terça-feira, 8 de março de 2016

Arthur Powell – La Magia de la Francmasonería Parte 3



CAPÍTULO III 
LOS I. DE T. DEL PRIMER GRADO 

La presentación de los I. de T. del primer grado al hermano acabado de iniciar es uno de los más vívidos y bellos episodios de la ceremonia, al par que las frases con que se describen estos Instrumentos, tomadas de las Sagradas Escrituras son de las más hermosas del Ritual. Casi todo el mundo está familiarizado con estos Instrumentos, pero pocos son los que los han asociado con significaciones más profundas que las indicadas por el S. V. 

Sin embargo, en nuestra interpretación de la Francmasonería tenemos como especial propósito el de ahondar todo lo posible en los significados más ocultos de nuestros símbolos, lo cual ha de hacer posible que demos significación espiritual a objetos y actos completamente ordinarios. Con este ejercicio imaginativo llegaremos a comprender gradualmente que toda acción y todo objeto de nuestra vida vulgar tiene significación espiritual al propio tiempo que material. 

En cuanto comenzamos a estudiar los Instrumentos de Trabajo del primer Grado y meditamos acerca de ellos, nos percatamos casi de una ojeada que no se eligieron al azar entre los útiles de los albañiles. Al contrario, su significación filosófica y simbólica es tan profunda que nos transporta directamente al corazón o núcleo de nuestros más fundamentales conceptos sobre la vida y el trabajo. 
Antes de entrar en materia, bueno será que anotemos de paso la evidente correspondencia existente entre los tres Instrumentos de Trabajo del primer Grado y los tres Principales Oficiales de la Logia. Así, la Regla .de 24 pulgadas que se emplea para medir y planear la obra, corresponde a la Sabiduría del V. M., quien también ha de medir y planear cuando dirige. El M. que se utiliza para golpear tiene relación con el P. V. cuya cualidad es la fuerza, y cuya misión consiste en la transmisión de la energía. El C. corresponde al S. V., porque, así como éste representa el elemento de Belleza, así el C. es el instrumento con que el masón cincela la piedra tosca, creando en ella líneas, superficies y molduras para embellecimiento del edificio. 

Y, si estudiamos más profundamente todavía la significación de nuestros instrumentos de trabajo, descubriremos que representan el conjunto de la vida manifestada en sus tres aspectos de Cognición, Emoción y Actividad. El Yo tiene tres modalidades de conciencia cuando entra en relación con el No-Yo: pues puede conocer, sentir y obrar. Nosotros no conocemos ninguna modalidad más de la conciencia, pues la vida que nosotros experimentamos se halla comprendida en esta triple posibilidad de conocer, sentir y obrar. 

Ahora bien, el conocimiento se deriva de la observación, de la medida que se obtiene al utilizar la Regla de 24 pulgadas en una forma u otra. La Acción es la aplicación de la fuerza, que llevamos a cabo por medio del M., mientras que el C. les el instrumento con que nos ponemos en contacto con la materia del mundo externo y con que ejecutamos nuestra voluntad en ella, contacto que, en términos de conciencia, es la cualidad de sentir. 
De manera, que nosotros "conocemos" con la R. de 24 P. " Sentimos " con el C. y "Obramos" con el M. 

Y si ahondamos más, descubriremos que hay tres cosas necesarias en toda obra inteligente: la primera es nuestro plan o proyecto; la segunda, la energía o fuerza que nos proponemos dedicar a nuestra tarea, y la tercera, el instrumento real con que ejecutamos el trabajo. Claramente se ve que estos tres elementos se simbolizan gráficamente por nuestros tres Instrumentos de Trabajo. Porque hacemos nuestro plan con la R. de 24 P.; aplicamos nuestra fuerza por medio del M. y llevamos a cabo, realmente, el trabajo con el C. De manera, que estos tres útiles son arquetipos de toda posible variedad de instrumentos pertenecientes a las tres clases. 

Pero estudiemos ahora detalladamente estos tres Instrumentos de Trabajo, empezando por la R. de 24 P., que es el más fundamental y trascendental de todos para el hombre. 
La función de la R. de 24 P. consiste naturalmente en medir la longitud. Ahora bien; la medida de longitud es la base de las medidas de todo género en todos los departamentos 
de la vida. como saben muy bien los hombres de ciencia. No existe ni conocemos otra base imposible. Unicamente cuando medimos la longitud de los objetos es cuando llegamos a comprender lo que son. Esto, no sólo se aplica a las líneas, sino, como es natural, también a las superficies, volúmenes y ángulos, puesto que las unidades en que éstos se expresan se basan en último término en la medida de longitud. Así también hemos de decir que la única forma de localizar o determinar la posición de un objeto respecto a otros se basa en el empleo de la medida de longitud, por ejemplo, en el de la R. de 24 P. La forma de los cuerpos no se puede describir si no se recurre a los términos de la medida longitudinal. 

Aun más, no sólo los objetos materiales, sino, además, todo acontecimiento o fenómeno 
de la naturaleza sólo se puede describir y medir en términos de medida de longitud, en último análisis. Así por ejemplo, la luz y el color sólo se pueden medir y, por consiguiente, describir por la longitud o velocidad de sus ondas cuyas dos cualidades implican la medida de longitud como esencial ingrediente. Lo mismo puede decirse respecto a todas las otras formas, como el calor, el sonido o la electricidad. 

El peso de un cuerpo, que no es más que una manera de escribir la fuerza de gravedad, tan importante para el masón, se mide en términos de unidades de longitud. Todas las propiedades de la materia conocidas por nosotros se representan finalmente en términos de medida longitudinal, ya se trate de textura, dureza, elasticidad, calor específico, durabilidad o de lo que sea. Idéntico principio se aplica a la medición de la velocidad y de los movimientos de todo género ya se trate de átomos y moléculas, o de trenes, planetas y estrellas. 

Cuando medimos la energía de los músculos, del vapor, de la electricidad, de la energía interatómica o de la radioactividad no conocemos otro modo de expresar las observaciones o cálculos que el de la regla. 

Otro hecho científico bien conocido es el de que el tiempo no se puede medir más que con términos de espacio, puesto que la única manera de estimar su transcurso consiste en registrar fenómenos de movimiento, movimiento que, como es natural, sólo se puede expresar con términos dependientes de la medida longitudinal. Si careciésemos de nuestro sistema de medición del espacio, no sabríamos como registrar el transcurrir del tiempo. 

De manera que el tiempo y el espacio, la materia y la fuerza, y todas las combinaciones 
conocidas de estos elementos primarios con que se elabora nuestra vida ordinaria, Únicamente pueden medirse, conocerse y comprenderse valiéndose de la medida de longitud, de la R. de 24 P.; es decir, que la base de toda ciencia o conocimiento radica en el empleo de la R. Este principio les aplicable a todos los departamentos de la experiencia y del conocimiento humano, puesto que hasta cuando se trata de arte, de filosofía o de religión es preciso reconocer que las únicas ideas cognoscibles e inteligibles relativas a estas manifestaciones humanas son las que se pueden medir o estimar de algún modo, ya que, en donde la medición termina, es donde comienza la ignorancia o la conjetura. Nuestro saber es tanto como nuestra habilidad en medir, ya se trate de pesar un pedazo de piedra, comode apreciar el valor espiritual de una idea. 

No obstante, existe aun otro campo de aplicación de la R. de 24 P. Por necesidad ha de ser ella el primer Instrumento de Trabajo del Masón, ya que, hasta tanto que haya sido aplicada la R. de 24 P. no se puede emplear útilmente ningún otro. Todo trabajo útil se realiza aplicando los instrumentos de trabajo donde corresponde, lo que únicamente se puede hacer bien valiéndose de la R. Si así no se hiciera aquéllos se convertirían en instrumentos destructivos. El arte de la vida consiste en aplicar nuestros poderes y facultades, que son nuestros instrumentos, en el sitio y momento precisos. 
Creo que es clarísima la razón de que la R de 24 P. sea el primer I. de T. que se entregue 
al A. Ella es, naturalmente, la primera cosa esencial en la ejecución de obras de todo género, y lo es también de la adquisición del saber en que se basa la habilidad de todo artífice. Si nos percatamos bien de la naturaleza y objeto de la R. de 24 P. se nos revelará el maravilloso tesoro de significación simbólica existente len los símbolos vulgares de la Francmasonería. Este estudio preliminar del primer I. de T. con que tropezamos en nuestra vida masónica ha de facilitarnos el camino para llegar a comprender los otros instrumentos de este Grado, el M. y el C., que vamos a estudiar a continuación, empezando por el M. 

Hemos visto antes ya que el M. representa el poder o la fuerza, ya que es un instrumento que sirve para golpear. Representando el método más sencillo y elemental de aplicación de la fuerza, es el símbolo de todas las formas físicas, morales, mentales y espirituales de la misma. El que sea esto así se aclara cuando se explican los I. de T. en el primer grado, diciendo que son símbolos del trabajo manual, al propio tiempo que de la parte superior de la naturaleza humana, o sea, de la conciencia. 

Ahora bien, la vida del hombre consiste en mover la materia, en trasladarla de un lugar a otro, principio que puede aplicarse tanto a las formas supremas del trabajo filosófico y espiritual, como a las actividades puramente mecánicas o manuales. Toda acción se reduce en último extremo a mover materia, ora se trate de la substancia de la tierra y de todos los objetos que con ella fabricamos, ora de la materia de las mentes humanas, de la substancia de las almas y hasta de la urdimbre imaginativa con que se crean los sueños. La fuerza blandida por el hombre y el poder que éste ejerce sobre la materia y los acontecimientos, consisten al fin y al cabo en que puede mover la materia de un lugar a otro. El primer instrumento que imaginó el hombre primitivo para mover la materia del plano material es el M.; y cuando fabricó el mazo o martillo rudimentario, que probablemente consistiría en un pedazo de piedra que asía con la mano, inauguró una nueva era; la era de las herramientas, la era en que empezó a valerse de cosas ajenas al cuerpo para conseguir lo que se proponía. Este paso dado en la evolución es tan importante, que algunos hombres de ciencia han definido al hombre como animal fabricador de instrumentos. Y traduciendo esta definición al lenguaje masónico  podríamos decir que el hombre es un ser que lleva un M. en la mano. El hecho de que el hombre se atreviese a agarrar este M. es un acto de significación importantísimo; ya que 
con ello dió comienzo la aurora de la conciencia del poder, aurora en que el hombre tuvo el primer vislumbre de su divinidad latente. Hoy día el Maestro de la Logia es el hombre que ase el M. con la mano, para simbolizar el derecho que tiene a dirigir la Logia. 

Permítasenos una pequeña digresión en el campo de la ciencia natural, pues quizás sea interesante examinar como todo fenómeno, así como todas las actividades del hombre y de las máquinas se deriven del empleo del M., de la descarga de un golpe. 

Todas las fuerzas de la Naturaleza son descargas o golpes. La luz consiste en una forma de impulso dado al éter o a los corpúsculos; esto mismo vienen a ser el sonido, la electricidad, el magnetismo y, probablemente, la afinidad química y la gravitación. El viento es el golpeteo de unas partículas de aire contra otras; la música de los árboles es el choque de sus ramas; las florecillas y los árboles se abren camino en la tierra a fuerza de empujar; las olas arremeten contra la costa, y las partículas de agua se empujan al descender por el lecho del río hacia el océano. En todo fenómeno se observa que las partículas de materia se golpean y empujan entre sí incesantemente. La Naturaleza ase un M. en cada una de sus infinitas manos. 

También las máquinas fabricadas por el hombre son M. perfeccionados, puesto que todas ellas se basan en la proyección o descarga de golpes o impulsos. Él hace que el fuego lance partículas de combustible y que produzca calor y gases. Él hace que el vapor impulse al pistón, y que cada miembro de la máquina empuje al que él le conviene. Él hace que la fuerza magnética haga girar a la armadura y que se produzca electricidad. Él hace que la electricidad hienda el éter y transmita su mensaje por toda la tierra. En las primeras etapas de la evolución humana el hombre es el M. de sí mismo, y utiliza la fuerza de sus propios músculos; pero a medida que su alma se desarrolla, se va apoderando de los M. de la Naturaleza, y ordena a ésta que le obedezca, unciendo sus energías para que le sirvan. La Naturaleza acaba por convertirse en su M., en su sierva. 

Esta es la primera lección del M. La lección de la fuerza o poder del músculo, la sensación, la moción, el intelecto y la espiritualidad. Este poder es ilimitado, porque dentro de nosotros existe una reproducción del G. A. D. U. cuyo poder es omnipotente, como se nos dice en la Apertura de la Logia. Más tarde trataremos de esto, cuando estudiemos la significación especial del M. al trabajar en conjunción con el C., porque la individualidad del masón encuentra su expresión en el filo del C. 
Estudiemos ahora el C. La fundamental del C. consiste en su poder de cortar, de abrirse paso en la materia. Para poder realizar su función perfectamente ha de tener un filo cortante y resistente en proporción a la obra que con él se ha de realizar, y. además, ha de ser capaz de recibir y transmitir la fuerza que se le aplique por medio de las diferentes clases de mazos. 
En casi todas las artes, oficios e industrias se utilizan instrumentos cortantes, y basta examinarlos cuidadosamente para percatarse de que todos ellos se basan en el cincel y son modificaciones y aplicaciones de esta herramienta. Para comprender esto mejor, estudiemos las artes de trabajar la madera, el metal o la piedra. 

Los variadísimos instrumentos ideados para pulir los materiales, o para hacer estrías y molduras en ellos consisten en cinceles de diferentes modelos fijos en mangos o asas. Similarmente, todas las clases de taladros, barrenas o brocas se abren paso en el material 
por medio del biselado borde de cincel existente en el extremo de la herramienta. Todas las variedades de limas y sierras consisten, también, en numerosos cinceles, pues cada diente es un cincelito que corta precisamente como todos los cince1es lo hacen. El agricultor se vale de un cincel en forma de arado, grada o azada, para abrir la tierra; y las hoces, guadañas, segadoras mecánicas, etc., no son sino cinceles a los que se ha dado una forma adecuada con lo que de ellas se exige. Las tijeras y tenazas de los obreros son cinceles unidos a pares. Hasta todas las formas de pulverización, de molienda y de bruñido que constituyen la base de muchos oficios, se fundamentan en el principio del cincel, pues las diminutas partículas de la muela actúan como pequeñísimos cinceles, que fragmentan el material con que entran en contacto. 
No es necesario proseguir para percatarse de que todos los instrumentos cortantes utilizados por el hombre son cinceles cuya forma depende de la naturaleza del trabajo que han de realizar . 

La aplicación del principio de esta herramienta a los mundos moral y mental es fácil de descubrir. Así como el C. del trabajador de la piedra ha de estar fabricado con material y bien templado, ha de tener un filo cortante y ha de ser capaz de recibir y transmitir la energía que se descargue sobre el mango; así también el masón especulativo ha de poseer cualidades morales, facultades mentales y poderes espirituales con características correspondientes. El hombre solo puede actuar sobre el mundo que le rodea e incluso sobre su naturaleza propia, aplicando los poderes que en sí posee por medio de los órganos de sus diversas facultades. El material de que han de estar hechas estas facultades ha de ser sano: sentimientos generosos y buenos, una mente bien dotada, y educada, una naturaleza espiritual pura y profunda. En todos los actos que haya de realizar él, sus poderes o energías han de dirigirse a un punto o filo, concentrándose en la obra; porque si no hay concentración, la fuerza se dispersa y el éxito es imposible. El hombre debe abrirse paso neta y puramente a través del laberinto de la vida, sin consentirse jamás desviaciones del propósito trazado. En lo moral, no debe apartarse de la estricta línea de la virtud; en lo mental, su mente no debe torcerse ni perder la dirección: ha de abrirse paso entre lo falso y lo aparencial, desdeñando lo que no es esencial, para concentrarse en lo que lo es; en lo espiritual, ha de poseer veraz y penetrante discernimiento, de manera que pueda ahondar en el corazón de las cosas y ver lo invisible tras de lo visible. 

Además, los poderes del hombre han de estar en condiciones de resistir la prueba de las 
dificultades, obstrucciones y golpes producidos por las desilusiones y el fracaso, porque entonces es cuando se ponen verdaderamente a prueba el verdadero temple y la calidad de aquellos poderes. A veces, queda destrozado al hacer un esfuerzo violento, del mismo modo que el filo del cincel se mella, y a veces, es desviado de su propósito, como el borde del cincel. La naturaleza del hombre puede destrizarse o quebrarse como el material de una herramienta deficientemente fabricada, o puede resistir su labor sin desviarse con perfecta elasticidad y rebote como el bien templado acero. 
Una vez estudiados los tres I. de T. por separado y con algún detalle, quizás sea conveniente comparar y contrastar las funciones pertenecientes a cada uno de los miembros del grupo. 

Al principio no podemos menos de pasmarnos ante las diferencias fundamentales y radicales existentes entre la función de la R. de 24 P. y las del M. y del C. El primero es 
esencialmente un instrumento estático, los otros dos son dinámicos. Aquél indica el camino; éstos, lo recorren. La R. de 24 P. sólo puede emplearse bien cuando está estacionaria; mientras que los otros instrumentos sólo son útiles cuando se ponen en movimiento. 

La R. es rígida, inflexible y fija; además, su longitud se ha determinado de una vez para 
siempre: los otros dos son esencialmente móviles, flexibles y capaces de adaptarse infinitamente a las necesidades del trabajo y del operario. La R. es impersonal, mientras que en el M. y el C. se infunde la personalidad del individuo que con ellos trabaja. 

El Aprendiz se percata fácilmente de lo que todo esto significa. En la vida hay siempre polos de espíritu y de materia; y mientras que los principios de la vida son fijos, las aplicaciones de los mismos al trabajo práctica han de ser infinitamente flexibles. Los ideales impersona1es deben dirigir a las energías personales. Y así como cada golpe dado con el mallete sobre el C. ha de tener por objeto el cortar la piedra en la medida señalada por la R. de 24 P., así también los actos del masón han de obedecer fielmente a los mandatos de la mente. Toda obra inteligente ha de ir precedida de un proyecto, cuya tarea sólo puede realizarse con la mente, la cual toma sus medidas y dirige todas las actividades hacia el fin propuesto. 

Así, pues, los tres I de T. del primer grado representan la triple naturaleza del hombre o, por lo menos, su triple naturaleza externa, o sea, el cuerpo, los sentimientos y la mente. 
El hombre se diferencia de los animales por su mente, su inteligencia, su poder de planear cosas, en una palabra, por su R. de 24 P. y así como la R. de 24 P. es necesariamente siempre el instrumento primero y más importante de que se vale el albañil y determina el uso que éste hace de las demás herramientas, así también la mente es de suprema importancia para el hombre, ya que de su correcto empleo depende su naturaleza de hombre. La función de la inteligencia consiste en dar órdenes; y la de los deseos y del cuerpo, en obedecer. 

Estudiando detenidamente la significación del mallete y del cincel como instrumentos de utilización acoplada, pueden descubrirse cosas de gran valor para los masones; pero si tal hiciéramos, elevaríamos nuestro estudio hasta un grado superior. Estudie el aprendiz su propia naturaleza con paciencia y perseverancia, separando en su conciencia tan distintamente como le sea posible los tres factores de su yo externo: el cuerpo, los sentimientos o sensaciones y la mente. Luego, ha de ver en el M. la representación simbólica de todo poder que le da energía, el cual debe aprender a dirigir y manejar. En este poder ha de descubrir la Fuerza Omnipotente. En el C. ha de ver todas sus facultades, las cuales debe desarrollar, educar y atemperar a los propósitos de la obra que tiene ante sí, que no son otros que la construcción del Templo Sagrado. 

Y en la R. de 24 P. ha de descubrir su humanidad, Divino poder de la razón que ha de adueñarse de la morada corpórea, irigiendo todas las cosas hacia el único gran objetivo: el servicio del hombre y la gloria del G. A. 

Y a medida que pondere todas estas cosas y perfeccione sus facultades de forma tal que la energía en él existente pueda obedecer por medio de éstas a los mandatos de la mente realizando bellas obras de artífice, descubrirá el secreto de su individualidad, que al emerger en el mismísimo filo de su cincel le capacita para dibujar su marca única y singular, signo de su propiedad exclusiva por derecho de nacimiento que sólo él puede trazar.