sexta-feira, 6 de janeiro de 2023

Manly Palmer Hall - La Tabla Isiaca

 

En un manuscrito de Thomas Taylor aparece el siguiente párrafo notable: Platón fue iniciado en los «misterios mayores» a los cuarenta y nueve años. La iniciación tuvo lugar en una de las salas subterráneas de la Gran Pirámide de Egipto. La Tabla Isíaca formaba el altar y ante ella se presentó el divino Platón y recibió lo que siempre había sido suyo, pero que la ceremonia de los Misterios encendió y sacó de su estado latente. Con aquel ascenso, al cabo de tres días en la Gran Sala, lo recibió el Hierofante de la Pirámide — solo veían al hierofante aquellos que habían superado los tres días, los tres grados, las tres dimensiones— y le fueron transmitidas verbalmente las máximas enseñanzas esotéricas, cada una acompañada por el símbolo correspondiente. Después de permanecer tres meses más en las salas de la pirámide, el Platón iniciado fue enviado al mundo a cumplir la labor de la Gran Orden, como habían hecho antes que él Pitágoras y Orfeo.
Antes de que Roma fuera saqueada en 1527, no existe ningún registro histórico de la Mensa Isiaca (la Tabla de Isis). En aquella época, la tabla estaba en poder de cierto cerrajero o herrero, que la vendió por un precio exorbitante al cardenal Bembo, un famoso anticuario, historiógrafo de la República de Venecia y, posteriormente, bibliotecario de San Marcos. Después de su muerte, acaecida en 1547, adquirió la Tabla Isíaca la Casa de Mantua, en cuyo museo permaneció hasta 1630, cuando las tropas de Fernando II capturaron la ciudad de Mantua. Varios de los primeros escritores sobre el tema han supuesto que la tabla fue destruida por los soldados ignorantes por la plata que contenía. Sin embargo, dicha suposición era errónea. La tabla cayó en manos del cardenal Pava, quien la obsequió al duque de Saboya y este, a su vez, la regaló al rey de Cerdeña. Cuando los franceses conquistaron Italia en 1797, la tabla fue llevada a Park En 1809, Alexandre Lenoir, al escribir sobre la Mensa Isiaca, dijo que estaba en exposición en la Bibliothéque Nationale. Cuando se firmó la paz entre los dos países, fue devuelta a Italia. En su Guía del Norte de Italia, Karl Baedeker dice que la Mensa Isiaca ocupa el centro de la segunda galería en el Museo de Antigüedades de Turín.
En 1559, el célebre Aeneas Vicus de Parma hizo una reproducción fiel de la tabla original y el canciller del duque de Baviera entregó una copia del grabado al Museo de Jeroglíficos. Athanasius Kircher dice que la tabla mide «cinco palmos de largo y cuatro de ancho». W. Wynn Westcott dice que mide 1,25 metros por 75 centímetros. Era de bronce y estaba adornada con encáustico o esmalte azul cobalto y filetes de plata. Fosbroke añade: «Las líneas de las figuras no son demasiado profundas y el contorno de la mayoría de ellas está trazado con hilos de plata. Las bases sobre las cuales estaban sentadas o reclinadas las figuras (que han quedado en blanco en los grabados) eran de plata y se han perdido».
Quienes estén familiarizados con los principios fundamentales de la filosofía hermética reconocerán en la Mensa Isiaca la clave de la teología caldea, egipcia y griega. En su Antiquity Explained by Montfaucon, el Padre Montfaucon, un erudito benedictino, reconoce su incapacidad para descifrar su complejo simbolismo. Por consiguiente, duda de que los emblemas que lleva la tabla posean alguna significación digna de consideración y se burla de Kircher, al que declara más críptico que la propia tabla. Laurentius Pignorius reprodujo la tabla para un ensayo descriptivo en 1605, pero las explicaciones que proponía con timidez han demostrado su ignorancia en lo que respecta a la verdadera interpretación de las figuras. En su Oedipus Aegyptiacus, publicado en 1654, Kircher se enfrentó al problema con su avidez característica. Como estaba particularmente capacitado para una tarea semejante por sus años de investigación en cuestiones relacionadas con las doctrinas secretas de la Antigüedad y contaba con la colaboración de un grupo de estudiosos destacados, Kircher obtuvo buenos resultados en cuanto a la exposición de los misterios de la tabla, pero ni siquiera él logró averiguar el secreto maestro, como ha señalado sagazmente Éliphas Lévi en su Historia de la magia.
«El erudito jesuita —escribe Lévi—descubrió que contenía la clave jeroglífica de los alfabetos sagrados, pero no consiguió encontrarle una explicación. Está dividida en tres compartimientos iguales; en el superior están las doce casas del cielo y en el inferior, las distribuciones del trabajo correspondientes [los períodos de trabajo] a lo largo del año, mientras que en el medio hay veintiún signos sagrados que corresponden a las letras del alfabeto. En el medio de todo hay una figura sentada de la IYNX pantomórfica, el emblema del ser universal, que, como tal, corresponde a la yod hebrea, o a aquella letra única a partir de la cual se forman todas las demás. En torno a la IYNX está la tríada ofita, que responde a las tres letras madre del alfabeto egipcio y el hebreo. A la derecha están la tríada ibimórfica y la de Serapis y a la izquierda, la de Neftis y la de Hécate, que representan lo activo y lo pasivo, lo fijo y lo volátil, el fuego fructificador y el agua generadora. Cada par de tríadas en conjunción con el centro produce un septenario y en el centro hay un septenario. Los tres septenarios dan el número absoluto de los tres mundos, así como el número completo de las letras primitivas, a las cuales se añade un signo complementario, como el cero a los nueve dígitos».
La pista de Lévi se puede interpretar como que las veintiuna figuras de la parte central de la tabla representan los veintiún arcanos mayores de las cartas del Tarot. De ser así, ¿no será la cana cero, causante de tanta controversia, la corona indescriptible de la Mente Suprema, la corona representada por la tríada oculta en la parte superior del trono que hay en el centro de la tabla? ¿No se podrá representar la primera emanación de aquella Mente Suprema como un malabarista o un mago, con los símbolos de los cuatro mundos inferiores distribuidos sobre una mesa delante de él: la vara, la espada, la copa y la moneda? Si lo consideramos así, la carta cero no encaja en ningún sitio entre las otras, sino que es, en realidad, el cuarto punto dimensional del cual todos proceden y que, por consiguiente, se descompone en las veintiuna cartas (letras) que, una vez reunidas, producen el cero. El cero que aparece en esta carta confirmaría esta interpretación, porque el cero o el círculo es el síinbolo de la esfera superior de la cual surgen los mundos, los poderes y las letras inferiores.
Westcott reunió meticulosamente aquellas teorías bastante precarias, propuestas por diversos expertos, y en 1887 publicó un volumen, actualmente muy difícil de encontrar, que contiene la única descripción detallada de la Tabla Isíaca publicada en inglés desde que en 1721 Humphreys tradujo la descripción de Montfaucon, que carecía de todo valor. Después de explicar su reticencia a revelar lo que a Lévi le parecía, sin duda, que era preferible dejar oculto, Westcott sintetiza como sigue su interpretación de la tabla:
El diagrama de Lévi, mediante el cual explica el misterio de la tabla, muestra la región superior dividida en las cuatro estaciones del año, cada una con tres signos del Zodiaco, y él ha añadido el nombre sagrado de cuatro letras, el Tetragrammaton, y ha asignado la yod a Acuario, es decir, Canopus; la hé a Tauro, es decir, Apis: la vau a Leo, es decir, Momfta, y la hé final a Tifón. Obsérvese el paralelismo con los querubines: hombre, toro, león y águila. La cuarta forma se encuentra como un escorpión o un águila, según el dios oculto o la mala intención: en el Zodiaco demótico, la serpiente sustituye al escorpión.
Atribuye la región inferior a las doce letras hebreas simples y las asocia con los cuatro cuartos del horizonte. Compárese con el Sefer Yetzirah, Cap. v, sec. 1. Atribuye la región central a los poderes solares y a lo planetario. En el medio vemos, arriba, el Sol. marcado «Ops», y por debajo una estrella de David encima de una cruz: una Hexapla con dos triángulos —uno claro y otro oscuro— superpuestos que, en conjunto, forma una especie de símbolo complejo de Venus. Al ibimorfo le asigna los tres planetas oscuros: Venus, Mercurio y Marte, situados alrededor de un triángulo vertical oscuro, para indicar el fuego. Asigna a la tríada neftiana tres planetas claros: Saturno, Luna y Júpiter, en torno a un triángulo claro invertido que denota el agua. Hay una conexión necesaria entre el agua, el poder femenino, el principio pasivo, Biná, y la madre sefirótica y la novia.
Obsérvese que todos los signos antiguos correspondientes a los planetas estaban formados por una cruz, el disco solar y una media luna: Venus es una cruz debajo de un disco solar; Mercurio es un disco con una media luna encima y una cruz debajo; Saturno es una cruz cuya punta inferior toca el vértice de la media luna; Júpiter es una media luna cuya punta inferior toca el extremo izquierdo de una cruz; todos estos son misterios profundos. Obsérvese que Lévi, en su ilustración original, transpuso a Serapis y Hécate, pero no al Apis negro y el Apis blanco, tal vez porque asociaba la cabeza de Bes con Hécate. Obsérvese que, al haber referido las doce letras simples a la parte inferior, las siete dobles tienen que corresponder a la región central de los planetas y entonces queda la gran tríada A. M. S., las letras madre que representan el Aire, el Agua y el Fuego. en tomo a la ese de la Iynx central, o yod, que estaría representada por la tríada ofiónica, las dos serpientes y la esfinge leonina. La palabra de Levi OPS, situada en el centro, es la Ops latina, Terra, el genio de la Tierra: y la Ops griega, Rea, o Kubele (Cibeles), a menudo representada como una diosa sentada en un carro tirado por leones; lleva una corona de torrecillas y sostiene una llave.
El ensayo publicado en francés por Alexandre Lenoir en 1809, a pesar de ser curioso y original, contiene poca información verdadera sobre la tabla: el autor pretende demostrar que era un calendario egipcio o una carta astral. Puesto que tanto Montfaucon como Lenoir —en realidad, todos los que han escrito sobre el tema desde 1651— han basado su trabajo en el de Kircher o han recibido una influencia suya considerable, se ha hecho una traducción meticulosa del artículo original de este último (ochenta páginas en latín del siglo XVII). La ilustración a doble página que aparece en el encarte en color es una copia fiel hecha por Kircher del grabado que hay en el Museo de Jeroglíficos. Las letras y los números pequeños que se usan para indicar las figuras fueron añadidos por él para aclarar su comentario y se usarán con el mismo fin en esta obra. Como casi todas las antigüedades religiosas y filosóficas, la Tabla Isíaca o Bembina ha sido objeto de mucha controversia. En una nota a pie de página, A. E. Waite, incapaz de distinguir entre la naturaleza o el origen auténtico y el supuesto de la tabla, repite el parecer de J. G. Wilkinson, otro exotericus ilustre: «La [tabla] original es sumamente tardía y en líneas generales se considera una falsificación». Por otra parte, Eduard Winkelmann, un hombre de profundos conocimientos, defiende la autenticidad y la antigüedad de la tabla. Un análisis sincero de la Mensa Isíaca revela un hecho de fundamental importancia: que si bien quienquiera que creó la tabla no era necesariamente egipcio, era un iniciado en el orden máximo y conocía los principios más arcanos del esoterismo hermético.