quarta-feira, 3 de janeiro de 2024

Los Cataros


Desde mediados del siglo X, un movimiento religioso se propagó rápidamente por toda Europa Occidental, hasta ser erradicado por la Iglesia Romana: el catarismo.  


El origen del movimiento ha sido discutido por la historiografía, sin resultados concluyentes, por lo que el debate sigue abierto. Algunos autores lo consideran una evolución de las formas heréticas orientales, otros  lo ven como un impulso renovador totalmente occidental, surgido  de una parte del clero latino, descontento con la Reforma gregoriana y vinculado a la llegada a Oriente del bogomilismo.


El movimiento recibió diferentes nombres (búlgaros, publicanos, patarinos, tejedores, bougres…). El término “cátaro” les fue aplicado  por primera vez hacia el 1163 por el monje renano Eckbert de Schöu, quien en sus discursos se refiere con dicha palabra  a una secta herética  surgida en las ciudades de Bonn y Colonia.


Un personaje y un hecho histórico resultan relevantes a la hora de analizar los orígenes del catarismo: Nicetas, obispo bogomilo de Constantinopla (algunas fuentes lo llaman “papa Nicetas”), y el gran concilio cátaro celebrado en San Félix de Caramán, al sur de Francia, en 1167 (nos ha llegado un documento que relata lo sucedido en dicho concilio: la carta de Niquinta, publicada en 1660 por Gillaume Besse en su “Historia de los condes, marqueses y duques de Narbona”, si bien, algunos autores dudan de su autenticidad). Nicetas impuso  a su llegada a  Lombardía su visión dualista absoluta, e impartió entre sus seguidores el “Consolamentum”. Posteriormente fue a Languedoc donde, en presencia de representantes de las diferentes  iglesias cátaras, presidió  el concilio de San Félix de Caramán, confirmó en el cargo a seis obispos cátaros (Robert d’Espernon, obispo francés; Sicard Cellarier, obispo de Albi;  Marcos, obispo de Lombardía;  Bernard Raymond, obispo de Toulouse; Gerald Mercier, obispo de Carcassona; y Raymond de Casals, obispo de Agen), y renovó los “consolamenta”.


   Pese al intento unificador de Nicetas, más que de catarismo, deberíamos hablar de “catarismos” pues, en su origen, lo encontramos vinculado a grupos como  los Albigenses, los Bogomilos, Paterinos, o los mismos trovadores de la época. Por otro lado, al menos las comunidades asentadas en Italia, estaban fragmentadas en seis iglesias locales con obispado propio, no existiendo una organización  diocesana.


El dualismo cátaro


Para comprender la religión cátara creemos necesario tener presente las raíces gnósticas de la misma, y su dualismo  (proclama la existencia de dos principios antagónicos que actúan en el mundo: el Bien y el Mal).


   Zoroastro o Zaratustra, el  iniciado que estructuró y dio forma al  mazdeísmo en el Irán de los siglos VI y VII a.C., enseñaba ya a sus alumnos la existencia de dos dioses,  de dos fuerzas opuestas que se enfrentan en el Universo: el dios del Bien o de la Luz, Ormuz, y el dios del mal o de las tinieblas, Arriman.


   El mazdeísmo enseñaba que el hombre vive en un continuo debate entre estas dos fuerzas o principios, y que es castigado o recompensado según sus propios actos. Las enseñanzas de Zoroastro  influyeron notablemente en las religiones posteriores, especialmente en el cristianismo y en el maniqueísmo.


   Manes, nacido en el año 216, en Persia, recoge la antorcha de los misterios de Zoroastro y proclama, igualmente, que en el Universo existen dos principios: el dios de la Luz y el dios de las Tinieblas o de la materia.


   Las creencias del maniqueísmo, están vinculadas al gnosticismo cristiano de los primeros siglos y, en particular, a la gnosis cristiana de Pablo.


   La religión cátara que se propagará rápidamente a principio del siglo XI por toda Europa, diferencia claramente entre el Espíritu y sus obras, y el cuerpo, creación material y, por tanto, obra de Satanás.


   No faltan fuentes históricas que permitan profundizar en los aspectos filosóficos, doctrinales y prácticos que generaban tal antagonismo. No obstante, aparte de los documentos procedentes de los archivos de la Inquisición y los tratados escritos con el fin de desacreditar a los cátaros, se conservan tres documentos estrictamente cátaros que nos ofrecen luz al respecto:


El libro de los dos principios, manuscrito latino de los años 1260 y que es un resumen de una obra compuesta por el doctor cátaro Juan Lugio, en 1230.

El ritual occitano (o ritual de Lyon).

El ritual latino.

 Estos últimos (aproximadamente, del año 1250), son de gran importancia para todo lo concerniente a la liturgia cátara. A estos tres valiosos documentos cabe añadir dos evangelios apócrifos que ejercieron una clara influencia en las formulaciones doctrinales de los cátaros:


La Cena Secreta o Interrogación de Juan, escrito transmitido por los bogomilos hacia 1190 y que tuvo especial importancia entre los cátaros franceses e italianos, y

La Ascensión de Isaías, antiguo texto búlgaro usado entre los bogomilos.

El libro de los dos principios, aboga por un dualismo creador que se asienta en  la existencia de dos órdenes de realidades opuestos: la realidad espiritual, invisible y eterna, y el mundo visible, temporal, en el que reina la maldad y la destrucción.


   Los cátaros no podían  concebir que un Ser único, sabio y bondadoso, hubiera podido crear al mismo tiempo ambos órdenes de existencia, por lo que presuponían la existencia de dos creadores distintos y opuestos: el primer orden de existencia  sería creación del Dios Bueno o Dios Legítimo, mientras que este mundo material se consideraba obra del Dios Malo.


   El principio creador del Mundo (el Dios malo), sería co-eterno del Dios Bueno, mas no era un Dios verdadero. Es el Príncipe de  este Mundo, el Príncipe de las Tinieblas, mas no tiene la existencia absoluta que solo el Dios verdadero posee.


   Frente a este dualismo absoluto, otros sectores del catarismo abogaban por un dualismo moderado,  considerando  este mundo como obra de Satanás o Lucifer, quien en su caída, su rebelión contra su creador, arrojó a las almas a la “tierra del olvido”, el mundo de la materia, en el que el alma pierde el conocimiento de su origen y esencia.


   Para los dualistas moderados,  solo el Cristo es el Creador, puesto que él es Dios, Pero Lucibel, el príncipe de la guerra y las calamidades, “no ha creado, pero ha transformado al mundo, imagen grosera y terrestre del mundo perfecto y celeste”.


   En ambos supuestos, según la concepción cátara, no hay más infierno que el de este mundo. El hombre participa, por su alma, del Reino del Espíritu, y por su cuerpo del mundo del Dios malo. La salvación se llevaría a cabo mediante la unión del alma con el Espíritu. Tal unión solo podría llevarse a cabo mediante el bautismo  instituido por Cristo y transmitido sin interrupción por los Apóstoles: el bautismo de fuego,  la efusión del Espíritu Santo por aquellos que lo poseen, a través de la imposición de manos.


El “consolamentum” o bautismo de fuego


 El bautismo de fuego, o de la Luz, era el principal sacramento cátaro, y, según sus concepciones, el verdadero bautismo del Cristo.


   Tanto El ritual occitano (o ritual de Lyon) como El ritual latino, describen ampliamente el bautismo de fuego bajo el nombre de Consolamentum o bautismo espiritual. A través de él,  se realiza una verdadera unión mística entre el alma prisionera del cuerpo y su Espíritu.


   El Consolamentum lo recibían  los  novicios en el momento de ser  ordenados,  tras una estancia de tres años en una casa de Perfectos, en los que se les preparaba en las enseñanzas y en la  práctica de las estrictas reglas de vida.


   En el Ritual Occitano leemos al respecto:


Si queréis recibir este poder y fortaleza, es preciso que guardéis todos los mandamientos de Cristo y del Nuevo Testamento según vuestro poder. Y sabed que ha mandado que el hombre no cometa ni adulterio ni homicidio, ni mentira, que no jure ningún juramento, que no robe ni desole, que no haga al prójimo lo que no quiera que se haga con  él, y que el hombre perdone a quienes le hayan hecho daño, que ame a sus enemigos, y rece por sus calumniadores y por sus acusadores y los bendiga, y si se le roba la túnica, que dé también el manto; que no juzgue ni condene, y muchos otros mandamientos.


La ceremonia de ordenación se desarrollaba en presencia de otros Perfectos. Tras el intercambio de frases rituales, el oficiante colocaba el Nuevo Testamento sobre la  cabeza del neófito y ponía sobre él su mano derecha para llevar a cabo el Consolamentum o bautismo espiritual. Pero antes de poder recibir el Consolamentum, el novicio debía pasar por un periodo de trabajo y rigurosa ascesis  conocido bajo el nombre de endura.


La “endura”


El verdadero sentido de la “endura” ha sido, ciertamente, mal comprendido, acusando a los cátaros de entregarse al suicidio. Nada más lejos de la realidad. La “endura”, ciertamente representa la muerte, pero no de la personalidad, sino la aniquilación  de  lo impío en el ser, en el microcosmos,  y la santificación de todo el sistema. La base fundamental de tal trabajo era apartarse del mundo  para consagrarse por entero a Dios, y purificar el cuerpo mediante una dieta estrictamente vegetariana.


   También los simples creyentes, en caso de grave enfermedad, podían recibir el Consolamentum, lo que no significaba que se les abrieran automáticamente las puertas celestes, sino que podían ser perdonados.


   Una vez que los novicios eran consagrados, convirtiéndose en Perfectos o Perfectas, debían  vivir y desplazarse, de dos en dos, predicando y ejerciendo alguno de los oficios aprendidos en su estancia comunal.


   Veamos ahora el segundo aspecto del catarismo que hemos mencionado: su relación con el cristianismo romano.


La religión de los “buenos hombres”


En un primer momento la religión de los “Buenos Hombres” se desarrolla dentro del seno de la Iglesia Católica Romana.


   Si bien los cátaros no asumían, en su totalidad, los dogmas cristianos y rechazaban el Antiguo Testamento,  reivindicaban el cristianismo primitivo, proclamando un desprendimiento total de la materia (encarnación del mal),  y un decantamiento  hacia un ascetismo riguroso.


   Es evidente que un posicionamiento tan radical, atrajo pronto las sospechas de la ortodoxia Católica. Se produce con ello una segunda fase, en la que la religión cátara es vista como un peligro para el futuro de la Iglesia Católica Romana  y en la que, durante cerca de un siglo, el catarismo se desarrolla paralelamente, pero al margen del cristianismo romano.


   La tercera fase, la constituye, la cruel y fanática persecución a la que fueron sometidos los “Buenos Hombres”, los “Puros”, o  “perfectos”, término utilizado por los católicos romanos para burlarse de los que consideraban sus adversarios.


   En el año 1.165, se celebra cerca de Albi el concilio de Lombers, última tentativa de acercamiento entre cátaros y católicos romanos. Sin embargo, el concilio resulta un verdadero fracaso y, a partir del mismo, la Iglesia de Roma, toma la decisión de extirpar por las armas la religión cátara, considerada como herejía, y una verdadera amenaza para la unidad de la Iglesia Católica Romana.

La cruzada contra la herejía cátara


El catarismo  fue ante todo una religión cristiana que afirmaba ser portavoz del auténtico mensaje de Cristo.


   Disponemos de una carta enviada a Bernardo de Claraval por el preboste Evervin de la abadía de Steinfield (diócesis  alemana de Colonia), en 1147, en el que se alude a un grupo de cristianos considerados herejes:


Recientemente, en nuestra casa, cerca de Colonia, se han descubierto herejes, algunos de los cuales, para nuestra satisfacción, han vuelto a la Iglesia. Dos de entre ellos, a saber, aquellos a los que llamaban el obispo y su compañero, se nos han enfrentado en una asamblea de clérigos y laicos, en la que estaba presente su ilustrísima el arzobispo con personas de la alta aristocracia; ellos defendían su herejía con las palabras de Cristo y de los apóstoles (…) Cuando se hubo oído esto, se les amonestó por tres veces, pero ellos rechazaron arrepentirse; entonces, a pesar nuestro, fueron llevados por un pueblo con demasiado  celo,  arrojados al fuego y quemados. Y lo que es más admirable, es que entraron en el fuego y soportaron sus tormentos no solo con paciencia, sino incluso con alegría. Sobre este punto, Padre santo, quisiera, si estuviera cerca de ti, tener tu respuesta de ¿por qué estos hijos del diablo pueden encontrar en su herejía, un valor semejante a la fuerza que la fe en Cristo inspira a los verdaderos religiosos?


Según el testimonio de Evervin, estos “hijos del diablo”, decían de sí mismos que eran la Iglesia de Cristo, heredera de la tradición apostólica, porque ellos seguían a Cristo, y que eran los verdaderos discípulos de la vida apostólica, porque no buscaban el mundo ni poseían casa, ni campos, ni dinero alguno, así como el propio Cristo no poseía nada ni permitió a sus discípulos que poseyeran nada. Afirmaban que “no son de este mundo”. Evervein señala también que bautizaban y eran bautizados, no con agua, sino con el fuego y el Espíritu, invocando el testimonio de Juan Bautista. Tal bautismo lo llevaban a cabo por imposición de manos, a través del ritual conocido como “Consolamentum”.


   Los “herejes cátaros” cuestionaba los sacramentos de la Iglesia de Roma, decían que no era necesario bautizar a los niños, ni rezar por los muertos, ni pedir la intersección de los santos (a finales del siglo XII, Matfre Ermengaud de Bézier, en su tratado contra los herejes, señala que de todos sus errores, el de mayor trascendencia era la interpretación del sacramento de bautismo).


  Según el testimonio de Evervin, la estructura de la Comunidad de los  herejes, comprendía tres niveles: “los elegidos” (los que habían recibido el “Consolamentum”, los “perfectos”, el grupo más interior), “los creyentes” (los que seguían las doctrinas, pero no habían sido bautizados), y “los oyentes” (los que escuchaban las predicaciones de los herejes). Señala el preboste que tales herejes tenían su propio Papa y que, incluso entre  las mujeres, había “elegidas”.


   Los cátaros utilizaban profusamente el Nuevo Testamento, así como algunos libros del Antiguo, si bien mostraban una clara predilección por el Evangelio de Juan. Igualmente, tenían en muy alta estima la oración del “Padre Nuestro”, considerando a Cristo como el medio por el que Dios se revelaba a la humanidad.


   Las interpretaciones que los cátaros hacían de las Sagradas Escrituras, desataron muy pronto  la ira de la ortodoxia romana, hasta el punto de que el Papa Inocencio III organizó una cruzada con el fin de   acabar con lo que se considera herejía cátara. Así, en  el año 1209, un ejército de unos 30.000 soldados devastó el sur de Francia. Solo en Béziers, una de las primeras ciudades en caer, fueron exterminados más de 15.000 hombres, mujeres y niños.  Los cruzados, bajo el liderazgo de Simón de Montfort,  sembraron el terror y propagaron  la quema colectiva de  miles de “buenos hombres”.


   Cabe preguntarse qué horribles crímenes justificaban tan crueles persecuciones y matanzas. Bernardo de Claraval, tenido por santo por la Iglesia romana, y declarado enemigo del catarismo, en sus sermones 65 y 66 sobre el Cantar de los Cantares (muy probablemente teniendo en mente la carta que le envío Evervin) compara al hereje (cátaro) con una raposa que disimula sus actos:


“Si los interrogáis por su fe, nadie parece más cristiano que esos herejes. Si observas su modo de vivir, le encontrarás irreprensible en todo; y lo que predica lo prueba con sus obras. Verás que frecuenta la iglesia como testimonio de su fe, honra a los presbíteros, da sus limosnas, se confiesa, participa en los sacramentos. ¿Hay alguien más fiel?


Repasando su vida y costumbres, con nadie es violento, a nadie envuelve, con nadie se sobrepasa. Además palidece por los ayunos, no come su pan de balde, trabaja con sus manos para ganarse la vida”.


Pese al tono irónico del texto, el retrato moral que hace Bernardo de Claraval no puede ser más encomiástico para unos hombres y mujeres que son tachados de herejes y agentes del  diablo.


   La realidad es que el cristianismo de los cátaros y su forma práctica de vivirlo amenazaba las estructuras dogmáticas de la iglesia ortodoxa, pues los “buenos hombres”, no creían en el bautismo por el agua, ni en la eucaristía, ni en ningún otro sacramento de la iglesia católica romana.


 Las diferencias entre el bautismo romano y el cátaro


En los registros de la Inquisición, se encuentran recogidas las palabras del cátaro Pierre Authié, quien al predicar en la casa de la familia Péire, en Arques, explicó las diferencias entre el bautismo Romano y el cátaro con las siguientes palabras:


El bautismo de la Iglesia romana no vale nada -–dijo así–, puesto que se hace en el agua materia y porque en el curso de este bautismo se dicen grandes mentiras; preguntan efectivamente al niño: ¿quieres ser bautizado? Y responden en su lugar que sí quieren, lo cual no es cierto, mientras él, por el contrario, llora. Luego, le preguntan también si cree esto o aquello y responden por él que sí cree y, sin embargo, no cree en nada, puesto que no tiene uso de razón. Le preguntan si renuncia al diablo y a sus pompas, y responden por él que sí, y, sin embargo, no renuncia a nada, puesto que empieza a crecer, a decir mentiras y a cometer diversas obras del diablo… En cambio, nuestro bautismo sí que es bueno, puesto que es de Espíritu Santo y no de agua, y porque somos mayores y estamos dotados de razón cuando lo recibimos, y por este bautismo, nos convertimos en Hijos de Dios1…


Sibelly Péire, en su interrogatorio ante la Inquisición, cita las palabras pronunciadas por el mismo buen hombre respecto a la consideración que le merecían las iglesias católicas romanas.


(…) son las casas de los ídolos, explicaron, llamando ídolos a las estatuas de los santos que hay en las iglesias. Y los que adoran a estos ídolos son tontos, puesto que son ellos mismos quienes han hecho esas estatuas, ¡con un hacha y otras herramientas de hierro!2


Vemos así que los cátaros, cuya iniciación, se llevaba a cabo en la más estricta austeridad y, muy a menudo en cuevas, rechazaban las imágenes de los santos, vírgenes, y del mismo Jesús,  consideradas sagradas, cuando no eran sino obras del propio hombre.


   Para los cátaros, la verdadera Iglesia, no era un espacio exterior, consagrado a la oración, sino que debía buscarse en lo más interior del ser humano.


   En la deposición de Arnaud Sicre ante el inquisidor Jacques Fournier, se citan unas palabras de un campesino afiliado a la causa cátara, el cual expone que:


El corazón del hombre es la verdadera Iglesia de Dios, no la iglesia materia3.


La cita nos permite comprender que los cátaros eran muy concientes de que el hombre que busca a su Dios, no debe  afanarse buscando fuera de sí, sino en lo más profundo  de su corazón. Por otra parte, los cátaros  no admitían que Cristo tuviera cuerpo humano, lo que equivalía a decir que Jesús no era Cristo. Tal concepción queda muy  patente  en las palabras  de  Raymonde Bézarza, quemada en 1270, quien dice:


“El Cristo no tuvo un cuerpo humano, ni una verdadera carne humana. La virgen María no fue verdaderamente, la madre del Cristo ni siquiera una mujer real. La Iglesia Cátara es la verdadera virgen María: verdadera penitencia, casta y virgen, que lleva al mundo a los hijos de Dios4”.


El  gran inquisidor en el Sabarthez, Bernard Gui, en su Práctica inquisitionis, p. 238, recordando sus muchos interrogatorios de cátaros, escribe:


“En cuanto a la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo, en el seno de la bienaventurada María, siempre virgen, ellos la niegan. Pretenden que el Cristo no ha tenido un verdadero cuerpo humano, ni una verdadera carne humana, como todos los otros hombres. Niegan que la Virgen María haya sido verdaderamente la madre de nuestro Señor Jesucristo, e incluso una mujer real. Dicen que es su propia secta la que es la Virgen María, es decir la verdadera penitencia, casta y virgen,  que lleva al mundo a los Hijos de Dios”.


Para entender la concepción  cátara sobre el cuerpo de Cristo, hay que tener muy presente que los cátaros diferenciaban muy claramente entre la entidad Jesús, y Cristo. Para ellos, Cristo, como entidad macrocósmica, no tuvo nunca, ni podrá  tener jamás,  un cuerpo humano. Cristo, sin embargo, sí pudo manifestarse en la personalidad  de Jesús y actuar a través dela misma, pero en ningún caso confundían el cuerpo de Jesús con el propio Cristo.


   De modo similar, los cátaros diferenciaban claramente entre la Virgen Maria, como madre de Jesús, y  la Virgen María como  Iglesia, es decir como cuerpo electromagnético puro donde poder llevar a cabo  el nacimiento del Cristo interior.


   Es evidente, según sus concepciones, que la Virgen María, mujer, si bien pudo ser la madre de Jesús, no pudo ni podría ser nunca la madre del Cristo macrocósmico.  En hebreo, los nombre de María son: Miriam o Mariah. El primero significa la muerte que engendra y la vida que hace morir; el segundo significa: muerte y resurrección en Dios. María alude por tanto a la Madre Original, el lado femenino de la Palabra hecha carne, los nuevos éteres puros que se manifestaban al interior de la Iglesia cátara y por cuya intervención, los buenos hombres, tras un largo proceso de purificación,  podían dar nacimiento al Cristo interior.


Los sacramentos cátaros


La deposición de Pierre de Gaillac ante el inquisidor Geoffroy de Ablis, nos permite entender el concepto que tenían los cátaros sobre la comunión y sobre la comunión católica romana:


Decían que el pan puesto en el altar, y bendecido con las mismas palabras que el propio Cristo utilizó el día de la cena con sus apóstoles, no era el verdadero cuerpo de Cristo y que, al contrario, es un escándalo y una superchería afirmarlo, puesto que ese pan es un pan de la corrupción, producido y salido de la raíz de la corrupción; mientras que el pan del que Cristo dijo en el Evangelio “Tomad y comed de él, etcétera” es el Verbo de Dios… De todo ello, concluyeron que la palabra de Dios era el pan del que se habla en el Evangelio y, por lo tanto, que el Verbo era el cuerpo de Cristo5.


El texto deja claro las diferencias que separaban a las dos iglesias. Los cátaros rechazaban categóricamente el milagro  de la transubstanciación, estos es, de la conversión total del pan en el cuerpo de Cristo durante la Eucaristía.


   Los  cátaros,  practicaban dos únicos sacramentos, “la bendición del pan” y el “Consolamnetum”. La bendición del pan no se celebraba en el templo, sino en las casas, en cada comida. Para los cátaros, el “pan”, el verdadero alimento santo, era la palabra de Dios, el Verbo, o explicado en términos más actuales, las radiaciones puras provenientes del mundo divino, pues solo tales radiaciones espirituales, son capaces de transmutar el hombre natural y despertar en quien las recibe, el Cristo interior 


   En la misma  deposición se nos dice la opinión de los cátaros respecto a la acción de los cruzados, señalando que  su labor no tenía ningún valor y no redimía en nada los pecados del hombre, para señalar a continuación que la cruz que llevan los cruzados a ultramar no debería ser la de los objetos visible y corruptibles, sino “la cruz que es de buenas obras, y de verdadera penitencia, y de buena observación de la Palabra de Dios, ya que así es la Cruz de Cristo, y quien obra así sigue verdaderamente a Cristo, y se olvida de sí mismo, y carga con su propia cruz, que no es una cruz de corrupción6”.


Sobre la cruz y la crucifixión


Una vez más, la cita nos permite comprender cuan alejados estaban los conceptos de ambas iglesias, pero sobre todo, deja entrever, de manera sutil, que los cátaros no entendían en modo alguno la crucifixión de Cristo  en el sentido literal que ha impuesto la iglesia romana, sino como un trabajo de purificación interior, de morir a los deseos y apetitos de mundo, una renuncia al egocentrismo.


   Los cátaros consideraban que los sufrimientos de Cristo en el Gólgota, fueron muy superiores a los que podría soportar un cuerpo humano, pues “sufrió en espíritu”; y “tuvo las torturas del alma, la agonía de Getsemaní. Pero no murió: un Dios no puede morir”


    Este es, sin duda, uno de los aspectos más antagónicos de ambas iglesias. Mientras la iglesia romana basa la redención en el hecho histórico acontecido una sola vez  en el Gólgata,  para los cátaros, la muerte de Cristo, es ante todo un echo simbólico  que debe acontecer diariamente en el candidato. Cada hombre que aspira a la salvación, debe  morir al mundo, sus vanidades  y sus deseos. Pues solo por la muerte de los lazos terrenos,  es posible  la “resurrección”, no la resurrección, claro está, del Cristo histórico, sino del Cristo interior, del Dios personal.


Sobre la reencarnación


Los cátaros, por otra parte,  creían en la reencarnación, como se desprende de la deposición de Sibylle Péire ante la Inquisición, donde refiriéndose a los clérigos romanos, dice:


“Que estaban ciegos y sordos, puesto que no veían ni oían la voz de Dios por el momento. Pero al final, aunque a duras penas, llegarían a la comprensión y al conocimiento de su Iglesia, dentro de otros cuerpos en los que reconocerían la verdad7”.


El término “dentro de otros cuerpos”, alude claramente a la necesidad de numerosas reencarnaciones, antes de poder encontrar la verdadera comprensión. Por ello, el mensaje de los cátaros, pese a que a primera vista pueda parecer falto de alegría, era un mensaje lleno de esperanza. Rechazaba de pleno los castigos de un infierno eterno inventado por la iglesia de Roma, y abogaba por la salvación de todos los hombres, tras un inevitable proceso de peregrinaje y purificación del alma, llevado a cabo en diversos cuerpos materiales.


   Tras lo expuesto, podemos comprender claramente, la animadversión que la Iglesia de roma ante la Iglesia del Amor, del  Espíritu Santo, la Iglesia cátara.


La Iglesia que huye y perdona y la iglesia que posee y mata


En uno de los muchos  testimonios narrados ante los inquisidores, uno de los testigos cita las palabras que recuerda de las predicaciones de Pierre y Jacques Authié, dos de los últimos cátaros occitanos. En el documento leemos como el Buen Hombre dice:


“Hay dos Iglesias: una huye y perdona. La otra posee y mata, la que huye y perdona es la que sigue el camino recto de los apóstoles: no miente  ni engaña. Y esta Iglesia que posee y mata es la Iglesia romana”.


El hereje me preguntó entonces cuál de las dos Iglesias consideraba yo mejor. Respondí que estaba mal poseer y matar. Entonces el hereje dijo: “Nosotros somos los que seguimos el camino de la verdad, los que huimos y perdonamos”. Le respondí: “ Si de verdad lleváis el camino de verdad de los apóstoles, ¿por qué no predicáis, como hacen los curas, en las iglesias?”


Y el hereje contestó a esto: “Si hiciésemos eso, la Iglesia romana, que nos aborrece, nos quemaría enseguida”. 


Le dije entonces: “Pero, ¿por qué la Iglesia romana os aborrece tanto?”


Y el hereje contestó: “Porque si pudiésemos ir por ahí predicando  libremente, dicha  iglesia romana ya no sería apreciada; en efecto, la gente preferiría escoger nuestra  fe y no la suya, porque no decimos ni predicamos otra cosa que la verdad, mientras que la Iglesia romana dice grandes mentiras”.


Con lo expuesto hemos intentado resaltar los aspectos más significativos de la religión cátara, la religión del Paráclito, la religión del Amor.


NOTAS


1 Deposición de Sibylle Péire, cita de “Las mujeres cátaras”, pág. 373 y 374.

2 Deposición de Sibylle Péire, cita de “Las mujeres cátaras”, pág. 373 y 374.

3 Deposición de Arnaud Sicre ante Jacques Fournier, cita de “Las mujeres

cátaras”, pág. 384.

4 (Colección, Dota, 15, p.57) Cita de “La herencia de los cátaros. El druidismo”,

pág.6

5 Deposición de Pierre de Gaillac ante Geoffroy de Ablis, cita de “Las mujeres

cátaras”, pág. 381 y 382.

6 Deposición de Pierre de Gaillac ante Geoffroy de Ablis, cita de “Las mujeres

cátaras”, pág. 381 y 382.

7 Deposición de Sibylle Péire, cita de “Las mujeres cátaras”, pág. 388.


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