domingo, 23 de junho de 2024

CUATRO MAESTROS ALQUIMISTAS RESURRECTOS


El Conde de SAINT-GERMAIN.


Testimonios sobre la existencia actual del Conde de Saint-Germain, los hay en gran cantidad. Comencemos sobre el en¬cuentro que el famosísimo y serio escritor Giovanni Papini, tuvo con el Conde el 16 de febrero del año 1939, a bordo de la embarcación marina “Prince of Wales”, la que viajaba por el océano Indico, rumbo a la India. Esto lo consig¬nó Giovanni Papini en su libro “Gog”, con las siguientes palabras:


“He conocido estos días al famoso Conde de Saint-Germain. Es un caballero muy serio, de mediana estatura, pero de apariencia robusta y vestido con refi¬nada sencillez. No parece tener más de cincuenta años.”


“En los primeros días de la travesía no se acercaba y no hablaba con nadie. Una noche que me hallaba solo en la cu¬bierta y miraba las luces de Massaua, apareció junto a mí de improviso y me sa¬ludó. Cuando me hubo dicho su nombre creí que se trataba de un descendiente de aquel conde de Saint-Germain que lle¬nó con sus misterios y con la leyenda de su longevidad todo el Setecientos. Había leído hacía poco, por casualidad, en un magazín, un artículo sobre el conde “inmortal” y no fui cogido por fortuna desprevenido. El conde mostró satisfacción al darme cuenta de que yo conocía algo de aquella historia y se decidió a hacerme la gran confidencia.”


“— No he tenido nunca hijos y no tengo descendientes. Soy aquel mismo, si se digna creerme, que fue conocido con el nombre de conde de Saint Germain en el siglo XVIII. Habrá leído que algunos biógrafos me hacen morir en 1784, en el castillo de Eckendoerde, en el ducado de Achleswing. Pero existen documentos que prueban que fui recibido en 1786 por el emperador de Rusia. La condesa de Adhémar me encontró en 1789 en París, en la iglesia de los Recoletos. En 1821 tuve una larga conversación con el Conde de Chalons en la plaza de San Marcos de Venecia. Un inglés, Vandam, me conoció en 1847. En 1869 comenzó mi relación con Mrs. Annie Besant. Mrs. Oakley intentó en vano encontrarme en 1900, pero, conocien¬do el carácter de esa buena señora, conse¬guí evitarla. Encontré algunos años des¬pués a MR. Leadbeater, que hizo de mí una descripción un poco fantástica, pero en el fondo bastante fiel. He queri¬do volver a ver, después de unos sesenta años de ausencia, la vieja Europa: ahora regreso a la India, donde se hallan mis me¬jores amigos. En la Europa de hoy, desan¬grada por la guerra y alocada en pos de las máquinas, no hay nada que hacer.”


“— Pero si las noticias que yo tengo son exactas, usted era ya más que un cen-tenario en 1784, en la época de su presun¬ta muerte.”


“El conde sonrió dulcemente.”


“— Los hombres — respondió — son demasiado desmemoriados o demasiado niños para orientarse en la cronología. Un centenario, para ellos, es un prodi¬gio, un portento. En la antigüedad, e incluso en la Edad Media, se recordaba todavía algunas verdades elementales que la orgullosa ignorancia científica ha hecho olvidar. Una de estas verdades es “que no todos los hombres son mortales”. La mayoría mueren realmente después de setenta o cien años; un pequeño número sigue viviendo indefinidamente. Los hombres se dividen, desde este pun¬to de vista, en dos clases: la inmensa plebe de los extinguidos y la reducidísi¬ma aristocracia de los “desaparecidos”. Yo pertenezco a esa pequeña élite y en 1784 había ya vivido no un siglo, sino varios”.


“¿Es usted, pues, inmortal?”


“— No he dicho esto. Es necesario distinguir entre inmortalidad e inmortalidad. Las religiones saben desde hace miles de años que los hombres son in¬mortales, es decir, que comienzan una segunda vida después de la muerte. A un pequeño número de esos está reservada una vida terrestre tan sumamente larga que al vulgo de los efímeros le parece inmortal. Pero así como hemos naci¬do en un momento dado del tiempo, es bastante probable que deberemos también nosotros, más pronto o más tarde, morir. La única diferencia es ésta: que nuestra existencia media en vez de por lustros se mide por siglos. Morir a setenta años o morir a setecientos no es una diferencia tan milagrosa para quien reflexiona sobre la realidad del tiempo.”


“— Ha hecho usted alusión a una aris¬tocracia de inmortales. ¿No es verdad, pues, el único que goza de este privile¬gio?”


“— Si vuestros semejantes conociesen mejor la Historia, no se extrañarían de ciertas afirmaciones. En todos los paí¬ses del mundo, antiquísimos y modernos, vive la firme creencia de que algunos hombres no han muerto, sino que han sido “arrebatados”, esto es, desaparecen sin que se pueda encontrar su cuerpo. Estos siguen viviendo escondidos y de incógnito o tal vez se han adormecido y pueden despertarse y volver de un momento a otro. Vaya a Alemania y le enseñarán el Unterberg cerca de Salis¬burgo, donde espera desde hace siglos, en apariencia adormecido, Carlomagno; el Kyffhauser, donde se ha refugiado, esperando, Federico Barbarroja; y el Sudermerberg que hospeda todavía a Enrique el asesino. En la India dirán que Na¬na Sahib, el jefe de la sublevación de 1857, desaparecido sin dejar rastro en el Nepal, vive todavía escondido en el Himalaya. Los antiguos hebreos sabían que al Patriarca Enoch le fue evitada la muerte; y los babilonios creían la misma cosa de Hasisadra. Se ha esperado durante siglos que Alejandro Magno reaparecie¬se en Asia, como Amílcar, desaparecido en la batalla de Panormo, fue esperado por los cartagineses. Nerón desapareció sin someterse a la muerte. Y todos sa¬ben que los británicos no creyeron nun¬ca en la muerte del rey Artus, ni los godos en la de Teodorico, ni los daneses en la de Holger Danske; ni los portugueses en la del rey Sebastián, ni los suecos en la del rey Carlos XII, ni los servios en la de Kraljevic Marco.”


“Todos estos monarcas se hallan adormecidos y escondidos, pero deben volver. Aún hoy los mongoles esperan el regreso de Gengis Kan.”


“Una interpretación plausible de cier¬tos versículos del Evangelio ha hecho creer a millones de cristianos que San Juan no murió nunca, sino que vive todavía entre nosotros. En 1793, el famo¬so Lavater estaba seguro de haberle en¬contrado en Copenhague. Pero bastaría el ejemplo clásico del Judío Errante, que bajo el nombre de Ahas Verus o de Butadeo, ha sido reconocido en diver¬sos países y en diversos siglos y que cuen¬ta actualmente más de mil novecientos años. Todas estas tradiciones, indepen¬dientes las unas de las otras, prueban que el género humano tiene la seguridad o al menos el presentimiento de que hay verdaderamente hombres que sobrepasan en gran medida el curso ordinario de la vi¬da. Y yo, que soy uno de estos, puedo afirmar con autoridad que esta creencia responde a la verdad. Si todos los hombres disfrutasen de esta longevidad fabulosa, la vida se haría imposible, pero es necesario que alguno, de cuando en cuando, permanezca: somos, en cier¬to modo, los notarios estables de lo transitorio.”


“— ¿Soy indiscreto si le pregunto cuáles son sus impresiones de inmor¬tal?“


“No se imagine que nuestra suerte sea digna de envidia. Nada de eso. En mi leyenda se dice que yo conocí a Pilatos y que asistí a la Crucifixión. Es una grosera mentira. No he alardea¬do nunca de cosas que no son verdad. Sin embargo, hace pocos meses cumplí los quinientos años de edad. Nací, por lo tanto, a principios del cuatrocientos y lle¬gué a tiempo para conocer bastante a Cristóbal Colón. Pero no puedo, ahora, contarle mi vida. El único siglo en que frecuenté más a los hombres fue, como usted sabe, el setecientos, y puedo lamentarlo. Pero ordinariamente vivo en la soledad y no me gusta hablar de mí. He experimentado en estos cinco siglos muchas satisfacciones, y a mi curiosidad, en modo especial, no me ha faltado alimento. He visto al mundo cambiar de cara; he podido ver, en el curso de una sola vida, a Lutero y a Napoleón, Luis XIV y Bismarck, Leonardo y Beethoven, Miguel Ángel y Goethe. Y tal vez por eso me he librado de las supersticiones de los grandes hombres. Pero estas ven¬tajas son pagadas a duro precio. Después de un par de siglos, un tedio incurable se apodera de los desventurados inmor¬tales. El mundo es monótono, los hom¬bres no enseñan nada, y se cae, en cada generación, en los mismos errores y ho¬rrores; Los acontecimientos no se repi¬ten, pero se parecen; Lo que me quedaba por saber ya he tenido bastante tiempo para aprenderlo. Terminan las novedades, las sorpresas, las revelaciones. Se lo puedo confesar a usted, ahora que única¬mente nos escucha el mar Rojo: Mi inmortalidad me causa aburrimiento. La tie¬rra ya no tiene secretos para mí, y no tengo ya confianza en mis semejantes. Y repito con gusto las palabras de Hamlet, que oí la primera vez en Londres en 1594: “El hombre no me causa ningún placer, no, y la mujer mucho menos.”


“El conde de Saint-Germain me pareció agotado, como si se fuese volviendo viejo por momentos. Permaneció en silencio más de un cuarto de hora contemplando el mar tenebroso, el cielo estrellado.”


“Dispénseme — dijo finalmente —si mis discursos le han aburrido. Los vie¬jos, cuando comienzan a hablar, son insoportables.”


“Hasta Bombay, el conde de Saint Germain no volvió a dirigirme la palabra, a pesar de que intenté varias veces entablar conversación. En el momento de desembarcar me saludó cortésmente y le vi alejarse con tres viejos hindúes que se hallaban en el muelle esperándole.”


En otra obra muy famosa se afirma:


“La existencia histórica del conde se inició en Londres el año 1743. Allá por 1745 tuvo ciertas fricciones con la justicia, pues se había hecho sospechoso de espionaje. Horace Walpole hizo esta observación al respecto: “Está aquí desde hace dos años y no quiere revelar quién es, ni cuál es su origen, si bien confiesa que utiliza un nombre falso.” Por entonces se describía al conde como un hombre de estatura mediana, ron¬dando los cuarenta y cinco, muy amable y gran conversador. “Se sabe a ciencia cier¬ta que Saint-Germain era un seudónimo, porque él mismo dijo en cierta ocasión a su protector, el landgrave de Hesse”:


“Me llamo Santus Germanus, el hermano santo.”


También se sabe que, tras pasar varios años en Alemania, en 1758, se presentó en la corte de Luis XV. Madame Pompadour nos ha dejado una descripción de Saint Germain: “El conde parecía un cincuentón; tenía un aire fino, espiri-tual, vestía sencillamente, pero con gus¬to. Lucía hermosos diamantes en los de¬dos, la tabaquera y el reloj.” Aquel fo¬rastero, aquel desconocido cuyo título nobiliario era muy dudoso y cuyo nom¬bre parecía incierto, por decirlo de algu¬na forma, supo abrirse paso hasta el círculo íntimo de Luis XV, quien le con¬cedió varias audiencias privadas. Y ese ascendiente sobre el rey fue lo que irri¬tó sobremanera al ministro Choiseul y lo que acarreó a Saint-Germain la des¬gracia y el exilio. Finalmente se sabe que el conde pasó la última época de su vida en el castillo de landgrave de Hesse, donde murió, según se dice, el 27 de febrero de 1784. Observemos, sin embar¬go, que esa “muerte” se produjo duran¬te una de las raras ausencias del land¬grave, ocasiones en que solamente rodeaban al conde unas cuantas mujeres fácilmente sobornables.”


“Se conoce su historia entre los años 1743 y 1784. Pues bien, busquemos ahora los testimonios de personas fide¬dignas que lo conocieron antes o después de esas fechas límite. La condesa de Gergy, embajadora de Francia cerca del estado Veneciano, nos da el primer informe. Vio a Saint-Germain en casa de Madame Pompadour y, aparentemen¬te, quedó estupefacta. Según sus propias manifestaciones, recordó haber conocido en Venecia allá por el 1700, a un aristó¬crata extranjero cuyo parecido con el conde era asombroso, aunque aquél tenía otro apellido. Ella le preguntó si no sería su padre u otro familiar cercano.”


“— No, Madame — respondió el con¬de con gran calma —. Perdí a mi padre hace mucho tiempo. Pero viví en Venecia entre fines del siglo pasado y principios de éste. Por cierto que tuve el honor de haceros la corte, y vos encontrasteis agradables algunas barcarolas compuestas por mí y que ambos solíamos cantar juntos”


“Perdonad mi franqueza, pero eso no es posible. Aquel conde de Saint¬ Germain tendría entonces cuarenta y cin¬co años, y vos tenéis ahora esa edad.”


Madame — contestó sonriendo el conde — yo soy muy viejo.”


“— Pero, con arreglo a esos cálculos, vos tendríais ahora casi cien años.”


“— ¡Eso no es imposible!”


“Entonces, el conde enumeró ante Madame de Gergy una infinidad de deta¬lles relacionados con la estancia de ambos en el Estado veneciano. Y, por si quedara alguna duda, se ofreció a recordarle ciertas circunstancias, ciertas observa¬ciones, ciertos escarceos…”


¡No, no! — lo interrumpió pre¬surosamente la anciana embajadora — Me habéis convencido por completo; Pero vos sois un… un diablo realmente extraordinario… (Citado por Touchard Lafosse en Les Chroniques de I’oeil -de¬boeuf.)


“Más allá del año 1784 encontramos una nueva intervención del conde, que no parece dejar lugar a dudas. El año siguiente a su “muerte” oficial partici¬pó en la convención masónica de París, celebrada el 15 de febrero de 1785.”


“…Hay otra persona cuya afirma¬ción de haber conocido a Saint Germain no puede ponerse seriamente en duda. Se trata de Wellesley Tudor Pole, viajero e industrial a quien le fue conferida la Orden del Imperio Británico y fue acre-ditado estudioso de arqueología, fundador de la Big Ben Silent Minute Observance, presidente del Chalice Well Trust de Glastonbury y gobernador de la Glas¬ton Toru School for Boys.”


“En su libro The Silent Road, Tudor Pole describe un extraño encuen¬tro mientras viajaba en el Oriente Express. Era en la primavera de 1938, y se dirigía a Constantinopla, leyendo el Infierno de Dante.”


“En un paradero de Bulgaria, Tudor Pole miró por la ventanilla y vio un hombre de edad mediana, apuesto y bien vestido, que caminaba sobre la nieve, en el terraplén de la vía férrea. El hombre sonrió y saludó con la cabeza al sor-prendido viajero inglés. El tren arrancó y pronto entró en un túnel, pero el va¬gón de Tudor Pole siguió con las luces apagadas. Cuando el tren salió del túnel, el desconocido estaba sentado en el rin¬cón opuesto. Entonces vio la obra de Dante que estaba leyendo Tudor Pole e inició una fascinante conversación sobre el problema del cielo y el infierno y el enigma de nuestro actual estado de existencia.”


“Tudor Pole dijo que su compañero de viaje hablaba con impecable acento, pero evidentemente no era inglés. Su atuendo y el sesgo de su mente sugerían que muy bien podía ser húngaro. Invitó al desconocido a comer con él, a lo cual re¬plicó sorprendentemente que no comía manjares.”


“Un poco aturrullado, y compren¬diendo que aquel hombre no era un viajero corriente, Tudor Pole se dirigió al coche restaurante. Cuando volvió una hora más tarde, su misterioso visitante se había ido.”


“Unos días después, Tudor Pole es¬taba en el andén de Scutari, junto al Bósforo. Su equipaje estaba ya en el tren.”


“Volvió a aparecer mi amigo del Oriente Express; estaba entre la muchedumbre, a cierta distancia de mí, y sa¬cudía vigorosamente la cabeza. Descon¬certado, dejé que el tren se marchase sin mí. Poco después, este tren sufrió un accidente a unos ciento cincuenta kilómetros de donde yo me hallaba. En definitiva, recobré mi equipaje. Parte de él estaba manchado de sangre.


“Tudor Pole no identificó al des¬conocido en su libro, pero Walter Lang, que escribió la Introducción y también unos comentarios sobre otro de sus libros, preguntó a Tudor Pole: “¿Sabe quién era el hombre del tren?” Pudor Pole respondió: “Sí. ¡Era Germain!”.


NICOLÁS FLAMEL


El más celebre alquimista francés. De su nacimiento se dice que ocurrió en el año 1330 cerca de Pontoise, en el seno de una familia muy humilde, aunque alcanzó a recibir la educación de un letrado. De él dicen que murió en 1418.


Una de sus obras más conocidas es “El Libro de las Figuras Jeroglíficas”, en cuyas figuras se esconden los proce¬sos de la Gran Obra.


De la obra de J. Sadoul, transcribi¬remos lo siguiente, omitiendo las comillas de su texto, para que el texto no se en¬cuentre pesado y confuso:


Un viajero del siglo XVII, llamado Paúl Lucas, informa sobre un viaje al Asia Menor, de cuya crónica extrae¬mos el siguiente pasaje: “En Burnus¬-Bachi sostuve una conversación con el ‘devis’ de los uzbecos sobre una filosofía hermética. Este levantino me dijo que los verdaderos filósofos poseían el secreto para prolongar mil años su existencia y preservarse de todas las enfermedades. Por último, yo le hablé del ilustre Flamel y le hice observar que el hombre había muerto a despecho de la piedra filosofal. Apenas cité este nombre, se echó a reír de mi simplicidad. Como quiera que yo le había dado crédito a cuanto había dicho, me asombró extraordinariamente su actitud dubitativa ante mis palabras. Al advertir mi sorpresa me preguntó con el mismo tono, si era tan ingenuo como para creer que Flamel hubiese muerto. Y agregó:


“— No, no. Usted se equivoca. Fla¬mel vive todavía; ni él ni su mujer saben aún lo que es la muerte. Hace tres años escasos los dejé a ambos en la India; es uno de mis mejores amigos.”


Más tarde, el derviche proporcionó nuevos informes a Paúl Lucas:


“La celebridad es a menudo una cosa bastante incómoda pero un sabio es hombre prudente y sabe siempre salir de los aprietos. Flamel entrevió que un día u otro sería detenido sobre todo des¬de que se sospechó que poseía la piedra filosofal. Tras la sensación que causó su liberalidad no pasaría mucho tiempo sin que se le atribuyera la posesión de esa ciencia; todo parecía indicarlo ya. Pero él ideó un medio para soslayar tal persecución: hizo publicar la noticia de su muerte y la de su mujer. De acuerdo con sus consejos ella fingió una enfer¬medad que siguió un curso fatal, y cuan¬do se la dio por muerta, estaba en Suiza aguardándole, según las instrucciones recibidas. En su lugar se enterró un trozo de madera cubierto con algunas prendas, y para cumplir estrictamente con el ceremonial, se celebró el acto fúnebre en una de las capillas que ella misma ha¬bía hecho construir. Poco después, él recurrió a la misma estratagema; y como el dinero abre todas las puertas, no costó mucho ganarse la confianza de mé¬dicos y eclesiásticos. Flamel dejó un testamento en el cual disponía que se lo enterrase con su mujer y se levantase una pirámide sobre sus sepulturas; y mientras este sabio auténtico viajaba para reunirse con su esposa, se enterró un segundo trozo de madera en su lugar. Desde aquellas fechas, ambos llevan una vida muy filosófica, dedicados a viajar y a ver países. Esta es la verdadera histo¬ria de Nicolás Flamel, no la que cree usted ni la que se piensa neciamente en Paris, donde muy pocas gentes tienen conocimiento de la verdadera sabiduría…”


Hay otros testigos y relatos, muy numerosos, que dan fe de la supervivencia de Flamel. Es bien curioso que todos ellos concuerden en un punto: -el filósofo y su esposa se retiraron a la In¬dia cuando él se reunió con Perrenelle en Suiza, adonde ella le había precedido tras su “muerte”, para hacer los preparativos del gran viaje.


FULCANELLI


Notable físico nu¬clear y gran alquimista francés, autor de dos valiosísimas obras de alquimia; “El Misterio de las Catedrales”, cuya primera edición se publicó en el año de 1926, y “Las Moradas Filosófales”, en el año de 1930 y que contiene los secretos de la Gran Obra.


Eugene Canseliet, su discípulo, en el “Prefacio a la segunda edición” del “Misterio de las Catedrales”, escribe:


“En nuestra introducción a Las Doce Claves de la Filosofía, repetimos a propósito que, BASILIO VALENTÍN (famoso monje benedictino del monaste¬rio de Erfurt, en Alemania, Año 1413) fue el iniciador de nuestro Maes¬tro. (…) En aquella época ignorábamos la carta tan conmovedora que transcribimos aquí y que tiene toda la belleza cautiva¬dora del impulso del entusiasmo, el acen¬to del fervor que inflama súbitamente al escritor anónimo a causa del desvanecimiento de su firma, como lo es el destina¬tario por la falta de dirección, indudablemente, este fue el maestro de FULCANELLI el cual dejó, entre sus cartas, aquélla reveladora, marcada en cruz por dos líneas sucias de carbón a lo largo de la señal del pliegue, por haber estado tanto tiempo cerrada en un portafolio, donde aun fue alcanzada por el impalpable polvo y grasa del enorme horno siempre en actividad. Así, el autor del Misterio de las Catedra¬les, conservó durante muchos años, como un talismán, la prueba escrita del triunfo, de su verdadero iniciador, prueba que na¬da nos prohíbe publicar hoy, sobretodo porque ella da la idea potente y justa del ambiente sublime en el que se coloca la Gran Obra. Pensamos que no se nos re¬prochará lo largo de la extraña carta, de la que sería un pecado, eliminar tan sólo una palabra:


Mi querido amigo,


Esta vez, habéis verdaderamente re¬cibido el Don de Dios; es una gran Gracia, y por primera vez, me doy cuenta de cuán raro sea este favor. En efecto, yo creo que el arcano, en su abismo insondable de simplicidad, no se encuentra con la sola ayuda del raciocinio aún siendo éste muy sutil y ejercitado. Al fin estáis en posesión del Tesoro de los Tesoros, y damos gracias a la Luz Divina que os ha hecho partícipes. Además, lo habéis merecido justamente con vuestra inque¬brantable fe en la Verdad, en la constancia de los esfuerzos, la perseverancia en el sacrificio, y también, no lo olvide¬mos… con vuestras buenas obras.


Cuando mi mujer me anunció la bella noticia, quedé asombrado de la glo¬riosa sorpresa y no cabía ya más en mí de la felicidad. A tal punto que me dije: porque no paguemos esta hora de eufo¬ria con algo terrible en un mañana. Mas, si bien informado brevemente de la co¬sa, he creído entender, lo que confirma mi certidumbre, que el fuego solamente es apagado cuando la Obra se completa y toda la masa tintórea impregna el vi¬drio que, de decantación en decantación, al final queda completamente saturado y luminoso como el sol.


Habéis empujado vuestra generosi¬dad hasta el punto de asociarnos a este elevado y oculto conocimiento que os pertenece por derecho y que es totalmente personal. Mejor que otro, adverti¬mos todo el valor, y mejor que otro estamos en condiciones de quedaros eternamente agradecidos. Sabed bien que las más bellas frases, las más elo¬cuentes manifestaciones no valen lo que la conmovedora simplicidad de estas palabras: SOIS bueno, y es propiamente por esta gran virtud que Dios ha puesto sobre vuestra frente la diadema de la ver-dadera realeza. Él sabe que haréis un no¬ble uso del cetro y del inestimable gaje que conlleva. Desde mucho tiempo ya, Os conocemos como el manto azul de vuestros amigos en sus necesidades; el manto caritativo se ha súbitamente agigantado, porque, ahora, todo el azul del cielo, y su gran sol, cubren vuestras nobles espaldas. Podéis disfrutar amplia¬mente de esta grande y rara felicidad para gloria y consuelo de vuestros amigos, y también de vuestros enemigos, por¬que la desgracia borra todo y ya disponéis de la vara mágica que cumple todos los milagros.


Mi mujer, con aquella inexplicable intuición de las personas sensitivas, tuvo un extraño sueño. Vio un hombre envuelto en todos los colores del arco iris y elevado hasta el sol. La explicación no se ha hecho esperar. ¡Qué maravilla! ¡Qué bella y victoriosa respuesta a mi carta llena de dialéctica y — teóricamente — exacta, mas, cuán lejana aún, de lo Verdadero, de lo Real! ¡Ah! Se podría casi afirmar que quien ha salu¬dado la estrella de la mañana ha perdido para siempre el uso de la vista y de la razón, porque está fascinado por esta falsa luz y precipitado en las tinieblas. – A menos que, como ha sido con vos, un gran golpe de fortuna no lo aleje bruscamente de la orilla del precipi¬cio.


No veo la hora de veros nueva¬mente, querido amigo mío, de volver a escuchar el relato de las últimas horas de angustia y de triunfo, Mas, tened en cuenta, que es tanta la felicidad que sen¬timos y tanta la gratitud que hay en nuestro corazón, que jamás alcanzaré a expresarme en palabras, ¡aleluya!


Os abrazo y me felicito con vos

Vuestro viejo amigo…


Esta preciosísima carta, es un testi¬monio muy diciente como para que se le haga algún comentario. Bástenos sólo decir que quien alcanza el “Donum Dei” ha consumado la gran Obra y alcanza¬do la inmortalidad.


Eugene Canseliet, en su prologo a la “Segunda Edición” del “Misterio de las Catedrales”, dice: “Cuando escri¬bió el Misterio de las Catedrales, en 1922, Fulcanelli no había recibido El Don de Dios.


Y en el Prefacio a la Primera Edición, con fecha Octubre de 1925, dice Canseliet: “Desde mucho tiempo ya, el autor de este libro no está más entre nosotros.” Por lo que se entiende que entre 1922 y 1925 el Maestro Fulcanelli recibió el “Donum Dei”. Posteriormente su Obra “Las Moradas Filosófales”, fue publica¬da en 1930.


Desde entonces, Fulcanelli se perdió en el misterio.


En 1937, Jacques Bergier, asistente del físico-nuclear André Helbronner, se entrevistó con Fulcanelli. El contenido de esta entrevista lo podrá conocer el lector en nuestro capitulo La Conciencia Atómica.


En 1953, Louis Pawels, autor de la obra “El Retorno de los Brujos”, tuvo la certeza de haber encontrado a Fulca¬nelli en un café de París.


Eugene Canseliet, el hombre más próximo a Fulcanelli en todo el curso de este intrigante misterio, afirma que conoció a su maestro en España, en fecha tan reciente como el año 1954.


Si, como dijo Canseliet, Fulcanelli tenía ochenta años cuando trabajaron juntos por primera vez en los años veinte, el maestro debía de tener de 100 a 110 años cuando tuvo lugar aquel encuentro en España.


Es indudable que Canseliet estuvo aquel año en España. Gerard Heym, erudito en ocultismo, conoció a Canseliet a causa de su amistad con su hija, y vio el pasaporte de Canseliet. En él figuraba el visado de entrada en España, fechado en 1954.


Cómo recibió Canseliet la llamada para ir a España, es cosa menos sabida; pero Heym tuvo la impresión de que el mensaje le fue transmitido de alguna ma¬nera paranormal, posiblemente por clari¬videncia.


Informadores próximos a Canseliet me refirieron lo que el viejo alquimista dijo que había ocurrido en tal ocasión. Puede resumirse así:


Después de recibir la misteriosa llamada, Canseliet hizo sus bártulos y emprendió el viaje a España. Su lugar de destino era Sevilla, donde alguien se reuniría con él.


Efectivamente, alguien salió a su en¬cuentro —no se sabe exactamente quién— y Canseliet fue llevado a un gran palacio o castillo en la montaña. Allí fue recibi¬do por su viejo maestro, Fulcanelli, el cual tenía aún el aspecto de un hombre de unos cincuenta años. Canseliet tendría entonces cincuenta y cuatro.


Canseliet fue conducido a sus ha¬bitaciones, en un piso alto de una de las torres del Castillo, y su ventana daba a un patio grande y rectangular. Durante su estancia, Canseliet tuvo la clara impre¬sión de que el castillo era un gran refugio secreto de toda una colonia de distingui¬dos alquimistas — posiblemente, incluso adeptos como su maestro — y que era propiedad de Fulcanelli. Poco después de su llegada, le mostraron un “petit laboratoire” y le dijeron que podría tra¬bajar y experimentar en él.


Al volver a sus habitaciones, Canse¬liet se asomó a la ventana para respirar el aire fresco y observó el patio inferior. Allá abajo, vio un grupo de niños — pro¬bablemente hijos de otros invitados en el castillo — que estaban jugando. Pero había algo extraño en ellos. Al fijar más la atención, comprendió que eran las ropas que llevaban. Parecían trajes del siglo XVI. Los niños estaban entregados a alguna clase de juego, y Canseliet pensó que se habrían vestido de aquel modo para alguna mascarada o fiesta de disfraces. Aquella noche se acostó y no volvió a pensar en el incidente.


Al día siguiente, volvió a sus expe¬rimentos en el laboratorio que le habían destinado. De vez en cuando, se presen¬taba su maestro, le hablaba brevemente y comprobaba sus progresos.


Una mañana, Canseliet bajó la es¬calera de la torre donde se alojaba y se plantó en una puerta abovedada que daba al patio. Estaba allí cuando oyó voces.


Cruzando el patio, se acercaba un grupo de tres mujeres, charlando animadamente. Canseliet se sorprendió al ver que llevaban vestidos largos y holgados al estilo del siglo XVI, como los niños que había visto un par de días antes, ¿Sería otra mascarada? Las mujeres seguían acercándose.


Canseliet se debatió entre la sor¬presa por lo que veía y la incomodidad de verse sorprendido en parcial desha¬billé. Iba a dar media vuelta y volver a sus habitaciones, cuando, al pasar las mujeres por delante del lugar donde se hallaba, una de ellas se volvió, le miró y sonrió.


Fue cuestión de un breve instante. La mujer se volvió de nuevo a sus compañeras y juntas siguieron su camino, fuera de su campo visual.


Canseliet se quedó pasmado. Jura que la cara de la “mujer” que le había mirado era la de Fulcanelli.


“Por extraña que parezca la historia, Canseliet afirma que le vio y que, Comprensiblemente, sólo lo había confiado a unos íntimos amigos”


Hasta aquí estos párrafos de la obra “El Misterio Fulcanelli”.


Terminaremos esta breve relación sobre lo que nuestro Venerable Maestro SAMAEL AUN WEOR nos dice con relación a Fulcanelli:


FULCANELLI ES UN RESU¬RRECTO QUE REALIZO LA GRAN OBRA. Su máxima obra, precisamente, ha sido llamada “LAS MORADAS FILOSÓFALES” y nadie, desgraciadamente la ha entendido, Ello se debe a que, para entenderla, es necesario ha¬berla realizado… Después de la segunda guerra mundial, ciertos servicios secre¬tos estuvieron buscando a Fulcanelli (él es un experto físico nuclear) para arrancarle alguna información, pero, afor¬tunadamente, él supo evadirse y ahora está en ciertos lugares secretos que son, a su vez, Templos o Monasterios.


SAMAEL AUN WEOR,


Es el Quinto Ángel del Apocalipsis, el Budha Maitreya y Kalki Avatara de la Era de Acua¬rio y Presidente Fundador del Movi¬miento Gnóstico Cristiano Universal como Escuela Iniciática Práctica de los Misterios Gnósticos. Autor de más de cien obras escritas que contienen la enseñanza Gnóstica y de numerosas cá¬tedras herméticas y públicas. Su Doctri¬na, es LA DOCTRINA DE LA VÍA DI¬RECTA, la de la ENCARNACIÓN DEL CRISTO INTIMO AQUÍ Y AHORA. Él es el fiel depositario de los sublimes arcanos de la Alquimia, los que, por or¬den del Padre de todas las Luces, ha de¬velado y entregado a toda la humanidad, SAMAEL AUN WEOR es el CRISTO ROJO DE ACUARIO, y el SUPER¬HOMBRE DEL SIGLO XX.


Llegando a la imponente metrópoli de México D.F., y procedentes de aque¬llas otras bellísimas tierras del Canadá, hubimos de ponemos en contacto con el Venerable Maestro Samael. La cita se fijó para el próximo día a las ocho de la noche. Fue el cuatro de febrero de 1976. Al llegar a su residencia, lo halla-mos vestido sencillo pero muy decoro¬samente. Con su amable sonrisa, nos in¬vitó a pasar. Resonaban festivamente en el amplificador, los valses de Straus.


Acompañados de otra dama, mi es¬posa, mi pequeño hijo y mi persona, pasamos el umbral de tan espléndida mo¬rada. Entre muchas otras cosas maravi¬llosas, nos dijo:


—Me alegra mucho que hayan venido-.


Hace un año — continuó — que físicamente debí haber muerto.


Por aquella época tenía el Maestro 59 años y parecía tener unos 45.


Más, como quiera que aún no he terminado la Gran Obra, hubiera por tal motivo quedado estancado. Afortunada¬mente recordé, que por allá en Egipto, en la época de los faraones, hace unos cuatro mil años, dejé una momia. El cuerpo de aquella momia quedó intacto sin que se le extrajeran sus vísceras, gracias a ciertos procedimientos mági¬cos que conocían a fondo los antiguos Iniciados Egipcios. Fue entonces como apelé a un proceso de Alta Magia, que se conoce con el nombre de intercambio atómico Bio-Electro-Magnético.


Como quiera que no entendíamos bien de qué se trataba, el Maestro aclaro:


—Es un intercambio atómico. Mien¬tras de aquí de mi cabeza, partía un áto¬mo hacia la momia de Egipto, a su vez, de la cabeza de la momia salía otro átomo hacia mi cabeza aquí en México. Y así, este proceso se sucedía ininterrumpidamente, matemáticamente. Ahora ya toda mi cabeza está totalmente confor¬mada por los átomos de la cabeza de la momia. Esta cabeza que ustedes ven aquí es la de la momia. Así, pues, que ustedes están conversando con un cadáver, pues, hace un año, morí en vida. Puede decir¬se que tengo un año de vida.


De casetes grabados de su viva voz extraemos lo siguiente:


“Les soy sincero a ustedes, yo soy un hombre que está viviendo más allá de lo normal. Ustedes, dirán que ¡cómo es posible! Si se los puntualizo, el cerebro que estoy utilizando para pensar estuvo cuatro mil años en un sarcófago en Egip¬to. Yo dejé el cuerpo vivo cuando me to¬có vivir en la dinastía de los faraones. Nací en Egipto pero no morí en Egipto. Mi cuerpo pasó a un sarcófago; ese cuer¬po allí vivo lo puse en estado de cata¬lepsia. Digo catalepsia para que ustedes me entiendan, pero es una ciencia más antigua que la catalepsia.”


— ¿Usted era Iniciado en ese mo¬mento?


“He sido Iniciado desde hace va¬rios Mahamvantaras.”


¿Usted contribuyó a la creación de la Tierra junto con los Cosmocratores?


“Estuve con los Cosmocratores desde la aurora, desde el momento en que la Tierra surgió del Caos.” (El Vene¬rable Maestro Samael Aun Weor, es la Mónada Planetaria de Marte encarnada en humano cuerpo, es el Quinto de los Siete Cosmocratores.)


“Bueno, les estoy contando lo de Egipto. Mi cuerpo quedó allí en catalepsia, está en la cripta subterránea, hace como cuatro mil y tantos años, desde la época de Kefren, pero por esta época, en pleno siglo XX, me estoy revistiendo con este cuerpo mediante el intercambio atómico. Los átomos de este cuerpo están pasando al cuerpo egipcio y los átomos del cuerpo egipcio están pasando a éste… Por lo menos pue¬den estar seguros que esta cabeza que us¬tedes ven ya es la egipcia.”


“El otro día estaba en una confe¬rencia y hubo gente que me distinguieron como egipcio, ya la cabeza es la misma que estuvo entre el sarcófago, el resto del cuerpo, pues está cambiando, las viseras todo En este momento soy la muerte ¿Por qué?, Porque el cuerpo que tenía Víctor Manuel Gómez, ese cuerpo ya está en proceso de desintegra¬ción, sus átomos están pasando a un sepulcro, y los átomos de aquél están pa¬sando acá”.


¿Y, esos los podría volver a re¬vivir?


“Pues, ese cuerpo de Víctor Ma¬nuel Gómez (su parte atómica) no queda muerto, queda vivo, pero con las funcio¬nes orgánicas en suspenso. De manera que si ustedes observan cuidadosamente cierta apariencia aquí, pues hace que la gente no se me acerque, pero realmente soy la muerte. Los antiguos egipcios cultivamos una ciencia que los modernos ni remotamente sospechan. Esta ciencia nos ha permitido a nosotros conservar nuestro cuerpo físico, poder existir y salir con nuestro cuerpo desde el sepulcro para afuera, para vivir entre los mortales en pleno Siglo XX. No quiero decir que todos los compañeros de esa época hicieron lo mismo, pero sí existi¬mos un grupo de Hombres que dejamos nuestros cuerpos vivos entre el sepulcro muy bien sellado.”


En una de sus últimas obras (“Mis¬terios Mayas”), dice el V. M. Samael lo siguiente:


“Hay dos clases de momias: las mo¬mias vivas y las momias muertas. Las momias muertas se conocen porque las vísceras han sido colocadas en vasos de alabastro. Las momias vivas, aún aho¬ra en pleno siglo XX, siguen vivas.


“No está de más decirles que yo mismo, cuando viví en Egipto, en una época pasada, durante la dinastía de Kefren, pasé por esos procesos.”


“Mi cuerpo físico fue dejado a vo¬luntad en estado de catalepsia. Ese cuerpo pasó a un sarcófago y fue colo¬cado dentro de una cripta, pero vivo, y todavía conservo ese cuerpo egipcio vivo. Con ese cuerpo egipcio seguiré cumpliendo la misión que se me ha confiado. De lo contrario, ¿cómo? Actualmente soy un hombre como de sesen¬ta años. Para poder hacer la labor en to¬da Europa, en toda Asia, ¿cómo la ha¬ría? Suponiendo veinte años en Europa y treinta años en Asia, llegaría como un viejecito…, para hacer una revolu¬ción espiritual, ¿con qué tiempo? Ya no habría tiempo. La única forma es to¬mar ese vehículo físico momificado para continuar trabajando en la Gran obra.”


Maestro, ¿usted tiene que perder ese cuerpo físico actual?


“Ya parte está perdido. Claro está que existe un tipo de reencarnación que es desconocida para muchos seudo-esoteristas y seudo-ocultistas; en esoterismo se llama Re-Encarnación YAO, es decir, en vida.”


“El intercambio atómico permite la reencarnación del iniciado egipcio en una momia que haya tenido. Esto es desconocido para los sabios de esta época. Es claro que el intercambio atómico con una momia, da por resultado que viene uno a quedar con su vehículo vi¬vificado, máxime si la momia está vi¬va.”


“Si yo cambio mis átomos actuales, con los átomos de ese cuerpo momificado, quedo con ese cuerpo momifi¬cado en vivo y en pleno Siglo XX. Claro que hablamos de la Re-encarnificación; en YAO; así se llama en Ciencia Sagrada.”


“Con este intercambio atómico, no hay necesidad de pasar por esos estados en que se tiene que dejar el cuerpo fí¬sico y esperar varios años para volver a re-encarnificar; eso es un trabajo difi¬cilísimo”


“La Re-Encarnación en YAO es al¬tamente científica, y pertenece a la parte más elevada de la Física Atómica.”


“Tal reencarnación en YAO no sería posible si no se conocieran los HACHIN. ¿Y qué son los HACHIN? Pues son las Almas Ígneas o partículas ígneas que existen en cada átomo. Esas Almas Ígneas o CONCIENCIAS ATÓMICAS, son obedientes.”


“Es la Cuarta Vertical (la cuarta dimensión) la que sirve para que los principios ígneos o HACHIN puedan transportar instantáneamente a los átomos de un lugar a otro por remoto que sea.”


“La Alta Física Nuclear es descono¬cida para los sabios actuales. Cuando los antiguos sabios egipcios momificaban sus cuerpos con el objeto de alcanzar la inmortalidad más tarde, hacían alusión a esto que hoy aclaro.”


“Muchas gentes de estos tiempos que ahora andan por aquí, por allá y acullá, tuvieron vehículos físicos en la antigua tierra de los faraones, y si ellos marcharan por el camino de las Santas Revalorizaciones del SER, podrían llegar a adquirir la inmortalidad aquí y ahora mismo, mediante el intercambio atómi¬co de la alta física nuclear, desconocida para los sabios y físicos atómicos de este Siglo XX.”


Gracias a este procedimiento Mági¬co de ALTA FÍSICA NUCLEAR, el V. M. SAMAEL AUN WEOR, pudo continuar su trabajo Alquímico hasta perfeccionar la PIEDRA FILOSOFAL. Fue así como en el año de 1977 nos dijo:


“En estos precisos instantes, mi Se¬ñor Interior Profundo, está en su Santo Sepulcro. En el año de 1978, mi Señor Interior Profundo, resucitará en mí y yo en ÉL para poder hacer la gigantes¬ca OBRA que hay que hacer por la humanidad. Y será ÉL, el que la haga, y no mi insignificante persona que no es sino un instrumento. Pero, ÉL en sí, es perfec¬to y ÉL la hace porque ÉL es perfecto. De manera que doy testimonio de lo que me consta, de lo que he vivido.”


Posteriormente, el Venerable Maestro SAMAEL AUN WEOR, culminó la GRAN OBRA ALQUIMICA, y fue así como hubo de pasar por el proceso de Muerte y Resurrección, matando así a la muerte con la misma muerte por toda una eternidad. Su proceso de desencarnación sucedió el 24 de Diciembre de 1977, cerca a las 12 de la noche. La placa de su carroza mortuoria, sin haberse elegido programadamente, tenía las Iniciales AUM.


Casi dos años después, en la “Asam¬blea Extraordinaria Nacional”, realizada entre el 29 de Junio y el 1 de Julio de 1979, en el Palacio de Convenciones y Exposiciones de la ciudad de Medellín, Antioquia, Colombia, organizada por el Movimiento Gnóstico Cristiano Universal de Colombia, sucedió algo maravilloso.


Esta Asamblea estuvo presidida por el Venerable Maestro Rabolú, quien es uno de los 42 Jueces del Karma de la Justicia Objetiva Divina, y en quien depositara el V. M. Samael Aun Weor, el cuidado y guía del Movimiento Gnóstico Cristiano Universal. Dicho sea de paso, el V. M. Rabolú, está por esta época culminando también los procesos de su GRAN OBRA ALQUIMICA.


Algo insólito sucede en aquella Asamblea memorable. Resumámoslo con las siguientes palabras:


A la entrada del local de la Asam¬blea, — a la que asistieron más de tres mil miembros activos del Movimiento Gnóstico Cristiano Universal de Colom¬bia —estaba el V. M. SAMAEL AUN WEOR con su cuerpo inmortal, con aquel cuerpo de la momia que tuviera en Egipto hace unos cuatro mil años. Allí estaba el Maestro Samael con su cuer¬po resurrecto el cual tiene una aparien¬cia de unos 40 a 45 años.


Es lógico que nadie lo identificó, a excepción del V. M. Rabolú, que ya le conoce muy bien, puesto que el cuer¬po de la momia, es diferente al que el Maestro Samael tenía en México.


Allí, en aquella Asamblea, — sin que de ello se percatara la hermandad gnóstica — el V. M. Samael le entregó al V. M. Rabolú una PESADA CRUZ DE ORO, con lo cual quedó establecido que el V. M. Rabolú también estaba ya en el mismo camino del V. M. Samael Aun Weor.


En cierta ocasión, un grupo de in¬quietos aspirantes a la Gnosis, le preguntaron al V. M. Rabolú dónde se en¬contraba realmente el V. M. Samael. Y el V. M. Rabolú respondió de la siguiente manera:


“Él ocupó directamente la momia que tenía guardada. O sea, por ejemplo, en estos momentos él está con su momia, trabajando, moviéndose. O sea que él no está desencarnado como creen mu¬chas personas, él tiene su otro cuerpo. YO ME ENTREVISTE CON ÉL, ya tiene su momia, está trabajando con su momia, actuando como cualquier perso¬na normal. Está en el Viejo Mundo, o sea, por allá en el Tibet y usa su turban¬te estilo tibetano. De modo que para mí, él no dejó de trabajar. Él cogió su otro cuerpo, se lo puso, y, ¡adelante! Es un tipo de combate, es un Maestro de batalla que no se está quieto un momento.”


Nota: Los HACHIN (ASHIM) son las Almas del Fuego o Coro Angélico de Malchut, según la Kábala Hebraica.