El Arqueómetro
CLAVE DE TODAS LAS RELIGIONES
Y DE TODAS LAS CIENCIAS DE LA ANTIGÜEDAD Reforma sintética
de todas las Artes Contemporáneas
ACOMPAÑADO DE 5 LAMINAS EN COLORES
DE 10 RETRATOS Y DE 100 FIGURAS Y CUADROS
DEDICATORIA
Mi querido Maestro.
El implacable destino que ha puesto fin bruscamente a vuestros días terrestres, nos ha valido el peligroso honor de reemplazar, por la unión de vuestros amigos, la unidad de vuestra inteligencia, para la publicación del Arqueómetro. Si hubieseis vivido para asistir a este nacimiento de vuestra obra intelectual. la dedicatoria de esta obra hubiese sido hecha por vos al Angel que ha presidido, del otro lado, a su edificación. Es a vuestra querida mujer, es a este espíritu angélico descendido sobre la tierra para iluminar con toda la irradiación de su belleza y de su espiritualidad nuestro pobre infierno de aquí abajo, es a ella que vuestra obra habría rendido homenaje.
Así pues, es un deber para nosotros evocar, a la cabeza de esta publicación que viene de un doble plano, la memoria de aquella que ha sido su inspiradora en el Mundo de la Palabra viviente. Dedicamos pues el Arqueómetro a Madame la Marquesa de Saint-Yves d'Alveydre, que está ahora unida eternamente a vos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, y por la bondad de Maria. la Virgen de piedad y de luz.
ADVERTENCIA
Hace dos años apenas que nuestro venerado Maestro, abandonando el mundo visible, ha franqueado la Puerta de las Almas, para unirse por siempre en el Verbo divino al Alma angélica, que fue siempre, aun invisible, su sostén y su vida aquí abajo.
La desaparición de este luminoso genio le ha hecho surgir de todas partes una cantidad de discípulos, y no podríamos sino estar dichosos por ello, si ciertos de estos convencidos de ayer, exagerando un poco su celo de neófitos, no intentasen persuadirse a sí mismos, y persuadir a otros, de que son verdaderamente los depositarios de las confidencias supremas del Maestro, y de sus más íntimos pensamientos. Es inútil añadir que todos conocen a fondo el Arqueómetro, cuya descripción exacta, que nosotros tenemos de la mano misma de su Inventor, es sin embargo enteramente inédita todavía.
Algunos no vacilan en dar interpretaciones cabalísticas de este Instrumento de interpretación. Otros, que no se sonrojan de afirmar conocer los últimos secretos de la Ciencia arqueométrica, prometen iniciaciones grandiosas y fantasmagorías que no existirán jamás, a Dios gracias, más que en su imaginación exaltada. Otros, en fin, apelando a Saint-Yves, libran por todo pasto, a sus lectores, elucubraciones de un anticlericalismo y de un antipapismo verdaderamente demasiado rudimentarios e infantiles, dignos a lo sumo de un subcomité electoral de pueblo o de una Logia de décimo orden del G.'. O.'., y que hubiesen valido a sus autores, en vida del Maestro, para ser clavados en la picota por una de estas fustigantes palabras de las que él tenía el secreto.
Entre los espíritus que leyeron y apreciaron sinceramente a Saínt-Yves, algunos han podido preguntarse por qué sus Amigos parecían poner tan poco empeño en defender su memoria. La razón de ello es simple. Un ser como el que no echaremos nunca lo bastante de menos, no tiene necesidad de ser defendido; aún cuando muerto en la Tierra, es lo bastante poderoso para defenderse solo, habiendo dejado tras de sí suficientes obras inéditas para cerrar la boca a todos los impostores. La que publicamos hoy es una magnífica prueba de ello. Ella llega en su momento, en el momento querido y escogido por el Maestro, y responde como un trueno a todas las demencias propaladas desde hace dos años bajo el abrigo de su nombre.
Complemento y sello final de las "Misiones", este libro es la verdadera Introducción al Estudio del Arqueómetro. Nunca, en ninguna de sus obras anteriores, ha desvelado Saint-Yves, como aquí, el fondo de su pensamiento intimo; nunca, en ninguna, han sido los Misterios tan audazmente escrutados por él; nunca, como aquí, se ha revelado él tan completamente.
No es solamente el genio cristiano, el Renovador inspirado de la Sinarquía el que reconocere- mos; es el verdadero sucesor de los Nabis antiguos, el último Profeta. Una Dama terrible corre en su obra de Isaías moderno, tan severa para los Fariseos y los Escribas contemporáneos como el hijo de Amós lo fue para los Letrados y los sacerdotes de Judá. Tan aterradoras son sus visiones tocantes al porvenir de Francia y de Europa, recaídas hoy en la peor Anarquía pagana; muchas, ¡ay!, se han realizado ya, otras están en vías de cumplimiento, y, si nosotros no hubiésemos escuchado, de la boca misma del Maestro la lectura de estas profecías hace más de siete años, ante el infinito de la Mar, que les daba, si es posible, aún más amplitud y majestad, podríamos creer que fueron escritas después.
Mas, al mismo tiempo que muestra las catástrofes inminentes para los Pueblos sometidos a las Leyes implacables de los Ciclos históricos, su corazón se desangra ante esta Fatalidad que parece inevitable y que podría sin embargo no serio. Y exhorta a sus hermanos los humanos a abandonar la falsa vía para seguir la Vía verdadera, aquella que les ha indicado, desde hace ya veinte años, aquella que todavía les indica. Les suplica, en fin, que quieran hacer el ensayo leal de los únicos medios que pueden todavía oponerse al Destino y salvar a la Humanidad. Y en esto es verdaderamente hombre, hombre a quien "nada de lo que es humano le es extraño", y ése no es el menor de sus títulos en nuestra veneración y en nuestro afecto profundos.
Es hacia 1903, tal como lo indican ciertas alusiones a los acontecimientos de entonces, que fue compuesta la Obra que libramos hoy en día al público. Notas dispersas y partes completas, las recolectamos piadosamente, y no quisimos ser de ellas, estrictamente, más que los simples ordenadores. Advertimos de ello al lector, que comprenderá así por qué hemos tenido que rechazar en apéndice, un fragmento escrito sobre un modo y en un estilo del todo diferentes al conjunto de la obra. Y si hemos conservado y publicado este fragmento inacabado, es en la convicción de que será leído con placer por todos aquellos que han conocido al Maestro y que le han frecuentado un poco; pues lo reconocerán ahí por entero con esta fina ironía, este espíritu chispeante y esta exquisita mezcla de sales atica y gala que ponían tanto encanto, originalidad, y a veces lo imprevisto, en sus conversaciones más elevadas y más serias.
En cuanto a la forma y a la división de la obra, no hablaremos de ella; es lo bastante clara, sobre todo ahora que ciertas planchas del Arqueómetro han sido difundidas y reproducidas un poco por todas partes.
PREFACIO
Los estudios clásicos: su influencia. - Las jerarquías de los Pueblos. - La astronomía humana. - Atenienses y Romanos; su carácter anárquico. - Origen de los Griegos. - Los Ciclos antiguos. - Las Metrópolis. - La Proto-Síntesis verbal. - El Paganismo mediterráneo. - Las Invasiones. - Aparición de Pítágoras. - La época actual comparada con la de Pitágoras. - Por qué hemos escrito este libro.
Hace cinco siglos que han nacido los estudios clásicos, tres que usurpan cada vez más las Direcciones europeas y las conducen a su pérdida sucesiva, en provecho de América y de Asia. Desde los príncipes herederos, hasta los becarios de colegio, se entra cada vez menos cristiano en estas catacumbas al revés, y se sale cada vez más pagano.
Falta pues demasiado en ellas alguna cosa a la segunda salida de este descenso a los infiernos, a la salida de este país de las Sombras del que las jóvenes generaciones, que se hunden rosadas, vuelven a salir pálidas. Lo que falta es una comparación, un juicio, una iniciación en plena vida, una cura de verdadera Humanidad, de aire celeste, de luz divina.
Al salir de estos estudios, teníamos ya su espíritu en sospecha. Nuestros altos estudios nos han hecho descubrir a continuación, por encima de esta anarquía, las Enseñanzas, el Principio universal del Conocimiento y de la Sociología, de las que la Ley de Estado ha constituido más tarde el objeto de nuestras demostraciones históricas.
Hay jerarquías entre los pueblos; sobre todo entre sus guías, según su Esencia original y el injerto que estos pueblos puedan portar.
Como regulados por una Astronomía humana, estos guías reaparecen de edad en edad, de pueblo en pueblo, iluminando las tinieblas, las oleadas, los escollos y la dirección de las Colectividades. Desembrollan de ellas, por un tiempo más o menos largo según la naturaleza de los medios, las deformaciones enredadas, dándolas un sentido general y una recrudescencia de destinos. Vienen en su momento, a cumplir una de las funciones que hemos descrito (1), y que se atraen y se arrastran todas, como un sistema de gravitación.
Siendo la Teocracia el más alto grado, los pueblos son siempre visitados a tiempo, por uno de los tipos del primer Orden, que también tiene sus grados:
Orfeo, Numa, Pitágoras. Son convidados así al máximo de la Vida social y de la civilización, para su propia paz así como para ejemplo de la Humanidad.
Nuestras "Misiones" prueban que nadie ha admirado más que nosotros a los grandes hombres de todos los tiempos, y en consecuencia los de la Antigüedad greco-latina. No podemos por ello decir lo mismo de los Atenienses y de los Romanos, opositores municipales de estas notables individualidades.
Entre todos los medios históricos, en efecto, no los hubieron nunca más refractarios a este Organismo supremo, que los Atenienses y los Romanos. Nunca la calidad humana tuvo que vérselas con cantidad más caótica, más incoherente, más anarquista por esencia, más individualista en masa banal, y en consecuencia más rebelde a la individualidad.
Nunca la atomicidad trepidante fue menos susceptible de una cohesión molecular que no fuera otra que la compresión bajo la fuerza de las cosas, desnuda en la fuerza armada.
Es el atolladero civil permanente, dedicado al reglamento militar o a la invasión.
Es entonces que, para la salvaguarda momentánea de estos medios, reaparece un tipo del segundo Orden, una estrella secundaria de la Astronomía humana. Se llama Alejandro y César; y, para que el desorden civil no se devore él mismo, su jefe de Estado Mayor le hace devorar al Mundo.
El primer Orden era social, el segundo es político. Uno crea, el otro conserva lo que existe, pero no lo modifica sino exteriormente. La podredumbre intelectual y social permanece adentro.
Es por esto que todo se desploma en el Bajo Imperio romano-bizantino; es la continuación de los ajetreos de Babilonia. Europa está enfeudada a este recuerdo anciano pero no antiguo, animado como una novela de aventuras y de escándalo. A Dios gracias, no es ésta la Norma de la larga Historia universal, sino la serie evolutiva de una sucesión de decadencias, su ondulación de serpiente. Los Atenienses y los Romanos no eran ellos mismos, desde el origen, más que decadentes refugiados, casi extranjeros en estas ciudades, con más fuerte razón en Grecia y en Italia.
La Arqueología entre los modernos, la Mitología entre los antiguos, ya que sobre el orden de las Universidades Sacerdotales indo-egipcias la Historia, así como las otras Ciencias, no era escrita más que en enigmas; los Libros sagrados, en fin, nos han permitido abrir por otra parte los velos de las edades remotas .
No se tendrá jamás la suficiente veneración por las dos Penínsulas que atraen a nuestro Continente las cadenas de los Balcanes y de los Alpes. Es a cada paso que podemos decir: “Sta viator, heroem calcas!" Pero el viajero no holla ahí solamente un pobre héroe esparcido de la Historia anciana, casi reciente; son las necrópolis de las Edades heroicas y, más aún, las Metrópolis de los Ciclos patriarcales quienes yacen bajo sus pies.
Cuando Filipo de Macedonia respondía con una dulce ironía a la petulancia de los embajadores del Pe1oponeso: “¿Cuántos verdaderos Griegos hay entre vosotros?", les daba, sin aparentarlo, una pequeña lección de historia, sabiendo mejor que ellos que los Graios, o Totemistas de Gruya, eran Celto-Eslavos epirotas y que la Grecia antigua misma era Eslava y Pelasga, hasta la invasión de los explotadores revolucionarios de Asia: Yonijas y Yavanas de Manú, Yavanim de Moisés. Un Larto etrusco, un Numa, habría podido igualmente decir a los Levantinos del Tíber: ¿Cuántos verdaderos Italianos hay entre vosotros?
En efecto, los verdaderos Griegos eran Eslavos de los Balcanes; los verdaderos Italianos eran Celto-Eslavos descendidos también de las montañas, Alpes occidentales y orientales. Todos formaban parte de la inmensa confederación de los Pelasgos de Harakala, antes de ello del Rama de Moisés y de los Brahmines, el, Baco de los Greca-latinos, y antes todavía del primer Ciclo de los patriarcas.
Estos enderezadores de ríos, de mares, de tierras inundadas, estos domadores de la animalidad y de la naturaleza salvaje, eran sacerdotes sabios, ingenieros militares, labradores y fundadores de ciudades como ya no se han vuelto a ver.
Sus Aryas, agrupadas en dodecápolis, se extendían desde Italia hasta Grecia, desde los Balcanes hasta el Cáucaso, desde la Táurida hasta las planicies de la Tartaria, desde el Irán de los Ghiborim hasta el Hebyreh de los Nefilim, y de todo el Aryavarta.
"Oh Hebyreh, residencia de la Ley pura en el Aryavarta."
Así habla el primer Zoroastro, veintiocho siglos antes de nuestra era, doce siglos antes de Moisés. Este último señala fielmente el Heber del Hebyreh. Lo cita en su rango entre los Patriarcas que atribuye por ancestros a sus Hyksos, a los que Maneton llama los Pariahs de Egipto. Los Brahmines, en lo que concierne a la India, dicen la misma cosa que Maneton, pero Zoroastro lo explica todo.
Sólo en Italia. se pueden citar las Metrópolis de estos zodiacos de ciudades, las Argytas, tan grandiosamente bellas como Tebas y Memfis, tan antiguas como Babilonia y Nínive, y que testimonian la misma ciencia que ilumina las ciudades universitarias del norte de la India, tales como Kali, cara a los Caldeos, y Tirohita, la bienamada de los sacerdotes egipcios. Así, en Europa misma, el declive social antediluviano cae como un velo cada vez más opaco, hasta el advenimiento del Redentor.
Pero si se levanta pliegue a pliegue el velo desgarrado por Jesús, Verbo Encarnado, se atenúa y deja transparentar, y después resplandecer, la luz de la civilización primordial, el Imperio universal de los Aryas y de los Rutas, la Teocracia indo-europea y egipcia de Ishva-Ra y de Oshi-Ri, de Jesús, Verbo-Creador; Jesús Rex patriarcarum, dicen con razón nuestras letanías.
"En el comienzo era el Verbo", dice el discípulo que Jesús amaba y para el cual el Maestro no tenia nada oculto. No se puede designar más claramente el Ciclo de la Proto-Síntesis gubernamental, la era primordial en la que el Verbo-Creador, adorado bajo su verdadero nombre, fue profetizado como el Verbo encarnado, como Salvador del Estado social decaído.
Y cuando se produjo el Paganismo mediterráneo, el sabbat de los Burgueses esclavistas, las Sociedades regulares de Europa, de Asia, de Africa, sus Universidades, sus Templos, no dejaron de protestar contra los Sofistas, los falsos demócratas, los políticos, los retóricas rebeldes a todo orden y a toda paz social, Roma y Atenas han sido desterradas de la Humanidad, como Babilonia, Tiro, y toda la podredumbre intelectual y moral de la Jonia.
Druths celto-kímricos, Droths celto-eslavos, Volas escandinavos, Vellés germánicos, Lartos de Italia y de Iberia, Profetas de Egipto, Nabis de Israel, Magos de Persia y de Kaldea, Brathmas manávicos, Ráshis védicos, Lamas del Thibet, Chamanes tártaros y mongoles, por todas partes el mismo anatema contra el Edom y el Yavan de Moisés, contra los Yavanas y los Mlektas de Manú.
Finalmente se levanta el justiciero del Norte, el gran Ase de Asgard, Frighe hijo de Fridolf, y el furor secular de los Pueblos gruñe en él. Mitad druida, mitad buddhista, se eleva sobre su pavés Vodân portado sobre las doce espadas de sus Apóstoles. Toma el nombre de Trismegisto boreal, para reunir, en su deismo militante, toda la Europa del Norte, del Centro, del Este y sus reservas: Og, Gog y Magog, hasta el corazón de la Alta Asia.
Después, estos diluvios de hombres, lentamente amontonados, ruedan sobre la civilización de Satán. Realizando la profecía de Cristo, la Roma pagana, sin saberlo, ha vengado al cielo devorando Jerusalén: Europa venga a la Tierra dando Roma vacía a los Pontífices de Jesucristo.
Queda Bizancio, en donde todas las pestilencias de Roma y de Atenas se funden para viciar a Bárbaros y Cristianos. Entonces surge el Vodân del Sur, y Mahoma alienta el Korán, la Sunna y el Djehád en las trombas humanas del Islam.
Lo que la raza de las nieves no ha podido acabar, es cumplido por la de las llamas y los tizones: Arabes, Turanianos, Turcomanos y Osmanlis.
La Europa actual se expone a los mismos destinos. Los provoca todos a la vez, desde que rechaza al Espíritu viviente por el espíritu muerto, el Espíritu cristiano por el pagano.
Y si las energías humanas no bastan para conducirla a su Principio, Jehovah soltará las de los elementos sobre este nuevo Adamah y sobre su Atlántida.
De grado o por fuerza, por el Hijo o por el Padre, la Cristiandad volverá al Espíritu Santo.
Seis siglos antes de N. S. Jesucristo, en la sombría tiniebla del Paganismo mediterráneo, que sucede a la celeste claridad de la síntesis Orfica; en el periodo anárquico consecutivo a la revolución de los Sudras en provecho de la Burguesía esclavista y de la Clerecía agnóstica; con toda la altura de un Epopte, se erige un hombre, Pitágoras, que recuerda a un Patriarca del Antiguo Testamento; quien merece más aún y algo mucho mejor que todo lo que se ha dicho de él, y que, por esta razón, inscribimos a la cabeza de este libro, destinado a preparar la inteligencia a la comprensión y a la utilización del instrumento de precisión que vuelve experimental la Revelación universal del Verbo, la Sabiduría divina.
Sucede que, a veinticinco siglos de distancia, nuestra época, en cuanto al estado mental y gubernamental europeo, presenta una identidad notable con la de Pitágoras. En el momento, en efecto, en que Pitágoras emprendió la Misión de Europa, la Síntesis órfica, recuperación de la Proto-Síntesis patriarcal o verbal, había desaparecido o casi, anegada por la ola invasora del Paganismo de los Letrados asiáticos y jónicos. Del mismo modo, en nuestros días, el cristianismo obnubilado desde el Concordato del siglo IV, y completamente privado de su Maestría, desde el Renacimiento, cede por todas partes al Humanismo neopagano.
Pitágoras, su época, su obra y las conclusiones que comporta, nos ofrecen pues una base sólida para el estudio que hemos emprendido, y la exposición de los medios científicos a emplear, para levantar el Estado social decaído, y restablecer la síntesis que el gran filósofo emprendió vanamente reconstituir.
Ahora bien, desde nuestro vigésimo año, habíamos resuelto ser el Pitágoras del Cristianismo, suplantado desde el Renacimiento por el Espíritu pagano. De ahí, veinte años después, nuestras cuatro misiones entre los gentiles modernos, y nuestra acción en Paris, en Bruselas, en Roma y otros lugares, y, en este testimonio rendido a la verdad, contamos sólo con Dios, y con su ayuda de campo, el Tiempo.
Y ahora, en plena vejez, arrojando una mirada retrospectiva sobre la larga trayectoria de nuestro deber cumplido, vemos, con una gran paz de espíritu y de conciencia, que no se ha desviado ni en nuestros libros, ni en nuestros actos públicos o privados. Ella planea sobre el desconocimiento y sobre la calumnia, más alta que el desdeño, tan alta como la piedad divina, para estos desgraciados ciegos, conducidos por cegados al Infierno humano que va a engullirlos.
Es esta misma Caridad que, pese al más cruel de los duelos, pese a la edad, pese a la enfermedad, nos hace terminar la obra que habíamos prometido al divino Maestro emprender, y dar cumplimiento con su ayuda.
La gloria de ello no debe volver sino a Jesucristo solo, y en El, al alma angélica a la que nos ha unido y de la que ha querido que la muerte misma no pueda separarnos. Así, antes de tener el indecible gozo de clavar sobre este planeta nuestra tarjeta de visita con P. P. C., estamos encantados de saludar la gloriosa memoria de Pitágoras con el mismo respeto que en nuestra juventud.
PREFACIO
Los estudios clásicos: su influencia. - Las jerarquías de los Pueblos. - La astronomía humana. - Atenienses y Romanos; su carácter anárquico. - Origen de los Griegos. - Los Ciclos antiguos. - Las Metrópolis. - La Proto-Síntesis verbal. - El Paganismo mediterráneo. - Las Invasiones. - Aparición de Pítágoras. - La época actual comparada con la de Pitágoras. - Por qué hemos escrito este libro.
Hace cinco siglos que han nacido los estudios clásicos, tres que usurpan cada vez más las Direcciones europeas y las conducen a su pérdida sucesiva, en provecho de América y de Asia. Desde los príncipes herederos, hasta los becarios de colegio, se entra cada vez menos cristiano en estas catacumbas al revés, y se sale cada vez más pagano.
Falta pues demasiado en ellas alguna cosa a la segunda salida de este descenso a los infiernos, a la salida de este país de las Sombras del que las jóvenes generaciones, que se hunden rosadas, vuelven a salir pálidas. Lo que falta es una comparación, un juicio, una iniciación en plena vida, una cura de verdadera Humanidad, de aire celeste, de luz divina.
Al salir de estos estudios, teníamos ya su espíritu en sospecha. Nuestros altos estudios nos han hecho descubrir a continuación, por encima de esta anarquía, las Enseñanzas, el Principio universal del Conocimiento y de la Sociología, de las que la Ley de Estado ha constituido más tarde el objeto de nuestras demostraciones históricas.
Hay jerarquías entre los pueblos; sobre todo entre sus guías, según su Esencia original y el injerto que estos pueblos puedan portar.
Como regulados por una Astronomía humana, estos guías reaparecen de edad en edad, de pueblo en pueblo, iluminando las tinieblas, las oleadas, los escollos y la dirección de las Colectividades. Desembrollan de ellas, por un tiempo más o menos largo según la naturaleza de los medios, las deformaciones enredadas, dándolas un sentido general y una recrudescencia de destinos. Vienen en su momento, a cumplir una de las funciones que hemos descrito (1), y que se atraen y se arrastran todas, como un sistema de gravitación.
Siendo la Teocracia el más alto grado, los pueblos son siempre visitados a tiempo, por uno de los tipos del primer Orden, que también tiene sus grados:
Orfeo, Numa, Pitágoras. Son convidados así al máximo de la Vida social y de la civilización, para su propia paz así como para ejemplo de la Humanidad.
Nuestras "Misiones" prueban que nadie ha admirado más que nosotros a los grandes hombres de todos los tiempos, y en consecuencia los de la Antigüedad greco-latina. No podemos por ello decir lo mismo de los Atenienses y de los Romanos, opositores municipales de estas notables individualidades.
Entre todos los medios históricos, en efecto, no los hubieron nunca más refractarios a este Organismo supremo, que los Atenienses y los Romanos. Nunca la calidad humana tuvo que vérselas con cantidad más caótica, más incoherente, más anarquista por esencia, más individualista en masa banal, y en consecuencia más rebelde a la individualidad.
Nunca la atomicidad trepidante fue menos susceptible de una cohesión molecular que no fuera otra que la compresión bajo la fuerza de las cosas, desnuda en la fuerza armada.
Es el atolladero civil permanente, dedicado al reglamento militar o a la invasión.
Es entonces que, para la salvaguarda momentánea de estos medios, reaparece un tipo del segundo Orden, una estrella secundaria de la Astronomía humana. Se llama Alejandro y César; y, para que el desorden civil no se devore él mismo, su jefe de Estado Mayor le hace devorar al Mundo.
El primer Orden era social, el segundo es político. Uno crea, el otro conserva lo que existe, pero no lo modifica sino exteriormente. La podredumbre intelectual y social permanece adentro.
Es por esto que todo se desploma en el Bajo Imperio romano-bizantino; es la continuación de los ajetreos de Babilonia. Europa está enfeudada a este recuerdo anciano pero no antiguo, animado como una novela de aventuras y de escándalo. A Dios gracias, no es ésta la Norma de la larga Historia universal, sino la serie evolutiva de una sucesión de decadencias, su ondulación de serpiente. Los Atenienses y los Romanos no eran ellos mismos, desde el origen, más que decadentes refugiados, casi extranjeros en estas ciudades, con más fuerte razón en Grecia y en Italia.
La Arqueología entre los modernos, la Mitología entre los antiguos, ya que sobre el orden de las Universidades Sacerdotales indo-egipcias la Historia, así como las otras Ciencias, no era escrita más que en enigmas; los Libros sagrados, en fin, nos han permitido abrir por otra parte los velos de las edades remotas .
No se tendrá jamás la suficiente veneración por las dos Penínsulas que atraen a nuestro Continente las cadenas de los Balcanes y de los Alpes. Es a cada paso que podemos decir: “Sta viator, heroem calcas!" Pero el viajero no holla ahí solamente un pobre héroe esparcido de la Historia anciana, casi reciente; son las necrópolis de las Edades heroicas y, más aún, las Metrópolis de los Ciclos patriarcales quienes yacen bajo sus pies.
Cuando Filipo de Macedonia respondía con una dulce ironía a la petulancia de los embajadores del Pe1oponeso: “¿Cuántos verdaderos Griegos hay entre vosotros?", les daba, sin aparentarlo, una pequeña lección de historia, sabiendo mejor que ellos que los Graios, o Totemistas de Gruya, eran Celto-Eslavos epirotas y que la Grecia antigua misma era Eslava y Pelasga, hasta la invasión de los explotadores revolucionarios de Asia: Yonijas y Yavanas de Manú, Yavanim de Moisés. Un Larto etrusco, un Numa, habría podido igualmente decir a los Levantinos del Tíber: ¿Cuántos verdaderos Italianos hay entre vosotros?
En efecto, los verdaderos Griegos eran Eslavos de los Balcanes; los verdaderos Italianos eran Celto-Eslavos descendidos también de las montañas, Alpes occidentales y orientales. Todos formaban parte de la inmensa confederación de los Pelasgos de Harakala, antes de ello del Rama de Moisés y de los Brahmines, el, Baco de los Greca-latinos, y antes todavía del primer Ciclo de los patriarcas.
Estos enderezadores de ríos, de mares, de tierras inundadas, estos domadores de la animalidad y de la naturaleza salvaje, eran sacerdotes sabios, ingenieros militares, labradores y fundadores de ciudades como ya no se han vuelto a ver.
Sus Aryas, agrupadas en dodecápolis, se extendían desde Italia hasta Grecia, desde los Balcanes hasta el Cáucaso, desde la Táurida hasta las planicies de la Tartaria, desde el Irán de los Ghiborim hasta el Hebyreh de los Nefilim, y de todo el Aryavarta.
"Oh Hebyreh, residencia de la Ley pura en el Aryavarta."
Así habla el primer Zoroastro, veintiocho siglos antes de nuestra era, doce siglos antes de Moisés. Este último señala fielmente el Heber del Hebyreh. Lo cita en su rango entre los Patriarcas que atribuye por ancestros a sus Hyksos, a los que Maneton llama los Pariahs de Egipto. Los Brahmines, en lo que concierne a la India, dicen la misma cosa que Maneton, pero Zoroastro lo explica todo.
Pero si se levanta pliegue a pliegue el velo desgarrado por Jesús, Verbo Encarnado, se atenúa y deja transparentar, y después resplandecer, la luz de la civilización primordial, el Imperio universal de los Aryas y de los Rutas, la Teocracia indo-europea y egipcia de Ishva-Ra y de Oshi-Ri, de Jesús, Verbo-Creador; Jesús Rex patriarcarum, dicen con razón nuestras letanías.
"En el comienzo era el Verbo", dice el discípulo que Jesús amaba y para el cual el Maestro no tenia nada oculto. No se puede designar más claramente el Ciclo de la Proto-Síntesis gubernamental, la era primordial en la que el Verbo-Creador, adorado bajo su verdadero nombre, fue profetizado como el Verbo encarnado, como Salvador del Estado social decaído.
Y cuando se produjo el Paganismo mediterráneo, el sabbat de los Burgueses esclavistas, las Sociedades regulares de Europa, de Asia, de Africa, sus Universidades, sus Templos, no dejaron de protestar contra los Sofistas, los falsos demócratas, los políticos, los retóricas rebeldes a todo orden y a toda paz social, Roma y Atenas han sido desterradas de la Humanidad, como Babilonia, Tiro, y toda la podredumbre intelectual y moral de la Jonia.
Druths celto-kímricos, Droths celto-eslavos, Volas escandinavos, Vellés germánicos, Lartos de Italia y de Iberia, Profetas de Egipto, Nabis de Israel, Magos de Persia y de Kaldea, Brathmas manávicos, Ráshis védicos, Lamas del Thibet, Chamanes tártaros y mongoles, por todas partes el mismo anatema contra el Edom y el Yavan de Moisés, contra los Yavanas y los Mlektas de Manú.
Finalmente se levanta el justiciero del Norte, el gran Ase de Asgard, Frighe hijo de Fridolf, y el furor secular de los Pueblos gruñe en él. Mitad druida, mitad buddhista, se eleva sobre su pavés Vodân portado sobre las doce espadas de sus Apóstoles. Toma el nombre de Trismegisto boreal, para reunir, en su deismo militante, toda la Europa del Norte, del Centro, del Este y sus reservas: Og, Gog y Magog, hasta el corazón de la Alta Asia.
Después, estos diluvios de hombres, lentamente amontonados, ruedan sobre la civilización de Satán. Realizando la profecía de Cristo, la Roma pagana, sin saberlo, ha vengado al cielo devorando Jerusalén: Europa venga a la Tierra dando Roma vacía a los Pontífices de Jesucristo.
Queda Bizancio, en donde todas las pestilencias de Roma y de Atenas se funden para viciar a Bárbaros y Cristianos. Entonces surge el Vodân del Sur, y Mahoma alienta el Korán, la Sunna y el Djehád en las trombas humanas del Islam.
Lo que la raza de las nieves no ha podido acabar, es cumplido por la de las llamas y los tizones: Arabes, Turanianos, Turcomanos y Osmanlis.
La Europa actual se expone a los mismos destinos. Los provoca todos a la vez, desde que rechaza al Espíritu viviente por el espíritu muerto, el Espíritu cristiano por el pagano.
Y si las energías humanas no bastan para conducirla a su Principio, Jehovah soltará las de los elementos sobre este nuevo Adamah y sobre su Atlántida.
De grado o por fuerza, por el Hijo o por el Padre, la Cristiandad volverá al Espíritu Santo.
Seis siglos antes de N. S. Jesucristo, en la sombría tiniebla del Paganismo mediterráneo, que sucede a la celeste claridad de la síntesis Orfica; en el periodo anárquico consecutivo a la revolución de los Sudras en provecho de la Burguesía esclavista y de la Clerecía agnóstica; con toda la altura de un Epopte, se erige un hombre, Pitágoras, que recuerda a un Patriarca del Antiguo Testamento; quien merece más aún y algo mucho mejor que todo lo que se ha dicho de él, y que, por esta razón, inscribimos a la cabeza de este libro, destinado a preparar la inteligencia a la comprensión y a la utilización del instrumento de precisión que vuelve experimental la Revelación universal del Verbo, la Sabiduría divina.
Sucede que, a veinticinco siglos de distancia, nuestra época, en cuanto al estado mental y gubernamental europeo, presenta una identidad notable con la de Pitágoras. En el momento, en efecto, en que Pitágoras emprendió la Misión de Europa, la Síntesis órfica, recuperación de la Proto-Síntesis patriarcal o verbal, había desaparecido o casi, anegada por la ola invasora del Paganismo de los Letrados asiáticos y jónicos. Del mismo modo, en nuestros días, el cristianismo obnubilado desde el Concordato del siglo IV, y completamente privado de su Maestría, desde el Renacimiento, cede por todas partes al Humanismo neopagano.
Pitágoras, su época, su obra y las conclusiones que comporta, nos ofrecen pues una base sólida para el estudio que hemos emprendido, y la exposición de los medios científicos a emplear, para levantar el Estado social decaído, y restablecer la síntesis que el gran filósofo emprendió vanamente reconstituir.
Ahora bien, desde nuestro vigésimo año, habíamos resuelto ser el Pitágoras del Cristianismo, suplantado desde el Renacimiento por el Espíritu pagano. De ahí, veinte años después, nuestras cuatro misiones entre los gentiles modernos, y nuestra acción en Paris, en Bruselas, en Roma y otros lugares, y, en este testimonio rendido a la verdad, contamos sólo con Dios, y con su ayuda de campo, el Tiempo.
Y ahora, en plena vejez, arrojando una mirada retrospectiva sobre la larga trayectoria de nuestro deber cumplido, vemos, con una gran paz de espíritu y de conciencia, que no se ha desviado ni en nuestros libros, ni en nuestros actos públicos o privados. Ella planea sobre el desconocimiento y sobre la calumnia, más alta que el desdeño, tan alta como la piedad divina, para estos desgraciados ciegos, conducidos por cegados al Infierno humano que va a engullirlos.
Es esta misma Caridad que, pese al más cruel de los duelos, pese a la edad, pese a la enfermedad, nos hace terminar la obra que habíamos prometido al divino Maestro emprender, y dar cumplimiento con su ayuda.
La gloria de ello no debe volver sino a Jesucristo solo, y en El, al alma angélica a la que nos ha unido y de la que ha querido que la muerte misma no pueda separarnos. Así, antes de tener el indecible gozo de clavar sobre este planeta nuestra tarjeta de visita con P. P. C., estamos encantados de saludar la gloriosa memoria de Pitágoras con el mismo respeto que en nuestra juventud.
El Dr C HA U VET (Saú)
LEBRETON
W. BATILLAT
DE LANNEAU