quarta-feira, 3 de janeiro de 2024

Catarismo


El catarismo fue una secta cristiana considerada herética que se desarrolló en la Europa Occidental de los siglos xii y xiii.


Contexto historiográfico

Muchos fuentes historiográficas consideran que los cátaros eran dualistas, ya que creían que existían un principio bueno y otro malo enfrentados.3​ Creían que lo material era una creación demoníaca y que Jesús era un ser espiritual creado por Dios.4​ Consideraban que las almas habían sido arrastradas del cielo y transmigraban5​ después de la muerte a un nuevo cuerpo.6​ Solo tenían un sacramento, el consolamentum, que consistía en la imposición de las manos para recibir el Espíritu Santo.


Sin embargo, es un debate abierto dentro de la historiografía donde «el "catarismo" sigue siendo cuestionado por los heresiólogos de la actualidad (Biget y Fournié, Le "catharisme" en questions; Sennis, Cathars in Question).» Ahondando en esta línea Biget afirma que:


«El catarismo se define como un concepto que supera la realidad doctrinal de la herejía y que se extiende a todos los sucesos acaecidos en el Languedoc durante los siglos XI, XII y XIII. El catarismo se impuso como una mitología romántica durante el siglo XIX, antes incluso de constituirse en tema de interés para la historiografía. Cuando la visión mitificada del medioevo estaba ya constituida, se situó a los albigenses entre los mártires de la libertad, presentando sus doctrinas religiosas envueltas en un halo de esoterismo.»


Hubo tentativas de convertirlos con la predicación, con san Bernardo de Claraval en 1145 o con santo Domingo de Guzmán en 1207. En 1208 el papa decretó una cruzada contra los cátaros de Occitania en la que participaron nobles y obispos franceses. Tras el tratado de paz de 1229, la Iglesia católica continuó actuando con la Inquisición, provocando que los cátaros pasasen a la clandestinidad y desapareciesen a mediados del siglo xiv.


Etimología

San Agustín de Hipona usó el término «cátaros» en el siglo v para referirse a una secta maniquea de África, cuyos miembros se consideraban puros (en griego: catharoi).


En un sermón de 1163 del monje renano Eckbert von Schönau dijo que a los herejes de Alemania se llamaba cátaros, a los de Flandes piphles y a los de la Galia tisserands (tejedores). El término tisserands para los herejes galos se debía a que muchos de ellos ejercían ese oficio, al igual que san Pablo de Tarso, que tejía telas para tiendas de campaña.


Alain de Lille, un teólogo católico, escribió en Montpellier hacia en 1200 una obra titulada De fide catolica donde indica tres hipótesis sobre el origen del término cátaro: la primera es que vendría de casti, porque sus miembros se harían puros y castos; la segunda que vendría de catha, que significaría flujo, porque se decía que estaban fluidos por sus vicios (aquí Lille se confude, porque flujo en griego es katarroos); y la tercera sería porque derivaría de catus (gato) porque besarían el trasero de un gato (en el norte de Europa se decía que el diablo se encarnaba en gatos negros, por lo que era una forma de acusarles de rendir pleitesía al diablo).


En cualquier caso, lo cátaros medievales jamás se definieron a sí mismos por ese nombre.​


Jean de Chassanion en 1595, Jacques-Bénigne Bossuet en 1688, Jean Benoist en 1691 y Napoléon Peyrat en 1870 no los llaman cátaros sino albigenses.


El término cátaro se popularizó mucho a partir de la publicación en 1848 de la obra Historia y doctrina de la secta de los cátaros o albigenses, escrita por el pastor de Estrasburgo Charles Schmidt.


El término albigenses empezó a usarse a partir de una misión de 1145 de san Bernardo de Claraval que le llevó a Toulouse y Albi, donde encontró dos tipos de herejes: los influidos por un monje que colgó los hábitos llamado Enrique de Lausana y a «tejedores que se llaman arios». También es posible que el término fuese llevado a la Isla de Francia por Constanza, hermana del rey, que asistió en 1165 a una reunión de juristas convocada por el obispo católico de Albi para rebatir a unos herejes de Lombers conocidos como «buenos hombres».


El término albigense pasó a ser, ya por el año 1200, sinónimo de hereje y las tierras con esas doctrinas (ya fuesen la Gascuña, Toulouse, el condado de Foix o el Carcassès) fueron conocidas como tierras albigenses.


Fuentes cátaras

Los cátaros se guiaban también por escrituras. Se han conservado las siguientes:


Biblia cátara: se conserva un ejemplar en Lyon y es de principios del siglo XIII. Está escrita en occitano y solo tiene el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento cátaro es igual al católico.

Ritual de Lyon: se encuentra en la biblioteca de la Academia de las Ciencias, Bellas Letras y Artes de Lyon. Está escrito en occitano.

Ritual de Florencia: se encuentra en la Biblioteca Nacional Central de Florencia y está escrito en latín.

Ritual de Dublín: tratado occitano conservado en la biblioteca del Trinity College. Contiene una catequesis para comprender y conocer esta Iglesia y un comentario de la oración Padre Nuestro.

Tratado cátaro anónimo: se encuentra recogido en el Libro contra los maniqueos atribuido a Durán de Huesca.

Libro de los dos principios: puede tratarse de una exposición doctrinal realizada a partir de la obra de Giovanni di Lugio. Se habla de la existencia de dos principios, el bueno y el malo, y de dos creaciones, una invisible, buena y eterna, y otra visible, que es mala y pasajera.

La Cena Secreta o Interrogatio Iohannis: apócrifo de origen búlgaro. Tiene un diálogo sobre el apóstol Juan y Jesús sobre el dualismo, la caída de los ángeles, la creación del mundo y del hombre, la misión de Jesús y otros temas.

Ascensión de Isaías: apócrifo del siglo II. Influyó en la cristología de los cátaros. Cuando Isaías llega al séptimo cielo descubre que Jesús es Hijo de Dios, pero es diferente e inferior, por tanto acaba con la idea de la Trinidad. Jesús no sería un ser humano, sino un espíritu que desciende bajo la apariencia de un ángel de cielo en cielo y luego llega a la tierra bajo una apariencia humana.

Creencias

En los primeros siglos del cristianismo hubo gnósticos que negaban la posibilidad de que Dios hubiese creado el mal y la materia.


En el siglo iii el líder religioso Mani, heredero de la religión persa, estableció una doctrina dualista​ con dos principios esenciales, el Bien y el Mal. Esta doctrina se llamó maniqueísmo y se difundió por Europa y Asia, fue perseguida y terminó por desaparecer.


Los paulicianos, una secta que tendría a cristianizar el maniqueísmo, se hicieron poderosos en Armenia y Asia Menor. En el 872 fueron derrotados por los griegos y muchos de ellos fueron deportados a la península balcánica. Los paulicianos predicaron a los búlgaros en los Balcanes a la par que lo hacían los cristianos latinos y griegos.


En el siglo x apareció en Bulgaria el bogomilismo, religión que pudo haber sido fundada por Bogomilo (nombre que significa Amigo de Dios). Los bogomilos empezaron a ser numerosos en Bulgaria, Bosnia y Serbia y enviaron misioneros por el Mediterráneo. Para la historiadora Zoé Oldenbourg, los cátaros tienen su origen en estos bogomilos, que se habrían expandido a partir del siglo xi por el norte de Italia y el sur de Francia.​ El historiador Paul Labal, sin embargo, cree que probablemente el catarismo tuvo un origen nativo.


Según El discurso contra la herejía de los bogomilos de Cosmos el Sacerdote, escrito en 972, los bogomilos prohibían el bautismo, no comían carne, rechazaban la cruz y condenaban la vida mundana en matrimonio. Para ellos el diablo, que llamaban Sathanaël, era el creador del mundo material y Jesús solo se había hecho hombre en apariencia.


Los cátaros eran dualistas y creían en la existencia de dos principios opuestos: el bueno y el malo. Para algunos teólogos cátaros ambos principios existían desde el comienzo pero otros consideraban el principio malo una creación secundaria, producto del deseo maligno de una de las criaturas de un Dios único y bueno: el ángel caído.


Todos los cátaros sostenían que Dios no era todopoderoso, sino que el mal libraba con él una guerra.


Según los cátaros, el Dios del Antiguo Testamento era realmente el diablo, que había creado un universo miserable.


Para los cátaros, el mundo material no habría sido creado por Dios, sino por Satanás. El diablo, incapaz de crear vida, habría hecho al hombre de barro y le habría pedido a Dios que insuflase en él un alma. Dios, por bondad, decidió ayudarle y le dio vida al hombre. El alma entró en el hombre, pero se negó a quedarse. Sin embargo, el diablo la mantuvo prisionera. Adán y Eva fueron, según este relato, empujados por Satanás a mantener relaciones sexuales, lo cual consumó su hundimiento definitivo en la materia.


Según algunos cátaros, el espíritu divino insuflado por Dios en Adán se transmite mediante la procreación.​ Según la mayoría de los cátaros, sin embargo, el demonio fue expulsado del cielo arrastrando en su caída, mediante seducciones, a una multitud de almas que vivían felizmente con Dios. Estas habrían sido revestidas de un cuerpo de carne y las nuevas personas tenían almas que procedían de esa reserva de almas.


Para algunos cátaros, el número de almas arrastradas del cielo era inagotable pero para otros el número de almas era limitado y las almas iban saliendo de los cuerpos después de la muerte para entrar en otros en una especie de reencarnación.


La historiadora Anne Brenon describe del siguiente modo lo que pasa con las almas tras la muerte según los cátaros:


Como no es posible que alcancen la salvación eterna en una sola existencia, pero deben lograrla necesariamente, se impone su transmigración, como el único método que permite su salvación universal.

El alma de un hombre que lleva una vida justa transmigraría en un cuerpo más apto para su progreso espiritual pero un criminal corre el riesgo de renacer en un cuerpo con taras o en el de un animal.


Otras secciones de cátaros creían que cada nacimiento hace descender del cielo o de una región intermedia entre el cielo y la tierra un alma angelical seducida por el demonio.​


Los cátaros consideraban la procreación una crueldad, porque atrapaba un alma en este mundo.


Según esta doctrina religiosa, Dios sabe que unas almas se encuentran separadas de él. Entonces manda al más perfecto de los ángeles o su segundo hijo, ya que Satán sería el primero, que es Jesús. Jesús habría fingido someterse a las leyes terrenales para engañar al demonio. El demonio habría reconocido que era un mensajero de Dios y habría procurado su muerte. Los enemigos de Dios habrían creído que Jesús había sido ultrajado y había muerto en la cruz, pero en realidad él no podía sufrir, morir o resucitar. Tras enseñar a sus discípulos y fundar una Iglesia con el Espíritu Santo que consuela a las almas habría subido de nuevo al cielo.


Para los cátaros, el diablo desvirtuó lo que hizo Jesús de modo que la Iglesia católica sería una falsa iglesia que ha sustituido a la verdadera. La Iglesia católica sería la Bestia y la prostituta de Babilonia, en ella nadie se salva y todo lo que viene de ella es malo. Los sacramentos no tienen valor y son trampas ideadas por Satanás para engañar. El agua del bautismo y el pan de la Eucaristía son materia impura. La cruz sería horrorosa ya que fue usada por los enemigos de Jesús. Las imágenes son ídolos y las reliquias son restos sin valor vendidos por estafadores. Los santos estarían todos condenados por servir a la Iglesia católica, al igual que los justos del Antiguo Testamento, porque sirvieron al demonio.


Jesús no pudo nacer físicamente de la Virgen María porque no tenía cuerpo físico y habría sido un ángel que tomó los rasgos de una mujer o un símbolo de la Iglesia que acoge la palabra de Dios.


El poder secular también era visto como algo negativo, porque se sostenían sobre la coacción y provocaba guerras.


La familia era considerada una fuente de vínculos con lo mundano y la procreación traía nuevas almas a la materia, por lo que era un crimen contra el Espíritu.


Matar a personas y animales era considerado un crimen, en atención a las almas que albergan, que pueden renacer en una condición mejor. No podían llevar armas, para evitar el riesgo de matar.​ No comían animales, por tener un origen en la procreación, ni alimentos de origen animal, como leche o huevos, porque lo consideraban impuro.31​ Sí comían pescado,​ que además de ser un símbolo cristiano se consideraba que se reproducía sin mediación de sexo. De hecho, el pescado y la lis, símbolo de la pureza, eran las dos únicas cosas de la creación que representaban.


No estaba permitido mentir, pronunciar juramentos ni poseer bienes materiales.31​


Para los cátaros, la única forma de estar reconciliado con el Espíritu Santo era integrarse en su iglesia recibiendo la imposición de las manos de uno de sus ministros.


Consideraban que existían almas creadas por el demonio, difíciles de distinguir de las demás, pero los reyes y los jerarcas católicos eran sospechosos de tenerlas. Las demás almas seguirían reencarnándose y, al final, todas encontrarían la vía de la salvación, el mundo material desaparecería y las almas de los demonios perecerían, quedando solo una felicidad eterna en Dios.


El consolamentum y el melioramentum

Los cátaros consideraban necesario para la salvación un sacramento: el consolamentum. Este consistía en que un ministro del culto, que ya había recibido el Espíritu Santo previamente, imponía las manos sobre la persona haciendo descender en él el Espíritu Santo, reconciliando así a la persona con el Espíritu. El ministro que imponía las manos debía ser considerado puro, pero en raras ocasiones el sacramento se consideraba inválido por la falta de pureza del ministro.


Desde el momento en que se recibía el consolamentum, la persona debía someterse a todas las reglas cátaras. Solo una minoría quería salvarse de esta manera.​ Había personas que recibían el consolamentum varias veces en su vida, por haber incurrido en alguna falta o haber visto debilitada su fe en algún momento, lo que les había llevado a perder el Espíritu Santo.


Los que habían recibido el consolamentum y vivían de acuerdo a esta fe han sido llamados «perfectos».


Para que una persona recibiese el consolamentum debía pasar una temporada de uno o dos años en una casa de perfectos. Después de este plazo los ministros podían considerar que no era digno de recibir el sacramento por no haber perseverado en la fe. Si se le consideraba digno del sacramento, la persona debía prepararse los días previos mediante ayunos, vigilias y oración.


Para recibir el sacramento entraba en una sala donde se reunían los fieles decorada únicamente con cirios blancos, símbolo de las llamas del Espíritu Santo que descendieron sobre los apóstoles en Pentecostés. En esa sala había fieles reunidos y una mesa con ministros del culto o simples perfectos, vestidos con sus hábitos negros, símbolo de sus separación del mundo. El oficiante se lavaba las manos antes de tocar el texto sagrado, le explicaba al postulante su religión y recitaba el Padre Nuestro comentando cada frase. El postulante debía repetir las frases del Padre Nuestro, abjurar de la Iglesia católica y pedir tres veces ingresar en esta nueva Iglesia. Luego debe prometer seguir los mandatos de la misma. Tras esto, debe confesar sus faltas anteriores y pedir perdón a los asistentes, siendo después absuelto. El oficiante pone luego el texto sobre la cabeza del postulante, luego el oficiante y sus ayudantes imponen las manos sobre él rogando a Dios que le reciba y le envíe el Espíritu Santo. Tras esto, los asistentes rezan el Padre Nuestro y el oficiante lee el principio del Evangelio de Juan y vuelve a recitar el Padre Nuestro. Después el que ha recibido el sacramento recibe un beso del oficiante y sus ayudantes. La persona que ha recibo estos besos se dedica a besar a uno de los fieles asistentes, que se van besando sucesivamente. Desde entonces el que ha recibido el sacramento vestirá un hábito negro y dedicará su vida a la oración, la predicación y las obras de caridad.


El obispo local o un diácono cátaro asignaban al que había recibido el sacramento un compañero (socius) o compañera (socia) entre los demás perfectos.


El pueblo llamaba a los perfectos como «buenos hombres» (bons hommes).


Había creyentes que no eran perfectos pero que observaban una parte de las normas, como la castidad, el ayuno y la oración.


No obstante, la mayoría de los creyentes se limitaban a asistir al culto y a venerar a los perfectos. Esta veneración recibía el nombre de melioramentum y consistía en inclinarse tres veces ante el perfecto y decirle: «Rogad a Dios para que haga de mí un buen cristiano y me conceda una buena muerte». Entonces el «buen hombre» contestaba: «Dios haga de ti un buen cristiano y te conduzca a una buena muerte».


Los cátaros también admitían el consolamentum in articulo mortis, por lo que muchos recibían el sacramento solo cuando iban a morir.


Historia

Precedentes


En el año 1000 un campesino llamado Leutard labraba su tierra en Vertus cuando tuvo una revelación. Renunció a su mujer para vivir en castidad y destruyó una imagen de Jesús en la iglesia del pueblo. Leutard convenció de sus creencias a sus vecinos, que decidieron dejar de pagar el diezmo a la Iglesia católica. Jébuin, obispo de Chalons, mandó arrestar a Leutard, que terminó suicidándose.


Entre 1017 y 1022 surgieron en Aquitania herejes que negaban el bautismo y la cruz y decían vivir en castidad. Algunos de ellos fueron descubiertos en Toulouse y fueron expulsados.


En 1022 en Orleans Lisois, canónigo de la catedral, y Etiénne, miembro de la colegiata de Saint-Pierre y confesor de la reina Constanza de Arlés, empezó a enseñar que Jesús no nació de la Virgen María, que la Pasión no había tenido lugar y que podían transmitir el don del Espíritu Santo para comprender el sentido profundo de la Biblia mediante la imposición de las manos. El rey Roberto II condenó a estos y a sus catorce seguidores a la hoguera.


El 1025 el obispo Gérard de Cambrai se reunió en un sínodo en la catedral de Arrás y presentó a unos sospechosos de herejía que habían sido arrestados. Estos argumentaban que la salvación no podía venir de rituales realizados por sacerdotes indignos y que los sacramentos administrados con cosas materiales no eran válidos, que la cruz no tenía valor, que las iglesias no servían y que la jerarquía católica era inútil. Negaban que el bautismo sirviese para algo en niños, porque no tenían uso de razón. También rechazaban el matrimonio, practicaban la no violencia y vivían de su trabajo en comunidades igualitarias.


En 1028 en Monforte de Alba se creó una comunidad religiosa dirigida por un tal Gerardo. Estos declararon ante Heriberto, arzobispo de Milán, que los sacramentos no eran válidos porque eran administrados por sacerdotes indignos, negaban la Trinidad y decían que el bautismo no tenía utilidad. Vivían en castidad y no comían carne. También argumentaban que Jesús no era de carne, sino que «nació de las Sagradas Escrituras» y es un alma de hombre amada por Dios.


Entre 1043 y 1045 en la diócesis de Chalons se reunían campesinos que rechazaban el matrimonio y no comían carne.


En 1049 tuvo lugar un concilio en Reims, bajo la presidencia del papa León IX, donde se alertó de que nuevos herejes aparecían por toda Francia. En 1095 tuvo lugar otro concilio en Toulouse, presidido por el papa Víctor II, donde se amenazó con la excomunión a los que trataban con los herejes.


En 1052 en Goslar el emperador Enrique III condenó a la horca a herejes de Lorena por negarse a matar animales.


En la primera mitad del siglo xii un cura del Delfinado llamado Pierre de Bruis predicó contra el bautismo, los lugares de culto y la eucaristía en el sur de Francia. Él y sus discípulos profanaban las iglesias, derribaban los altares, quemaban las cruces, agredían a los sacerdotes y rebautizaban a la gente. Finalmente, Pierre de Bruis fue quemado cerca de la abadía de Saint-Gilles.


Un monje que había colgado sus hábitos, llamado Enrique de Lausana, había conocido a Pierre de Bruis hacia 1135 y había adoptado sus métodos. Se dedicó a predicar herejías en la Occitania y hacia 1145 se encontraba por Toulouse y Albi.


En 1144 en Colonia fueron quemados unos herejes que afirmaban que pertenecían a una Iglesia oculta desde tiempos de los apóstoles. Ese mismo año se encontró a otro grupo de herejes en Lieja, que se libró de la ejecución.


Primeras reacciones ante los cátaros

El papa Eugenio III hizo un llamamiento para predicar contra la herejía.​ En 1145 san Bernardo de Claraval se fue a predicar a la región francesa del Languedoc acompañado del legado Alberic, obispo de Ostia, y de Geoffroy, obispo de Chartres. Su testimonio indica que la herejía estaba triunfando en la región:


Las basílicas están sin fieles, los fieles sin sacerdotes, los sacerdotes sin honor. No hay más que cristianos sin Cristo. Los sacramentos son objetos de vilipendio, las fiestas ya no se celebran. Los hombres mueren en pecado. Se priva a los hijos de la vida de Cristo al negárseles la gracia del bautismo.


El primer día que san Bernardo predicó en la catedral de Albi solo acudieron treinta personas. Si bien el tercer día que predicó en este templo este ya se encontraba lleno, la predicación no tuvo ningún efecto en la expansión de la herejía.


San Bernardo encontró a herejes seducidos por las predicaciones de Enrique de Lausana y también a unos herejes tejedores que se denominaban arios. El primer obispo cátaro de Toulouse, Bernard Raymond, era llamado «el Ario».


El primer obispo de la herejía «francígena» probablemente estuvo en el monte Aimé, en Champaña, tal y como se decía en Lieja.


En 1163 el papa Alejandro III se reunió en Montpellier con el conde de Toulouse, Raimundo V, el vizconde de Béziers y de Carcasona, Ramón I Trencavel, y la vizcondesa Ermengarda de Narbona. Estos debieron transmitirle la mala situación de la Iglesia católica en estos territorios. Se celebró un concilio en Montpellier y, días después, otro en Tours. En el concilio de Tours asistieron varios obispos del sur de Francia, como el arzobispo de Narbona, Pons d'Arse, y se dijo que la herejía se extendía por la zona de Toulouse, por la Gascuña y por otros territorios.


En 1165 apareció un grupo de estos herejes en Lombers, al sur de Albi. El obispo católico de Albi convocó una asamblea de juristas para enfrentarse a aquellos herejes, que eran llamados «buenos hombres». El líder de estos era Sicard Cellerier y tenía un defensor llamado Olivier. Esta reunión solo tuvo como resultado una condena católica teórica. Constanza, hermana del rey Luis VII, asistió al coloquio y tal vez fue ella la que llevó a la Isla de Francia el concepto de albigense para referirse a estos herejes.


En mayo de 1167 se celebró un concilio cátaro en el castillo de Saint-Félix-Lauragais con personas venidas de Toulouse, Albi, Carcasona y Agen para recibir el consolamentum de parte del obispo búlgaro Nicetas, que venía de Constantinopla. También se ordenaron seis obispos cátaros y se crearon comisiones para delimitar las diócesis cátaras de Toulouse y Carcasona.


En la segunda mitad del siglo xii surgieron en Francia otras herejías diferentes a la cátara. En 1163 fue quemado un grupo de herejes en Vézelay. En 1173 surgió en Lyon una nueva herejía que fue confundida con los cátaros por parte de la gente del norte de Francia, que los llamaba a todos albigenses. Ese año, Pedro Valdo, hijo de un mercader rico, se conmovió con el canto de un ministril que evocaba la vida de san Alejo y decidió llevar una vida como la de los apóstoles. Vendió sus bienes y repartió el dinero entre su esposa y otras gentes. Luego, empezó a vivir de limosnas. Se dedicó a traducir la Biblia a la lengua del pueblo y a predicar. Pedro Valdo empezó a tener discípulos, conocidos como los valdenses. El obispo de Lyon consideró herético su comportamiento.


El papa Lucio III, con la epístola decretal Ad Abolendam diversarum haeresium pravitatem del 4 de noviembre de 1184, dada durante el Concilio de Verona, imponía anatema contra los cátaros, los patarinos, los que se llamaban falsamente humillados y los valdenses.​ En este documento se dice que los herejes debían ser entregados a los poderes seculares.


En 1178 tuvo lugar una misión. Estaba dirigida por el legado pontificio Pierre de Pavie. Iba acompañado de dos prelados que contaban con la confianza de Enrique II, rey de Inglaterra y duque de Aquitania. Estos eran el obispo de Poitiers y el obispo de Bath. El legado iba acompañado también por el abad cisterciense de Claraval, llamado Henri de Marcy​ o Enric de Marsiac.58​ En Toulouse se consiguió que un hereje, el mercader Pierre Maurand, abjurase de la herejía e hiciera una penitencia en Saint-Sernin. Luego fueron a la comarca de Albi para presionar al vizconde Roger Trencavel, que se zafó de ellos y fue excomulgado. La misión logró capturar a dos cátaros de cierta importancia: Bernard Raymond, obispo cátaro de Toulouse, y Raymond de Baimiac. Tras dos sesiones estos cátaros fueron calificados como «secuaces del Diablo» pero luego se les dejó regresar a sus casas.


En 1179 el papa Alejandro III presidió en Roma el III Concilio de Letrán. En el canon 28 de este concilio se decretó la excomunión de los albigenses y de los «brabanzones, aragoneses, vascos, coteleros y triaverdinos» que no respetasen las iglesias o los monasterios. Con respecto a los disidentes y heterodoxos, se conmutaba «dos años la penitencia impuesta a los fieles que tomaran las armas contra ellos y que por consejo del obispo o de otros prelados, vayan a combatirlos con vistas a expulsarlos [...] [y] los colocamos, como a los peregrinos del Santo Sepulcro, bajo la protección de la Iglesia».


En 1181 Henri de Marcy, que acababa de ser nombrado cardenal-obispo de Albano, dirigió una expedición militar contra los cátaros Bernard Raymond y Raymond de Baimiac, que habían sido condenados en 1178. Esta expedición logró una victoria en su cerco al castillo de Lavaur. Tras esto, los dos cátaros y el vizconde Roger Trencavel regresaron al catolicismo.


El 1 de abril de 1198 el papa Inocencio III escribió al arzobispo de Auch para decirle que debía erradicar los errores y castigar a los amigos de los herejes con el apoyo del pueblo y de los nobles.


En 1199 el papa Inocencio III redactó el decretal Vergentes in senium que equiparaba la herejía a los crímenes de lesa majestad, por lo que los herejes debían ser proscritos y sus bienes confiscados. En un primer momento este decretal era para Italia, pero su validez fue extendida a Occitania en julio de 1200.


En su lucha contra la herejía, el papa podía contar con la ayuda de los reyes de Aragón. En 1194 Alfonso II de Aragón había expulsado a todos los herejes de su reino y en 1198 Pedro II de Aragón, apodado el Católico, habría aprobado la constitución de Gerona, por la cual se establecía la hoguera para los herejes y sus partidarios. En el sur de Francia, el papa tenía el apoyo de Guillermo VIII, señor de Montpellier,​ pero este falleció en 1202.


Inocencio III se dedicó a mandar legados a la Occitania con plenos poderes, como el de excomunión, el de pronunciar interdictos o el de relevar a los obispos que no fuesen lo suficientemente decididos.62​ En 1198 mandó a Rainiero de Ponza y en 1199 al cardenal Jean de Saint-Prisque.


En 1203 el papa designó como legados a dos frailes cistercienses de la abadía de Fontfroide: Raoul de Fontfroide y Pedro de Castelnau. En 1204 el papa mandó unirse a ellos al abad de Santa María del Císter, Arnaud Amaury, con el propósito de liderarlos y dedicar también los esfuerzos a la predicación. Por esta legación se suspendió al obispo de Béziers, Guillaume de Roquesel, y se sustituyó por el abad de Saint-Pons, Ermengaud. También se instó al obispo de Viviers a que cesase en sus funciones. El arzobispo de Narbona, Bérenguer, no colaboró pero el papa decidió mantenerlo en el cargo. Arnaud Amaury logró deponer al obispo de Toulouse, Raymond de Rabastens, acusándole de simonía y de vinculación con las maneras de los cátaros, y lo sustituyó por el cisterciense Foulque de Marsella.


En febrero de 1204 el rey Pedro II de Aragón presidió un debate en el que sacerdotes católicos y perfectos cátaros intercambiaron sus argumentos, sin lograr resultados.


En mayo de 1204 el papa Inocencio III escribió a Felipe II de Francia para que iniciase una represión de los herejes y se quedase con los bienes de los nobles y ciudadanos hostiles a la represión. Sin embargo, el rey de Francia ignoró esta petición.​ El monarca francés estaba en guerra contra Juan I de Inglaterra.


El 15 de junio de 1204 Pedro II de Aragón y María de Montpellier, señora de Montpellier, firmaron sus capitulaciones matrimoniales en presencia de otros nobles, como Raimundo VI, conde de Toulouse.


En 1205 Pedro II de Aragón fue a Roma, donde fue coronado por el papa Inocencio III.​


En 1205 el papa realizó una nueva petición de combatir a los herejes, pero tampoco fue escuchado.


En 1206 los legados cistercienses estaban en Montpellier. Entonces se encontraron con Diego de Acebes, obispo de Osma, y con santo Domingo de Guzmán. El segundo propuso centrarse en la predicación, llevar una vida de pobreza para acallar las críticas y ser itinerantes, imitando en todo la vida de los apóstoles. Los cistercienses le dijeron que si alguna autoridad de la Iglesia católica adoptase esa vida ellos la seguirían con gusto. Entonces el obispo Diego renunció a sus pertenencias y se unió al proyecto de Domingo. Es en este momento cuando Arnaud Amaury decidió regresar a la abadía del Císter y volver con refuerzos y los otros dos legados se unieron a Domingo para predicar en pobreza.


Domingo de Guzmán y Diego de Acebes predicaron en Montpellier sin éxito. Luego lo hicieron en Servian, donde los cátaros Baudoin y Thierry debatieron con ellos durante ocho días, consiguiendo tan solo la admiración de los habitantes que ya eran católicos. En Carcasona predicaron ocho días sin ningún provecho. En la primavera de 1207 en Montreal conocieron al importante predicador cátaro Ghilhabert de Castras y a los diáconos cátaros Benet de Termas y Pons Jordan, así como a un gran número de perfectos. El cátaro Arnaut Oth sostuvo que la Iglesia católica era la Babilonia del Apocalipsis y Diego de Acebes quiso demostrarle lo contrario usando el Nuevo Testamento, sin resultados. En Verfuél discutieron con los cátaros Pons Jordan y Arnaut Arrufat, pero no se entendieron bien entre ellos, ya sea por el desconocimiento del latín o por la gran diferencia entre los dos discursos.


En otoño de 1207 el conde de Foix puso a disposición de Domingo y Diego el castillo de Castelà en Pàmias. Acudieron también Foulque, nuevo obispo de Toulouse, y Navarre, nuevo obispo de Coserans. En este pueblo, los valdenses y los cátaros eran igual de numerosos y delegaron su representación en oradores. La hermana del conde de Foix, Esclarmonda, era una perfecta y tomó parte en los debates. En este lugar consiguieron que el valdense Durán de Huesca decidiera hacer penitencia con algunos amigos.


En 1207 Arnaud Amaury regresó a la región con doce abades y quince frailes para predicar en pobreza como indicaba Diego de Guzmán.


Diego de Acebes regresó a Osma, en Castilla, donde murió en diciembre de 1207. Entonces el compañero de Domingo pasó a ser clérigo Guillaume Claret. Los dos fueron a Fanjeaux, donde convirtieron a un pequeño grupo de perfectas y de mujeres creyentes en el catarismo. Estas fundaron en Prohuile un monasterio con centro educativo y hospital.


Los cistercienses, sin embargo, abandonaron en cuestión de meses la predicación en pobreza propuesta por Domingo.


En 1207 el papa volvió a escribir al rey Felipe II de Francia para que combatiese la herejía, así como a otros nobles franceses: el duque de Borgoña y los condes de Dreux, de Bar, de Nevers, etcétera.


El legado Pedro de Castelnau, por su parte, elaboró en 1207 un acuerdo de paz destinado a los nobles. En él debían comprometerse a no emplear a judíos en su administración, a no aumentar los peajes, a devolver a los templos católicos lo que había sido saqueado, a no contratar salteadores y a perseguir a los herejes. Raimundo VI, conde de Toulouse, se negó a jurar este acuerdo. Entonces fue excomulgado por el legado. En mayo de 1207 el papa confirmó la excomunión. Entonces el conde de Toulouse decidió prestar juramento, sin cumplir con lo jurado, tras lo cual fue excomulgado de nuevo por Pedro de Castelnau. El legado Castelnau y Raimundo VI se encontraron posteriormente en Sant Geli y tuvieron una reunión tempestuosa.


El 14 de enero de 1208 el legado pontificio Pedro de Castelnau fue asesinado a las orillas del Ródano por un escudero de Raimundo VI, que pensaba que así se ganaría el apoyo del conde.


Cruzada contra la herejía

El 9 de mayo de 1208 el papa Inocencio III escribió una carta dirigida a los arzobispos de Narbona, Arles, Embrun y Lyon, así como a los nobles y poblaciones de Francia promulgando la indulgencia de cruzada a favor de todos los que tomasen las armas contra los albigenses. En este documento, el papa asimila la herejía a la peste y dice que los herejes son peores que los sarracenos.


El papa insistió al rey de Francia para que se hiciese cargo de la cruzada, pero se negó, argumentando que tenía ya una guerra contra Inglaterra y que no se habían aportado pruebas de la herejía del conde Toulouse, por lo que él no podía disponer de su tierra y dársela a otros como botín. Lo que sí que hizo este monarca es autorizar al duque de Borgoña y al conde de Nevers a combatir a los albigenses. Muchos otros nobles se unieron a la cruzada, como el conde de Saint-Pol, el conde de Montfort y el conde de Bar-sur-Seine. También fueron los obispos de Sens, Autun, Clermont y Nevers. El papa nombró jefe de la expedición militar a Arnaud Amaury.


El cisterciense Arnaud Amaury, el obispo de Couserans Navarre y el obispo de Riez Hugues se dedicaron a predicar la cruzada.


Los obispos también se hicieron cargo de financiar la cruzada con el diezmo de sus diócesis.


Las tropas para la cruzada se fueron reuniendo en los alrededores de Lyon.


Raimundo VI, conde de Toulouse, escribió al papa para decirle que no había tenido nada que ver con la muerte de su legado y luego decidió dirigirse a Valence y someterse. El papa mandó dos nuevos legados, el maestro Milon y el maestro Thédise, que recibieron la reconciliación del conde. El conde fue golpeado con varas como penitencia en la abadía de Saint-Gilles. Luego, en junio de 1209, decidió unirse a la cruzada.


Otros nobles del sur se unieron, como el conde de Valentinois y el vizconde de Anduze. También tomaron parte los obispos de Burdeos, de Bazas, de Cahors y de Agen, asistidios por el duque de Auvernia y el vizconde de Turena.


El obispo Foulque creó en la ciudad vieja Toulouse una «compañía blanca» para saquear los bienes y destruir las casas de herejes y usureros, con el apoyo de artesanos y terratenientes. La parte más reciente de la ciudad, en torno a la abadía de Saint-Sernin, se opuso y creó una «compañía negra» con el apoyo de los mercaderes. Las dos compañías se enfrentaron en sangrientos combates.


El ejército cruzado se dirigió a la ciudad de Béziers en julio de 1209. El vizconde de Béziers renunció a defender la ciudad y se marchó con algunos herejes y con la comunidad judía a Carcasona. El obispo también abandonó el lugar y se dedicó a intentar mediar. La ciudad, no obstante, decidió resistir. El ejército cruzado llevó a cabo una matanza de todos los habitantes. Según la Chanson de la Croisade de Guillermo de Tudela, este exterminio fue premeditado. Quince años después el cisterciense Cesáreo de Heisterbach escribió que a Arnaud Amaury se le preguntó cómo distinguir a los buenos vecinos de los malos, a lo que contestó: «Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos».


Después de lo ocurrido en Béziers, las siguientes fortalezas y ciudades se fueron rindiendo sin combatir. Sin embargo, Carcasona intentó resistir con el vizconde Raimundo Roger Trencavel. Finalmente, debido a la falta de agua, Raimundo Roger se ofreció como rehén y todos los habitantes de la ciudad tuvieron que salir en camisa y calzones. Pocos días después, Raimundo Roger murió de disentería en la prisión.


Una comisión presidida por Arnaud Amaury decidió nombrar a Simón de Montfort, uno de los nobles de la cruzada, como heredero de Raimundo Roger Trencavel.​ Simón de Montfort era conde de Leicester y tenía también un señorío en la Isla de Francia.


El ejército se retiró y Simón de Montfort se quedó con treinta caballeros y un grupo de bandidos que cada vez pedían más dinero. Los castillos cátaros se habían rendido frente al ejército, pero luego volvieron a la disidencia. Por otro lado, la Montaña Negra y las Corbières se convirtieron en refugio de los perfectos. Por todo ello, la región seguía siendo hostil.


Simón de Montfort escribió al papa ofreciéndole un tributo a cambio de que le confirmase que son suyas las tierras que había recibido. El papa respondió en noviembre de 1209 confirmándole en la posesión de sus tierras y prometiéndole refuerzos.​ Estos refuerzos llegaron a finales del invierno de 1210, bajo el mando de la condesa de Montfort.


En invierno, los cistercienses predicaban la cruzada y en marzo se formaban bandas de señores con sus vasallos que acudían a ayudar a Simón de Montfort en sus campañas durante cuarenta días. Pasado ese tiempo, los vasallos podían marcharse a sus casas.


Entre 1210 y 1212 también hablaban a favor de la cruzada los profesores de la Universidad de París Jacques de Vitry y Robert de Courçon y el canciller de la escuela de Colonia.


Entre 1210 y 1211 Simón de Montfort conquistó los bastiones cátaros de Bram, Minerve, Termes, Cabaret y Lavaur. La villa de Lavaur fue tomada con la ayuda de la compañía blanca de Toulouse. En todos estos lugares se quemó a los que no abjuraban del catarismo. El cisterciense Pierre des Vaux de Cernay escribió: «Los quemaron con un inmenso júbilo».


Gobierno de Simón de Montfort

El 1 de diciembre de 1212 Simón de Montfort promulgó en Pamiers unos estatutos para el gobierno de sus territorios.


Los estatutos de Pamiers ponían a la Iglesia católica en un lugar privilegiado. Se debía de pagar el diezmo más un impuesto de tres dineros por casa y año, los clérigos católicos solo serían juzgados por tribunales religiosos y los frailes no pagarían tributos. Se prohibía a los laicos construir iglesias en sus castillos. Todo el mundo estaba obligado a ir a misa y los que faltasen sin causa razonable debían pagar una multa de seis dineros torneses. Los herejes reconciliados no podían tener cargos relacionados con la administración de justicia. Las viudas o herederas de nobles que tuvieran castillos no podían casarse con alguien de la región sin autorización de Simón de Montfort. Los usos y costumbres en lo que respecta al derecho de sucesiones quedaban abolidos y ese ámbito del derecho quedaría como en París. El derecho de primogenitura se convierte en obligatorio.


Simón de Montfort suprimió los consulados de mercaderes de Saint-Gilles y Lodève en beneficio del monasterio local y del obispo respectivamente.


En la primavera de 1214 Simón de Montfort intentó entrar en Narbona pero la milicia local se lo impidió. En enero de 1215 los ciudadanos de Montpellier tomaron las armas para impedirle el acceso a un concilio que deliberaba sobre el destino de Toulouse. Nimes se negó a reconocerle como vizconde y cedió sus derechos sobre esta villa al obispo.


En Toulouse, el castillo narbonés se mantuvo en manos del obispo Foulque y en Foix el castillo fue ocupado por el abad de Saint-Thibéry.


Batalla de Muret

Raimundo VI, conde de Toulouse, pidió al papa atenuar las condiciones que se le pusieron en su reconciliación con la Iglesia católica, que eran las mismas que las que le imponía Pedro de Castelnau. Se puso en contacto también con Felipe II de Francia, el emperador Otón IV y Pedro II de Aragón. Mientras tanto, se abstuvo de perseguir a los cátaros.


Tras la toma de Carcasona en 1209 el legado Aranud Amaury pidió a Toulouse que entregase a sus herejes y el conde se negó. El legado sometió la ciudad a interdicción y excomulgó de nuevo al conde. En 1210 el papa pidió a su legado que levantase las sanciones al conde y a la ciudad y le pide que espere a que los obispos del sur de Francia resuelvan el problema en un concilio.


Sin embargo, en las reuniones conciliares de Saint Gilles (julio de 1210) y Montpellier (febrero de 1211), el conde de Toulouse rechaza la reconciliación cuando el legado Arnaldo Amalric añade a las anteriores condiciones la expulsión de los caballeros de la ciudad y su partida a Tierra Santa.


Raimundo VI expulsó de Toulouse al obispo Foulque y se deshicieron las compañías blanca y negra. Simón de Montfort llevó a cabo un primer asedio a la ciudad en junio de 1211, que fracasó.


Raimundo VI, los cónsules de Toulouse y los condes de Foix y de Cominges, cuyas tierras eran objeto de ataques de Simón de Montfort, pidieron apoyo a Pedro II de Aragón, apodado el Católico y coronado por el papa, que entonces estaba siendo objeto de grandes elogios en la Santa Sede por haber derrotado a los musulmanes en la Batalla de las Navas de Tolosa en julio de 1212. El rey de Aragón aceptó ayudarles.


En enero de 1213 el rey de Aragón y conde de Barcelona escribió a los católicos reunidos en el concilio de Lavaur que debía de llegarse a un acuerdo para el fin de las hostilidades. Propuso que Raimundo VI pagase por su complicidad con la herejía luchando por la cristiandad en España contra los musulmanes o en Tierra Santa y que se respetase a los condes de Foix y de Cominges porque no eran herejes. El monarca aragonés también dijo que, respetando al conde de Foix, al conde de Cominges y al vizconde de Bearne, los cruzados franceses liderados por Simón de Montfort podrían combatir a los musulmanes «en los negocios del cristianismo en las partes de España para honra de Dios y de la santa Iglesia» (‘in negotio christianitatis in partibus Yspanis ad honorem Dei et sancte Ecclesie’). Sin embargo, el concilio de Lavaur rechazó enérgicamente las propuestas del rey de Aragón.


Con esta postura, Pedro II de Aragón obtuvo un gran reconocimiento en toda Occitania.


En la batalla de Muret el 12 de septiembre de 1213, el bando aragonés-tolosano fue derrotado por el ejército de Simón de Montfort. El rey de Aragón murió al principio del combate y Raimundo VI huyó con el resto de tolosanos.


Simón de Montfort entró en Toulouse acompañado del nuevo legado papal, Pedro de Benevento, y del príncipe Luis, hijo de Felipe II de Francia.


En enero de 1215 un concilio reunido en Montpellier pidió que se reconociese a Simón de Montfort como dominus et monarcha de todo el país de Oc.


En noviembre de 1215, el IV Concilio de Letrán reconoció a Simón de Montfort como conde de Toulouse, desposeyendo a Raimundo VI. Sin embargo, el papa no quiso desposeer de todo al hijo de Raimundo VI, un joven también llamado Raimundo, y le concedió en este concilio heredar tierras y derechos en Saint-Gilles.


En abril de 1216 Simón de Montfort fue a París a rendir homenaje al rey de Francia por las tierras que le habían sido concedidas. Por entonces era conde de Toulouse, vizconde de Béziers y de Carcasona y duque de Narbona.


Rebelión en el sur de Francia

Cuando el joven Raimundo llegó a Saint-Gilles se encontró con que en el sur aborrecían a los del norte. Aviñón, Arlés y Marsella se habían organizado como pequeñas repúblicas y le pidieron ayuda al joven Raimundo. Este acepta y, con medios de Aviñón y Marsella, sitia Beaucaire. Simón de Montfort acudió en ayuda de este lugar pero llegó tarde, fue derrotado y solo pudo salvar la vida de la guarnición de la villa.


Raimundo VI reunió un ejército de faidits, occitanos expulsados de sus tierras por los del norte de Francia, y atravesó los Pirineos por Benasque. Bajó por el valle del Alto Garona, recibiendo al pasar ayuda del conde de Cominges y del conde de Foix, y el 13 de septiembre de 1217 conquistó Toulouse. Pocas semanas después, su hijo se reunió con él en esta ciudad.


Simón de Montfort pidió ayuda a los nobles del norte de Francia, que dijeron que llegarían la primavera siguiente. Mientras tanto, cercó Toulouse y se hizo con el castillo Narbonés, que dominaba el acceso a la ciudad desde el sudeste. Sin embargo, la ciudad se dispuso a resistir. Simón murió durante el asedio a Toulouse, el 25 de junio de 1218.


El sucesor de Simón de Montfort, su hijo Amalarico VI de Montfort, pidió ayuda a los nobles del norte de Francia. El obispo Foulque, la condesa de Montfort, el obispo de Tarbes y el obispo de Cominges pidieron ayuda al rey Felipe II de Francia. El papa Honorio III pidió también al rey francés que enviase contra los herejes un poderoso ejército. El monarca aceptó y su hijo Luis encabezó la expedición militar.


El príncipe Luis y Amalarico VI se encontraron en el sitio de Marmande. La ciudad capituló pero todos los habitantes fueron ejecutados. Luego, el príncipe Luis sitió Toulouse durante algunos días y se marchó argumentando que habían pasado ya los cuarenta días obligatorios de servicio de sus vasallos feudales.


Ramón Trencavel II, hijo del difunto Raimundo Roger Trencavel, recibió la ayuda del conde de Foix, Roger Bernard, para tomar Carcasona.


El 1 de septiembre de 1120 Raimundo VI y su hijo dieron a los cónsules de Toulouse derecho para vengarse de los occitanos que habían colaborado con Montfort.


En 1222 Raimundo VII organizó la bastida de Cordes-sur-Ciel para defender la comarca de Albi.


El 23 de enero de 1224 el papa Honorio III escribió al rey de Francia que la herejía estaba regresando con fuerza al sureste francés.


En la década de 1220 los cátaros se habían reorganizado con fuerza y se encontraban en su apogeo. En 1226 se celebró en Pieusse una reunión de perfectos para debatir sobre si crear una nueva diócesis cátara en el Razés, en la región de Limoux. Esta diócesis se creó y fue encabezada por Benoit de Termes.​ Toulouse, por su parte, se convirtió en refugio de muchos perfectos que eran protegidos por los tolosanos ricos.


Los cátaros no entraron en conflicto con los que practicaban el catolicismo ni antes ni después de las ofensivas militares.


En febrero de 1224 Amalarico VI de Montfort cedió sus derechos territoriales en Occitania al rey Luis VIII de Francia.


El papa Honorio III instó a la organización de una conferencia con obispos católicos en Montpellier para que Raimundo VII justificase su posición. Esta tuvo lugar entre julio y agosto de 1224. Los obispos se mostraron alarmados por el auge del catarismo.


El papa Honorio III nombró legado pontificio al Romano Frangipani, cardenal de Sant'Angelo. El legado organizó un concilio en Bourges. Raimundo VII estuvo presente y se le dijo que se le negaba la absolución.


El 12 de enero de 1226 Raimundo VII fue excomulgado en un acto en París, que contó con la presencia de los grandes nobles del reino.


Luis VIII se decidió a combatir a los herejes con las condiciones de poder disponer libremente de los dominios del conde de Toulouse y de que todos los gastos corriesen a cargo de la Iglesia católica. En junio de 1226 el ejército se reunió en Lyon. Empezaron por sitiar Aviñón. Durante el asedio el conde de Champaña abandonó alegando que ya habían pasado los cuarenta días obligatorios, pero el resto permaneció y la ciudad se rindió el 9 de septiembre.


Tras la victoria de Luis VIII en Aviñón, que tenía fama de inexpugnable, se rindieron Béziers, Carcasona y Pamiers.​ El rey puso un senescal en Carcasona y otro en Beaucaire.​ En octubre de 1226 se celebró una asamblea en Pamiers en la que el rey confiscó sus bienes a los herejes y a sus protectores y obligó a todos los obispos a prestarle un juramento de fidelidad.


Luis VIII dio por finalizada la campaña de ese año y murió de enfermedad el 3 de noviembre en Montpensier. Su hijo era demasiado joven para reinar y las responsabilidades de gobierno recayeron en la reina viuda, Blanca de Castilla.


Luis VIII había dejado en el territorio muchas tropas al mando de su primo Humbert de Beaujeu, que contó con la ayuda de Guy de Montfort, hermano mayor de Amalarico VI. Se llevaron a cabo sangrientos combates en los alrededores de Toulouse, como los de Auterive, Saint-Paul-Cap-de-Joux y Montech. En 1228 Raimundo VII logró una victoria en Castelsarrasin, tomando la ciudad al enemigo.


El 5 de diciembre de 1227 el papa Gregorio IX promulgó una bula que impedía el acceso a las ferias de mercaderes de Champaña a los comerciantes de Toulouse.


Tratado de paz de París

En 1228 los tolosanos se abrieron a negociar la paz. El 10 de diciembre de 1228 Ramundo VII firmó un acta en la que afirmaba que aceptaba lo que se acordase con Elias Guerin, abad de Grandselve,​ en presencia de Teobaldo, conde de Champaña. El legado pontificio Romano Frangipani y la reina Blanca de Castilla también estaban a favor de la paz.


Elias Guerin fue a París y en enero de 1229 ya se encontraba en Toulouse con un tratado elaborado por la reina regente y el legado papal. En este tratado el rey de Francia se hacía con los dominios de los Trencavel y dejaba al conde de Tolouse el dominio sobre las diócesis de Toulouse, Agen y Rodés siempre que desmantelase treinta fortalezas. Se debía devolver sus bienes a los que habían seguido a Simón de Montfort. La hija de Raimundo VII debía casarse con un hermano del rey, de modo que su descendencia fuese heredera de sus dominios.


Raimundo VII no estuvo de acuerdo con este tratado y la regente decidió convocar en marzo de 1229 una reunión en Meaux, cerca de París, para negociar la paz. Raimundo VII acudió acompañado de otros notables de la región, como el conde de Cominges y cónsules de Toulouse. El conde de Champaña acudió como mediador. Los representantes de la corona francesa eran Mathieu de Montmorency y Mathieu de Marcy, parientes de los Montfort. La regente Blanca de Castilla, conocida por su celo católico, reunió aquí también un gran concilio de obispos y abades del norte y el sur de Francia.


Raimundo VII se encontraba en una posición muy vulnerable. Era un excomulgado encerrado en el Palacio del Louvre de París y nada le indicaba que si no firmaba la paz pudiera regresar a Toulouse a reanudar la guerra. Entonces el legado empezó a modificar el tratado, añadiendo lo siguiente: derribar cerca de un kilómetro de murallas de Toulouse, indemnizaciones enormes a iglesias y abadías (algunas, como el Císter y Claraval, fuera del Languedoc), pagar la guardia del castillo de Narbona, crear una escuela en Toulouse (donde se enseñase teología, derecho canónico, artes liberales y gramática), perseguir a los herejes, confiscar los bienes de los excomulgados y no dar cargos públicos a judíos. Por otro lado, la herencia del conde de Toulouse pasaría en todo caso a la familia real de los Capetos, aunque el matrimonio de su hija con un miembro de familia real no tuviera descendencia y aunque el conde tuviera otros herederos legítimos. El tratado fue firmado el 12 de abril de 1229 en la plaza de Notre-Dame de París.


La persecución de la herejía en tiempos de paz

En la Italia de los siglos xii y xiii también había herejes. Los cátaros eran los más numerosos, pero también estaban los arnaldistas, los valdenses, los pasagianos y otros.


Muchos cátaros peregrinaban a la región de Lombardía a comienzos del siglo xiii para consultar con sabios de esta secta o para recibir en consolamentum por cátaros especialmente reconocidos.


Con el papa Inocencio III los cátaros tenían un obispo en Sorano, otro en Vicenza y otro en Brescia. También era muy numerosos en ciudades como Verona, Viterbo, Florencia, Ferrara, Prato, Faenza, Rímini, Como, Parma, Cremona o Plasencia.​ En la propia Roma había también una comunidad cátara.


Inocencio III prohibió a los herejes tener cargos públicos, cosa que no se cumplía. Tampoco surtió efecto excomulgar a la gente. En Orvieto, el gobernador Pietro Parentio, que ejercía represión contra los herejes fue asesinado por estos en 1199. En 1207 Inocencio III acudió personalmente a Viterbo para que se confiscasen los bienes y se derribasen las casas de los principales cátaros.


En 1241 se calcula que había en Lombardía más de dos mil perfectos.


En noviembre de 1229 tuvo lugar un concilio en Toulouse, convocado por el legado pontificio, al que acudieron todos los obispos de la provincia de Narbona, así como los arzobispos de Auch y Burdeos. También acudió Raimundo VII, el senescal de Carcasona y dos cónsules de Toulouse, entre otras personalidades.


En este concilio se estableció que serían reos de herejía aquellos que fuese acusados de eso por el «rumor público» o los denunciados como tales por «gentes honorables y serias». Todo aquel que comulgase menos de tres veces al año era considerado sospechoso. Todos los hombres mayores de 14 años y las mujeres de más de 12 años estaban obligados a denunciar a los herejes. En cada parroquia debía crearse una comisión para perseguir la herejía compuesta de un sacerdote y por lo menos tres laicos. Los herejes capturados debían ser entregados al obispo o a su legado. Un hereje no podía ser baile (magistrado del conde) ni médico. Si un hereje abjuraba su casa sería destruida, debería ir vestido con dos cruces visibles de diferente color y sería excluido de los asuntos públicos. Los herejes que volviesen a la fe católica de forma «no espontánea» serían condenados a cárcel. Los que se oponían al tratado de paz con las armas y se refugiaban en sus castillos de las Corbières son definidos como «violadores de la paz» y son proscritos. Se prohibió a todo el mundo vincularse mediante juramentos a asociaciones. Finalmente, se prohibía a los laicos poseer libros del Antiguo y el Nuevo Testamento.


El 20 de abril de 1231 el papa Gregorio IX se dirigió a los obispos franceses para decirles que la persecución de la herejía la iban a llevar a cabo los dominicos. Para las provincias del norte de Francia se escogió a Robert le Brouge, un perfecto que se convirtió y se hizo dominico. Para el sur de Francia el papa nombró un legado, Juan de Vernin, arzobispo de Viena, que en 1234 designó los dominicos Arnaud Cathalá para la diócesis de Albi y a Pierre de Seila y Guillermo Arnaud para las diócesis de Cahors y Toulouse.


En 1235 se reunió el Concilio de Narbona, al que asistieron los arzobispos de Narbona, de Arlés y de Aix con otros muchos obispos sobre la penitencia que los dominicos debían imponer a los herejes. Todos los domingos debían ir a una iglesia católica vestidos con cruces para recibir varazos y también debían hacer lo mismo en las procesiones. Debían costearse ellos mismos las luchas en defensa de la fe. Los herejes que no se hubieran delatado a sí mismos en un tiempo de gracia o que fuesen indignos de indulgencia serían encerrados hasta que el papa decidiera hacer algo con ellos y podrían ser entregados a un juez secular.


Los cátaros de Occitania entraron en la clandestinidad. Los que llevaban las finanzas fueron llamados questores. Los ductores guiaban a los cátaros a lugares seguros y algunos eran caballeros pobres que cobraban por sus servicios. Los ductores estaban en contacto con los nuntii eran los jefes de la red cátara clandestina. Otros cátaros emigraban al sur de los Pirineos, donde eran protegidos por el vizconde de Castelbó, o a Italia, donde las ciudades defendían su independencia con respecto al poder pontificio y del emperador Federico II, que combatía a su vez contra el papa.


Uno de los aspectos de esta persecución contra los cátaros, además de las quemas de herejes,​ fue la profanación de tumbas. En junio de 1224 en Albi el dominico Arnaud Cathalá quiso desenterrar a la viuda de un hereje pero las masas lo impidieron. Sin embargo, sí se llevaron a cabo desenterramientos de acusados de herejía en Cahors y Moissac.​ En septiembre de 1236 en Toulouse también se desenterraron cadáveres para quemarlos.


En abril de 1240 Ramón Trencavel II tomó sin combatir los castillos de la comarca de Minerve, de la Montaña Negra y de las Corbières. En septiembre Trencavel tomó parte de Carcasona. Entonces los habitantes pasaron a cuchillo a treinta y tres sacerdotes católicos. En otra parte de la ciudad se refugiaron el senescal, el arzobispo de Narbona y los obispos de Tolosa y Carcasona, que resistieron hasta que un ejército del senescal Jean de Beaumont rompió el cerco. Luego Trencavel sitió Montreal, que también resistió. Raimundo VII intervino para que Trencavel pudiera retirarse.


Tras esto, se desató una represión en la región. Se incendiaron las ciudades de Montreal, Limoux y Gaja. Los cátaros capturados fueron marcados con un hierro ardiendo con una cruz en la frente.


Montsegur

En 1232 Raimon de Perelha era señor del lugar en el que se encontraba, sobre una montaña, el castillo de Montsegur. El obispo cátaro Guilhabert de Castras le pidió permiso para convertir este edificio en el refugio oficial de la Iglesia cátara. Paralelamente, se creó una aldea al pie de la montaña donde se alojaban perfectos y perfectas. Muchos visitantes llegaban a Montsegur para participar en los cultos en el castillo y venerar a los perfectos.137​ También numerosos moribundos llegaban a este lugar para recibir el consolamentum antes de morir y ser enterrados junto a sus murallas.


Ha llamado la atención que el castillo está orientado hacia el este, donde nace el sol, y tiene unas condiciones específicas de iluminación. Las troneras del torreón están alineadas con la salida del sol el solsticio de verano. Para el historiador Fernand Niel, el castillo de Montsegur era un templo solar.139​ No se tienen pruebas de que los cátaros llevaran a cabo algún culto al sol, pero sí que lo hacían los maniqueos. La puerta principal es grande y monumental y no se parece a la de ningún otro castillo medieval. Esta entrada no estaba protegida por ninguna torre ni otro tipo de estructura defensiva.


El 27 de mayo de 1242 un senescal de Raimundo VII, Raymond de Alfaro, mandó un mensajero a la fortaleza de Montsegur. El 28 de mayo el jefe de la guarnición de la fortaleza, Pierre-Roger de Mirepoux, salió con unos cincuenta hombres. Entraron sin resistencia en Avignonet-Lauragais y mataron al dominico Guillermo Arnaud y a diez compañeros suyos.


En junio de 1243 el castillo de Montsegur fue asediado por las tropas del senescal de Carcasona, Hugues de Arcis, y del arzobispo de Narbona, Pierre Amiel. Según el sargento Imbert de Salles, en la Navidad de 1243 salieron dos del castillo llevando oro, plata y muchas monedas. El 2 de marzo de 1244 comenzaron las negociaciones. Durante las negociaciones se marcharon cuatro perfectos, para que no se perdiese el conocimiento de dónde se encontraba el tesoro de los cátaros. La fortaleza se rindió el 16 de marzo de 1244. Se quemó a unos doscientos cátaros en un cercado de palos y estacas, situado probablemente a los pies de la montaña donde estaba la fortaleza.


Últimos tiempos del catarismo

El papa Inocencio IV, mediante la bula Ad extirpanda en 1252, autorizó la tortura en los procesos contra los herejes siempre que no pusiera en peligro la vida de la persona y que sus miembros no sufrieran heridas de gravedad.


En 1255 el rey Luis IX de Francia encargó al senescal de Carcasona, Pierre d'Auteuil, acabar con la resistencia del último castillo cátaro, Quéribus, defendido por el señor del lugar, Chabert de Barbaira. El castillo cayó a finales de ese año.


La persecución católica contra los cátaros, considerada como el origen de la Inquisición, tuvo mucho éxito en acabar con la herejía en el sur de Francia desde mediados del siglo xiii. Hacia 1260 el dominico Rainiero Sacconi indicó que solo quedaban unos doscientos perfectos si se juntaban todos los de las iglesias de Toulouse, Albi, Carcasona y Argen.


Numerosos cátaros se escondieron en la Gruta de Lombrives. En 1328 la entrada de la gruta fue tapiada por orden del cardenal Jacques Fournier con 500 cátaros en su interior, que terminaron por fallecer.


El último perfecto condenado a muerte fue Guillaume Bélibaste, que predicó por Montaillou. Tras regresar del pueblo español de San Mateo fue traicionado, apresado y murió en la hoguera en el Castillo Villerouge-Termenés en 1321.​ En 1329 se quemó a un grupo de cátaros en Carcasona que, tras convertirse al catolicismo, habían vuelto a caer en la herejía. De este modo, a mediados del siglo xiv el catarismo había desaparecido de Occitania.


Simbología cátara

En el Languedoc medieval eran habituales las estelas discoidales con cruces griegas, cruces de Occitania y otros símbolos. Para el historiador Rene Nelli, muy pocas de estas estelas son de origen cátaro.


En Sarlat-la-Canéda y otras poblaciones del Périgord y el Lemosín francés abundan las lanternes des morts (linternas de los muertos) en cementerios. Son estructuras de planta circular con un remate piramidal, similar a un obelisco. Fueron construidas entre los siglos xii y xiii y es posible que estén vinculadas con los cátaros.


En Avignonet-Lauragais hay una torre en forma de lanza que, según algunos cronistas, fue construida después de que Pierre Roger de Mirepoix y sus soldados llevasen a cabo una matanza de inquisidores el 27 de mayo de 1242.


En las entradas de las casas de perfectos cátaros había cipreses como señal de bienvenida.


En excavaciones arqueológicas realizadas en el entorno de Montsegur se han encontrado piezas de cobre y hierro en forma de pentagrama y el castillo de la localidad tiene cinco lados.


Los cátaros se identificaban con el pelícano (por la leyenda de que se sacrificaba alimentando a sus crías con su carne y su sangre), la paloma (por representar la paz y el Espíritu Santo) y la oca (Occitania sería el país de Oc, de la oca, que tiene la lengua de Oc, langue d'oc).


Otros símbolos cátaros son el pez, que aparece en los evangelios, y la flor de lis, símbolo de la pureza.

  

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