quinta-feira, 14 de novembro de 2019

Dion Fortune El Hallazgo del Cáliz


Hace algunos años, antes de la Guerra, hubo un suceso que fue alentado en los diarios,por extensas columnas y muchas cartas, respecto del hallazgo de un supuesto Cáliz en Glastonbury en circunstancias misteriosas. Se decía que una muchacha virgen, llevada por un sueño, había descubierto en un pozo sagrado una copa antigua que se creía que era el Grial. Este extraordinario incidente ya llevaba nueve días de debate en los medios, cuando llegó una carta escrita por un respetable caballero diciendo que la copa era de su propiedad, y que él mismo la había colocado donde había sido encontrada. Así que todo el asunto se desinfló, y los diarios que se ocupaban de exagerarlo cambiaron rápidamente de tema.
Los verdaderos acontecimientos de este incidente, en la medida en que pudieron ser comprobados -pues la gente es muy reservada con estas cosas-, son muy interesantes y curiosos. La historia comienza con la visita de cierto hombre a Génova durante sus vacaciones. Su padre era un experto en cristales, y el hijo tenía la costumbre de comprar objetos de este tipo para él, y de enviarlos a su casa desde el extranjero. Al visitar a un anticuario, este le mostró una especie de plato de diseño arcaico, y le dijo que había sido descubierto recientemente dentro de la mampostería de la capilla de un convento de monjas que había sido demolido. El hombre compró el plato a un precio muy razonable, y lo despachó a Inglaterra. A vuelta de correo una carta de su padre le decía: "Realmente no te imaginas lo que me has enviado".
La muerte del padre ocurrió, sin embargo, antes de que el: comprador de la misteriosa fuente volviera a Inglaterra, así que nunca supo lo que el viejo experto en cristales podría haberle dicho al respecto.
No obstante, poco después de su regreso empezó a sentirse perturbado por un sueño recurrente que lo instaba, e incluso le ordenaba, bajo amenazas, a que llevara esa antigua pieza de cristal a Glastonbury y la colocara en un cierto pozo que le sería indicado. Finalmente, tan profundo fue el efecto que este sueño le produjo que hizo lo que se le pedía. Tomó el tren a Glastonbury, colocó el plato debajo del nivel del agua en un viejo canal en el campo cerca de la estación donde, bajo un antiguo espino. viene a beber el ganado, y volvió a su casa con el corazón aliviado, sin contárselo a nadie, Pero el asunto no termina aquí. Poco después, otro hombre -que se dedicaba a la búsqueda de conocimiento místico- empezó a tener un sueño recurrente en que se le decía que llevara a una virgen pura a Avalon, y que en un lugar que le sería revelado ella iba a encontrar el Santo Grial. Obedeciendo esta indicación, persuadió a su prima a que lo acompañara y, como se lo habían señal do, fueron directamente al pozo de Santa Brígida, el pequeño manantial protegido por una construcción. de piedra cerca de la ermita de Beckary, el viejo montículo en medio del pantano. Allí buscaron la alberca, pero no laencontraron.
Desilusionados y desalentados, volvieron para pasar la noche en la posada, con la intención de regresar a la ciudad al día siguiente. Esa noche, la joven tuvo un sueño. Se levantó en la oscuridad, antes del amanecer y fue nuevamente hasta el pozo. Después de sacarse la ropa al abrigo de los espinos, se introdujo en la alberca y tanteó en el Iodo,buscando lo que había sido prometido. Casi al primer intento su pie dio con algo, y del barro extrajo un plato de aspecto extraño, de un vidrio tosco y de color azulado, con pequeñas cruces incrustadas en la materia. Este curioso plato fue mostrado luego a las autoridades en cristal antiguo, y estas afirmaron que era un cristal hecho en Siria al comienzo de la era cristiana, o una muestra de las reproducciones de este cristal sirio hecha en Venecia en el siglo XIV. En cualquier caso, se trataba de un objeto raro y precioso.
La mala suerte quiso que los medios se enteraran de este incidente, lo alteraran de modo que quedó "patas para arriba", y lo proclamaran a los cuatro vientos; la credulidad prematura y la mucha exageración fueron seguidas por un rechazo y un escepticismo igualmente prematuros.
Sin embargo, cuando reunimos las dos partes de este curioso episodio y lo ponemos al derecho, algo que los medios nunca lograron, nos preguntamos, ¿qué sentido tiene? Personas cuya buena fe está más allá de toda duda han sido testigos y garantes de estos hechos.En estos días, el misterioso Plato es venerado en un pequeño santuario hecho en su honor por quienes hoy son sus dueños.

Dion Fortune La Puerta de la Memoria


De todos los extraños sucesos relacionados con Glastonbury, tal vez los más curiosos sean los narrados en dos libros que marcaron una época en la investigación psíquica: "The Gate of Remembrance" y "The Hill of Vision". Mr. Bligh Bond, muy conocido como arquitecto y restaurador de iglesias antiguas, había sido nombrado curador de las ruinas de la Abadía al ser compradas por la Iglesia de Inglaterra en aquella famosa subasta. Mr. Bond se interesaba en la investigación psíquica, y un día estaba sentado con un psíquico amigo, practicando escritura automática, cuando la entidad comunicadora empezó a narrar las antiguas glorias de la Abadía de Glastonbury y, afirmando ser el espíritu de uno de los monjes conectados con esa institución, expresó sus opiniones utilizando el anglosajón, así como un latín macarrónico y una intrincada escritura.
Entre otras cosas, mencionó capillas laterales, especialmente una detrás del santuario, de la cual no se había conservado ningún registro en ningún documento conocido. Dio medidas exactas, como las que proporcionaría un arquitecto, y los experimentadores se sintieron tan intrigados que Mr. Bligh Bond, -quien gracias a su nombramiento tenía acceso a las ruinas de la Abadía- se puso a excavar en búsqueda de las capillas desconocidas descriptas por el monje que se había comunicado a través de la mano de su amigo.
Y efectivamente, las encontró, y eran exactamente como habían sido descriptas. No sólo encontró una capilla, sino varias más, ya que" noche tras noche el monje respondía a las preguntas, en su bárbara jerga.
Estos son los curiosos experimentos y sus resultados que están registrados en ese libro tan fascinante, "The Gate of Remembrance"; y en "The Hill of Vision" se hacen algunas profecías muy interesantes en relación con la Guerra, que desafortunadamente probaron ser ciertas.
La publicación de estos libros atrajo la atención de la gente hacia el pequeño pueblo de West-Country, que ya estaba volviéndose conocido por su festival de música y el trabajo de Eagerheart en su hostería del Pozo Sagrado. Todo esto, a uno le trae a la memoria el gran circo de tres pistas que funcionaban al mismo tiempo, y al pobre chico que se volvió bizco en su empeño por no perderse nada. Al respecto, también algunas de las Bab Ballads son oportunas, pero para mantener la paz me abstendré de mencionar cuáles.
Las comunicaciones de diferentes entidades continuaron, y sus revelaciones fueron confirmadas por las excavaciones. No sólo siguieron llegando a través del médium antes mencionado, sino también de otros médium s, entre ellos un hombre muy conocido en los círculos literarios de Estados Unidos, y esas revelaciones también fueron confirmadas por las excavaciones. Una vez tuve el privilegio de leer una parte de esa escritura automática, a la noche, caminar con Mr. Bond hasta la Abadía a la mañana siguiente, ver las clavijas puestas en el césped intacto entre las raíces de árboles antiguos, y el pico de los excavadores golpeando la tierra, todo en menos de veinte minutos. El lugar se encontraba exactamente donde estaba indicado. No se perturbó ni una pulgada de terreno sin necesidad, El foso, bien definido, señalaba la antigua capilla.
Los escépticos dicen que Mr. Bond tenía acceso a manuscritos desconocidos, pero nadie ha demostrado su existencia, y el trabajo de Mr. Bond en los cimientos de la Abadía es una de las cosas más probatorias en la investigación psíquica moderna. También se hicieron trabajos interesantes con la varilla, buscando metales preciosos; pues estaba escrito en los antiguos registros que cuando se vieron ante la amenaza de un ataque de los daneses, los monjes habían enterrado los tesoros y luego olvidado dónde los habían puesto. Dos rabdomantes, trabajando en forma independiente, y sin saber nada del trabajo del otro, encontraron los mismos metales en los mismos lugares y aproximadamente a la misma profundidad.
Tuve la interesante experiencia de observar cómo trabajaba uno de ellos. Era una señora culta, y para ella la adivinación de las corrientes de agua era un hobby. En vez de una varilla de avellano utilizaba un artefacto muy moderno, una vara tubular, hueca y en forma de Y, colocada en un manubrio de bicicleta para poderla mover más fácilmente, y equipada con un ciclómetro que contaba los giros que hacía. De este modo no podía hablarse de manipulación, pues la vara giraba en forma suelta en el manubrio, que estaba fijo. La razón de este artefacto se debía al hecho de que las manos de la adivinadora solían llenarse de llagas debido al rápido girar de las ásperas varas de avellano que había utilizado al principio cuando descubrió que tenía ese don. Cuando buscaba metales preciosos llevaba -en la mano un pedazo del metal que buscaba, plata u oro, según fuera el caso, y mientras pasaba sobre el lugar donde ese metal estaba oculto, la vara se movía en forma sensible.
Ella juzgaba a qué profundidad estaba el tesoro escondido, según la cantidad de revoluciones que hacía la vara, de ahí la razón del ciclómetro.
La que esto escribe intentó utilizar la vara, pero sin resultados, hasta que la rabdomante, caminando detrás de ella, la tomó de los codos, y entonces corrió por sus brazos una corriente de electricidad tan fuerte que era decididamente desagradable, y la vara empezó a tironear y sacudirse, aunque sin dar darse vuelta.
Todos estos sucesos, aunque eran muy interesantes para quienes no tenían responsabilidad alguna en ellos, alarmaron naturalmente a los tranquilos clérigos, y los síndicos de la Abadía empezaron a ver con malos ojos a Mr. Bligh Bond y sus actividades,y después de mucho rencor y celos de ambas partes, la relación de Mr. Bond con la Abadía llegó a su fin. Aún se sigue debatiendo si se debe considerar que Mr. Bond abusó de la confianza de los síndicos, y que estos habían criado a una víbora en su seno, o si los síndicos fueron patos que incubaron a un cisne.
Antes de pasar a otro tema, se puede mencionar, tal vez, otro asunto interesante, aunque no relacionado directamente con la Abadía. La hija de Mr. Bond, quien nunca había recibido entrenamiento alguno en dibujo, empezó repentinamente a hacer dibujos automáticos. No se trataba de los acostumbrados y confusos esfuerzos de los así llamados automatistas, sino notables estudios de desnudos, que recordaban en su detallada precisión los bocetos de Leonardo da Vinci. Los hacía con extraordinaria rapidez, sin ningún modelo o conocimiento, y sin volver a dibujar ni una sola línea. ¿Cómo pudo una joven muchacha llegar al conocimiento del dibujo de los músculos de la forma humana, que era un estudio tan intrincado? Los escépticos aquí tenían un nuevo problema para resolver.
Pero aunque las figuras que esta joven dibujaba era anatómicamente exactas, estaban lejos de ser humanas. En sus páginas volaban y se contorsionaban extrañas formas etéreas de espíritus de la naturaleza y de demonios con ojos misteriosos como zafiros estrellados.
Las paredes de la casa de campo que ocupaban Miss Bond y su padre en el camino de Shepton Mallet estaban cubiertas con estas extrañas figuras, una galería de cuadros de lo más maravillosa, hasta que el inquilino entrante, escandalizado, los exorcizó con una capa de pintura.
Esta joven fue visitada también por extrañas experiencias psíquicas a la sombra del Peñasco, y las ha contado en un libro notable, "Avernus", notable por los registros psíquicos y por su calidad literaria.
Cosas extrañas le han sucedido a más de una persona a la sombra del Peñasco.

Dion Fortune Glastonbury


No es fácil escribir sobre la Glastonbury de hoy, ya que una parte tan grande de la naturaleza humana ha sido empleada en su construcción. Hay un viejo refrán que dice que a los niños pequeños y a los tontos nunca se les debe mostrar algo hasta que esté terminado.
Es un refrán que viene del Oriente, pues está ilustrado por el cuento del tejedor de alfombras que se sentaba a la puerta de su negocio en el bullicioso mercado. Los transeúntes lo veían haciendo su trabajo y comentaban sobre sus progresos. Señalaban los hilos sucios y sin brillo del tejido y los innumerables nudos, junturas y cabos sueltos. Si el tejedor les hubiera hecho caso, habría abandonado su trabajo, hastiado y desesperado. Pero a pesar de todas las críticas hostiles y el ridículo de que era objeto, el viejo artesano seguía pacientemente agregando un nudo tras otro en el delicado tejido de la alfombra, cientos de nudos por pulgada cuadrada. Por fin, después de muchas lunas, el pesado telar, tan difícil de manejar, fue desenrollado entre crujidos, se ataron los extremos de la urdimbre, y la magnificencia de la alfombra fue expuesta ante la mirada llena de admiración de la muchedumbre. Fue tan grande la fama de esta alfombra, el trabajo de años, que el rey envió a su visir para comprarla con destino a la gran mezquita, donde su belleza exaltaría a Alá.
Aquellos que se habían burlado eran demasiado ignorantes para darse cuenta de que una alfombra se crea desde adentro hacia afuera. Sólo el sabio artista artesano lo sabía. Lo mismo sucede con el mundo que nos rodea. El espíritu de la raza palpita de vida. Los ángeles ascienden y descienden por la escala de Jacob, pero nadie los ve sino el artista, y este no es escuchado. Sólo se escucha en nuestro medio a los locos de remate; y estos nos cuentan que hubo algo delicioso ayer, que habrá algo delicioso mañana, pero nunca hay algo delicioso hoy.
La historia es la vida vista en perspectiva. Cuando la historia se está haciendo, como sucede en Glastonbury, es imposible comprender su verdadero valor. Uno puede pensar en ello sólo en lo que a uno lo afecta. Las carretas que traen las piedras para el templo reclaman el derecho de pasar por nuestra huerta; sus torpes ruedas chirrían y dejan caer pedazos de barro; los carreteros castigan a los caballos y estos patean a los carreteros; un grano de arena se nos mete en un ojo mientras el maestro artesano, trabajando con un gran impulso creativo, hace volar piedritas por el aire. Todas estas cosas son importantes, y mucho, para la gente que se halla en el lugar.
El mundo que rinde homenaje a la obra maestra no ve la paleta sucia ni el guarda polvo manchado que fueron parte de la obra.
La moderna historia de Glastonbury tiene muchos relatos que a su debido tiempo se contarán, pero debemos esperar la perspectiva que se obtiene desde los miradores de la historia antes de que esto pueda hacerse adecuadamente. No es fácil para nosotros dar hoy un paso hacia atrás y ver las cosas que se han logrado como las verá la historia, sin preocuparnos por quiénes han sido heridos en sus sentimientos, quiénes han visto sus ideales violentados, y quiénes han sido respetados en sus derechos; sino más bien ver los dones que han sido llevados al altar de la civilización por los artistas-artesanos de Glastonbury, sea que hayan trabajado con palabras, sonidos, colores o con piedra; porque la historia no se ocupa de sus fracasos sino sólo de sus logros.
El artista siempre ha vivido con la cabeza entre las nubes de sus visiones doradas, y con los pies más hundidos en el fango de la arci1la común, que sus vecinos. La habilidad de sus manos al crear belleza parece estar siempre a la par de la torpeza de aquellas al manejar maderos y piedras. Los vecinos del artista, que son muy competentes para evaluar la ineptitud de este en la esfera mundana, no poseen la misma competencia para evaluar sus logros en las cosas del Reino, de modo que no se establece equilibrio alguno.
El artista es tacaño en lo pequeño, y derrochador en lo grande. Su reloj nunca funciona bien, sus cuentas nunca se equilibran. Es el inocente de Dios, que se sienta en el piso del mundo y oye: 

El consejo más viejo de las cosas que son
La comidilla de los Tres en Uno.

Glastonbury siempre ha sido el hogar de hombres y mujeres que han tenido visiones.
Aquí el velo es muy delgado, y lo Invisible llega muy cerca de la tierra. Las piedras del viejo pueblo irradian inspiración cuando una pared calentada por el sol se siente al tacto como si fuese una cosa viva en la oscuridad. Muchas personas de opiniones diferentes han oído las voces de Avalon; porque existen dos Avalon, la cristiana y la pagana: la Avalon de San José y Santa Brígida y toda la espléndida historia de la cristiandad, y la otra, la Avalon más antigua, del Mago Merlín y la Dama del Lago; y entre las dos, perteneciente a ambas,se entrelaza la figura de Arturo, con Excalibur en la mano derecha y el Grial en la izquierda.
Algunos de aquellos que hacen una peregrinación a Glastonbury vienen a rendir homenaje al polvo de los santos en la nave verde y serena de la Abadía; otros vienen a abrir sus almas a las vehementes fuerzas que se elevan como llamas oscuras en el Peñasco.
¿Quién decidirá, como juez, por una o por otra?

Glastonbury Hoy II

Los primeros movimientos del nuevo despertar de la vida en Avalon llegaron cuando la fortuna familiar de los Jardines lanzó las ruinas de la Abadía al mercado. Muchas veces antes las ruinas de la Abadía y la casa construida con sus piedras habían cambiado de manos, rara vez pasando de padre a hijo. Los dedos destructivos de la hiedra se aferraban a las grandes piedras de los arcos, y las flores crecían en los escombros traicioneros de las paredes, socavando y destrozando aquello que embellecían, y la Abadía de Glastonbury cayó, piedra tras piedra, sin respeto ni cuidado.
Mientras tanto, estaban quienes sabían lo que significaba Glastonbury, y ellos observaron y aguardaron, esperando su oportunidad. Compraron la vieja posada al pie del Peñasco como un lugar temporario, hasta que sus planes estuvieran maduros. Era una hostería destartalada que había conocido días mejores, hasta que las diligencias dejaron de venir y de precipitarse cerro abajo desde Shepton Mallet con destino a la ciudad catedralicia de Wells. Pero junto con la vieja posada se fue también algo que era muy valorado por sus compradores. Un pedazo de jardín, largo y estrecho, subía por un empinado valle hasta una huerta descuidada, de retorcidos manzanos, y donde el jardín se encontraba con la huerta había un antiguo manantial. Desde este manantial un torrente de agua rojiza, del color del óxido, se precipitaba a los saltos hacia el empinado jardín. Hace cien años, a uno de los muchos videntes de Glastonbury le fue revelado en un sueño que las aguas de este manantial tenían propiedades curativas, y fue allí y se bañó en esas aguas como le fue ordenado, y se curó de su enfermedad. Entonces edificó una casa de baños de piedra gris de Mendip, incluyendo dos enormes estanques de piedra, de aspecto siniestro, con peldaños que se hundían en la oscuridad, y anunció al mundo que se había descubierto un manantial milagroso.
El mundo, que siempre está listo para creer lo que le agrada, se acercó hasta allí en diligencia o a pie, incluso desde la lejana Londres. Y sin duda, después de bañarse en esa agua helada y en esos ominosos tanques, los peregrinos dejaron de pensar en sus dolores imaginarios, al tener algo tangible por lo cual preocuparse. Sin embargo, después que los primeros entusiasmos se disiparon, se vio que los resultados no justificaban las expectativas, y que el agua era muy fría, de modo que el proyecto de spa se fue diluyendo gradualmente.
Sin embargo, sus nuevos dueños conocían la historia de San José y el Cáliz de la Ultima Cena. A un lado de la vieja hostería se alzaba un edificio alto revestido de piedra gris, con un techo de tejas rojas que hacía recordar a Italia, en donde, se dice, se inspiró su arquitecto eclesiástico, y, ¡milagro, los monjes estaban de vuelta en Glastonbury! La muralla con aspecto de barranco del Pozo del Cáliz es un verdadero hito, un punto que sobresale en millas a la redonda. Tiene la belleza propia, con sus hermosas proporciones y los viejos edificios, de escasa altura, que una vez fueron una posada, amontonados en su base.
Una vez más hubo observadores al lado del Peñasco, en el mismísimo lugar donde la tradición afirma que ciertos anacoretas habían construido sus chozas de junco y rezado al lado del Pozo del Cáliz. En verdad, la vieja hostería había sido llamada "El Ancla", un nombre extraño para una hostería de campo; y los anticuarios aún discuten si ese nombre es una reminiscencia de los santos que una vez vivieron allí, o del día en que la marea llegó hasta Glastonbury y los barcos de pesca y del litoral marítimo amarraron en los muelles del Brue.
Estos nuevos anacoretas aguardaron pacientemente al lado del Pozo, entrenando a los muchachos para lejanas tareas misioneras y esperando el día en que las ruinas de la Abadía y la casa que se construyó con estas cambiaran de dueño una vez más, pues sabían bien que esto sucedería, porque siempre hay una maldición sobre la propiedad saqueda de la Iglesia, y nunca se hereda en una línea directa de descendencia.
A su debido tiempo, llegó el día que habían esperado con tanta paciencia, y las piedras de la Abadía fueron puestas en pública subasta. La Iglesia de Roma ofreció comprarlas, con la idea de hacer de nuestra Glastonbury inglesa otro centro sagrado y lugar de peregrinación. Pero allí había un forastero, un hombre del norte, que nadie conocía, y este hombre, que parecía poseer mucho dinero, continuó ofertando y los demás compradores abandonaron la apuesta, salvo los monjes. Finalmente, después de todos sus años de paciente espera, ellos también dejaron el lugar al hombre de los fondos inagotables, y la Abadía fue vendida al forastero. Entonces se reveló la identidad del comprador. ¡La Abadía había sido comprada para la Iglesia de Inglaterra! Y ahora, ironía de ironías, está al cuidado del Obispo de Bath y Wells. Lo que los viejos monjes tanto temían les ha caído encima, y su inveterado enemigo ha obtenido al fin el control de sus antiguas libertades.
Si la Iglesia de Roma hubiera tenido éxito en su propósito, ¿habríamos visto otra Abadía de Buckfast levantada por manos reverentes para venerar las ruinas grises, del mismo modo que veneraron la pequeña iglesia de juncos? ¿Qué es más hermoso? ¿La piedra labrada y los vidrios pintados, o los prados verdes y los árboles?
¿Quién puede decirlo?

Glastonbury Hoy III

La venta de la Abadía no fue la única subasta en Glastonbury en la que los valores espirituales fueron puestos en el mercado. Desilusionados por el fracaso de sus planes, los monjes en el Pozo ya no desearon mantener su posición en Glastonbury, y el monasterio también fue puesto en venta. A esta subasta vinieron tres postores de importancia -uno era un fabricante de tejidos de lana, que deseaba el manantial sagrado, por su fuerza hidráulica; otra era una norteamericana pudiente; y la tercera era Miss Alice Buckton, famosa por su Eagerheart. Pero aunque vinieron tres postores a la subasta, llegaron sólo dos, ya que el tren que traía a la rica norteamericana se descompuso en medio del pantano. Avalon no deseaba a esta persona.
De modo que la lucha se dio entre el fabricante de ropas de lana y la autora de Eagerheart. El Pozo Sagrado tenía un cierto valor como fuente de fuerza hidráulica, y nada más; pues si su precio se situaba por encima del equivalente en caballos de fuerza se volvía una inversión inútil.
Pero como fuente de fuerza espiritual el Pozo era la perla de gran precio, y Miss Buckton vendió todo lo que tenía y ofreció más que el comerciante, en tanto que la norteamericana varada en los pantanos enviaba airados telegramas exigiendo la postergación de la subasta, o, alternativamente, ofreciendo doblar el precio del mejor postor.
Pero el martillero no estaba dispuesto a aceptar esto, y así el prodigioso pozo sagrado de San José y Merlín del Grial se convirtió en posesión de Miss Buckton, quien se constituyó en su custodia, manteniéndolo en fideicomiso para todos aquellos que hicieran la peregrinación a Glastonbury.
Se mandó hacer una hermosa tapa de roble de Somerset adornada con un delicado trabajo en hierro para prevenir la contaminación del Pozo, y Miss Buckton, poniéndose una capa de lienzo azul de Welsh con hebillas de plata, explicaba a los visitantes la historia del Pozo y su simbolismo.
De vez en cuando, la prodigiosa cámara del Pozo es vaciada para que la masa membranosa de hongos de color rojo óxido pueda ser extraída, y entonces se puede bajar por una escalera hacia las misteriosas profundidades y estar donde deben haber estado los vívidos sacrificios de los druidas.
Cuando se han eliminado los hongos, la claridad cristalina del agua se vuelve evidente, y a unos cuatro metros y medio de profundidad se puede ver el lecho de granos finos de piedra caliza de donde surge el agua, helada, desde las profundidades. Entonces se revela la solidez de la mampostería, que consiste en ciclópeos bloques de piedra como los que usaron los constructores de Stonehenge y Karnak, pero colocadas y ensambladas con la exactitud de los constructores de la Gran Pirámide, y fijados mediante un cemento duro y excelente, cuyo secreto se perdió con los romanos. Tres lados de la hilada superior de mampostería consisten en un solo bloque, una de esas piedras enormes que el hombre prehistórico era capaz de mover sin ayuda de maquinaria.
¿Quiénes fueron los constructores del Pozo? Nadie lo sabe. Probablemente pertenecían a la misma raza que manipuló las poderosas moles de Stonehenge y Avebury. Es verdad que las leyendas cristianas giran alrededor del Pozo. Pero este es mucho más antiguo que Cristo. Su origen se remonta a algún antiguo culto a la naturaleza, perdido para los hombres hace mucho tiempo.
El monasterio en sí se convirtió en una casa de huéspedes de excepcional interés. Sus actividades se centraban en la persona de su custodio, Miss Buckton, que se esforzó por expresar sus ideales a través de las muchas actividades que se realizaban allí. De estas, la más importante artísticamente fue la producción anual de Eagerheart, la exquisita y breve obra de teatro policial que hizo famosa a Miss Buckton, y que es su obra maestra. Como rara vez tomaban parte en ella actores profesionales, la producción era naturalmente despareja, pero la falta del "toque” profesional quedaba más que compensada por la veneración y la sinceridad de los actores, lo que hizo del pequeño pueblo de West Country una Ober-Ammergau inglesa. Miss Buckton tenía el don maravilloso de utilizar lo que encontraba a mano y hacer surgir sus posibilidades artísticas latentes, y sus decorados y puesta en escena, de factura casera, eran de una belleza excepcional. Considerado en su totalidad, Eagerheart, en la producc:ión de Glastonbury, ocupó un lugar único en el teatro inglés moderno.
Muchas personas interesantes venían al Pozo del Cáliz, y se sentían inspiradas para dar lo mejor de sí para la diversión de todos los allí reunidos, pues las puertas estaban abiertas de par en par para todos los que llegaban. Buena música, ballet clásico, obras de teatro, lecturas en voz alta, conferencias y muchas otras actividades, hicieron del Pozo del Cáliz un gran centro de interés, no sólo para sus visitantes sino también para las gentes del pueblo, que tenían con Miss Buckton, su custodio, una gran deuda de gratitud por la generosidad con la que mantenía la casa abierta para todo Somerset.
Miss Buckton también había reunido a su alrededor a un pequeño grupo de artesanos que utilizaban el más primitivo de los métodos tradicionales, tiñendo la lana virgen con pigmentos naturales recogidos de los setos de Somerset y del liquen raspado de los árboles de los viejos huertos, e hilada con el huso prehistórico en vez de la rueda medieval. Naturalmente, el valor artístico de esos productos no es igual al de las escuelas de artesanías más sofisticadas, pero no hay duda alguna de su valor humano. Era fascinante ver hervir la olla de tinturas sobre un fuego de leña en el huerto, y una madeja tras otra de lana, de alegres colores, colgando de los árboles nudosos para su secado, mientras se oía el continuo ruido sordo de los telares proveniente del granero cercano. Cosas así enriquecen el espíritu humano, aun cuando nunca dejen de vaciar nuestro bolsillo.
Alguna cerámica exótica se hizo con arcilla de la misma huerta; se usó la primitiva rueda a pedal, y dio resultados sorprendentemente buenos en manos hábiles. Todo el espíritu del diseño y decoración era primitivo y tenía un significado propio, no sólo por su encanto natural, sin afectación, sino por su psicología, pues aquí los impulsos fundamentales del espíritu humano hacia la belleza se expresaban a su manera, sin influencia alguna de las convenciones, y el resultado era de un gran interés.
Pero aparte del valor que objetivamente tienen estas cosas hay otro de carácter subjetivo, que no puede ser calculado en oro o plata. Enriquecen el alma y traen nuevos valores a la vida humana. Miss Buckton tenía la visión que ve todo esto, y mucho se debe perdonar, por lo tanto, por las imperfecciones en su ejecución, porque es mejor que los seres humanos exploren a los tropezones cómo autoexpresarse haciendo cosas bellas, que el que los expertos lo hagan por ellos y les presenten una perfección de logro artístico que ellos no pueden comprender ni apreciar. Un trabajo de tanta habilidad enriquece al mundo de las cosas inanimadas porque así nacen nuevos objetos de belleza, pero el mundo de la conciencia humana se enriquece cuando el alma comprende nuevas ideas. La belleza debe ser trabajada desde adentro hacia afuera, no desde afuera hacia adentro. El mundo material se enriquece mediante la perfección de la técnica artística, pero el mundo espiritual se enriquece por la lucha confusa y oscura que ocurrió con la rueda a pedal de Miss Buckton y el derramamiento de su olla de tinturas.
"La capacidad de un hombre debe superar su comprensión y su control, si no, ¿para qué está el cielo?". Durante el apogeo del Pozo del Cáliz, el sueño del cielo se acercó un poco más a la tierra. "Una vez más, una piedra gira a su lugar en ese templo terrible de Tu mérito". Es mediante piedras como esas, sumadas una a una, que se construye la Nueva Jerusalén.

Glastonbury Hoy IV

Con la venta de la Abadía, Glastonbury pareció despertar de un largo sueño, y así empezó ese ligero movimiento de vida espiritual que obra como un fermento, con vigor cada vez mayor a medida que pasan los años. La profecía es un oficio peligroso pero podemos aventurar que la historia considerará a nuestra Jerusalén inglesa como la cuna de muchas cosas que han contribuido a enriquecer la herencia espiritual de nuestra raza.
Del mismo modo que los monjes modernos se sintieron atraídos al pequeño pueblo ubicado en los campos verdes de Westland por la leyenda de San José y el Cáliz, y que Miss Buckson sintió la fascinación de la leyenda del Grial, de igual manera otras dos personas fueron atraídas por Excalibur. Rutland Boughton, uno de los más grandes de nuestros compositores modernos, y Reginald Buckley -que, de no ser por su muerte prematura, se habría ganado un lugar entre los poetas modernos- colaboraron en la fundación de una escuela de drama musical, en el pequeño pueblo de West Country, con el propósito de hacer de este un Bayreuth en Inglaterra, así como Miss Buckton y su Eagerheart hicieron de él un Ober-Ammergau inglés.
Fue aquí donde la mejor de las óperas inglesas vio la luz por primera vez: la mística "Immortal Hour". En ella, Rutland Boughton expresa musicalmente la exquisita y profundamente esotérica leyenda céltica del hada y su amante mortal, como fue narrada por Fiona Macleod. A esto le siguió el ciclo de dramas artúricos, con libretos escritos por Reginald Buckley; y por último apareció la lúgubre tragedia "The Queen of Cornwall", adaptada del gran poema de Hardy.
Todo esto fue presentado en el Salón de Actos, de la Asamblea de Glastonbury como una obra de amor, con trabajadores voluntarios en los talleres de decorados, artesanos locales que construían Excalibur, y papel pintado que imitaba los vitrales en las desoladas ventanas del pequeño salón.
Aquí se veía la historia artística en marcha. Muchos cantantes que desde entonces se volvieron muy conocidos hicieron su debut en este escenario humilde y un poco destartalado. A este lugar, donde dos veces al año tenían lugar los festivales, venían los amantes de la música desde todas partes del mundo, y durante un breve período las calles del pueblito se llenaban de artistas, de mujeres con el cabello corto y hombres con el cabello largo, todos muy vistosos y alegres en cuanto a sus ropas, y el sonido de los espléndidos coros se oía a través de las ventanas de todo tipo de lugares ocasionales que se usaban como lugar en ensayo.
Tuve el privilegio único de ver una representación de "Immortal Hour" que, planeada para adecuarse a los horarios de los ómnibus y trenes locales, empezó cerca de la caída del sol. La primera escena comenzó con la luz del día llenando el salón a través de las ventanas sin cortinas del Salón de Actos. Pero a medida que la ópera continuaba fue desvaneciéndose la luz, hasta que sólo se podían ver unas figuras fantasmales moviéndose en el escenario, y el clamor de las carcajadas de los lóbregos horrores en el bosque mágico resonaba en la total oscuridad, iluminada sólo por las estrellas que brillaban con un extraño fulgor a través de las claraboyas del salón. Fue algo que jamás podré olvidar.
Pero, lamentablemente, la escuela de arte dramático que empezó con el delicado misticismo de "Immortal Hour" y llegó a su punto de exaltación con el noble idealismo del ciclo artúrico, terminó con el sombrío realismo de "The Queen of Cornwall". Todavía no ha llegado el momento de contar esta historia trágica. Glastonbury y la música inglesa perdieron algo muy grande, y por ello todos hemos perdido. Sería demasiado simple intercambiar reproches, y más difícil aún impartir justicia. Gracias al cielo, esa no es nuestra tarea. Todo lo que podemos hacer es lamentarnos por la belleza inmortal perdida y por un sueño que nació muerto.
La obra de Rutland Boughton condujo a la de Laurence Housman, que ha hecho su hogar en el pueblo cercano de Street, ha producido en el Salón de Actos de la Asamblea de Glastonbury su exquisito "Little Plays of St. Francis". Intimo y refrescante, con su sencillez franciscana, el ambiente primitivo del escenario de Glastonbury les venía a la perfección, y el espíritu de Ober-Ammergau de nuestro pequeño pueblo de Westland se hizo sentir de nuevo. El Hermano Juniper llevaba en carretilla las piedras de Mendip prestadas por la empresa de construcción del pueblo, y todo el mundo estaba ansioso por los postes del destartalado escenario que hacían un eco atronador a cada uno de sus movimientos. Sin duda, hay pocos pueblos provincianos que hayan tenido el privilegio de ser la cuna de tantas cosas que tienen un valor permanente en la historia artística de nuestra raza.
Llenaría muchas páginas escribir sobre los muchos artesanos-artistas de esta región. Sin embargo, no podemos dejar de mencionar a algunos de ellos, no sólo porque su obra tiene un valor en el desarrollo de la artesanía inglesa, sino por la alegría del amante de las cosas y los ideales hermosos al ver las cosas que ama, como las bestias recién creadas de que habla Milton, que surgen de su tierra de origen y están ansiosas por ser libres. La tela a medio hilar en el telar, la olla de cerámica, aún caliente, recién salida del horno, son cosas que poseen una lozanía que se pierde cuando se convierten en mercancías en un negocio.
En los elevados cerros de los Poldens -donde el camino a Bridgwater sube para evitar los pantanos traicioneros de los llanos- hay un cierto lugar que suena hueco a las pisadas, porque debajo de él hay sótanos en los que un notable salteador de caminos escondía su botín. Muy cerca de este sitio está la vieja casa de campo donde él vivía. Fuera de la casa aún hoy cuelgan vellones sin elaborar, en una picota, a manera de letrero del tejedor manual cuyo telar puede oírse con su típico ruido dentro de la casa. Aquí se producen esos magníficos hilados a mano que son el placer y la alegría de los cazadores de West-Country.
En Watchett, sobre la costa del mar, se elabora una cerámica de un color gris fascinante, regordetas teteras con picos de tal solidez que sólo un martillo podría desportillarlos, lo que es una gran virtud en estos días opresivos; platos que podrían usarse -sin que corran peligro de romperse- como argumentos en las peleas familiares más virulentas, y copas y tazones decorados con suaves tonos color tierra como la cerámica hecha por los habitantes del lago, y que se encuentra en los pantanos. Una cerámica así no es para la exigente y delicada mesa de caoba con copas de cristal tallado y mantelería fina, pero sobre la mesa de roble viejo y las alegres telas hiladas a mano es lo más fascinante que se pueda imaginar.
A muchas personas les encanta pasar sus vacaciones de verano yendo de un artesano a otro en el campo inglés y comprando ejemplos de su arte. Desdeñan los negocios, y no compran nada salvo lo que sale del taller directamente a sus manos, lleno del espíritu del artesano. Es un hobby delicioso, coleccionar artesanías adquiriéndolas directamente a los artesanos, con la idea de seleccionar cosas que las generaciones futuras podrán valorar.
Napoleón, cuando enfrentaba las burlas de los demás por su falta de un árbol genealógico, declaraba que él mismo sería un antepasado; del mismo modo, quienes cultivan este amable hobby pueden afirmar que sus descubrimientos, con el tiempo, se convertirán en antigüedades. ¡Cuánto mejor es estimular al artesano mientras está vivo que al martillero del futuro!
¡Y qué gentes tan agradables son quienes hacen su sueño realidad mediante el trabajo de sus manos! Hay una cualidad espiritual en las cosas hechas a mano que está ausente en el producto industrial, por más bueno que sea su diseño, pues el hombre que crea con sus manos lo que él mismo ha planeado, impregnando a ese objeto con sus sueños y los muchos sacrificios que hace por su arte, dándole lo mejor que tiene, no puede menos que amarlo cuando lo termina; las manos humanas calientan y amoldan ese objeto amado, infunden alma en él, y este se llena de una vida propia. Ese objeto tiene una marcada personalidad, y las personas sensibles y compasivas tienen conciencia de ello. Los antiguos hacían amuletos, con ceremonias, y destruían cuidadosamente los instrumentos del crimen porque conocían esta curiosa propiedad de los objetos inanimados que han establecido un contacto íntimo con el alma humana. En medio del apuro de la vida moderna -pues raramente tocamos algo hecho a mano- nos hemos olvidado de este secreto, como de muchos otros que conocían los antiguos. No obstante, en esto reside la fascinación que ejerce en nosotros una artesanía; pues las cosas que hace el artista-artesano están vivas, son amistosas, nos acompañan y nosotros las amamos, sin saber por qué. Tal vez algo del alma del artista se haya empleado en su creación; no son materia inanimada sino gnomos, hadas y duendes que, como los juguetes en el cuento de Hans Andersen, hablan entre ellos cuando ningún humano los oye.
En Wells se hacen excelentes iluminaciones, así como grabados en boj; y en Clevedon hay hermosos hilados de seda y lana y lino teñidos con tinturas vegetales. 
Glastonbury, entre sus viejos robles, tiene fabricantes de muebles art esanales, hechos a mano, entre ellos esas curiosas sillas que parecen tan duras y son tan cómodas, construidas según el modelo de una silla que vino de la Abadía: son macizas, no tienen ni un solo clavo en ellas, se desarman y embalan extendidas y se vuelven a armar de nuevo con espigas y cuñas.
Glastonbury es realmente rica en las cosas del espíritu humano, en sus sueños e ideales. Ha inspirado a los creadores de muchas cosas hermosas e inspirará a muchos más, pues su mensaje a la humanidad no ha terminado aún de darse. Mucho más aún verá la luz en la amada Isla de Avalon, entre nuestros campos de Westland.

Dion Fortune El Peñasco


En la parte norte de Somerset, donde linda con Gloucester, hay una llanura triangular,limitada en dos de sus lados por los Mendips y los Poldens, y por el mar en el otro. En el medio de esta planicie se eleva un extraño cerro piramidal coronado por una torre. Tan extraño es este cerro, tan simétrico en su forma, elevándose tan abruptamente en la extensa llanura, que nadie que lo mire por primera vez deja de sentir el impulso de preguntar qué es, pues tiene esa cosa sutil que, aunque parezca extraña aplicada a un cerro, no podemos menos que llamar personalidad.
Visto desde la distancia, el Peñasco es una pirámide perfecta; pero a medida que nos acercamos, un cerro central se separa de las estribaciones apretujadas, y vemos que tiene la forma de un león acostado, con una torre en su cima, y que alrededor de la parte central, en tres grandes espirales, se extiende un sendero ancho e inclinado, conocido como el Sendero del Peregrino.
De todo el cerro parece emanar un influjo extraño y potente, sea que lo veamos desde lejos, desde la cima del Mendip, o lo vislumbremos inesperadamente desde la ventana del dormitorio cuando corremos la cortina en la oscuridad. Ya sea que la luna llena esté desplazándose serenamente en el cielo nocturno detrás de la torre, o que una masa oscura empañe las estrellas, o que el sol esté ardiendo en un cielo añil, o que jirones de nubes se muevan rápidamente empujadas por una tormenta, el Peñasco tiene dominio sobre Glastonbury. El mercado pequeño y atareado que se encuentra a sus pies se ocupa. de la vida de los hombres, pero, sobre el Peñasco:

Los Antiguos Dioses custodian su suelo,
y en su secreto corazón,
Wilfred encontró el reino pagano,
Sueña, mientras vive separado.

En el centro de "la tierra más sagrada de Inglaterra" se alza el cerro más pagano de todos. Pues el Peñasco mantiene su libertad espiritual. Jamás se ha lamentado: "Has triunfado, oh Galileo".
La tradición afirma que su cima estuvo una vez coronada por un círculo de piedra como Stonehenge, que fue un Templo del Sol a cielo abierto, y que el camino inclinado que da tres vueltas en espiral alrededor del cono era el camino procesional por el cual los sacerdotes del sol ascendían a los elevados lugares de su culto.
Cuando el paganismo, moribundo, entregó la antorcha a la nueva fe, el círculo del sol fue derribado, se rompieron en pedazos sus grandes piedras, y se las utilizó en los cimientos de la Abadía, de modo que la nueva iglesia se alzó sobre raíces paganas. El pozo de agua al pie del Peñasco, el oscuro Pozo de Sangre del antiguo sacrificio, se convirtió en el escondite del Cáliz sagrado; la misericordiosa leyenda cristiana abrazó las piedras sombrías de la antigua fe, la invocación de la naturaleza elemental fue olvidada, y comenzó la hermosa historia del Grial.
Se dice que alrededor del sagrado Pozo de Sangre, algunos ermitaños hicieron sus celdas. Pero estos santos estaban tan perturbados por los ángeles y los poderes que el antiguo ritual había convocado en el Peñasco que, en defensa propia, construyeron una iglesia en la cima y la dedicaron a San Miguel, el poderoso arcángel cuya función es dominar los poderes del submundo.
Pero ni siquiera San Miguel pudo contra los Poderes de las Tinieblas, concentrados por el ritual, y el terremoto del año 1000 derribó el edificio de la iglesia, dejando sólo la torre en pie. Así fue como el símbolo cristiano de una iglesia cruciforme se convirtió en el símbolo pagano de una torre erguida, y los Viejos Dioses se mantuvieron firmes. Sobre la puerta por la que se entra a la torre hay dos curiosos símbolos tallados que han sobrevivido a la potencia de tormentas y ardores fanáticos, aunque las estatuas de los santos han caído de sus nichos.
A un costado del umbral hay un bajorrelieve en que el alma está siendo pesada en la balanza, y al otro costado se encuentra la imagen de una vaca. ¿Qué hacen estos símbolos en una torre cristiana? ¿Quién, que haya estudiado el Libro de los Muertos de los egipcios, no conoce el símbolo del alma en la Sala de Juicios de Osiris, que es pesada en un platillo de la balanza mientras en el otro, como contrapeso, está la pluma de la Verdad, y el sombrío Chacal de los Dioses espera para devorar al alma si se encuentra que no es digna?
¿Y quién no ha visto allí a la diosa-vaca Hathor con la luna entre sus cuernos? ¿Qué hacen estas dos figuras grabadas en la torre del Peñasco de Glastonbury?
El Peñasco es realmente el Cerro de la Visión para cualquier persona cuyos ojos posean una mínima inclinación a abrirse a otro mundo. De él se cuentan innumerables historias.
Hay algunas personas que, al visitar Glastonbury por primera vez, se asombran al ver ante ellos un Cerro que ya han conocido en sueños mientras dormían. Más de una ha contado esta experiencia. Muchas veces dicen que la torre se ve rodeada de luz; un cálido resplandor, como de un horno, se eleva del suelo en las cerriles noches de invierno, y se oye el sonido de cánticos desde las profundidades del cerro. Las imponentes formas de las luces y las sombras se mueven entre los antiguos espinos que cubren las laderas bajas, y algo que los ojos no pueden ver impulsa al ganado que pastorea desde las alturas hacia abajo; y los animales no se precipitan en pánico, sino que van en silencio y ordenadamente, obedeciendo a un pastor invisible que los aleja del lugar a fin de que el Templo del Sol, en las alturas, que no está hecho por el hombre, eterno en el cielo, pueda estar listo para quienes vienen a rendir culto aquí. En más de una ocasión, quienes vivimos en la ladera del Peñasco hemos sido convocados para dar consuelo a aquellos que realmente han visto aquello que venían a buscar.
Aunque es maravilloso el panorama que se ve desde el Peñasco, cuando la mitad de Somerset yace extendida a nuestros pies con las lejanas colinas de Devon al sur, al otro lado de Bridgwater Bay -y, cuando el aire se limpia después de la lluvia, también las colinas de Wales hacia el Oeste- mucho más maravilloso aún es el paisaje nocturno para aquellos que se atreven a trepar en la oscuridad. Lo más prodigioso de todo es, quizás,escalar el Peñasco en el ocaso y ver cómo el sol se hunde en el horizonte, sobre el lejano océano Atlántico. Desde el Peñasco vemos dos ocasos: el sol en toda su gloria en el Oeste,y su reflejo en las nubes en el cielo del Este. Ver la luna elevarse a través del resplandor rosado de las nubes bajas sobre los pantanos que se van oscureciendo es algo que jamás se podrá olvidar.
Cuando las luces empiezan a encenderse en el pueblo al pie del cerro, se ve que forman una estrella de cinco puntas, pues hay cinco caminos que salen desde Avalon -hacia Wells, Meare, Street, Butleigh, y Shepton Mallet- y las casas que están a lo largo de estos caminos -como es necesario que estén las casas de los hombres-, amontonadas confusamente donde abandonan el pueblo, y raleándose a medida que los caminos se internan en los pantanos, forman una perfecta estrella de luz alrededor del Peñasco con su torre.
Hay un momento especial, mejor que ningún otro, en que es bueno subir al Peñasco al anochecer, y ese momento es la noche de luna llena del equinoccio de otoño, cerca de la Misa de San Miguel. En esa época las noches se ponen frías, pero los días aún son cálidos, con el resplandor crepuscular del verano, y el frío de la oscuridad, congelando el cálido aliento de las praderas, hace que una niebla espesa pero baja se forme sobre la llanura. A través de ella el ganado avanza con dificultad, como si lo hiciera en el agua, y los árboles proyectan sombras -negro sobre plata- bajo la luz de la luna. Cuando la noche se acerca, la bruma se hace más profunda. Llena todos los huecos, igual que en la marea alta en un estuario. Lentamente, los árboles y los graneros van desapareciendo. Sólo algunas lomas, como Beckary de St. Bride, permanecen como islas en la niebla. Las luces en los caminos lejanos se encienden y apagan a semejanza de luciérnagas en la blanca tristeza. Poco a poco, ellas también se desvanecen cuando la niebla se espesa, y AvaIon vuelve a ser una isla otra vez.
La gente del lugar llama a esta niebla baja que se tiende sobre la llanura, el Lago del Prodigio. A través de ella, lentamente, llega la barcaza negra conducida por el hombre mudo, llevando a las reinas llorosas que traen a Arturo, herido de muerte en Lyonesse, para que él pueda curarlo de su grave herida en nuestros verdes valles entre los manzanos. Es en el Lago del Prodigio que Sir Bedivere arroja a Excalibur, la espada mágica, grabada con extrañas runas en una lengua desconocida. Y es allí donde el blanco brazo de la Dama del Lago, elevándose entre el torrente de agua, toma la espada y se la lleva a las profundidades. Hasta el día de hoy sus piedras preciosas, adornando su hoja aherrumbrada, yacen entre los pantanos, esperando que alguien las encuentre. Todo esto y mucho más retorna a Avalon cuando el Lago del Prodigio se eleva desde sus manantiales fantásticos bajo la Luna del Cazador.
Pero he visto algo más extraño aún que el Lago del Prodigio a la luz de la luna. Hay veces en que sobre las llanuras de Glastonbury cae lo que se conoce localmente como la Plaga. Una rara pesadez que no se convertirá en tormenta está en el aire de verano. El sol brilla opacamente como un disco de cobre a través de las nubes pajas, y en la opacidad y calor opresivos, los nervios se ponen de punta con la inquietud e intranquilidad.
Un día igual al que acabo de describir, llevados al borde de la desesperación por la opresión de la llanura, partimos para ascender al Peñasco. Atravesando la niebla más densa,moviéndonos en un círculo de tres metros de diámetro, cercados por una pared blanca e impenetrable como la piedra, subimos y subimos hasta la misma cima, y allí, en una blanca ceguera, la cima surgió de la niebla tan repentinamente como un tren sale de un túnel. La cresta del Peñasco estaba por encima de las nubes.
El cielo era de ese azul añil que se ve a menudo en Avalon. Un azul que debería ser visto a través de las ramas de un manzano en flor. De una orilla hasta otra, ninguna nube punteaba sus profundidades, pero bajo nuestros pies se extendía hasta el horizonte un ondulante mar del blanco más puro con púrpura en sus huecos. Por encima de nuestras cabezas estaba la torre, con su extensa sombra proyectada a gran distancia sobre el piso de nubes. Era corno si el mundo se hubiera hundido en el mar y nosotros fuéramos los últimos seres que quedaban de la humanidad. A través de la niebla no se oía ningún sonido, y ningún pájaro hacía círculos sobre nosotros. Tan sólo cielo azul, torre gris, niebla ondulante y un sol tremendo.
El aire no se movía. Todo estaba quieto y silencioso como la luna. El tiempo pasó sin que lo notáramos, hasta que al fin, un aire leve empezó a agitarse; pronto se convirtió en brisa. Entonces las nubes empezaron a moverse. Se revolvieron y amontonaron en grandes olas y se deslizaron hacia el mar. Cada vez más y más rápido, mientras el viento se volvía más fresco, se fueron moviendo bajo nuestros pies. Pronto empezaron a abrirse grandes grietas en la niebla, y por un momento vimos los oscuros bosques de Butleigh, envueltos en la más profunda sombra. Las grietas se cerraban y volvían a abrirse y a cerrarse,ofreciéndonos vislumbres de los cortes de turba hacia Ashcott y los rojos techos de Street.
Luego las rías empezaron a verse como hilos de plata a través de la bruma; los sonidos comenzaron a elevarse débilmente a través de las nubes cada vez más tenues: un gallo canta, un perro ladra, campanas en la distancia. Por fin, lo que quedaba de la niebla empezó a rodar y voló como una pared hacia la costa, y las llanuras se extendieron bajo la luz dorada del sol. Dos veces he visto esto desde el Peñasco, y es algo que jamás podré olvidar.

Dion Fortune Las Piedras de la Abadía


Los viejos planos de la Abadía, dibujados con una peculiar perspectiva, muestran el extenso territorio que una vez estuvo dentro de sus límites. La caseta de entrada, con su techo empinado y su cámara sobre la entrada, todavía mira hacia la amplia extensión de Magdalene Street. Desde la hilera de casas de beneficencia con sus soleados jardines, los pensionados de los monjes aún pueden observar todo el movimiento de la Abadía. Parte de la gran pared que cercaba el jardín de los monjes aún está en pie; se eleva muy alto por sobre las estrechas callejuelas detrás de la calle principal, y en sus grietas crecen plantas: conejitos y valerianas. La mayor parte de esa pared ya no está, pero aún pueden rastrearse las bases, incluso hasta el Granero de la Abadía, el magnífico granero cruciforme, bellamente construido en piedra gris con manchas de liquen, con las estatuas de los cuatro evangelistas muy arriba en sus nichos mirando hacia abajo, a los carretones y el ganado.
Los monjes le dieron un toque eclesiástico a todo lo que construyeron; no hay modo de confundir la obra hecha por sus manos. Hasta las oficinas internas fueron construidas con la misma cuidada belleza de la gran iglesia. La Cocina del Abad, aún en pie, es testigo de su amor por la belleza y la verdadera artesanía.
La Cocina del Abad es un edificio octogonal con un empinado techo en forma de pirámide. Dentro de ella hay cuatro enormes hornos, cada uno concebido para asar un buey entero. A su lado hay hornos más pequeños, construidos dentro del espesor de la pared, probablemente para la pastelería. Nada pudo haber sido mejor planificado que el alto techo de la cocina para expulsar el calor y el humo de estos cuatro hornos, ya que no hay palabras para describirlos, tan enormes son. Para atizar el fuego en ellos deben haberse empleado troncos de árboles enteros.
No es necesario poseer una gran imaginación para ver en la vieja cocina gris al cocinero monástico y sus ayudantes, pues las grandes lajas del piso preservan las marcas de sus pies.
Hay algo extrañamente impresionante en la piedra gastada por las pisadas. No hay nada que humanice más un antiguo edificio que las superficiales depresiones producidas en sus baldosas por los pies humanos.
Entre los pilares rotos de la cripta todavía pueden verse los canales de piedra que sirvieron de desagüe a la Abadía. Fueron construidos con el mismo sistema que utilizaron los romanos en sus casas de campo, y aún hoy funcionan, manteniendo el suelo seco y sano.
También hay pozos que proveían de agua a los numerosos monjes. Hoy nos parecen extrañamente situados, ya que están dentro de la iglesia. Uno de ellos, del que se dice que es alimentado por el famoso manantial de Sangre al pie del Peñasco, se encuentra bajo la Capilla de San José. El arco de baja altura que oficia de techo, en la profunda oscuridad al pie de una escalera sinuosa y estrecha, está bellamente labrado mediante el uso de un hacha, cortado a imitación de la madera trabajada con cincel. En estas islas este fue el prototipo de la ornamentación arquitectónica. La técnica de un material fue imitada en otro antes del descubrimiento de que las obras de calado podían trabajarse en piedra tan fácilmente como los ángulos de la talla con hacha.
Para nosotros, que estamos acostumbrados a oficinas interiores puramente utilitarias, es materia de reflexión que los monjes emplearan semejante riqueza artesanal en las partes no visibles de sus edificios. Esto prueba que trabajaban para la gloria de Dios y no para las alabanzas de los hombres, ya que, ¿quién más que aquel que sacaba agua del pozo iba a ver las finas tallas de la fuente en medio del sótano de la Abadía?
Fuera de la pared que marca el límite de la Abadía hay otros edificios íntimamente relacionados con la vida monástica. Mirando hacia la ancha Magdalene Street. hacia la cual se abre la puerta de la Abadía, se encuentra la antigua y admirable Posada del Peregrino -conocida hoy como "The George"- uno de los mejores ejemplos de arquitectura Tudor en el país, y que originalmente fue la posada de la Abadía donde se daba hospedaje a los viajeros, según la costumbre de las casas monásticas. Muchos peregrinos se sentían atraídos a Glastonbury por la fama de sus reliquias. Sin duda. el Abad encontraba que éstas eran una distracción de los deberes sagrados, de modo que la posada fue construida fuera de las paredes de la Abadía, donde ni el espíritu mundano ni las fiebres de los visitantes pudieran infectar a los monjes.
El peligro de la infección era muy grande durante las devastadoras epidemias de la Edad Media; y fue durante la Peste Negra cuando se construyó el Tribunal, el hermoso y antiguo edificio gris en High Street, a mitad de camino entre la Posada del Peregrino y la iglesia de San Juan. Los presos se podían vengar de los jueces infectándolos con las enfermedades que se originaban en las fétidas cárceles; los monjes eran suficientemente astutos para darse cuenta de que dejar entrar a un preso a la Abadía, por más que desearan su detención, podía no ser algo bueno, así que se mantenía a presos y peregrinos a una prudente distancia y la Abadía conservó un continuo estado de salud.
Se dice que hay calabozos bajo el Tribunal, pero nunca han sido explorados; no es seguro excavar en los cimientos de casas antiguas. Sin embargo, en los canales triangulares que están debajo de los aleros todavía pueden verse los antiguos juncos como los que se usaron en la construcción de la iglesia circular levantada por San José y sus doce compañeros; la primera iglesia en estas islas, y, así afirma la tradición, la primera iglesia que se construyó en la superficie de toda Europa.
El Tribunal y la Posada del Peregrino han sido utilizados ininterrumpidamente desde su construcción. El Tribunal ha sido muchas cosas en su momento. Una vez, una hermandad de monjas lo convirtió en su hogar, y sus cortinajes negros podían verse al pasar por las calles estrechas y al entrar por las puertas de arcos bajos de las antiguas casas de campo,llevando la imaginación a la Edad Media y a la Glastonbury de los monjes. Hoy el Tribunal es un negocio de artesanías donde se venden los fascinantes productos de los artistasartesanos que abundan en esta parte del mundo. Las viejas habitaciones de piedra son un ambiente perfecto para los lienzos hilados a mano y los metales trabajados artesanalmente;nunca hubo tanta armonía entre un negocio y sus mercaderías.
La Posada del Peregrino se encuentra también en buenas manos; las habitaciones, con sus ventanas de piedra divididas por parteluces y pisos irregulares de enormes tablas cortadas de árboles enteros, sus entablados en las paredes y sus pretendidos fantasmas, están amuebladas con hermosos muebles antiguos que armonizan con el espíritu de la casa.
El patio, donde solían entrar los carruajes, ha sido techado y convertido en salón; pero debajo de las alfombras que cubren el piso, nuestros pies pueden sentir irregularidades, y si retiramos las alfombras, podemos ver los profundos surcos que las ruedas de los carruajes dejaron en las lajas que cubren el piso.
Los elevados pilares de la Abadía parecen ajenos a la vida humana. Han estado bajo el cielo tanto tiempo, que la atmósfera humana ha desaparecido de ellos; pero las antiguas piedras que muestran señales del uso diario de gente ocupada con las tareas en que nosotros mismos nos ocupamos cada día de la semana -los dormitorios, los lugares donde cocinaban los hombres que ya se fueron- estas cosas nos tocan el corazón, y sentimos que la línea ininterrumpida de nuestra vida nacional se extiende hacia atrás, hacia el pasado remoto, y sabemos que llegará al lejano futuro y que nosotros mismos somos una parte de él.

Dion Fortune La Abadía


Un gran portal mira hacia la anchura de Magdalene Street. A su lado está la hermosa fachada de una casa, con ventanas de piedra divididas por parteluz, de cuyos aleros gradualmente se va destiñendo la leyenda del "León Rojo". Esta es la casa-portal de la Abadía, y se dice que en la cámara que está sobre la puerta, el pobre y anciano Abad Whiting, el martirizado Abad de Glastonbury, durmió su última noche en la tierra después de haber sido llevado a Wells "para ser juzgado y ejecutado", como decían las instrucciones oficiales, con involuntaria ironía.
Bajo la entrada, entre las modernas paredes, el sendero conduce al recinto de la Abadía,y después de pasar la valla, pisamos "la tierra más sagrada de Inglaterra".
Un gran campo de césped se extiende ante nosotros, césped perfecto sin mancha alguna,verde como una esmeralda hasta en los calores del verano, y desde el césped se elevan rotas paredes grises. Arcos enormes se remontan al cielo, se apoyan mutuamente, pero no se encuentran. La dovela ya no está, pero los poderosos pilares del campanario aún permanecen.
En épocas pasadas, antes de que el Brue fuera utilizado como recurso natural, el suelo de Glastonbury se anegaba y era traicionero, y para los abades era muy difícil encontrar una base segura para las paredes de los edificios; algunos de ellos, además, no tuvieron escrúpulos en utilizar escombros en vez de piedra sólida. De modo que el gran campanario fue una fuente de gran ansiedad para los monjes, y pusieron bajo aquel unos hermosos arcos con forma de reloj de arena, como los que pueden verse hoy en la Catredral de Wells. Esos arcos han caído, pero los pilares que se elevan al cielo siguen en pie. El largo contorno de la nave está limitado al Sur por la gran pared gris con sus espacios para ventanas, vacíos donde una vez los cristales pintados relucían como gemas; hacia el Norte no queda pared alguna, pero su lugar está tomado por una hilera de magnífico canto rodado a cuyos pies las bases de las capillas perdidas están trazadas en piedra, pues las bases reales se encuentran a muchos metros bajo tierra. Estas son las capillas perdidas que fueron redescubiertas a través de esa curiosa escritura automática que llegó a manos de Mr.Bligh Bond, quien estuvo una vez a cargo de las excavaciones en la Abadía.
Al final de esta iglesia, la más larga de Inglaterra, están las bases de la Capilla Edgar, cuya existencia fue revelada por primera vez por las comunicaciones en esa escritura automática, y cuyo descubrimiento debajo de un alto talud de arcilla fue la primera confirmación de un experimento psíquico extraordinariamente interesante. En su extremo oeste está la hermosa Capilla de San José que, según dice la leyenda, se construyó originalmente alrededor de la pequeña iglesia de junco erigida por las manos venerables del anciano santo y sus compañeros. Pero unos grandes incendios han devastado a la Abadía de Glastonbury, y muchas reliquias sagradas han desaparecido en ellos. La pequeña iglesia de junco, la más preciosa de las reliquias, ya no existe.
Hasta que uno de los abades tuvo la dudosa inspiración de construirle una cripta a esta capilla, el piso de esta estaba adornado con un piso de mosaicos que representaba los doce signos del zodíaco con el Sol exaltado en el centro, del cual se dice es una referencia a los doce compañeros de San José de Arimatea, que construyeron sus celdas solitarias de esa misma manera, alrededor de la iglesia circular.
La puerta norte de la capilla está ornamentada con las tallas más exquisitas; cuentan la historia de la Masacre de los Inocentes. En un panel vemos a los Tres Reyes Magos arropados en sus camas, demasiado cortas para ellos, con un ángel administrándoles un sueño. En otro, los soldados de Herodes, vestidos con la armadura de los caballeros normandos, tienen niños muertos atravesados en sus lanzas, como haces de heno en una horquilla. Todo muy espeluznante y convincente para la gente de la época, pero raro y pintoresco como un libro de cuento infantil para las personas sofisticadas de hoy.
Al sur de la gran iglesia se encuentra el soleado patio del claustro y la cripta del aposento de los calígrafos donde se hacía el copiado de los manuscritos.
Esto es todo lo que queda de las pasadas glorias de la Abadía de Glastonbury, cuyos abades eran a menudo de sangre real, que dio innumerables estadistas y eruditos al servicio del reino, cuya gran biblioteca era la maravilla de su tiempo, cuyas reliquias eclipsaban incluso a las de Canterbury y Westminster, y cuyo suelo era tan sagrado -por los huesos de los santos que albergaba- que un antiguo historiador lo llamó, "la tierra más sagrada de Inglaterra".
¿Hacia dónde se fue su gloria? Año tras año, los abades, sabiamente elegidos,construyeron esta institución tan antigua. No hay registro alguno de desmoralización o de corrupción en Glastonbury. Los reyes la enriquecieron con sus regalos, y los nobles enviaban allí a sus hijos para ser educados. Desde todas partes de Inglaterra, los peregrinos la visitaban para rezar ante sus altares y adorar las reliquias que contenían. ¿Por qué están rotos los arcos? ¿Por qué cayó el gran techo, y se fue toda la gloria?
La historia de esto es demasiado conocida como para contarla nuevamente. Llegó un día en que unos hombres enviados desde Londres visitaron la Abadía de Glastonbury e hicieron una lista de todos sus tesoros. El santo y anciano abad fue llevado a la rastra, como un reo más, hasta la cima del Peñasco donde se lo ahorcó, y los tesoros fueron enviados al rey. Los monjes fueron dispersados, se sacó el emplomado del techo, se quemó la pantalla con el crucifijo tallado para fundir las campanas, y la mitad de Somerset utilizó las paredes como cantera. Se dice que el camino a Wells fue pavimentado con piedra de la Abadía, y en muchas casas de campo podemos ver hoy las ventanas de piedra divididas por maineles, con sus gráciles arcos góticos ojivales, que salieron de la Abadía. Cuando las viejas casas son derribadas, constantemente se encuentra que las piedras de que estaban hechas están exquisitamente labradas, con sus caras talladas vueltas hacia adentro y ocultas con yeso y escombros y sus alisados dorsos expuestos a la vista.
¿Y por qué se llevó a cabo la destrucción de algo tan hermoso y venerable? ¿Por qué unos hombres que estaban dedicados al servicio de Dios, que vivían en paz con sus vecinos, fueron dispersados y expulsados, y condenados al hambre y la miseria? Porque un rey pagano con principios cristianos deseaba conciliar su conciencia con sus deseos. 
La Abadía no languideció ni murió debido a la corrupción interna; murió como se hunde un gran navío, que en un momento navega hacia su destino, y al siguiente se precipita a la destrucción con todos sus tripulantes.
Por eso, en la Abadía tenemos una sensación tan clara de nuestro pasado espiritual, no corrompido por el deterioro. El espíritu de la Abadía sigue vivo, así como según se dice, sigue vivo el espíritu del hombre que ha muerto violentamente antes de tiempo. Cuando la muerte viene gradualmente a través de la enfermedad, el alma se prepara para su partida mucho antes de qué esta suceda; afloja su aferramiento poco a poco, y a menudo parte antes que empiece la agonía. En el cuerpo no permanece más que una vida química, y cuando esta cesa, la carne vuelve silenciosamente a la tierra. No es así cuando un hombre es derribado mediante la violencia mientras está en el cenit de su poder: el alma no irá a su lugar y no descansará, porque su tiempo no había llegado.
Y la Abadía de Glastonbury es como un hombre derribado en la flor de la vida. Su espíritu se mueve. En esa nave verde, que nos rodea completamente, sentimos el movimiento de la vida. El espíritu de la Abadía está allí, vivo y energizante. Todo lo que debemos hacer es cerrar los ojos, para sentir que nos rodea la atmósfera de una iglesia magnífica.
Hay fuerza espiritual en Glastonbury. Estar en el centro de la gran nave, mirando hacia el altar mayor, es como estar en medio de un rápido arroyo de montaña con el agua hasta la cintura. Una fuerza invisible se precipita fluyendo a torrentes. Sólo en otro lugar y otra ocasión he experimentando una fuerza similar: en la comunión de Navidad en la Abadía de Westminster, cuando al salir de la nave transversal hacia la lenta fila de los comulgantes llegué al pasillo central, fue como si desde la orilla de un río yo hubiese entrado en sus rápidas aguas.
¿En qué consiste este poder torrencial de los lugares sagrados? ¿Acaso no perdemos mucho al abandonar la antigua costumbre de la peregrinación? La Reforma, sin duda,eliminó muchos abusos en una era que había caído en la corrupción, pero con los abusos se destruyeron también bastantes cosas buenas. Algunas grandes verdades de la vida espiritual fueron olvidadas cuando cada persona se convirtió en su propio sacerdote. Cualquiera que sea la explicación, la experiencia demuestra que hay poder en los lugares sagrados, poder para estimular la vida espiritual y vigorizar el alma con un nuevo entusiasmo e inspiración. Donde sucesivas generaciones de dedicados hombres o mujeres han sentido emociones espirituales durante largos períodos de tiempo -sobre todo si han tenido entre ellos a quienes pueden haber sido considerados como santos, por su genio para la devoción- la atmósfera mental del lugar se impregna de fuerzas espirituales, y las almas sensibles con la capacidad de responder se conmueven profundamente cuando se ponen en contacto con ellas.
Todos tenemos la desafortunada tendencia a olvidar que en nuestras islas hay lugares sagrados de poder espiritual que han sido santificados por las vidas y muertes de nuestros santos ingleses. lona, Avalon, Lindisfarne, ¿no son acaso sus nombres "tres dulces sinfonías"? Y de estas tres, nuestra Avalon es, según la opinión unánime, la más grande.
Primero fue santificada por la llegada de José de Arimatea quien traía el Grial, y desde ese día en adelante los hombres y mujeres de vida santa hicieron allí su hogar. San Patricio de Irlanda vivió y murió en Avalon. Santa Brígida llegó también allí desde Irlanda e hizo su hogar en Beckary, durante muchos años, aunque finalmente volvió a Irlanda para terminar allí su vida. San David y siete obispos de Gales viajaron a Glastonbury para consagrar la primera piedra de la iglesia que se construyó en ese lugar; pero en su viaje, San David fue visitado por Nuestra Señora en un sueño, quien le dijo que el suelo de Avalon era tan sagrado que la iglesia allí construida no necesitaba más consagración, y que ella ya la había aceptado. De modo que San David llegó a Glastonbury como un peregrino más, hizo allí su plegaria y volvió a Gales. La tradición afirma que el grupo de monjes peregrinos que fueron masacrados por las tribus en Shapwick mientras se dirigía a Glastonbury eran esos mismos galeses.
La tradición tiene también una historia muy hermosa, que debemos amar por el relato en sí, aun cuando no sea creíble desde el punto de vista histórico. Se dice que el Sagrado Niño vino a Glastonbury cuando era joven, viajando con los barcos de estaño, y que predicó el Evangelio a los rústicos mineros de Mendip, quienes lo escucharon con alegría. Es a esta leyenda a la que se refiere William Blake, el gran místico, en su poema:
¿ Y caminaron esos Pies en los tiempos antiguos sobre las verdes montañas de Inglaterra?
¿ Y los hombres vieron al Sagrado Cordero de Dios  paciendo en los amables campos de Inglaterra?
Pero aunque esta sea una bella fábula cuando se la aprecia desde el punto de vista de la historia, considerado desde el punto de vista de la vida interior es una realidad espiritual.
En Avalon está la esencia de nuestra vida espiritual en tanto estirpe. Aquí se custodió al Grial, el último y el más alto premio de los caballeros entrenados en la perfección caballeresca en la Tabla Redonda del Rey Arturo. En las leyendas del Ciclo Artúrico y del Grial tenemos la Tradición de Misterio de nuestra Raza.Arturo y su esposa, la Reina Ginebra, fueron enterrados en la Abadía de Glastonbury -según la tradición-, y Eduardo I y su esposa la Reina Elinor (Chere Reine) visitaron la Abadía para asistir al traslado de sus restos desde el cementerio de los monjes a una tumba debajo del altar mayor. Se hicieron excavaciones en el lugar indicado por la tradición, y cuando los monjes ya estaban desesperados, pues habían excavado hasta una profundidad de poco más de cuatro metros sin encontrar nada, se encontraron con un gran ataúd de roble, enterrado boca abajo, y cuando lo dieron vuelta encontraron sobre la tapa la inscripción: "Aquí yace Arturo, Rey de Gran Bretaña". En el ataúd estaba el esqueleto de un hombre muy alto y poderoso, y en el cráneo había cinco heridas, todas las cuales, menos una, se habían curado. Al pie del ataúd había otro sin nombre alguno, que, al ser abierto, contenía el esqueleto de una mujer y una gran trenza de cabello dorado muy hermoso. Esto era de esperar, pues la tradición afirmaba que la Reina Ginebra, después de separarse del Rey, entró en el convento de Amesbury, que no está muy lejos de Glastonbury. El cabello le había sido cortado al convertirse en monja, y no es extraño que la gran trenza de cabello rubio fuera colocada en el ataúd junto a su cuerpo cuando este fue traído, atravesando el páramo, desde algunas millas de distancia, para ser puesto, no al lado, sino a los pies del esposo al que había amado y ofendido.
San Dustan nació en Baltonsborough, a algunas millas de Glastonbury, y pasó su niñez en la Abadía; allí también San Hugo de Lincoln cumplió su noviciado, y cuando necesitó albañiles para la excelente obra de mampostería de la gran catedral, trajo para ello a hombres de Somerset.
Así pasan ante nosotros en procesión los santos de Avalon, hasta que llegamos a la conmovedora figura del último abad, Richard Whiting, con cuya desdichada muerte en el Peñasco termina la historia de la Abadía.
Desde entonces, todo fue dispersado y destruido, y las ruinas cayeron, piedra a piedra. La hierba cubrió la acera, los árboles crecieron en las capillas sin techo. Verano e invierno, siembra y cosecha continuaron inalterados, hasta que una vez más, en el ciclo del tiempo, se venera a Avalon como un lugar sagrado, y otra vez los peregrinos bendicen el templo con sus plegarias.

Dion Fortune La Glastonbury de los Monjes


Existen muchas Glastonburys, y aunque sus antiguas murallas nunca han sido derribadas, como las murallas de Troya, su espíritu tiene niveles ocultos, hondura sobre hondura, como las rocas de una cadena de montañas, y en diferentes lugares emergen a la superficie. Los antiguos patios y simples puertas de sus casas son de la Edad Media, y el espíritu de la Iglesia medieval se cierne sobre el centro del pueblo. El abad gobernaba todas las tierras a su alrededor, ya que las tierras de la Abadía se extendían hasta muy lejos, y las granjas y alquerías reconocían su dominio y pagaban tributos a su granero. El escudo de armas de la Abadía puede aún verse sobre la puerta de muchas granjas grises, en el páramo.
Era el abad quien otorgaba la tosca caridad y aún más tosca justicia de cada día, como lo atestiguan las piedras de Glastonbury. En el pueblo hay dos hileras de casas de campo, de techos bajos y pisos de piedra, en cuya construcción se empleó mucha madera, una para ancianos, y otra para ancianas, y cada una tiene su pequeña capilla, pues los monjes cuidaban del alma de sus pensionistas tanto como de los cuerpos. Las ancianas pasan el resto de su vida bajo la sombra de la Abadía; sus alegres jardines se extienden hasta los límites, y el Espino Sagrado se inclina sobre su muralla. Al final de los pequeños jardines está la Capilla de San Patricio, con su altar de áspera mampostería. Cuando las manos airadas de la Reforma derribaron la noble iglesia, la capilla pequeña y humilde que atendía las almas de las ancianas no fue perturbada. Las grandes torres que le hacían sombra cayeron, pero la campana de San Patricio llama aún a la plegaria hasta el día de hoy.
La gran nave de la Abadía se yergue sin techo hacia el cielo, sus arcos quebrados se elevan y sus paredes grises permanecen en pie. Donde las paredes decaen, antiguas piedras asumen la carga. El piso es de un verde perfecto, de un verde como sólo se puede ver en el césped inglés. El cielo del West Country tiene un azul de hondura italiana. y con el verde abajo y el azul arriba y las piedras grises remontándose para fundirse con él, Glastonbury tiene una magia para el alma, que no se encuentra en las iglesias que se yerguen intactas.
Los abades constructores glorificaron a Dios en la belleza de su Abadía, agregando una capilla, un pórtico y unos arcos. Los edificios de la Abadía iban desde el hermoso granero en forma de cruz, en el Sudeste, hasta la entrada con arcos que da a la cruz del mercado en el Noroeste. Hasta hoy, dentro de la gran muralla pasta el ganado y maduran las manzanas para la sidra. El césped es verde, espeso y suave, como conviene al césped de un suelo que se pisa. Hay líneas débiles, incorpóreas, de bordes y huecos, que muestran donde pasaban los antiguos senderos. En un campo abierto se encuentra la Cocina del Abad, reliquia de pasadas glorias. En cada uno de sus cuatro grandes hornos se podría asar un buey entero.
El diseño y la mampostería de la cocina son tan hermosos como los de la iglesia, y aún se ven sin daño alguno, no tocados por el tiempo. Sus constructores eran hombres íntegros, y en su estructura utilizaron piedra sólida. No ocurrió lo mismo con la Abadía.
Lamentablemente, la ambición de algunos abades les hizo construir más allá de sus recursos, y la armazón de juncos quebrada hoy muestra el falso ripio de los grandes pilares; donde una sólida mampostería debía llevar la carga, se pusieron arcilla y pedazos de ladrillo entre revestimientos de piedra labrada. Aunque la estructura parecía sólida a la vista, se necesitaba un constante apuntalamiento, y sus sucesores heredaron una pesada carga. Les fue imposible dejar sus nombres grabados en la piedra, y se encontraban incesantemente ocupados en mantener intacto, por miedo a que cayera sobre ellos, el trabajo por el cual otros hombres habían recibido reconocimiento. Finalmente, los prodigiosos arcos invertidos, como se pueden ver en la Catedral de Wells, fueron introducidos bajo el gran campanario. Es un ejemplo maravilloso de mampostería esta gran figura de un ocho en piedra, surgiendo sin apoyo y sin apuntalamiento desde el piso al techo, y asumiendo la tensión y el peso de la torre y sus campanas.
Al sur de la gran iglesia estaban los claustros, resguardados del Norte por las altas paredes del presbiterio, abiertos al sol y al Sur, pues a los monjes les gustaba calentar sus viejos huesos mientras caminaban de un lado a otro en los claustros, preparando su apetito para el buen pollo castrado que debía alimentar sus honradas barrigas redondas, si es que Shakespeare está en lo cierto. Sin duda, había muchos buenos pollos castrados para un monasterio que poseía una parte tan extensa del fértil suelo de Westland, pero no se oyen acusaciones de descuido o negligencia contra los monjes de Glastonbury. Parecían vivir en paz con todos sus vecinos, salvo el Obispo de Bath y Wells, que tenía su propia opinión sobre la independencia y privilegios de los monjes, y las gentes del pueblo no manifestaban mala voluntad hacia ellos ni les guardaban rencor.
Los monjes eran notables eruditos, y los hijos de muchas casas de la nobleza eran enviados al monasterio para ser educados por ellos. Al sur del jardín del claustro estaba el aposento de los calígrafos, donde se llevaba a cabo el copiado de los manuscritos, con cuidadoso esmero y habilidad artística. A la Abadía, en la isla entre los pantanos, llegaban exóticos pigmentos desde todas partes del mundo entonces conocido. El múrice del Mediterráneo que daba el púrpura de Tiro, los rojos del Este, y hasta ingredientes tan raros como polvo de momias, eran pigmentos muy utilizados por nuestros antepasados. El liquen de sus propios manzanos les daba un buen amarillo, como lo sigue haciendo hasta hoy para muchos de los artesanos de la región.
Fue Peter Lightfoot, un monje de la Abadía, quien hizo el prodigioso reloj que hoy se encuentra en la Catedral de Wells. Este reloj no sólo da la hora y los minutos, sino el día de la semana y las fases de la luna. A cada hora, un grupo de caballeros sale de su maquinaria y pelea en un torneo con gran estruendo y choque de armas, y los antepasados de Gag y Magog son responsables por el carillón. Este maravilloso reloj era un magnífico juguete, y nos dice mucho sobre la mentalidad del hombre que lo hizo y del abad que le permitió hacerla.
Más allá de la Cocina del Abad, en el campo, hay una pequeña alberca redonda de piedras gastadas, con hojas del lirio de agua que flotan en su superficie. Aquí se ponía a los peces vivos para conservarlos para el Viernes. En los pantanos, hacia Meare, hay una antigua estructura de piedra, de carácter eclesiástico, parecida a una pequeña capilla. Esta era la casa de pesca del abad, donde se llevaba a los peces pescados en las corrientes lentas de los pantanos, para ser ahumados y almacenados. Poco más allá están los campos con los bajos montículos redondos que señalan las viviendas de un pueblo antiguo, que también obtenía pescado en esas lentas corrientes.
Así es que, una capa tras otra de memorias yace dormida en esta tierra buena. Los monjes vivieron sus vidas, ricas y llenas de muchos intereses. El tiempo de sembrar y las cosechas nunca les fueron esquivos, como así también los innumerables manantiales. Las granjas y las haciendas y las distantes albercas enviaban sus tributos al granero de diezmos del abad. Aún cortamos piedra del lugar donde se extrajeron las piedras para la Abadía. Los carromatos de madera con sus caballos todavía transitan por los caminos estrechos. Aún hoy se curten cueros entre las praderas acuáticas, y las mimbreras siguen produciendo material para el trabajo de cestería. Sólo los peces han desaparecido con el drenado de los pantanos.
La devoción y la erudición medievales están en el aire mismo de Glastonbury. Las piedras de la Abadía han caído, pero su espíritu sigue vivo como una presencia inquietante,y muchos han visto a sus fantasmas. Soñando a solas en el silencio de la gran iglesia sin techo, los pilares espectrales se vuelven a formar en el ojo de la imaginación; el gran altar resplandece con sus luces y un cántico se acerca por los huecos pasillos. Entonces el sueño desaparece, disipado por la luz del sol, y no queda más que una nube de incienso que vaga a la deriva. Muchos han olido el incienso de Glastonbury, que llega súbitamente, en un gran hálito de dulzura. El espíritu de la Abadía sigue viviendo, oculto bajo la superficie del pequeño y prosaico pueblo con su mercado, y a veces emerge de repente a la superficie,precedido por las nubes de incienso; entonces, el alma del que observa se remonta lejos, a otro mundo, donde los hombres valoran el cielo y la belleza.

Jacques Bergier - Melquisedeque

  Melquisedeque aparece pela primeira vez no livro Gênese, na Bíblia. Lá está escrito: “E Melquisedeque, rei de Salem, trouxe pão e vinho. E...