"...el sentimiento de una íntima anexión con esta “doctrina secreta”, reservada a los iniciados que trabajan en el seno de las vías ocultas o esotéricas explica, y nos permite comprender, la forma en que se expresa Saint-Martin (y no es el único, pues podemos situar en este aspecto a todos los principales pensadores que forman la apreciable corriente iluminista del siglo XVIIIº), participado de esta sensibilidad, y que sus audacias en estos dominios tan delicados tocan al sacerdocio y a la Iglesia, debiendo imperativamente ser analizados bajo el carácter “teosófico” de su pensamiento, teosofía que no obedece a los mismos criterios, ni se somete a las mismas reglas, que los discursos religiosos pronunciados por los teólogos, puesto que la teosofía proviene de la mística especulativa, como señala, entre otros, muy justamente Robert Amadou (1924-2006): “La teosofía, que no es filosofía, no es ya teología, y constituye una forma particular de la mística que se denomina especulativa, reconciliando a la filosofía con la teología. Observar que se puede extraer de ella [de la teología] por la letra del evangelio, no teniendo ya la clave del verdadero cristianismo” (El ministerio del hombre-espíritu, 1802).
Esta idea de un olvido de los conocimientos secretos de la doctrina iniciática por parte de la Iglesia, que a día de hoy aún toma estas tesis por herejías, es compartida por Jean-Baptiste Willermoz (1730-1824), quien declarará en varias ocasiones:
“La iniciación de los G.P. instruye al Masón, probado hombre de deseo, sobre el origen y la formación del universo físico, su destino y la causa ocasional de su creación, en un momento dado y no en otro; sobre la emanación y la emancipación del hombre en una forma gloriosa y su destino sublime en el centro de las cosas creadas; sobre su prevaricación, su caída, la generosidad y la absoluta necesidad de la encarnación del mismo Verbo para su redención, etc. etc. etc.
Todas estas cosas de las que se deriva un profundo sentimiento de amor y confianza, de temor y respeto y de gratitud de la criatura hacia su Creador, eran bien conocidas por los jefes de la Iglesia durante los primeros cuatro a seis siglos de cristianismo.
Pero desde entonces, se han perdido progresivamente y se han borrado hasta tal punto que hoy en día (...) los ministros de la religión tratan de innovadores a todos los que sostienen la verdad. Dado que esta Iniciación tiene por objeto restablecer, conservar y propagar una doctrina tan luminosa y tan útil, ¿por qué no ocuparnos sin amalgamas de este cuidado en la clase que le está especialmente consagrada?” - Carta de Willermoz a Saltzmann, del 3 al 12 de mayo de 1812, publicada en Renaissance Traditionnelle, n° 147-148, 2006, pp. 202-203".
Extracto de su libro "La Iglesia y el sacerdocio según Louis-Claude de Saint Martin".