Libro II: KRISHNA (La India y la Iniciación Brahmánica)
Krishna fue saludado por los anacoretas como el sucesor esperado y predestinado de Vasichta. Se celebró el srada, o ceremonia fúnebre del santo anciano, en la selva sagrada, y el hijo de Devaki recibió el bastón de siete nudos, signo de mando, después de haber hecho el sacrificio del fuego en presencia de los más antiguos anacoretas, de los que saben de memoria los tres Vedas. En seguida, Krishna se retiró al monte Meru para meditar allí su doctrina y el camino de salvación para los hombres. Sus meditaciones y sus austeridades duraron siete años. Entonces sintió que había dominado a su naturaleza terrestre por medio de su naturaleza divina, y que se había identificado suficientemente, con el Sol de Mahadeva para merecer el nombre de hijo de Dios. Entonces llamó a su lado a los anacoretas jóvenes y ancianos para revelarles su doctrina. Encontraron ellos a Krishna purificado y engrandecido: el héroe se había transformado en santo; no había perdido la fuerza de los leones, pero había ganado la dulzura de las palomas. Entre los que acudieron en primer término se encontraba Arjuna, un descendiente de los reyes solares, uno de los Pandavas destronados por los Kuravas o reyes lunares.
El joven Arjuna era apasionado, lleno de fuego, pero pronto a descorazonarse y caer en la duda, y se entusiasmó apasionadamente con las doctrinas de Krishna.
Sentado bajo los cedros del monte Meru, frente al Himavat, Krishna comenzó a hablar a sus discípulos de las verdades inaccesibles a los hombres que viven en la esclavitud de los sentidos. Les enseñó la doctrina del alma inmortal, de sus renacimientos y de su unión mística con Dios. “El cuerpo —decía —, envoltura del alma que en él mora, es una cosa finita; pero el alma que le habita es invisible, imponderable, incorruptible, eterna[1]. El hombre terrestre es triple como la divinidad que refleja: inteligencia, alma y cuerpo. Si el alma se une a la inteligencia, alcanza Satwa, la sabiduría y la paz; si el alma permanece incierta entre la inteligencia y el cuerpo, entonces está dominada por Raja, la pasión, y va de objeto a objeto en un círculo fatal; si, finalmente, el alma se abandona al cuerpo, entonces cae en Tama, la sinrazón, la ignorancia y la muerte temporal. He ahí lo que cada hombre puede observar en sí mismo y a su alrededor[2].
— Pero —preguntó Arjuna— ¿Cuál es el destino del alma después de la muerte?. ¿Obedece siempre a la misma ley, o puede escapar de ella?.
— Jamás la escapa y obedece siempre —respondió Krishna—. He ahí el misterio de los renacimientos. Como las profundidades del cielo se abren a los rayos de las estrellas, así las profundidades de la vida se iluminan a la luz de esta verdad. “Cuando el cuerpo se disuelve, y Satwa (la sabiduría) domina, el alma se eleva a las regiones de esos seres puros que tienen el conocimiento del Altísimo. Cuando el cuerpo experimenta esta disolución, mientras Raja (la pasión) reina, el alma vuelve a habitar de nuevo entre los que están apegados a las cosas de la tierra. Del mismo modo, si el cuerpo es destruido cuando Tama (la ignorancia) predomina, el alma oscurecida por la materia es de nuevo atraída por alguna matriz de seres irracionales”[3].
— Eso es justo —dijo Arjuna—. Pero enséñanos ahora lo que es, en el curso de los siglos, de los que han seguido la sabiduría y van a habitar después de su muerte en los mundos divinos.
— El hombre sorprendido por la muerte en la devoción —respondió Krishna—, luego de haber gozado durante varios siglos de las recompensas debidas a sus virtudes, en las regiones superiores, vuelve a habitar en una familia santa y respetable. Pero esta clase de regeneración en esta vida es muy difícil de obtener. El hombre así nacido de nuevo, se encuentra con el mismo grado de aplicación y de progreso, en cuanto al entendimiento, que los que tenía en su primer cuerpo, y comienza otra vez a trabajar para perfeccionarse en devoción
— De modo —dijo Arjuna— que aun los buenos se ven forzados a renacer y recomenzar la vida del cuerpo. Pero enséñanos, ¡Oh señor de la vida!, si para aquel que desea la sabiduría no hay fin a los eternos renacimientos.
— Escuchad, pues —dijo Krishna—, un grandísimo y profundo secreto, el misterio soberano, sublime y puro. Para alcanzar la perfección hay que conquistar la ciencia de la unidad, que está por encima de la sabiduría; hay que elevarse al ser divino que está por encima del alma, sobre la inteligencia misma. Mas este ser divino, este amigo sublime, está en cada uno de nosotros. Porque Dios reside en el interior de todo hombre, pero pocos saben encontrarle. He ahí la vía de salvación. Una vez que hayas presentido al ser perfecto que está sobre el mundo y en ti mismo, decídete a abandonar al enemigo, que toma la forma del deseo. Domad vuestras pasiones. Los goces que procuran los sentidos son como las matrices de los sufrimientos que han de venir. No hagáis solamente el bien: sed buenos.
Que el motivo esté en el acto y no en sus frutos. Renunciad al fruto de vuestras obras, pero que cada una de vuestras acciones sea como una ofrenda al Ser supremo. El hombre que hace sacrificio de sus deseos y de sus obras al ser del que proceden los principios de todas las cosas y por quien el universo ha sido formado, obtiene por este sacrificio la perfección. Unido espiritualmente, alcanza esa sabiduría espiritual que está por encima del culto de las ofrendas, y siente una felicidad divina. Porque el que encuentra en si mismo su felicidad, su gozo, y al mismo tiempo también su luz, es Uno con Dios. Y, sabedlo: el alma que ha encontrado a Dios, queda liberada del renacimiento y de la muerte, de la vejez y del dolor, y bebe el agua de la inmortalidad[4].
De este modo, Krishna explicaba su doctrina a sus discípulos y por la contemplación interna les elevaba, poco a poco, a las sublimes verdades que se le habían revelado bajo el relámpago de la visión. Cuando hablaba de Mahadeva, su voz se volvía más grave, sus facciones se iluminaban. Un día, Arjuna, lleno de curiosidad y de audacia, le dijo:
— Haznos ver a Mahadeva en su forma divina. ¿No pueden nuestros ojos contemplarle?.
Entonces Krishna, levantándose, comenzó a hablar del ser que respira en todos los seres, el de las cien mil formas, el de innumerables ojos, el de caras vueltas hacia todos lados, y que, sin embargo, las sobrepasa con toda la altura del infinito; el que, en su cuerpo inmóvil y sin límites, encierra al universo moviente con todas sus divisiones.
“Si en los cielos brillara al mismo tiempo el resplandor de mil soles, dijo Krishna, esto se parecería apenas al resplandor del único Todopoderoso”. Mientras hablaba así de Mahadeva, un rayo tal brotó de los ojos de Krishna, que los discípulos no pudieron sostener su brillo y se prosternaron a sus pies. Los cabellos de Arjuna se erizaron sobre su cabeza y encorvándose dijo, juntando las manos:
“Maestro, tus palabras nos espantan y no podemos sostener la vista del gran Ser que tú evocas ante nuestros ojos. Ella nos abruma
Krishna continuó: “Escuchad lo que él nos dice por mi boca: Yo y vosotros hemos tenido varios renacimientos. Los míos sólo de mí son conocidos, pero vosotros no conocéis ni tan siquiera los vuestros. Aunque yo no estoy, por mi naturaleza, sujeto al nacimiento y a la muerte y soy el dueño de todas las criaturas, sin embargo, como mando en mi naturaleza, me hago visible por mi propia potencia y cuantas veces la virtud declina en el mundo y el vicio y la injusticia dominan, me hago visible, y así me encuentro de edad en edad, para la salvación del justo, la destrucción del malvado y el restablecimiento de la virtud. El que conoce, según la verdad, mi naturaleza y mi obra divina, al dejar su cuerpo no vuelve a renacer de nuevo, sino que viene a mí[5]
Hablando así, Krishna miró a sus discípulos con dulzura y benevolencia.
Arjuna exclamó:
— ¡Señor!, tú eres nuestro dueño, tú eres el hijo de Mahadeva. Lo veo en tu bondad, en tu encanto inefable aun más que en tu resplandor terrible. No es en los vértigos del infinito donde los Devas te buscan y te desean; es bajo la forma humana como te quieren y te adoran. Ni la penitencia, ni las limosnas, ni los Vedas, ni el sacrificio valen lo que una sola de tus miradas. Tú eres la Verdad. Condúcenos a la lucha, al combate, a la muerte. A dondequiera que sea, te seguiremos.
Sonrientes y encantados, los discípulos se agrupaban alrededor de Krishna, diciendo:
— ¿Cómo no lo hemos visto antes?. Es Mahadeva quien habla en ti.
Él respondió:
— Vuestros ojos no estaban abiertos. Os he comunicado el gran secreto. No lo digáis más que a quienes puedan comprenderlo. Sois mis elegidos; vosotros veis el objetivo; la multitud no ve más que una pequeña porción del camino. Y ahora vamos a predicar al pueblo la vía de la salvación.
[1](El enunciado de esta doctrina, que fue más tarde la de Platón, se encuentra en el libro I del Bhagavad Gita en forma de diálogo entre Krishna y Arjuna).
[2] (Libros XIII a XVIII Bhagavad Gita).
[3] . (Ibid, libro Y).
[4] (Bhagavad Gita, passim).
[5] (Véase esta transfiguración de Krishna en el Libro XI del Bhagavad Gita. Se la puede comparar con la transfiguración de Jesús, XVI, San Mateo. Véase el libro VIII de esta obra).