quinta-feira, 14 de novembro de 2019

Dion Fortune El Espino Sagrado


Apenas se entra en la Abadía, cerca de una vieja pared gris calentada por el sol, se yergue un espino nudoso, con escaso follaje y ramas delgadas, viejo y débil. A este árbol de aspecto miserable y desgastado por el tiempo, vienen a rendirle homenaje peregrinos de todas partes del mundo, porque es el vástago del báculo de San José. No es, por cierto, el Báculo mismo, ya que este fue cortado por un fanático puritano como un acto de fervor religioso durante el gobierno del Regente; de todos modos, es un descendiente inmediato,ya que del famoso árbol se sacó un vástago y fue plantado en el jardín de los monjes, dentro de la Abadía. Existe de ese mismo tronco un árbol hermano, que luce más floreciente y que, se supone, es más joven, en el patio de la bella iglesia de San Juan y de este árbol vienen cada año las flores que, nacidas fuera de su estación, adornan el altar para la Navidad.
Sobre estos dos viejos árboles distintos a los demás, se cuenta una rara historia. Es muy cierto que en la primavera se llenan de follaje y de flores, junto con los otros espinos ingleses, pero en mitad del invierno, en medio de los vientos helados y los fríos cielos grises, aparece otra florescencia, y entre las bayas secas y las ramas desnudas cuelgan nudos de flores de color crema.
Los botánicos nos dicen que estos viejos árboles son forasteros en nuestro medio; no pertenecen a la trinidad inglesa de "roble, fresno, y espino", sino que son exiliados al lado de las lagunas tranquilas de los páramos del Westland. Sin embargo, estos árboles no se olvidan de Sión, y cuando llega la primavera en la Tierra Santa producen yemas y flores, pues son espinos del Levante, y la historia de su llegada a Glastonbury se remonta a la bruma de la leyenda: Salvo estos dos árboles de Avalon y sus vástagos, no se conoce ningún otro árbol similar en Occidente.
La tradición no tiene dudas sobre su origen. Su padre fue el báculo en que se apoyaba el anciano José de Arimatea, nuestro primer misionero. Después de la muerte de Nuestro Señor, cuando la cristiandad comenzaba a difundirse por el cercano Oriente y por la cuenca del Mediterráneo, la Palabra le fue dicha al anciano santo de que debía llevar el mensaje de Cristo a las Islas del Oeste. Y él siguió el camino de los barcos de hojalata, con la proa siempre hacia el Noroeste, hasta que vio ante sí un 'cerro como el Monte Tabor, el Cerro de la Visión, y allí desembarcó e hizo su hogar, y contó su historia a las tribus salvajes de los enmarañados bosques y pantanos, las que, sin embargo, no eran tan salvajes como para no poder comprender la historia del Cristo Niño, cuando la escucharon; y al hombre anciano que vino en nombre del Príncipe de la Paz le dieron cinco hectáreas de tierra fértil y bien regada, y permitieron que él y sus hermanos pudieran vivir entre ellos y contarles la Buena Nueva. 
En el cerro Wearyall, el largo, bajo espolón que se proyecta hacia los pantanos, el primer suelo firme entre Avalon y el mar en esos días, San José pisó suelo inglés, y clavó su báculo en la cálida y roja tierra de Westland, al tomar posesión de nuestras islas para el reino espiritual de su Señor, un reino no hecho con la manos, eterno en los cielos.
Y la bondadosa tierra de Westland recibió el viejo báculo amorosamente, de modo que la vida despertó de nuevo en las fibras resecas; y he aquí que el báculo se llenó de yemas y floreció, aparecieron las hojas verdes y las flores mostraron su color blanco cremoso entre los pastos grises de invierno de las praderas de Somerset. De modo que el fatigado santo tuvo allí su primera Navidad, con la promesa del báculo para alegrar su corazón entre nuestros campos grises y nieblas densas y bajos cielos invernales. El Espino de Glastonbury fue el primer árbol de Navidad en nuestras islas.
Por el milagro del Báculo en Flor, Dios puso Su sello en la misión de San José. La señal del cerro como el Monte Tabor había sido cumplida, y ahora este último milagro no podía dejar duda alguna en la mente del pequeño grupo; con alegría construyeron la primera iglesia en Gran Bretaña, hecha de mimbres cortados en las riberas del lento Brue y fijados con barro de las zanjas que drenaban las tierras de pastoreo a los pies del Peñasco.
Y sus grandes esperanzas fueron justificadas, porque los hombres del pantano y de Mendip, y hasta los pescadores del Severn, se alegraron con la Buena Nueva y les dieron la bienvenida como mensajeros muy amados y largamente esperados.
Aquí también se levantó una de las primeras y más nobles iglesias de piedra en estas islas, pues los hombres de Westland, aprendiendo la Verdad de labios de uno de los que la había aprendido de Nuestro Señor, fueron bien enseñados, y nunca volvieron a los Viejos Dioses otra vez, sino que amaron y adoraron a Cristo en sus corazones y Lo veneraron con sus manos. Se dice que un hombre puede viajar a lo largo y a lo ancho del West Country y jamás dejará de ver las hermosas torres durante el día ni dejará de oír el sonido de sus dulces campanas, por la noche. Realmente, en los días antiguos, la costumbre afable y bondadosa era poner un faro en la torre de la iglesia, al anochecer; de modo que los viajeros en el pantano pudieran ver el camino, y las ventanas de ese faro se pueden ver aún hoy en muchas torres; hay incluso algunas iglesias en las que la ancestral y amable costumbre se mantiene aún, y algunos tañidos de la campana en la oscuridad permiten que los viajeros puedan llegar a su casa sin peligro.
En algunos de estos cementerios de iglesia hay antiguos espinos, retoños de los vástagos del báculo del viejo santo. Los hombres de Somerset de hoy en día, que entierran a sus muertos en medio de sus raíces enmarañadas, no saben la historia del viajero de tierras remotas que reside temporalmente entre los tejas, pues los árboles, apartados de la "tierra más sagrada de Inglaterra", no conservan su hábito de florecer en Navidad; pero sus hojas anchas y suaves, de un verde más oscuro que nuestro espino inglés, hace que se destaquen de entre los árboles del seto, aun cuando los ojos oscuros y la piel olivácea del viejo santo y de sus camaradas deben haber contrastado con la piel blanca y los ojos grises de los hombres de las tribus.
Pero en otros cementerios de iglesia hay espinos jóvenes y esbeltos, tiernamente custodiados y venerados, traídos como reliquias sagradas por los modernos peregrinos que van en tren o en automóvil a la antigua Avalon. Y aunque puedan no cumplir con la tradición de florecer en Navidad, lejos del benévolo valle de la isla de Avalon,Donde no cae nieve ni granizo ni lluvia, y el viento jamás sopla fuerte,son sin embargo testigos de un cuidado renovado por los hermosos símbolos de las cosas sagradas. Glastonbury, la Isla de los Santos, es una vez más nuestra Jerusalén inglesa, y desde sus profundos pozos se extrae un agua dulce para refrescar el alma. Una vez más comprendemos el regalo, que no tiene precio, de los lugares sagrados, y los dos viejos árboles oyen el canto de los himnos cuando los sacerdotes y la gente caminan en procesión de un árbol al otro atravesando las calles del pueblo de techos rojos. Una vez más, el incienso se cuela entre las ramas nudosas y las capas consistoriales, y las vestiduras resplandecen gloriosas contra sus hojas oscuras, pues la iglesia recuerda su herencia.

quarta-feira, 13 de novembro de 2019

Dion Fortune Wearyall


Desde las afueras de Glastonbury, una larga y elevada lengua de tierra se extiende hacia los pantanos. En su flanco norte hay un pequeño plantío famoso por sus serpientes; en su extremo más distante se yergue un solo roble; el resto está cubierto de hierba fragante y espesa, verde como sólo puede serlo la hierba de Westland. Por su lado sur, serpentea un estrecho camino que se hunde y eleva, ajustándose al contorno del suelo con la perversa falta de atención por la comodidad humana que es tan característica de los caminos antiguos, hechos antes de que el hombre dominara por fin a la Naturaleza en estas islas.
Hacia el Norte, a lo largo del llano, se encuentra el moderno camino a Street, el pueblo cuáquero industrial que se halla en medio de las verdes praderas acuáticas. Los dos caminos se encuentran en la cima de la colina de Wearyall, donde yace el antiguo cruce del río, el Pons Perilis de la leyenda de Arturo.
Entre ambos, estos dos caminos nos cuentan la historia inglesa, un cuento escrito en los mapas de caminos de nuestra tierra, si nos interesáramos en leerlo. ¿Por qué el antiguo camino serpentea alrededor de las tierras altas, y el camino moderno bordea los campos? ¿Por qué se encuentran en el puente, y desde ahí van juntos -moderno pavimento sostenido por antiguos pilotes- hacia las lejanas Polden Hills, para desde allí trepar a las tierras altas nuevamente y seguir sus declives y sinuosidades hasta Bridgwater?
En el pasado, las verdes praderas alrededor de Glastonbury eran pantanos. Hasta hoy dependen de los diques en la Bahía de Bridgwater, para su protección de las mareas altas en la primavera. Entre uno y otro campo hay profundas rías que descargan en los ríos. A través de estos lugares pantanosos y traicioneros, un camino podría construirse sólo sobre un terraplén; por lo tanto, dentro de lo posible, los antiguos caminos seguían el suelo firme, ya que el duro ascenso por la empinada cuesta es menos pesado que intentar cruzar las cenagosas tierras bajas. Hoy los pantanos están desecados por sus rías, las acequias están cuidadas como un jardín, y las malolientes salinas donde los hombres del lago tenían sus viviendas son ricas tierras de pastoreo.
El camino moderno va derecho a través de los campos llanos, pero el sinuoso camino serrano custodia sus memorias. Al lado del camino moderno surgen las casas de campo de ladrillo, las estaciones de servicio y las confiterías. Al lado del tortuoso camino serrano están las antiguas casas campesinas, hechas con pesadas piedras de Mendip cortadas en grandes bloques, algunas de ellas de un suave color azul de Reckitt, ocre y rosa. Sus puertas de poca altura se abren directamente a un sendero de lajas inmensas, seis veces más grandes que las piedras del pavimento de Londres. Estas casas son muy antiguas. No hay rastros aquí de las piedras de la Abadía en su estructura; estaban allí y albergaban a su gente mientras la Abadía era el centro de la vida de Glastonbury y los hombres pensaban que existiría siempre.
En una doble hilera, las casas se suceden a los lados del camino antiguo, a medida que este trepa trabajosamente por la colina. Antiguamente, los hombres buscaban las tierras altas para huir de las fiebres de los pantanos y de los estrechos callejones y plazoletas del pueblo medieval. Al cabo, las casas se convierten en una sola hilera, y luego cesan, y el camino sigue solo, bajando y subiendo sobre los espolones de la sierra, hasta que cae abruptamente hasta la cabecera de puente. Aquí se encuentran el camino antiguo y el moderno, ya que por muchas millas es el único suelo firme. En alguna otra parte, un puente tendría que ser construido con grandes estribos, y así como el primer escollo de arena en el Támesis decidió la situación de Londres, así los detritos de Wearyall deciden dónde el moderno camino y el antiguo sendero para caballos de carga cruzarán el Brue. Cada camino cuenta su historia, si nos preocupáramos por leerla; nunca se construye un camino por casualidad -siempre hay una necesidad humana por detrás- y en los senderos abandonados y en las modernas arterias podemos leer la historia de la Inglaterra industrial.
El río y el camino hacen de la cabecera de Wearyall un lugar rico en historia. Los veleros que suben por el río encuentran allí el primer lugar, donde es posible desembarcar, y así José de Arimatea golpea con su báculo en la tierra de Wearyall. El camino, sostenido por pilotes a través de los pantanos, es un sendero desolado y sin casas hasta que llega a tierra firme en la cima de una larga colina de baja altura. Aquí, por lo tanto, debe estar el primer hospedaje para los viajeros, después de las millas fatigosas por el desolado camino del pantano. Aquí, por lo tanto, es que los Caballeros de Arturo -en la búsqueda del Grialpasan la última noche de su peregrinación, ya que los pueblos medievales cierran sus puertas cuando anochece, y los viajeros tienen que pernoctar fuera de sus murallas si llegan a ellas demasiado tarde. ¿Acaso no podemos imaginar cómo los peregrinos, fatigados por ese último tramo por los pantanos, deben haber observado las luces de la Ciudad Santa de Inglaterra fulgurando entre sus colinas, mientras esperaban la apertura de las barreras al amanecer?
Se dice que en Wearyall, las santas -atraídas por la santidad de Glastonbury- hicieron su hogar, lejos del conflicto ruidoso y alborotador de las estrechas calles del pueblo. Ellas, por lo tanto, fueron las que sirvieron en el albergue que atendía las necesidades de los viajeros.
Fuera y más allá de la cabecera de Wearyall, en una isleta baja entre los pantanos, estaba la ermita para quienes deseaban completa soledad. El pantano las protegía de la invasión de los extraños; los hombres del lugar las veneraban. Allí, bajo la protección de su propia pureza, Santa Brígida y sus bondadosas acompañantes servían y amaban a Dios en el silencio de las tranquilas y pardas aguas de turba de las lagunas.
Al lado del Pons Perilis había una capilla, que dio nombre a ese puente. No fueron los peligros del cruce del río los que hicieron temible este lugar, sino los terrores espirituales que aquí acosaban al peregrino en la etapa final de su viaje. Aquí estaba el último lugar donde el Diablo podía atacarlo, pues más allá estaba el suelo sagrado, y aquí debía esperar forzosamente durante las horas de oscuridad cuando el Diablo estaba afuera. Los Caballeros del Grial no dormían después de su viaje a través de los pantanos; velaban ante el altar hasta que el viejo sacerdote venía a dar la misa de medianoche: la misa que parecía convertirse en una orgía diabólica ante sus ojos. Es la antigua historia de las pruebas del alma del peregrino, y la última de ellas es la aparente transformación de las cosas sagradas en archidiabólicas.
Pero si los caballeros resistían sin retroceder, y mantenían la larga vigilia sin caer dormidos, al amanecer se realizaba una misa en la que el Hijo de Dios se manifestaba realmente ante sus ojos. Entonces proseguían su viaje hacia la tierra sagrada de Avalon, para ser homenajeados por el Rey Pescador y ver el Grial con su custodia de vírgenes. Y algunos morían de éxtasis ante esa visión, y ninguno volvió jamás a caminar como hombre entre los hombres. El camino en Wearyall es la última etapa de la peregrinación al Grial.
Fue aquí, en esta cabecera de Wearyall, que el Rey Arturo recibió la cruz de cristal de las manos de Nuestra Señora, la cruz que grabó en su escudo y que lució en su estandarte y a cuyo amparo, peleó con los idólatras y los conquistó; la cruz que más tarde fue inscripta por los abades de Glastonbury en su gran sello.
Dicen que una noche, el Rey Arturo, mientras era agasajado por las monjas de Wearyall en su hospedaje, fue convocado en un sueño, a ir a la capilla en el Pons Perilis, y allí estuvo presente en la misa de medianoche donde Nuestra Señora sirvió en el altar y entregó a su Niño al sacerdote, para el sacrificio.
Al término de esa comida mística, tomó de su cuello la cruz de cristal y se la dio al rey para que con su poder y pureza pudiera conquistar a los paganos. De modo que Arturo ya no luchó más bajo el dragón escarlata de Wessex, sino bajo la clara cruz blanca de Nuestra Señora. Esta fue su más íntima aproximación a la Visión del Grial.
Allí, de pie en la cima de Wearyall, y mirando hacia atrás el pueblo de techos rojos entre sus árboles y estrechos valles, está toda la historia de nuestra Jerusalén inglesa a nuestros pies; el lento río que custodia al pueblo de los habitantes del lago; el lugar donde desembarcó José; la capilla de la vigilia de los caballeros; toda la historia de Avalon se esboza en la larga, estrecha lengua de tierra con forma de ballena que se interna en los pantanos, pues, mucho más que la voluntad de los reyes, son la tierra y sus caminos los que hacen historia.

Dion Fortune La Avalon de los Santos Célticos


Hay otra atmósfera dentro de los alrededores de la Abadía, parecida a la de las iglesias medievales, que impregna al pueblo como la fragancia del incienso. Ir de la gran nave hasta la Capilla de St. Joseph es ir de un mundo a otro. La tradición nos dice que esta capilla hermosa e intrincada se construyó alrededor de la antigua iglesia de mimbre de los primeros misioneros cristianos que llegaron a nuestras islas, y no hay razón para dudar de la verdad de la tradición.
En estas islas hubo una cristiandad antes de que Roma empleara su mano organizadora en ellas. Hubo una iglesia céltica que no reconoció al Papa, salvo como uno entre muchos obispos. Hubo tres centros sagrados en Gran Bretaña desde donde se diseminó la Luz del Oeste, y el más grande de ellos fue Glastonbury. La historia nos dice que la cristiandad llegó primero a estas islas desde Irlanda, la Isla de los Santos, pero la leyenda nos dice que vino directamente de Palestina. Sea como fuere, fue en Avalon que la cristiandad vio primero la luz del día en estas islas, y la antigua iglesia de mimbre fue su cuna.
Tantos hombres santos han rezado y muerto en Glastonbury que la atmósfera espiritual está viva y llena de luminosidad. El polvo de sus restos, al mezclarse con la tierra, santifica el suelo que se halla bajo nuestros pies.
Aquí no hubo mártires hasta que Enrique VIII eligió sus víctimas: hombres santificados por su vida, no por su muerte.
San Patricio cruzó el Mar de Irlanda en su frágil embarcación y llegó aquí, organizando a los solitarios ermitaños bajo una disciplina. También Santa Brígida, la más amada de las solitarias, tuvo su celda en Beckary, apenas una elevación del suelo que está más allá de Wearyall. Allí dejó sus instrumentos de tejido, y hace algunos años un pastor encontró allí una campana de bronce de la más antigua hechura y la entregó al Pozo del Cáliz para la capilla, donde sus dos dulces notas solían llamar a los feligreses, a la mañana y a la tarde.
Que se trataba de la campana de una mujer es indudable, pues los agujeros para los dedos de los cuales se sostiene son tan pequeños que sólo los dedos de una mujer podrían usarlos. Se dice que San David llegó aquí desde Gales, junto con otros siete obispos, a fin de poder dedicar la iglesia recientemente construida, a la Virgen María; pero Nuestra Señora se le apareció en un sueño y le dijo que la iglesia ya le había sido dedicada a ella por la santidad del suelo, de modo que el buen santo bendijo a los venerables hombres de la isla y partió, dando gloria a Dios.
Fue en Beckary donde el Rey Arturo, convocado por un sueño mientras dormía en el convento de monjas en Wearyall, vio el prodigioso sacramento en que el Niño Santo era el sacrificado en el altar, dejado allí por Su Madre. Fue allí, en la Isla de Bridget, llamada "Pequeña Irlanda", donde Nuestra Señora dio a Arturo la maravillosa cruz de cristal que, a su vez, fue dada por él a la Abadía de Glastonbury. Arturo grabó esta cruz de cristal en su escudo, plata sobre verde, en memoria de la gracia de la Reina del Cielo, y más tarde los monjes de la Abadía la hicieron también su blasón, y hasta hoy puede verse como parte de su escudo de armas.
En esos días, no había verdaderas reglas monásticas. Los santos vivían como ermitaños en lugares sagrados, y cada uno era la ley para sí mismo. Gradualmente, debido a la cercanía, empezó a aparecer un cierto código de disciplina. Por los peligros de la época,raramente las mujeres eran anacoretas; forzosamente tenían que vivir detrás de sólidas paredes para su protección. Las santas parecen haber tenido para sí la tierra distante y más elevada de Wearyall, con su isla de Beckary, pues antes de que se construyeran los grandes diques a lo largo de la Bahía de Bridgewater la marea llegaba hasta el pie de Wearyall, y todos los páramos actuales eran una salina llena de los chillidos de las aves marinas.
En Glastonbury no hubo una vida monástica regular hasta que los benedictinos trajeron sus enseñanzas y sus reglas. La primera cristiandad en estas islas no fue romana sino céltica, y para los cristianos célticos, el Papa no era sino un obispo más entre muchos otros.
Los devotos, hombres y mujeres, llevaron la luz de la fe a las tribus salvajes del Norte y del Oeste, y para su inspiración miraban hacia la sagrada Irlanda, no hacia Roma. Pero poco a poco, la influencia de Roma se afirmó en todas las iglesias, y las primitivas costumbres y tradiciones locales fueron absorbidas y unificadas, hasta que hubo una sola iglesia en la cristiandad.
Las personas contemplativas que se reunían alrededor del Pozo Sagrado en Glastonbuy fueron organizadas bajo las reglas de San Benedicto, y las paredes de la Abadía empezaron a construirse. La Capilla de San José se levantó, en realidad, para cercar la humilde iglesia de mimbre de los primeros ermitaños.
El arte y el saber vinieron a Glastonbury, y se empezó a construir la gran propiedad que los mantenía; muy lejos, sobre los páramos, encontramos el escudo de armas de la Abadía, sobre las puertas de los antiguos y grises graneros de piedra, que aún hoy siguen en pie. Lejos de Londres y de las turbulentas plazas fuertes de los magnates, protegida por pus pantanos, Glastonbury se convirtió en un jardín de vida cristiana. Ningún otro lugar en estas islas podía competir con ella en cuanto a antigüedad de tradición, pues en su primer santo tenía un vínculo con Nuestro Señor. Siglo tras siglo, la vida espiritual del lugar creció como una gran enredadera, y esa vida según toda evidencia, parece haber sido de una pureza singular.
Glastonbury está santificada por las plegarias y el polvo de los hombres y mujeres santos. Muchas generaciones de ingleses recorrieron el sendero de los peregrinos a través de los pantanos, y los ojos de toda Europa se volvían hacia esa ciudad como hacia un refugio sagrado. Es esta intensa vida espiritual la que construyó a la Avalon invisible; es el fuego de este hogar de fe el que da calor hoya nuestros corazones cuando estamos en "la tierra más sagrada de Inglaterra". Sus piedras están tan llenas de recuerdos que no podemos sino recordar, y el alma se conmueve y piensa en Dios.
Porque en esta isla, en los pantanos, se ha pensado tanto en Dios, ha sido tan amado y servido en ella, que El se encuentra muy cerca, y el velo que oculta el santuario es muy sutil. Si Dios se acercó o no a Glastonbury, ¿quién puede decirlo? Pero Glastonbury se acercó mucho a Dios, y la fragancia de esa Presencia aún persiste.

Dion Fortune La Isla de Avalon


No hace tanto tiempo que Avalon dejó de ser una isla. Una anciana, sentada a la puerta de su casa, me dijo que su abuela podía recordar cómo el agua subió hasta la iglesia de San Benigno cuando los grandes diques reventaron y el agua invadió Bridgwater Bay, a cuarenta kilómetros de distancia. Todas las tierras en los alrededores de Avalon son bajas, a poco más de un metro por debajo de la marea alta, y eran salinas hasta que se construyeron los diques en la bahía. El Brue, un arroyo desagradable y lento, que fluye entre altos terraplenes, puede desaguar sólo en el Bristol Channel cuando baja la marea, a través de grandes compuertas que impiden que el mar avance. Las rías están por todos lados, desaguando las praderas, cada una con su hilera de sauces podados. En esta parte del mundo se los llama Rhines, nombre que apareció con los ingenieros de las tierras bajas quienes, criados en un encalladero, conocían el arte del diques y acequias, y ganaron muchas tierras al mar para nuestros antepasados.
Hay una historia que cuenta que un astrólogo le dijo al duque de Monmouth que se cuidara del Rin, pues allí encontraría la muerte. La noche anterior a la batalla de Bridgwater recordó en son de broma la antigua profecía, y afirmó que, por el momento, no corría peligro. Pero fue una de esas rías la que confundió a su ejército y lo llevó a la derrota.
Las praderas acuáticas son de ese verde esmeralda que sólo puede verse donde el subsuelo se encuentra cerca de la superficie. Viajando por tierras resecas en medio del verano, uno sabe que Avalon está cerca, por el verdor de la tierra. Por todos lados hay flores en los árboles, arbustos y hierbas. Las flores mismas son una guía para el viajero.
Dime lo que has arrancado, y te diré dónde te encuentras y hacia dónde está Avalon. Los ranúnculos y las cardenchas y los grandes juncos con colas como gatos enojados pertenecen a las praderas acuáticas. La alegría del viajero flota como el humo sobre la gredosa escarpa de las Polden Hills, y los Mendips tienen pinos y brezos en sus cúspides. Las sierras de Devon, grises en el horizonte, tienen tierra tan roja como la sangre, ¡y helechos, helechos, y más helechos! Y siempre, en todas partes, están los endrinos, blancos de flores o rojos con sus bayas. Realmente, esta es una tierra agradable y bondadosa.
Pero existe un lugar que parece el infierno a la luz de la luna, y que es donde cortan la turba en los pantanos. El suelo es azabache, y el verde brillante del frondoso follaje parece maligno y siniestro. El camino se eleva entre las grandes rías, y a cada lado marcha el ejército de las negras y altas pirámides de turba, apiladas para su secado. Sin embargo, mucho se le puede perdonar a la turba, ya que huele muy dulcemente cuando se la quema.
A la noche, las espirales de pálido humo azul se elevan desde las chimeneas de las cabañas y el aire se llena de incienso. La turba es un custodio de los archivos. Preserva todo lo que se le encomienda a su cuidado. Afuera, entre las tierras bajas, donde un arroyo lento se arrastra hacia el mar, los montículos verdes de poca altura salpicaban los campos. El ganado pastaba sobre ellos y a nadie le importaba. Siempre habían estado allí. Nadie pensó jamás preguntar cómo fue que esos montículos puntuaran las verdes praderas que alguna vez habían sido una laguna. Un día el arado los abrió, y así quedó revelada la dura tierra horneada de los hogares de los hombres de la antigüedad. A su vez, aquella fue horadada y se encontró otro hogar. Y así yacían, hogar sobre hogar, a medida que esos hombres iban reparando sus viviendas o que las aguas de la laguna cambiaban su nivel.
En la antigüedad, cuando los canales que se mantenían abiertos por las lentas corrientes eran los únicos caminos a través del pantano, los hombres construían sus pueblos sobre grandes pilotes metidos en el suave fango. La turba los mantenía a salvo del deterioro, y las aguas protegían a la tribu de sus enemigos y les proveía su alimento.
En esa época, los hombres podían vivir sólo donde encontraran medios naturales de defensa. En los bosques las bestias podían sorprenderlos desprevenidos, y en la llanura el peligro provenía de sus semejantes. Así que construyeron sus hermosos pueblos. con sus grandes altares de piedra en los puntos bajos, donde nadie podía acercarse sin ser observado, o, si no, en los pantanos, donde sólo aquellos que conocían los canales podían traer desde la rebalsa los pequeños botes de mimbre y cuero, difíciles de maniobrar, a través del laberinto de arroyos cubiertos de cañas.
La civilización empezó temprano en la cálida y amable tierra del Oeste, y por todos lados encontramos rastros del hombre primitivo, de sus altares y sus hogares.
Pero otros hombres también buscaron el abrigo de los pantanos:
Cuando Roma se había hundido en un yermo de esclavos, y el sol se ahogaba en el mar.
Los monjes fueron los únicos que custodiaron los libros antiguos, en la era en que todos los hombres que luchaban tuvieron que convertirse en bárbaros a fin de enfrentar a los bárbaros. A semejanza de los hombres que juntaron los primeros granos en recipientes de barro, ellos también tenían que buscar refugio de un mundo de rapiña. Del mismo modo, encontraron su camino por las antiguas vías fluviales hacia los pantanos que los protegían de sus enemigos.
Pero los monjes amaban las buenas huertas y el agua potable; querían algo más que los charcos salobres que habían servido a los habitantes del lago. Conocían las fiebres que hacían temblar a los hombres del pantano. Y así eligieron hacer su hogar en la isla de forma de manzana de Avalon, el grupo de colinas suavemente redondas que se amontonan y rodean la base del Peñasco que se eleva como una llama en medio de ellas.
Allí vivían los monjes en un buen suelo, lleno de saludables manantiales, y su influencia civilizadora y humanizante se extendió por los pantanos hasta las sierras lejanas de donde extraían la piedra. Allí escribieron y dibujaron sus maravillosos libros:

Labrados en la forma lenta del monje,
En plata y sanguínea madreperla,
Donde las escenas son pequeñas y terribles,
Ojos de cerradura de cielo e infierno.

Aquí vivió lo poco que había de civilización en esos días oscuros. Aquí se cultivaban las huertas, se atendía a los enfermos y se enseñaba a los niños. La gran pared gris aún señala el límite de la tierra solariega de los monjes; el antiguo granero todavía guarda la cosecha, y los cuatro Evangelistas aún miran hacia los cuatro ángulos del cielo desde su techo, vigilando los diezmos.
Glastonbury no sólo tiene sus profundas raíces en el pasado, sino que el pasado sigue vivo en Glastonbury. A nuestro alrededor todo respira y se mueve, en silencio, pero viviendo y observando. Aquí podemos oír cómo late su corazón, si apoyamos nuestro oído en la tierra. Su sangre vital se mueve en los claros manantiales de Avalon y en los lentos arroyos de los pantanos. El espíritu del pasado de Avalon yace bajo una y otra capa, así como los hogares de un pueblo antiguo yacen entre los charcos de Meare. Nosotros, que amamos, podemos escuchar, y Avalon nos habla.

Dion Fortune La Avalon del Grial


Dos nombres recibe esta isla en medio de los pantanos: Glastonbury y Avalon. Los expertos afirman que la palabra Glastonbury deriva de su antiguo nombre celta de Ynisvitrin, la Isla de Cristal o Isla Resplandeciente, y se cree que Avalon significa la Isla de las Manzanas. Para quienes la aman, Glastonbury es su nombre exterior, el nombre del pequeño pueblo que es un modelo de historia inglesa en miniatura, y cuya influencia se entrelaza en la trama de su historia como un hilo en un tapiz, dando santos, estadistas y eruditos a nuestra raza.
Ynisvitrin vio a los hombres en los pueblos lacustres, maravillosamente construidos sobre pilotes en medio de los pantanos; vio a los hombres de las cavernas bajos los cerros de Mendip, que vinieron a depredar y comerciar con ellos. Ynisvitrin vio las oleadas de antiguos escandinavos arrasando todo el sur de Inglaterra hasta los cerros que la rodeaban,y vio cómo eran rechazados, ya que los ruidos de la lucha nunca han sido escuchados en las calles de Glastonbury.
Aquí se levantó una de las más grandes casas monásticas en estas islas, y aquí se mantuvo ardiendo la luz de la erudición y la cultura durante la oscuridad del Medioevo,cuando Europa volvió nuevamente al salvajismo.
Pero hay otro nombre aún para nuestra isla, y otra historia que le pertenece: la parábola de su significado espiritual. La historia puede decirnos que la cristiandad llegó a estas islas desde Irlanda, pero la leyenda, que guarda el corazón espiritual de la historia, declara que la Luz del Oeste nos llegó directamente del lugar de su ascensión, y que no debemos su transmisión a ningún intermediario.
Después de la Ultima Cena -así dice la antigua historia- el dueño de la casa en la que estaba la Cámara Superior preservó como recuerdo la copa que, había pasado de mano en mano en esa triste fiesta. Esta copa llegó a manos de José de Arimatea, y en ella recogió las gotas de sangre que cayeron del costado herido de Nuestro Señor cuando vino a buscar el Cuerpo para enterrarlo.
Más tarde, cuando la iglesia cristiana empezó a enviar misioneros a los pueblos, un ángel visitó a José en un sueño, y le ordenó reunir a doce discípulos y navegar con ellos hacia el Oeste hasta que viera un cerro como el Monte Tabor, echar ancla bajo la sombra de ese cerro y fundar una iglesia. José obedeció, y con el Plato sagrado metido bajo la faja de su .túnica, como acostumbraban hacer los sirios cuando viajaban" él y sus camaradas emprendieron viaje desde el puerto marítimo de Jaffa, enfilando la proa hacia el sol poniente. Día tras día siguieron hacia el oeste hasta que llegaron a las Puertas de Gades (Cádiz), y luego al océano Atlántico que conducía al mundo y se abría ante ellos, y forzosamente se dirigieron al Norte, por la costa de España, pues en aquellos días toda navegación se hacía cerca de las costas.
Al llegar al Mar Estrecho, se dirigieron al Norte atravesando el Canal, y llegaron a la tierra de Bretaña. Entonces, obedeciendo sus instrucciones, se volvieron todo lo posible hacia el Oeste, y encontraron la costa de Cornwall, con sus terribles acantilados, y se introdujeron en el estuario del Severn.
Incluso hoy el Peñasco es una señal para los navegantes que llegan al Severn. Puede ser divisado desde lejos elevándose sobre la llanura, y los pilotos ajustan su rumbo al verlo. José y sus compañeros lo vieron cuando se encontraron entre el limo y los bancos de arena del estuario, y reconocieron su parecido con el Monte Tabor. Volvieron la proa del barco y navegaron río arriba entre los prados que serpentean alrededor de la base de Wirral o cerro Wearyall, la estribación fronteriza de Avalon; y aquí, fatigados de su viaje, los peregrinos desembarcaron, y San José, clavando su báculo en la tierra, declaró que aquí se fundaría la iglesia. Y del báculo, de firme madera de endrino, brotaron de pronto hojas y flores, aunque era pleno invierno, como señal de que el Cielo ratificaba su elección.
En la ladera de la alta sierra verde hay una piedra que conmemora el lugar donde estaba un antiguo endrino, que nunca dejaba de producir flores en medio del invierno, además de su floración normal en primavera. Este árbol maravilloso fue cortado por un fanático puritano en tiempos de Cromwell, pero los monjes habían plantado algunos vástagos del antiguo árbol en el huerto de la Abadía, y también en el cementerio de la iglesia de la parroquia, y hasta hoy esos árboles siguen viviendo allí, floreciendo en Navidad y dando sus flores para decorar el gran altar de San Juan. Dicen los botánicos que sus espinas son de una clase sólo conocida en el Oriente. Lejos de Glastonbury, pierde su costumbre de florecer en Navidad.
El príncipe que gobernaba a las tribus de la región dio la bienvenida a esos hombres santos.
Aquí no hubo masacres. Les dio doce grandes pedazos de tierra para su posesión, y la pequeña iglesia con techo de paja que construyeron allí se erigió donde hoy está la gran Abadía. Levantaron para sí una iglesia circular de juncos, y a su alrededor doce celdas, una para cada ermitaño. Allí vivieron rezando y meditando, manteniendo una continua vigilancia en la iglesia, con sus pies fatigando los senderos desde cada celda al centro,como los rayos que irradia el sol.
Aquí el Grial de la Ultima Cena estaba sobre el altar, y era objeto de continua adoración.
Aquí San José fue enterrado. Así fue consagrada la "tierra más sagrada en Inglaterra".
Pero los tiempos eran de una gran maldad, ya que las tinieblas del Medioevo se aproximaban, y los seres humanos eran demasiado malvados como para que se les confiara la sagrada reliquia, de modo que el Rey Pescador la llevó para guardar la en su tesoro, una cámara subterránea en el centro del Cerro del Cáliz, ese cerro de punta redonda y un verde perfecto que se levanta a un lado del Peñasco. Allí el Cáliz era vigilado noche y día por tres doncellas puras, y llevado afuera sólo para alguna festividad importante, ocasión en que pasaba de mano en mano, en recuerdo de Nuestro Señor y Su Muerte en la Cruz. Quien bebía del Cáliz, nunca más tenía sed, pues para él era fuente del Agua de la Vida dentro de su alma.
De modo que Glastonbury se hundió en la oscuridad de la Edad Media; pero Avalon siguió viviendo en el corazón de los hombres y las leyendas de Arturo se entrelazaron con su antigua historia. Aquí vinieron los caballeros que buscaban el Grial. Cruzaron el pequeño río Brue en el Pons Perilis, y velaron toda la noche en la capillita al pie del Cerro Wearyall, que tiene vista al agua, y donde las oscuras tentaciones fueron una prueba para su alma. Pero si no fracasaba en su vigilia durante la oscuridad, de aquí salía el caballero a la mañana, en la última etapa de su viaje, para ser bienvenido por el Rey Pescador y descansar en soleadas habitaciones en su verde colina, y para beber del verdadero Cáliz de Nuestro Señor, en el ágape de amor que en su honor se daba esa noche. De aquellos que bebían del Cáliz, no todos vivían para contarlo. Sus almas caían en un desmayo, se elevaban a las alturas y ya no volvían.
Pero los tiempos se volvieron peores aún, y el ocaso se convirtió en noche, y el Rey Pescador, para mayor seguridad, ocultó el Cáliz sagrado en el manantial que se encontraba al pie de le hendidura que existía entre ambos cerros. Este no era un manantial común; sus aguas surgen desde una inmensa profundidad, y aun en la sequía más grande jamás se altera el fluir de sus aguas. Estas se elevan a través de una fuente de piedras ciclópeas de antigua artesanía, como las de Stonehenge. Era un pozo sagrado de los druidas, o al menos el pensamiento cristiano tejió leyendas a su alrededor. Sus aguas, cargadas de hierro, fluyen rojas como la sangre. Pero no hay hierro alguno más acá de los Mendips. Son frías como el hielo, y no las afecta ni el verano ni el invierno. Deben venir de una gran profundidad, y de muy lejos. El nombre de ese manantial hasta el día de hoy, es el Pozo de Sangre.

Dion Fortune La Avalon de Merlín


Existen dos leyendas, relacionadas entre sí, sobre Avalon: la leyenda del Cáliz y la leyenda de la Espada. El cáliz del cual Nuestro Señor bebió en la Ultima Cena, y donde quedaron las gotas de su sangre; y Excalibur, la espada del Rey Arturo, en la que están grabadas las antiguas runas paganas. Estas dos tradiciones se encuentran en Avalon: la antigua fe de los britanos, y el credo de Jesucristo. La más antigua, con sus reliquias arrasadas y sus leyendas inclinadas hacia un propósito cristiano, es velada e intangible.
Sólo aquí y allá vemos claramente los lineamientos del credo antiguo; pero puede advertirse una figura apenas oculta en la oscuridad de la memoria racial, y su presencia,opaca pero terrible, está viva.
Hay una Avalon de la Espada que es mucho más antigua que la Avalon del Cáliz.
Mucho antes de que la lenta corriente del Severn depositara el limo que nos ha dado las tierras bajas de Somerset, la isla de Avalon era realmente una isla. En las aguas poco profundas del lago salobre que la rodeaba estaban las viviendas del antiguo pueblo que encontró refugio de las bestias y de los demás hombres -no menos salvajes- entre los juncos del gran pantano del oeste. Otras tribus de hombres primitivos tenían sus viviendas en las honduras de los cerros cretáceos de los Poldens o en las abundantes cavernas de piedra caliza de la cadena de los Mendips. Todos ellos, tanto desde la cima de los cerros como desde el pantano, deben haber visto a ese extraño cerro piramidal de Avalon como lo vemos hoy. Si hoy atrapa la imaginación del hombre moderno, ¿qué efecto debe haber producido en el hombre primitivo?
A los pies del Peñasco se encuentra la maravillosa Fuente de Sangre; las aguas ferrosas que se elevan de las rocas más antiguas, y cuyo flujo nunca se altera, ya sea en invierno o en verano, en la sequía o en la inundación. Cerca de este manantial se ha construido una cámara de grandes bloques de piedra como las que se usaron en Stonehenge. En los alrededores no hay ninguna piedra como esa. Un solo bloque de piedra forma tres lados de la boca del manantial, y es un bloque tan grande que sólo las poleas más potentes podrían moverla, y la mampostería encaja con la mayor exactitud, formando un cuadrado exacto, perfectamente perpendicular. El pozo redondo del manantial desciende unos cinco metros hasta un lecho de grava, de piedra caliza azul, a través del cual una poderosa corriente surge de una fuente inagotable.
En el agua flotan brumosas masas del color de la antigua sangre. Es un raro hongo acuático, manchado por el agua ferrosa.
Hacia afuera del pozo del manantial hay una amplia cámara de piedra finamente labrada, cuadrada y orientada correctamente. Cuando el sol ilumina el borde del Peñasco en un día de mediados del verano, un rayo de luz se introduce directamente en la cámara interior. En una pared de esa cámara hay un hueco en el cual cabría un hombre de pie. Hay una compuerta que permite que el agua salga, de modo que se pueda entrar en la cámara interior; cuando la compuerta se cierra, rápidamente se vuelve a llenar de agua, que es transparente y muy fría, pues el flujo del manantial es tremendo.
Este nunca fue un pozo cristiano, hecho por hombres santos para sus simples necesidades. ¿Qué es ese rincón, del tamaño de una persona, en una cámara de manantial que puede ser llenada y vaciada a voluntad? ¿Qué poder extraño y siniestro medita aún en el Manantial? Esta no fue una fuente consagrada por un milagro y una visión, sino un antiguo lugar de sacrificio druida, y el rincón vertical bajo el agua, hecho a la medida de un hombre, muestra la naturaleza del sacrificio. El Rey Pescador, si es que ha sido realmente un personaje histórico, puede haber utilizado el supersticioso temor reverente que se habría tenido frente a ese manantial, y puede haber escondido allí el Cáliz cuando amenazaba un peligro; pero este extraño manantial, con sus aguas manchadas de sangre corriendo por canales enrojecidos, es sagrado para los Dioses antiguos y sus oscuros poderes.
Los monjes, al encontrar que este manantial ya era sagrado en la veneración popular,conocedores de la naturaleza humana, lo adaptaron a los propósitos cristianos, como era su costumbre, y tejieron a su alrededor la historia del Cáliz; pero nadie que tenga ojos para ver en el mundo de los hombres, y el don aun mayor del ojo que ve en el mundo interior, podrá dudar de que en el Manantial y el Peñasco nos encontramos cara a cara con los Dioses Antiguos.
La Abadía es tierra bendita, consagrada por el polvo de los santos; pero aquí arriba, al pie del Peñasco, los Dioses Antiguos tienen su parte. De modo que tenemos dos Avalon, "la tierra más sagrada de Inglaterra", entre las praderas; y en las verdes alturas, las ardorosas fuerzas paganas que hacen saltar y arder el corazón. Y algunos aman a la primera, y otros a la segunda.
No puede haber duda alguna de que los sacerdotes del antiguo culto al sol tuvieron aquí su lugar sagrado. El Peñasco es un cerro extraño, y es difícil creer que su forma sea totalmente obra de la naturaleza. A su alrededor serpentea un camino en espiral que da tres grandes vueltas, y sin duda alguna era un camino procesional. ¿Alguna vez los cristianos hicieron una ceremonia en estas alturas? Jamás. Pero cerros de esta clase siempre fueron sagrados para el sol. Es el lugar natural para un templo solar y para las grandes fogatas del culto al fuego. La curva verde y perfectamente simétrica del Cerro del Cáliz también parece demasiado perfecta para ser obra de la naturaleza, y del otro lado del Peñasco hay terrazas cuya función es desconocida. Es casi imposible que hayan servido para cultivar viñedos, ya que no tienen orientación hacia el sur.
La mano del hombre ha estado aquí en el Peñasco, en el Cerro y el Manantial, y fueron manos de hombres que trabajaban con conocimiento y poder. La Abadía y Beckary son un solo mundo, y el Peñasco y su Manantial son otro, más antiguo, más vital; y aunque el Manantial tenga la oscuridad de la sangre, el Peñasco brilla por el fuego. La Abadía ha sido santificada por Patrick y Bride y Dunstan, pero el Manantial es sagrado para Merlín. Días antes de que el Rey Pescador fuera convertido en custodio del Grial, la oscura Morgan le Fay, medio-hermana de Arturo y discípula de Merlín, tenía su hogar en el Cerro del Cáliz. ¿Fueron sus espejos mágicos, quizás, la tranquila superficie del Manantial, con sus grandes salpicaduras de hongos manchados de sangre? ¿Qué no habrá podido ver la bruja en esta tranquila superficie que refleja las estrellas, con el hombre muerto en el rincón estrecho de la profunda cámara del manantial, proporcionando el poder de la vida sacrificada? Es el espíritu de Morgan le Fay el que medita en el Manantial y despierta a los ojos de la visión en las almas de quienes miran en él intensamente.
La historia de Arturo va del mundo pagano al cristiano y vuelve al primero. El nacimiento de Arturo fue presidido por Merlín en los acantilados de Cornwall. Algunos dicen que fue dejado a los pies del mago por una ola gigantesca; otros, que fue el fruto de la pasión desenfrenada que Uther, Rey de Bretaña, sentía por Ygrain, esposa de Gorlois, Rey de Cornwall. Debido a este vehemente deseo de Ygrain, Uther mató a Gorlois en una batalla y puso sitio a su castillo, tomando a Ygrain por la fuerza. Otros dicen que Merlín llevó secretamente a Uther ante la reina, aliado de una escalera labrada en la roca en un acantilado, para que las Puertas de la Vida se abrieran al alma de Arturo, que debía ser el salvador de su pueblo.
Todas las historias concuerdan en que Merlín recibió al recién nacido en sus manos y se lo llevó para educarlo en secreto bajo su cuidado. No sabemos qué era Merlín, pero no era cristiano. Era el Sumo Sacerdote de los Dioses Antiguos, el Archiexperto de nuestra raza. Así que, como Moisés y Jesús, Arturo realizó el "descenso en Egipto" y aprendió la antigua sabiduría de los iniciados.
Fue a Avalón a donde Arturo vino a visitar a su misteriosa hermana, Morgan le Fay, mitad mujer y mitad hada. Aquí era donde vivían la Dama del Lago y sus reinas hermanas,y ellas custodiaban la mágica Espada, como más tarde las tres doncellas puras custodiaban el Cáliz sagrado para el Rey Pescador. Esta Espada, hundida en un bloque de piedra,esperaba la llegada del héroe que pudiera extraerla. Muchos caballeros probaron su fuerza y fracasaron, y las bestias salvajes y los hombres -más salvajes aún- asolaban la tierra.
Entonces vino Arturo, y la Espada brincó hasta su mano. A un lado de la hoja estaba cincelada, en runas antiguas, la palabra 'Tómame", y en el otro, en la lengua de la época, "Déjame". Así debe ser siempre con el alma iluminada. Debe tomar en su mano la espada de la fe antigua y esgrimirla como un verdadero caballero hasta que la tierra quede limpia de todo mal. y luego debe abandonarla para tomar la espada del espíritu. Sólo así podrá curar las dolorosas heridas ganadas en la batalla, y descansar en la verde Isla de Avalon.

Donde no cae granizo, ni nieve, ni lluvia, y donde jamás el viento sopla ruidosamente.

Pues el Arturo de la Espada no es el Arturo de la Mesa Redonda, un caballero cristiano incomparable. Merlín lo recibió en sus manos al nacer, y a las manos de Merlín vuelve cuando la sombra de la muerte se cierne sobre él. Las tres reinas en la barcaza llegan atravesando los ondulantes juncos del gran pantano del Servern después de la última batalla en Lyonesse; Excalibur es arrojada a la laguna a pedido del Rey; los dioses antiguos reciben su espada nuevamente, y las tres reinas alejan a Arturo para siempre de la vista de los hombres.

Dion Fortune El Camino Hacia Avalon


Hay muchos caminos diferentes que llevan a nuestra Jerusalén inglesa, "la tierra más sagrada en Inglaterra". Podemos acercarnos a ella mediante el fácil camino de la historia, que nos conduce por un rico país, ya que casi no existe ninguna etapa en el relato espiritual de la raza, en la que Glastonbury no haya jugado algún rol. Su influencia recorre y se entrelaza como un hilo de oro, con la historia de nuestras islas. La voz de Glastonbury se oye dondequiera que las fuerzas místicas se hagan sentir en nuestra vida nacional; su voz nunca domina, pero siempre influye en nosotros.
O bien podemos llegar a Glastonbury por el alto sendero de la leyenda. Sendero recorrido por los antiguos cuentos populares, llenos de profundo significado espiritual para aquellos cuyos corazones están en armonía con su clave. Por él cabalgan los caballeros del rey Arturo. El Santo Grial resplandece en el cielo nocturno sobre el Peñasco. Los santos viven sus vidas peculiares y bellas en medio de sus praderas. La poesía del alma se escribe a sí misma en Glastonbury.
Y existe aún un tercer camino a esta ciudad, uno de los secretos Caminos Verdes del alma: el Sendero Místico que, a través de la Puerta Oculta, nos lleva a una tierra que sólo puede conocer el que tiene la facultad de ver. Esta es la Avalon del Corazón, para quienes la aman.
La Avalon Mística vive su vida en forma oculta, invisible, salvo para aquellos que tienen la llave de las puertas de la visión. El tranquilo mundo del País Occidental (West Country) vive su vida normal. Siembras y cosechas se siguen unas a otras, y sus pozos siempre proveen agua. El rosado mar de la primavera baña sus huertos de manzanos en su creciente; la bruma plateada del otoño convierte sus prados nuevamente en un Lago del Prodigio. La leyenda, la historia y la visión del corazón se mezclan en la construcción de la Avalon Mística.
Es a esta Avalon del corazón a la que aún acuden los peregrinos. Algunos llegan en grupos, sabiendo lo que buscan. Otros llegan solos, con el báculo de la visión en sus manos,y aguardan lo que pueda venir a su encuentro en esta tierra sagrada. Nadie se va como ha venido. Aquí, el velo que oculta lo Invisible es transparente. Aquí, las incorpóreas mareas fluyen con fuerza; aquí, realmente, se apoya el pie de la Escala de Jacob a través de la cual las almas de los seres humanos pueden transitar entre los planos externos e internos.
Glastonbury es una puerta a lo Invisible. Ha sido un lugar sagrado y de peregrinación desde tiempo inmemorial, y hasta el día de hoy envía su antiguo llamado al corazón de la raza que custodia, y aún respondemos a esa voz interior.
Nuestra Jerusalén es todo belleza. Los senderos que llevan a ella son caminos de hermosura y peregrinación del alma. El largo camino que viene de Londres se extiende a todo lo ancho de Inglaterra y nos conduce de un mundo a otro. Las calles de la ciudad,estrechas y dificultosas, dan lugar al Gran Camino Occidental -nombre mágico en sus sílabas, y mágico también en su gran anchura ondulante para quienes tienen ojos para ver.
Se desvía, apartándose del denso tránsito de Chiswick, se eleva hasta un puente y deja atrás a Londres. El ancho cielo -tan ancho que la sombra de las nubes roza su superficie y le da un horizonte propio- se extiende sobre sus soleados espacios barridos por el viento. El tránsito se mueve rápida y silenciosamente. Estamos en otro mundo; un nuevo mundo que ya está alboreando sobre los cerros orientales de la civilización.
El camino atraviesa durante un trecho el fondo liso, con forma de valle, del Támesis. Los olmos son sus árboles, y la región no tiene belleza, debido a la ordenada conveniencia de las huertas de mercado, y es triste por su deterioro, ya que la marea de casas los está barriendo, y nadie se ocupa de los árboles agotados cuando la cosecha del año próximo quizás nunca sea recogida.
Sin embargo, pronto el paisaje cambia; la arcilla del fondo del valle rápidamente se transforma en la arena de las tierras yermas de Hampshire; abetos y abedules reemplazan a los sórdidos olmos, y nos encontramos en una tierra salvaje y amplia, hermosa como sólo los lugares yermos pueden serio. El brezo y el tojo trepan por las onduladas colinas y el camino se despliega como una cinta entre ellos. Aquí no existían antiguos derechos que hicieran tortuosos los caminos públicos. A nadie le interesaban los yermos arenosos, así que se los dejó en su belleza y libertad. Los recuerdos de estas tierras son frecuentados por fantasmales carruajes y bandoleros. El tránsito del sudoeste pasaba por aquí. El Gran Camino de Bath está en dirección al Norte, y sirve a otras gentes.
Las tierras yermas ceden poco a poco y hacen lugar nuevamente a los robles y las ricas tierras de labranza, y se ve la primera de las señales de la Tierra Occidental: una pared coronada por un techo de paja en miniatura, o de tejas manchadas de líquenes. En las inmediaciones se construyeron grandes paredes de barro apisonado, que se mantienen bien,siempre y cuando no las ataque la humedad; de ahí los pintorescos y pequeños techos, con sus aleros saledizos acompañando las sinuosidades del camino.
Pronto llegamos a la división de los caminos. Una de ellos mantiene su dirección a través de las ricas tierras bajas, y el otro trepa hacia las tierras altas de la llanura más grande de Inglaterra. Para ir a Glastonbury elegimos el camino hacia la altura, y así los campos hacen lugar a la ancha y desnuda pista de tiza, y oscuros y siniestros haces de enebro nos dicen que estamos en la Llanura.

Toma dos ramitas del árbol de enebro.
Crúzalas. Crúzalas. Crúzalas.
¡Mira en las brasas del fuego de Azrael!

dice la antigua runa. Las oscuras influencias del enebro se derraman sobre el camino, en tanto que la masa de arbustos dispersos se espesa en las cuestas. Realmente es el árbol del Angel Oscuro y de los Dioses Antiguos.
La sombra de los Dioses Antiguos y su terror aún gravita sobre este camino. La naturaleza está muy cerca, y el hombre parece estar muy dominado por el poder de aquella.
El hombre primitivo tenía aquí sus unidades territoriales de administración; nadie más se ha atrevido a enfrentar a la naturaleza en este lugar, su lugar de poder. Las ovejas pastan en los prados, pero ningún hombre perturba la tierra.
El alma del lugar huele al hombre primitivo, a sus sacrificios de sangre y a sus oscuros miedos. En cada dominio yacen los túmulos de los enterramientos y de los sacrificios. Stonehenge se yergue, triste y siniestra, dominando las extensas tierras lúgubres.
Las grandes piedras parecen meditar en sus recuerdos, como los hombres ancianos al lado del fuego, cuyas fuerzas ya se han ido y cuyas mentes permanecen en el pasado. Las piedras grises nunca pueden olvidar: la sangre se ha hundido profundamente en ellas.
Alrededor de este círculo sombrío, el aire es denso y frío, lleno de antiguos miedos. La luz del sol brilla tristemente sobre ellas, y la tierra está llena de muerte. Pertenecen al final de la antigua raza, cuando su luz se había acabado y se había oscurecido su visión. Muy distinta es Avebury, el gran templo del sol de su gloria. Aquí un sol invisible, formado por la magia de los sacerdotes, brilla siempre en el corazón de los hombres. Aquí están la sanación y la alegría, y una sabiduría que no es de esta era. Avebury es un templo del sol,pero Stonehenge es un templo de la sangre, frío y siniestro hasta hoy día; y quienes peregrinan a Glastonbury, atraviesan rápidamente su opresiva sombra, con los rostros mirando hacia el Oeste.
Unas solitarias granjas de ovejas, protegidas del viento por las playas, yacen remotas y raras en las tierras altas. De vez en cuando el camino pasa frente a una cruz celta que señala el lugar en que ha caído un avión, y en el que un hombre ha sido sacrificado nuevamente a los dioses de la Raza.
Luego, el camino desciende hacia los árboles de haya, y la Pradera queda atrás. Poco después aparecerá el primer manzano, y así sabremos que al fin hemos llegado al País Occidental.
El camino es sinuoso, ya que es antiguo, y deteriorado por los pies errantes que, más que una ruta directa, procuraban un suelo firme y un buen vino. Arriba, en la cima de las sierras, están las fortalezas del hombre primitivo; los terraplenes que protegían sus magníficos pueblos, y las terrazas, llamadas peldaños de pastor, desde donde el hombre luchaba con los lobos. El sol poniente brilla casi al ras de las huertas de manzanos. El humo de turba que viene de los pantanos de Bridgwater parece dulce en la humedad del anochecer. Todas las casas son de piedra gris, pues no estamos lejos de los Mendips.
Grandes yuntas de tres caballos, armados con un arnés y en fila india, bloquean el camino arrastrando carretones de madera que vuelven a casa. A los lados hay plataformas bajas que aguardan a los camiones de leche que se abalanzan por las vías más estrechas de este territorio lechero. Innumerables vacas vagan rumbo a sus establos, y entre los niños de pelo rubio, casi blanquecino, empiezan a aparecer pequeñas cabezas oscuras, ya que nos acercamos a la tierra de la raza antigua.
Pasamos la última barrera de sierras, y el camino desciende en tres grandes escalones hacia las llanuras aluviales que alguna vez fueron salinas y estuario de las mareas. La ancha llanura se extiende en la luz del anochecer. El humo flota inmóvil sobre los ramilletes de caseríos que abundan en estas ricas tierras. Acá y allá, en su extensión, se elevan repentinas colinas, aún llamadas islas por aquí, donde algún remolino de la lenta corriente del Severn dejó su légamo. En un costado, la línea de los Poldens protege las llanuras; en el otro, los Mendips. Más allá está el mar, oculto por la bruma gris de la distancia. En el medio de la llanura se eleva un cerro piramidal, coronado por una torre: ¡el Peñasco de Glastonbury!
Hay una magia tal en la primera vislumbre de ese extraño cerro que nadie que posea el ojo de la visión puede mirarlo sin conmoverse. Cada camino alrededor de Glastonbury tiene su propio lugar de citas, desde donde se avista el Peñasco por primera vez. Ya sea que lo veamos desde el tren, flotando alto en el cielo, con su parte baja entre los huertos y los techos rojos; o que lo veamos desde el camino, desde lo alto, en la ancha llanura con hileras de sauces y acequias, la magia de la primera visión nunca falla. ¿Quién puede decir qué poderes han puesto las eras y los siglos en ese extraño cerro? Los antiguos druidas lo conocían; también los primeros cristianos; y la tradición nos dice que "a Avalon nunca le ha faltado un profeta".
Las estribaciones de la montaña, llenas de manantiales, se acurrucan en la base del extraño cerro piramidal con su torre gris. Pertenecen a otro orden de la creación. Pero entre ellas hay una que tiene un parentesco con el Cerro de la Visión. Sobre su flanco yace un cerro en forma de cuenco, de un hermoso color verde. Se llama Cerro del Cáliz, y tiene fama de haber sido el hogar del Rey Pescador, que siempre sufría de una herida dolorosa; y en el corazón del Cerro del Cáliz estaba el tesoro donde él guardaba el Grial.
El Peñasco gris se alza hacia el cielo, y la verde colina sueña a su lado. Entre ambos surge el agua roja del Pozo Sagrado; a sus pies yace el pueblo, con sus techos rojos y su azulado humo de turba. Alrededor se extienden los páramos con sus sauces y acequias, y los rectos arroyos y compuertas que sólo pueden ir hacia el mar cuando baja la marea. Es una tierra verde, una tierra benévola, y el Cerro de la Visión medita sobre ella.

Jacques Bergier - Melquisedeque

  Melquisedeque aparece pela primeira vez no livro Gênese, na Bíblia. Lá está escrito: “E Melquisedeque, rei de Salem, trouxe pão e vinho. E...