terça-feira, 5 de novembro de 2024

Manly Palmer Hall - EL ADVENIMIENTO DE LAS ESCUELAS DE MISTERIOS

 

Desde los tiempos más remotos, la creencia en un Ser superior y supremo, que se manifiesta en la totalidad de lo que el ser humano sólo manifiesta en parte, ha sido una verdad y creencia básica compartida por todos los humanos. El hombre primitivo, abriéndose paso por el lodo y el fango de los pantanos paleozoicos, se golpeaba el velludo pecho con sus largos y deformes brazos y elevaba su grito hacia un Dios desconocido. Y hasta los velludos antropoides de nuestros días, según nos cuentan los exploradores, tienen ciertos rudimentos de prácticas religiosas. Sin alma pero sapientes, elevan al cielo sus caras semihumanas y juntan sus manos como para rezar. Nadie sabe desde cuándo existe el espíritu de veneración - el intenso deseo de expresar la gratitud por el simple privilegio de existir -, pero no cabe duda de que es tan antiguo como la historia misma. Los primeros escritos que se conocen se refieren a los dioses. Probablemente, los primeros edificios fueron templos, pues día a día vamos cobrando conciencia cada vez mayor de que toda estructura existente en la naturaleza es un santuario construido sin acompañamiento de voces humanas o golpes de martillo. Pero no sólo es un santuario, sino también un altar. Y no sólo es un altar, sino también la ofrenda que se hace en el altar. No hay voz, no hay pueblo que no rinda culto a algún Dios, a alguna presencia sentida en silencio, a algún poder visto en el cielo.

La totalidad de los seres humanos se dividen en cuatro clases generales, pero cada ser humano vive únicamente en una parte de si mismo, o, más bien, reduce las restantes partes para hacer resaltar por encima de ellas su parte predominante. La más baja de tales divisiones es la de la naturaleza física; los que en ella residen son de “tierra”, son “terrestres”; no viven más que para la satisfacción de su naturaleza física. Su idea del cielo es la de un lugar donde hay mucha comida, mucho fasto y poco a ningún trabajo que realizar. Son los Sudras Brahmánicos, quienes nacidos en cadenas, están condenados a vivir y morir atados a los grillos de la baja calidad orgánica. La misma estructura de sus carnes y huesos les impide tanto la fineza o perfección del cuerpo como la del alma. Las mentes de tales seres sólo funcionan en parte. Sus cuerpos antes parecen prisiones que lugares de residencia. Se diferencian de los otros temperamentos como el caballo de tiro se diferencia del caballo árabe de pura raza. Lo mismo que caballos de tiro, tales seres viven para llevar a cabo las tareas más bajas, sumidos en el tráfago de sus mediocres destinos.
Son los trabajadores que, en verdad, se ganan el pan con el sudor de su frente. Si se les da opulencia, no son capaces de mantenerse en ella. Si se los rodea de lujo, son incapaces de apreciarlo. Son los seres oscuros, terrestres, que deben inclinarse por siempre ante la inteligencia. No aman a Dios porque no lo comprenden. Son como los velludos antropoides, que elevan los brazos hacia elementos desconocidos.

La segunda división es la de los artesanos, de los que trabajan con la mente y con las manos. Son los hombres pardos del mito hindú. Compran, venden y permutan. A su torpeza básica se agrega un poco de astucia e inteligencia. Con esta astucia e inteligencia, dominan a quienes no las poseen. Son los mezquinos tenderos, y también los que procuran trocar gradualmente el trabajo manual por el trabajo mental. No disponiendo del organismo mental apto para razonar, dependen, en su religión, de aquellos quienes piensan por ellos.
Son éstos quienes dejan que la clerecía resuelva sus problemas espirituales, sintiéndose incapaces de cargar con el honor de los pensamientos profundos. Como resultado de esto, su idea de la eternidad es más bien abstracta y su credulidad es empleada en beneficio comercial de cierto tipo de mentalidades que considera legítimo el capitalizar la ignorancia ajena.

La tercera clase es la de los científicos. Con el microscopio, el telescopio y otros aparatos más complicados, los representantes de este tipo llegan a los límites de lo conocido y hacen la guerra al caos ilimitado. Los que hacen esta guerra por la causa de la ciencia son, las más de las veces, pensadores concretos que van hasta donde los llevan sus instrumentos, y en el límite, se detienen a la espera de que instrumentos más poderosos les permitan continuar el camino. En lo religioso, la mayoría de estas mentalidades son ateas, salvo el caso de que tengan dos normas de vida, una para los seis días de trabajo en el laboratorio, y otra para el séptimo día, en que van a la iglesia. Los milagros de la teología no pueden ser sometidos al análisis químico. En consecuencia, el mundo científico los toma cum grano salis, de donde deriva la controversia actual entre ciencia y teología, que cada generación transmite a la desvalida posteridad, la que siempre llega al mundo en el momento oportuno para entrar en debate.

El cuarto grupo, el más elevado de todos, abarca a filósofos, músicos y artistas que viven en un mundo mental de carácter abstracto, rodeados de sueños y visiones desconocidas e irrecognoscibles para los otros tres tipos. Se han elevado por encima del mundo de la educación académica y han alcanzado el mundo del idealismo creador, que, al presente, constituye la función más alta de la mente humana. Este mundo es el lugar de residencia del genio, de la invención, de las cosas que las mentalidades inferiores pueden aceptar pero no analizar. En lo religioso, estos espíritus son deístas.

Los más de entre ellos son monoteístas. Varios de ellos son místicos u ocultista, y aun cuando todavía no hubieren llegado al plano del reconocimiento de sus doctrinas, no por eso dejan de pertenecer al tipo superior de inteligencias, capaz de atravesar el velo que separa la sombra de la sustancia.
En toda naturaleza humana hay cierta expresión de instinto primitivo. Junto al apetito de comida, que expresa el hambre de la naturaleza material y el apetito de libertad, que expresa el hambre de la naturaleza intelectual, nos encontramos con la apreciación de lo desconocido; esa aspiración da testimonio de la existencia de un germen latente de la naturaleza espiritual que, de alguna manera y en algún lugar de la constitución de todo ser viviente, dormita en forma aparentemente inanimada.

En cuanto el ser humano fue capaz de razonar, volvió su mente sobre sí mismo.
Trató de hallar una solución al misterio de su propia existencia, misterio que día a día le revelaba con mayor plenitud su propia inteligencia en pleno desarrollo. ¿Qué soy yo?. ¿Por qué estoy aquí?. ¿Qué hay más allá de la línea del horizonte de lo por venir?. Estos fueron los grandes problemas con que se enfrentó el hombre primitivo; y estos son también los grandes problemas con que se enfrentan el hombre y la mujer de nuestros días. Las religiones fueron evolucionando gradualmente, a medida que el hombre trataba de explicarse a sí mismo. En un tiempo, las religiones fueron pocas y sencillas, hoy son numerosas y complejas. Esto nos revela en sí mismo la facultad de constante desarrollo de la mente humana. El hombre primitivo no podía contar más allá de los dedos de su mano; más tarde, la mente humana comprendió la matemática, y con esta ciencia puede ahora realizar cálculos infinitos con cierto grado de inteligencia. La prueba más palpable de la evolución de la mente humana se halla en el desarrollo de los trabajos del hombre. El tronco ahuecado que usaba el primitivo para navegar ha llegado a ser el imponente vapor de nuestros días. Este gran desarrollo, que fue produciéndose a través de las edades, no es resultado de ninguna transformación milagrosa de sustancias naturales, sino del crecimiento gradual de la mente humana, la cual va complicando cada vez más sus actividades, formas y relaciones, como consecuencia de sus funciones eternamente en aumento.

La religión es el resultado de muchas edades de hambre espiritual, cuando el alma del hombre primitivo, hallándose a sí misma insuficiente, se postró con pavor ante la inmensidad de la naturaleza, en cuya grandiosidad infinita aquélla vio un poder mucho más grande que el suyo propio. El salvaje se volvió a los vientos y halló en ellos algo superior a él mismo. Tembló de pavor ante la voz del trueno; quedó postrado de terror cuando las grandes tormentas rugían a través del mundo primitivo y los cráteres de los volcanes vomitaron piedras ígneas y cenizas candentes. Ofreció sacrificios a los dioses del éter para que lo perdonaran.; lloró y clamó en la cumbre de las montañas y ofreció incienso a los astros, como no hallaba a Dios en ninguna parte, le ofrendó sacrificios en todas partes. Vio que las cosechas se quemaban por falta de agua, que sus hijos se enfermaban delante de él.
Sus esperanzas eran destruidas por una cosa desconocida, innombrada, que él no entendía, y la que era el factor determinante de todo pensamiento y de toda acción de su vida. No cabe duda de que fue en esa forma que se originó la primera religión, tal y como la concibe el ser humano primitivo. Recordemos las palabras de Pope: “Io, el pobre indio, cuyo espíritu inculto ve a Dios en las nubes y lo oye en el viento”.

El hombre es pequeño; la naturaleza es grande. El hombre es finito; la naturaleza es infinita. El hombre parece, en su lucha contra la naturaleza, un frágil barquichuelo batido por las olas. En los interminables giros y ciclos de pulimento de la naturaleza el hombre antiguo reconoció la presencia del poder. Se dio cuenta que había algo que era más grande que él mismo, que existía un poder supremo. Anheló procurárselo para sí y durante millones de años luchó, como Hiawatha y el rey Maize, para extraer de ese poder desconocido el secreto de su grandeza. Como Isis, conjuró a Ra a que revelara su nombre, y trató una y otra vez de descorrer el velo de la Virgen del Mundo. Descubrió que algunas de sus acciones lo destruían, mientras que otras le traían paz y bienestar. Trató de discernir entre ellas y en el por qué de tal distinción, consciente de que su propia existencia dependía de la sabiduría con que escogiese.
Dándose al fin cuenta de que no podría dominar a la naturaleza por la fuerza, trató de dominarla por la obediencia. Nuestros códigos religiosos son resultado de los experimentos primitivos con que la mente humana, luchando por subsistir, fue conociendo gradualmente la voluntad de la naturaleza y amoldándose a esa voluntad.

Tenemos hoy día el privilegio de poder echar una ojeada retrospectiva a la historia del género humano y de valernos de la experiencia acumulada en las edades históricas. Los santos, los sabios y los redentores vivieron y murieron luchando con el problema del destino humano. Los frutos de sus trabajos se conservan para nosotros en las escrituras y filosofías de todas las naciones. ¿Qué son los así llamados Libros Sagrados?. ¿No son únicamente el resultado de la contribución al conocimiento del mundo, que hicieron aquellos que, habiendo dedicado sus vidas a los problemas de la humanidad y habiendo aprendido a resolverlos, peregrinaron solos y sin temor por los mundos causales que el hombre llama “naturaleza?”.El hombre fue creando paulatinamente el cuerpo o institución que llama “religión”.

Un templo mental: sostenido por cierta cantidad de columnas, una columna por cada fe humana. El este, el oeste, el norte y el sur han contribuido a la fuerza o a la belleza de ese templo. El edificio, no obstante, es una cosa material. Es la ofrenda del hombre a lo Desconocido. Del mismo modo en que el espíritu entra en el cuerpo cuando el embrión alcanza cierto grado de evolución, el espíritu de la Verdad entra en el cuerpo religioso cuando ésta se halla preparada para tal advenimiento. El mundo tiene muchas religiones, pero la naturaleza no tiene más que una sola Verdad. Toda fe y doctrina son otras tantas contribuciones al conocimiento de esa sola Verdad. Todas las doctrinas expresan un solo ideal a través de una multitud de lenguas. Hay una Babel en la Tierra, pero hay una sola en los cielos. Toda fe busca de respuesta a la única pregunta: “¿Cuál es el fin de la existencia?”. Cada respuesta es diferente. Reunidas todas ellas en su diversidad, es la Verdad lo que queda establecido. La Verdad es la suma de todas estas cosas. La realidad es todas las cosas en todos los seres humanos.

La Sabiduría Antigua es el lado invisible, espiritual de la religión, lo que vivifica el cuerpo de la religión. Es el espíritu único que habla a través de una multitud de lenguas. Es aquella presencia que entra cuando su templo ha sido construido por el cuerpo de sus trabajadores. Vivifica el cuerpo de la fe, le confiere animación y no simplemente una serie de envolturas o esqueletos. Como los dioses de la India, tiene muchos brazos y muchas cabezas, pero un solo corazón.

En la época prístina de la diferenciación humana, el hombre no podía gobernarse a sí mismo, pero estaba regido por quienes la naturaleza había encargado que lo cuidasen y lo llevasen al grado de evolución en que fuese ya capaz de cuidar de sí mismo. Se nos dijo que cuando nuestro sistema solar comenzó a actuar, los espíritus de seres sabios provenientes de otros sistemas solares vinieron hacia nosotros y nos mostraron las rutas de la sabiduría, para que tuviéramos por derecho de nacimiento el adquirir ese conocimiento que Dios da a todos los seres de su Creación. Dícese que fueron esos espíritus de seres sabios provenientes de otros sistemas solares los que fundaron las Escuelas de Misterios de la Sabiduría Antigua, pues esta Sabiduría era el conocimiento de la voluntad de la naturaleza con respeto a sus criaturas. El arte más elevado de todos los mundos es el arte de ser natural, pues lo que es natural sobrevivirá. Durante edades enteras, la religión se fundó en hipótesis falsas. Trató de llenar el mundo de milagros y de cosas antinaturales. Trató de tiranizar y de dogmatizar. Por esta razón, está fracasando. La religión es, no cabe duda, un cuerpo, pero actualmente es un cuerpo sin alma. No ha construido su tabernáculo de acuerdo a la ley. No sirve honestamente ni inteligentemente a las necesidades del género  humano, sino que antes bien se enreda a sí misma y enreda a sus miembros o feligreses en interminables disentimientos de credos, doctrinas y códigos, habiendo olvidado enteramente el espíritu de la Verdad. Como consecuencia de esto, uno de los elementos más importantes de la vida humana está desapareciendo gradualmente de la faz de la Tierra; y a falta de una religión honesta, inteligente, bien intencionada y progresista, tenemos una edad de materialismo extremado, en que el Dios de los hombres se trueca, de figura dorada de un Dios desconocido, en moneda dorada de “uso práctico” diverso.

La Sabiduría Antigua nos dice que sólo hay una religión y que el germen de esta religión fue plantado en las almas de las cosas en el comienzo del mundo. Este germen llegó a ser un poderoso árbol, con sus raíces en el cielo y sus ramas en la tierra, como el banyan de la India. Del mismo modo en que todas las ramas penden del mismo tronco, todos los credos y religiones dependen de una misma fuente, de una misma luz, por todo lo que han sido, son o serán por siempre jamás. Algunas ramas son largas y fuertes; otras, cortas y débiles, pero a través de todas ellas corre la misma vida. Esa vida es luz, y esa luz es la vida del ser humano.

La Sabiduría Antigua no sabe, ni de cristianos, ni de gentiles, ni de paganos. No reconoce más que la existencia de varias ramas pendientes de un mismo árbol; cada rama es en sí misma incompleta, pero forma parte del árbol de la Fe. El árbol no pide nada a las ramas; lo único que espera es que las ramas sean fieles al árbol y den Testimonio veraz de la vida que corre por el árbol. La Antigua Sabiduría es la vida que corre por el Árbol de la Fe. Nosotros no vemos la vida. Sólo vemos las hojas y las ramas que dan testimonio de la vida, pero a su debido tiempo se cumple el milagro del árbol. La vida del árbol es glorificada en el brote y en la flor. La vida del árbol se consuma en el fruto. La gloria de la vida de ese árbol está en la nueva semilla que testimonia plenamente el poder creador de todo lo que acaba de producirse y ha ocurrido antes. Este árbol es, ciertamente, el Árbol de la Vida, pues sin los sentimientos elevados y excelsos, el ser humano no vive, sino que simplemente existe. Si alguna de las ramas de ese árbol no da frutos, el Maestro nos dice que hay que cortarla y arrojarla al fuego. Es deber de todo ser viviente al realizar tareas verdaderamente constructivas, en reconocimiento de la vida divina que alienta en él. La mejor manera de glorificar a Dios es la de que sus criaturas glorifiquen en sí mismas Su espíritu.

En remotos pasados, los dioses se acercaban a los hombres, y mientras los Maestros de las esferas invisibles de la naturaleza trabajaban con la humanidad todavía infantil en este Planeta, los dioses escogían entre los hijos del hombre a quienes fuesen los más sabios y veraces. Y con éstos trabajaron, preparándolos para que pudieran continuar la labor de los dioses, cuando las jerarquías espirituales se hubiesen retirado a los mundos invisibles. Con estos hijos del hombre, especialmente instruidos e iluminados, dejaron los dioses la llave de su gran sabiduría, que era el conocimiento del bien y del mal. Dispusieron que esos hombres así instruidos fuesen sacerdotes y mediadores entre ellos (los dioses) y la humanidad que basta entonces no había abierto los ojos que le permitiesen atisbar el rostro de la Verdad y poder vivir.

Amparados por la divina prerrogativa, estos iluminados fundaron lo que conocemos actualmente como los “Misterios Antiguos”. Estas fueron escuelas de verdades religiosas, en que la religión se usaba en el sentido que implica sabiduría divina. Podían entrar en estas  “universidades” espirituales los hombres más valiosos y capaces. Al principio, estas escuelas fueron reconocidas públicamente. Se construyeron grandes templos para alojar a los sacerdotes y para efectuar los procesos y rituales de iniciación. Se registraron los arcanos místicos en esculturas, tábulas de arcilla y en rollos de papiro. Generación tras generación se iluminó con la sabiduría encerrada en estos documentos conservados en los repositorios sagrados.
Paulatinamente, fue produciéndose una separación en las Escuelas de Misterios. El fervor y propósito de los sacerdotes de propagar sus doctrinas, en muchos casos excedió aparentemente su inteligencia.

De resultas de esto, se permitió a muchos aspirantes entrar en los templos antes de que realmente estuviesen preparados para la sabiduría que debían recibir. El resultado fue que estos espíritus poco preparados, fueron ganando gradualmente más autoridad, pero se manifestaron al fin incapaces de mantener la institución, siendo ineptos para establecer relación con los poderes espirituales que se hallan detrás de toda empresa de orden material. Y de este modo, las Escuelas de Misterios fueron desapareciendo. La Jerarquía Espiritual, servida a través de todas las generaciones por un número limitado de seguidores veraces y fieles, se desvaneció de la faz de la Tierra.
Mientras las colosales organizaciones de orden material, habiendo perdido el contacto con sus fuentes divinas, comenzaron a perder el rumbo y se fueron enredando cada vez más en ritos y símbolos los cuales ya no podían interpretar.

Un ejemplo concreto e interesante de la deterioración de las Escuelas de Misterios y sus ritos se halla en el juego de niños llamado La Comedia de Punch and Judy. Durante siglos la gente superficial de todas las naciones de Occidente rió con las curiosas travesuras de estas pequeñas figuras. El mundo hace tiempo que ha olvidado que este juego se originó entre los primeros místicos cristianos; Punch era Poncio Pilatos y Judy era Judas Iscariote.

El pequeño garrote que lleva Punch es una réplica degenerada de los antiguos cetros de los dignatarios romanos de la Tierra Santa. También es probable que la famosa escena entre Punch y el niño haya sido tomada de la antigua historia cristiana del degüello de los inocentes.

Es realmente digno de notarse cómo a través de las edades, sea por transmisión oral, sea por alegorías o símbolos, sea por ejemplos naturales, las verdades reveladas a los antiguos se perpetuaron hasta nuestros días, a pesar de que siempre fueron ocultadas a los ojos de los profanos. Se ha dicho que la sabiduría no está en ver las cosas, sino en ver a través de las cosas. Al menos para el ocultista, esto es doblemente verdadero. Durante la era de Atlántida, que describe Platón, la tarea de recopilar y ordenar la Antigua Sabiduría se llevó a cabo aceleradamente, pues los pobladores de la Atlántida fueron los exponentes más grandes de pensamiento concreto que jamás conoció el mundo.

Los habitantes de la Atlántida jamás entendieron a fondo la sabiduría que les era propia, pues aún en aquellos tempranos tiempos los dioses ya se habían retirado de la masa de la humanidad y sólo hablaban a los hombres a través de sacerdotes y oráculos. El método de comunicación de que se valieron los poderes espirituales se halla fielmente expuesto por Josephus en su descripción del Arca de la Alianza y de los sacerdotes que la servían. Esta arca era un oráculo, y los dioses hablaban al sumo sacerdote por medio del lenguaje de los símbolos. De los habitantes de la Atlántida, con sus Antiguos Misterios del Tabernáculo, hemos rescatado casi todo lo que sabemos en lo referente a la Sabiduría Antigua y sus  Misterios. De acuerdo con el Libro Sagrado, ellos eran los custodios de los registros espirituales que les habían sido dados por sus progenitores, los Reyes Serpientes, que reinaron sobre la Tierra.

Fueron estos Reyes Serpientes, quienes fundaron las Escuelas de Misterios, los cuales más tarde aparecieron como los Misterios Egipcios y Brahmánicos y bajo otras formas de ocultismo antiguo. Su símbolo era la serpiente, porque enseñaban a los hombres a usar la energía creadora que corre por la naturaleza y por sus propios cuerpos, en forma de línea “serpenteante” o de fuerza “sinuosa”. Eran los verdaderos Hijos de la Luz, y de ellos descendió una larga línea de adeptos e iniciados debidamente instruidos en la ley.

Éstos mantuvieron encendida la luz de las verdades divinas a través de muchas generaciones de ignorantes y descreídos. El mundo Atlántida se vino abajo en cuanto se apartó de la ley. Olvidó que la naturaleza es la regidora de todas las cosas y, por querer vivir antinaturalmente, fue destruido. Antes de su desintegración, como quiera que sea, la Sabiduría Antigua pasó al nuevo mundo de los arios, donde, desde el corazón del encumbrado Himalaya, sus adeptos, e iniciados comenzaron el proceso de la formación de un nuevo pueblo destinado a ser el tabernáculo viviente de los dioses.

No siempre el hombre fue un ser material. Hace muchas eternidades era una criatura espiritual, de poderes radiantes y gloriosos. Gradualmente fue tomando la vestidura de lo que nosotros llamamos “cuerpo”, y su radiosidad fue empañada, por las envolturas de arcilla. Poco a poco fue perdiendo el contacto con sus Padres, los Hijos de la Luz, y comenzó a moverse en las tinieblas. En la época en que el tercer ojo se cerró en el hombre, durante el antiguo mundo de los Lemures, el género humano perdió el contacto con sus maestros invisibles. El recuerdo de los maestros se fue esfumando de a poco, hasta que sólo quedaron mitos y leyendas. La mitología es el registro auténtico de aquellos períodos de transición en que las chispas divinas fueron asumiendo gradualmente las formas del cuerpo mortal.

Pero el hombre jamás ha sido dejado peregrinando a solas en su ignorancia. Cuando se rompieron los lazos que lo unían a los mundos invisibles, ciertos métodos para captar la voluntad de los dioses, fueron establecidos. Fue entonces, y a estos efectos, que cierta cantidad, de hombres y mujeres fue instruida en la transposición del abismo que ya separaba a los hombres de los dioses. El método para establecer esta comunicación era el máximo de los secretos del ocultismo antiguo. Este secreto fue conservado para la raza humana, pues llegará el tiempo en que todos los seres humanos volverán a ser capaces de comunicarse otra vez directamente con los dioses. Durante un gran intervalo de edades, esta sabiduría fue perpetuada en las Escuelas de Misterios, y un pequeño grupo de discípulos elegidos en cada generación tuvo el privilegio sagrado de conocer a los dioses. Esta sabiduría y el poder y conocimiento que tales discípulos han alcanzado, éstos la imparten, a su vez, a otro grupo de discípulos elegidos y amados. Y así la gran obra sigue adelante.

La capacidad de las Escuelas de Misterios, de comunicarse con los mundos invisibles, es la base de su poder; pues todas las jerarquías creadoras residen en los mundos invisibles, y es a estos mundos adonde deben recurrir los discípulos para consultarlas. La explicación está en que el género humano es el único, dentro de nuestra organización, que se halla equipado con un cuerpo físico y un, cuerpo mental. Los dioses propiamente dichos,  jamás han descendido a la sustancia física. De modo que al no tener cuerpo compuesto de elementos químicos densos, no pueden manifestarse aquí. Para comunicarse con ellos, los seres humanos tienen, pues, que aprender a funcionar conscientemente en sus propios cuerpos invisibles. Cuando el ser humano alcanza a hacer esto, puede comunicarse con los seres espirituales que residen en sus sustancias similares de carácter ultrafísico. Es así que, mientras la religión trata únicamente de fantasías, teorías y creencias, los iniciados de la Antigua Sabiduría se dirigen derechamente a la fuente principal de sabiduría y, conociendo la voluntad de los dioses, hacen de esa voluntad la ley de sus vidas. El iniciado ni adivina, duda, ni habla a solas. Trabaja con hechos, pues se siente uno con las verdades de la naturaleza.

Este sendero secreto de la iluminación espiritual es el camino que estableció el Logos planetario, al estatuir que Sus hijos aprenderán a conocer a través de Él y a cumplir Sus fines. El Logos está rodeado de una jerarquía de seres sobrehumanos y también de un grupo de grandes iniciados que pueden ser llamados el fruto del período del mundo humano. Estos grandes iniciados, con sus mentes divinamente inspiradas forman los poderosos pilares de la Casa de su Dios. Son los soportes del Templo del Progreso Humano. Estos grandes espíritus fueron llamados por los antiguos místicos judíos los “cedros del Líbano”. Son estos los árboles que se dice que cortó Salomón de los bosques de la tierra para usarlos como soportes de su templo divino.

Las verdades secretas de estos iniciados fueron recopiladas del norte, del este, del sur y del oeste. Los adeptos y místicos de todas las naciones dieron a sus discípulos los frutos de sus investigaciones mientras funcionaban en los mundos invisibles. Las Escuelas de Misterios, cumpliendo la antigua ley, han sido hechas a imagen de la Naturaleza, y hoy día las conocemos bajo el nombre de las Siete grandes Escuelas de Misterios. Todas estas son ramas de un mismo árbol, el árbol que crece en el centro del Huerto del Señor, y es regado por las aguas de los cuatro ríos (la sabiduría de los cuatro mundos). Del mismo modo en que todo rayo de luz se descompone en siete colores cuando atraviesa el prisma, esta antigua verdad, al atravesar el cuerpo prismático del mundo material, se descompone en un cuerpo séptuple. Este cuerpo es la así llamada serpiente de siete cabezas, pero, aunque habla a través de siete bocas, no tiene más que un cerebro, una vida, un origen.

Los sacerdotes de los Misterios se simbolizaban como serpientes, llamadas a veces hidras. De aquí se deriva la palabra (inglesa) hydrant (= boca de riego). La boca de riego lleva el agua, y, a través del cuerpo de hidra del iniciado, pasa el agua de la vida. De ahí que el iniciado sea como un tubo o canal a través del cual pasa el agua como a través de la boca de riego (hydrant).

Estas siete escuelas, compuesta cada una de doce iniciados y sus discípulos, dispuestos alrededor de un decimotercero hermano “excelso”, son los perpetuadores, ordenados por Dios, de la Antigua Sabiduría, en la forma en que vino en la alborada del mundo, cuando los dioses descendieron de la nebula del sol y fijaron su residencia en la isla sagrada del polo norte.

No estando destinado este escrito a fines de propaganda, no nombraremos a ninguna de estas escuelas, pero sí diremos que representan a los planetas y los siete grandes senderos. También representan los siete órganos vitales del cuerpo humano y las siete redomas que vuelcan su contenido sobre el mundo. Todos los discípulos que buscan  adquirir conocimiento de las leyes; de la naturaleza, tienen que obtener tal sabiduría a través de uno de estos siete canales, dispuestos por el Infinito para el desenvolvimiento de Sus tareas. Cada una de estas Escuelas de Misterios es invisible y desconocida. Sólo se las podrá encontrar al cabo de largas búsquedas y repetidas desilusiones. En reconocimiento a la dignidad de estas escuelas y a la santidad de la sabiduría que ellas representan, este escrito ha sido preparado con el fin de reproducir de manera simple alguna de las verdades maravillosas que tales escuelas sustentan.Cada cien años, se oye la voz de la Gran Escuela y viene al mundo alguien para dar testimonio de lo invisible. Ese “alguien” habla con la voz de la sabiduría y es amparado por las siete luces. Gradualmente, la Escuela de Misterios (las siete ramas consideradas como unidad) dispensa el pan bendito de la razón humana. Hoy más que nunca los seres humanos vuelven a buscar a sus dioses; o más bien diríamos que se apartan disgustados de nuestra era de materialismo que, lenta, pero ciertamente, está destruyendo todo lo que en la vida es belleza y espiritualidad. Nuestro materialismo está destruyendo las almas de los hombres; está rompiendo el corazón del mundo; está ahogando la mejor parte de nuestras naturalezas,y algo dentro del hombre se rebela contra esa opresión antinatural. Muchos que jamás pensaron antes en esto comienzan a preguntarse cuál será el fin de todo esto, hasta dónde el género humano podrá sumergirse en el materialismo sin que se derrumbe la estructura ética que sostiene nuestra era moderna.

En los últimos cincuenta años, se multiplicaron de a miles los peregrinos espirituales que han emprendido la búsqueda de la verdad, peregrinando por los valles y las colinas del alma humana, buscando la respuesta al enigma del destino. Tratan de encontrar a aquellos Maestros de Sabiduría de que habla la leyenda pero que no registra la historia, en toda esta búsqueda hay una gran incertidumbre, pero hay uno o dos hechos que resultan perfectamente claros. El primero: la mayoría de la gente ignora qué es lo que busca. Si encontrase, la verdad, no la reconocería. Los Maestros que buscan esa gente alternan con ellos todos los días; pero, al igual que Sir Launfal, las gentes se van a lejanas tierras, en procura de las cosas que hallarían en los umbrales de sus propias puertas. El segundo: si encontrasen la sabiduría, no la aceptarían. Todos ellos se sentirían contentos de tener el poder de los Maestros, pero pocos de ellos trabajarían desinteresadamente con una dedicación y un esfuerzo a toda prueba, por muchas edades, para obtener ese poder y consagrarlo sin reservas al bien de la humanidad.

Antes de pasar a nuestro próximo tema, hagamos un resumen de algunos puntos que deben ser recordados en lo concerniente a la Gran Obra y a sus “obreros” en el mundo.

1.- El instinto de la reverencia a lo desconocido es propio de toda vida humana.Parecería que ese instinto es propio también de varias especies de animales superiores, pues al vérselos echados a los pies de sus dueños dijérase que las almas de esos animales llenos de amor y ternura, hablan a través de los ojos levantados hacia el amo. El cariño del perro a su amo y el cariño del discípulo a su maestro van muy unidos. El perro sólo anhela que su amo le diga palabras cariñosas y daría su vida por éste. Esa es devoción verdadera. Desde el salvaje para arriba, la reverencia y la devoción a los dioses forma parte del código moral de la humanidad. Los seres humanos podrán negar esto, pero esto persiste ya bajo forma de fe, ya de temor, ya de superstición.

2.- El Hacedor de ese gran plan que llamamos vida, el ser del cual hemos sido diferenciados, confirió al hombre ciertas potencias que, despiertas en poderes dinámicos, dará a cada cual la facultad a través de la cual podrá reconocer ese “plan”. Aprendiéndolo por si mismo y aplicando su sabiduría, acaso alcance el hombre la posición de poder asistir a otros en la armonización de sus vidas con la misma ley.

3.- A fin de difundir esta sabiduría en forma sabia, entre las naciones de la Tierra, las Escuelas de los antiguos Misterios fueron establecidas, no por voluntad de los hombres, sino por voluntad de los propios dioses, los cuales trabajan a través de “canales” seleccionados de entre las criaturas más altamente evolucionadas de la Tierra.

4.- Habiendo establecido estas escuelas, las inteligencias superiores se constituyeron en los poderes centrales invisibles de ellas, y todavía siguen en comunicación con los Adeptos y Maestros que al presente rigen los destinos de estas órdenes secretas.

5.- Todo desarrollo espiritual tiene que ocurrir a través de uno de los siete canales dispuestos por la naturaleza a tal fin; en cierta etapa de su desarrollo espiritual, cada discípulo penetrará en el sendero planetario más adecuado para desenvolver las cualidades latentes dentro de sí.

6.- Estas siete escuelas, y sus ramificaciones en todas las partes del mundo,constituyen la Gran Logia Blanca. Esta es la institución divina establecida para conferir la Sabiduría Antigua a nuestro planeta. Está compuesta de todos los iniciados y adeptos del Sendero Blanco y forma el gobierno invisible de la Tierra.

7.- La Sabiduría Antigua contiene el conocimiento verdadero y seguro del plan por el cual fueron creados y establecidos los dioses, el ser humano y universo, por el cual estos se mantienen y por el cual se disolverán en un futuro en la eternidad. Es el conocimiento de todas las cosas en sus relaciones con Dios, la Naturaleza y ellas mismas, y es la única guía por la cual el ser humano puede ver la senda que debe seguir si quiere liberarse de la ignorancia y oscuridad del materialismo.

8.- Cualquier persona puede recorrer ese sendero, siempre que acepte y acate las obligaciones que la Sabiduría Antigua estatuye e impone a quien desee conocer los misterios de la vida y de la muerte. Si el ser humano quiere vivir la vida que tal Sabiduría indica, no sólo ha de conocer la doctrina que ella predica, sino que también ha de conocer a los Grandes que fueron elegidos por sus propias virtudes para enseñar a sus hermanos menores la sabiduría Antigua.