La Gran Pirámide de Gizeh, suprema maravilla de la Antigüedad y sin rival entre los logros de los arquitectos y constructores posteriores, es testigo mudo de una civilización desconocida que, una vez finalizado el período para el cual estaba predestinada, se perdió en el olvido. Elocuente en su silencio, inspiradora en su majestuosidad, divina en su simplicidad, la Gran Pirámide es, sin duda, un sermón hecho en piedra. Sus dimensiones abruman la sensibilidad insignificante del hombre. Entre las arenas movedizas del tiempo, se alza como digno emblema de la mismísima eternidad. ¿Quiénes fueron los matemáticos preclaros que planificaron sus partes y sus dimensiones, los maestros artesanos que supervisaron su construcción y los artesanos habilidosos que nivelaron sus bloques de piedra?
El relato más antiguo y más conocido sobre la construcción de la Gran Pirámide es el que brinda Heródoto, un historiador muy reverenciado, aunque algo imaginativo. «La pirámide se construyó en escalones, como si fueran almenas, como quien dice, o, según otros, como si fuera un altar. Después de colocar las piedras para la base, levantaron las demás hasta el lugar correspondiente por medio de máquinas hechas de planchas cortas de madera. La primera máquina las elevaba del suelo hasta lo alto del primer escalón, donde había otra máquina que recibía la piedra que llegaba y la transportaba al segundo escalón, donde una tercera máquina la subía aún más. Podía ser que hubiera tantas máquinas como escalones tenía la pirámide o, también, que tuvieran una sola, pero tan fácil de trasladar que la fuesen transportando de un piso a otro a medida que la piedra subía. Se dan las dos versiones y por eso comento las dos. Primero se terminaba la parte superior de la pirámide, a continuación la media y, por último, la inferior y más cercana al suelo. En la pirámide hay una inscripción en caracteres egipcios que registra la cantidad de rábanos, cebollas y ajos que consumieron los obreros que la construyeron y recuerdo perfectamente que el intérprete que me leyó lo escrito dijo que así se habían gastado mil seiscientos talentos de plata. Si esta información es exacta, ¡qué suma enorme se habrá gastado en las herramientas de hierro que se utilizaron en la obra y para alimentar y vestir a los obreros, teniendo en cuenta todo el tiempo que duraron las obras, que ya se ha indicado [diez años], y el tiempo adicional — que no habrá sido poco, me imagino— que se debió de tardar en extraer la piedra, transportarla y formar los aposentos subterráneos!». A pesar de lo pintoresco de su versión, es evidente que el padre de la historia, por motivos que él consideraba sin duda suficientes, inventó un relato fraudulento para ocultar el origen y la finalidad verdaderos de la Gran Pirámide. Este no es más que uno de los varios casos en sus escritos que inducirían al lector reflexivo a sospechar que el propio Heródoto era un iniciado en las Escuelas Sagradas y, por consiguiente, que estaba obligado a mantener intactos los secretos de las órdenes antiguas. La teoría adelantada por Heródoto y aceptada de forma generalizada en la actualidad de que la pirámide era la tumba del faraón Keops no se puede corroborar. De hecho, tanto Manetón como Eratóstenes y Diodoro Sículo están en desacuerdo con Heródoto —y también entre sí— con respecto al nombre del constructor de aquel edificio supremo. La bóveda sepulcral, que, según las leyes de Lepsius sobre la construcción de pirámides, se tendría que haber acabado al mismo tiempo —o antes— que el monumento, no se terminó nunca. No existe ninguna prueba que demuestre que fue erigida por los egipcios, porque carece de las complejas tallas que adornan prácticamente sin excepción las cámaras funerarias de la realeza egipcia y no incorpora ninguno de los elementos de su arquitectura ni su decoración, como inscripciones, imágenes, cartuchos, pinturas y demás elementos distintivos asociados con el arte mortuorio dinástico. Los únicos jeroglíficos que se encuentran dentro de la pirámide son unas cuantas marcas de los constructores que estaban selladas en las cámaras de construcción, que fueron abiertas por primera vez por Howard Vyse. Aparentemente, los pintaron sobre las piedras antes de colocar estas en su sitio, porque en varios casos las marcas se habían invertido o deformado durante el proceso de montaje de los bloques. Si bien los egiptólogos han tratado de identificar las marcas toscas de pintura como cartuchos de Keops, resulta casi inconcebible que este gobernante ambicioso hubiese permitido que su nombre real sufriese tales vejaciones. Como las autoridades más eminentes en el tema aún no están seguras del verdadero significado de estas marcas toscas, cualquier prueba que pueda haber de que el edificio se construyó durante la cuarta dinastía queda contrarrestada, sin duda, por las conchas marinas halladas en la base de la pirámide y que, según Gab, demuestran que fue construida antes del diluvio, una teoría que corroboran las tradiciones árabes, tan denostadas. Un historiador árabe dijo que la pirámide fue construida por los sabios egipcios para refugiarse durante el diluvio, mientras que otro declaró que había sido la casa donde guardaba su tesoro el poderoso monarca antediluviano Sheddad Ben Ad. Un panel de jeroglíficos situado encima de la entrada, que un observador despreocupado podría pensar que ofrecía una solución al misterio, lamentablemente solo data de 1843 y se talló en tiempos del doctor Lepsius como homenaje al rey de Prusia.
Estimulado por las historias de los inmensos tesoros guardados herméticamente en sus profundidades, el califa Al-Mamun, ilustre descendiente del Profeta, viajó de Bagdad a El Cairo en el año 820 con gran cantidad de obreros para abrir la imponente pirámide. Cuando el califa Al-Mamun llegó por primera vez al pie de la Gran Pirámide y alzó la mirada hacia su superficie lisa y radiante, violentas emociones convulsionaron —sin duda—su alma. Es probable que la cubierta estuviera en su sitio en el momento de su visita, porque el califa no pudo encontrar indicios de ninguna entrada y se encontró frente a cuatro superficies perfectamente lisas. Haciendo caso de rumores vagos, puso a trabajar a sus seguidores en la cara norte de la pirámide, con instrucciones de seguir cortando y tallando hasta descubrir algo. Para aquellos musulmanes, con sus instrumentos rudimentarios y vinagre, resultaba un esfuerzo hercúleo abrir un túnel de treinta metros en la piedra caliza y en muchas ocasiones estuvieron a punto de rebelarse, pero lo que decía el califa era la ley y la esperanza de una fortuna inmensa les levantaba el ánimo.
Por fin, cuando estaban al borde del desánimo más absoluto, el destino acudió en su ayuda. Se oyó caer una piedra inmensa en algún lugar de la pared próxima a los esforzados y contrariados árabes. Siguieron avanzando hacia el sonido con renovado entusiasmo y finalmente lograron entrar en el corredor descendente que conduce a la cámara subterránea. Se fueron abriendo camino a golpes de cincel en torno al enorme rastrillo de piedra que había caído en una posición que les impedía avanzar y atacaron y suprimieron uno tras otro los tapones de granito que durante un tiempo siguieron deslizándose por el pasillo que procedía de la cámara de la reina, situada encima. Al final dejaron de caer bloques y el camino quedó expedito para los seguidores del profeta, pero ¿dónde estaban los tesoros? Los obreros corrían desesperados de una habitación a otra, buscando en vano su botín. El descontento de los musulmanes llegó a tal extremo que el califa Al-Mamun, que había heredado buena parte de la sabiduría de su ilustre padre, el califa Al-Raschid, envió a buscar fondos a Bagdad y los hizo enterrar en secreto cerca de la entrada de la pirámide. A continuación, ordenó a sus hombres que excavaran en aquel punto: ¡hubo gran regocijo cuando se descubrió el tesoro y los obreros quedaron muy impresionados por la sabiduría de aquel monarca antediluviano que había calculado cuidadosamente sus salarios y había tenido la amabilidad de hacer enterrar para ellos la cantidad exacta! Después el califa regresó a la ciudad de sus antepasados y la Gran Pirámide quedó a merced de las generaciones posteriores. En el siglo IX, los rayos del sol que chocaban contra las superficies brillantes de las piedras que formaban el revestimiento original daban a cada cara de la pirámide la apariencia de un triángulo deslumbrante. Desde entonces han desaparecido todas las piedras del revestimiento menos dos. Como consecuencia de las investigaciones, han sido localizadas, vueltas a cortar y utilizadas como nuevo revestimiento para los muros de varias mezquitas y palacios musulmanes en distintas panes de El Cairo y sus alrededores.
La problemática de la Pirámide
C. Piazzi Smyth se pregunta: «¿Acaso se erigió la Gran Pirámide antes de la invención de los jeroglíficos y con anterioridad al nacimiento de la religión egipcia?». Tal vez con el tiempo se demuestre que las cámaras superiores de la pirámide eran un misterio sellado antes de que se estableciera el imperio egipcio. No obstante, en la cámara subterránea hay marcas que indican que los romanos entraron en ella. A la luz de la filosofía secreta de los iniciados egipcios, W. W. Harmon, mediante una serie de cálculos matemáticos sumamente complicados pero exactos, determina que el primer ceremonial de la pirámide se celebró hace 68 890 años, cuando por primera vez el rayo de la estrella Vega penetró por el pasillo descendente hasta el fondo. La construcción de la pirámide se llevó a cabo en el período de entre diez y quince años inmediatamente anteriores a aquella fecha.
Aunque sin duda estas cifras despertarán burlas en los egiptólogos modernos, se basan en un estudio exhaustivo de los principios de la mecánica sideral incorporados en la estructura de la pirámide por sus constructores iniciados. Si las piedras que la recubrían estaban en su lugar a principios del siglo IX, las llamadas marcas de erosión que aparecen en el exterior no se debían al agua. Además, la teoría de que la sal hallada en las piedras interiores de la pirámide demuestra que la construcción estuvo sumergida en algún momento se debilita por el hecho científico de que aquel tipo de piedra sufre exudaciones de sal. Si bien es posible que el edificio haya estado sumergido, al menos en parte, durante los miles de años transcurridos desde su construcción, la prueba que se aduce para demostrarlo no es decisiva. La Gran Pirámide está construida en su totalidad de caliza y granito y los dos tipos de piedra se combinan de una manera peculiar y significativa. Las piedras se nivelaron con la máxima precisión y el cemento utilizado era de una calidad tan excepcional que en la actualidad es prácticamente tan duro como la piedra misma. Los bloques de caliza se cortaron con sierras de bronce que tenían dientes de diamante o de alguna otra piedra preciosa. Las esquirlas de las piedras se amontonaron contra la cara septentrional de la meseta sobre la cual se levanta la construcción, donde constituyen un contrafuerte más para sostener su peso. Toda la pirámide es un ejemplo de orientación perfecta y realmente es la cuadratura del círculo. Esto se consigue lanzando una línea vertical desde el vértice de la pirámide hasta su base. Si esta línea vertical se considera el radio de un círculo imaginario, la longitud de la circunferencia de dicho círculo será igual a la suma de las bases de los cuatro lados de la pirámide. Si el pasillo que conduce a la cámara del rey y la cámara de la reina quedó sellado miles de años antes de la era cristiana, quienes fueron admitidos posteriormente en los Misterios de las pirámides debieron de recibir su iniciación en galerías subterráneas que ahora desconocemos. Sin tales galerías, no podría haber habido ningún medio de acceso ni de salida, puesto que la única entrada superficial estaba totalmente cerrada con las piedras del revestimiento. Si no está bloqueada por la masa de la Esfinge ni oculta en alguna parte de aquella imagen, la entrada secreta puede estar en alguno de los templos adyacentes o en los lados de la meseta de caliza.
Concentrémonos en los tapones de granito que ocupaban el pasillo que subía hacia la cámara de la reina y que el califa Al-Mamun prácticamente se vio obligado a pulverizar para poder despejar el camino hacia las cámaras superiores C. Piazzi Smyth señala que la posición de las piedras demuestra que fueron colocadas allí desde arriba, con lo cual gran cantidad de obreros tuvieron que salir desde las cámaras superiores. ¿Cómo lo consiguieron? Smyth cree que descendían a través del muro (véase el diagrama) y dejaban caer tras ellos la piedra inclinada hasta el sitio correspondiente. Sostiene también que es probable que los ladrones utilizaran el pozo para entrar en las cámaras superiores. Como la piedra inclinada estaba puesta en una capa de yeso, los ladrones se vieron obligados a atravesarla y dejaron una abertura irregular. Sin embargo, Dupré, un arquitecto que ha dedicado años a investigar las pirámides, no está de acuerdo con Smyth, sino que cree que el pozo en realidad es el agujero que hicieron los ladrones y que supuso el primer intento fructífero de ingresar en las cámaras superiores desde la cámara subterránea, que entonces era la única sección abierta de la pirámide. Dupré basa su conclusión en el hecho de que el pozo no es más que un agujero desigual y la gruta, una cámara irregular, en la que no se observa en absoluto la precisión arquitectónica con la que se levantó el resto de la construcción. Por su diámetro, también se descarta la posibilidad de que el pozo haya sido excavado hacia abajo; se debió de abrir desde abajo y la gruta era necesaria para que los ladrones pudieran respirar. Es inconcebible que los constructores de la pirámide rompieran una de sus propias piedras inclinadas y dejaran la superficie rota y un agujero abierto en el muro lateral de una galería que, de no ser por aquello, habría sido perfecta. Si el pozo fuese un agujero abierto por los ladrones, podría explicar por qué la pirámide estaba vacía cuando entró el califa Al-Mamun y lo que ocurrió con la tapa que faltaba del cofre. Una observación meticulosa de la llamada cámara subterránea inacabada, que debió de ser la base de operaciones de los ladrones, podría revelar rastros de su presencia o mostrar el lugar donde amontonaron los escombros que tuvieron que acumular como consecuencia de sus trabajos. Si bien no queda del todo claro por qué entrada accedieron los ladrones a la cámara subterránea, es poco probable que usaran el pasillo descendente. Hay un nicho notable en la pared septentrional de la cámara de la reina que, según dicen los guías musulmanes con mucha labia, era un sepulcro. Sin embargo, por su forma general —las paredes convergen mediante una serie de superposiciones similares a las de la Gran Galería— parecería que al principio se construyó con la intención de servir de corredor. Todos los intentos llevados a cabo para explorar este nicho han sido infructuosos, aunque Dupré cree que allí hay una entrada por la cual —si en aquel momento no existía el pozo— salieron los obreros de la pirámide después de dejar caer los tapones de piedra en la galería ascendente. Los estudiosos de la Biblia han aportado una cantidad de ideas de lo más extraordinarias sobre la Gran Pirámide. Han identificado aquel edificio antiguo con el granero de José (a pesar de su capacidad totalmente inadecuada); con la tumba preparada por el desventurado faraón del Éxodo, que no pudo ser enterrado allí porque jamás se recuperó su cadáver del Mar Rojo, y, finalmente, ¡con la confirmación perpetua de la infalibilidad de las numerosas profecías que contiene la Versión Autorizada!
La Esfinge
Aunque, como ha demostrado Ignatius Donnelly, la Gran Pirámide sigue el modelo de un tipo de arquitectura antediluviano del cual se pueden encontrar ejemplos en casi todo el mundo, la Esfinge (Hu) es típicamente egipcia. La estela que tiene entre las patas indica que la Esfinge es una imagen de la divinidad solar, Harmackis, que, evidentemente, se hacía similar al faraón durante cuyo reinado se cincelaba. La estatua fue restaurada y totalmente excavada por Tutmosis IV, como consecuencia de una visión en la cual se le había aparecido el dios y le había dicho que se sentía oprimido por el peso de la arena que rodeaba su cuerpo. Durante las excavaciones se encontró la barba rota de la Esfinge entre sus patas delanteras. Los peldaños que conducían hasta la Esfinge y también el templo y el altar que tiene entre las patas se añadieron mucho después, probablemente en la época romana, porque es sabido que los romanos reconstruyeron muchas antigüedades egipcias. La depresión poco profunda que tiene en la coronilla —en otro tiempo se pensó que era el final de un pasadizo clausurado que conducía desde la Esfinge hasta la Gran Pirámide—solo servía para sostener un tocado que se ha perdido.
Se han introducido en la Esfinge varillas metálicas, en un esfuerzo infructuoso por localizar cámaras o pasadizos en su interior. La mayor parte de la Esfinge es una sola piedra, aunque las patas delanteras se han hecho con piedras más pequeñas. La Esfinge mide más de sesenta metros de largo, veintiún metros de altura y más de once de ancho a la altura de los hombros. Algunos suponen que la piedra principal en la que está tallada ha sido transportada desde canteras distantes por métodos desconocidos, mientras que otros afirman que se trata de piedra local, posiblemente un afloramiento más o menos parecido a la forma que se le talló posteriormente. La teoría que se propuso en un tiempo de que tanto la Pirámide como la Esfinge se construyeron con piedras artificiales fabricadas allí mismo se ha descañado. Un análisis meticuloso de la caliza indica que está compuesta de pequeñas criaturas marinas llamadas nummulites. La suposición popular de que la Esfinge en realidad era el portal de la Gran Pirámide, a pesar de que sobrevive con una tenacidad sorprendente, nunca ha sido corroborada. P. Christian presenta esta teoría de la siguiente manera, basándose en parte en lo que dice Jámblico:
«La Esfinge de Gizeh, según el autor del Traité des Mystères, servía de entrada a las cámaras subterráneas sagradas en las que se celebraban los juicios de los iniciados. Esta entrada, obstruida en nuestros días por arenas y basura, todavía se puede rastrear entre las patas delanteras del coloso agachado. Antes se cerraba mediante una puerta de bronce cuyo resorte secreto solo podían hacer funcionar los magos. La custodiaba el respeto público y una suerte de temor religioso mantenía su inviolabilidad mejor de lo que lo habría hecho la protección armada. En el vientre de la Esfinge había galerías abiertas que conducían a la parte subterránea de la Gran Pirámide. Estas galerías se entrecruzaban con tanto arte a lo largo de su trayecto hasta la Pirámide que, si uno se internaba en el pasadizo sin nadie que lo guiara por aquella red, siempre e inevitablemente regresaba al punto de partida».
Lamentablemente, la puerta de bronce a la que hace referencia no se puede encontrar, ni tampoco ninguna evidencia de que hubiese existido alguna vez. No obstante, el paso de los siglos ha producido muchos cambios en el coloso y es posible que la abertura original se hubiese cerrado. Casi todos los estudiosos del tema creen que existen cámaras subterráneas debajo de la Gran Pirámide. Robert Ballard escribe: «Los sacerdotes de las pirámides del lago Mœris tenían sus amplias residencias subterráneas y me parece más que probable que las de Gizeh también las tuvieran. Y aún diré más: es posible que de las mismas cavernas se excavara la caliza con la que se construyeron las Pirámides. […] En las entrañas de la cresta de caliza sobre la cual están construidas las pirámides se encontrará aún —estoy convencido— abundante información sobre sus usos. Una buena broca de diamante con vástagos de ochenta o noventa metros es lo que hace falta para probar esto y la solidaridad de las pirámides al mismo tiempo».
La teoría de Ballard sobre la existencia de amplios aposentos y canteras subterráneos plantea un problema importante en el estudio científico de la arquitectura. Los constructores de las pirámides tenían demasiada visión de futuro para poner en peligro la duración de la Gran Pirámide colocando cinco millones de toneladas de caliza en granito sobre algo que no fuera una base sólida. Por consiguiente, resulta razonablemente cierto que las cámaras o los corredores que pueda haber debajo del edificio han de ser bastante insignificantes, como lo son aquellos que se encuentran en el interior de la estructura, que ocupan menos de 1/1600 del volumen de la pirámide.
La Esfinge se construyó, sin duda, por motivos simbólicos a instancias de la clase sacerdotal. Las teorías de que el uraeus que tiene en la frente era, en un principio, el dedo de un reloj de sol inmenso y de que tanto la Pirámide como la Esfinge servían para medir el tiempo, las estaciones y la precesión de los equinoccios son ingeniosas, pero no demasiado convincentes. Si esta criatura inmensa fue erigida para destruir por completo el antiguo pasillo que conducía al templo subterráneo de la Pirámide, su simbolismo sería de lo más apropiado. En comparación con el tamaño y la dignidad abrumadores de la Gran Pirámide, la Esfinge resulta casi insignificante. Su rostro maltrecho, sobre el cual aún se alcanzan a distinguir vestigios de la pintura roja que cubría la figura en un principio, está tan desfigurado que no se reconoce. Un fanático musulmán le partió la nariz para que los seguidores del profeta no cayeran en la idolatría. La naturaleza misma de su construcción y las reparaciones que son necesarias ahora para evitar que se le caiga la cabeza indican que no podría haber sobrevivido los inmensos períodos transcurridos desde la construcción de la Pirámide. Para los egipcios, la Esfinge era el símbolo de la fuerza y la inteligencia. Se representaba como andrógina para indicar que reconocían que los iniciados y los dioses compartían los poderes creativos tanto positivos como negativos. Según Gerald Massey: «Este es el secreto de la Esfinge. La esfinge ortodoxa de Egipto es masculina por delante y femenina por detrás y lo mismo ocurre con la imagen de Set Tifón, una especie de cuerno y cola, macho por delante y hembra por detrás. Los faraones, que llevaban tras de sí la cola de la leona o de la vaca, eran masculinos por delante y femeninos por detrás. Al igual que los dioses, incluían la totalidad dual del Ser en una sola persona, nacida de la Madre, pero de los dos sexos como un bebé». La mayoría de los investigadores se han burlado de la Esfinge y, sin dignarse siquiera a investigar el gran coloso, han concentrado su atención en el misterio más irresistible de la pirámide.
Los misterios de la Pirámide
Vulgarmente, se supone que la palabra «pirámide» deriva de πῦρ, «fuego», con lo cual significa que es la representación simbólica de La Llama Divina, la vida de cada criatura. John Taylor cree que la palabra «pirámide» significa una «medida de trigo», mientras que C. Piazzi Smyth es partidario del significado copto: «una décima parte». Los antiguos iniciados aceptaban la forma de la pirámide como el símbolo ideal, tanto de la doctrina secreta como de las instituciones establecidas para difundirla. Tanto las pirámides como los montículos son modelos de la Montaña Sagrada o el lugar elevado de Dios, que se creía que estaba en la «mitad» de la tierra. John P. Lundy relaciona la Gran Pirámide con el legendario Olimpo y además supone que sus pasillos subterráneos se corresponden con los tortuosos vericuetos del Hades. La base cuadrada de la pirámide nos recuerda constantemente que la Casa de la Sabiduría está bien asentada en la naturaleza y sus leyes inmutables. «Los gnósticos —escribe Albert Pike—decían que todo el edificio de su ciencia descansaba sobre un cuadrado cuyos ángulos eran: Σιγη, el silencio; Βυθος, la profundidad; Νους, la inteligencia, y Αληθεια la verdad». Los lados de la Gran Pirámide miran a los cuatro puntos cardinales, que representan, según Éliphas Lévi, los extremos de calor y frío (el Sur y el Norte) y los extremos de la luz y la oscuridad (el Este y el Oeste).
La base de la pirámide representa, además, los cuatro elementos o sustancias materiales de cuya combinación está compuesto el cuerpo cuádruple del hombre. De cada lado del cuadrado surge un triángulo, que representa la triple divinidad entronizada en cada naturaleza material cuádruple. Si cada línea de base se considera un cuadrado del cual asciende un poder espiritual triple, la suma de las líneas de las cuatro caras (doce) y los cuatro cuadrados hipotéticos (dieciséis) que constituyen la base da veintiocho, el número sagrado del mundo inferior. Si a esto añadimos las tres septenas que componen el sol (veintiuno), es igual a cuarenta y nueve, el cuadrado de siete y el número del universo. Los doce signos del Zodiaco, como los Gobernadores de los mundos, inferiores, se simbolizan mediante las doce líneas de los cuatro triángulos de las caras de la pirámide. En medio de cada cara hay una de las bestias de Ezequiel y toda la estructura se convierte en el Querubín. Las tres cámaras principales de la Pirámide están relacionadas con el corazón, el cerebro y el sistema reproductor, que son los centros espirituales de la constitución humana. La forma triangular de la pirámide también es similar a la postura que adoptaba el cuerpo durante los antiguos ejercicios de meditación. Los Misterios enseñaban que las energías divinas de los dioses descendían sobre la parte superior de la Pirámide, que se comparaba con un árbol invertido, con las ramas abajo y las raíces en la parte superior. Desde este árbol invertido, la sabiduría divina desciende por los lados divergentes y se irradia a todo el mundo.
El tamaño del piramidón de la Gran Pirámide no se puede determinar con precisión, porque, si bien la mayoría de los investigadores han supuesto que existió en algún momento, no se conserva de él ningún vestigio. Los constructores de grandes edificios religiosos tienen una curiosa tendencia a dejar inacabadas sus creaciones, con lo cual quieren dar a entender que Dios es lo único que está completo. El piramidón —si es que existió— era en sí mismo una pirámide en miniatura, cuyo vértice, una vez más, estaría coronado por un bloque más pequeño de la misma forma y así ad infinitum. Por consiguiente, el piramidón es el arquetipo de toda la estructura. De este modo, se puede comparar la pirámide con el universo y el piramidón, con el hombre. Siguiendo la cadena de analogías, la mente es el piramidón del hombre; el espíritu, el piramidón de la mente, y Dios —arquetipo de la totalidad—, el piramidón del espíritu. Como un bloque tosco e inacabado, el hombre sale de la cantera y, mediante la cultura secreta de los Misterios, poco a poco se va transformando en un piramidón equilibrado y perfecto. El templo solo está completo cuando el propio iniciado se convierte en el vértice vivo a través del cual el poder divino se concentra en la estructura divergente que hay debajo. W. Marsham Adams llama a la Gran Pirámide «la casa de los lugares ocultos» y lo era, sin duda, porque representaba el sanctasanctórum de la sabiduría preegipcia. Los egipcios asociaban la Gran Pirámide con Hermes, el dios de la sabiduría y las letras y el Divino Iluminador, adorado a través del planeta Mercurio. Relacionar a Hermes con la Pirámide destaca otra vez el hecho de que en realidad era el templo supremo de la Divinidad Invisible y Suprema. La Gran Pirámide no era un faro, un observatorio ni una tumba, sino el primer templo de los Misterios, la primera estructura levantada como depósito de aquellas verdades secretas que son la base cierta de todas las artes y las ciencias. Era el emblema perfecto del microcosmos y el macrocosmos y, según las enseñanzas secretas, la tumba de Osiris, el dios negro del Nilo. Osiris representa una manifestación determinada de la energía solar y, por consiguiente, su casa o su tumba es un emblema del universo, dentro del cual está sepultado y en cuya cruz ha sido crucificado. Por las cámaras y los corredores místicos de la Gran Pirámide pasaban los iluminados de la Antigüedad. Atravesaban sus portales como hombres y salían como dioses. Era el lugar del «segundo nacimiento», el «vientre de los Misterios», y la sabiduría habitaba en él como Dios habita en el corazón de los hombres. En algún lugar de las profundidades de sus recovecos residía un ser desconocido llamado «el Iniciador» o «el Ilustre», vestido de azul y dorado, que llevaba en la mano la séptuple llave de la eternidad. Era el hierofante de rostro de león, el Sagrado, el Maestro de los Maestros, que jamás abandonaba la Casa de la Sabiduría y al que ningún hombre veía, a menos que hubiese atravesado las puertas de la preparación y la purificación. Fue en aquellas cámaras donde Platón, el de la ancha frente, se encontró cara a cara con la sabiduría de todos los tiempos, personificada en el Maestro de la Casa Oculta.
¿Quién era el Maestro que vivía en aquella pirámide imponente, cuyas numerosas habitaciones representaban los mundos que hay en el espacio, aquel Maestro al que nadie veía, salvo aquellos que habían «vuelto a nacer»? Él era el único que conocía totalmente el secreto de la pirámide, pero se ha apartado del camino de la sabiduría y la casa está vacía. Los himnos de alabanza ya no resuenan en tonos apagados a través de las cámaras; el neófito ya no pasa a través de los elementos ni deambula entre las siete estrellas; el candidato ya no recibe la «Palabra de Vida» de los labios del Uno Eterno. Ya no queda nada que el ojo del hombre pueda ver, sino una cáscara vacía —el símbolo externo de una verdad interior —, ¡y los hombres llaman tumba a la Casa de Dios!
La técnica de los Misterios fue desarrollada por el Sabio Iluminador, el Maestro de la Casa Secreta. Se revelaba al nuevo iniciado la capacidad para conocer a su espíritu guardián; se le explicaba la manera de separar su cuerpo material de su vehículo divino, y, para consumar la magnum opus, se le revelaba el Nombre Divino, el nombre secreto e inefable de la Divinidad Suprema, por cuyo mero conocimiento el hombre y su Dios se vuelven uno conscientemente. Cuando se le daba el Nombre, el nuevo iniciado se convertía él mismo en una pirámide, para que, dentro de las cámaras de su alma, innumerables seres humanos pudieran recibir también la iluminación espiritual.
En la cámara del rey se representaba el drama de la «segunda muerte», en el cual el candidato, tras ser crucificado en la cruz de los solsticios y los equinoccios, era enterrado en el gran cofre. La atmósfera y la temperatura de la cámara del rey son un gran misterio: hace en ella un frío sepulcral particular, que hiela hasta la médula de los huesos. Aquella sala era una entrada entre el mundo material y las esferas trascendentales de la naturaleza. Mientras su cuerpo yacía en el cofre, el alma del neófito se remontaba como un halcón con cabeza humana a través de los reinos celestiales, donde descubría de primera mano la eternidad de la Vida, la Luz y la Verdad, así como la ilusión de la Muerte, la Oscuridad y el Pecado. Por consiguiente, en cierto modo se puede comparar la Gran Pirámide con una puerta a través de la cual los sacerdotes antiguos dejaban pasar a unos pocos para que llegaran a estar completos como individuos. También cabe destacar, a propósito, que si se golpeaba el cofre que había en la cámara del rey, el sonido que emitía no tenía equivalente en ninguna escala musical conocida. Es posible que aquel valor tonal fuese parte de una combinación de circunstancias que convertían la cámara del rey en un entorno ideal para la concesión del grado máximo de los Misterios. El mundo moderno sabe muy poco acerca de estos ritos antiguos. Tanto el científico como el teólogo contemplan la estructura sagrada y se preguntan qué impulso fundamental habrá inspirado aquella labor hercúlea. Si se detuvieran a pensar aunque fuese por un momento, se darían cuenta de que hay un solo impulso en el alma humana capaz de proporcionar el incentivo necesario, es decir, el deseo de saber, de comprender y de cambiar la estrechez de la mortalidad humana por la mayor amplitud y alcance de la iluminación divina. Por eso, al hablar de la Gran Pirámide los hombres dicen que es la construcción más perfecta del mundo, la fuente de los pesos y las medidas, el arca de Noé original, el origen de las lenguas, los alfabetos y las escalas de la temperatura y la humedad. Pocos se dan cuenta, sin embargo, de que es la puerta de entrada a lo Eterno.
Es posible que el mundo moderno conozca un millón de secretos, pero el mundo antiguo conocía uno solo y aquel era mayor que estos millones, que engendran muerte, desastre, tristeza, egoísmo, lujuria y avaricia, mientras que aquel único confiere vida, luz y verdad. Llegará un momento en el que la sabiduría secreta vuelva a ser el impulso religioso y filosófico dominante en el mundo. Pronto llegará el día en el que sonará la muerte del dogma. La inmensa Torre de Babel teológica, con su confusión de lenguas, se construyó con ladrillos de barro y argamasa de limo. Sin embargo, de las cenizas frías de los credos inertes resurgirán, como el ave fénix, los Misterios antiguos. Ninguna otra institución ha satisfecho tan completamente las aspiraciones religiosas de la humanidad, porque, desde la destrucción de los Misterios, no ha habido ningún código religioso con el que Platón hubiese estado de acuerdo. El desarrollo de la naturaleza espiritual del hombre es una ciencia tan exacta como la astronomía, la medicina o la jurisprudencia. Las religiones se establecieron fundamentalmente para alcanzar este objetivo y de la religión han surgido la ciencia, la filosofía y la lógica como métodos mediante los cuales se puede alcanzar este propósito divino.
¡El dios que muere resucitará! La sala secreta de la Casa de los Lugares Ocultos se redescubrirá. La pirámide volverá a ser el emblema ideal de la solidaridad, la inspiración, la aspiración, la resurrección y la regeneración. Aunque las arenas pasajeras del tiempo entierren bajo su peso una civilización tras otra, la pirámide perdurará como la alianza visible entre la Sabiduría Eterna y el mundo. Llegará un momento en que los cantos de los iluminados se vuelvan a escuchar en sus corredores antiguos y el Maestro de la Casa Oculta aguardará en el Lugar Silencioso la llegada del hombre que, dejando de lado las falacias del dogma y los principios, busque simplemente la Verdad y no se conforme con sucedáneos ni con falsificaciones.
«Soy Isis, señora de toda la tierra. Hermes me ha enseñado y con Hermes he inventado la escritura de las naciones, para que no escriban todas con las mismas letras. He proporcionado a la humanidad sus leyes y he ordenado lo que nadie puede alterar. Soy la hija mayor de Cronos y la esposa y hermana del rey Osiris. Soy la que sale con la estrella canina. Me llaman la diosa de las mujeres. […] Soy la que ha separado el cielo de la tierra. He enseñado su camino a las estrellas. He inventado el arte de la navegación. […] He reunido a los hombres con las mujeres. […] He ordenado que los hijos amen a sus mayores. Con mi hermano Osiris he puesto fin al canibalismo. He instruido a la humanidad en los misterios. He enseñado a reverenciar las estatuas divinas. He establecido los recintos de los templos. He derrocado a los tiranos. He hecho que los hombres amaran a las mujeres. Gracias a mí, la justicia es más poderosa que la plata y el oro. Gracias a mí, la verdad se considera hermosa».
El sistro y la forma de Isis se cubrían con un velo de tela escarlata, que simbolizaba la ignorancia y el sentimentalismo que siempre se interponen entre el hombre y la Verdad. Isis levanta el velo y se descubre ante el investigador auténtico y prudente, que, desinteresadamente, con humildad y de todo corazón, trata de comprender los misterios que lo rodean en el universo. Se advierte a aquellos a los que se revela que guarden silencio con respecto a los misterios que han presenciado. La principal advertencia a los Hombres Sabios es: «Si sabes, guarda silencio». Ante el vulgo y los profanos, los infieles y los desinteresados, no descubre su rostro, porque ellos no podrían comprender los procesos secretos de los mundos invisibles.