domingo, 23 de junho de 2024

LA CONCIENCIA ATÓMICA


La Ciencia Materialista — La Ciencia Alquímica


En cierta ocasión, en una conferen¬cia afirmé que, gran parte de los postulados de la llamada ciencia materialista, serían las mentiras del mañana, y no faltó quien, armas en ristre, saliera a de¬fender su posición contraria a mi afir-mación. Más, no soy el único, ni el pri¬mero, ni el último en afirmarlo:


“Oímos decir que la idea de la Piedra Filosofal fue un error, pero todas nuestras opiniones han partido de erro¬res, y lo que hoy consideramos como la verdad en química, quizá será maña¬na reconocido como una falacia.”

J.VON LIEBIG,

FAMILIAR LETTERS IN CHEMISTRY


La “Botánica”, por ejemplo, con¬siderada la rama de la ciencia que estu¬dia a los vegetales, es otro término mal empleado. Entre los griegos antiguos, los “Botane” eran, literalmente “los habitantes de la hierba”, o sea, las inteligencias elementales o almas de las plantas. De esta manera, la “Botánica” de¬bería ser, en rigurosa ciencia, el estudio de los habitantes de la hierba y no úni¬camente el estudio de estas últimas.


Si, en rigurosa acepción académica, la ciencia materialista es: “Conocimiento EXACTO y razonado de ciertas cosas”, no podría, pues, errar, siendo un “conocimiento exacto”. Y, si, errar, es, casti¬zamente, sinónimo de mentir, y, por otra parte, la ciencia materialista que significa “conocimiento exacto”, ha errado en innumerables ocasiones, es mentiro¬sa, falsa y demasiado orgullosa, pues no acepta sus propios errores, los justifica de mil maneras.


¡Ciencia sin Conciencia! ¡Qué ocu¬rrencia!


Lo mismo valga para el científico Inconsciente.


Desde el momento en que la llamada ciencia se divorció de los principios místicos y filosóficos, le quitó el alma a la investigación.


Las matemáticas, llamada “ciencia exacta”, ¿no tuvo en uno de sus padres al Divino Pitágoras, tan enunciado en nuestras aulas docentes? Y, se nos dice en estas que fue el descubridor de la tabla de multiplicar, del sistema decimal y del teorema que lleva su nombre, Y, ¿qué estudioso negaría que fue un gran filósofo y místico en todo el sentido de la palabra?


¿Qué diríamos de Paracelso, uno de los fundadores de la medicina experimental, descubridor de la existencia del cinc como metal independiente y definió la toxicidad del arsénico, seña¬lando, además la eficacia terapéutica antiluética del precipitado rojo de mercurio? Y Paracelso fue uno de los promo¬tores de la Alquimia Mística, la que pro¬pone una verdadera transformación de la persona, en la persona.


Alberto Magno (Alquimista) fue el primero en preparar la potasa cáustica y en desentrañar la composición del cinabrio (sulfuro de mercurio) Basilio Valentín (Alquimista) descubrió, además del antimonio, los ácidos clorhídrico y sulfúrico.


Actualmente es ya bastante famoso el gran físico nuclear y Alquimista co¬nocido con el nombre de Fulcanelli, cuyas dos obras (El Misterio de las Catedrales y Las Moradas Filosófales) aparecieron respectivamente en 1926 y 1930


Trascribiré a continuación lo que Louis Pawels describe en su obra “El Retorno de los Brujos”, sobre una entrevista que su amigo Jacques Bergier tuvo en 1937 con el Adepto Fulcanelli:


A petición de André Helbronner (notable físico nuclear francés), mi ami¬go (Jacques Bergier, asistente de Helbronner) se entrevistó con el misterioso personaje en el prosaico escenario de un laboratorio de ensayos de la Sociedad del Gas, de París. He aquí, exactamente, su conversación:


“Monsieur André Helbronner, del que tengo entendido que es usted ayudan¬te, anda buscando la energía nuclear. Monsieur Helbronner ha tenido la amabi¬lidad de ponerme al corriente de algunos de los resultados obtenidos, especial¬mente de la aparición de la radioactividad correspondiente al Polonio, cuando un hilo de Bismuto es volatilizado por una descarga eléctrica en el seno del deu-terio a alta presión. Están ustedes muy cerca del éxito, al igual que algunos otros sabios contemporáneos. ¿Me permi¬te usted que le ponga en guardia? Los trabajos a que se dedican ustedes y sus semejantes son terriblemente peligrosos. Y no son sólo ustedes los que están en peligro, sino también la Humanidad entera. La liberación de la energía nu¬clear es más fácil de lo que piensa. Y la radiactividad superficial producida puede envenenar la atmósfera del Planeta en algunos años. Además, pueden fabricarse explosivos atómicos con algunos gramos de metal y arrasar ciudades ente¬ras. Se lo digo claramente: los alquimistas lo saben desde hace mucho tiempo”.


Bergier se dispuso a Interrumpirle, protestando. ¡Los alquimistas y la física moderna! Iba a prorrumpir en sar¬casmos, cuando el otro lo atajó:


“Ya sé lo que va a decirme: los alquimistas no conocían la estructura del núcleo, no conocían la electricidad, no tenían ningún medio de detección. No pudieron, pues, realizar ninguna transmutación, no pudieron, pues, libe¬rar jamás la energía nuclear. No intenta¬ré demostrarle lo que voy a decirle ahora, pero le ruego que lo repita a Mon¬sieur Helbronner: bastan ciertas disposi-ciones geométricas de materiales extre¬madamente puros para desencadenar las fuerzas atómicas, sin necesidad de utili¬zar la electricidad o la técnica del vacío. Y ahora me limitaré a leerle unas breves líneas”.


El hombre tomó de encima de su escritorio la obra de Fréderic Soddy, L’interprétation du Radium, la abrió y leyó:


“Pienso que existieron en el pasado civilizaciones que conocieron la energía del átomo y que fueron totalmente destruidas por el mal uso de esta energía”.


Después prosiguió:


“Le ruego que admita que algunas técnicas parciales han sobrevivido. Le pi¬do también que reflexione sobre el hecho de que los alquimistas mezclaban preocu-paciones morales y religiosas con sus ex¬perimentos, mientras que la Física moder¬na nació en el siglo XVIII de la diversión de algunos señores y de algunos ricos li¬bertinos. CIENCIA SIN CONCIENCIA…”


He creído que hacía bien advirtiendo a algunos investigadores, aquí y allá, pero no tengo la menor esperanza de que mi advertencia fructifique. Por lo demás, no necesito la esperanza.


Bergier se permitió hacer una pre¬gunta:


“— Si usted mismo es alquimista, señor, no puedo creer que emplee su tiempo en el intento de fabricar oro, como Dunikovski o el doctor Miethe. Desde hace un año, estoy tratando de documentarme sobre la alquimia y sólo he tropezado con charlatanes o con interpretaciones que me parecen fantásticas”. ¿Podría usted, señor, decirme en qué consisten sus investigaciones?


“— Me pide usted que resuma en cuatro minutos cuatro mil años de fi¬losofía y los esfuerzos de toda mi vida. Me pide, además, que le traduzca en len¬guaje claro conceptos que no admiten el lenguaje claro. Puedo, no obstante, decirle esto: no ignora usted que, en la Ciencia Oficial hoy en progreso, el papel del observador es cada vez más importan¬te. La relatividad, el principio de incer-tidumbre, muestran hasta qué punto interviene hoy el observador en los fenó-menos. El secreto de la alquimia es éste: existe un medio de manipular la materia y la energía de manera que se produzca lo que los científicos contemporáneos llamarían un campo de fuerza. Este campo de fuerza, actúa sobre el obser¬vador y le coloca en una situación pri¬vilegiada frente al Universo. Desde este punto privilegiado tiene acceso a realidades que el espacio y el tiempo, la materia y la energía, suelen ocultarnos. Es lo que nosotros llamamos la Gran Obra.”


Pero, ¿y la piedra filosofal? ¿Y la fabricación del oro?


“Esto no es más que aplicaciones, casos particulares. LO ESENCIAL NO ES LA TRASMUTACIÓN DE LOS META¬LES, SINO LA DEL PROPIO EXPERI¬MENTADOR. ES UN SECRETO ANTI¬GUO QUE VARIOS HOMBRES EN¬CONTRARAN TODOS LOS SIGLOS”.


¿Y en qué se convierten enton¬ces?


“Tal vez algún día lo sabrá”.


“Mi amigo no vería nunca más a aquel hombre, que dejó un rastro imbo¬rrable bajo el nombre de Fulcanelli. Todo lo que sabemos de él es que sobre¬vivió a la guerra y desapareció comple¬tamente después de la Liberación. Todas las gestiones para encontrarlo fracasaron. Estas gestiones fueron bien reales, pues las llevó a cabo la comisión “Alsos”, patrocinada por la CIA americana, que, después de 1945, tenía órdenes muy estrictas de encontrar a todos los que hubiesen tenido relación alguna con la ciencia atómica en Europa. Bergier fue llamado a declarar, pero no pudo proporcionar ninguna pista al coman¬dante que lo interrogó. Este le permitió examinar el primer documento conocido sobre la utilización militar del átomo. Jacques Bergier comprobó entonces que se había descrito perfectamente la pila atómica como “una estructuración geo¬métrica de sustancias extremadamente puras” y que, por otra parte, ese mecanis¬mo no requería la electricidad ni la téc¬nica del vacío, tal como lo había predicho Fulcanelli. El informe acababa exponiendo la posibilidad de que se produjera una contaminación atmosférica susceptible a extenderse a todo el Plane¬ta. Se comprende que tanto Bergier como los oficiales americanos desearan encontrar a un hombre cuya existencia era una prueba fehaciente de que la ciencia alquímica llevaba muchas déca¬das de ventaja a la ciencia oficial. Y si Fulcanelli ocupaba una posición tan ventajosa respecto a los conocimien¬tos atómicos, también debería estar bien informado sobre muchos otros asun¬tos, y tal vez por eso fueran vanas todas las pesquisas”.


Para reflexión de nuestros lectores, veamos a qué conclusión científica llegó uno de los más grandes sabios de la época, Einstein, según entrevista personal que Giovanni Papini consigna¬ra en su obra “GOG”.


Einstein se ha resignado a recibir¬me porque le he hecho saber que le te¬nía reservada la suma de 100.000 marcos, con destino a la Universidad de Jerusalén (Monte Scopus)


Le encontré tocando el violín. (Tie¬ne, en efecto, una verdadera cabeza de músico.) Al verme, dejó el arco y comen¬zó a interrogarme.


—¿Es usted matemático?

— No.

—¿Es físico?

— No.

—¿Es astrónomo?

— No.

—¿Es ingeniero?

— No.

—¿Es filósofo?

— No.

—¿Es músico?

— No.

—¿Es periodista?

— No.

—¿Es israelita?

— Tampoco.


— Entonces, ¿por qué desea tanto hablarme? ¿Y por qué ha hecho un dona¬tivo tan espléndido a la Universidad hebrea de Palestina?


— Soy un ignorante que desea instruirse y mi donativo no es más que un pretexto para ser admitido y escu¬chado.


Einstein me perforó con sus ojos negros de artista y pareció reflexionar.


— Le estoy agradecido por el dona¬tivo y por la confianza que tiene en mí. Debe convenir, sin embargo, que decir¬le algo de mis estudios es casi imposible si usted, como dice, no conoce ni las matemáticas ni la física. Yo estoy habi-tuado a proceder con fórmulas que son incomprensibles para los no iniciados, y hasta entre los iniciados son poquísimos los que han conseguido comprenderlas de un modo perfecto. Tenga, pues, la bondad de excusarme…


— No puedo creer — contesté — que un hombre de genio no consiga expli¬carse con las palabras corrientes. Y mi ignorancia no está, sin embargo, tan absolutamente desprovista de Intuición…


— Su modestia — repuso Einstein — y su buena voluntad merecen que haga violencia a mis costumbres. Si algún punto le parece oscuro, le ruego desde ahora que me excuse. No le hablaré de las dos relatividades formuladas por mí: eso ya es una cosa vieja que puede encontrarse en centenares de libros. Le diré algo sobre la dirección actual de mi pensamiento.

“Por naturaleza soy enemigo de las dualidades. Dos fenómenos o dos concep¬tos que parecen opuestos o diversos, me ofenden. Mi mente tiene un obje¬tivo máximo: Suprimir las diferencias. Obrando así permanezco fiel al espíritu de la conciencia que, desde el tiempo de los griegos, ha inspirado siempre a la uni¬dad. En la vida y en el arte, si se fija usted bien, ocurre lo mismo. El amor tiende a hacer de dos personas un solo ser. La poesía, con el uso perpetuo de la metáfora, que asimila objetos diversos, presupone la identidad de todas las cosas.


“En las ciencias este proceso de uni¬ficación ha realizado un paso gigantesco. La astronomía, desde el tiempo de Ga¬lileo y de Newton, se ha convertido en una parte de la física. Riemann, el ver¬dadero creador de la geometría no Euclidiana, ha reducido la geometría clásica a la física; las investigaciones de Nernst y de Max Boro han hecho de la química un capítulo de la física; y como Loeb ha reducido la biología a hechos quími¬cos, es fácil deducir que incluso ésta no es, en el fondo, más que un párrafo de la física. Pero en la física existían, hasta hace poco tiempo, datos que pare¬cían irreductibles, manifestaciones distin¬tas de una entidad o de grupos de fenómenos. Como, por ejemplo, el tiempo y el espacio; la masa inerte y la masa pesada, esto es, sujeta a la gravitación; y los fenómenos eléctricos y los mag¬néticos, a su vez diversos de los de la luz. En estos últimos años estas manifestaciones se han desvanecido y estas distinciones han sido suprimidas. No solamente, como recordará he demostrado que el espacio absoluto y el tiempo universal carecen de sentido, si no que he deducido que el espacio y el tiempo son aspectos indisolubles de una sola realidad. Desde hace mucho tiempo, Faraday había establecido la identidad de los fenómenos eléctricos y de los magnéticos, y más tarde, los experimentos de Maxwell y Lorenz han asimilado la luz del electromagnetismo. Permanecían, pues, opuestos, en la física moderna, sólo dos campos: El campo de la gravitación y el campo electromagnético. Pero he conseguido, finalmente, demostrar que también estos constituyen dos aspectos de una realidad única. Es mi último descubrimiento: La teoría del campo unitario. Ahora, espacio, tiempo, materia, energía, luz, electricidad, inercia, gravitación, no son mas que nombres diversos de una misma homogénea actividad. Todas las ciencias se reducen a la física, y la física se puede ahora reducir a una sola fórmula. Esta fórmula, traducida al lenguaje vulgar, diría poco más o menos así: “Algo se mueve”. Estas tres palabras son la síntesis última del pensamiento humano.


Einstein se debió de dar cuenta de la expresión de mi rostro, de mi estupor.


-¿Le sorprende –añadió- la aparente sencillez de este resultado supremo? ¿Millares de años de investigaciones y de teorías para llegar a una conclusión que parece un lugar común de la experiencia más vulgar? Reconozco que no está del todo equivocado. Sin embargo, el esfuerzo de síntesis de tantos genios de la ciencia lleva a esto y nada más: “Algo se mueve”. Al principio –dice San Juan- era el verbo. Al principio –contesta Goethe- era la acción. Al principio y al fin –digo yo– es el movimiento. No podemos decir ni saber más. Si el fruto final del saber humano le parece una vulgarísima serba, la culpa no es mía. A fuerza de unificar es necesario obtener algo increíblemente sencillo.


Hasta aquí esta trascripción.


Queda un interrogante: ¿Qué es lo que anima al movimiento? En las sagradas escrituras se nos dice: “…y el espíritu de Dios se MOVÍA sobre la haz de las aguas.” En alquimia sabemos perfectamente de qué se trata…


Valga la pena decir, que si todas las ciencias se reducen a la física, la física se reduce a la alquimia. No en vano, a la filosofía Hermética (ciencia alquímica) se le ha llamado “La Madre de todas las Ciencias”…


LA CONCIENCIA DEL ÁTOMO


La Conciencia Atómica no-se so¬mete para efectos de transmutación a impulsos meramente mecánicos des¬provistos del conocimiento de las leyes que rigen la Conciencia del Átomo. Penetrar en el mundo atómico descono¬ciendo las leyes que lo rigen es ocasionar un caos catastrófico en su infinitamente pequeño universo. Y es eso precisamente lo que los llamados señores de la ciencia materialista se han empeñado en hacer y los resultados no se han hecho esperar: desequilibrio casi total de la naturaleza humana y exterior.


Es por ello que jamás estos señores podrán demostrar en sus laboratorios la transmutación de los metales viles en oro. Lo que han logrado es sólo una mínima cantidad con relación a los metales originales, o elementos originales.


El hecho de que el electrón, como corpúsculo de electricidad negativa, y que danza alrededor del átomo, para “ser domesticado” necesite menos de una mil millonésima de segundo para obe¬decer, es algo que nos invita a la reflexión…


¿Quién guía de una manera tan matemática y exacta los movimientos atómicos? Los fanáticos y dogmáticos materialistas nos dirían que la mecánica de la naturaleza. Muy bien; y, ¿podrá existir mecánica sin mecánicos? No. Entonces si se nos habla de una mecá¬nica, por fuerza se tienen que aceptar principios inteligentes que dirijan el mo¬vimiento de esa mecánica.


Ya el sabio y científico alemán, Doc¬tor Arnoldo Krumm Heller, había afirmado que un átomo es un trío de materia, energía y conciencia. La materia es la forma perceptible a través del microsco¬pio, su constitución; la energía es la di¬námica del movimiento; y la conciencia es la inteligencia oculta (no manifiesta al científico materialista) que guía tan sabia y matemáticamente el movimiento atómico. Si todo en la naturaleza está cons¬tituido en última síntesis por partículas atómicas y sub-atómicas, cualquier cuer¬po tiene su conciencia atómica, sea este mineral, vegetal, animal, humano, etc.


Mas, dejemos que la investigación científica no desprovista de fundamentos místicos y filosóficos, nos hable al respecto.


“Nosotros, pues, declaramos (dice el Gran Sabio Fulcanelli en sus “Moradas Filosófales”), sin tomar partido que los grandes científicos de quienes hemos trascrito sus opiniones se equivocan cuando niegan la posibilidad de un resultado lucrativo de la transmutación. Ellos se engañan acerca de la constitu¬ción y las cualidades profundas de la materia, si bien piensan haber explorado todos sus misterios. Mas, ¡ay!, La complejidad de sus teorías, la acumulación de definiciones, creadas para explicar lo inexplicable, y sobretodo, la perniciosa influencia de una educación materialis¬ta, les impulsa a buscar cada vez más lejos, lo que en cambio está a sus puer¬tas. Ellos son, en mayoría, matemáticos que han perdido en sencillez, en buen sentido, lo que han ganado en lógica humana, en rigurosidad numérica. Ellos sueñan aprisionar la naturaleza en una fórmula, de poner la vida bajo fórmula de ecuaciones. Y así, en sucesivas desvia¬ciones, llegan inconscientemente a alejarse de tal manera, de la simple verdad, que justifican las duras palabras del Evangelio: “Ellos tienen ojos para no ver y un intelecto para no entender”.


¿Será posible atraer a estos hombres a una concepción menos complicada de las cosas, guiar a estos dispersos hacia la luz del espiritualismo que les falta? Nosotros lo intentaremos, y, ante todo, diremos a aquellos que consientan seguirnos, QUE NO SE PUEDE ESTUDIAR LA NATURALEZA FUERA DE SU ACTIVIDAD.”


“El análisis de la molécula y del átomo, nada nos enseñan; es incapaz de resolver el problema más grande que un científico pueda proponerse: ¿Cuál es la esencia de esta dinámica invisible y misteriosa que anima la materia? En efecto ¿qué sabemos del movimiento? Ahora, aquí abajo, todo es vida y movimiento. La actividad vital, claramente manifes¬tada en los animales y en los vegetales, no es menos vital en el reino mineral si bien exige más atención del observa¬dor. LOS METALES, EN EFECTO, SON CUERPOS VIVIENTES Y SENSIBLES y son testimonios de esto el ter¬mómetro de mercurio, las sales de plata, los fluoruros, etc. ¿Qué es la dilatación y la contracción, sino dos efectos del dinamismo metálico, dos manifestaciones de la vida mineral? Y aún, al filósofo no basta anotar el alargamiento de una barra de hierro sometida al calentamien¬to, sino que debe buscar cuál es la VO¬LUNTAD OCULTA que obliga al metal a alargarse. Se sabe que los metales, so¬metidos a la acción de las radiaciones caloríficas, alargan sus poros, extienden sus moléculas, aumentan de superficie y de volumen; en un cierto sentido se expande, un poco así como nosotros inmersos bajo la acción benéfica de los efluvios solares. No se puede negar que una reacción similar tiene una causa profunda, inmaterial, porque no se podría explicar, sin este impulso, cuál otra seria la fuerza que obliga a las par¬tículas cristalinas a abandonar su INER¬CIA APARENTE. ESTA VOLUNTAD DEL METAL, o sea, SU MISMA AL¬MA, ha sido totalmente evidenciada por un bellísimo experimento realizado por Ch.—Ed, Guillaume. Una barra de acero calibrada y sometida a una trac¬ción continua y progresiva y cuya po¬tencia es registrada por medio de un dinamógrafo. Cuando la barra está pa¬ra ceder, se manifiesta un estrangula¬miento del cual se fija el punto exacto. Se suspende la tracción y se regresa la barra a sus dimensiones primitivas, pa¬ra luego reiniciar el experimento. Esta vez, el estrangulamiento se produce en un punto diferente al primero. Con¬tinuando de la misma manera se observa que todos los puntos fueron experimen¬tados sucesivamente y que todos comen¬zaron a ceder, uno después del otro a la misma tracción. Ahora, si se calibra por última vez la barra de acero y se vuelve a iniciar, desde el principio, se prueba que ahora se debe usar una fuer¬za muy superior a la primera para pro¬vocar la reaparición de los síntomas de ruptura. Ch.—Ed. Guillaume deduce de estas experiencias, con razón evidente, que el metal se comportó como hu¬biera hecho un cuerpo orgánico; él re¬forzó sucesivamente todas sus partes más débiles y aumentó a propósito su cohesión para defender mejor su Inte¬gridad amenazada.”


Veamos otro testimonio científico con relación a la Conciencia mineral.


Jagadis Chandra Bose, de cuya labor en el campo de la fisiología vegetal sólo dijo la Enciclopedia Británica, casi medio siglo después de su muerte, que se adelantó tanto a su tiempo, que apenas podía valorarse en su justo mérito, dejó un testimonio irrefutable al respecto:


“En 1899, Bose observó el extraño caso de que el radioconductor mecáni¬co para recibir las ondas de radio perdía sensibilidad cuando se le usaba continuamente, pero recuperaba su estado normal tras un periodo de descanso. Esto le lle¬vó a la conclusión de que, por inconcebible que pareciese, los metales pueden recuperarse de la “fatiga”, de manera semejante a como recobran sus energías los animales e individuos cansados. En virtud de trabajos posteriores, comenzó a pensar que la línea divisoria entre los metales “sin vida”, como se dice, y los organismos “vivos” era sumamente tenue. Pasando espontáneamente del campo de la física al de la fisiología, inició entonces un estudio comparativo de las curvas de la reacción molecular en las sustancias inorgánicas con las de los tejidos de los animales vivos’.


“Con gran asombro y sorpresa, advirtió que las curvas producidas por el óxido magnético de hierro ligeramente calentado se parecían notablemente a las de los músculos. En ambas disminuía la reacción y la recuperación con el exceso de trabajo, y la fatiga consiguiente podía desaparecer en virtud de un masa¬je delicado, o de un baño de agua calien¬te. Otros componentes metálicos reaccionaban de manera parecida a los animales. Cuando se limpiaba una superficie metá¬lica grabada con ácidos para eliminar has¬ta la última señal impresa en ella, mos¬traba reacciones en las partes tratadas por el ácido, que no se advertían en las otras. Bose atribuía cierto tipo de memoria del tratamiento a las secciones afec¬tadas. En el potasio observó que su poder de recuperación se perdía casi totalmen¬te si se le trataba con diversas sustancias extrañas: esto parecía análogo a las reac¬ciones del tejido muscular a los venenos”


“En un trabajo que presentó al Congreso Internacional de Física, cele¬brado en la exposición de París de 1900, con el título, “De la generalidad de los fenómenos moleculares producidos por la electricidad sobre la materia inorgánica y sobre la materia viva”, hizo hincapié en la “unidad fundamental existente en la diversidad aparente de la naturale¬za”, llegando a la conclusión de que “es difícil trazar una línea divisoria, y afir¬mar que aquí termina el fenómeno físico y aquí comienza el fisiológico” El Congreso se quedó bouleversé por la desconcertante, o más bien apabullante idea, de que la distancia que separa lo animado de lo inanimado quizá no sea tan grande ni tan infranqueable como generalmente se cree; el secretario del Congreso declaró que estaba pasmado.”


“Sir Michael Foster, secretario de la Real Sociedad, se presentó una mañana en su laboratorio para ver con sus propios ojos lo que estaba ocurriendo. Bose mostró al veterano de Cambridge algu¬nas de sus grabaciones, a lo que comen¬tó el anciano en tono de broma:


Pero, vamos Bose, ¿qué tiene de nuevo esta curva? ¡La venimos viendo desde hace medio siglo por lo menos!


Pero… ¿qué cree usted que es?— replicó Bose sin levantar la voz.


Está muy claro… ¡es la curva de reacción de un músculo, naturalmen¬te! — contestó Foster con firmeza.


“Mirando al profesor desde el fondo de sus penetrantes ojos castaños, dijo entonces Bose con acento seguro”:


Perdóneme, pero es la reacción metálica del estaño.


“Foster se quedó con la boca abierta”.


¿Cómo? — prorrumpió, levantándose de un salto de su silla —. ¿Estaño? ¿Dijo usted estaño?


“Cuando Bose le enseñó todos los resultados que había obtenido, Foster se quedó tan desconcertado como abru¬mado. Allí mismo le invitó a presentar un informe de sus descubrimientos en otro discurso del Viernes en la Insti¬tución Real, y se ofreció para presentar su trabajo personalmente a la Real Sociedad, a fin de obtener prioridad. En la asamblea nocturna del 10 de Mayo de 1901, Bose dio cuenta de todos los resultados que había obtenido durante más de cuatro años, e hizo demostra¬ciones de cada uno de ellos en una serie completa de experimentos, para terminar con la peroración siguiente:


“Les he mostrado a ustedes estos documentos autógrafos sobre la historia de la tensión y del esfuerzo en los seres vivos y no vivos. ¡Cuán semejantes son las escrituras de ambos! Tan semejantes que, en realidad, no se distinguen unas de otras. Ante tales fenómenos, ¿cómo vamos a poder trazar una línea divisoria y afirmar, aquí termina lo físico y aquí empieza lo fisiológico? No existen tales barreras absolutas. Cuando fui testigo mudo de estas grabaciones autógrafas y percibí en ellas una fase de la unidad general que vincula todas las cosas —la mota que tiembla en las ondulaciones de la luz, la vida activa que pulula en nuestra tierra, y los soles radiantes que fulguran por encima de nosotros —, fue cuando comprendí por vez primera una pequeña parte del mensaje procla¬mado por mis antepasados a las orillas del Ganges hace treinta siglos: “A los que no ven más que una cosa en todas las múltiples manifestaciones cambiantes de este universo, es a quienes pertenece la Verdad Eterna… ¡a nadie más, a na¬die más!”


“El asesor, doctor Howard Miller, citólogo de Nueva Jersey y médico de Backster (Cleve Backster, el más famoso examinador de detectores de mentiras de Estados Unidos), llegó a la conclusión de que todos los seres vivos debían de tener una especie de conciencia celular”.


“La facultad de sentir —asevera Backster — no parece acabar en el nivel celular. Puede extenderse al mole¬cular, al atómico y hasta al sub-atómico. Todas las clases de seres que han sido consideradas convencionalmente inani-madas, acaso necesiten una reevaluación”


“… el astrónomo inglés sir James Jeans había escrito que la corriente del conocimiento humano está llevando imparcialmente hacia una realidad no mecánica: el universo comienza a parecer más que una gran máquina, un gran pensamiento. La mente ya no parece ser un intruso accidental en el campo de la materia. Estamos comenzando a sospechar que deberíamos conside¬rarla como la creadora y gobernante de este reino”.


Hemos podido evidenciar, como, ya se nos habla desde un punto de vista bastante científico y serio, de la concien¬cia atómica o inteligencia latente en la materia. Continuaremos con otros testimonios de gran valor, que se extienden desde el reino vegetal hasta el humano.