sexta-feira, 6 de janeiro de 2023

Manly Palmer Hall - La Vida y La Filosofia De Pitágoras

 

Aprovechando un viaje a Delfos por asuntos relacionados con su trabajo como mercader, Mnesarchus, el padre de Pitágoras, y su esposa. Parthenis, decidieron consultar al oráculo para saber si las Parcas eran favorables para su viaje de regreso a Siria. Cuando la pitonisa (la profetisa de Apolo) se sentó en el trípode dorado, encima de la enorme entrada de aire del oráculo, en lugar de responder a la pregunta que le habían formulado, dijo a Mnesarchus que su esposa estaba encinta y que daría a luz a un hijo que estaba destinado a superar a todos los hombres en belleza y sabiduría y que, a lo largo de su vida, contribuiría mucho al bien de la humanidad. Mnesarchus quedó tan impresionado por la profecía que cambió el nombre de su esposa por el de Pythais, en honor de la pitonisa. Cuando nació el niño en Sidón, en Fenicia, fue, como había dicho el oráculo, un varón. Mnesarchus y Pythais lo llamaron Pitágoras, convencidos de que había sido predestinado por el oráculo. Se conservan muchas leyendas extrañas en torno al nacimiento de Pitágoras. Algunos sostienen que no era un hombre mortal, sino que era uno de los dioses que había adoptado un cuerpo humano para permitirle venir al mundo e instruir a la raza humana. Pitágoras fue uno de los numerosos sabios y salvadores de la Antigüedad para los cuales se afirma una concepción inmaculada. En su Anacalypsis, Godfrey Higgins escribe lo siguiente: «La primera circunstancia sorprendente en la que coinciden la historia de Pitágoras y la de Jesús es que los dos eran oriundos casi del mismo país: aquel había nacido en Sidón y este, en Belén, dos ciudades de Siria. El padre de Pitágoras, al igual que el de Jesús, se enteró por una profecía de que su esposa iba a tener un hijo que sería un benefactor de la humanidad. Los dos nacieron cuando sus madres estaban de viaje lejos del hogar: José y su esposa habían ido a Belén por una cuestión de impuestos y el padre de Pitágoras había viajado desde Saínos, su lugar de residencia, a Sidón, por sus intereses mercantiles. Pythais [Pythasis], la madre de Pitágoras, tuvo una relación con un espectro o fantasma del dios Apolo, el dios del Sol (debía de ser, sin duda, un fantasma santo y aquí tenemos al Espíritu Santo), que después se apareció a su esposo y le dijo que no debía tener relaciones con su esposa durante el embarazo: una historia que, evidentemente, es la misma que la de Jesús y María. Por estas circunstancias peculiares, a Pitágoras lo conocían, igual que a Jesús, como “el hijo de Dios” y la multitud suponía que estaba bajo la influencia de la inspiración divina».
Este filósofo famosísimo nació entre el año 600 y el 590 a. de C. y se calcula que vivió casi cien años. Las enseñanzas de Pitágoras indican que estaba perfectamente familiarizado con los preceptos del esoterismo oriental y el occidental, viajó entre los judíos y fue instruido por los rabinos sobre las tradiciones secretas de Moisés, el legislador de Israel. Posteriormente, la escuela de los esenios se dedicó principalmente a interpretar los símbolos pitagóricos. Pitágoras fue iniciado en los Misterios egipcios, los babilonios y los caldeos. Aunque algunos creen que fue discípulo de Zaratustra, es dudoso que su instructor de ese nombre fuese el hombre-dios que actualmente veneran los parsis. Aunque los relatos de sus viajes son dispares, los historiadores coinciden en que visitó numerosos países y estudió a los pies de muchos maestros.
«Después de adquirir todo lo que podía aprender de los filósofos griegos y, supuestamente, de iniciarse en los Misterios eleusinos, fue a Egipto, donde, tras muchos rechazos y negativas, finalmente logró que los sacerdotes de Tebas lo iniciaran en los Misterios de Isis. A continuación, aquel intrépido asociacionista se dirigió a Fenicia y a Siria, donde le fueron conferidos los Misterios de Adonis y, tras cruzar el valle del Éufrates, se entretuvo el tiempo suficiente para aprender las tradiciones secretas de los caldeos, que seguían viviendo en las inmediaciones de Babilonia. Por último, hizo su incursión más importante y más histórica a través de Media y Persia hasta el Indostán, donde permaneció varios años como discípulo e iniciado de los cultos brahmanes de Elephanta y Ellora».
El mismo autor añade que el nombre de Pitágoras figura aún en los registros de los brahmanes como Yavancharya, el maestro jónico. Dicen que Pitágoras fue el primero que se llamó a sí mismo «filósofo»; de hecho, el mundo está en deuda con él por esta palabra. Antes de aquella época, a las personas dotadas de sabiduría se las llamaba «sabios», que se interpretaba como «los que saben». Pitágoras fue más modesto y acuñó la palabra «filósofo», que él definía como «alguien que quiere saber».
Cuando regresó de sus viajes Pitágoras creó una escuela o, como se ha llamado a veces, una universidad, en Crotona, una colonia doria en el sur de Italia. Cuando llegó, lo miraron con recelo, pero al poco tiempo las personas que ocupaban cargos importantes en las colonias vecinas empezaron a buscar su asesoramiento en las cuestiones de máxima actualidad. Reunió a su alrededor a un grupo reducido de discípulos sinceros, a los que instruyó en la sabiduría secreta que le había sido revelada y también en los aspectos fundamentales de la matemática oculta, la música y la astronomía, que él consideraba la base triangular de todas las artes y las ciencias. Cuando tenía casi sesenta años, se casó con una de sus discípulas y de aquella unión nacieron siete hijos. Su esposa era una mujer notablemente capaz, que no solo lo estimuló a lo largo de su vida, sino que, después de su asesinato, continuó difundiendo sus doctrinas.
Como ocurre tantas veces con los genios, Pitágoras, con su franqueza, se granjeó enemistades políticas y personales. Entre los que llegaron buscando la iniciación hubo uno que, porque Pitágoras se negó a admitirlo, decidió destruir tanto al hombre como a su filosofía. Mediante propaganda falsa, aquel descontento puso a la gente corriente contra el filósofo. Una pandilla de asesinos llegó sin avisar al pequeño grupo de edificios donde vivían el gran maestro y sus discípulos, quemaron las construcciones y mataron a Pitágoras. Las versiones sobre la muerte del filósofo no se ponen de acuerdo. Algunos dicen que fue asesinado con sus discípulos; otros que, mientras huía de Crotona con un pequeño grupo de seguidores, sus enemigos lo atraparon y lo quemaron vivo en una casita en la que se habían refugiado para descansar durante la noche. Según otra versión, al verse atrapados en la construcción en llamas, los discípulos se arrojaron de fuego para convertir sus cuerpos en un puente sobre el cual Pitágoras logró escapar, aunque murió de tristeza poco después, ante la aparente inutilidad de sus esfuerzos por servir e iluminar a la humanidad.
Los discípulos que lo sobrevivieron trataron de perpetuar sus doctrinas, pero los persiguieron por todas partes y es muy poco lo que se conserva en la actualidad como homenaje a la grandeza de este filósofo. Dicen que los discípulos de Pitágoras jamás lo llamaban ni se referían a él por su nombre, sino siempre como «el Maestro» o «aquel hombre». Es posible que esto se deba al hecho de que se creía que el nombre de Pitágoras constaba de un número determinado de letras con un orden especial y gran significación sagrada. La revista The Word ha publicado un artículo de T. R. Prater que demostraba que Pitágoras iniciaba a sus candidatos mediante una fórmula determinada que estaba oculta en las letras de su propio nombre. Esto explicaría por qué se reverenciaba tanto la palabra «Pitágoras». A la muerte de Pitágoras, su escuela se fue desintegrando poco a poco, aunque los que sacaron provecho de sus enseñanzas veneraban la memoria del gran filósofo, del mismo modo en que, durante su vida, lo habían reverenciado a él. Con el paso del tiempo, Pitágoras llegó a ser considerado un dios, más que un hombre, y sus discípulos dispersos estaban unidos por su admiración común hacia el genio trascendente de su maestro. Édouard Schuré, en Pythagoras and the Delphic Mysteries, relata el siguiente episodio como ejemplo del vínculo de hermandad que unía a los miembros de la escuela pitagórica: Uno de ellos, que había caído enfermo y estaba sumido en la pobreza, fue alojado amablemente por un posadero. Antes de morir, dibujó unos cuantos signos misteriosos (seguramente, el pentáculo) sobre la puerta de la posada y dijo al dueño: «No os preocupéis, que alguno de mis hermanos saldará mis deudas». Al cabo de un año pasó por allí un desconocido que vio los signos y le dijo al dueño: «Soy pitagórico y aquí murió uno de mis hermanos; decidme cuánto os debo en su nombre».
Frank C. Higgins, del grado 32, ofrece a continuación un compendio excelente de los principios pitagóricos: Las enseñanzas de Pitágoras son de trascendental importancia para los masones, puesto que son el fruto necesario de su contacto con los filósofos más destacados de todo el mundo civilizado de su época y deben de representar aquello en lo que todos estaban de acuerdo, despojado de toda la cizaña de la controversia. Por eso, la postura decidida de Pitágoras en defensa del monoteísmo puro es prueba suficiente de que la tradición en cuanto a que la unidad de Dios era el secreto supremo de todas las instituciones antiguas es totalmente correcta. La escuela filosófica de Pitágoras era, en cierta medida, también una serie de iniciaciones porque hacía pasar a sus discípulos por una serie de grados y jamás les permitía estar en contacto directo con él hasta que alcanzaban los grados superiores. Según sus biógrafos, los grados eran tres. El primero, el de —si la masonería se inculcara de forma adecuada— la base sobre la cual se erigía todo el resto del conocimiento. En segundo lugar, estaba el grado de «Theoreticus», que se refería a las aplicaciones superficiales de las ciencias exactas, y, por último, el grado de «Electus», que permitía al candidato adelantarse hasta alcanzar la luz de la máxima iluminación que era capaz de absorber. Los discípulos de la escuela pitagórica se clasificaban en «exoterici», o discípulos de grados externos, y «esoterici», cuando habían superado el tercer grado de iniciación y tenían derecho a acceder a la sabiduría secreta. El silencio, el secreto y la obediencia incondicional eran principios fundamentales de esta gran orden.

Los fundamentos pitagóricos

El estudio de la geometría, la música y la astronomía se consideraba fundamental para un conocimiento racional de Dios, el hombre o la naturaleza y nadie que no conociera a fondo estas ciencias podía acompañar a Pitágoras como discípulo. Eran muchos los que pedían ser admitidos en su escuela. Se examinaba a cada candidato en las tres materias y los que las ignoraban eran rechazados de inmediato.
Pitágoras no era extremista: enseñaba la moderación en todo, más que el exceso en algo, porque creía que un exceso de virtud era, en sí mismo, un defecto. Una de sus frases favoritas era: «Debemos poner todo nuestro empeño en evitar y amputar, a fuego y a espada y por cualquier otro medio, del cuerpo la enfermedad, del alma la ignorancia, del vientre la lujuria, de una ciudad la sedición, de una familia la discordia y de todas las cosas el exceso». También opinaba que no hay delito peor que la anarquía. Todo el mundo sabe lo que quiere, pero pocos saben lo que necesitan. Pitágoras advertía a sus discípulos que, cuando rezaran, no pidieran para sí mismos y que, cuando solicitaran algo a los dioses, no les requirieran cosas para sí mismos, porque nadie sabe lo que es bueno para sí y, por tal motivo, no conviene pedir cosas que, si se obtuvieran, solo resultarían perjudiciales.
El dios de Pitágoras era la mónada, o el Uno que lo es Todo. Describía a Dios como la Mente Suprema distribuida por todo el universo: la causa de todas las cosas, la inteligencia de todas las cosas y el poder que hay en todas las cosas. Decía también que el movimiento divino era circular, que el cuerpo de Dios estaba compuesto por la sustancia de la luz y que la naturaleza de Dios estaba compuesta por la sustancia de la verdad. Para Pitágoras, comer carne nublaba la facultad de razonamiento. Si bien no condenaba su uso ni se abstenía por completo él mismo, decía que los jueces debían abstenerse de comer carne antes de un juicio, para que los que compareciesen ante ellos recibieran las decisiones más honestas y acertadas.
Cuando Pitágoras decidía —como ocurría a menudo— retirarse al templo de Dios por un período prolongado para meditar y orar, llevaba consigo comidas y bebidas preparadas especialmente. La comida consistía en semillas de amapola y sésamo a partes iguales, la piel de la cebolla albarrana totalmente disecada, la flor del narciso, hojas de malva y una pasta hecha de cebada y guisantes. Mezclaba todo esto y le agregaba miel silvestre. Para beber, combinaba semillas de pepinos, pasas de uva (sin semillas), flores de cilantro, semillas de malva y verdolaga, queso rallado, harina y nata y lo endulzaba con miel silvestre. Según Pitágoras, era lo que comía Hércules cuando deambulaba por el desierto de Libia y la mismísima diosa Ceres había dado al héroe aquella receta.
El método favorito de curación entre los pitagóricos eran las cataplasmas También conocían las propiedades mágicas de gran cantidad de plantas. Pitágoras valoraba mucho las propiedades medicinales de la cebolla albarrana y dicen que escribió todo un libro sobre este tema, aunque no tenemos actualmente ninguna constancia de dicha obra. Pitágoras descubrió que la música tenía gran poder terapéutico y preparó armonías especiales para diversas enfermedades. Parece que también experimentó con el color y obtuvo un éxito considerable. Uno de sus procesos curativos únicos se debe a su descubrimiento del valor curativo de determinados versos de la Odisea y la Ilíada de Homero y hacía que se los leyeran a personas que padecían ciertas enfermedades. Se oponía a la cirugía en todas sus formas y también estaba en contra de la cauterización. No permitía que nada afeara el cuerpo humano, porque, según él, constituía un sacrilegio contra el lugar donde moraban los dioses. Pitágoras enseñaba que la amistad era la relación más auténtica y que era casi perfecta. Declaraba que en la naturaleza había amistad de todos para con todos: de los dioses hacia los hombres; de las doctrinas entre sí; del alma con respecto al cuerpo; de la parte racional con la irracional; de la filosofía con respecto a su teoría; de los hombres entre sí; entre compatriotas; que la amistad también existía entre extraños, entre un hombre y su mujer, sus hijos y sus criados Todos los vínculos en los que no hubiera amistad eran grilletes y no había virtud alguna en mantenerlos.
Pitágoras creía que las relaciones eran fundamentalmente mentales, más que físicas, y que un desconocido con un intelecto comprensivo estaba más cerca de él que un consanguíneo cuyos puntos de vista discreparan de los suyos Pitágoras definía el conocimiento como el fruto de la acumulación mental. Creía que se obtenía de muchas maneras, pero fundamentalmente por medio de la observación. La sabiduría era el conocimiento del origen o la causa de todas las cosas y la única manera de conseguirla era elevando el intelecto hasta alcanzar un punto en el cual conocía intuitivamente lo invisible que se manifestaba exteriormente a través de lo visible y, de este modo, conseguía establecer un rapport con el espíritu de las cosas, más que con sus formas. Lo máximo que la sabiduría podía conocer era la mónada, el misterioso átomo permanente de los pitagóricos. Pitágoras enseñaba que tanto el hombre como el universo estaban hechos a imagen y semejanza de Dios y que, al estar hechos los dos a partir de la misma imagen, comprender uno suponía conocer el otro. Enseñaba, además, que había una interrelación constante entre el Gran Hombre (el cosmos) y el hombre (el microcosmos). Pitágoras creía que todos los cuerpos siderales estaban vivos y que las formas de los planetas y las estrellas no eran más que cuerpos que revestían almas, mentes y espíritus, del mismo modo en que la forma humana visible no es más que el medio que recubre un organismo espiritual invisible, que es, en realidad, el individuo consciente. Para Pitágoras, los planetas eran divinidades espléndidas que merecían la adoración y el respeto del hombre. Sin embargo, opinaba que todas aquellas divinidades estaban supeditadas a La Causa Primera, dentro de la cual todas existían temporalmente, como la mortalidad existe en medio de la inmortalidad.
La famosa Y pitagórica representaba la capacidad de elección y se usaba en los Misterios como emblema de la bifurcación de los caminos. El tronco central se separaba en dos partes, una de las cuales se ramificaba hacia la derecha y la otra, hacia la izquierda. La rama de la derecha se llamaba «sabiduría divina» y la de la izquierda, «sabiduría terrenal». La juventud, encarnada en el candidato, que recorría el camino de la vida —representado por el tronco central de la Υ—, llega al punto en el cual el camino se bifurca. El neófito debe elegir entonces entre seguir el camino de la izquierda y, siguiendo los dictados de su naturaleza inferior, ingresar en un espacio de locura e irreflexión que lo llevará irremediablemente a la ruina, o seguir el camino de la derecha y, gracias a la integridad, la laboriosidad y la sinceridad, conseguir finalmente la unión con los inmortales en las esferas superiores. Es probable que Pitágoras tomase su concepto de la Υ de los egipcios, que incluían en algunos de sus rituales de iniciación una escena en la cual el candidato se encontraba frente a dos figuras femeninas. Una de ellas, tapada con las túnicas blancas del templo, animaba al neófito a ingresar en las salas del conocimiento, mientras que la otra, engalanada con joyas que simbolizaban los tesoros terrenales y llevando en las manos una bandeja llena de uvas (emblemas de la luz falsa), intentaba atraerlo hacia las cámaras de la disipación. Este símbolo sigue existiendo en las cartas del Tarot, donde se llama «la bifurcación de los caminos». Para muchas naciones, la horquilla es el símbolo de la vida y se solía colocar en el desierto para indicar la presencia de agua.
Con respecto a la teoría de la transmigración como la ha difundido Pitágoras hay diversas opiniones. Según algunos, enseñaba que aquellos mortales que, por lo que habían hecho durante su existencia terrenal, habían llegado a parecerse a ciertos animales volvían a la tierra bajo la apariencia de tales animales. Por ejemplo, una persona tímida regresaría en forma de conejo de ciervo; una persona cruel, en forma de lobo o de algún otro animal feroz, y una persona astuta, con apariencia de zorro. Sin embargo, este concepto no encaja dentro del esquema pitagórico general y es mucho más probable que tuviera un sentido más alegórico que literal. La intención era dar la idea de que los seres humanos se vuelven brutales cuando se dejan dominar por sus deseos más bajos y sus tendencias destructivas. Es probable que haya que entender la palabra «transmigración» como lo que habitualmente se llama «reencarnación», una doctrina con la que Pitágoras debió de tener contacto directo o indirecto en India y en Egipto. El hecho de que Pitágoras aceptaba la teoría de las reapariciones sucesivas de la naturaleza espiritual en forma humana se encuentra en una nota a pie de página en la Historia de la magia de Lévi: «Era un defensor importante de lo que solía llamarse la doctrina de la metempsicosis, entendida como la transmigración del alma en cuerpos sucesivos. Él mismo había sido a) Elálides, uno de los hijos de Mercurio; b) Euforbo, hijo de Panto, que pereció a manos de Menelao en la guerra de Troya; C) Hermótimo de Clazomene, una ciudad de Jonia; d) un humilde pescador, y, finalmente, e) el filósofo de Samos».
Pitágoras enseñaba también que cada especie de criatura tenía lo que él llamaba un sello, otorgado por Dios, y que la forma física de cada una era la impresión de aquel sello sobre la cera de la sustancia física, de modo que cada cuerpo llevaba estampada la dignidad del modelo que Dios le había otorgado. Pitágoras creía que al final el hombre alcanzaría un estado en el que se desprendería de su naturaleza burda y actuaría en un cuerpo de éter espiritualizado, yuxtapuesto en todo momento a su forma física, que podría ser la Octava Esfera, o Antichton, desde la cual ascendería al reino de los inmortales, al que pertenecía por derecho divino de nacimiento. Pitágoras enseñaba que todo lo que existía en la naturaleza era divisible en tres partes y que no se podía llegar a ser verdaderamente sabio hasta que no se veían los problemas como diagramáticamente triangulares. Decía: «Si se establece un triángulo, dos tercios del problema quedan resueltos» y también: «Todo está formado por tres». Según este punto de vista, Pitágoras dividía el cosmos en tres partes, que él llamaba el «mundo supremo», el «mundo superior» y el «mundo inferior». El más elevado, o mundo supremo, era una sutil esencia espiritual que se compenetraba con todas las cosas y, por consiguiente, era el verdadero plano de la propia Divinidad Suprema, ya que la Divinidad era, en todos los sentidos, omnipresente, omniactiva, omnipotente y omnisciente. Los dos mundos inferiores existían dentro de la naturaleza de aquella esfera suprema.
En el Mundo Superior vivían los inmortales y también los arquetipos o los sellos, cuya naturaleza no participaba en modo alguno del material de lo terreno, sino que, como proyectaban sus sombras sobre lo profundo (el mundo inferior), sólo se podían conocer a través de ellas. En el tercero, o mundo inferior, vivían las criaturas que eran partícipes de la sustancia material o participaban en el trabajo con la sustancia material y en ella. Por consiguiente, esta esfera era la morada de los dioses mortales, los demiurgos, los ángeles que trabajan con los hombres, también de los demonios que participan de la naturaleza de la tierra y, por último, de la humanidad y los reinos inferiores, los que transitoriamente pertenecen a la tierra pero son capaces de elevarse por encima de aquella esfera mediante la razón y la filosofía.
Los pitagóricos no consideran números a los dígitos uno y dos, porque representan las dos esferas supramundanas. Por consiguiente, los números pitagóricos empiezan por el tres, el triángulo, y el cuatro, el cuadrado, que, sumados al uno y al dos, producen el diez, el gran número de todas las cosas, el arquetipo del cosmos. Los tres mundos se llamaban «receptáculos». El primero era el receptáculo de los principios; el segundo, el de las inteligencias, y el tercero, o inferior, el de las cantidades. Tanto Pitágoras como los pensadores griegos posteriores daban la máxima importancia a los sólidos simétricos. Para que un sólido fuera perfectamente simétrico o regular, la misma cantidad de caras tenían que converger en todos sus ángulos y esas caras debían ser polígonos regulares iguales, es decir, figuras cuyos lados y ángulos fuesen todos iguales. Tal vez se pueda atribuir a Pitágoras el gran descubrimiento de que solo hay cinco sólidos de este tipo. [···]
Los griegos creían que el mundo [el universo material] estaba compuesto por cuatro elementos —tierra, aire, fuego y agua— y para la mente griega era inevitable la conclusión de que las formas de las partículas de los elementos eran las de los sólidos regulares. Las partículas de tierra eran cúbicas, porque el cubo era el sólido regular que poseía más estabilidad. Las partículas de fuego eran tetraédricas, porque el tetraedro era el sólido más sencillo y, por lo tanto, el más ligero. Las partículas de agua eran icosaédricas, precisamente por el motivo contrario, mientras que las panículas de aire, como intermedias entre las dos últimas, eran octaédricas. El dodecaedro era, para aquellos matemáticos antiguos, el sólido más misterioso; era, con diferencia, el más difícil de construir, porque dibujar con precisión un pentágono regular requería una aplicación bastante compleja del gran teorema de Pitágoras. De ahí la conclusión, como dijo Platón, de que «la divinidad lo utilizó (al dodecaedro regular) para dibujar el plano del universo».
Redgrove no ha mencionado el quinto elemento de los Misterios antiguos, el que completaría la analogía entre los sólidos simétricos y los elementos. A aquel quinto elemento, o éter, los hindúes lo llamaban akasa. Estaba estrechamente relacionado con el éter hipotético de la ciencia moderna y era la sustancia que se compenetraba con todos los demás elementos y actuaba como su disolvente común y su denominador común. El sólido de doce caras también hacía referencia, sutilmente, a los doce inmortales que allanaban el universo y también a las doce circunvoluciones del cerebro humano: los vehículos de aquellos inmortales en la naturaleza humana.
Aunque Pitágoras, según algunos contemporáneos suyos, practicaba la adivinación (posiblemente la aritmomancia), no disponemos de información precisa sobre los métodos que empleaba. Se cree que tenía una rueda extraordinaria mediante la cual podía predecir el futuro y que había aprendido hidromancia con los egipcios Creía que el bronce tenía poderes oraculares, porque, incluso cuando todo estaba perfectamente quieto, siempre había un ruido sordo en los cuencos de bronce. En una ocasión, mientras oraba al espíritu de un río, salió del agua una voz que dijo: «Salve, Pitágoras». Dicen que podía hacer que los demonios se sumergieran en el agua y agitaran su superficie y que aquellas ondas permitían predecir algunas cosas. Un día, después de beber de cierto manantial, uno de los maestros de Pitágoras anunció que el espíritu del agua acababa de predecir que al día siguiente se produciría un gran terremoto y la profecía se cumplió. Es muy probable que Pitágoras tuviese poder hipnótico no solo sobre los hombres, sino también sobre los animales. Ejerciendo su influencia mental, consiguió que un ave cambiara el rumbo de su vuelo, que un oso dejara de causar estragos en una comunidad y que un toro cambiara su alimentación. También tenía el don de la clarividencia y era capaz de ver desde lejos y de describir con precisión acontecimientos que aún no se habían producido.

Los aforismos simbólicos de Pitágoras

Jámblico reunió treinta y nueve de los dichos simbólicos de Pitágoras y los interpretó. Han sido traducidos del griego por Thomas Taylor. Los aforismos eran uno de los métodos de instrucción que más se utilizaban en la universidad pitagórica de Crotona. A continuación se reproducen diez de los más representativos, con una breve explicación de su significado oculto.
I. En lugar de transitar por vías públicas, recorre los caminos menos frecuentados. Quiere decir que quienes deseen alcanzar la sabiduría la deben buscar en solitario.
II. Domina tu lengua por sobre todas las cosas, como hacen los dioses. Este aforismo advierte que las palabras, en lugar de manifestarte, te tergiversan y por eso cuando uno no sabe qué decir, siempre le conviene callar.
III. Cuando sople el viento, adora el sonido. Con esto Pitágoras recuerda a sus discípulos que el mandato divino se escucha en la voz de los elementos y que todas las cosas de la naturaleza manifiestan, mediante la armonía, el ritmo, el orden o el procedimiento, los atributos de la divinidad.
IV. Ayuda a los demás a levantar una carga, pero no a apoyarla en el suelo. Indica al estudiante que colabore con el diligente, pero que jamás asista a aquellos que pretenden eludir sus responsabilidades, porque alentar la indolencia constituye un pecado grave.
V. No hables sin luz sobre cuestiones pitagóricas. Se advierte al mundo que no se debe tratar de interpretar los misterios divinos ni los estados de las ciencias sin la iluminación espiritual e intelectual.
VI. Si te has marchado de tu casa, no regreses, porque las furias irán contigo. Con estas palabras, Pitágoras advierte a sus seguidores que quien se ponga a buscar la verdad y, tras aprender parte del misterio, se desanime e intente regresar a su estado anterior de vicio e ignorancia, padecerá mucho, porque es preferible no saber nada sobre la divinidad que aprender un poco y detenerse sin llegar a saberlo todo.
VII. Alimenta a un gallo, pero no lo sacrifiques, porque es sagrado para el sol y la luna. Este aforismo oculta dos lecciones importantes. La primera es una advertencia contra el sacrificio de seres vivos a los dioses, porque la vida es sagrada y nadie debe destruirla, ni siquiera para hacer una ofrenda a la divinidad. La segunda advierte que el cuerpo humano (al que aquí se hace referencia como un gallo) es sagrado para el sol (Dios) y para la luna (la Naturaleza) y se debe proteger y conservar como el medio de expresión más precioso que tiene el hombre. Pitágoras también prevenía a sus discípulos contra el suicidio.
VIII. No recibas golondrinas en tu casa. Con esto se advierte a quien va en pos de la verdad que no debe permitir que entren en su cabeza pensamientos dispersos ni que entren en su vida personas ineficaces. Siempre debe estar rodeado de personas racionales y de trabajadores aplicados.
IX. No ofrezcas fácilmente a nadie tu mano derecha. Así se advierte al discípulo que se guarde sus consejos y no brinde sabiduría ni conocimientos (su mano derecha) a los que son incapaces de apreciarlos. En este caso, la mano representa la Verdad, que levanta a quienes han caído por ignorancia, pero, como muchos de los impenitentes no desean la sabiduría, cortarán la mano que se les tiende con generosidad. El tiempo es lo único que puede redimir a las masas ignorantes. X. Cuando te levantes de la cama, estira las sábanas para borrar las huellas de tu cuerpo. Pitágoras instruía a sus discípulos que habían pasado del sueño de la ignorancia al despertar de la inteligencia para que suprimieran todos los recuerdos de su anterior oscuridad espiritual, porque un hombre sabio, al pasar, no deja tras de sí ninguna forma que alguien menos inteligente, al verla, vaya a usar como molde para fabricar ídolos.
Los fragmentos pitagóricos más famosos son los Versos áureos, que se atribuyen al propio Pitágoras, aunque caben dudas acerca de su autoría. Los Versos áureos contienen un breve resumen de todo el sistema filosófico que constituye la base de las doctrinas educativas de Crotona, o, como se conoce habitualmente, la escuela itálica. Estos versos comienzan aconsejando al lector que ame a Dios, que venere a los grandes héroes y que respete a los demonios y los habitantes elementales A continuación, insta al hombre a pensar detenidamente y con diligencia sobre su vida diaria y a preferir los tesoros de la mente y el alma, en lugar de acumular bienes terrenales. Los versos también prometen al hombre que, si supera su naturaleza material inferior y cultiva el autocontrol, llegará a ser aceptable a la vista de los dioses, se reunirá con ellos y será partícipe de su inmortalidad.

La astronomía pitagórica

Según Pitágoras, la posición de cada cuerpo en el universo dependía de su dignidad esencial. En aquella época, la creencia popular era que la tierra ocupaba el centro del sistema solar, que los planetas —incluidos el sol y la luna — se movían alrededor de la tierra y que esta era plana y cuadrada. Contrariamente a esta creencia y sin tener en cuenta las críticas, Pitágoras declaró que el elemento más importante era el fuego, que lo más importante de cada cuerpo era el centro y que, del mismo modo que en medio de todo hogar estaba el fuego de Vesta, en el medio del universo había una esfera llameante con un resplandor celestial. Llamó a aquel globo central la torre de Júpiter, el globo de la unidad, la gran mónada y el altar de Vesta. Como el número sagrado diez simbolizaba a suma de todas las partes y la totalidad de todas las cosas, era natural que Pitágoras dividiera el universo en diez esferas, representadas por diez círculos concéntricos. Aquellos círculos comenzaban en el centro con el globo del fuego divino; a continuación venían los siete planetas, la tierra y otro planeta misterioso, llamado Antichton, que no era visible nunca. Hay diversas opiniones acerca de la naturaleza de Antichton. Según san Clemente de Alejandría, representaba la masa de los cielos; otros decían que se trataba de la luna. Lo más probable es que fuera la misteriosa Octava Esfera de los antiguos, el planeta oscuro que se movía en la misma órbita que la tierra, pero que siempre estaba oculto de esta por el cuerpo del sol, porque siempre estaba en oposición a la tierra. ¿Será esta la misteriosa Lilith sobre la cual tanto han especulado los astrólogos? Isaac Myer opinaba lo siguiente: «Para los pitagóricos, cada estrella era un mundo que tenía su propia atmósfera, con una extensión enorme de éter a su alrededor». Los discípulos de Pitágoras también reverenciaban mucho al planeta Venus, porque era el único tan brillante que proyectaba una sombra.
Como lucero matutino, Venus es visible antes de la salida del sol y, como lucero vespertino, brilla justo después de la puesta del sol. Debido a estas características, los antiguos le han dado diversos nombres. Por ser visible en el cielo al atardecer, la llamaban «vesper» y por salir antes que el sol la llamaban «luz falsa», «estrella de la mañana» o «Lucifer», que significa «portador de luz». Por esta relación con el sol, también llamaban al planeta Venus, Astarté, Afrodita, Isis y la madre de los dioses. Es posible que, en algunas épocas del año, en determinadas latitudes se pudiera detectar sin necesidad de telescopio la forma de media luna de Venus. Esto explicaría la media luna que a menudo se observa en relación con las diosas de la Antigüedad, cuyas historias no coinciden con las fases de la luna. No cabe duda de que Pitágoras aprendió todo lo que sabía de astronomía en los templos egipcios, cuyos sacerdotes conocían la verdadera relación de los cuerpos celestes muchos miles de años antes de que dicho conocimiento se revelara al mundo no iniciado. El hecho de que el conocimiento adquirido en los templos le permitiera hacer afirmaciones que tardaron dos mil años en poder ser demostradas prueba por qué Platón y Aristóteles estimaban tanto la profundidad de los Misterios antiguos. En medio de una relativa ignorancia científica y sin la ayuda de ningún instrumento moderno, los sacerdotes-filósofos habían descubierto los verdaderos fundamentos de la dinámica universal.Una aplicación interesante de la doctrina pitagórica de los sólidos geométricos tal como la expuso Platón se encuentra en The Canon, cuyo autor anónimo manifiesta lo siguiente: «Casi todos los viejos filósofos desarrollaron una teoría armónica acerca del universo y lo mismo se siguió haciendo hasta que se extinguió el viejo modo de filosofar». Para demostrar la doctrina platónica de que el universo estaba formado por los cinco sólidos regulares, Kepler (1596) propuso la siguiente regla: «La tierra es un círculo, la medida de todo. A su alrededor trazad un dodecaedro; el círculo que lo rodee será Marte. Alrededor de Mane trazad un tetraedro; la esfera que lo contenga será Júpiter. Trazad un cubo en torno a Júpiter; la esfera que lo contenga será Saturno. Ahora inscribid en la tierra un icosaedro; el círculo inscrito en él será Venus. Inscribid un octaedro en Venus; el círculo inscrito en él será Mercurio».
Esta regla no se puede tomar en serio como una afirmación verdadera sobre las proporciones del cosmos, porque no guarda ninguna similitud real con las publicadas por Copémico a principios del siglo XVI. Sin embargo, Kepler estaba muy orgulloso de su fórmula y decía que la valoraba más que al electorado de Sajonia. También fue aprobada por dos expertos eminentes, Tycho y Galileo, que evidentemente la comprendían. El propio Kepler jamás da ninguna pista sobre la manera de interpretar su preciosa regla. La astronomía platónica no se preocupaba por la constitución material ni por la disposición de los cuerpos celestes, sino que consideraba las estrellas y los planetas fundamentalmente como focos de la inteligencia divina. La astronomía física se consideraba la ciencia de las sombras y la astronomía filosófica, la ciencia de las realidades.

LA MATEMÁTICA PITAGÓRICA

Mucho se ha especulado con respecto al significado secreto de los números. Aunque se han hecho numerosos descubrimientos interesantes, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que con la muerte de Pitágoras se perdió la gran llave de esta ciencia. Durante casi dos mil quinientos años, filósofos de todas las naciones han tratado de desenredar la maraña pitagórica, aunque parece que ninguno lo ha conseguido. A pesar de los intentos de destruir todos los documentos que contienen las enseñanzas de Pitágoras, los fragmentos que se conservan aportan claves sobre algunas de las partes más sencillas de su filosofía. Los grandes secretos no se pusieron por escrito jamás, sino que se transmitían oralmente a un puñado de discípulos escogidos que, aparentemente, no se atrevieron a divulgarlos a los profanos, de modo que, cuando la muerte selló sus labios, los arcanos murieron con ellos.
Algunas de las escuelas secretas que existen en el mundo actual son prolongaciones de los Misterios antiguos y, aunque es bastante posible que posean parte de las fórmulas numéricas originales, no hay ninguna prueba de ello en los voluminosos escritos que estos grupos han dado a conocer durante los últimos quinientos años. A pesar de que estos escritos hablan a menudo de Pitágoras, no aparece en ellos ningún indicio de un conocimiento más completo de sus doctrinas complejas que el que poseían los especuladores griegos pospitagóricos, que hablaban mucho, escribían poco, sabían menos y ocultaban su ignorancia tras una serie de insinuaciones y promesas misteriosas. Dispersas entre los productos literarios de los primeros autores se encuentran afirmaciones enigmáticas que no se tomaron la molestia de interpretar. El ejemplo siguiente está tomado de Plutarco: Los pitagóricos van, sin duda, más lejos y honran los números pares y los diagramas geométricos con los nombres y los títulos de los dioses. Por ejemplo, dan al triángulo equilátero el nombre de Minerva, la nacida de la cabeza, y Tritogenia, porque se puede dividir en partes iguales por medio de tres perpendiculares trazadas desde cada uno de los ángulos Asimismo, llaman Apolo a la unidad: al número dos le han puesto el nombre de las luchas y la audacia y al número tres el de la justicia, porque, así como causar un daño es uno de los extremos y sufrirlo es el extremo contrario, la justicia propiamente dicha tiene lugar en medio de los dos Del mismo modo, para ellos, el número treinta y seis, su tetractys o cuaternio sagrado, al estar compuesto por los primeros cuatro números impares sumados a los cuatro primeros números pares como se dice habitualmente, es el juramento más solemne que pueden hacer y lo llaman kosmos.
Un poco antes, en la misma obra, destaca también Plutarco: «Porque, así como el poder del triángulo expresa la naturaleza de Plutón, Baco y Marte; y las propiedades del cuadrado, las de Rea, Venus, Ceres, Vesta y Juno, y las del dodecaedro, las de Júpiter, entonces, según nos informa Eudoxo, la figura de cincuenta y seis ángulos expresa la naturaleza de Tifón». Plutarco no pretendía explicar el significado interno de los símbolos, pero creía que la relación que establecía Pitágoras entre los sólidos geométricos y los dioses era el resultado de imágenes que el gran sabio había visto en los templos egipcios.
Albert Pike, el gran simbolista masónico, reconoce que hay muchos puntos con respecto a los cuales no había podido obtener información fiable. En su Symbolism, para el grado 32 y el grado 33, escribió lo siguiente: «No entiendo por qué hay que llamar Minerva al siete o Neptuno al cubo» y más adelante añade: «Es indudable que los nombres que los pitagóricos daban a los distintos números eran, en sí mismos, enigmáticos y simbólicos y casi no cabe duda de que en la época de Plutarco los significados que escondían aquellos nombres se habían perdido. Pitágoras había logrado ocultar sus símbolos con un velo que resultaba impenetrable sin su explicación oral. […]».
Esta incertidumbre, que comparten todos los verdaderos estudiosos del tema, demuestra de forma concluyente que es desaconsejable hacer afirmaciones definitivas a partir de la información indefinida y fragmentaria de la que disponemos con respecto al sistema pitagórico de filosofía matemática. El material que sigue representa un esfuerzo por reunir unos cuantos puntos destacados a partir de los registros dispersos preservados por los discípulos de Pitágoras y por otras personas que posteriormente han estado en contacto con su filosofía. El método para obtener el poder numérico de las palabras El primer paso para obtener el valor numérico de una palabra consiste en volver a llevarla a su lengua original.
Con este método solo se pueden analizar las palabras que derivan del griego o del hebreo y todas las palabras se tienen que escribir con su forma más antigua y más completa. Por consiguiente, las palabras y los nombres del Antiguo Testamento se deben volver a traducir a los caracteres hebreos primitivos y las palabras del Nuevo Testamento, al griego. Los dos ejemplos siguientes ayudarán a aclarar este principio. El demiurgo de los judíos equivale en castellano a Jehová, pero, para buscar el valor numérico de este nombre hay que devolverlo a sus letras hebreas. Se convierte en יהוה ,h w h y y se lee de derecha a izquierda. Las letras hebreas son: h (hé) w (vau) h (hé) y (yod) y, cuando se invierte al orden castellano de izquierda a derecha, se lee: yod-hé-vauhé. Si consultamos la tabla anterior sobre los valores de las letras, descubrimos que los cuatro caracteres de este nombre sagrado tienen el siguiente significado numérico: yod equivale a 10, hé equivale a 5, vau equivale a 6 y el segundo hé equivale a 5. Por consiguiente, 10 + 5 + 6 + 5 = 26, que es sinónimo de Jehová. Si usáramos las letras en castellano, la respuesta, evidentemente, no sería correcta.
El segundo ejemplo es el misterioso pantheos gnóstico Abraxas. Para este nombre, se usa la tabla griega. «Abraxas» en griego se dice Ἀβραξας. Α = 1, β = 2, ρ = 100, α = 1, ξ = 60, α = 1, ς = 200, La suma es 365, la cantidad de días que hay en el año. Este nombre proporciona la clave del misterio de Abraxas, que simboliza los 365 eones, o espíritus de los días, reunidos en una sola personalidad compuesta. Abraxas simboliza cinco criaturas y, como el círculo del año, en realidad consta de 360 grados, cada una de las divinidades que procede de él es una quinta parte de tal poder, o sea 72, uno de los números más sagrados del Antiguo Testamento de los judíos y de su sistema cabalístico. El mismo método se utiliza para averiguar el valor numérico de los nombres de los dioses de los griegos y los judíos. Todos los números mayores se pueden reducir a uno de los diez números originales y el diez, al uno. Por consiguiente, todos los grupos de números que se obtienen al traducir los nombres de las divinidades a sus equivalentes numéricos tienen una base en uno de los diez primeros números. Por este sistema, en el cual se suman los dígitos, 666 se convierte en 6 + 6 + 6, o sea, 18, y este número, a su vez, se convierte en 1 + 8, o sea, 9. Según el Apocalipsis, se salvarán 144000. Este número se convierte en 1+4+4+0+0+0, que es igual a 9, lo que demuestra que tanto la bestia de Babilonia como la cifra de salvados hacen referencia al propio hombre, cuyo símbolo es el número 9. Este sistema se puede usar con eficacia tanto con los valores de las letras griegas como con las hebreas.
El sistema pitagórico original de filosofía numérica no contiene nada que justifique la práctica actualmente en boga de cambiar un nombre o un apellido determinados con la esperanza de mejorar el temperamento o la situación financiera, al modificar las vibraciones del nombre. También existe un sistema de cálculo para el inglés, aunque su precisión es objeto de legítima controversia. Es relativamente moderno y no guarda ninguna relación con el sistema cabalístico hebreo ni con el procedimiento griego. Algunos sostienen que es pitagórico, pero no hay ninguna prueba tangible que lo corrobore y existen muchos motivos por los que dicha opinión resulta insostenible. El hecho de que Pitágoras utilizara el diez como base de cálculo, mientras que este sistema utiliza el nueve —un número imperfecto— resulta, en sí mismo, casi decisivo. Asimismo, la distribución de las letras griegas y las hebreas no coincide lo suficiente con el inglés para permitir la aplicación de las secuencias numéricas de una lengua a las secuencias numéricas de las demás. Es posible que la futura experimentación con este sistema resulte provechosa, pero carece de base en la antigüedad. La distribución de las letras y los números es la siguiente: Las letras que hay debajo de cada uno de los números tienen el valor de la cifra que está en la parte superior de la columna. Por ejemplo, en la palabra man («hombre»), M = 4, A = 1, N = 5, la suma da 10. Los valores de los números son prácticamente los mismos que los del sistema pitagórico.

Introducción a la teoría pitagórica de los números 

(El siguiente esbozo de la matemática pitagórica es una paráfrasis de los primeros capítulos de la Aritmética teórica de los pitagóricos, de Thomas Taylor, la recopilación más excepcional e importante de fragmentos matemáticos pitagóricos que existe). Para los pitagóricos, la aritmética era la madre de las ciencias matemáticas, como lo demuestra el hecho de que la geometría, la música y la astronomía dependan de ella, a pesar de que ella no dependa de estas tres. Por consiguiente, aunque desaparezca la geometría, la aritmética quedará; en cambio, si se suprime la aritmética, la geometría se elimina. Del mismo modo, la música depende de la aritmética, pero la eliminación de la música solo afecta a la aritmética en cuanto a que limita una de sus manifestaciones. Los pitagóricos demostraron también que la aritmética precede a la astronomía, porque esta depende tanto de la geometría como de la música. El tamaño, la forma y el movimiento de los cuerpos celestes se determinan mediante la geometría y su armonía y su ritmo, mediante la música. Si quitamos la astronomía, ni la geometría ni la música sufren ningún menoscabo, pero, si eliminamos la geometría y la música, desaparece la astronomía, con lo cual se establece la prioridad tanto de la geometría como de la música con respecto a la astronomía. Sin embargo, la aritmética precede a todas: es primaria y fundamental. Pitágoras enseñaba a sus discípulos que la ciencia de la matemática se divide en dos partes principales: la primera se refiere a la multitud, o las partes que componen un objeto, y la segunda a la magnitud, o el tamaño o la densidad relativos de dicho objeto.
La magnitud se divide en dos partes: la estacionaria y la movible; tiene prioridad la estacionaria. La multitud también se divide en dos partes, porque se relaciona tanto consigo misma como con otras cosas; la primera relación es la que tiene prioridad. Pitágoras asignaba la ciencia de la aritmética a la multitud relacionada consigo misma y el arte de la música, a la multitud relacionada con otras cosas. Asimismo, asignaba la geometría a la magnitud estacionaria y la geometría y trígonometría esféricas (usadas en parte en el sentido de astronomía), a la magnitud movible. Tanto la multitud como la magnitud estaban circunscritas por la circunferencia de la mente. La teoría atómica ha demostrado que el tamaño depende del número, porque una masa está compuesta por unidades diminutas, aunque el que no sabe la confunde con una sola sustancia simple. Debido a la fragmentación de los registros pitagóricos existentes, cuesta llegar a una definición exacta de los términos. Sin embargo, antes de poder desarrollar algo más el tema, conviene aclarar un poco el significado de los términos «número», «mónada» y «uno».
La mónada significa a) el Uno que todo lo incluye. Los pitagóricos la consideraban el «número noble, padre de los dioses y los hombres». También significa b) la suma de cualquier combinación de números considerados como un todo. Por consiguiente, el universo se considera una mónada, pero cada una de las partes del universo (por ejemplo, los planetas y los elementos) son mónadas en relación con las partes que las componen, aunque ellas, a su vez, son partes de una mónada mayor constituida por su suma. La mónada también se puede equiparar a c) la semilla de un árbol, que, cuando ha crecido, tiene numerosas ramas (los números). En otras palabras, los números son a la mónada lo que las ramas de un árbol son a su semilla. A partir del estudio de la misteriosa mónada pitagórica, Leibniz desarrolló su magnífica teoría de los átomos, una teoría que se ajusta a la perfección a las antiguas enseñanzas de los Misterios, porque el propio Leibniz era un iniciado de una escuela secreta. Algunos pitagóricos también consideran a la mónada d) sinónimo del uno. «Número» es el término que se aplica a todos los numerales y sus combinaciones. (La interpretación estricta de la palabra «número» que hacen determinados pitagóricos excluye el uno y el dos). Pitágoras define el número como la prolongación y la energía de las razones espermáticas que contiene la mónada. Para los seguidores de Hipaso, el número fue el primer patrón usado por el demiurgo en la formación del universo. El «uno» fue definido por los platónicos como «la cima de los muchos». El uno difiere de la mónada en que esta se usa para designar la suma de las partes considerada como una unidad, mientras que el uno es el término que se aplica a cada una de las partes que la componen. Hay dos tipos de números: los impares y los pares. Como la unidad, o sea el 1, siempre es indivisible, el número impar no se puede dividir en dos partes iguales. Por eso, 9 es 4 + 1 + 4 y la unidad del centro es indivisible. Asimismo, si cualquier número impar se divide en dos partes, una de ellas siempre será impar y la otra par. Por ejemplo, 9 puede ser 5 + 4, 3 + 6, 7 + 2 u 8 + 1. Para los pitagóricos, el número impar —cuyo prototipo era la mónada— era definido y masculino. Sin embargo, no todos coincidían en cuanto a la naturaleza de la unidad, o el 1. Para algunos era positiva, porque, si se sumaba a un número par (negativo) producía un número impar (positivo). Otros demostraron que si se añade la unidad a un número impar, este se convierte en par, con lo cual lo masculino se convierte en femenino. Por consiguiente, la unidad, o el 1, se consideraba un número andrógino, que participaba tanto de los atributos masculinos como de los femeninos, y era, por consiguiente, tanto impar como par. Por este motivo, los pitagóricos la llamaban parmente impar. Los pitagóricos tenían la costumbre de ofrecer como sacrificio un número impar de objetos a los dioses superiores; en cambio, a las diosas y los espíritus subterráneos les ofrecían una cantidad par.
Todo número par se puede dividir en dos partes iguales, que siempre son las dos impares o las dos pares. Por ejemplo, 10 dividido en dos partes iguales da 5 + 5: dos números impares. El mismo principio se aplica también cuando 10 se divide de forma desigual. Por ejemplo, en 6 + 4, las dos partes son pares; en 7 + 3, las dos partes son impares; en 8 + 2, las dos partes son, una vez más, pares, y en 9 + l, las dos son, una vez más, impares. En consecuencia, en los números pares, independientemente de cómo se dividan, las partes siempre serán las dos impares o las dos pares. Para los pitagóricos, el número par —cuyo prototipo era la díada— era indefinido y femenino.
Los números impares se dividen según un artilugio matemático —llamado «la criba de Eratóstenes»— en tres clases generales: primos, no primos y primos entre sí, o coprimos. Los números primos son aquellos que no son divisibles más que por sí mismos y la unidad, como 3, 5, 7, 11, 13, 17, 19, 23, 29, 31, 37, 41, 43, 47, etcétera. Por ejemplo, el 7 solo es divisible por 7, que cabe en sí mismo una sola vez, y por la unidad, que cabe siete veces. Los números no primos son aquellos que no solo son divisibles por sí mismos y por la unidad, sino también por algún otro número, como 9, 15, 21, 25, 27, 33, 39, 45, 51, 57, etcétera. Por ejemplo, el 21 no solo es divisible por sí mismo y por la unidad, sino también por 3 y por 7.
Los números primos entre sí son aquellos que no tienen un común divisor, aunque cada uno de ellos sea divisible, como el 9 y el 25. Por ejemplo, el 9 es divisible por 3 y el 25, por 5, pero ninguno de ellos es divisible por el divisor del otro, es decir, que no tienen un divisor común. Como cada uno tiene divisores, no son primos, pero, como no tienen un divisor común, se llaman primos entre sí. Por consiguiente, para describir sus propiedades se creó el término «primos entre sí, o coprimos». Los números pares se dividen en tres clases: los parmente pares, los parmente impares y los imparmente impares. Un número parmente par, pariter par o propiamente par está siempre en proporción doble a partir de la unidad. Por ejemplo, 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, 512 y 1024. La prueba del número parmente par perfecto es que se puede dividir por dos y las mitades se pueden volver a dividir por dos hasta llegar a la unidad; por ejemplo, la mitad de 64 es 32, la mitad de 32 es 16, la mitad de 16 es 8, la mitad de 8 es 4, la mitad de 4 es 2 y la mitad de 2 es 1. No se puede ir más allá de la unidad. Los números parmente pares poseen determinadas propiedades únicas. La suma de cualquier cantidad de estos números menos el último siempre es igual al último término menos uno. Por ejemplo, la suma del primero y el segundo términos (I + 2) es igual al tercer término (4) menos uno o la suma del primero, el segundo, el tercer y el cuarto términos (l + 2+ 3 +4 + 8) es igual al quinto término (16) menos uno.
En una serie de números parmente pares, el primero multiplicado por el último es igual al último, el segundo multiplicado por el penúltimo es igual al último y así sucesivamente hasta que, en una serie impar, queda un solo número, que, multiplicado por sí mismo, es igual al último número de la serie, o, en una serie par quedan dos números, que, multiplicados entre sí, dan como resultado el último número de la serie. Por ejemplo: 1, 2, 4, 8, 16 es una serie impar. Si multiplicamos el primer número (I) por el último (16), el resultado es igual al último (16). Si multiplicamos el segundo número (2) por el penúltimo (8), el resultado es igual al último (16). Como es una serie impar, queda el 4 en el centro, que, multiplicado por sí mismo, también es igual al último número (16).
Los números parmente impares o pariter impar son aquellos que, si se dividen por la mitad, ya no se pueden volver a dividir por la mitad. Se obtienen tomando los números impares en orden y multiplicándolos por 2. Mediante este proceso, los números impares 1, 3, 5, 7, 9 y 11 producen los números parmente impares 2, 6, 10, 14, 18 y 22, es decir, que el cuarto número es parmente impar. Cada número parmente impar se puede dividir una sola vez, como el 2, que se convierte en dos unos y ya no se puede dividir más, o el 6, que se convierte en dos treses y no se puede volver a dividir. Otra peculiaridad de los números parmente impares es que, si el divisor es impar, el cociente siempre es par y si el divisor es par, el cociente siempre es impar. Por ejemplo, si dividimos 18 entre 2 (un divisor par), el cociente es 9 (un número impar); si dividimos 18 entre 3 (un divisor impar), el cociente es 6 (un número par).
Los números parmente impares también destacan porque cada término es la mitad de la suma de los términos que lo rodean. Por ejemplo, 10 es la mitad de la suma de 6 y 14:18 es la mitad de la suma de 14 y 22, y 6 es la mitad de la suma de 2 y 10. Los números imparmente impares o parmente pares son un punto intermedio entre los parmente pares y los parmente impares. A diferencia de los parmente pares, no se pueden dividir por la mitad hasta llegar a la unidad y, a diferencia de los parmente impares, se pueden dividir por la mitad más de una vez. Los números imparmente impares se forman multiplicando los números parmente pares mayores que 2 por los números impares mayores que uno. Los números impares mayores que 1 son: 3, 5, 7, 9, 11, etcétera. Los números parmente pares mayores que 2 son 4, 8, 16, 32, 64, etcétera. El primer número impar de la serie (3), multiplicado por 4 (el primer número parmente par de la serie), da 12: el primer número imparmente impar. Si multiplicamos 5, 7, 9, 11, etcétera, por 4, se hallan los números imparmente impares. Los demás números imparmente impares se obtienen multiplicando 3, 5, 7, 9, 11, etcétera, a su vez, por los demás números parmente pares (8, 16, 32, 64, etcétera). Un ejemplo de la división por dos del número imparmente impar es la siguiente: la mitad de 12 = 6; la mitad de 6 = 3, que no se puede seguir dividiendo por dos, porque los pitagóricos no dividían la unidad. Los números pares también se dividen en otras tres clases: los superperfectos, los deficientes y los perfectos.
Los números superperfectos son aquellos en los que la suma de sus partes alícuotas es mayor que ellos mismos. Por ejemplo: 1 /2 de 24 = 12; 1 /4 = 6; 1 /3 = 8; 1 /6 = 4; 1 /12 = 6 y 1 /24 = 1. La suma de estas partes (12 + 6 + 8 + 4 + 2 + 1) es 33, que es mayor que 24, el número original. Los números deficientes son aquellos en los que la suma de sus partes alícuotas es menor que ellos mismos. Por ejemplo: 1 /2 de 14 = 7; 1 /7 = 2 y 1 /14 = 1. La suma de estas partes (7 + 2 + 1) es 1O, que es menos que 14, el número original. Los números perfectos son aquellos en los que la suma de sus partes alícuotas es igual a sí mismos. Por ejemplo: 1 /2 de 28 = 14; 1 /4 = 7; 1 /7= 4; 1 /14 = 2 y 1 /28 = 1. La suma de estas partes (14 + 7 + 4 + 2 + 1) es igual a 28. Hay muy pocos números perfectos.
Solo hay uno entre el 1 y el 10, que es el 6; uno entre el 10 y el 100, que es el 28; uno entre el 100 y el 1000, que es el 496, y uno entre el 1000 y el 10 000, que es el 8128. Los números perfectos se encuentran mediante la siguiente regla: se suma el primer número de la serie de números parmente pares (1, 2, 4, 8, 16, 32, etcétera) al segundo número de la serie y si se obtiene un número primo, se lo multiplica por el último número de la serie de números parmente pares de cuya suma se ha obtenido. El producto es el primer número perfecto. Por ejemplo: el primero y el segundo números parmente pares son 1 y 2, que suman 3, un número primo. Si 3 se multiplica por 2, el último número de la serie de números parmente pares que se ha utilizado para obtenerlo, el producto es 6, el primer número perfecto. Si el resultado de la suma de los números parmente pares no es un número primo, hay que añadir el siguiente número parmente par de la serie hasta obtener un número primo. El segundo número perfecto se obtiene de la siguiente manera: la suma de los números parmente pares 1, 2 y 4 es 7, que es un número primo. Si 7 se multiplica por 4 (el último número de la serie de números parmente pares que se ha utilizado para obtenerlo), el producto es 28, que es el segundo número perfecto. Este sistema de cálculo puede continuar hasta el infinito.
Cuando los números perfectos se multiplican por 2, producen números superperfectos y, cuando se dividen por 2, producen números deficientes. Los pitagóricos desarrollaron su filosofía a partir de la ciencia de los números. La cita siguiente, tomada de Aritmética teórica de los pitagóricos, es un ejemplo excelente de esta práctica: Por consiguiente, los números perfectos son imágenes hermosas de las virtudes, que son el punto medio entre el exceso y el defecto y no lo máximo, como suponían algunos antiguos No cabe duda de que lo opuesto de un mal es otro mal, pero los dos se oponen a un bien.
En cambio, lo opuesto de un bien nunca es otro bien, sino dos males al mismo tiempo. Por ejemplo, lo contrario de la timidez es el descaro y los dos tienen en común la falta de verdadero valor, pero tanto la timidez como el descaro se oponen a la fortaleza. La astucia se opone a la necedad; las dos tienen en común la falta de inteligencia y a las dos se opone la prudencia. Asimismo, la profusión se opone a la avaricia; las dos tienen en común la tacañería y las dos se oponen a la liberalidad. Lo mismo se puede decir acerca de las demás virtudes y por eso resulta evidente que los números perfectos tienen gran similitud con las virtudes, aunque también se parecen a ellas en otro aspecto: porque no se encuentran a menudo, ya que hay pocos, y se generan en un orden muy constante. Por el contrario, los números superperfectos se pueden encontrar en cantidades infinitas, no están dispuestos en una serie ordenada ni se generan a partir de ningún fin cierto, con lo cual guardan una gran similitud con los vicios, que son numerosos, desordenados e indefinidos.

La tabla de los diez números

(El siguiente esbozo de los números pitagóricos es una paráfrasis de los escritos de Nicómaco, Teón de Esmirna, Proclo, Porfirio, Plutarco, san Clemente de Alejandría, Aristóteles y otros de los primeros expertos). La mónada, el 1, es llamada así porque siempre permanece en el mismo estado, es decir, apartada de la multitud. Sus atributos son los siguientes: la llaman mente, porque la mente es estable y tiene preeminencia; hermafroditismo, porque es masculina y femenina a la vez; impar y par, porque, si se suma a lo par, el resultado es impar y, si se suma a lo impar, es par; Dios, porque es el principio y el final de todo, aunque en sí misma no tiene ni principio ni fin; buena, porque así es la naturaleza de Dios, y el receptáculo de la materia, porque produce la díada, que es, en esencia, material.
Los pitagóricos llamaban a la mónada caos, oscuridad, sima, Tártaro, Estigia, abismo, Lete, Atlas, eje, Morfo (un nombre que se aplicaba a Venus) y Torre del Trono de Júpiter, como consecuencia del gran poder que reside en el centro del universo y controla el movimiento circular de los planetas en torno a él. A la mónada también se la llama razón germinal, porque es el origen de todos los pensamientos del universo. Otros nombres que se le dieron fueron: Apolo, por su relación con el sol; Prometeo, porque llevaba luz a los hombres; Pyralios, el que mora en el fuego; genitura, porque sin ella no existe ningún número; sustancia, porque la sustancia es primordial; causa de la verdad, y constitución de la sinfonía: todo esto porque es la primigenia. Entre mayor y menor, la mónada es igual: entre intención y remisión, es lo intermedio; en la multitud, es el medio, y en el tiempo, es el ahora, porque la eternidad no conoce ni pasado ni futuro. La llaman Júpiter, porque es el padre y el director de los dioses: Vesta, el fuego del hogar, porque está situada en medio del universo y allí se queda, sin inclinarse hacia ningún lado, como un punto en un círculo; forma, porque circunscribe, abarca y termina; amor, concordia y misericordia, porque es indivisible. Otros nombres simbólicos para la mónada son nave, carro, Proteo (un dios capaz de cambiar de forma), Mnemósine y poliónimo (que tiene muchos nombres).
Los siguientes nombres simbólicos le fueron dados a la díada, el dos, porque se ha dividido y hay dos, en lugar de una y, cuando hay dos, cada una se opone a la otra: genio, mal, oscuridad, desigualdad, inestabilidad, movilidad, atrevimiento, fortaleza, disputa, materia, disparidad, división entre la multitud y la mónada, defecto, deformidad, indefinición, indeterminación, armonía, tolerancia, raíz, cabecera, Fanes, opinión, falacia, otredad, apocamiento, impulso, muerte, movimiento, generación, mutación, división, longitud, aumento, composición, comunión, desgracia, sustentación, imposición, matrimonio, alma y ciencia. En su libro titulado El poder oculto de los números, W. Wynn Westcott dice con respecto a la díada: «La llamaban osadía, por ser el primer número que se separó de la divinidad, del “adytum del silencio alimentado por Dios”, como dicen los oráculos caldeos».
Así como la mónada es el padre, la díada es la madre; por consiguiente, la díada tiene algunos puntos en común con las diosas Isis, Rea (la madre de Júpiter), Frigia, Lidia, Dindimene (Cibeles) y Ceres: Erato (una de las musas); Diana, porque la luna se bifurca; Dictina, Venus, Dione, Citerea; Juno, porque es a la vez esposa y hermana de Júpiter, y Maya, la madre de Mercurio. Así como la mónada es el símbolo de la sabiduría, la díada es el símbolo de la ignorancia, porque existe en ella la sensación de separación y esta sensación es el comienzo de la ignorancia. Sin embargo, la díada también es la madre de la sabiduría, porque la ignorancia, por su propia naturaleza, siempre da origen a la sabiduría. Los pitagóricos veneraban a la mónada, pero despreciaban a la díada, porque era el símbolo de la polaridad. Por el poder de la díada se crearon las profundidades, en contraposición a los cielos. Las profundidades reflejaban los cielos y se convirtieron en el símbolo de la ilusión, porque lo de abajo no era más que un reflejo de lo de arriba. Se llamó al abajo maya, la ilusión, el mar, el gran vacío, y, para simbolizado, los reyes magos de Persia llevaban espejos. De la díada surgieron polémicas y disputas hasta que, al introducir la mónada en la díada, el Dios-Salvador restableció el equilibrio, adoptó él mismo la forma de un número y fue crucificado entre dos ladrones por los pecados de los hombres.
La tríada, o el tres, es el primer número que realmente es impar, porque la mónada no siempre se considera un número. Es el primer equilibrio de unidades; por consiguiente, Pitágoras decía que Apolo daba oráculos desde un trípode y recomendaba ofrecer libaciones tres veces. Las palabras clave para las características de la tríada son amistad, paz, justicia, prudencia, misericordia, templanza y virtud. Las siguientes divinidades son partícipes de los principios de la tríada: Saturno (el señor del tiempo), Latona, Cornucopia, Ofión (la gran serpiente), Tetis, Hécate, Polimnia (una de las musas), Plutón, Tritón (una divinidad marina), Tritogenia, Aquelous y las Parcas, las Furias y las Gracias. A este número lo llaman sabiduría, porque los hombres organizan el presente, prevén el futuro y sacan provecho de las experiencias del pasado. Produce sabiduría y comprensión. La tríada es el número del conocimiento: música, geometría y astronomía y la ciencia de lo celeste y lo terrestre. Pitágoras enseñaba que el cubo de este número tenía el poder del círculo lunar. La tríada y su símbolo, el triángulo, son sagrados porque están compuestos por la mónada y la díada. La mónada es el símbolo del Padre Divino y la díada, el de la Gran Madre. Como la tríada está compuesta por estos dos, es andrógina y simboliza el hecho de que Dios dio origen a sus mundos a partir de Sí mismo, que, en su aspecto creativo, siempre se simboliza mediante el triángulo. Al pasar la mónada a la díada, se podía convertir en el padre de una progenie, porque la díada era el vientre de Meru, dentro del cual se incubó el mundo y en el cual todavía existe como embrión.
La tétrada, o el cuatro, era, según los pitagóricos, el número primigenio, la raíz de todo, la fuente de la naturaleza y el número más perfecto. Todas las tétradas son intelectuales; tienen un orden emergente y rodean el mundo, mientras que el empíreo lo atraviesa. El motivo por el cual los pitagóricos manifestaban a Dios en forma de tétrada se explica en un discurso sagrado atribuido a Pitágoras, en el cual llama a Dios «el número de los números». Esto se debe a que la década, o el 10, está compuesto de 1, 2, 3 y 4. El número 4 simboliza a Dios, porque es el símbolo de los cuatro primeros números. Además, la tétrada es el centro de la semana, al estar a mitad de camino entre el 1 y el 7. La tétrada es, también, el primer sólido geométrico. Pitágoras sostenía que el alma del hombre está compuesta por una tétrada y que los cuatro poderes del alma son la mente, la ciencia, la opinión y el sentido. La tétrada conecta todos los seres, los elementos, los números y las estaciones y no se puede nombrar nada que no dependa de la tetractys. Es la Causa y el Creador de todo, el Dios inteligible, autor del bien celestial y el perceptible. Plutarco interpreta que esta tetractys, que, según él, también se llamaba mundo, es el 36, que consta de los cuatro primeros números impares sumados a los cuatro primeros números pares, de la siguiente manera:
1 + 3 + 5 + 7 = 16
2 + 4 + 6 + 8 = 20
______________
...........................36
Las palabras clave que se aplican a la tétrada son impetuosidad, fuerza, virilidad, de dos madres y el llaverizo de la Naturaleza, porque la constitución universal no puede prescindir de ella. También la llaman armonía y la primera profundidad. Las siguientes divinidades participaban de la naturaleza de la tétrada: Hércules, Mercurio, Vulcano, Baco y Urania (una de las musas). La tríada representa los colores primarios y los planetas principales, mientras que la tétrada representa los colores secundarios y los planetas menores. Del primer triángulo salen los siete espíritus, simbolizados por un triángulo y un cuadrado. Todos juntos forman el mandil masónico.
La péntada, o el cinco, es la unión de un número impar y uno par (3 y 2). Entre los griegos, el pentáculo era un símbolo sagrado de luz, salud y vitalidad. También simbolizaba el quinto elemento, el éter, porque está a salvo de las alteraciones de los cuatro elementos inferiores. Se la llama «equilibrio», porque divide el número perfecto, el 10, en dos partes iguales. La péntada simboliza la Naturaleza, porque, cuando se multiplica por sí misma, vuelve a sí misma, como los granos de trigo, que empiezan en forma de semilla, pasan por los procesos de la Naturaleza y reproducen la semilla del trigo como forma suprema de su propio crecimiento. Hay más números que, multiplicados por sí mismos, producen otros números, pero solo el 5 y el 6, multiplicados por sí mismos, representan y conservan su número original como la última cifra en sus productos.
La péntada representa todos los seres superiores e inferiores. A veces la llaman «el hierofante», o el sacerdote de los Misterios, por su conexión con los éteres espirituales, mediante la cual se alcanza el desarrollo místico. Algunas palabras clave para la péntada son: reconciliación, alternancia, matrimonio, inmortalidad, cordialidad, providencia y sonido. Entre las divinidades que participaban de la naturaleza de la péntada estaban Palas, Némesis, Bubastis (Bast), Venus, Androginia, Citerea y las mensajeras de Júpiter. La tétrada (los elementos) más la mónada equivale a la péntada. Los pitagóricos enseñaban que los elementos de tierra, fuego, aire y agua estaban impregnados de una sustancia llamada «éter», que es la base de la vitalidad y la vida. Por consiguiente, eligieron la estrella de cinco puntas, o pentáculo, como símbolo de vitalidad, salud y compenetración.
Era habitual que los filósofos ocultaran el elemento tierra bajo el símbolo de un dragón y a muchos de los héroes de la Antigüedad los enviaban a matar al dragón, para que introdujeran su espada (la mónada) en el cuerpo del dragón (la tétrada), con lo cual se formaba la péntada, el símbolo de la victoria de la naturaleza espiritual sobre la material. Los cuatro elementos se simbolizaban en las primeras escrituras bíblicas como los cuatro ríos que salían del jardín del Edén. Los propios elementos están sometidos al control de los complejos querubines de Ezequiel. Según los pitagóricos, la héxada, o el 6, representa —como decía san Clemente de Alejandría— la creación del mundo tanto según los profetas como según los Misterios antiguos. Los pitagóricos la llamaban la perfección de todas las partes. Este número era particularmente sagrado para Orfeo y también para la parca Laquesis y la musa Talía. La llamaban la forma de las formas, la articulación del universo y la creadora del alma. Para los griegos, la armonía y el alma tenían una naturaleza similar, porque todas las almas son armoniosas.
La héxada también es el símbolo del matrimonio, porque está formada por la unión de dos triángulos, uno masculino y el otro femenino. Entre las palabras clave que se dan a la héxada están: el tiempo, porque es la medida de la duración; la panacea, porque la salud es equilibrio y la héxada es un número de equilibrio; el mundo, porque este, como la héxada, a menudo parece consistir en la armonía de los contrarios; omnisuficiente, porque sus partes son suficientes para la totalidad (3 + 2 + 1 = 6), y fresco, porque contiene los elementos de la inmortalidad. Los pitagóricos llamaban a la héptada, o el siete, «venerable». También la consideraban el número de la religión, porque el hombre está controlado por siete espíritus celestiales a quienes tiene que hacer ofrendas. Fue llamado «el número de la vida», porque se creía que las criaturas humanas nacidas en el séptimo mes de vida embrionaria solían vivir, mientras que las nacidas en el octavo mes a menudo morían. Un autor la llamó «la Virgen sin madre», Minerva, porque no había nacido de una madre, sino de una corona, o de la cabeza del Padre, la mónada. Las palabras clave de la héptada son: fortuna, ocasión, custodia, control, gobierno, juicio, sueños, voces, sonidos y lo que conduce a todas las cosas a su fin. Algunas divinidades cuyos atributos se expresaban mediante la héptada eran: Aegis, Osiris, Marte y Clio (una de las musas). La héptada es un número sagrado para muchas naciones antiguas. Se supone que los Elohim de los judíos eran siete. Eran los espíritus del amanecer, más conocidos como los arcángeles que controlaban los planetas. Los siete arcángeles, con los tres espíritus que controlaban el sol en su aspecto triple, constituyen el 10: la década pitagórica sagrada. La misteriosa tetractys pitagórica, o las cuatro hileras de puntos que van aumentando del 1 al 4, representaba las etapas de la creación. La gran verdad pitagórica de que todo lo que hay en la naturaleza se regenera mediante la década, o el 10, se preserva sutilmente en la masonería mediante los apretones de manos, que se logran por la unión de diez dedos, los cinco de una mano de cada persona.
Los 3 (espíritu, mente y alma) descienden en los 4 (el mundo) y la suma es el 7, o la naturaleza mística del hombre, compuesta por un cuerpo espiritual triple y una forma material cuádruple, simbolizados por el cubo, que tiene seis superficies y un séptimo punto misterioso en su interior. Las seis superficies son las direcciones: norte, este, sur, oeste, arriba y abajo, o delante, detrás, derecha, izquierda, encima y debajo; o también tierra, fuego, aire, agua, espíritu y materia. En medio de todos ellos está el 1, que es la figura erguida del hombre, de cuyo centro en el cubo irradian seis pirámides. De aquí procede el gran axioma oculto: «El centro es el padre de todas las direcciones, las dimensiones y las distancias».
La héptada es el número de la ley, porque es el número de los legisladores de la ley cósmica, los siete espíritus que hay delante del trono.
La ogdóada, o el ocho, era sagrada porque era el número del primer cubo, una forma que tenía ocho vértices y era el único número parmente par inferior a 10 (1 - 2 - 4 - 8 - 4 - 2 - 1). El ocho se divide en dos cuatros, cada cuatro se divide en dos doses y cada dos se divide en dos unos, con lo cual se restablece la mónada. Algunas de las palabras clave para la ogdóada son: amor, consejo, prudencia, ley y conveniencia. Algunas de las divinidades que participaban de su naturaleza eran Panarmonía, Rea, Cibeles, Cadmea, Dindimene, Orcia, Neptuno, Temis y Euterpe (una de las musas).
La ogdóada era un número misterioso relacionado con los Misterios eleusinos de Grecia y los de los cabiros. La llamaban el pequeño número sagrado. Su forma derivaba en parte de las serpientes enroscadas de los caduceos de Hermes y en parte del movimiento serpenteante de los cuerpos celestes y, posiblemente, también de los nodos de la luna. La enéada, o el nueve, era el primer cuadrado de un número impar (3 x 3). Se asociaba con el fracaso y el defecto, porque, por uno, no llegaba al número perfecto: el diez. La llamaban el número del hombre, por sus nueve meses de vida como embrión. Algunas de sus palabras clave son océano y horizonte, porque para los antiguos ninguno de los dos tenía límites. La enéada es el número infinito, porque no hay nada más allá, salvo el diez infinito. La llamaban límite y limitación, porque reunía en sí todos los números. La llamaban la esfera del aire, porque rodeaba los números como el aire rodea la tierra. Algunas de las divinidades que participaban, en mayor o menor grado, de su naturaleza eran Prometeo, Vulcano, Juno, la hermana y esposa de Júpiter, Peán y Aglae, Tritogenia, Curetes, Proserpina, Hiperión y Terpsícore (una de las musas). El nueve era considerado maligno, por ser un seis invertido. Según los Misterios eleusinos, era el número de esferas que tenía que atravesar la conciencia en su camino hacia el nacimiento. Por su gran similitud con un espermatozoide, el nueve se ha asociado con la vida germinativa.
La década, o el 10, es, según los pitagóricos, el mayor de los números no solo por ser la tetractys (los diez puntos), sino porque abarca todas las proporciones aritméticas y armónicas. Pitágoras decía que diez es la naturaleza del número, porque todas las naciones lo tienen en cuenta y cuando llegan a él regresan a la mónada. A la década se la llamaba tanto cielo como el mundo, porque aquel incluye a este. Al ser un número perfecto, los pitagóricos lo aplicaban a todo lo relacionado con la edad, la fuerza, la fe, la necesidad y el poder de la memoria. También lo llamaban fresco, porque, como Dios, era inagotable. Los pitagóricos dividían los cuerpos celestes en diez órdenes. También afirmaban que la década perfeccionaba todos los números y que incluía en su interior la naturaleza de lo impar y de lo par, lo movible y lo inmóvil, el bien y el mal. Asociaban su poder con las divinidades siguientes: Atlas (porque llevaba los números a la espalda), Urania, Mnemósine, el Sol, Fanes y el Único Dios. Es probable que el sistema decimal se remonte a la época en la que era habitual contar con los dedos: una de las formas de calcular más primitivas, que siguen usando numerosos pueblos aborígenes.
El dibujo original del cual se extrajo esta lámina es denominado «la mano del filósofo que se extiende a aquellos que entran en los Misterios». Cuando el discípulo del Gran Arte contempla por primera vez esta mano, se cierra; y debe descubrir un método para abrirla antes de que pueda ser revelado el misterio que ésta contiene en su interior. En la alquimia, la mano representa la formula para preparar el tincture physicorum. El pez es mercurio y el mar limitado por las llamas dentro del cual nada, es azufre; mientras que cada uno de los dedos carga el emblema de un Agente Divino a través de cuyas operaciones combinadas se cumple la Gran Obra. El artista desconocido dice sobre el diagrama: «Por esta mano los sabios juran que no enseñaran el Arte sin parábolas». Para los Cabalistas, la figura representa la operación del Poder Único (el pulgar coronado) en los cuatro mundos (los dedos con sus emblemas). Además de sus significados alquímicos y cabalísticos, la figura simboliza la mano con la cual un Maestro Mason “levanta” al martirizado Constructor de la Casa Divina. Filosóficamente, la llave representa a los Misterios como tal, sin cuya ayuda el hombre no puede abrir los numerosos aposentos de su propio ser. La linterna es el conocimiento humano, el cual es una chispa del Fuego Universal capturado en una vasija hecha por el hombre; es la luz de aquellos que moran en el universo inferior y, con cuya ayuda, buscan seguir los pasos de la Verdad. El sol, que puede llamarse la “luz del mundo”, representa la luminiscencia de la creación a través de la cual el hombre puede conocer el misterio de todas las criaturas que se expresan a través de la forma y el número. La estrella es la Luz Universal que revela las verdades cósmicas y celestiales. La corona es la Luz Absoluta —desconocida y no revelada — cuyo poder brilla a través de todas las luces inferiores que no son nada más que chispas de este Resplandor Eterno. De este modo se expone la mano derecha, o el principio activo, de la Deidad, cuyas obras están todas contenidas dentro del “hueco de Su mano”.