quinta-feira, 4 de maio de 2023

La Cosmologia de Dante


Todos ustedes pensarán que no digo nada nuevo y nada tampoco que ustedes no sepan ya, si afirmo que Dante Alighieri es un genio y que la lectura de su obra es una experiencia sin igual y depara un goce intelectual difícilmente superable. Quizá haya entre ustedes, sin embargo, alguien que piense que lo dicho se aplica al plano estrictamente literario y a la Divina Comedia. Si es así, me permito asentar de una vez por todas que mi afirmación inicial tiene un sentido y alcance globales y afecta al conjunto de la obra de Dante por un lado  y por otro a la dimensión fIlosófIco-científIca de la misma, que es (desde una perspectiva histórica ciertamente) tan signifIcativa como la dimensión literaria.


Así pues, Dante es un autor importantísimo en la historia de la filosofía y desde luego uno de los pensadores señeros en el periodo medieval, más concretamente bajomedieval. Constituye un momento decisivo en el desarrollo de las ideas cosmológicas en la Baja Edad Media, es decir, en el periodo dominado por la representación aristotélico-ptolemaica del universo, que se prolonga (como es sabido) hasta el siglo XVI, hasta el estallido de la revolución copernicana. Este lugar decisivo de nuestro autor en la cosmología aristotélica medieval se debe no sólo a que expresa y refleja en su obra los rasgos básicos de esa imago mundi, con un carácter ejemplar o paradigmático, sino también a que Dante es un pensador original poderoso, muy bien informado de los diferentes puntos debatidos en el seno de la cosmología dominante, capaz de evaluar críticamente las diferentes alternativas y de proponer su propia solución, esto es, de proponer su propia imago mundi, con lo cual se instala en la historia de la cosmología medieval como un momento también original. De ahí que cuando, el año pasado, Pepe Montesinos y Sergio Toledo me comentaron su intención de dedicar el presente curso acadêmico al tema “Ciencia y Cultura en la Baja Edad Media” insistiera en que debían dedicar una sesión a Dante. Y ello, además, porque en la obra de Dante (y muy especialmente en la Comedia, obra que nadie puede morirse sin haberla leído al menos una vez en la vida, para que no se pueda decir que ha vivido en vano) la imagen del mundo, en la fonnulación original que en él recibe, está estrechamente articulada con la historia de la humanidad y con el lugar que el propio Dante presenta como el lugar que le ha sido concedido por la divina providencia, esto es: la imagen del cosmos está estrechamente articulada con la experiencia espiritual descrita en la Comediay con la Profecía del futuro que Dante recibió con el mandato de difundirla entre los hombres, mandato cuyo cumplimiento constituye precisamente la Comedia.


Ahora bien, aunque la Comedia sea el lugar en el que las ideas cosmológicas (heredadas y originales) de Dante aparecen en vivo, es decir, en pleno ejercicio, ofreciendo el marco en el que la historia de la humanidad y la experienca dantesca tienen lugar, no constituye sin embargo la única obra pertinente al tema. Para comprender la cosmología de Dante hemos de referimos asimismo a otra obra excepcional del autor, también redactada en lengua vulgar: el Convivio (Banquete), obra anterior a la Comedia y en la cual se lleva a cabo una exposición magisterial o profesoral de la estructura del cosmos; y hemos de referimos también a un opúsculo tardío (cuya autoría ha sido discutida, pero que hoyes mayoritariamente aceptada), redactado en este caso en latín porque se trata de una Quaestio de aqua et terra, es decir, ofrece un tratamiento -en la lengua y en la fonna de la universidad- de la disposición relativa de las esferas del agua y de la tierra y una explicación de cómo es posible que la tierra emerja sobre el agua haciendo posible la vida.


El Cosmos de Dante


El universo de Dante es el cosmos finito, heterogéneo y jerarquizado de la tradición aristotélica, distribuido en las tres regiones del mundo sublunar (región de los cuatro elementos), mundo supralunar o celeste (etéreo) y mundo supraceleste o angélico (el Paraíso), con la tierra inmóvil en el centro del universo como punto físico y material en tomo al cual se mueven las esferas celestes. En este universo se despliegan los reinos de ultratumba: el Infierno en el interior de la Tierra, bajo el hemisferio septentrional, justo debajo de Jerusalén, en una estructura de cono invertido con nueve círculos concéntricos, cono que tiene su vértice precisamente en el centro de la Tierra y del universo, donde está sepultado -a la máxima distancia del Bien, de Dios- «il vermo reo che’l mondo fóra», «el vil gusano que el mundo perfora», el ángel rebelde Lucifer; el Purgatorio, en la región del aire sublunar, pero en el hemisferio austral, exactamente en las antípodas de Jerusalén, dispuesto en las nueve cornisas de uma elevada montaña que surgió precisamente de resultas de la caída de Lucifer y en cuya cumbre (sita en la región superior del aire) se encuentra el Paraíso terrenal donde fueron puestos Adán y Eva y donde vivieron hasta su caída y expulsión; el Paraíso dispuesto en los nueve círculos de las nueve Jerarquías Angélicas en correspondência con las nueve esferas del mundo celeste: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno, esfera de estrellas fijas y la esfera sin astros del Cristalino o Primum mobile. No se trata de que el Paraíso esté propiamente en el cielo supralunar, sino de que ascendiendo por las esferas celestes -ahora ya con la guia no de Virgilio, que ha desaparecido en la cumbre del Purgatorio, como corresponde a quien está eternamente privado de la vista de Dios y por tanto del Paraíso, sino con la guía de Beatriz, que se ha hecho presente en el Paraíso terrenal (Purgatorio, canto XXX)-, Dante puede conversar con algunas almas de bienaventurados que van compareciendo a lo largo de los sucesivos cielos con los que están articulados, cual motores, las diferentes jerarquías angélicas del Paraíso.


El Mundo Sublunar


Si volvemos ahora al centro del universo, a la Tierra, encontraremos que Dante se representa la superficie de la Tierra (lo que el llama “la gran secca”) en los términos tradicionales de la ecumene o tierra habitada: en el hemisferio septentrional la tierra emerge de las aguas -que en teoría deberían cubrirla enteramente de acuerdo con la disposición natural de los elementos en sus lugares naturales respectivos- formando el continente habitado, que se extiende desde el Ganges en el oriente hasta Cádiz en Occidente (no existen las Islas Canarias) a lo largo de 180 grados. Yen el centro está Jerusalén, de acuerdo con la tradición geográfica medieval de base en la Escritura, pues dice Ezequiel: «Esta es Jerusalén: yo la puse en medio de las gentes y de las tierras que están en derredor suyo» (5,5). Esta ecumene comprende Europa, Asia y Africa hasta la zona tórrida o ecuatorial, que Dante concibe -a diferencia de Aristóteles- habitable y de hecho habitada por los llamados Garamantas. Por tanto, el tránsito por la superficie de la tierra al hemisfério austral, que está completamente cubierto por las aguas, salvo la montaña del Purgatorio, es posible y de hecho esta es la base para la “loca” navegación (“il folle volo”) que Dante atribuye a Ulises en el canto XXVI del Infierno, en el curso de la cual-y llevado de la sed natural de saber- el héroe homérico pasó las columnas de Hércules y penetró en el Atlántico bajando hacia el sur hasta que avistó a lo lejos una enorme montaña (el Purgatorio), antes de que un torbellino enviado por Dios pusiera fin con la muerte aesa loca empresa.


Pero dejemos esta alegoría sobre la Filosofía-Ciencia y su límite y concentrémonos en la cosmología sublunar. ¿Cuál es la causa de que, contra el orden natural inicial de los elementos, emerja la Tierra parcialmente sobre las aguas? Este el el problema que poco antes de morirse planteó Dante en la Quaestio de aqua et terra. Allí dice que va a responder a la pregunta en términos estrictamente naturales, esto es, en el marco del conocimiento puramente natural del hombre, lo cual significa al margen de consideraciones de otro orden, esto es, al margen de la revelación y la enseñanza de la fe. Dice que la emergencia de la tierra tiene una causa final y una causa eficiente. La primera (la causa de las causas) es explicada por Dante en los siguientes términos, muy técnicos, que muestran su gran familiaridad con la filosofía:


la intención de la naturaleza universal es que todas las formas que se hallan dentro de la potencia de la materia prima se realicen y existan en acto conforme a la razón de su especie propia, para que así la materia prima según su totalidad se halle bajo todas las formas materiales (…). Razón: como todas las formas que están en la potencia de la materia, idealmente están en acto en el motor del cielo, según dice el Comentador (Averroes) en su libro Sobre la sustancia del cielo, si todas estasformas no estuvieran siempre en acto, el motor del cielo fracasaría en la difusión completa de su bondad, lo cual no se puede afirmar. Y como, además, todas las formas materiales de las cosas que pueden engendrarse y corromperse, a excepción de las formas de los elementos, exigen materia y sujeto mezclado y complejo, (…) y la mezcla no puede existir si los elementos que tienen que mezclarse no se encuentran juntos, como resulta evidente, es necesario que exista una parte del universo en donde todas las cosas que deben mezclarse, esto es, todos los elementos, puedan encontrarse unos con otros. Esta parte no podría darse si la tierra no sobresaliera de las aguas en alguna parte. Por tanto, como toda naturaleza obedece a la intención de la naturaleza universal, fue necesario que la tierra, además de la naturaleza simple que la lleva hacia abajo, tuviera otra naturaleza por la cual pudiese obedecer a la intención de la universal naturaleza, de manera que permitiera ser levantada en alguna parte por virtud del cielo, como sujeto obediente a quien manda (Disputa, XVIII, 45-48).


Y la causa eficiente es precisamente el cielo, pero no cualquier cielo o esfera celeste, sino sólo uno. ¿Cuál? Si tenemos en cuenta que todos los cielos tienen un único cuerpo celeste (un planeta) o bien ninguno (como es el caso del primum mobile sujeto del movimiento diario), sólo queda una esfera capaz de ser causa eficiente de la emergencia de la tierra: la esfera de las fijas, poblada de estrellas. En efecto, el elevado número de estrellas y otros accidentes de las mismas en el hemisferio septentrional (Dante da por supuesto que muy diferentes a las del hemisfério austral) es el agente que hace elevarse a la tierra sobre las aguas:


Una es la virtud de una estrella, y otra es la virtud de otra estrella; y una la eficacia de una constelación y otra la de aquélla; y una es la virtud de las estrellas que están del lado de allá del equinoccio, y otra la de aquellas que se encuentran del lado de acá del equinoccio. (…)


Y como esta tierra emergida se extiende desde la línea equinoccial hasta la línea que describe el polo del Zodíaco alrededor del polo del mundo, resulta manifiesto que la causa elevadora se encuentra en aquellas estrellas que están en la región del cielo contenida entre esos dos círculos (entre el ecuador y el círculo polar ártico), bien levante la tierra por medio de la atracción, como el imán atrae al hierro, bien por medio del impulso, produciendo vapores impelentes (Disputa, XXI, 71-73).


Los Cielos


Por lo que al mundo celeste se refiere esta verdad va más allá de lo teorizado por Aristóteles y coincide con los desarrollos posteriores de Ptolomeo y los astrónomos y filósofos árabes. Frente a la concepción aristotélica (expresada en el libro segundo del De caelo y en MetafísicaXII) de que cada movimiento celeste independiente constituía una esfera concéntrica de un total de 55 y la colocación del Sol inmediatamente encima de la Luna, Dante sigue a Ptolomeo y a la cosmología islámica en la colocación del Sol sobre Mercurio y Venus, así como en la concepción de una esfera o “cielo” para cada planeta, lo cual disminuye el número de esferas celestes a siete planetarias más la esfera de las estrellas fijas. Además, si ésta era la última esfera según Aristóteles, el primum mobilesujeto del movimiento diario, Dante postula con Ptolomeo, más allá de la octava esfera de las estrellas fijas, una novena esfera (el primum mobile propiamente dicho sujeto del movimiento diario) para asignar a la esfera de las estrellas fijas el lentísimo movimiento de precesión estelar por el que las estrellas se desplazan en sentido contrario al movimiento diario un grado cada cien años. He aquí el texto del Convivio:


Tolomeo, observando que la octava esfera tenía varios movimientos, pues veía que el círculo de ésta se apartaba del círculo directo, que todo lo mueve de oriente a occidente, obligado por los principios filosóficos, que necesariamente exigen un primer móvil simplicísimo, supuso la existencia de otro cielo superior al estrellado, el cual hacía esta revolución de oriente a occidente, la cual digo que se cumple casi en veinticuatro horas (…). Así que, según Tolomeo, de acuerdo con lo que enseñan la astronomía y la filosofía, despues de observar los movimientos referidos, los cielos son nueve (Convivio, II, III, 5-6).


Las Inteligencias o Ángeles


Pero nuestra exposición de la teoría cosmológica de Dante quedaría incompleta si no atendiéramos a la cuestión de los ángeles, esto es, a la cuestión de los motores de los cielos. El Convivio ya había dicho: «Hay que saber, en primer lugar, que los motores de aquellos cielos son sustancias separadas de la materia, es decir, Inteligencias, a las cuales la gente vulgar llama ángeles» (II, IV, V, 2). Con Aristóteles y con el aristotelismo islámico y latino Dante sabe que el movimiento celeste requiere para su actualización constante la existencia de una sustância en acto, sin potencia o sea sin materia, que lo mueva: un motor inmóvil que es necesariamente una Inteligencia separada. Además, cada movimiento celeste independiente requiere una Inteligencia y así para Aristóteles había 55 Inteligencias o motores inmóviles, pero para el peripatetismo islámico, que partía de la simplificación ptolemaica a nueve cielos o esferas, había nueve Inteligencias separadas o diez si unimos el Intelecto agente del mundo sublunar, con el cual se une la humanidad. Dante sabe también, como los filósofos peripatéticos, que las Inteligencias son concebidas por el vulgo como ángeles. Ahora bien, ¿cuántas Inteligencias-ángeles hay? ¿Hay sólo, como pretenden Aristóteles y Averroes, tantas Inteligencias como esferas celestes? En el Convivio Dante ha añadido al texto que acabamos de citar: «Y de estas criaturas, así como de los cielos, han opinado muchos diversamente, si bien la verdad, al fm, ha sido encontrada». ¿Cuál es la verdad?


En primer lugar, las Inteligencias son “criaturas”, es decir, producciones de Dios,


«Li angeli, frate, e ‘l paese sincero

nel quale tu se’, dir si posson creati»,


(enseña Beatriz en ParaísoVII, 130-131), si bien son criaturas eternas, porque al ser producidas inmediatamente (sin intermediario) por Dios no pueden dejar de ser eternas:


«La divina bonta, che da sé sperne

ogne livore, ardendo in sé, sfavilla

sí che dispiega le bellezze etterne.

Cio che da lei senza mezzo distilla

non ha poi fine, perché non si move

la sua imprenta quand’ ella sigilla»


(PARAÍSOVII, 64-69)

Pero, como criaturas, las Inteligencias son ontológicamente dependientes de Dios, el punto de que «depende il cielo e tutta la natura»


(PARAÍSO XXVIIL, 41-42).

En segundo lugar, Dante establece, de acuerdo con autores anteriores como Alberto Magno, que habrá que contar las Inteligencias motrices no a partir de los cielos o esferas, sino de los movimientos astronómicos que el cuerpo del planeta describe en el interior de la esfera de acuerdo con los cálculos de los astrónomos. Así, se dice en Convivio II, V, VI, 15 ss. que para el tercer cielo o esfera de Venus estos movimientos son al menos tres: el movimiento del epiciclo que porta al planeta sobre el deferente, el movimiento del deferente mismo y el de la participación en la precesión de los equinoccios. Y’aún cabría añadir el movimiento diario, «el cual movimiento sólo Dios sabe si es producido por alguna Inteligencia o por el rapto del primer móvil, cosa que me parece presuntuoso juzgar». Por eso habla Dante de ‘los motores’ del cielo de Venus, en plural, cuando se dirige a ellos como “Voi che intendendo il terzo ciel movete“. De esta manera, el número total de Inteligencias motrices se acercaría al calculado por Aristóteles, si bien el número efectivo acaso no sea determinable por la inteligencia humana.


En tercer lugar, ¿hay Inteligencias o ángeles más allá de los motores, es decir, de las conectadas con el movimiento celeste? Frente a Averroes, que pensaba que no, porque tales Inteligencias serían “ociosas”, Dante opina que sí las hay, incluso en número enormemente mayor que las Inteligencias motrices. En efecto, éstas llevan a cabo en cierto modo una tarea de gobierno del mundo y como la vida estrictamente contemplativa es mejor y más noble que la activa o civil, sería irracional si pensáramos que aquellas inteligencias disfrutaban de la bienaventuranza de la vida activa o civil en el gobierno del mundo y que carecían de la bienaventuranza de la vida contemplativa, que es más excelente y divina. Y como la que tiene la bienaventuranza del gobernar no puede tener la otra, porque su intelecto es uno y perpetuo, es necesario que haya otras fuera de ese ministerio que vivan consagradas exclusivamente a la especulación.


Y como esta vida contemplativa es más divina, y cuanto más divina es una cosa, más parecido tiene con Dios, resulta evidente que esta vida es más amada por Dios; y si es más amada, más abundante ha sido y es su bienaventuranza; y si con más abundancia se ha visto regalarla, ha recibido de Dios más vivientes que la otra. De todo lo cual se concluye que el número de aquellas criaturas es mucho mayor de lo que sus efectos (esto es, los movimientos celestes) demuestran (Convivio, II, IV, V, 10-12).


El Paraíso


Como el Infierno, el Paraíso es una realidad cosmológica; forma parte de la creación. Su lugar es el Empíreo, realidad a la vez cosmológica y escatológica, como el Infierno. Para llegar hasta el Paraíso y culminar su viaje en la visión de Dios unitrino, de suerte que pueda cerrar su poema con el grandioso terceto


«Ma gìa volgeva il mio disio e ‘l velle,

sí come rota che igualmente è mossa,

l’ amor che move il sole e l’altre stelle»,


Dante debe atravesar las esferas celestes, desde la Luna hasta el Cristalino. Pero el Paraíso no es y no reside en el mundo celeste o supralunar, aunque cada cielo es movido por un orden de Inteligencias, desde los ángeles que mueven la esfera lunar hasta los serafines que mueven el Cristalino. Y sin embargo, a lo largo de su ascenso por las esferas celestes Dante se encuentra y dialoga con almas humanas bienaventuradas. ¿Cómo es posible? La duda se le presenta al mismo Dante al comienzo ya de la ascensión, en el cielo de la Luna. Y la resuelve doctoralmente Beatriz en el canto IV en los siguientes términos:


 «El serafín que más se deigloría,

Moisés, Samuel y aquel que se prefiera

de los dos Juanes, no digo ya María,

todos su asiento tienen en la misma esfera

que las almas que viste hace un momento,

y su dicha es igual de duradera:

del Empíreo son todos ornamento,

con diferentemente dulce vida

según que sientan el eterno aliento.

Las viste aquí, mas no porque cabida

les cupo en suerte aquí (en el cielo de la Luna), sino cual signo

de irde menos a más gloria y subida.

Vuestro ingenio requiere hablar condigno,

pues sólo así por el sentido aprende

lo que así se hace de entenderse digno.

Por eso la Escritura condesciende

con vuestra facultad, a Dios pie y mano

atribuyendo, mas otra cosa entiende»


(PARAÍSO IV, VV. 28-45).

δExcertos do Banquete

Libro Segundo


Capítulo VII


“Y existen estos Tronos, que han sido asignados al gobierno de este cielo, no en gran número, del cual los filósofos y los astrólogos diversamente estimaron sus circulaciones; aun cuando todos están de acuerdo en esto, que tantos son cuantos movimientos tiene. Los cuales, según el Libro de la Agregación de las Estrellas que está equipado con las mejores demostraciones de los astrólogos, son tres movimientos: uno según que la estrella se mueve hacia su epiciclo; otro, según que el epiciclo se mueve con todo el cielo juntamente con el del Sol; el tercero, que todo aquel cielo se mueve, siguiendo el movimiento de la esfera estrellada, de occidente a oriente, un grado en cien años. De forma que para estos tres movimientos hay tres motores.”


Capítulo VII


“Digo también que este espíritu viene por los rayos de la estrella; porque hay que saber que los rayos de cada cielo son las vías por las que desciende su virtud a las cosas de acá abajo. Y como los rayos no son otra cosa que una claridad que viene del principio de la luz por el aire hasta la cosa iluminada, y la luz no está sino en la estrella, y el otro cielo es diáfano, o sea transparente, no digo que de ninguna manera de este cielo venga ese espíritu, es decir ese pensamiento, sino de su estrella.”


Capítulo XIV


“Digo que el cielo de la Luna se asemeja a la Gramática, con el que se compara por dos propiedades. Porque si se observa bien la Luna, se ven en ella dos cosas que le son propias y que no se ven en las demás estrellas. Una es la sombra que tiene, que no es otra cosas que raridad de su cuerpo, a las cuales no se pueden apoyar los rayos del Sol y reflejar así como lo hacen en las otras partes; la otras es la variación de su luminosidad, porque ya luce de un lado, ya del otro, conforme a cómo el Sol la ve. Y estas dos propiedades las tiene la Gramática; porqué por no tener límite, los rayos de la razón no terminan en ella, en especial respecto de los vocablos; y luce ora aquí ora allá, en tanto que ciertos vocablos, ciertas declinaciones, ciertas construcciones están en uso que antes no estaban, y muchas ya fueron que todavía volverán a estar; como dice Horacio al principio del Arte Poética: “Renacerán muchos vocablos que ya murieron”.


El cielo de Mercurio se puede comparar a la Dialéctica por dos propiedades: pues Mercurio es la más pequeña estrella del cielo, pues la longitud de su diámetro no es mayor que doscientos treinta y dos millas, según Alfagrano, pues dice que tiene una veintiochoava parte del diámetro terrestre, el cual es de seis mil quinientas millas. La otra propiedad, es que más que ninguna otra estrella queda velada por la luz del Sol. Y estas dos propiedades están en la Dialéctica: porque la Dialéctica es menor en su cuerpo que ninguna otra ciencia, porque se compila y se termina en todo el texto que se halla en el Arte Viejo y en el Nuevo; y está más oculta que ninguna otra ciencia, en cuanto procede con más sofísticos y probables argumentos que otra.


El cielo de Venus se puede comparar con la Retórica por dos propiedades: una es la claridad de su aspecto, que es suavísima a ver más que ninguna otra estrella; la otra es sus apariciones, ya de mañana ya de tarde.. Y estas dos propiedades están en la Retórica: porque la Retórica es la más suave de todas las ciencias, porque tal se propone principalmente; y aparece de mañana, cuando ante el rostro del oyente el retórico habla, aparece de tarde, es decir de atrás, cuando el retórico habla por las letras, es decir por la escritura.


El cielo del Sol se puede comparar a la Aritmética por dos propiedades: una es que por su luz todas las estrellas se muestran; la otra es que el ojo no lo puede mirar. Y estas dos propiedades están en la Aritmética: porque por su luz se iluminan todas las ciencias, ya que sus objetos todos se consideran en razón de algún número, y al considerarlos siempre se procede según algún número. Así la Ciencia Natural tiene por sujeto el cuerpo móvil, el cual tiene en sí razón de continuidad la cual tiene en sí razón de número infinito; y la consideración más principal de la ciencia natural son los principios de las cosas naturales que son tres, a saber, materia, privación y forma, en las que se ve el número. No solamente en todos en conjunto, sino que en cada uno hay número, para quien bien sutilmente considera; porque Pitágoras, conforme dice Aristóteles en el primero de la Física, ponía como principio de las cosas naturales lo par y lo impar, pues considera que todas las cosas son número. La otra propiedad del Sol se ve también en el número, del cual trata la Aritmética: porque el ojo del intelecto no lo puede mirar; pues el número, considerado en sí mismo, es infinito, lo cual no podemos entender.


El cielo de Marte se puede comparar con la Música por dos propiedades: una es su hermosa relación pues, enumerando los cielos móviles comenzando por cualquiera, ya por el inferior ya por el sumo, ese cielo de Marte es el quinto, el que está en el medio de todos, es decir, de los primeros, de los segundos, de los terceros y de los cuartos. La otra es que Marte reseca y arde las cosas, porque su calor es semejante al del fuego; y por ello aparece inflamado de color, a veces más a veces menos, según la espesura o la rareza de los vapores que le siguen, los cuales por sí mismo se encienden, como en el primero de la Meteorológica se determina. Y por ello dice Albumasar que el inflamarse de estos vapores significa muerte de reyes y trasmutación de reinos; pues son efectos del dominio de Marte. Así Séneca dice que cuando la muerte de Augusto vio en lo alto una bola de fuego; y en Florencia, cuando comenzaba su destrucción, fue vista en lo alto una figura de una gran cruz, gran cantidad de estos vapores que siguen a la estrella de Marte. Y estas dos propiedades están en la Música que ella es enteramente sujeta a las leyes de armonía, como se ve en las palabras armonizadas y en los cantos, de los cuales tanto más dulce armonía resulta cuanto más bello es la relación: la cual, en esta ciencia es más bella, que en ninguna otra, porque es lo que principalmente se busca en ella. Además, la Música atrae a sí los espíritus humanos, que son como vapores del corazón, que por ella cesan de toda otra operación; y así el alma entera, cuando la oye, y la virtud de todos (los vapores) cuasi como que arrastran al espíritu sensible que recibe el sonido.


El cielo de Júpiter se puede comparar a la Geometría por dos propiedades: una es que se mueve entre dos cielos contrarios a su buen temperamento, como son el de Marte y el de Saturno; por lo que Tolomeo dice, en el libro citado, que Júpiter es estrella de complexión templada en medio de la frialdad de Saturno y del calor de Marte. La otra es que entre las estrellas blancas, se muestra casi plateada. Y estas cosas están en la ciencia de la Geometría. La Geometría se mueve entre dos contrarios a ella, así como entre el punto y el círculo – y llamo “círculo” en sentido amplia a todo redondo, sea cuerpo o superficie -; como dice Euclides, el punto es su principio, y, dice que el círculo es figura perfectísima en ella, a la que corresponde por ello tener razón de fin. Así entre punto y círculo, como entre principio y fin, se mueve la Geometría, y ambos contradicen su certeza, porque el punto por su indivisibilidad es inconmensurable, y el círculo por su arco es imposible de cuadrangular perfectamente, por donde es imposible medirlo a la perfección. Y además la Geometría es blanquísima, en cuanto carece de defecto de error o certidumbre, por sí misma y por su sierva la Perspectiva.


El cielo de Saturno tiene dos propiedades por las que se puede comparar con la Astrología: una es la tardanza de su paso por los doce signos, que requiere para cursar su carrera veintinueve años y más, según los escritos de los astrólogos. La otra es que está mas alto que todos los demás planetas. Y estas dos propiedades se encuentran en la Astrología: porque para recorrer su circunferencia, es decir para aprenderla, se requiere largo espacio de tiempo, sea por las demostraciones, que son más numerosos que en ninguna de las susodichas ciencias, sea por la experiencia que para bien juzgar se requiere en ella. Y además es la más alta de todas las otras. Porque, como dice Aristóteles en el comienzo del De Anima, una ciencia es de alta nobleza por la nobleza de su sujeto y por su certeza; y esta es más que las otras ciencias susodichas es noble y alta por la nobleza y altura de su sujeto, que es el movimiento del cielo; y alta y noble por su certeza, la cual es sin defecto, puesto que procede de perfectísimo y regularísimo principio. Y si alguien cree que tiene algún defecto, no es por parte de ella, sino, como dice Tolomeo, por negligencia nuestra a la que se debe imputar.”


Libro Cuarto

Capítulo II


El tiempo, según dice Aristóteles en el cuarto de la Física, es “número del movimiento, según el antes y el después”; y “número de movimiento celeste”, que dispone las cosas de aquí abajo diversamente para que reciban determinado influjo. Porque de una manera está dispuesta la tierra al principio de la primavera para recibir el influjo de las hierbas y las flores, y de otra manera en invierno; y de una manera está dispuesta una estación para recibir la semilla, y otra de otra. Y así en nuestra mente, en cuanto fundada sobre la complexión del cuerpo, conforme a la disposición del cielo está, dispuesta de una manera en un tiempo y de otra en otro.