El estudiante de la Masonería mística se ve enfrentado eternamente con un problema. Se le presenta bajo diferentes nombres. Se le ha hablado de él bajo muchos símbolos, pero, brevemente, puede ser definido como la purificación y liberación del cuerpo y el espíritu, del veneno de la cristalización y la materialidad. En otras palabras, él está buscando rescatar la vida enterrada entre las ruinas de su derruido templo y restaurarlo en su legítimo lugar como la nota clave de su arco espiritual.
Estudiando la Masonería antigua nos encontramos con las primeras revelaciones, que nosotros conocemos como las Enseñanzas de la Sabiduría. Al igual que otros grandes misterios, ellas consisten de soluciones a problemas de la diaria existencia. Podrá parecernos de muy poco uso para nosotros el estudio de esos antiguos símbolos abstractos, pero en su tiempo cada estudiante comprenderá que las cosas que ahora apartamos como sin valor, son las joyas que algún día necesitará. Como el centauro del zodíaco, el hombre está eternamente esforzándose en elevar la conciencia humana desde el cuerpo del animal; y en la escalera de tres peldaños de la Masonería, encontramos los tres grandes pasos que son necesarios para lograr esta liberación. Estas tres gradas son las tres grandes divisiones de la conciencia humana. Podemos, sucintamente, definirlas, como materialidad, intelectualidad y espiritualidad. Ellas también representan la acción en el peldaño inferior, la emoción en el del centro, y la mentalidad en el superior. Todos los seres humanos están haciendo el esfuerzo de llegar hacia Dios, subiendo por estas tres gradas que conducen a la liberación.
Cuando nosotros unimos estas tres manifestaciones en un armonioso equilibrio, tenemos, entonces, el flamante triángulo. Los antiguos declararon que Dios, como el punto en el círculo, es incognoscible, pero que dan fe de su existencia sus tres manifestaciones - el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Lo mismo es cierto con el hombre. Dios en cada uno de nosotros puede sólo manifestarse por sus tres manifestaciones; el Padre se manifiesta por medio de nuestros pensamientos, el Hijo por medio de nuestras emociones, y el Espíritu Santo por medio de nuestras acciones. Cuando armonizamos nuestros pensamientos, deseos y acciones, tenemos el triángulo equilátero. Cuando las energías vitales purificadas del hombre son irradiadas a través de esas tres manifestaciones, un halo llameante se agrega al triángulo, en cuyo centro está Dios - el incognoscible e impensable Uno; es el yod o llameante letra del alfabeto hebreo; el abismo que nadie puede conocer, pero del cual todas las cosas vienen. La vida de este desconocido emana hacia afuera a través del triángulo, el cual, en los grados superiores, esta rodeado por un halo de llamas. El halo es el alma construida por los transmutados pensamientos, acciones y deseos - el eterno triángulo de Dios.
Entre los símbolos Masónicos esta la colmena, llamada símbolo de la industria, porque ella demuestra, claramente, que el hombre debe cooperar con sus semejantes para lograr el desarrollo mutuo de todo. También contiene un mensaje mucho más profundo, porque cada alma viviente es una abeja que viaja por la vida y recoge el polen de la sabiduría en los distintos ambientes y experiencias de la vida. Así como la abeja liba la miel del corazón de la flor, cada uno de nosotros debe extraer el néctar espiritual de cada acontecimiento, cada gozo, cada sufrimiento, y llevarlo a la gran colmena de la experiencia - el cuerpo - alma del hombre. En la misma forma, se dice, que las energías espirituales en el hombre toman, eternamente, las fuerzas vitales que él está transmutando y - que las lleva a la colmena del cerebro, en donde es almacenada la miel o el combustible necesario para el mantenimiento de la vida.
Se dice que los antiguos dioses vivían de néctar y no tenían que comer o beber como los otros hombres. Es realmente cierto que la miel conseguida o extraída del enfrentamiento con los problemas del diario vivir, es el alimento más elevado del hombre. Mientras comemos a la mesa bien servida, sería bueno para nosotros considerar si el hombre espiritual también se nutre y desarrolla con las cosas que nosotros hemos transmutado en nuestra propia vida.
Un filósofo de la antigüedad dijo, que la abeja extrae la miel del polen de la flor, en tanto que la araña, de la misma fuente extrae el veneno. El problema, entonces, que se nos plantea, es: ¿somos abejas o arañas?; ¿transformamos las experiencias de la vida en miel o en veneno?; ¿nos ayudan a crecer y elevarnos, o seguiremos, obstinadamente, dando coces contra el aguijón?
Mucha gente se vuelve agria con la experiencia, pero el sabio toma la miel y la almacena dentro de la colmena de su propia naturaleza espiritual.
Es bueno, también, para nosotros el considerar “el saludo especial de la garra del león", uno de los símbolos de iniciación más antiguos del mundo. Antiguamente, el neófito en su camino hacia los templos de Misterios de Egipto, era al final, enterrado en un gran cofre de piedra destinado a los muertos para ser llevado, después, por el maestro, nuevamente a la vida, en su vestimenta de azul y oro. Cuando el candidato era levantado, el gran maestro llevaba en su brazo y manos, a manera de guante, una piel de león, y se decía que el discípulo, nuevamente despertado, había sido llevado a la vida "asido por la garra del león". La letra hebrea yod (que se coloca en el centro del triángulo y se usa, algunas veces, como símbolo del espíritu, por su aparente semejanza a una llama) significa, de acuerdo a los cabalistas, una mano extendida hacia adelante. Nosotros entendemos esto, como simbolizando al espíritu solar del hombre, que se dice está entronizado en el signo de Leo, el león de Judea. Y así como el fruto de los campos y semilleros crecen y se desarrollan por los rayos del sol, así también, se dice que la cristalización del hombre es destruida y disipada por la luz del sol espiritual, el cual levanta a los muertos con su poder y libera las fuerzas vitales latentes. El espíritu del hombre, con sus ojos que ven en la oscuridad, esta siempre esforzándose, por elevar la parte inferior de su naturaleza para que se una con él mismo. Cuando el hombre inferior es, de ese modo, elevado de la materialidad por los ideales superiores que desarrolló dentro de si, se dice que el espíritu de la luz y la verdad ha levantado al candidato, por la iniciación, con "la garra del león".
Examinemos el símbolo de los dos "Juan", como lo encontramos en los rituales Masónicos. Juan (John, en el original inglés) significa "carnero" (en inglés: ram), y el carnero es el símbolo de las pasiones e impulsos animales del hombre. En Juan el Bautista, vestido con pieles de animales, esas pasiones no han sido transmutadas, mientras que en Juan el Evangelista han sido transmutadas, y los vehículos y poderes que representan, se han convertido en los bienamados discípulos del Cristo en la vida del hombre.
Nosotros oímos a menudo, la expresión: “montar el chivo", o "agarrarse al palo enjabonado". Esto tiene una importancia simbólica para aquéllos que tienen ojos para ver, porque cuando el hombre domina su naturaleza animal inferior, puede decir honestamente, "que está cabalgando el chivo"; y si no puede cabalgar el chivo, no puede entrar en el templo de la iniciación. El palo enjabonado al cual debe aferrarse, se refiere, indudablemente a la columna vertebral; y es, solamente, cuando el hombre puede ascender por esa columna, conscientemente, y llegar así al cerebro, que puede tomar los grados de la fracmasonería.
El tema de la Palabra Perdida debe ser considerado como un problema individual. El hombre en si - esto, es el verdadero principio - puede ser llamado la Palabra Perdida; pero es mejor decir que es cierta cosa que irradia del hombre lo que constituye la consigna que es reconocida por todos los miembros de su comunidad. Cuando un hombre, como arquitecto de su templo abusa y destruye las energías vitales que están dentro de si mismo, entonces, el constructor, después de haber sido muerto por los tres cuerpos inferiores, se lleva consigo a la tumba en donde yace, la Palabra que es la prueba de su condición.
El abuso de los poderes físicos, mentales, o espirituales, da como resultado la muerte de la energía,; y cuando esta energía se pierde, el hombre pierde con ella la palabra sagrada. Nuestras vidas - pensamientos, deseos y acciones, - son las triples consignas vivientes por las cuales un maestro constructor conoce a sus obreros; y cuando el estudiante pide su admisión a la Cámara interna, debe presentar a la entrada del templo las credenciales de un cuerpo purificado y una mente equilibrada. Ningún dinero puede comprar esa palabra; ningún grado puede concederla. Pero, cuando dentro de nosotros mismos, el constructor muerto es resucitado nuevamente, él mismo pronuncia la palabra, y sobre la piedra filosofal erigida dentro de si mismo se grava el nombre viviente de lo Divino.
Solamente cuando es resucitado este constructor, los símbolos de la mortalidad pueden ser cambiados por los de la immortalidad. Nuestros cuerpos son las urnas que contienen las cenizas de Hiram, nuestras vidas son las columnas rotas, la cristalización es el ataúd, y la desintegración es la abierta fosa. Pero, arriba de todo, está la rama de siempreviva, prometiendo vida a aquellos que despiertan el poder serpentino, y mostrando que debajo de las ruinas del templo está sepultado el cuerpo del constructor, quien es "revivido" cuando nosotros liberamos la vida divina que está encerrada en nuestras propias naturalezas materiales,
Hay muchos de estos maravillosos símbolos Masónicos, que nos han sido trasmitidos desde el olvidado pasado; símbolos cuyos significados, largo tiempo perdidos, han sido enterrados bajo el manto de la materialidad; El verdadero Masón - el hijo de la luz - sigue ansiando la liberación, y el vacío trono del rey de Egipto todavía aguarda al rey del Sol que fuera muerto. Todo el mundo espera todavía que Balder el Hermoso vuelva a la vida nuevamente, que el Cristo crucificado levante la lápida de piedra y se eleve de la tumba de la materia, llevando consigo su propia tumba.
Cuando el hombre ha vivido de modo que pueda entender este maravilloso problema, el gran ojo o centro de conciencia, es capaz de ver a través del limpio cristal del cuerpo purificado. Los misterios de la verdadera Masonería, por largo tiempo ocultos al profano, son, entonces, comprendidos, y el nuevo maestro revestido con sus mantos de azul y oro, sigue la senda de los inmortales que han ascendido, escalón por escalón, la escalera que conduce a lo alto, hacia las siete estrellas. En las lejanas alturas, el Arca - el manantial de vida - flota en las aguas del olvido, y envía su mensaje hacia abajo, al hombre inferior, por medio del cable de amarre. Cuando se alcanza este punto, la puerta en la "G" se cierra para siempre, porque el centro ha retornado al círculo; el triple cuerpo y el triple espíritu quedan unidos en el sello eterno de Salomón. Entonces, la piedra angular que el constructor rechazara vuelve a ser otra vez el vértice del ángulo y el hombre - la piedra culminante por largo tiempo perdida en el templo universal - vuelve a ocupar su lugar.
Las ocurrencias de la vida diaria están afinando nuestros sentidos y desarrollando nuestras facultades.
Estas son las herramientas del artesano - el mazo, el cincel y la regla - y con estas herramientas autodesarrolladas, nosotros estamos lentamente devastando la piedra bruta o cubo, en el bloque pulido para el templo universal. Es sólo, entonces, que nos convertimos en iniciados de la llama, porque solamente en ese momento la luz reemplaza a la oscuridad. Así como vagando por las abovedadas cámaras de nuestra propia existencia aprendemos el significado de las abovedadas cámaras del templo, el ritual de la iniciación al desarrollarse ante nuestros ojos, nos hace reconocer en él la recapitulación de nuestra propia existencia, el desarrollo de nuestra conciencia y el relato de nuestra propia vida. Con este pensamiento en la mente, seremos capaces de comprender no sólo por qué los atlantes de la antigüedad hacían el culto al Sol naciente, sino también cómo el moderno Masón simboliza este Sol como Hiram, el noble de nacimiento, cuando él asciende a lo alto del templo, coloca una piedra de oro allí y despierta a la vida todas las cosas existentes en el hombre.