manera: - Gran Príncipe de la Segunda
Clase, presta atención a mis palabras y te informaré respecto del Misterio de la Piedra
Roja de la Longevidad que está en mi plumaje. Cuando el Emperador Amarillo resolvió
crear el Mundo con los Dos Principios, hizo que Su fuerza saliese de Él en la forma del
Gran Dragón que tiene cinco garras. Y el Gran Dragón que mora en el Espacio alzó la
Tierra con su cuerpo, y con sus garras sostuvo el mundo en el sitio más central. Y el
Emperador Amarillo dijo: - Con Mi fuerza saqué el Mundo del Abismo, y con Mi
Belleza ahora lo adornaré en todas sus partes. De modo que hizo que Su Belleza saliese
de Él en la forma del Blanco Fénix. Y el Señor de los Pájaros abrió sus alas sobre la
Tierra, y bajo la sombra de su ala se generaron los órdenes de la Belleza que están en el
mundo. Y el Gran Dragón fue el Padre de las generaciones de los, Reyes, Estadistas,
Guerreros, Constructores de Ciudades y Conquistadores de la Tierra; y todos los que
son fuertes son los Hijos del Dragón. Y el Blanco Fénix creó las generaciones de los
Eruditos, Poetas, Artistas y Escultores, y de los que cantan, bailan, y tejen finas telas, y
todos los que aman la Belleza son los hijos del Fénix. Luego que el mundo fue
establecido sobre sus cimientos, y la Fuerza y la Belleza produjeron su progenie, el
Emperador Amarillo hizo que el Gran Dragón y el Blanco Fénix compareciesen ante él
en el Palacio del Cielo. Entonces el Emperador Amarillo se dirigió a ellos con estas
palabras:
- Mirad la Gran Piedra Roja de la Longevidad que tengo hoy en Mi Mano. ¿A quién de
vosotros daré la custodia de este Tesoro? ¿Te la daré a ti, Mi Señor Dragón, que naciste
de Mi Mano Derecha?
- Dame la Piedra de la Longevidad, - rugió el Gran Dragón - y construiré un Imperio
que sea Eterno en el Mundo. Todos los hombres servirán a los Fuertes. Mis Hijos
vivirán mil años en la Gloria, y sus carros de guerra vencerán a todas las criaturas de la
Tierra, La Piedra es mi derecho, pues soy la Fuerza del Cielo.
El Emperador Amarillo volvió su rostro hacia el Blanco Fénix: - Has oído las palabras
del Gran Dragón.
Eres el Primogénito de mi Mano Izquierda. ¿Recibirás esta Piedra en custodia?
Y el Señor Fénix replicó: - Eterno Cielo, dame la Piedra según Tu Sabiduría, pues la
Sabiduría es el Señor sobre la Fuerza y la Belleza. Mis Hijos no construirán Ciudades,
ni conquistarán Naciones con sus espadas. Suyo es el poder de la Canción suave y
modelan la Belleza con sus dedos. Ellos moran en lugares tranquilos; donde ponen sus
pies crecen las flores; y donde construyen sus casas, cantan los pájaros. Ya sea que me
des o no la Piedra, Gran Emperador, ellos continuarán en su modo de ser actual,
embelleciendo la Tierra.
El Emperador Amarillo sostuvo en alto la Gema Llameante: - Oid entonces Mi decisión
según Mi Sabiduría que mora en Mi. Doy la Piedra de la Longevidad, en custodia, al
Gran Fénix, que es el Hijo de Mi Mano Izquierda, pues percibo por Mi Sabiduría
interior que el Mundo que creé mediante Mi Fuerza, será perfeccionado por Mi Belleza.
Y Mi Belleza heredará la Tierra. Así será.
El Emperador Amarillo colocó la Piedra Roja sobre la cabeza del Señor Fénix, y rodeó
la Gema con un círculo de llamas para que ningún hombre pudiese robarla.
Entonces el Dragón se enfureció porque no recibió la Piedra de la Longevidad, y rugió
fuertemente, hablando así al Blanco Fénix: - Yo soy Fuerte y los Fuertes heredarán la
Tierra. Ten cuidado, Blanco Pájaro, que mis hijos no te quiten esta Piedra. De mi
cuerpo nacerán Grandes Príncipes, quienes no descansarán hasta ser dueños de la Piedra
de la Longevidad. Cuando el Emperador Amarillo oyó las palabras del Dragón, dijo: -
No haya guerra entre Mi Mano Derecha y Mi Mano Izquierda. Y que sea castigado el
hombre que alce su mano contra la Voluntad del Cielo.
- Y tú, Mi Señor de Tuan, que eres un Hijo del Dragón, has alzado tu mano contra las
palabras del Emperador Amarillo. ¿Te arrepientes ahora de tu locura, Mi Príncipe de la
Segunda Clase?
- Oh Nobilísima Criatura de los Cielos, - gimió el Príncipe de Tuan en gran agonía
espiritual - me arrepiento totalmente, pues percibo que la Piedra de la Longevidad no es
para mi porque no conozco las normas del Tao. Pero está escrito que el Tao es
misericordioso y compasivo, y mostrará piedad para con los que invoquen su nombre.
Oh Gran Pájaro del Tao, quita esta blancura de mi mano y colmaré mis años según mi
suerte.
El Fénix de Ho se acercó más al Príncipe de Tuan y le habló suavemente: - El Cielo es
benévolo con quienes se arrepienten de su locura. Extiende tu mano nuevamente, Mi
Señor Príncipe, con total humildad, y toca la Gema de mi Penacho.
El Señor de Tuan alargó su mano y desapareció el mal de su corazón, y tocó la Piedra
Roja de la Longevidad. Y el color volvió a sus dedos y la Blanca Enfermedad se alejó
de é1. Y dio gracias por su liberación.
Luego el Blanco Pájaro de Ho, que naciera de la Mano izquierda del Emperador
Amarillo, habló por última vez: - Hijo del Dragón, parte ahora del Bosque de los Poetas.
En nombre del Cielo, abandona este lugar y no regreses más. Haya paz entre el Fénix
del Tao y el Príncipe de la Segunda Clase.
El Gran Pájaro Blanco permaneció en el lugar durante un breve lapso mientras el Señor
de Tuan le saludó con Su lanza, y luego, con pasos majestuosos, regresó a su nido
llameante junto a la orilla del Lago de Ho.
Y el Príncipe de Tuan y sus Doce Caballeros y sus Doce Escuderos salieron del Bosque
del Feng cabalgando en sus blancas jacas, y retornaron a las Ciudades de Yunnan y
vivieron hasta el fin de sus días de acuerdo a la Voluntad del Cielo.
Y la Hechicera de Dem Ling que vivía en la Casa del Sombrero Negro había visto todo
eso reflejado en la uña de su tercer dedo, y debido a que ella era el Renacimiento de la
Dakina Roja, bailó sobre la Tortuga del Mundo y rindió homenaje al Emperador
Amarillo de acuerdo a los ritos del Dugpa.
El Gran Fénix Blanco de Ho todavía vive en el Bosque Encantado del Feng, y el Rojo
Rubí de la Longevidad refulge en su cabeza y él es el Señor de todos los pájaros.
El viejo hombrecillo que es el Guardián del Bosque, debido a que es un genio, todavía
revolotea sobre su morral mágico atado con cintas de seda, pero hasta hoy nadie
descubrió qué lleva en su morral.
LA VlUDA DE WANG
El Emperador de Gran Cathay yacía en la estera del Fénix Dorado. El Concejo Privado
estaba congregado en solemne tributo. El médico, de pie junto al lecho, escuchaba con
su dedo enjoyado los tristes y lentos latidos del corazón.
Había llegado la última hora de la Era de la Conducta Valerosa. La silla de la
Emperatriz estaba vacía junto al lecho de muerte de su Señor. Ella le había precedido
hacía diecisiete años rumbo a la Tierra Amarilla.
Más allá de las murallas de la Ciudad Bermellón, China aguardaba las horribles nuevas
anunciando que el Hijo del Cielo había oscurecido toda la tierra con su partida.
De repente hubo una discreta conmoción en la entrada a las Cámaras Imperiales, y el
Capitán de los Guardias de Palacio, con ropas color carmesí de seda acolchada, atravesó
la puerta circular. Musitó detrás de su manga al Señor Secretario, éste musitó detrás de
su manga al Señor Chambelán, quien murmuró entre sus grandes barbas al Mayordomo,
quien a su vez comunicó en voz apenas audible la sustancia de la cuestión al Primer
Ministro, quien gravemente sacudió su cabeza.
Pero en la silenciosa estancia el anciano Emperador había percibido la agitación de su
Corte, y abriendo sus ojos preguntó en voz baja la causa de la conmoción.
El Primer Ministro se postró ante el lecho del Fénix Dorado y replicó: - Majestad
Serenísima, es el Capitán de la Puerta Sud, una cuestión sin importancia.
Entonces habló nuevamente el Emperador de toda la China: - El Intemporal que mora
dentro del Templo del Corazón me lo cuenta de otro modo. Que el Capitán avance sin
miedo y revele el asunto.
El Capitán, con sus vestiduras color carmesí, se acercó lenta y reverentemente hasta el
lecho de muerte, y cubriendo su rostro, cayó de rodillas.
La voz baja que llegaba desde el lecho del Fénix le ordenó que se levantase: - La muerte
no aguarda formalidades, mi Señor Capitán. Expresa tu misión mientras hay tiempo.
- Majestad Serenísima, Amado del Cielo y la Tierra, cuando esta mañana abrí la Puerta
Sud de la Ciudad Prohibida encontré en el umbral este rollito de papel dirigido a
Vuestra Magnificencia. Anoche hubo una estrella barbada en el Oeste; las llamas
cayeron del cielo, las aguas del mar se turbaron, y debido a los augurios de estos
tiempos me atreví a no dejar de informar a la Corte de este extraño rollo de papel.
El Capitán sacó de su manga un pequeño rollo, y con máxima deferencia lo puso al
costado del lecho, retirándose discretamente.
El moribundo Emperador tocó el rollo y movió solemnemente su cabeza: - Hiciste bien,
mi Señor Capitán; oiremos las palabras del rollo.
El Gran Secretario recibió el rollo y los Cinco Secretarios de las Cinco Provincias
reuniéronse alrededor de aquél, cada cual con su pincel y su tintero. Con dedos
delicados el Gran Secretario desenvolvió el rollo que era de gran tamaño, observando: -
Soberanísima Majestad, el papel es pobre y barato, y la escritura es tosca, producto de
quien jamás aprendió trazos delicados.
La fatigada voz replicó: - Tenemos poco tiempo, Mi Señor Secretario, para el papel y
los rasgos; que los vivos observen estas cosas; lee las palabras.
Sosteniendo la lente de cristal ante sus ojos, el Señor Secretario habló con tonos
apropiados y modulados:
En medio de los vapores del amanecer
Caminé solitario por mi pequeño jardín
Y oí la canción de los dondiegos
Que abrieron sus corazones a mi Señor del Día.
El Señor Secretario bajó el rollo: - Sublimísima Majestad, he aquí las palabras. No hay
firma ni sello.
Hubo silencio en la Sala de las Peonias. El Concejo Privado esperaba oír las palabras
del Emperador. Al fin la voz habló nuevamente desde los velos del lecho del Fénix: -
Mis Señores del Reino Medio, demos gracias al Emperador Amarillo del cielo porque
en nuestras últimas horas hemos tenido el privilegio de recibir este augurio feliz de
nuestra transición. Antes que de modo acorde partamos hacia nuestro Señor del Día, oíd
ahora nuestro gozo y que se redacte una ley y un edicto en los cinco idiomas,
despachándoselo a todas las regiones de nuestro Imperio.
Los Cinco Secretarios prepararon sus tablillas de marfil y la Corte guardó silencio con
máxima expectativa.
La fatigada voz del anciano continuó: - Es nuestro deseo que el autor de este poema sea
descubierto sin restricción de costo ni tiempo, y conducido a la Ciudad Bermellón, y
condecorado con la Orden de los Dos Dragones, y titulado El Honorable Oyente del
Dondiego, y este nombre y título inscripto en los anales, y beatificado como digno de
veneración. Que este edicto reciba el Sello Imperial.
Hubo un momento de silencio, y luego la voz prosiguió: - Y ahora, mis Señores del
Reino Medio, mi tiempo ha llegado. El Ser Trascendente ordena me despida del cuerpo.
En medio de los vapores del amanecer camino solitario por mi pequeño jardín.
El Señor Médico se apartó gravemente del lecho: - Grandes Mandarines de China, el
Hijo del Cielo regresó a su Padre. Ascendió la Escalera de los Siete Dragones. El
Emperador ha muerto.
Unos pocos instantes después los grandes tambores sobre las murallas de la Ciudad
Prohibida pregonaron las nuevas. La Era de la Conducta Valiente se había completado.
El edicto del Oyente del Dondiego estaba tejido con hebras de seda negra y dorado
brocado retorcido, y cuando las tejedoras concluyeron su tarea fue sellado con los
Grandes Sellos de jade y llevado al Duque de Ku.
Mi Señor de Ku era el jefe de los hombres que buscan y encuentran, y despachó a sus
agentes por todas partes del Imperio ordenándoles que descubriesen al autor del poema.
Durante once años, sin cesar, buscaron entre los altos y los bajos, los grandes y los
humildes; los ricos y los pobres; y al fin el Duque de Ku se aproximó al Trono Imperial
y anunció que había sido descubierto el Honorable Oyente del Dondiego.
En la Octava Luna del Año del Caballo de Hierro fue proclamado que el Emperador
ordenaba a los setenta Duques reunirse con sus Señores y Caballeros en la Ciudad que
se llama La Prohibida.
Y los setenta Duques, con sus Marqueses y Condes y sus Caballeros y sus Grandes
Ministros, entraron en la Ciudad Bermellón a través de la Puerta Sud, y cruzando el
Puente de los Arcos se postraron hacia el trono y proclamaron su fidelidad al Hijo del
Cielo.
Así acaeció que los Príncipes de las Cinco Provincias se reunieron en la Gran Corte de
los Leones, pisando la arena amarilla de Gobi, según sus condiciones y honores, y
cubrieron sus manos con sus mangas, y llevaron las orlas de cuentas ante sus ojos
Y debido a que este era el Año Undécimo del Reino de la Cultura Consumada, los
Eruditos estaban allí vestidos con sacos negros, y los Historiadores con borlas verdes, y
los Poetas con botones color ámbar.
Las grandes puertas de la Sala del Trono estaban abiertas, y el Señor Chambelán
esperaba al pie de los escalones la Voz del Soberano desde el Trono del Dragón.
Al mediodía los grandes gongs de las arcadas proclamaron la llegada del Duque de Ku.
Hubo un restallido de argentinas trompetas y una solemne procesión entró en el Patio de
los Leones, y se acercó al Trono del Cielo cruzando la arena amarilla.
Los Guardias de Honor con estandartes de colores verde y carmesí se detuvieron a una
distancia respetuosa, y con gran majestad el Duque de Ku avanzó al pie del Asiento del
Dragón.
Mi Señor de Ku estaba ataviado con floja seda amarilla y su bonete remataba en un
penacho carmesí. Era hombre de gran estatura, y en sus fuertes brazos llevaba la forma
diminuta de una mujer muy anciana vestida con un simple manto negro.
Extendiendo sus brazos con su frágil carga hacia arriba, hacia las nebulosas honduras
del Pabellón del trono, el Duque de Ku habló: - Oh Soberano Feudal, Amo del Mundo,
Amado del Cielo, he completado la tarea que me asignara tu difunto Padre, el
Emperador de la Conducta Valiente. Esta es la Viuda de Wang, el pescador. Hace once
años ella se arrastró por la noche hasta la Puerta Sud de la Ciudad Probibida y colocó en
el umbral de la puerta su poema como homenaje a su Ilustre Majestad, vuestro Padre en
la Eterna Gloria.
La voz de un joven fuerte habló detrás de los diáfanos velos del Trono: - Nuestro amado
primo cumplió bien sus deberes. Estamos satisfechos con él. Tráigase una silla para la
Venerable Madre.
Al pie del Trono ubicóse una silla de laca roja y negra, sobre la arena amarilla de Gobi,
y el Duque de Ku colocó suavemente a la anciana en la silla y permaneció a distancia
con sus manos en las mangas.
Los velos del trono se separaron lentamente. Los Príncipes de Gran Cathay ocultaron
sus rostros detrás de las orlas de sus bonetes. Su heredero descendió a la Tierra desde el
Trono del Dragón, vestido con indumentaria de oro, con campanas de jade en la borla
de su atuendo. Avanzó hacia la pequeña anciana sentada en la silla barnizada. Al llegar
a ella, se arrodilló y tocó con su frente la arena amarilla de Gobi.
- Honorable Madre, está escrito en el Código de Conducta que honraremos a los
ancianos que son los padres de nuestra gloria; acepta ahora la veneración que la
juventud ofrece a la plenitud de los años.
La anciana mostró una extraña y blanca sonrisa, y extendió su mano hacia la voz. El
Duque de Ku dio un paso adelante: - Majestad, -susurró - la mujer es ciega desde hace
muchos años.
El Emperador alzó su mano: - Que vengan los Cinco Secretarios a registrar las palabras
de la Venerable Madre, pues ella está a punto de hablar. Que no se pierda sílaba alguna,
que toda China conozca sus palabras.
La viuda de Wang, el pescador, mostró una sonrisa amable, cansada, y con voz muy
débil respondió al Emperador: - Que el cielo te bendiga, hijo mío, por tu amable
pensamiento. Soy muy anciana y estoy lejos de casa. No sé dónde estoy ni quién eres tú,
pero tienes una voz afectuosa y eres un buen hijo. En alguna parte hay una madre
orgullosa de ti.
Los Secretarios habían registrado cada palabra, y ahora esperaban con sus pinceles
apoyados sobre los rollos de seda. El Emperador se volvió hacia el Señor Chambelán,
quien avanzó llevando en su mano el Edicto Real.
- Que la Madre sea informada de la razón por la que se la trajo aquí y del honor que se
le conferirá según la voluntad de nuestro difunto Padre, el Ilustre Emperador de la
Conducta Valiente.
El Señor Chambelán extendió el Edicto, y en alta voz proclamó la ocasión a los Señores
reunidos, cada uno de los cuales se postró ante la silla en la que estaba sentada la Viuda
de Wang.
Entonces el Primer Ministro se acercó y ubicó en las manos del Emperador el gran
pectoral de oro de la Orden de los Dos Dragones. El Emperador colocó la cadena en
torno del cuello de la anciana y colocó la mano izquierda de ésta sobre el enjoyado
pendiente.
- Nos, Emperador de China, Hijo del Sol, en cumplimiento del Edicto de nuestro Ilustre
Padre, por él os conferimos la Orden de los Dos Dragones, y declaramos que, de aquí en
adelante, tendrás el título de La Ilustre y Honorable Señora Oyente del Dondiego.
La anciana mostró su extraña y simple sonrisa infantil y tocó la Aurea condecoración.
- No conozco el hábito de los Príncipes; soy una campesina. No conozco las
formalidades; soy una mujer simple e ignorante. Estoy ya cargada con tanta plenitud de
años que mi tiempo aquí no es largo. No sé cómo agradeceros, ni cómo me llegó este
honor.
El Emperador miró durante unos momentos la arrugada faz de la anciana y luego
preguntó: - Ilustrísima y Honorabilísima Señora Oyente del Dondiego, ¿es cierto que
podrías oír realmente las voces de las flores?
Ella movió su cabeza: - Mi esposo era pescador, y durante muchos años estuvo ausente,
en su bote, dejándome sola. Teníamos un jardincillo donde yo plantaba dondiegos. A la
mañana, muy temprano, yo acostumbraba ir al jardín, sentarme en silencio y, si
permanecía muy quieta, podía oír vocecillas que pronunciaban suaves palabras al
abrirse las flores.
El Emperador inclinóse hacia adelante con avidez: - Ilustre Señora, ¿qué decían los
dondiegos cuando hablaban?
La anciana sacudió su cabeza tristemente: - Ay, hijo mío, hablaban un idioma extraño
que los Eruditos no comprenderían, y menos una simple campesina que no podía leer
los clásicos. Pero yo podía percibir en sus palabras un éxtasis extraño, como si cada una
de las florecitas entregase su vida con misteriosa pasión cuando el primer rayo de sol
tocaba sus pétalos.
El Emperador estaba callado y la Viuda de Wang continuó: - Sois un gran personaje. Si
permanecieseis callado en tu corazón y escuchaseis la voz de los dondiegos,
entenderíais lo que ellos dicen.
Hubo un silencio y los Secretarios se inclinaron hacia adelante, y los Príncipes y los
Duques ni respiraron, pues percibieron que el Emperador estaba a punto de pronunciar
palabras inmortales.
El Hijo del Cielo se inclinó y besó reverentemente la rugosa frente de la Viuda de
Wang, el pescador.
- Ilustre Señora Madre, vos, cuya alma gentil pudo oír la voz de los dondiegos, no
pudisteis entender sus palabras, y yo, Erudito en los cinco idiomas, los clásicos, los
anales y las analectas, que podría entender sus palabras, jamas oiré sus voces, pues no
tengo silencio en mi corazón. Este es el Camino del Cielo.
EL PRÍNClPE DE LOS GATOS
El Khan de Shamo era un gran cazador, y salió con sus Caballeros y Señores para cazar
al Príncipe de los Gatos en el Bosque de Go-Lun.
Cuando llegó al Lugar de las Rocas Negras su caballo no quiso avanzar más, de modo
que el cazador desmontó y se adelantó solo, llevando sus flechas y un arco corto.
El Gran Khan caminó muchas horas entre las Rocas Negras, buscando al Príncipe de los
Gatos. Y sobre él se hizo la noche, había muchos senderos, y el Señor Khan no podía
encontrar su rumbo desde donde se hallaba.
Pero al fin vio una lucecita y apresuró su marcha hacia la cueva del Santo Ermitaño de
Go-Lun. Y saludó al venerable pidiéndole refugio por esa noche.
El Ermitaño de Go-Lun era uno de los Quinientos Lohans de nuestro Señor Buda, y
muy anciano; y su cabeza estaba rapada, y usaba un manto de lana color azafrán. Y
recibió al Khan de Shamo, dándole arroz y te.
Y el Santo Lohan habló así: - Kha Khan, te saludo en nombre de Shakamuni, el Buda
Bendito, y comparto contigo mi arroz y mi te.
- Venerable Padre, - replicó el Gran Khan - he llegado al lugar de las Rocas Negras para
cazar al Príncipe de los Gatos, pero se me hizo la noche y no pude encontrar mi rumbo.
El Santo Ermitaño alzó entonces su mano, diciendo: - Khan de Shamo, te está prohibido
cazar al Señor de los Gatos en el Bosque de Go-Lun.
El Kha Khan estaba disgustado consigo mismo pero no se atrevía a revelar su ira al
Santo Ermitaño de las Rocas Negras: - Explícame la razón de por qué no puedo matar al
Príncipe de los Gatos con mi corto arco.
Entonces el Lohan de Go-Lun percibió la ira del Gran Khan, y respondió con estas
palabras: - Si mi Señor el Khan presta solemne juramento sobre su mano derecha de que
no sacará su arco en el Lugar de las Rocas Negras, le revelaré el Misterio del Príncipe
de los Gatos.
Y debido a que era el deseo del Santo Lohan, que no podía denegarse, el Khan de
Shamo prestó el solemne juramento sobre su mano derecha de que no sacaría su arco en
el Bosque de Go-Lun. Y el Santo Ermitaño quedó satisfecho y tocó con sus cuentas la
mano derecha del Kha Khan.
- Ahora que Mi Señor el Khan se ligó con juramento, pediré al Príncipe de los Gatos
que venga a revelarse ante el Khan de Shamo.
Entonces el Gran Lohan sacó de su manto un pedacito de papel sobre el que estaba
dibujada la imagen de un caballo. Escribió el nombre del Señor de los Gatos sobre el
cuerpo del caballo, y después quemó el papel en el fuego. Cuando el papel se consumió
por completo, tomó las cenizas y las dispersó de un soplo por el aire, diciendo: - El
Caballo del Viento llevará mi mensaje al Príncipe de los Gatos.
Después de un ratito llegaron sonidos como de una criatura que se hallaba entre las
Rocas Negras. Cuando el Santo Ermitaño, que había estado escuchando, oyó los
sonidos, se levantó y pidió al Señor Khan que hiciese lo mismo.
- Iremos juntos a rendir homenaje al Señor de los Gatos.
Y salieron de la cueva, y un gran animal se plantó ante ellos a la luz de la luna; y el
Khan de Shamo vio que el gran animal era un tigre.
Pero el Gran Khan jamás había visto antes un animal tan majestuoso como el Señor
Tigre de Go-Lun. Con pasos lentos y nobles el Príncipe de los Gatos llegó hasta el
Santo Ermitaño, y sus ojos eran fuentes profundas, de fuego verde. El Santo Lohan
extendió su rosario y el tigre tocó las cuentas con su faz.
Luego el Khan de Shamo se arrodilló admirado y saludó al Señor tigre con estas
palabras: - Gran Príncipe de los Gatos, el Kha Khan te saluda en nombre de Nuestro
Señor el Buda.
Y los tres regresaron al interior de la cueva: el Santo Ermitaño, el Gran Khan y el Señor
Tigre de Go-Lun. Y el Príncipe de los Gatos se sentó junto al Santo Lohan y miró
fijamente el fuego.
Fue entonces cuando el Kha Khan tuvo el privilegio de oír la historia bendita del
Príncipe de los Gatos, en la cueva ubicada entre las Rocas Negras, como se la narrara el
Santo Lohan de la cabeza rapada. Y estas son las palabras de ese relato:
- En el amanecer del Gran Día, Mi Señor Khan, el Compasivo, que es el Alma
Adamantina del Mundo, llegó hasta la Puerta de la Gran Decisión, y puso su mano
sobre aquélla para abrirla y atraversarla. Ahora bien, la puerta era vieja, y junto a ella
una golondrina había construido su nido, y en éste había un pajarillo que tenía hambre y
era demasiado jovencito para volar. Y el pajarillo piaba con muy débil voz. El
Compasivo miró al pajarillo y habló así: - ¿Cómo ingresaré en la Gran Paz si sé que
junto a la Puerta del Nirvana está este pajarillo hambriento?
- De modo que el Compasivo entró en la meditación que le permitió experimentar la
vida de todas las criaturas. Y supo dentro de si de la aflicción de todas las criaturas
vivientes. Y el Señor de la Compasión lloró, porque sintió en su corazón el dolor que
hay en el mundo. El Compasivo introdujo su alma en los granos de arena, las rocas y los
abismos del mar; y en todos estos sitios había dolor. Y proyectó su alma dentro de los
bosques, los desiertos y las altas montañas; y en estos sitios también había dolor. Y
envió su alma dentro del aire, del fuego y de los corazones de las cosas que respiran; y
siempre encontró dolor. Y el Señor Bendito dijo: - Encuentro dolor por doquier porque
las criaturas de la tierra carecen de Buena Ley. ¿Mas cómo les revelaré las Ocho Partes
de la Rueda y las Tres Gemas? ¿Cómo revelaré a todos los vivientes la Doctrina Eterna
que les quite el dolor?
- De modo que el Compasivo resolvió efectuar el Gran Sacrificio, Entró en meditación y
aceptó sobre si la Ilusión del Mundo. Y realizó la multiplicación de su propia
conciencia, e hizo que una parte de su propio Ser Perfeccionado saliese a tomar
habitación en cada uno de los órdenes de la vida desde el máximo hasta el mínimo,
perteneciéndoles, conociendo su dolor y trabajando con ellos para perfección de ellos
mismos. Y este fue el voto del Señor de la Compasión: - No entraré en el Nirvana hasta
que la última de las criaturas que existen en los Siete Mundos haya recibido la Doctrina
y esté junto a mi en la Puerta donde la golondrina construyó su nido.
- Y en cada uno de los órdenes de las cosas vivientes el Señor Bendito tomó sobre si las
leyes de su especie, y obedeció estas leyes, incluso hasta morir. Esta fue la Gran
Renunciación. El Compasivo también ingresó en la morada de los muertos, y en los
sitios de los espíritus y demonios. Y tomó sobre si todas las condiciones y todas las
formas para que toda cosa creada recibiese la Doctrina. Y la parte del Bendito que llegó
a estar entre los hombres es Nuestro Señor el Buda. Nació seiscientas veces como
hombre, y murió seiscientas veces como hombre para que todos los hombres recibiesen
las Tres joyas Valiosas: la Vida, la Doctrina y la Santa Orden. Ahora los Grandes
Discípulos del Buda son los Lohans y los Arhats, pues éstos conocen el Misterio del
Gran Sacrificio, y no descansarán hasta liberar al Señor Bendito de su voto mediante su
propia perfección, y los Discípulos habrán llegado a todos los rincones de la tierra para
enseñar la Vida Perfecta y el Camino Inofensivo. Mediante este misterio el Señor de la
Compasión quedará al fin libre para entrar en el Nirvana. Esta es la Gran Liberación.
- Oh Gran Khan, mira al Arhat de los Tigres, pues el Príncipe de los Gatos no es nadie
más que el Bendito Señor de la Compasión que mora en el cuerpo de un animal según el
voto que formulara cuando estuvo junto a la Puerta de la Decisión. Kha Khan, mira las
patas del Príncipe de los Gatos, y verás que no esconde garras. Mira dentro de los ojos
del Señor Tigre, y dentro de la hondura de sus ojos verás su dolor; y el dolor que brilla a
través de sus ojos es el que le quitó las garras. El Príncipe de los Gatos fue muerto
cientos de veces en el bosque con la flecha del cazador en el pecho. Y murió solo, pues
no había criatura que lo confortase ni oyese el último grito de su cuerpo. Mas el
Compasivo conoció su dolor pues fue en ese cuerpo que murió entre las rocas. Y ahora
la Ley del Compasivo fue cumplida en el cuerpo del Señor Tigre. Pues el Príncipe de
los Gatos es el Bodhisattva de todos los de su especie. El es el Gran Maestro del Bosque
de Go-Lun. Aunque no puede predicar con sus labios la Doctrina Bendita, los Grandes
Gatos le entienden, pues sus palabras están en sus ojos, en la gracia de su cuerpo, y en
todas sus actitudes que están llenas de sabiduría. Y los Grandes Gatos le rinden
homenaje porque la Verdad les quitó las garras.
Cuando el Ermitaño de Go-Lun concluyó sus palabras, el Señor Khan guardó silencio,
pues sabía en su corazón que esas palabras eran veraces.
Y se postró ante el Príncipe de los Gatos, hablando así al Señor Tigre: - Oh Animal
Santísimo, revélame la Ley, para que yo también sirva al Compasivo.
Entonces el Príncipe de los Gatos extendió su pata y la colocó sobre el arco corto del
Khan de Shamo, y el Señor Tigre quebró el arco con su pata.
Y el Kha Khan entendió, y extendió su mano derecha, y colocó su mano izquierda sobre
ésta, diciendo: - Oye mi juramento, Gran Arhat de los Gatos: Mientras viva no sacaré
mi arco contra ninguna criatura viviente; lo juro con mi mano derecha.
Entonces el Santo Ermitaño, que era muy sabio, dijo: - Recuerda bien esto, Mi Señor
Khan, pues con este juramento llegarás a conocer el dolor, y mediante este género de
dolor llegarás al Señor del Mundo.
Para entonces, los Caballeros y Señores que se alejaran a caballo para cazar con el Khan
de Shamo en el Bosque de Go-Lun habían hecho su campamento al pie de las Rocas
Negras. Y sus tiendas eran de colores blanco y carmesí, y colas de yak pendían de altas
pértigas en las puertas de las tiendas. Y de mañana el Gran Khan volvió a ellos llevando
en su mano el arco roto.
Y el Señor Khan y sus Caballeros, y los Señores, se alejaron del Bosque hacia la Ciudad
de los Kha Khans, con sus techos de teja azul. Y los Señores de la Ciudad estaban muy
intrigados respecto del arco roto y se decían: - El Khan de Shamo es un guerrero
poderoso pero, ¿quién le rompió el arco corto?
La Ciudad de los Techos de Teja Azul estaba junto al viejo desierto llamado de Gobi. Y
los hombres de la ciudad llevaban grandes espadas y se regocijaban guerreando.
Debido a que había prestado juramento ante el Príncipe de los Gatos, el Kha Khan no
guerrearía contra los Duques del Desierto. Y perdonó a sus enemigos, y creó nuevas
leyes para que los hombres no se matasen mutuamente. Y prohibió que hombre alguno
cazase en el Bosque de Go-Lun.
Y el pueblo de la Ciudad de los Techos de Tejas Azules, y los Señores que estaban por
encima del pueblo, estaban enojados por causa de las nuevas leyes; pues disfrutaban
guerreando contra los Grandes Duques del Desierto.
De modo que al fin el Primer Ministro compareció ante el Señor Khan y le suplicó con
estas palabras:
- Mi Señor Khan, las nuevas leyes que creaste no son para el pueblo de la Gran Arena.
El pueblo se regocija en la guerra y en la matanza de sus enemigos, incendiando
ciudades, tomando a sus mujeres como esclavas. Si continúas según este criterio actual
destruirás la ciudad de tus Padres y no dejarás sino ruina para tus hijos. Toma tu arco
corto, oh Khan de Shamo, y conduce tus ejércitos contra los Duques del Desierto.
El Kha Khan replicó: - Presté juramento con mi mano derecha de que no volveré a sacar
mi arco corto contra ninguna criatura viviente, y no quebrantaré mi juramento.
Pasó un breve lapso. Luego el Duque de Lan-O abandonó el desierto y marchó contra la
Ciudad del Kha Khan. E hizo acampar sus ejércitos frente a las murallas de la Ciudad,
desafiando al Gran Khan a salir a batallar.
Y nuevamente el Primer Ministro compareció ante el Trono y suplicó al Kha Khan que
condujese sus soldados contra el Duque de Lan-O, diciendo:
- Oh Khan de Shamo, está a mano la hora en que deberás defender la Ciudad de los
Techos de Tejas Azules, o tu dinastía está perdida. En este mundo, Señor Mío, los
hombres no entienden lo espiritual. Para ellos tu gentileza es debilidad, y tu bondad,
temor. A no ser que odies, no podrás ser fuerte, y a no ser que mates a tus enemigos, tu
reino caerá. Esta es la ley de la Gran Arena. En esta hora deberás decidir si sacas tu arco
corto, como lo hicieron tus Padres antes que tú; o rindes tu ciudad a los ejércitos del
Duque de Lan-O.
Pero el Kha Khan no iba a quebrantar su juramento que formulara con su mano derecha.
Y rindió la ciudad, y el Duque de Lan-O entró por la Puerta Oriental, y se sentó en el
trono barnizado, proclamándose el conquistador de la ciudad. Pero como el pueblo no
ofreciera resistencia, ordenó que nadie fuese muerto.
Y el Duque de Lan-O ordenó que el Gran Khan fuese llevado a su presencia, y se
dirigió al Khan de Shamo: - Eres un valiente, Mi Señor Khan, y tu arco corto fue
atemorizado por todos los Duques del Desierto. ¿Cómo es que tu mano derecha se
debilitó tanto que no pudiste defender tu ciudad?
- Mi mano derecha está atada por un juramento, replicó el Khan de Shamo - y por esa
razón tomaste la ciudad. El Santo Ermitaño de Go-Lun ha dicho que yo conocería el
dolor y este día mi dolor es grandísimo. Pero mantuve mi juramento de que no tensaría
nuevamente mi arco contra ninguna criatura viviente.
El Duque de Lan-O dijo entonces: - No alzaré mi mano contra un hombre que tiene un
juramento. Conservaré la ciudad, mas el Khan de Shamo puede partir en paz, y no se le
hará daño, pudiendo llevar consigo a quien quiera.
De modo que el Gran Khan abandonó la ciudad de sus Padres, con sus Techos de Tejas
Azules, y nada llevó consigo salvo los dos pedazos de su arco roto.
Y viajó hasta el Bosque de Go-Lun, hasta el Lugar de las Rocas Negras.
Y el Venerable Ermitaño de cabeza rapada aguardaba al Gran Khan en el sitio donde
empiezan las rocas, y el Príncipe de los Gatos estaba también allí, junto al Santo
Ermitaño.
Y el Khan de Shamo cayó de rodillas ante el Lohan de Go-Lun, y extendió las dos
partes de su arco roto, diciendo: - Santísimo Santo, mi reino está perdido, mis hijos se
alejaron de mí, y el pueblo de mi ciudad me odia porque no guerreé. Conocí el gran
dolor; pero mantuve el juramento que formulé con mi mano derecha, y no tensé mi arco
contra ninguna criatura viviente.
Acaeció entonces que el Príncipe de los Gatos se plantó ante el Gran Khan cuando
éste se arrodilló en tierra. Y el Señor Tigre miró en el rostro del Kha Khan, y extendió
su pata,
que no tenía garras y la puso en la mano derecha de mi Señor de Khan
Y en el instante en que el Khan de Shamo miraba la pata del Señor de los Gatos, recibió
la Doctrina en su Corazón. Y habló así al Señor Tigre:
- En este instante percibo la Buena Ley. Sé que yo también soy corporización del
Compasivo. Ahora deseo hacer girar la Rueda de la Ley, para estar junto a la Puerta de
la Decisión en la última hora, cuando el Señor Bendito entre en el Nirvana.
Y el Gran Gato miró fijamente al Kha Khan, y el Señor de la Compasión brilló a través
de los ojos del Príncipe de los Gatos.
Luego el Santo Ermitaño habló así: - En este día, el Gran Khan puso su pie en el Noble
Sendero. Le doy la bienvenida en la Orden Bendita del Manto Amarillo; y el Gran Día
en que el Compasivo esté con nosotros, el Gran Khan estará junto a él.
El Santo Lohan tomó los dos pedazos del arco roto y continuó hablando:
- Este arco roto será una reliquia sagrada, pues, como la escudilla mendicante de nuestro
Señor el Buda, es un símbolo de la Gran Renunciación. Estos pedazos rotos eran tus
garras, Kha Khan de Shamo, y el dolor que hay en tus ojos te quitó las garras.
Y el Príncipe de los Gatos que no tenía garras y el Gran Khan que rompiera su arco y el
Santo Lohan en quien estaba completo el Misterio, estuvieron juntos, como uno solo,
sobre el borde de las Rocas Negras en el Bosque de Go-Lun. Y esta es la Hermandad
del Iluminado, que durará hasta la Gran Noche.
Y en el Corazón del Compasivo, que conoce todas las cosas, había ahora un poco menos
de dolor.
EL TESORO DE TAI SHUNG
El Príncipe de Ho marchó con mil capitanes con armaduras de bambú y diez mil
arqueros con arcos cortos para apoderarse de la riqueza del Señor de Shung.
El Ka de Shung era viejo, y cansado de la guerra, pero cuando los tambores retumbaron
desde las torres, tomó su gran espada, que se llamaba La Que iguala a Todos los
Hombres, y se dirigió hacia la Muralla para defender su Ciudad.
Con su ejército conducido por cuatro generales, y con veinte estandartes al sol, de color
carmesí y amarillo, el Príncipe de Ho atacó la Puerta Sud. Armó grandes máquinas
bélicas que lanzaban rocas y bolas de fuego, disparó un cañón de madera desde lomos
de elefantes y abrió una brecha en la Puerta Sud.
Y al fin, después de gran lucha, cayó la Ciudad de Shung, y el Señor de Shung murió
igual que sus hijos, y sus ministros con él.
De modo que el Príncipe de Ho con tambores de madera y campanas de jade entró en la
Ciudad de Shung por la Puerta Sud. Acompañado por los cuatro generales y una gran
cantidad de lanceros cabalgó sobre los cuerpos de los muertos, pues la matanza había
sido grandísima.
Cuando el Príncipe de Ho llegó al Palacio de las Peonias, no quedaba nada, salvo una
montaña de cenizas. Se detuvo por un instante y alzó su mano para saludar la ruina de
Shung. Luego volvió su cabalgadura y galopó hacia abajo por la Avenida de los Nueve
Antepasados Ilustres hacia la Torre de la Llama, que era la casa del tesoro del Ka de
Shung.
Aquí, de modo similar, el Príncipe de Ho, sólo encontró desolación. Una bola de fuego
de una de sus catapultas había incendiado la biblioteca llamada la Casa de las Diez Mil
Lenguas. También había desaparecido el Templo de las Bellezas Soberanas, donde día y
noche guardias de corazas acolchadas custodiaban la gran colección de las Siete Artes.
Nada quedaba del fabuloso tesoro de Tai Shung.
El Príncipe de Ho desmontó y avanzó solo hasta la caída puerta de la casa del tesoro.
Todo lo que quedaba era una gran lápida ubicada sobre el dorso de una tortuga tallada
en piedra. Encima había un poema de belleza tan exquisita que cien eruditos habían
sacado copia de él.
Este poema había sido escrito por el primer Señor de Shung, inscribiéndoselo el día en
que se concluyó la casa del tesoro. Y el Príncipe de Ho leyó estas palabras: Hay cuatro
valiosos tesoros: Una mujer bella, un hijo valiente y un buen libro son los tres
primeros; y el recuerdo de estos tres es el cuarto tesoro.
El Príncipe de Ho se apoyó sobre su bastón, inclinó su cabeza y enviando su
pensamiento hacia la Estrella del Norte, pronunció interiormente una plegaria: - Oh
Cielo Soberano, Emperador Celestial, perdona la iniquidad humana, pues destruí el
conocimiento.
Entonces Keen, el Emperador Amarillo, cuyo Trono es la Estrella del Norte, inclinó su
oído ante la plegaria del Príncipe de Ho y envióle un espíritu en forma de anciano
monje.
Cuando el Príncipe de Ho alzó su rostro después de orar, vio sentado sobre la cabeza de
la tortuga de piedra a un hombre muy viejo envuelto en un manto descolorido. El
anciano tenía el blanco cabello atado con un nudo en la coronilla, áspero bigote, y un
amarillo diente retorcido; se apoyaba en un bastón rugoso y en una mano exhibía los
cuatro pedazos de una escudilla rota.
El Príncipe de Ho comprendió de inmediato que el anciano era un genio. Por ello le
rindió homenaje, postrándose en el suelo y tocando tres veces la tierra con su frente.
Los cuatro generales, que no vieron al anciano, guardaron maravillado silencio.
El genio aceptó el saludo del Príncipe de Ho, y extendió aún más su mano con los
cuatro pedazos de porcelana.
- Oh poderoso General, he aquí lo que viniste a tomar. Mira el tesoro por el que
pisoteaste los cuerpos de los muertos. Mira el tesoro de la Casa de Shung.
Entonces el Príncipe de Ho se golpeó el pecho y gimió con voz lastimera: - ¡Oh, el mal
que he hecho! Los espíritus de mis padres me atormentarán. Mis hijos me olvidarán, y
los hijos de mis hijos no harán peregrinajes a mi tumba. Ya es bastante maldad el que
matara a muchos pero mayor maldad aún es haber matado el conocimiento. Maté
muchos libros, y asesiné la belleza en su templo. Me deshonré ante el Cielo. Me humillé
ante la tierra. Ni siquiera la muerte puede corregir este error.
El genio sentado sobre la cabeza de la tortuga, rió a través de su diente único con risa
seca y carcajeante.
- Oh Ilustre Príncipe - rió el anciano - ¿jamás cesarás en tu vanidad? ¿Qué te hace creer,
oh hombrecillo de zapatos altos, que pudiste matar la belleza? El Grande nacido de la
boca del pez ha dicho: “¿Puede el hombre destruir lo que no puede crear?" La Belleza,
Príncipe de Ho, es un Espíritu, y diez mil arqueros no pueden matar un Espíritu.
- No bromees conmigo - suplicó el Príncipe de Ho. - Soy un hombre arruinado ante los
rostros de mis antepasados. Déjame librado a mi dolor, pues debo hacer una ofrenda a
las Voces de los Libros que silencié para siempre.
El mensajero del Emperador Celestial habló en una lengua extraña, y de pronto apareció
una silla, con grandes almohadones y alto respaldo. El genio hizo señas al Príncipe de
Ho para que se sentase. Los generales se maravillaron al ver a su Príncipe sentarse en el
vacío, permaneciendo suspendido.
El genio del diente único juntó sus ropas alrededor de sí y se dirigió al Príncipe de Ho: -
Si Mi Señor, que se juzga tan grande como para temer sus propios actos, me escucha, le
contaré una historia del Libro de los Shans del Cielo.
- Escucho, oh Santo - respondió el Príncipe de Ho. Entonces el genio narró el misterio
de la Belleza Inmortal.
- Desde el principio del tiempo, Ilustre Príncipe, hubo hombres que amaron la belleza y
buscaron crear imágenes de ella, cada cual a su modo. Algunas imágenes eran muy
burdas; algunas canciones no tenían melodía. Pero para quien las hacía, cada una tenía
una belleza secreta. Había un prodigio revelado en cada forma, que los demás no podían
ver. Así fue que los hombres de los antiguos tiempos, antes de los Emperadores
Terrestres, escribieron en montañas, pintaron en rocas y cantaron al aire. Y todos los
genios, que vivían en las montañas y entre las rocas, vieron, oyeron y entendieron. Y el
Emperador Amarillo entendió, pues él oye todo, conoce todo y entiende todo. Y pasaron
los grandes tiempos y los hombres construyeron ciudades y nacieron eruditos, poetas y
músicos que tocaron cuerdas de seda, y diestros trabajadores del metal y talladores del
marfil, y quienes pulían las gemas. Pero yo pregunto esto, oh Príncipe de Ho, ¿de dónde
proviene el pensamiento que el erudito estructura con diez mil caracteres? ¿De dónde
recoge el poeta los pétalos de su verso? ¿Qué canta en las cuerdas de la música? ¿Estas
cosas emanan del vacío? ¿O piensas, tal vez, que el Emperador Amarillo envía un
Gandharva para entretejer el hechizo? ... Con mucha seguridad que no, Príncipe de Ho.
Los primeros soñadores jamás perecieron. La esperanza trazada en la antigua roca es la
misma esperanza que habla a través del pincel del erudito. Las burdas formas de las
primeras molduras del hombre viven nuevamente en la perfección del Han. Siglo tras
siglo, el tiempo, la incuria, la guerra y la decadencia devoran los tesoros de la tierra,
pero no tocan el Alma de la Belleza ni corrompen su Espíritu de modo alguno. Una vez
hubo un alfarero que confeccionó un platito y cuando lo terminó estaba feliz porque
había dado forma a la Belleza. Y un día el platito se rompió. Pero el platito no murió. Se
convirtió en un Espíritu. Mil años después otro alfarero confeccionó el mismo plato. No
lo sabía, pero el plato formado con la arcilla húmeda por su rueda giratoria era el mismo
plato renacido que viviera mil años antes. Mas así como el hombre logra un cuerpo
mejor con cada nuevo nacimiento, de igual modo la segunda vez el plato que nació tuvo
como agregado una pequeña asa, y era de línea más graciosa. Y el platito fue muy bello,
y su vida duró veinte años. Y se rompió otra vez, y otra vez se convirtió en un Espíritu.
Nuevamente el platito esperó mil años antes que otro alfarero lo confeccionara de
nuevo. Esta vez se le agregó un dibujo, pero todavía era el mismo Espíritu, la misma
Belleza, el mismo plato. Pues todos los platos, como las canciones, los poemas y el
buen consejo, son inmortales. De modo que cada vez que este plato se rompió, esperó,
flotando en el aire, hasta que otro alfarero lo soñara. Y después de diez veces diez veces
en la rueda, el mismo platito un día fue llevado a la casa del tesoro de Shung. Ahora era
delicadísima porcelana con dibujos de florecillas de oro, y tan frágil que parecía más
bien su Espíritu mismo que una cosa terrena. Y en la casa del tesoro de Shung se
rompió otra vez. Esta vez, oh Príncipe de Ho, tú eres la causa de que se haya roto.
El genio arrojó los cuatro pedazos de porcelana a los pies del Príncipe.
- ¿Piensas, oh necio, que porque estos pedazos rotos serán enterrados otra vez en el
polvo, has destruido la Belleza, y tienes el poder de matar al Espíritu de tan siquiera un
platito de arcilla? Mañana vendrá otro soñador. El platito vivirá de nuevo. Y seguirá
viviendo hasta el fin cuando todos los hombres se conviertan en Espíritus y se sienten
juntos en el Banquete del Emperador Amarillo. En esa fiesta estarán también cuencos
espirituales para que cada uno de los mandarines pueda beber su te. Así sucede con
todas las obras realizadas por los hombres. No te lamentes por los libros que
incendiaste, que serán reescritos otra vez. No te lamentes por los poemas que perdiste,
pues otro poeta los hallará en su alma. No te lamentes por las canciones que silenciaste,
pues seguirán cantándose por toda la Eternidad. Soñamos lo que destruimos, sólo para
despertar y descubrir que nada se pierde. Con una bola de fuego incendiaste la Casa de
las Diez Mil Lenguas, pero ninguna de esas lenguas fue silenciada, oh Príncipe de Ho.
Los hombres buscaron silenciar las lenguas desde el principio del mundo, pero las
palabras del primer hombre serán pronunciadas nuevamente por el último hombre, pues
las lenguas no se silenciarán. El conocimiento no perece con sus libros, pero los
hombres perecerían sin conocimiento. De modo que los hombres por siempre escribirán
libros, y aunque no lo sepan están escribiendo por siempre el mismo libro. Un
pensamiento jamás es menos nuestro que cuando creemos que nos pertenece. Los
pensamientos semejan pájaros; vuelan desde el cielo y se van nuevamente. Igual que el
Sagrado Fénix, jefe de todos los pájaros, son inmortales. Los hombres pueden morir por
sus pensamientos porque los hombres son mortales. Mas los pensamientos jamás
mueren en manos de los hombres, porque los pensamientos son inmortales. Por ello,
conténtate, Príncipe de Ho, con aprender tu lección. Los hombres abrigan pensamientos
y sueños sobre la belleza, y los protegen porque les parece que esas son cosas frágiles.
Empero, la simple hebra hilada por el poeta es más fuerte que todas las sogas y cuerdas
del mundo, y alguna vez atará juntos a todos los hombres. Una delgada pintura sobre su
frágil seda puede parecer algo débil y tierno, que requiere protección constante. Pero
esa débil línea es más fuerte que las montañas más antigua que los cielos, más duradera
que el tiempo. Oh Príncipe, ha de servirse la Belleza no porque sea frágil y necesite
protección sino porque es Divina y merece homenaje. Oh Príncipe de Ho, busca la
Belleza, pero no la busques en las cenizas de tu casa del tesoro. Búscala entre las ruinas
de tu propio corazón, creadas por tus ambiciones. Oh Príncipe, es mejor ser Siervo de la
Belleza que Gobernante de los Hombres.
Cuando terminó de hablar, el genio juntó su capa sobre su cabeza y volvió a la Estrella
del Norte.
El Príncipe de Ho se levantó del asiento, que desapareció en el espacio, y caminó hacia
sus generales.
- Tengo una resolución - dijo con voz firme y tranquila - Retornaré a mi reino. Una vez
de nuevo en mi ciudad pasaré los bienes a mi hijo y vestiré el manto amarillo. Los días
que me quedan los consagraré a dos obras. Leeré los Sutras para prepararme para un
renacimiento más noble. Y tomaré una rueda de alfarero y rezaré para que la habilidad
dada a mis manos me permita crear un nuevo cuerpo para el espíritu de un cuenco roto.
Señores míos, ahora conozco el misterio del Tesoro de Tai Shung.
EL JARDÍN DEL VlZCONDE TI
He aquí el relato fiel y verídico de la extraña desaparición del Excelentísimo Primo
(tres veces desaparecido) de Su Serena Majestad, la Emperatriz de los Logros
Exquisitos. Todo garantizado con el sello de Su Excelencia el Marqués Yin, Secretario
de Asuntos Secretos.
El día undécimo de la luna novena del año del Buey de Madera, el año décimo-séptimo
del glorioso reino de Su Majestad, el Vizconde Ti desapareció bajo muy extrañas
circunstancias de la Gran Silla Barnizada en el Palacio del Lirio Blanco.
Su Majestad, cuyo amor por su pueblo está más allá de lo comprensible, convocó a su
presencia al Marqués Yin, que es jefe de la policía secreta, y se dirigió a él así:
- Muy Honorable y Excelente Señor Marqués, nos han llegado nuevas de que nuestro
Amado Primo, el Vizconde Ti, que no ejerce su cargo debido al peso de sus años, hace
una semana desapareció de la Gran Silla de Sus Padres, en el Palacio del Lirio Blanco.
Investiga ahora la causa de este fenómeno, y si acaece que fue asesinado por sus
enemigos, indágalos y destrúyelos. Una vez que resuelvas completamente la
desaparición, presenta entonces tu informe con todos los detalles.
Después de cuatro meses y un día, el Marqués Yin se acercó al Trono para efectuar su
relación ante la Emperatriz.
Su Majestad recibió a su Señor Secretario en la sala de los Dragones del Cielo, a la que
aquél llevara una caja magnífica que media un codo de cada lado; la caja estaba
asegurada con borlas de cuerdas de seda amarilla, anudadas en el Dibujo de la Buena
Fortuna. El Marqués Yin también llevaba un largo rollo escrito por su exquisita mano
sobre fino papel. El rollo estaba atado con brocado rojo y dorado, y la varilla estaba
guarnecida por dragones tallados en jade, con cinco garras cada uno. Y el escrito estaba
firmado con los grandes sellos color bermellón del Marqués Yin. Y esto era lo que
estaba escrito sobre el largo rollo:
Las propiedades de Su Excelencia el Vizconde Ti están en el Norte, contra la Gran
Muralla, y en un tiempo muy remoto fueron conferidas a la familia de los Señores de Ti
por el segundo Emperador de Bendita Memoria. Su extinta Excelencia fue el
sexagésimo-sexto mandarín de una ininterrumpida descendencia de Señores del Palacio
del Lirio Blanco.
Cuando Su Excelencia el Vizconde Ti estaba en su vigésimo-segundo año, ocurrió que
fue causa directa de su extraña desaparición.
Un día de ese año partió del jardín de su palacio en una jaca blanca, con su lanza de
verde penacho ondeando en la brisa, y tomó el ancho camino que conducía al Norte, y
sus grandes perros corrían con él.
Después de dos horas llegó a la puerta de la muralla que se abría hacia el Desierto
Eterno de Shamo, donde sólo vivían los espíritus. En la puerta encontró al Capitán de
ésta, vestido con armadura de bambú. En ese entonces el héroe Kwan-Hsi era el Capitán
de la Puerta Norte, y saludó al Vizconde Ti: - Salve, Mi Señor de Ti. ¿Qué te trae a la
Puerta del Destierro?
- Mi Señor - replicó el joven Vizconde - cabalgo según mi fantasía, y mi fantasía me
trajo hasta aquí.
El Capitán de la Puerta inclinó su cabeza con un gesto hospitalario: -¿Mi Señor de Ti
beberá té conmigo a la sombra de la Vieja Muralla?
- Beberé té con el valiente héroe Kwan-Hsi, y mi caballo descansará, y mis perros
tendrán agua.
Y así fue que el Vizconde Ti aprendió los misterios del Desierto Eterno, narrados por el
Guardián de la Puerta Norte mientras juntos bebían té. Esto fue lo que indagó:
- Valiente Capitán de los Secretos de Gobi, cuéntame de la vieja arena que es la Madre
del Mundo.
El Guardián de la Puerta sirvió más te y, mesándose la negra barba, respondió: - Fui
guardián de este camino durante veinte años y nunca atravesé la sombra de esta torre.
Sólo te diré lo que oí, Mi Señor Vizconde, pues nada he visto. Esta Puerta Norte es la
frontera del mundo mortal. Más allá de su sombra todo es magia y brujería. Está escrito
que más allá de la arena negra está la Ciudad Encantada de Yo, donde el maestro Laotsé
llegó montado en un buey verde, y en algún lugar, más allá de la bruma que flota
encima del desierto, están los genios, junto a las orillas del Lago Escarlata. También
hay demonios con cabezas de caballos, y monstruos que devoran carne humana, y los
fantasmas de los hombres malvados que fueron desterrados para morir en la arena. Mi
Señor Vizconde, ni siquiera los más valerosos héroes de la China se aventurarían a
entrar en el desierto de Shamo, pues allí mora la muerte para destruír a todos los que
abandonan la sombra de la Gran Muralla.
Al instante el Vizconde resolvió desentrañar el misterio que ahora consideramos: - Me
internaré en la arena y descubriré por mi mismo el Mundo de los Espíritus. Me atreveré
a lo que ni siquiera los héroes tuvieron el valor de intentar. Prepara mi caballo, y
encadena a mis perros a la muralla.
El Capitán de la Puerta suplicó a Mi Señor de Ti con advertencias que sólo sirvieron
para afirmar más al joven Vizconde en su decisión. Al fin el héroe Kwan-Hsi abrió la
puerta, y el Señor de Ti cabalgó internándose en la Arena Eterna. Y los perros que
dejara atados a la anilla de la muralla aullaron angustiados, y el Guardián de la Puerta
lloró al sentarse a la sombra de la torre.
Más allá de la Puerta Norte el camino era estrecho y tortuoso, y en todo su trayecto
estaba salpicado de brillantes huesos de criminales desterrados de China para que
muriesen.
Mi Señor de Ti cabalgó muchas horas. Al caer la noche resolvió permanecer en el
desierto hasta la mañana, y regresar luego a la Puerta Norte por el camino de huesos.
Estaba contrariado; no había visto fantasmas ni demonios, y durmió junto a su caballo
con su lanza de verde penacho clavada en el suelo.
Cuando Mi Señor de Ti despertó por la mañana, se asombró de descubrir que estaba en
un extraño sitio de muchos caminos, todos salpicados de huesos, y que llevaban en
diversas direcciones. No sabía cual escoger por lo que decidió viajar según el sol,
partiendo en dirección Sud.
Todo ese día anduvo por las sendas de huesos, y al ponerse el sol supo que estaba
perdido. Por doquier los huesos se cruzaban y volvían a cruzar, y hasta donde llegaba la
vista se apreciaban huesos de difuntos amontonados y dispersos.
De repente, entre los huesos surgió un anciano, llevando un ancho sombrero de paja y
un manto desgarrado. Mi Señor de Ti se dirigió a él de esta manera: - Venerable Padre,
¿puedes indicarme el camino que conduce de regreso al Reino Medio?
El anciano espíritu rió gozoso y mostró sus desdentadas encías: - No hay camino de
regreso al Reino Medio. Estás en las Arenas Encantadas del Desierto Eterno. Pronto tus
huesos brillarán blancos al sol.
Diciendo esto el anciano agitó sus delgados brazos en el aire y, chillando de risa, corrió
de vuelta hasta el montón de huesos.
Y el Vizconde Ti supo que había visto un fantasma.
Cuando anocheció, el Vizconde Ti se resignó a morir, sabedor de que no podría luchar
contra la Vieja Magia de Shamo. Vio muchos fantasmas arrastrándose entre montones
de huesos, y sus gritos horribles congelaron su alma. Bien se decía que sólo había
muerte más allá de la sombra de la muralla.
En un espacio abierto junto al sendero, resolvió prepararse para morir; carecía de agua y
ni él ni su caballo podrían vivir otro día en el calor del desierto.
Como estaba muy cansado, Mi Señor se quedó dormido.
Hacia la madrugada despertó de improviso. Había luna llena y las negras arenas de
Gobi estaban bañadas de luz plateada. Hacia el Norte se alzaban las murallas y torres de
una Ciudad Mágica, blanca y brillante. La ciudad parecía flotar en el aire, y estaba
conectada con la tierra mediante un puente de plata que terminaba a sus pies. Y el
Vizconde Ti supo en su corazón que esta era la Ciudad Encantada de Yo a la que llegara
el maestro Lao-tsé montado en un buey verde.
Rebosante de asombro, Mi Señor de Ti tomó su lanza en la mano y, atravesando a pie el
puente de plata, entró en la ciudad. Por doquier había templos, jardines y arroyuelos que
fluían sobre rocas cristalinas. Pero no vio criatura viviente alguna.
Entonces Mi Señor llegó hasta una puertecita y, atravesándola, se encontró en un
jardincillo de rarísima belleza. En el lado más distante del jardín había un portal
circular, y como Mi Señor de Ti se detuvo sin saber qué rumbo tomar, apareció en aquel
portal circular una figura radiante. Tan esplendorosa fue la aparición que el Vizconde Ti
cayó de rodillas y bajó la punta de su lanza de verde penacho.
La doncella que contempló era exquisita, más allá de cualquier ser del mundo mortal.
En su caballo había alfileres enjoyados que refulgían con fuego blanco; su largo manto
era de tela plateada, circundado por un cinturón de gemas; y junto a ella había una
grulla blanca con cabeza de reborde carmesí.
La doncella habló, y su voz parecía campanillas de un templo: - Soy Li-Lee, Genio de la
Ciudad de Yo. Habrías perecido con seguridad, hombre necio, si no te hubiese visto en
mi espejo metálico. ¿Por qué viniste a la Arena Eterna?
El Vizconde Ti replicó: - Cabalgo según mi fantasía, y mi fantasía me trajo aquí.
Ahora bien, como Su Majestad bien lo sabe, los genios y las hadas no son como las
criaturas mortales, pues no tienen corazón ni conocen el amor ni el dolor. Pero debido a
que no tienen corazón, en ellos no hay maldad, y en acuerdo con la risa y la canción,
viven como los pájaros. Y Li-Lee, el Genio, atrapó el corazón del Señor de Ti en una
red de sonrisas, y éste olvidó todo lo demás salvó la Ciudad de Yo y la mágica luz lunar
que nunca terminaba.
Pero cuando Mi Señor de Ti le habló de su amor a la doncella, ésta sólo rió y huyó con
su grulla, pues nada entendía de amor.
Mas los genios no albergan maldad, y cuando Li-Lee vio que Mi Señor el Vizconde
estaba conmovido por una gran tristeza, ella misma volvió a él en el jardín plateado,
diciendo: - Mi Señor de Ti, ¡ay!, tú no conoces el modo de ser de los espíritus. No
nacimos como los mortales. Nos crean los pensamientos de los poetas. Vivimos miles
de años y nunca conocemos la enfermedad ni el sufrimiento. Siempre somos felices, y,
cuando es tiempo de que muramos, nos desvanecemos como la niebla al amanecer, y
retornamos a los rayos de luna que componen nuestros cuerpos. No puedo conocer tu
amor porque no tengo alma.
Entonces Mi Señor de Ti dijo: - Déjame convertirme en espíritu como tú, para que
pueda permanecer contigo para siempre bajo los rayos de la luna.
Y Li-Lee, el Genio, sacudió su cabeza: - Eso no puede ser, pues tienes un alma
inmortal, y cuando mueras te convertirás en espíritu, no en genio. Y jamás podrás ir a
dormir bajo los rayos de la luna.
- ¿Entonces, no hay modo - suplicó Mi Señor de Ti - para que nos unamos y tú puedas
conocer qué hay en mi corazón?
Y Li-Lee, el Genio de Yo, respondió: - Sólo hay un modo, y dificilísimo. Como
nacemos de los pensamientos de los poetas, te diré cómo nací. Escucha bien: Una vez,
hace siglos, había un cruel Emperador que desdeñaba la instrucción, y hacía que todos
los eruditos, músicos, artistas y poetas, fuesen sometidos a esclavitud, para que nadie
ridiculizase su ignorancia. Y puso estos esclavos a la tarea de construir la Gran Muralla
en torno del Reino Medio. Y cuando morían de agotamiento, echaba sus cuerpos dentro
de la argamasa. Chang Yu, un hombre viejo y enfermo, era un gran poeta de esa época.
Y se le hizo transportar ladrillos para construir la muralla, y después de muchos meses
cayó bajo el peso y murió con los latigazos de los conductores de esclavos sobre sus
espaldas. Mientras Chang Yu yacía moribundo, dio la casualidad que vio una florecilla
silvestre que crecía entre las rocas, junto a él. Y al mirar la flor, una gran felicidad llenó
su corazón, y musitó estas palabras: - La Belleza es eterna y sobrevivirá a todas las
malas acciones humanas.
- Con este noble poema en su corazón, Chang Yu murió, y yo nací de ese poema; pues
soy la felicidad de los últimos momentos de Chang Yu.
El Vizconde Ti guardó silencio cuando el Genio de Yo hizo una pausa, pero había una
gran comprensión en su corazón.
Luego el Genio de Yo continuó: - Nadie conoció el poema que había en el corazón de
Chang Yu, y su cadáver fue arrojado dentro de la muralla. La florecilla fue aplastada
bajo el pie de un obrero, y yo soy todo lo que quedó, yo, ser sin alma, modelado con la
sustancia de un poema. Sólo puedo ganar un alma de una manera: cuando el poema de
Chang Yu se inmortalice, de modo que todos los hombres tengan sus palabras en sus
corazones. Cuando los hombres den alma a la Belleza, entonces la Belleza se
inmortalizará.
Mi Señor de Ti miró el rostro de Li-Lee, el Genio: - Si puedo conferir inmortalidad a las
palabras de Chang Yu, y entonces tienes un alma, ¿vendrás conmigo hasta el Palacio del
Lirio Blanco?
- Iré Mi Señor. Mas poco comprendes cuán difícil será tu tarea.
- No puedo fracasar - dijo el Señor de Ti -. Mira, presto juramento sobre mi lanza.
Un día en que el sol reposaba sobre las Montañas del Oeste, el Capitán de la Puerta
Norte oyó un débil golpe en la Gran Puerta y, al abrir, vio a un hombre que yacía en la
arena. El Vizconde Ti había regresado del Desierto Mágico al Reino Medio.
El Capitán llevó a Mi Señor hasta una casita donde vivía, a la sombra de la Gran
Muralla. Y Kwan-Hsi cuidó a Mi Señor tiernamente durante muchos días. Al fin, Mi
Señor de Ti recuperó la salud, y supo que había estado ausente cinco años y que todos le
suponían muerto.
Como Su Majestad conoce, el Vizconde Ti llegó a ser hombre de rara distinción, y fiel
servidor del Reino Medio. Con tu propia mano le honraste y le convertiste en
Gobernador de Educación. Y él hizo que el poema de Chang Yu circulase en todo el
Imperio, con las palabras del poema colocadas sobre las Puertas de la Erudición. Y
mediante sus esfuerzos el desconocido poeta Chang Yu fue elevado a la distinción de un
difunto digno de veneración, con el título de Maestro de las Palabras de la Verdad
Profunda.
Asimismo, Su Majestad está en conocimiento que, como Mi Señor de Ti jamas se casó,
el hijo de su hermano hereda sus bienes. Hace diez años Su Señoría pidió ser relevado
de su cargo público para poder retirarse al Palacio del Lirio Blanco, para empezar allí la
construcción de su jardín Mágico. Llevó obreros especializados de todas las provincias
de China y les ordenó construirle un jardín similar al de la Ciudad Fantasmal de Yo. Se
proveyeron árboles de cristal, flores de perlas, y cascadas que fluían sobre rocas de
zafiro. Se aportaron todos los vastos tesoros de la Casa de Ti, y el jardín se convirtió en
maravilla del mundo. Y cuando fue concluido, el Vizconde Ti acudió a sentarse en la
Gran Silla Negra y a mirar fijamente dentro de su jardín Mágico iluminado con una luna
artificial.
¿Puede el Señor Secretario de Su Majestad ser lo bastante audaz como para dar por
sentado que Su Señoría estaba en la creencia de que el jardín Mágico de algún modo le
acercaba a Li-Lee, el Genio de Yo?
Un día, hace unos cinco años, el Vizconde Ti fue atacado por la enfermedad que
inutiliza las piernas de un hombre. Ya no pudo caminar más, mas su deseo era que cada
mañana, se le llevase hasta la Gran Silla de modo que pudiese mirar dentro de su jardín
Mágico; y el Señor de Ti se sentaba muchas horas ante el Portal del Jardín. Esto se supo
por el Chambelán de su casa. La mayor parte del tiempo estaba taciturno, pero
ocasionalmente repetía las palabras del poeta Chang Yu: - La Belleza es eterna, y
sobrevivirá a todas las malas acciones humanas.
Fue después de enfermarse que Mi Señor contrató a un famoso escultor para que le
tallase en blanco alabastro las figuras de Li-Lee con su grulla blanca. Las colocó en el
portal lunar de su jardín Mágico, tal como la viera en aquella primera ocasión en la
Ciudad Encantada.
Gran júbilo había en el corazón de Vizconde Ti el día de la misteriosa desaparición,
pues habíase enterado que las palabras de Chang Yu serían incluidas en la Edición
Imperial de Mil Poemas Inmortales. Su satisfacción era intensa, y miró largamente
dentro de las profundidades del jardín Mágico.
La noche siguiente el Chambelán llegó para supervisar el traslado del Vizconde Ti a su
lecho cuando la Gran Silla Negra fue hallada vacía, circunstancia muy destacable
porque Su Señoría no podía caminar.
Una semana después de la desaparición del Vizconde Ti, Su Majestad Imperial me
ordenó que estudiase los hechos. De inmediato viajé a la Provincia del Norte y efectué
todas las investigaciones posibles. La mía fue una investigación cabal, pero no pude
descubrir huella alguna de Mi Señor de Ti. Examiné todas las partes del Palacio del
Lirio Blanco en busca de habitaciones secretas, e interrogué a todos cuantos servían a
Su Señoría. Al fin parecía que el misterio jamás sería resuelto. Hallándome en ese
aprieto se me ocurrió uno de esos felices pensamientos que revelaron la superioridad de
mi intelecto, justificando la confianza que Su Majestad tiene en mi.
Yo había considerado que cerca del Palacio del Lirio Blanco vive un venerable santo
taoísta, dotado con el poder de la visión espiritual y que podía convertir metales bajos
en oro. Corrí hacia su retiro para suplicar su ayuda en la solución de la extraña
circunstancia, diciéndole: - Ancianísimo y Sapientísimo Padre, ¿indagarás a los
espíritus acerca de la desaparición del Vizconde Ti?
Cuando se enteró que era deseo de Su Majestad hallar la respuesta a la pregunta,
emprendió amablemente la adivinación. Este santo taoísta descubre cosas secretas en
cuencos con agua, y su sabiduría es excepcional. Te transmitiré ahora sus exactas
palabras, que son extraordinarias y casi trascienden lo creíble.
- Percibo al Vizconde Ti, sentado en la Gran Silla del Palacio del Lirio Blanco. Está
muy enfermo pero hay júbilo en su corazón, pues confirió inmortalidad al poema de ese
excelente erudito, Chang Yu. El Vizconde Ti ahora habla a la imagen de Li-Lee en el
portal lunar de su jardín Mágico, diciendo: - Bello Genio de Yo cumplí el juramento
que presté sobre mi lanza, y las palabras de Chang Yu están ahora preservadas para
siempre en el libro de los Mil Poemas Inmortales.
- De inmediato, la imagen de alabastro brilla con luz esplendorosa, y lentamente cobra
vida. Li-Lee, con su grulla blanca atraviesa caminando el portal e ingresa al jardín,
diciendo: - Mi Señor de Ti, realmente cumpliste con tu palabra, y me diste un alma. Y
porque tengo un alma estoy triste, pues veo la enfermedad de tus años. Conozco tu dolor
y el corazón que me diste comparte tu dolor.
- El Señor de Ti, sentado en la Gran Silla, está mirando dentro de los ojos de Li-Lee;
anhela levantarse y abrazarla, pero sus miembros están muertos. Ahora habla otra vez: -
Porque diste inmortalidad a la belleza de un poema, de modo similar te conferiste la
curación de tu cuerpo. ¡Levántate y ven a mi, entremos en el jardín Mágico!
Y cuando el Vizconde Ti trata de incorporarse de su silla, descubre que puede caminar,
y quedan detrás de él, totalmente, todas sus dolencias y sus años. Se introduce en el
jardín Mágico, es otra vez el joven que osó internarse en el Desierto de Shamo, y en su
mano esta la lanza de verde penacho.
Estas, Su Majestad, son las exactas palabras del santo monje, según lo que viera en su
cuenco encantado.
Cuando la visión fue referida por entero, interrogué al monje: - Reverendo Señor,
¿dónde le descubriré, entonces, según la voluntad de Su Majestad la Emperatriz?
El monje replicó: - Excelentísimo Marqués de Yin, puedes buscarle con Li-Lee en el
jardín Mágico. Allí moran juntos bajo los rayos de la luna donde encontraran su amor.
Su Majestad, expliqué al monje que esta respuesta sólo complicaba mis dificultades; no
era posible para su Señoría estar en el Jardín. Y el sabio se enojó conmigo y rehusó
discutir más sobre la cuestión.
Entonces regresé al Palacio del Lirio Blanco, y por ser absolutamente cuidadoso
respecto de todas mis acciones debido a las responsabilidades que Su Majestad me
confiara, examiné con gran esmero todas las partes del jardín Mágico. Así llegué a
descubrir cuál es la solución del misterio. Vacilaría en presentar los hechos debido a lo
extraño de las circunstancias, si no fuese que Su Majestad es sabia, trascendiendo toda
mortal limitación.
El Marqués de Yin bajó cuidadosamente el rollo que estaba leyendo. Se acercó a la
mesita en la que estaba la caja negra con sus cordones de seda y desató los nudos con
gran delicadeza, mientras refulgía la luz de las gemas en las superficies de sus uñas.
Luego el Marqués de Yin levantó la parte superior de la caja, y quedó en evidencia un
jardín en miniatura, con sus plantas y flores modeladas con piedras preciosas: - Este, Su
Majestad, es el jardín Mágico del Vizconde Ti. Percibirás que es extremadamente difícil
imaginar que Su Señoría sea descubierto aquí.
Su Majestad la Emperatriz de los Logros Exquisitos quedó arrobada ante la belleza del
jardín. Se levantó de su silla y pidió la ayuda del Marqués de Yin a fin de aproximarse
al jardín, pues los pies de su Majestad estaban atados y le era difícil caminar sin ayuda.
- Excelentísimo Marqués de Yin, éste es realmente un tesoro que excede todo precio.
Hiciste bien en traerlo aquí, pues construiré un palacio que le sirva de templo. Pero, te
ruego me digas cómo descubriste al Vizconde Ti en este diminuto jardín.
El Marqués de Yin introdujo su mano en la manga de su manto y sacó un gran zafiro de
agua finísima, gema pulida a modo de lente, engarzada en un asa de oro verde.
- Si su Majestad es lo bastante graciosa como para examinar el jardín con esta piedra,
percibirá de inmediato la solución de la extraordinaria circunstancia de la desaparición
de Su Señoría, el Vizconde Ti.
Su Majestad sostuvo el lente ante su ojo y miró dentro del jardín Mágico.
- Mi Señor de Yin, a través de la potencia de esta gema puede percibirse con grandes
detalles el esplendor artístico, pero es preciso confesar que no hay vestigios que revelen
el paradero de nuestro Amado Primo, tres veces desaparecido.
El Marqués de Yin cruzó sus brazos en las mangas de su gran chaqueta, con su actitud
de majestuosa importancia modificada correctamente por el decoro de la ocasión: - Su
Majestad percibirá la diminuta imagen de Li-Lee y su blanca grulla en el portal lunar,
exactamente como lo describiera en mi informe. Con la ayuda de este lente advertirá
que la fineza artística es tan extraordinaria hasta el mínimo detalle que el Genio de Yo
Parece vivo. El maestro artesano Fu de Yunnan, a quien Su Majestad empleara
graciosamente en varias ocasiones, efectuó la talla, y en el consumado esmero de mis
métodos en todas las cosas relativas a Su Majestad, traje al escultor Fu para que
examinase la imagen que confeccionara, y no sólo me informa que la figura no es obra
de sus manos, sino que además cuestiona que cualquier ser humano pueda modelar tan
perfecta figura.
Su Majestad la Emperatriz de los Logros Exquisitos examinó la estatuilla a través de la
piedra de zafiro, y luego inclinó su cabeza significando estar de acuerdo.
- Si Su Majestad vuelve el lente hacia el punto que ahora le indico - continuó el
Marqués de Yin -, observará una segunda figura en el jardín, igual en belleza y fineza a
la primera. Esta segunda figura esta arrodillada al pie de los escalones que conducen
ascendentemente hacia el portal lunar. Observará que es la diminuta imagen de un
hombre que lleva un peto de armadura de bambú, y que sostiene ante sí una lanza de
verde penacho y la cabeza de la lanza apunta hacia el suelo. Como Su Majestad sin
duda habrá comprendido, esta diminuta figura es una semejanza perfecta de Su
Excelencia el Vizconde Ti. El diestro artesano, Fu de Yunnan, informa que jamás se le
encomendó confeccionar esta segunda figura.
Su Majestad la Emperatriz de los Logros Exquisitos extendió su mano para tomar la
figura del Vizconde Ti. Al instante el Marqués de Yin abrió su pantalla y la colocó entre
Su Majestad y la figurilla, diciendo: - Ilustre Señora, te suplico no toques la estatua del
Vizconde Ti hasta que te haya revelado todo el secreto del jardín Mágico.
Su Excelencia de Yin tocó un resorte oculto en la barnizada base. Se abrió un pequeño
compartimiento secreto, descubriendo un globo de vidrio azul del tamaño de un huevo
de faisán: - Es mi deber, con el espíritu de completa integridad que motiva todas mis
acciones, informar a Su Majestad que esta es la Luna Mágica de Yo, y que estoy
reconocido, por su correcta identificación, al venerabílísimo monje taoísta que lee todos
los secretos naturales en sus cuencos de agua. Con tu permiso, haz que se oscurezca esta
habitación.
Cuando las pesadas cortinas de brocado cayeron sobre las ventanas, la Luna Mágica de
Yo proyectó largos rayos de luz azul que titilaban como alas de mariposas nocturnas
alrededor de una vela. Con reverencia el Marqués de Yin alzó el brillante globo azul del
compartimiento secreto y lo colocó en una pequeña repisa, en la parte superior del
jardín Mágico. Luego, el Señor Marqués ofreció su brazo a la Emperatriz,
-¿Regresará Su Majestad graciosamente a su silla y observará lo que sigue? Cuando se
siente, estará Su Majestad en la misma relación con el jardín que Su Excelencia el
Vizconde Ti la noche que desapareció.
Cuando Su Majestad se sentó, se dirigió al Marqués de Yin: - Confiamos, Mi Señor
Marqués, en que no haya probabilidad de que nos desvanezcamos de modo similar por
causa de este experimento.
La actitud del Marqués de Yin fue expresión de un gran agravio personal: - Majestad,
mientras el Señor de Yin custodia tu destino, la tragedia es imposible. Dirige tú la
atención al jardín Mágico, totalmente, sin miedo.
Lo que sigue está registrado según el exacto informe de Su Majestad en persona, y
carece de la posibilidad de hasta el error más infinitesimal.
Cuando Su Majestad miró, la Luna Mágica de Yo llenó toda la habitación con una luz
tan suave como la de la luna llena; luego lentamente se elevó del pedestal y pendió en el
aire en la parte superior de la estancia. Sus pálidos rayos envolvían los árboles
enjoyados y la cascada de zafiro del jardín Mágico, y brillaban con un fulgor que no era
terreno.
Gradualmente el jardín creció de tamaño. Las paredes de la habitación de los Dragones
del Cielo se abrieron y desvanecieron hasta que la Emperatriz, sentada en su silla,
apareció en el umbral del Mundo Feérico de Yo.
El Marqués de Yin, de pie junto a la Emperatriz, susurró en su oído: - Cuando Su
Excelencia Mi Señor de Ti construyó su jardín Mágico y se sentó ante él, vio sólo lo
que Su Majestad percibiera antes de oscurecerse la habitación. Pero ese último día,
cuando supo que el poema de Chang Yu estaba incluido en la Edición Imperial de los
Mil Poemas Inmortales, cumplió el juramento prestado sobre su lanza. Al anochecer de
ese última día, Li-Lee produjo esta magia y así cumplió la promesa formulada en la
Ciudad Fantasmal de Gobi. Como Su Majestad sabe, los genios tienen secretos Poderes
que trascienden la comprensión de los mortales. El Vizconde Ti, bajo la magia de la
luna de vidrio, se levantó de su silla como ya te relaté, y entró en el jardín Mágico.
Observa las estatuas, Majestad.
Y Su Majestad la Emperatriz observó la Puerta Lunar y vio que Li-Lee y su grulla
blanca habían tomado vida. La arrodillada figura del Vizconde Ti también se levantó en
ese momento y se acercó a la figura de LiLee, diciendo: - Amada doncella de Yo,
cumplí mi juramento.
Nuevamente el Marqués de Yin susurró al oído de la Emperatriz: - Fue en este
momento, Majestad, que el Chambelán y los sirvientes del Vizconde Ti llegaron para
llevar a Su Señoría hasta su lecho. Llevaban consigo lámparas, destruyendo así la
Magia de la Luna. Entonces las figuras retornaron a sus tamaños en miniatura, y Li-Lee
y el Vizconde Ti quedaron atrapados en el jardín como dos diminutas estatuas.
La Emperatriz inclinó su cabeza en graciosa comprensión, y continuó observando la
escena que ahora se desarrollaba.
Li-Lee, el Genio de Yo, habló entonces al Vizconde Ti: - Mi Amado Señor, porque
cumpliste tu palabra me diste un alma, y porque tengo un alma modelada con las
palabras del Poeta Chang Yu ya no soy una criatura de los rayos lunares, y puedo ir
contigo hasta la Escalera del Fénix que conduce al Gran Palacio de los Inmortales.
Y Li-Lee, que fuera el Genio de Yo, tomó la mano del Vizconde Ti y caminaron juntos
a través del jardín Mágico. En la puerta una escalera parecía formada de rayos de luna,
y la ascendieron juntos, y el Vizconde Ti se apoyó en la lanza con el verde penacho.
Mientras Su Majestad la Emperatriz observaba, ellos subieron cada vez más alto, y
finalmente desaparecieron en el espacio.
El Marqués de Yin ordenó que se corriesen las cortinas e instantáneamente cesó la
Magia, y el jardín enjoyado quedó sobre la mesa, y la Luna Feérica retornó a su
pedestal.
El Marqués de Yin habló otra vez: - Majestad, observarás que el jardín retornó a su
tamaño natural, pero las figuras de Li-Lee y el Vizconde Ti ya no están allí. Así tuve el
placer de informar a Su Majestad que resolví la desaparición del Vizconde Ti de la Gran
Silla de sus Padres en el Palacio del Lirio-Blanco.
LA AVENTURA INTELECTUAL DE LA SEÑORA MEIN SI
En los gloriosos años del Emperador Wang-Li vivían tres amigos de raro gusto y
superiores logros.
El primero era Su Señoría Fan-Han-Shu, guerrero descollante en coraje y
discernimiento, y General en Jefe de los ejércitos del Estandarte Verde.
El segundo era Su Excelencia el Conde Chi-Men-Fu, experto en bellas artes y
Consejero Privado de la corte de Su Majestad el Emperador.
El tercero era Su Eminencia el Venerable Sanjan, llegado del Norte, Alto Abad del
Monasterio del Pelo Sagrado del Buda.
Estos hombres exquisitos hallaron extremo placer en idear ingeniosas diversiones
intelectuales para entretenerse mutuamente.
Después, por una feliz circunstancia que no es parte del presente relato, sucedió que la
bella y cumplida cortesana, Señora Mein Si, se les unió en sus diversiones. Era una
mujer de logros selectos, y gozaba de las preferencias de un Príncipe Imperial, cuyo
nombre sería indiscreto mencionar.
Era costumbre de estos tres exquisitos y de la Señora Mein Si reunirse cada mes la
noche de Luna Nueva. En la ocasión que deseamos describir se reunieron en el Palacio
de las Flores de Ciruelo, conferido a la Señora Mein Si como muestra de intensa estima
por el Príncipe cuyo nombre no sería de buen gusto revelar.
Cuando llegó la hora de la intelectual aventura, los cuatro se reunieron en torno de una
gran mesa de roja madera de teca en la Cámara de los Cisnes Blancos, y la Señora Mein
Si se dirigió a ellos:
- Mis Señores, espirituales y temporales, según las normas de nuestra asociación es mi
ocasión proporcionar la sustancia de nuestra aventura.
Entonces sacó de la manga de su manto pequeñas bolsas confeccionadas con fino
brocado de seda, cada una de diferente color.
- Estas bolsitas, Mis Señores, contienen incienso compuesto por madera de sándalo y
raras resinas y esencias. Cada una es diferente, y sólo yo conozco las fórmulas. En
orden apropiado cada uno de vosotros escogerá graciosamente una de las bolsas y
quemará el incienso en el cuenco de latón ubicado ante vosotros. Luego de inhalar el
humo, describiréis los ingredientes y las demás impresiones que lleguen a vuestras
mentes.
Tomó un platito blanco delicadamente tallado, del cajón de la mesa.
- Esta pieza preciosa de antiguo jade pertenecerá a quien sea más preciso en su juicio.
- Excelente, excelente - murmuró admirado el Alto Abad -. La Señora Mein Si supera a
todas las demás mujeres mortales en la sutileza de su imaginación. He aquí un desafío
digno de nuestro genio natural. Hagamos las pruebas.
La Señora Mein Si sonrió recatadamente y señaló la mesa con la punta de su pantalla: -
¿Mi Señor General hará la primera selección?
El Ilustre Fan-Han-Shu eligió la bolsa roja y dejó caer el polvo en el plato de latón que
estaba ante él. Luego extendió su mano hasta la ancha faja y sacó un taleguillo de cuero
conteniendo cadena y pedernal que utilizaba para encender su pipa. Con unos pocos
golpes diestros de la cadena, las chispas encendieron el incienso y una pequeña línea de
humo azul surgió ante sus rostros.
Luego habló lentamente: - Huelo guerra en este humo; no guerra de hombres sino de la
naturaleza, lucha de tierra y cielo. Aquí hay melisas y de su fuerza y calidad el árbol
creció solo en algún lugar rocoso y peleó contra los dragones del viento y la tormenta.
Mis delicadas narices también me informan que el suelo era pobre y contenía mucho
azufre, de modo que el árbol creció cerca de tierra volcánica. En algún tiempo un
hombre cocinó carne bajo este árbol, y las raíces tomaron el sabor de las cenizas de su
fuego. Aunque la tierra era mala, había considerable agua en las cercanías, y la
humedad era impelida hacia el árbol. Por todos estos testimonios, sostenidos por mi
sobrenatural intuición, soy de opinión que este polvo de melisa provino de las costas del
Lago Ta en la Provincia Oriental.
- ¿Hay algo más? - preguntó la Señora Mein Si.
- Sólo mirra, para confundir mi juicio, la cual, si mi nariz no me engaña, Su Señoría, fue
mantenida durante algún tiempo en una caja de marfil.
El Alto Abad, que era dado a traviesos chistes, observó: - Parecería que la energía que
Mi Señor General derrochó en el crecimiento de su barba, no vació la fuerza de sus
narices.
Luego de una pausa apropiada, para permitir que se apreciase este humor, la Señora
Mein Si convocó nuevamente a la mesa.
- ¿Hará ahora su selección el Excelentísimo Conde?
El Conde Chin-Men-Fu escogió la bolsa azul y encendió el incienso con un carbón del
primer cuenco. Luego se puso de pie y dejó que el humo ascendiese hasta su rostro.
Olió varias veces y luego volvió a sentarse, con una mirada de completa complacencia.
- Este compuesto es más difícil que el de Mi Señor General. Es realmente afortunado
que yo sea un hombre que viajó mucho, y dueño de talento extraordinario; de lo
contrario la prueba habría superado mi destreza. En este polvo están juntas muchas
flores y, por la modalidad de la mezcla, el incienso llegó de la India. Pero todos los
aromas tienen una cualidad común que me dice que las flores son de una región. por
ello me formuló la pregunta sobre qué parte de la India es tan favorecida por la riqueza
natural. Puede haber sólo una respuesta: Kashmir. Los astutos mercaderes que trajeron
tan lejos este aroma, en procura de beneficios, deseaban estar muy seguros de su
ganancia, por lo que adulteraron el polvo con una especie de resina que se halla
solamente en Sinkiang, por lo que presumo que vinieron en camellos por la ruta de las
caravanas en el País del Norte. Asimismo, en el humo hay algo rancio que sugiere que
el polvo era demasiado caro como para que se lo vendiera rápidamente. Por esto Su
Señoría pudo comprar el incienso por una fracción de su verdadero valor. Debido a que
el aroma no era fuerte, le agregaste un aceite perfumado de Cantón; no para engañarme,
pues consideraste la fórmula bastante difícil, sino porque la falta de aroma era
decepcionante.
Por un rato nadie habló y luego el Venerable Abad observó tranquilamente: - Temo que
la perspectiva de ser el próximo a examinar me impide la formación de una agudeza
apropiada.
Tomó la tercera bolsa, que era amarilla, y la llevó delicadamente hasta su nariz antes de
volcar su contenido: - Me parece oler un aroma medicinal... Veremos.
El polvo ardió lentamente, emitiendo un vapor pesado y acre que el Alto Abad parecía
juntar con su pantalla, basta hallarse en medio de una densa nube. Al fin pareció
satisfecho.
El rostro del Venerable Sanjan estaba serio, pero sus ojos hacían guiños. - Siempre es
así; la broma vuelve al bromista. Soy el más delgado de nosotros, y este polvo es un
remedio para los obesos. Es cierto, estaba escondido con azafrán y especies, pero la
mandrágora encendida no puede ocultarse con tanta facilidad. Esta medicina fue un
secreto de la familia Hong durante muchos siglos, y no hay otro sitio donde se la pueda
comprar. No sería muy benévolo revelar su fórmula cuidadosamente conservada, por lo
que buscaré por otra parte cosas de interés.
Apantalló más el humo hacia su rostro.
- Su Señoría apoyó esta medicina en un polvo. Precisamente, antes de ello cortaste lirios
en el jardín, y alguna fragancia quedó en tus manos. El azafrán era de tu cocina, pues en
él detecto el aroma de comida cocinándose. Debiste agregarle el azafrán al caer la tarde,
y las comidas que huelo son las que serviste esta noche. ¿No es así?
La Señora Mein Si movió la cabeza alegremente, y luego se dirigió a todos: - Es
dificilísimo conceder la recompense, pues cada uno de vosotros leyó correctamente la
historia del humo. Por ello, me parece que el premio pertenece a Su Excelencia el
Conde Chi-Men-Fu, pues el destino le deparó el más difícil de los compuestos.
Entonces habló el Señor General: - Estas pruebas sólo dejaron una cosa por desear.
Debido a que ella dispuso esta aventura intelectual, no le fue posible a la Señora Mein
Si competir con nosotros por el premio.
Hubiera deseado su favor de compartir con nosotros esta prueba de habilidad.
Su Excelencia el Conde aprovechó la ocasión para decir: - Es una suerte realmente que
Su Señoría no haya participado en esta prueba o con seguridad yo no hubiera surgido
vencedor.
El Venerable Sanjan se aclaró la garganta discretamente: - Tal vez podría disponerse
que la Señora Mein Si participase de esta admirable competencia de intelectos. Si me
soportáis, expondré una curiosa narración.
- Te ruego que prosigas - tronó el General en Jefe Fan-Han-Shun -. Somos toda atención
a las palabras del Alto Abad.
- Lamentablemente, mi historia es de considerable extensión, pero la narraré con la
mayor brevedad posible. El Venerable Sanjan suavizó el frente de su largo manto y
continuó: - El Monasterio del Pelo Sagrado del Buda esta sobre una alta roca, junto a las
orillas del Océano de Arena. Cerca de la puerta hay una vieja torre construida con
ladrillos de tierra y paja. Esta torre fue erigida para contener las reliquias de un Santo
budista muy anciano cuyo nombre no se recuerda más. Hace quince años, el anciano
Alto Abad de santificada memoria que fue mi predecesor, sabedor de que había llegado
su hora, llamó a todos los monjes dentro de la Gran Sala para que rogasen con él por
una feliz transición de su espíritu hacia el Paraíso Occidental de Amitabha. Cuando nos
sentamos juntos haciendo girar la Rueda de la Plegaria y cantando los mantrams de
nuestra fe, este anciano y buen hombre entró en su última meditación y se alejó de
nosotros ingresando en la Gran Paz. Cuando aún rezábamos, llegó del Norte una
tormenta, y en medio de ésta un rayo golpeó la torre donde yacían los restos del Artha
desconocido. Una vez disipada la tormenta, fui con los monjes a examinar los daños. Un
lado de la torre había sido cortado como si se tratase de un agudo cuchillo, dejando al
descubierto una pequeña habitación. Como el extinto Abad me había nombrado su
sucesor, los monjes me eligieron para que examinase este cuarto antes de ponernos a
restaurar el stupa. Portador de una lampara de aceite de yak, entré en la pequeña
estancia y percibí contra la pared de más allá una antigua imagen de Nuestro Señor el
Buda. Era muy tosca, y parecía hecha de burda arcilla, y en torno de su cuello había una
pieza de tela roja, podrida por el largo tiempo. Las manos de la imagen formaban un
estrecho estante en el regazo, y en este estante había una diminuta torre dorada, de unas
dos pulgadas de altura. Supe que era una reliquia santísima y, colocando mi lámpara en
el suelo, me arrodillé y rendí homenaje a las semillas del alma de la desconocida
persona sagrada. Después reuní a los funcionarios de nuestra Casa Religiosa y les pedí
su consentimiento respecto de la disposición apropiada del pequeño relicario de oro.
Fue decisión de ellos que no se lo cambiase de la desmoronada tumba y que se
convirtiese en insignia particular de nuestro Monasterio. De este modo su virtud pasaría
de un Alto Abad a otro por el término de duración de nuestra Orden. Entre los monjes
había uno diestro en trabajar metales, y confeccionó una cadena de oro, y una caja
adecuada a la pequeña torre, tal como el engarce de un anillo se adapta a una piedra
preciosa. Cuando se me entronizó como Señor Abad, esta cadena fue ubicada en torno
de mi cuello, y la llevaré toda mi vida.
El Venerable Sanjan desdobló el hombro de su mantón y sacó del interior de sus ropas
un pesado pendiente de oro con una turquesa engarzada. En el centro de la delicada
filigrana estaba la pequeña torre. El Alto Abad sacó el relicario de su apoyo y lo colocó
reverentemente sobre la mesa en medio del grupo. Los tres sabios y la Señora Mein Si
se levantaron de sus sillas y rindieron homenaje a la Santa Reliquia.
El Alto Abad retomó su relato: - Esta torre de oro contiene dos compartimientos. En el
superior hay siete piedrecillas circulares, que parecen perlas. Estas se hallan, por lo
común, entre las cenizas de un gran Arhat después que el cuerpo fue cremado. Son las
semillas del alma que ya mencioné. El compartimiento inferior contiene alrededor de
una cucharada de finas cenizas grises. Los hermanos de nuestro Monasterio comparten
conmigo un deseo profundo y reverente de descubrir la identidad del viejo hermano
cuyas reliquias están ante vosotros. ¿Puedo sugerir que la graciosa Señora Mein Si
intente resolver este enigma?
El Conde Chi-Men-Fu, debido a que era conocedor de todas las cuestiones relativas a la
elegancia, retuvo la respiración entre los dientes como expresión de aprobación: - El
relato es extraordinario, ¿pero cómo restauraremos un suceso remoto partiendo de estos
restos venerables pero escasos?
La Señora Mein Si contempló el relicario durante varios minutos, Luego puso una mano
en la manga de su manto y sacó una daga pequeña y fina, cuya empuñadura tenía
incrustados murciélagos de buena suerte, labrada en ámbar y jade. Dejando la daga
frente a la pequeña pagoda que contenía las reliquias del Arhat desconocido, se dirigió a
los tres intelectuales: - Mis Señores, se me ocurre que este desafío presenta dificultades
insuperables en lo que concierne a nuestras aptitudes mentales. - Lamento decir que es
preciso estar de acuerdo - tronó el General en jefe Fan-Han-Shu, tirando vigorosamente
de sus bigotes.
La Señora Mein Si inclinó su cabeza: - Mi Señor General, fuiste siempre un hombre
devastado por una decorosa modestia. Permíteme entonces ofrecer mi solución de este
muy estimulante problema.
Con la cucharita de marfil de su botella de inhalaciones, su Señoría colocó
reverentemente ante sí unos pocos granos de las santas cenizas en un chato disco de
jade. Luego, alzando la daga abrió diestramente una venita de su muñeca y dejó caer
varias gotas de sangre para que se mezclasen con las cenizas.
Una mirada de satisfacción y comprensión intensas cubrió el rostro del Venerable
Sanjan. Se inclinó hacia adelante y murmuró: - La Ilustre Señora es sabia en la
erudición del Norte; perdóname si valoricé en menos tus distinguidos logros.
La Señora Mein Si cerró la vena de su muñeca presionando con su pulgar y miró cómo
las rojas gotas parecían devorar el polvo gris: - El espíritu de la sangre. Mis Señores,
examinará estas circunstancias. Sólo la sangre conoce todas las cosas.
Cuando la sangre empezó a coagularse, parecía un granate hondo y redondo que emitía
destellos de luz roja oscura. Lentamente, la Señora Mein Si se puso de pie, mirando con
intensa concentración las llamas que titilaban en torno de la superficie del disco de jade.
Con tranquilidad desató los pliegues de su manto pesadamente bordado y quitó de su
cabellera los ornamentos de pluma de martín pescador.
- Mis Señores, estamos en presencia de un misterio; realicemos este Sacramento con
una humildad apropiada a nuestra superioridad intelectual.
El General en jefe Fan-Han-Shu, Comandante de los Ejércitos del Estandarte Verde, y
el Conde Chi-Men-Fu, Consejero Privado de la corte de Su Majestad el Emperador, se
quitaron sosegadamente las insignias de sus cargos. Se quitaron de sus dedos los anillos
con piedras preciosas, y colocaron los diversos adornos y ornamentos ante el pequeño
relicario, sobre la mesa. Sólo el Venerable Sanjan permaneció inmóvil, salvo que quitó
las cuentas de su rosario del cuello de su manto.
La Señora Mein Si, con un vestido de seda blanca lisa, se adelantó, y con la cuchara de
marfil alzó la gema de sangre y la dejó caer en los ardientes carbones del brasero. Al
instante hubo una combustión. Un denso humo blanco surgió del plato y envolvió a Su
Señoría. En medio del humo ella tambaleó como si estuviese en trance. El Venerable
Sanjan entonó un mantram con aliento contenido, mientras sus dedos finos y largos
pasaban una a una las cuentas del rosario.
La Señora Mein Si habló entonces con voz distante y sin vida: - Mis Señores,
espirituales y temporales, les informaré con toda fidelidad lo que percibo. Mi sangre me
llama desde el fuego, y narra una historia a mi mente, a mi corazón y a mis ojos.
El Venerable Sanjan se puso suavemente de rodillas ante la mesa, y el Señor General y
el Alto Abad siguieron su ejemplo. El Alto Abad murmuró: - En esta hora percibimos,
el perfecto accionar de la Ley. La Rueda del Tiempo gira hacia atrás sobre su antiguo
eje.
La Señora Mein Si efectuó entonces su narración que fue extensa pero memorable.
- Hay un camino, detrás están las montañas, y junto al camino está la choza de un
campesino. Hace mucho tiempo y muy lejos, el sol está alto, y la tierra esta seca. Se
acerca un grupo de peregrinos. Son monjes, de mantos amarillos. Algunos son jóvenes,
caminan con pasos firmes; otros son viejos y débiles, y se sostienen con cayados largos
y pesados. En medio de los monjes hay uno de muchos años y de muy noble continente.
Su cabeza está rapada, y sus pies desnudos, y oscurecido por el polvo del camino. Lleva
un cuenco de arcilla en una mano, y en la otra un cayado con el que apoya sus pasos.
Miro en sus ojos, mis Señores; son profundos y anchos, y en sus honduras están las
llamas. Y hay llamas que titilan en torno de su cabeza y hombros. Los monjes entonan
una antigua canción, y el aire está lleno de música de flautas, tambores y campanas que
retañen.
La Señora Mein Si cesó de hablar, parecía exhausta, y el Venerable Sanjan miró su
rostro intensamente mientras temblaba en los vapores azul-blancuzcos que surgían del
brasero.
Su Señoría retomó la narración: - Los monjes llegaron a la choza del paisano, y el santo
con llamas en sus ojos golpea la puerta. Los demás están a pequeña distancia,
observando. La puerta se abre y el pobre campesino está en la entrada. Mira el rostro del
anciano monje, y luego cae de rodillas, en oración. El santo sonríe sosegadamente, y sin
hablar extiende su cuenco mendicante. Ahora, mis Señores, percibo la actividad de la
mente del campesino. Es pobre pero muy orgulloso. Su deseo es poner algo de gran
valor en el cuenco del monje, pero nada tiene para dar. Mas por sobre todo es orgulloso
y no admitirá que carece de medios. Entonces recuerda que hay una olla de comida y
también recuerda que la comida esta echada a perder por causa del calor. Pero también
es demasiado orgulloso como para decir la verdad, especialmente cuando muchos
monjes le observan. De modo que entra en la casa y trae la olla, y con sus manos
desnudas pone comida en el cuenco del santo. Todo el tiempo los ojos del monje están
clavados en él, mirando con una sonrisa triste y paciente en su corazón. El pobre
campesino no puede soportar los ojos del monje y, luego de llenar el cuenco, vuelve a
introducirse rápidamente en la casa.
Cuando está solo, el campesino se siente apabullado por la culpa pues sabe que su
orgullo le hizo realizar una mala acción. Al sentarse solo, junto al fogón, su espíritu se
turba, y ruega que se le perdone el orgullo que hay en él, y se siente muy miserable. Los
monjes prosiguieron su rumbo por el camino polvoriento y al anochecer llegan a un
bosquecillo de finos árboles, y resuelven pasar allí la noche. Se sientan en círculo y el
viejo monje de llamas en los ojos se sienta con ellos en un bajo montículo, con el
cuenco de comida en su regazo. Y el viejo monje habla así: - Venerables y amados
hermanos, he aquí el fin de mi viaje; les informaré sobre el prodigioso funcionamiento
de la Ley.
Su voz parece la canción del Vina, y el aire se llena con el tintineo de las campanas de
plata. Los monjes escuchan atentamente mientras el santo les explica un misterio: -
Antes del principio del mundo fue escrita esta noche, pues en esta muy auspiciosa
ocasión llega el fin de mi karma. En una casita al costado del camino había un hombre
con orgullo en su corazón. El hombre, la casa, el orgullo y la olla de comida, me
estuvieron esperando muchas edades y muchas vidas. Hoy quedé frente a frente con la
perfección de mi destino.
Habla uno de los monjes, y su voz esta alterada: - Maestro, háblanos del significado de
tus palabras.
El viejo monje observa el cuenco que está sobre su regazo y replica:
- Esta comida está contaminada. Cuando la coma, moriré.
El monje más joven, que esta junto a él, habla nuevamente: - Entonces tírala, Maestro.
Comparte con nosotros nuestra comida; hay suficiente.
El santo sacude su cabeza: - Es ley de nuestra Hermandad que será nuestra comida lo
que se nos ofrezca y no se rechazará parte alguna de ella. Como os dije, esperé este día
desde el principio de mi tiempo, pues aquí, dentro de este cuenco fluye la última
corriente de mi karma.
La Señora Mein Si abrió sus ojos un segundo y luego se hundió otra vez en la visión: -
Pasaron unos días, y veo nuevamente al campesino, está abandonando su casa, lleva un
sombrero de paja; tiene un atado sobre su espalda, y es muy humilde, y todo el orgullo
desapareció de él. Su mente me dice que sale en busca del santo, a pedir perdón por su
pecado. Avanza por el viejo camino polvoriento, y al anochecer se acerca al bosquecillo
de finos árboles. Cuando se aproxima, percibe brillantes llamas que surgen en medio de
aquéllos, llenando el cielo de humo. Al llegar a los árboles, un monje de manto amarillo
sale a saludarle: - La paz sea contigo, hermano. ¿A quién buscas?
El campesino inclina su cabeza avergonzado: - ¡soy un desdichado! He pecado, y vengo
en busca del perdón del viejo monje con llamas en sus ojos, que pidió comida en la
puerta de mi choza.
El monje de manto amarillo guarda silencio y conduce al campesino entre los árboles
hasta la pira funeraria que arde. El monje señala el fuego: - Desdichado, nuestro
Maestro comió tu alimento contaminado y nos abandonó. Hasta ahora se consume su
cuerpo.
Con un grito de desconsuelo el campesino se lanza hacia las llamas pero es retenido por
varios monjes.
- Dejadme morir también, pues por mi orgullo causó la muerte de un santo.
Sostenido por los santos, el campesino atribulado es conducido hasta un monje alto y
delgado que esta solo. Uno dice: - Ananda, ha llegado; háblale de la Ley.
Ananda sonríe grave y tristemente, y retiene al campesino en sus brazos: - Lo que liga
por el pecado, se desliga mediante la rectitud. Nuestro Maestro ordenó que te
aceptáramos, pues a través de ti alcanzó la Liberación. Hace muchas vidas, antes que
recibiera la Iluminación, había realizado una mala acción sobre tu persona. Esta era su
última deuda impaga. Este fue el fin de su karma. Este es el perfecto funcionamiento de
la Ley.
Entonces el campesino llora: - Pero, ¿qué ocurre con mi pecado actual? Pues con
seguridad, con mi orgullo maté a una persona santificada.
Ananda sonríe nuevamente, con una sonrisa muy suave: - Ese, hijo mío, es el karma que
deberás llevar hasta que aquel contra quien pecaste te libere de igual manera. Únete a
nuestra Hermandad y dedica tu vida a las buenas obras. Sirve a la Ley, y en la plenitud
del tiempo tu error se convertirá en acierto.
Pasan tres días y tres noches. Las santas cenizas están frías. Las reliquias del santo han
sido reunidas por los monjes en pequeñas torres de arcilla. Y los Hermanos del Manto
Amarillo han partido, entonando sus viejas canciones mientras viajan por el camino
polvoriento que conduce sobre las montañas y a través de los valles hasta la Liberación.
El campesino les acompaña y su cabeza está rapada, lleva el manto amarillo y, en su
mano, el cuenco de mendicante. Ahora percibo que la contrición del campesino es
sincera. Realiza muchas obras maravillosas, y se convierte en un celebrado Arhat,
teniendo muchos discípulos. Pasan los años y viaja a lugares y tierras remotas. Sus
méritos se tornan tan numerosos que el karma de quinientas vidas es transmutado por
actos virtuosos. Ahora veo a este sabio santificado y humilde en la plenitud de sus años.
Es muy anciano y está muy enfermo, y sentado con sus discípulos junto a la orilla de un
arroyuelo, se dirige a los que le rodean: - Amados hermanos del Sendero Medio, no
puedo seguir más; llegué al fin de mi vida. Aquí, en este tranquilo lugar, debo
separarme de las fatigas de la carne. Debido a la mala acción que mi orgullo me hizo
cometer cuando era joven, no recibiré la Liberación en esta vida. Debo nacer otra vez y
recorrer los caminos de la Tierra hasta que pague mi deuda al hombre a quien hice daño.
Rogad por mi, hermanos míos, pues mi causa es desesperada. Lo único que puede
liberarme ha entrado en la Gran Paz y no nacerá nuevamente.
En esa hora el viejo santo oye el tintineo de campanas de plata, y sabedor de que ha
llegado el tiempo de abandonar esta vida, entra en la meditación que es la disolución de
la carne. Y lo que sigue, los discípulos no lo ven ni lo oyen, pero se les permite que
después sean testigos de las consecuencias.
El aire se llena de música celestial y una procesión de seres divinos desciende de los
cielos. En medio de la espléndida compañía de los inmortales está el santo con llamas
en sus ojos. Lleva un simple manto de tela amarilla y, en una mano, un cuenco de
mendicante. Descendiendo de la región luminosa, el santo se acerca al santo moribundo
y le extiende su cuenco.
El viejo monje, en su última meditación, ve la extraña y tranquila faz del santo, y
solloza con angustia en su corazón: - Oh Amado Maestro, nada tengo que darte. Oh
Santo con llamas en tus ojos, tú solo puedes liberarme. Has ingresado en el Nirvana. Ya
no podré pagar más la deuda. No queda un solo camino, salvo tu compasión:
¡perdóname mi pecado!
El santo del cuenco de mendicante sonríe gentilmente, y miles de lucecitas titilan en sus
ojos y en torno de su rostro cuando habla: - Predicaste la Buena Ley, realizaste las
Buenas Acciones, y viviste la Buena Vida. Mira dentro de mi cuenco. No estará jamás
vacío. Una vez, hace mucho tiempo, por orgullo llenaste este cuenco con comida
contaminada, pero este día, por humildad lo llenaste otra vez con el elixir de la
Bienaventuranza Eterna destilada de las plegarias de gratitud que mereciste por tu
desinteresado servicio. En esto está el funcionamiento perfecto de la Ley. Es costumbre
de nuestra Hermandad que la comida que se reciba, deberá comerse sin poderse
rechazar parte alguna. Ven entonces, compartamos el contenido de este cuenco. Has
alcanzado la Liberación, no por el perdón del pecado sino por la realización de la virtud.
Esta es la Ley que está más allá de la Ley.
Aunque los discípulos no comprenden el misterio interior que tiene lugar, de repente
observan un milagro. El cuerpo del santo moribundo es consumido ante sus ojos por una
llama interna. En pocos momentos todos los restos son cenizas y siete piedrecillas
brillantes. Esto es recogido reverentemente en un plato de arcilla y tiempo después será
colocado en una pequeña torre de oro, junto con parte de las cenizas.
La Señora Mein Si se sentó lentamente y miró con atención al Venerable Abad, al Señor
General, y al Señor Conde, y luego completó rápidamente su narración: - Mis Señores,
espirituales y temporales, las semillas del alma y las cenizas de esta pequeña torre de
oro son las reliquias del hombre cuyo orgullo produjo la muerte de Nuestro Señor el
Buda.
LA CASA DE LOS PISOS CANTORES
El Marqués de Q era Señor de Tres Provincias y tenía muchos vasallos, pero no se
trataba de un Hombre Superior y no podía escribir poesía.
Y porque no era un Hombre Superior tenía mente pequeña y pies grandes, y no
reverenciaba a los Ocho Objetos Santos.
Cuando el Venerable Abad de Chu-Lung llegó con las Cenizas Sagradas, el Señor de Q
rióse mucho entre sus barbas, diciendo: - El polvo de este necio monje no hallará
descanso en la tierra de mis Tres Provincias.
El Santo de Chu-Lung replicó: - El Marqués de Q no desea acumular mérito para su
próxima vida?
Y porque era hijo de Kai el pescador, y porque no era un Hombre Superior y porque no
podía pintar sobre fina seda, el Señor de Q respondió: - Mi padre se pudre en la oscura
tierra, y en poco tiempo yaceré junto a él en el largo silencio. No hay otra vida que esta.
Márchate, estúpido, y déjame los días que todavía me pertenecen.
El Marqués de Q estaba orgulloso, regodeándose de su fuerza, pero su corazón estaba
muy perturbado pues razonaba de esta manera: - Asolé muchas ciudades, maté a los
ancianos por su riqueza, y también maté a los hijos de esos ancianos. Y puesto que soy
rico, hay señores ambiciosos que envidian mi riqueza, y se conjurarán por causa de mis
bienes para destruirme.
Y porque no era un Hombre Superior y porque no respetaba las propiedades y porque
tenía muchos enemigos, el Señor Marqués temía morir antes de la plenitud de sus años.
Pero el Mandarín de Q tenía mente astuta, y en el extremo de su temor ideó medios que
preservasen su vida. Envió a buscar al chambelán de su casa, y se dirigió a él con estas
palabras: - Mi Señor Chambelán, elegiréis los obreros más diestros de mis Tres
Provincias, y me construirán un palacio junto a las orillas del Río Yao. Los pisos de este
palacio serán construidos de modo tal que el peso del pie de un hombre sobre ellos haga
que las tablas canten como las voces de los pájaros del Bosque de Loo. En medio de
este palacio viviré el resto de mis días, para que mis enemigos no se arrastren hasta mi y
me maten mientras duermo.
Y de este modo el Marqués de Q, que no era un Hombre Superior, construyó la Casa de
los Pisos Cantores junto a las orillas del Río Yao.
Debido al miedo que había en su corazón, el Señor de Q se sentaba, día tras día, en una
gran silla barnizada, con una maza en sus rodillas, atento al aviso sonoro de los Pisos
Cantores. Y la melancolía se apoderó de su mente hasta que los hombres dijeron que
estaba loco.
Entonces el Señor Marqués careció del don de entender las almas de los hombres, por lo
que no podía estar al tanto de que el principal de aquellos que conspiraba contra él era
su propio hijo, que codiciaba las riquezas de las Tres Provincias.
Por esta razón el Señor de Q no prestó atención al aviso sonoro semejante a los trinos de
los pájaros del bosque cuando su hijo único le llevó la taza de te envenenado a la Casa
de los Pisos Cantores.
De modo que el Marqués tomó la taza de manos de su hijo y bebió el veneno sin miedo.
Y una gran enfermedad hizo presa de él y supo que estaba a punto de morir, y mató a su
propio hijo con la maza de hierro.
Debido a que era fuerte y temía morir, el Señor de Q luchó siete días con el veneno de
su cuerpo, pero la sustancia maligna había consumido su vida. De modo que el Marqués
de Q, que no era un Hombre Superior, murió al octavo día en horas del amanecer, y su
cadáver yació en la Casa de los Pisos Cantores junto a las orillas del Río Yao.
Y los Señores Temporales de las Tres Provincias, se reunieron en la Sala de los Leones
Combatientes y permanecieron silenciosos ante el difunto, y las borlas de sus bonetes
colgaban sobre sus ojos.
El Señor Abad de Chu-Lung hizo girar la Rueda de la Plegaria y entonó a la muerte
cánticos del Bardo. Cuando terminó, los Mandarines recorrieron junto al cadáver del
Marqués de Q el trayecto de los muertos. Y dejaron el cuerpo en una tumba de piedra
gris junto a las orillas del Río Yao. Luego cada uno de los Señores regresó a su casa y
se alegró en su corazón de que hubiese muerto el Señor de Q, que no era un Hombre
Superior.
El Venerable Abad de Chu-Lung estaba leyendo las Sagradas Escrituras de nuestro
Señor Buda cuando percibió interiormente que un espíritu deseaba hablar con él. Por
ello permitió que el incorpóreo entrase y fuese bienvenido, y el espíritu del Marqués de
Q estuvo ante él en la Sala de los Diez Mil Libros.
El Alto Abad del Sombrero Amarillo trajo te y lo puso ante el espíritu, y habló así: -
Percibo con mi ojo interior que Mi Señor de Q, que hace tan poco se despidió de su
cuerpo, desea conversar conmigo. ¿Beberá mi te en el Monasterio de Chu-Lung?
- Me sentaré con el Venerable Abad y beberé su te - replicó el espíritu - Y porque me
despedí de mi cuerpo, hay algunas cuestiones que deseo discutir con el Obispo del
Sombrero Amarillo.
El Santo de Chu-Lung cerró el Libro de las Sagradas Escrituras y se sentó
sosegadamente en su silla diciendo: - Estoy atento a las palabras de su difunta
Excelencia, el Marqués de Q.
- Mi Señor Abad, estoy gravemente perturbado pues percibo que aunque mi cuerpo ha
muerto, todavía vivo.
El Mandarín de Q sostuvo la fina taza de porcelana con ambas manos y bebió su te.
Luego continuó: - La circunstancia es embarazosa e inconveniente.
El Obispo del Sombrero Amarillo hizo profunda reverencia y murmuró: - Tengo
compasión del infortunio del difunto Señor Marqués.
El espíritu habló nuevamente: - Estoy inconmensurablemente deprimido ante la
perspectiva de una existencia continuada, especialmente si estoy obligado a ser testigo
del mal manejo de mis bienes por mi honorable tío, de dotes distinguidas y pobre juicio.
- Comprendo la lamentable situación en la que mi Señor de Q está tan desdichadamente
ubicado - replicó el Abad de Chu-Lung mientras servía más te.
Contemplo otra posible probabilidad - prosiguió el difunto Marqués -Hace unos años
hallé conveniente asesinar a mi venerado hermano, el Vizconde Fa. Presumo que él
también sobrevive en este detestable estado. Si ahora nos encontráramos, esto sería muy
carente de delicadeza.
El Señor Abad unió sus manos en las largas mangas de su manto e inclinó su cabeza
asintiendo.
- Luego, me parece recordar que contribuí a que mi amado suegro, el Mandarín Yang,
fuese muerto con tormentos porque me desagradó en un asunto trivial. Otra asociación
entre nosotros podría considerarse desagradable.
- Eso puede ser fácilmente explicable - admitió el Señor Obispo.
El fantasma del Marqués de Q guardó silencio varios minutos mientras se apantallaba
con un abanico de plumas de pavo real. Luego el espíritu habló otra vez: - Aunque mis
opiniones en todos los asuntos son superlativas, no, me fastidia descubrir un leve
defecto en mi juicio. Enteramente contrario a mis conclusiones personales sobre el
particular, percibo que soy inmortal. Un hombre de tus logros apreciará cómo este fútil
error minó mi comprensión de mi propia infalibilidad. Sólo por el momento, Mi Señor
Abad, estoy ligeramente confuso. ¿Cuál sugerirías que es el procedimiento apropiado
para un hombre de mi exquisito cultura que se halle bajo estas desagradables
condiciones?
Después de una pausa apropiada, el Venerable Abad preguntó cumplidamente: - ¿El
difunto Marqués de Q planteó esta dificultad a Su Excelencia el Sapientísimo guardián
de las Murallas y Fosos?
El Señor Mandarín frunció levemente el ceño: - Por ser un hombre de honestidad
escrupulosa, estoy forzado a admitir que, debido enteramente a la presión del momento,
he descuidado esta formalidad. También estoy en otra desventaja. Para un hombre
distinguido como yo, no parecería conveniente seguir sin que se le atienda, pues no
tengo séquito.
La sombra de una sonrisa atravesó el rostro del Obispo del Sombrero Amarillo: - Tal
vez el Señor Marqués acepte mis servicios en esta emergencia.
El Mandarín de Q replicó cortésmente: - Aunque en el pasado discrepamos en ciertas
cuestiones, por naturaleza estoy por encima de toda pequeñez de carácter; tienes mi
permiso para acompañarme en esta ocasión.
El Señor Abad inclinó su cabeza con apropiada humildad: - Como Maestro del
Monasterio de Chu-Lung mi influencia está siempre a tu disposición.
Luego el Venerable Sacerdote entró en meditación, y saliendo de su cuerpo quedó junto
al difunto Marqués de Q en las orillas de la Tierra Gris.
- Con tu permiso avanzaremos para informar a los habitantes de este lugar sobre la
llegada del distinguido Mandarín que fuera Amo de Tres Provincias.
Caminaron juntos una corta distancia por un ancho camino. El Señor Abad estaba un
poco adelantado y sobre el costado izquierdo, según las características de la ocasión.
Frente a ellos se alzaba una alta puerta, ancha y profunda, custodiada por imágenes de
los Reyes del Dragón. Ante la puerta había una gran pantalla de madera de teca con un
solo panel, y frente a la pantalla estaba sentado el Señor de las Murallas y los Fosos en
una silla de marfil tallado. El bonete imperial sobre su cabeza daba testimonio de su
dignidad y fortuna.
El Obispo del Sombrero Amarillo avanzo, y arrodillándose reverentemente, tocó con su
frente la tierra gris del camino: - Felicitaciones al Rey de las Murallas y los Fosos de
parte del Abad de Chu-Lang, siervo de nuestro Señor el Buda.
El anciano de la silla negra alzó su mano con gesto benévolo: - Los Monjes del
Iluminado siempre son bienvenidos ante la puerta de mi casa. ¿Qué te trae aquí,
venerable señor?
- Una circunstancia de importancia inusual, Majestad. Su Excelencia el Marqués de Q,
cuyos logros indudablemente conoces, entró en la Gran Tierra tan precipitadamente que
se halla sin séquito apropiado.
El Anciano sentado ante la pantalla asintió con la cabeza: - Hace largo tiempo desde
que llegó ante mi puerta un Príncipe con su buena cohorte.
El Señor Abad estaba muy serio: - El Mandarín de Q me honró permitiéndome actuar
como su Chambelán, y con esta facultad hago conocer su presencia a Su Augusta
Persona.
El Dios de las Murallas y los Fosos murmuró con voz de viento al caer la noche: - El
Mandarín de Q puede acercase a mi silla.
El Señor Marqués se ajustó las ropas y, avanzando, efectuó apropiadas reverencias. El
anciano de la silla le miró con atención: - Mi Señor de Q, ¿cual es tu petición?
El Marqués, por no ser Hombre Superior, guardó silencio por un momento, inseguro de
sus palabras. El Venerable, alivió la tensión de la situación: - El Mandarín de Q esta
abrumado por tu augusta presencia y no puede hablar por pura modestia. Solicita el
derecho y el privilegio de trasponer esta puerta para presentarse en persona ante el
Serenísimo de las Serenidades, el Emperador de Jade.
El guardián de las Murallas y los Fosos sonrió benignamente al Señor Abad: -
Venerable monje, si este es tu deseo para el Marqués de Q, así será. Jamas será
rechazado el pedido del siervo del Buda. Puedes conducir a su Excelencia dentro del
gran salón de la Extensión de la Gracia.
Lentamente se abrieron los portales de la entrada profunda sobre sus cansados goznes, y
el Abad de Chu-Lung condujo al espíritu del Señor Marqués a través del umbral
abrumado de sombras.
Más allá había un vasto corredor con pilares a ambos lados. Este corredor era tan largo
que su extremo más distante se ocultaba en las nieblas de la distancia. Mientras
avanzaban, el Marqués de Q habló en voz baja: - El extraordinario esplendor del Mundo
Celestial hace que en mi mente surja una natural ansiedad. ¿La inusual grandiosidad de
esta región eclipsará el brillo de mis logros? Si esto ocurriera, yo no recibiría el grado
de deferencia a que estoy acostumbrado.
- Existe esa horrible posibilidad - murmuró el Señor Abad detrás de su manga.
Más allá del largo corredor de pilares había escaleras que llevaban hasta el mismo cielo.
En medio de las escaleras estaban las piedras de los dragones protectores que
custodiaban el camino contra los demonios del submundo.
Cuando finalmente el Alto Abad y el Señor Mandarín llegaron a la cima de las
escaleras, se abrió ante ellos el palacio del Emperador de Jade. Entraron en la sala
denominada La Gloria del Mundo.
En medio de la Cámara de la Piedra Preciosa estaba el Pabellón del Trono con columnas
de jade blanco puro. La Casa del Trono estaba tapizada con cortinas de seda blanca, tan
finas como la niebla que se junta al amanecer junto a las orillas del Río Yao.
En la parte más distante del Pabellón del Trono, en una silla de piedra verde brillante,
estaba sentado YuHuang Shang-ti, Gobernante Supremo del Mundo Mundanal, y
Regente del Cielo-Padre. Sus ropas estaban enjoyadas con figuras de las estrellas y
constelaciones, y llevaba el gran cetro contra su pecho. La cabeza del Emperador estaba
descubierta, y caía sobre sus hombros una larga cabellera oscura. Sólo le servían de
séquito dos leones echados a sus pies.
El Abad de Chu-Lung avanzó hasta el pie del Pabellón del Trono y se arrodilló en un
gran almohadón: - Poderosísimo de todos los Poderosos, Emperador Supremo de todos
los Reinos de la Tierra, te traigo la paz del Señor cuyo trono está sostenido por los rayos
cruzados. Recibe las palabras de loor pronunciadas por el Alma Adamantina a través de
los labios de su Sacerdote:
- Rendimos homenaje a Quien tiene la faz del Sol, mí Señor Abad - dijo una voz
profunda y bella, salida del Pabellón de Jade -. También percibimos que trajiste contigo
al espíritu del Marqués de Q, recientemente fallecido. Hazle avanzar y que rinda
homenaje al Trono.
El Mandarín de Q, muy turbado por la magnificencia de la Persona Imperial, avanzó
con vacilación, y con miedo en su corazón se arrodilló en el almohadón: - Muy
Trascendente, Inmortal y Honrado por el Cielo Emperador de Jade, recíbeme en tu
Imperio.
El Trono quedó en silencio muy largo tiempo, y luego el Emperador del Mundo habló: -
Mi Señor Marqués, nuestra Casa es grande y somos el gobernante de setenta veces
setenta reinos. ¿Cuál es la sabiduría de nuestro Señor Abad en esta cuestión?
El Venerable Maestro de Chu-Lung habló despaciosamente y con extrema deferencia: -
Si ello complace a Su Majestad, que el destino del Marqués de Q, recientemente
fallecido, sea custodiar al Emperador del Pico Oriental. Esto es de acuerdo a las
Propiedades, pues el Señor Marqués no tiene hijo que ofrezca sacrificio en su memoria.
El Emperador de Emperadores replicó: - Estamos al tanto de esta circunstancia
desgraciada y actuamos según la sugerencia del Venerable Abad del Sombrero
Amarillo. Que Su Augusta Persona, el Emperador del Pico Oriental, se acerque al
Trono.
Un panel secreto, en la pared de la Cámara de la Piedra Preciosa, se abrió
silenciosamente, y un hombre alto y majestuoso, de largas vestimentas de brocado de
seda amarilla con pájaros Fénix color bermellón, se acercó con paso imponente a las
gradas del Pabellón Blanco. Alzó su brazo saludando al Trono, y luego quedó de pie
orgullosamente con los pies separados y las manos hundidas profundamente en su
ancho cinturón. - Soy Tai-yo, Emperador del Pico Oriental. Obedezco al llamado del
Emperador de Jade de la Casa Media.
El Trono aceptó el saludo con estas palabras: - Muy gracioso primo, es nuestro placer
que administres las necesidades, espirituales y demás, del Marqués de Q, recientemente
fallecido y aquí presente. Que sea instruido sobre las normas de nuestro Reino.
El Gobernante de Setenta y cinco Cargos se dirigió una vez más al Trono: - ¿Quién
patrocina al Mandarín de Q? ¿Con qué derecho ingresa en nuestro dominio?
- El Venerabílísimo Abad de nuestro Señor el Buda, su Santidad de Chu-Lung, Maestro
de la Casa del Sombrero Amarillo.
-Es suficiente -tronó el Emperador del Pico Oriental -.Que el Mandarín de Q se levante y
me siga.
El Señor de Q, que estaba arrodillado con su rostro en el piso de verde jade, alzó su
cabeza y miró por primera vez al Emperador del Pico Oriental. Este augusto personaje
llevaba un bonete negro, y ante sus ojos había una larga y gruesa franja por lo que su
rostro no podía verse.
El Abad de Chu-Lung avanzó y saludó al Mandarín de Q: - No puedo ir más allá de este
sitio. Mi cuerpo me llama y debo regresar. Tu destino es custodiar a quienes hacen girar
la Rueda de la Ley. Adiós, Mi Señor Marqués. Hasta que el Gran Día Esté con
Nosotros.
El anciano Sacerdote se volvió y descendió las escaleras que le conducían otra vez al
mundo mortal.
El Señor de Q, que no era un Hombre Superior, siguió humildemente al Emperador del
Pico Oriental, y llegaron al fin a un lugar montañoso donde crecían retorcidos árboles
entre las rocas. El Gobernante de los Setenta y cinco Cargos dirigió la marcha por un
tortuoso sendero hasta la entrada de un templo tallado en la piedra de un alto acantilado.
Dentro del templo había una imagen inmensa, y ésta tenía ante su rostro un gran espejo
de plata bruñida.
El Emperador del Pico Oriental habló: - El nombre de este espejo es El Ojo del Destino.
Mira en él, Mi Señor Mandarín, y presta atención a la sombra.
Cuando el Marqués de Q miró en las plateadas honduras, el Gobernante de los Setenta y
Cinco Cargos, con la negra franja sobre su rostro, permaneció de pie junto a él.
En el espejo aparecieron las oscuras y quietas aguas del Río Yao, y el sol poniente
recortaba las deshilachadas velas de una barca pesquera. El Emperador del Pico
Oriental murmuró suavemente: - En esta barquilla, Mi Señor Mandarín, has nacido, tú
hijo de Kai el pescador. Ayudaste a tu padre con sus redes y juntaste madera para su
fuego junto a las orillas del río. ¿No es así?
- El espejo revela la verdad - replicó el espíritu del Señor de Q - pero eso fue hace
mucho tiempo. Yo era un niño y no había jurado todavía sobre mi corazón que me
convertiría en el Amo del Río.
La escena del disco luminoso cambió, y había un alto borde de tierra que se extendía
sobre las calmas aguas del Yao.
- Este sitio lo conozco bien - continuó el Señor Mandarín - Muchas veces escalé en mi
juventud aquellas orillas y contemplé el largo curso del río. Cuando llegué a ser Amo de
las Tres Provincias de Q, construí mi Palacio de los Pisos Cantores.
Cuando el Señor Marqués terminó de hablar, apareció en el espejo la forma de una
joven. Tenía rostro ancho y chato, y sus ojos estaban muy separados, y había tristeza en
ellos. Su cuerpo era fuerte y llevaba una corta chaqueta gris.
El Emperador del Pico Oriental retomó la ilación del relato: - La hija del Amo de las
Redes anhelaba ser la madre de tus hijos. Te hubiese dado muchos hijos para honrar a
su padre, y al anochecer, cuando las barcas llegasen, habrías oído su canción
meciéndose en las brisas del río.
Fue entonces cuando el espejo mágico se nubló con pelea y destrucción. Había batallas
en vastas planicies y ante las murallas de las ciudades. Había guerreros con armaduras
de bambú, cabalgando jacas, y el aire se oscurecía con las flechas. Había humo de
ciudades incendiadas entre las colinas, y largas filas de tumbas nuevas se alzaban en los
lugares a nivel.
El Gobernante de los Setenta y cinco Cargos siguió hablando: - De este modo es como
te hiciste Señor de las Tres Provincias. Mataste a todos los que se opusieron a tus
propósitos, y colgaste sus cabezas de las murallas de sus ciudades. ¿No está escrito que
el lugar del general victorioso está entre quienes lloran a los muertos? ¿Debo continuar?
El Señor de Q apartó su vista del Ojo del Destino: - Por qué soy asediado por estos
fantasmas? En el mundo mortal el hombre debe ser amo o esclavo. Quien gane poder,
deberá arrancárselo a otros hombres y retenerlo a toda costa. Siempre ha sido así. ¿Por
qué se me culpa?
El Emperador con la franja sobre su rostro hizo un gesto de leve disculpa: -
Excelentísimo Marqués, nadie te culpa. Nadie sería tan poco delicado. Sólo se te
recuerda; no hay culpa a no ser que tú mismo te culpes. Sé lo bastante bondadoso de
mirar una vez más en el espejo.
En la superficie luminosa, el Marqués de Q vio el Palacio de los Pisos Cantores en las
orillas del Río Yao. El Emperador del Pico Oriental habló solicitamente: - No fue aquí
que te refugiaste de tus enemigos y protegiste tu vida con un ingenioso ardid que hacía
que las tablas de los pisos cantasen con las voces de los pájaros del bosque? ¿No fue
aquí que moriste por el veneno que te preparó tu hijo único? ¿No fue aquí que mataste a
tu hijo con una maza de hierro? ¿Y no viniste a mi dominio porque no hay nadie de tu
sangre que llore tu muerte? Fuiste ambicioso para abandonar el río, y en un palacio de
laca roja y dorada junto al río hallaste el fin de la ambición. Aquí pereció el Marqués de
Q, Amo de las Tres Provincias, asustado, solitario y sin amigos.
El Señor de Q guardó silencio pues su corazón le agobiaba, su orgullo había
desaparecido, y una extraña desesperación devoraba su alma. Al fin dijo en voz baja: -
Sabía que vendría el día de mi muerte, pero me sostenía la convicción de que moriría
para el silencio y el olvido. Yo creía que el mundo recordaría sólo mis valientes
empresas, y que se me llamaría un Hombre Superior.
- Lamentablemente, - murmuró el Emperador del Pico Oriental - sucedió de otro modo.
El mundo olvidó tus hazañas y tú recordaste tus errores. ¡una situación lamentable pero
inevitable!
El Señor de Q se postró ante el Gobernante de los Setenta y cinco Cargos y le suplicó
con estas palabras: - Muy Augusto y Poderoso Príncipe, percibo que debo acogerme por
entero a vuestra sabiduría y misericordia.
Leíste el secreto de mi corazón. No soy un Hombre Superior; soy el hijo de Kai el
pescador y no soy instruido. Pero tengo una virtud natural producto de mi padre, que
fue un valiente aunque humilde e iletrado. Encontraré mi destino con coraje.
Los labios detrás de la negra franja respondieron, y la voz y las palabras fueron
amables: - Cierto día, hace mucho tiempo, el Señor Iluminado descendió del Cielo
Tushita para redimir a todas las criaturas que habitan los Treinta y tres Mundos. El
aceptó en si mismo la ilusión de la Rueda y sus seis Regiones. Y compareció ante el
Trono del Emperador de jade con una simple túnica de color azafrán. Y enseñó a los
setenta veces setenta reyes el Misterio del Camino Medio que conduce a la Gran Paz. Y
todos los gobernantes y príncipes del Camino Amarillo se inclinaron y adoraron al
iluminado.
- Pesado es el pecado que me agobia - gimió el Señor Marqués - pues en mi ignorancia
negué un codo de mis tierras para recibir las cenizas de su Santo Sacerdote.
El Emperador del Pico Oriental resumió su relato: - Así sucedió que el Perfecto Buda
recorrió todos los senderos del Mundo Gris, y dondequiera sus pies reposaron, crecieron
azules flores de loto, incluso en la oscura superficie del Lago de la Segunda Muerte.
Debido a él, tu causa no es desesperada.
El Mandarín de Q golpeó sus manos y las levantó hacia el Gobernante de los Setenta y
Cinco Cargos: - Muy Noble y Augusto Príncipe, ten piedad de la enfermedad de mi
espíritu. Revélame el camino de la salvación, para que rehaga mis errores cometidos y
llegue, al fin, a la Gran Paz en mi propio corazón.
El Emperador del Pico Oriental inclinó su cabeza con gesto de aprobación, y la negra
franja cimbró ante su rostro: - Te conduciré hasta el Anciano Rey que hace girar la
Rueda de la Ley, mirarás la Rueda que gira eternamente en el eje de la ignorancia.
Cuando medites en el misterio de la Rueda, un sopor atacará tu mente, y se apoderará de
ti un sueño sin sueños. Cuando despiertes del sueño de siglos, renacerás como un
infante en la barca de un pescador del Río Yao. Ese día estarás contento de reparar sus
redes. Y también ese día la Casa de los Pisos Cantores estará en ruinas, y los hombres
dirán que una vez habitó allí un Mandarín cruel. Pero no te acordarás de eso.
El Gobernante de los Setenta y Cinco Cargos se inclinó y ayudó al Mandarín de Q que
estaba a sus pies, y ambos se incorporaron juntos.
Luego el Señor de Q formuló esta pregunta: - Augustísimo que conoces todo el
quehacer de mi corazón, ¿porqué cubres tu rostro con la borla de tu bonete? ¿Quién
eres, si puedo saberlo?
- Puedes saberlo, si lo deseas, Mi Señor Marqués - replicó el Emperador del Pico
Oriental - pero esto también será olvidado después que hayas visto la Rueda. Soy el
Hombre Superior.
Lentamente se quitó el negro bonete y bajó la borla de su rostro, y el Señor de Q vio por
primera vez los rasgos del Gran Príncipe. El Marqués de Q estaba tan atónito que no
pudo moverse ni hablar, pues el rostro que contemplaba era su propio rostro.
El Hombre Superior puso su mano sobre el hombro del Marqués de Q: - Y ahora le
complace al Venerable Abad de Chu-Lung que vayamos juntos hasta el Anciano Dios
de la Rueda.
CONTRATAPA
Nada hay mejor que encender la chispa de la fantasía para que el drama de la vida y el
anhelo supremo (la inmortalidad) hallen la unión más trascendente.
De ese artificio válese aquí un estudioso, sagaz en su incursión por una región lejana,
insertada en la China del Medioevo. Su carácter más saliente es la indagación
indeclinable de esa Verdad que lucha, empecinada, por ocultar sus secretos, pero que, al
fin se rinde ante el acoso de los "buscadores" de ojos rasgados y trato milenariamente
gentil. Con este Camino del Cielo, Manly P. Hall, acreditado escritor de nuestro
tiempo, sabio en exposiciones diáfanas, puede trascender los lindes de los símbolos.
Logra (¿qué duda Cabe?) acercar a Occidente una visión purísima de espiritualidad (ora
budista, ora taoísta) en la que Oriente campea, con chino atuendo, por un terreno que -
transmutada la ensoñación, condensada la fantasía - es la existencia misma, agitada por
un viento inescrutable llamado: Sublimidad.