quarta-feira, 1 de fevereiro de 2023

Manly Palmer Hall - El Islamismo

Como ejemplo de la actitud del cristianismo con respecto al islam —por lo menos hasta hace poco— tenemos el epílogo de Alexander Ross a la versión en inglés, publicada en 1649, de la traducción al francés del Corán, hecha por el sieur Du Ryer. El autor del epílogo lanza la siguiente invectiva contra Mahoma y el Corán: Estimado lector: Después de mil años, el gran impostor árabe ha llegado finalmente a Inglaterra a través de Francia y su Alcorán, o galimatías de errores (un mocoso tan deforme como su padre y con tantas herejías como beriberi había en su cabeza escaldada), y ha aprendido a hablar inglés. […] Quien eche un vistazo al Alcorán se dará cuenta de que es un batiburrillo compuesto por estos cuatro ingredientes: 1) contradicciones, 2) blasfemias, 3) fábulas ridículas, 4) mentiras.

Hace hincapié en acusar de blasfemo a Mahoma, que dijo que Dios, al no estar casado, ¡no podía tener un Hijo! No obstante, la falacia de este argumento se adviene en la opinión del propio Profeta acerca de la naturaleza de Dios, que figura en el segundo sura del Corán:

«De Alá [Dios] son el Oriente y el Occidente, de modo que, adondequiera que os volváis para orar, allí está la faz de Alá. Ajá es omnipresente y omnisciente. Dicen que Ajá ha engendrado hijos ¡No! Suyo es lo que está en los cielos y en la tierra. Todo lo posee, porque es el creador de los cielos y la tierra y, cuando dice algo, se limita a decir: “¡Sé!” y así es». En otras palabras, el Dios del islam no tiene más que desear algo para que el objeto de su deseo aparezca, ¡mientras que el Dios de Alexander Ross tiene que proceder de acuerdo con las leyes de la generación humana! Mahoma, profeta del islam, «el deseado de todas las naciones», nació en La Meca hacia el año 570 y murió en Medina en el 632, o en el año undécimo después de la hégira. Washington Irving describe con estas palabras los signos y los portentos que acompañaron el nacimiento del Profeta: Su madre no experimentó ningún dolor de parto. En el momento de su llegada al mundo, una luz celestial iluminó el terreno circundante y el recién nacido alzó los ojos al cielo y exclamó: «¡Dios es grande! ¡No hay más Dios que Dios y yo soy su profeta!». Nos aseguran que su advenimiento produjo inquietud en el cielo y en la tierra. El lago Sawa se redujo y volvió a sus fuentes secretas y dejó secas sus orillas: en cambio, el Tigris se desbordó e inundó las tierras vecinas. El palacio de Khosru, el rey de Persia, se sacudió sobre sus cimientos y varias de sus torres se desplomaron. […] Aquella misma noche portentosa, el fuego sagrado de Zaratustra, que, custodiado por los Magos. había ardido sin interrupción durante más de mil años, se apagó de repente y todos los ídolos del mundo cayeron. Cuando el Profeta no era más que un niño pequeño de entre uno y dos años, el arcángel Gabriel con setenta alas fue a verlo, lo abrió, le quitó el corazón, le limpió la gota negra del pecado original que alberga el corazón de todos los seres humanos por la perfidia de Adán y volvió a poner el órgano en el lugar correspondiente del cuerpo del Profeta.

Durante su juventud, Mahoma viajó con las caravanas de La Meca: en una ocasión sirvió de escudero de su tío y pasó bastante tiempo entre los beduinos, de los cuales aprendió muchas de las tradiciones religiosas y filosóficas de la antigua Arabia. Mientras viajaba con su tío, Abu Talib, Mahoma entró en contacto con los cristianos nestorianos, porque una noche acampó cerca de uno de sus monasterios. Allí, el joven futuro profeta obtuvo buena parte de sus conocimientos acerca del origen y las doctrinas del cristianismo. Con el paso de los años, a Mahoma le fue muy bien en los negocios y cuando tenía alrededor de veintiséis años contrajo matrimonio con una de sus jefas, una viuda rica que le llevaba casi cincuenta años. Parece que la viuda, llamaba Jadiya, era bastante mercantilista, porque, al ver que su joven encargado era de lo más eficiente, decidió retenerlo de este modo por el resto de su vida. Jadiya era una mujer de una mentalidad excepcional y a su integridad y devoción hay que atribuir el triunfo inicial de la causa islámica. Por su matrimonio, Mahoma pasó de una posición de pobreza relativa a una de gran riqueza y poder y tan ejemplar era su conducta que en toda La Meca lo conocían como «el fiel y el justo».

Mahoma habría vivido y habría muerto como un mecano respetable, si no hubiese sacrificado sin dudar tanto su riqueza como su posición social al servicio de Dios, cuya voz oyó mientras meditaba en la cueva del monte Hira durante el mes del ramadán. Año tras año, Mahoma escalaba las laderas pedregosas y desiertas del monte Hira (llamado desde entonces Yabal-al Nur, «la montaña de la luz») y allí, en soledad, imploraba a Dios que le revelara de nuevo la religión pura de Adán, la doctrina espiritual que la humanidad había perdido como consecuencia de las disensiones entre las facciones religiosas. Jadiya, pendiente de las prácticas religiosas ascéticas de su esposo que ponían en peligro su salud física, a veces lo acompañaba en su cansada vigilia y, con intuición femenina, se daba cuenta de las tribulaciones de su alma. Finalmente, una noche —tenía cuarenta años—estaba tendido en el suelo de la cueva, envuelto en su manto, cuando de pronto se hizo sobre él una gran luz. Lo invadió una sensación de paz perfecta, captó la bienaventuranza de la presencia celestial y perdió la conciencia. Cuando volvió en sí, tenía delante al arcángel Gabriel, que le mostraba un chal de seda con caracteres misteriosos. A partir de aquellos caracteres, Mahoma aprendió las doctrinas fundamentales que después se plasmaron en el Corán. Entonces Gabriel habló con voz clara y maravillosa y dijo que Mahoma era el profeta del Dios vivo.


EL VIAJE NOCTURNO DE MAHOMA AL CIELO

M. D'Ohsson: Tableau Général de L’Empire Othoman En el decimoséptimo sura del COrán está escrito que cierta noche Mahoma fue transportado del templo de La Meca al de Jerusalén, aunque no se aportan Jerusalén, aunque no se aportan detalles de aquel extraño viaje. En el Mishkat al-Masabih, Mahoma tiene que describir su ascenso a través de los siete cielos hasta la presencia glacial del Dios cubierto por muchos velos y su posterior regreso a su propia cama, todo en una sola noche. El arcángel Gabriel despertó a Mahoma por la noche y, tras arrancarle el corazón, lavó la cavidad con agua de Zamzam y le llenó el corazón de fe y ciencia. Acudió una criatura extraña, llamada Al-Borak o Buraq, que significa «rayo», para trasnportar al Profeta. Se describe a Al-Borak como un animal blanco, de la forma y el tamaño de una mula, con cabeza de mujer y cola de pavo real. Según algunas versiones, Mahoma sólo montó a Al-Borak hasta Jerusalén, donde, tras hasta Jerusalén, donde, tras desmontar en el monte Moria, se aferró al último travesaño de una escalera de oro que bajó del cielo y, acompañado por Gabriel, ascendió a través de las siete esferas que separan la tierra de la superficie interior del Empíreo. A la entrada de cada esfera estaba uno de los Patriarcas, a los cuales Mahoma fue saludado a medida que iba entrando en los distintos planos.

A la entrada del primer cielo estaba Adán; a la entrada del segundo, Juan y Jesús (que eran hijos de hermanas); en la tercera, José; en la cuarta, Enoch; en la quinta, Aarón; en la sexta, Moisés, y en la séptima, Abraham. Según otro orden de los patriarcas y los profetas, Jesús aparece a la entrada del séptimo cielo y, al llegar a este punto, dicen que Mahoma le punto, dicen que Mahoma le pidió que intercediera por él ante el trono de Dios. Sobrecogido y temblando, Mahoma acudió presuroso a Jadiya, temeroso de que la visión hubiese sido inspirada por los mismos espíritus malignos que estaban al servicio de los magos paganos que él tanto despreciaba, pero ella le aseguró que su propia vida virtuosa lo protegería y que no debía temer nada malo. El Profeta se tranquilizó y aguardó más apariciones de Gabriel, pero, como no se producían, su alma se llenó de tal desesperación que intentó autodestruirse. Cuando estaba a punto de arrojarse por un precipicio, se lo impidió la repentina reaparición de Gabriel, que volvió a asegurar al Profeta que recibiría las revelaciones que su pueblo necesitaba cuando llegara el momento.

Posiblemente como consecuencia de sus períodos solitarios de meditación, parece que Mahoma solía caer en éxtasis. En las ocasiones en que se dictaron los diversos suras del Corán, dicen que estaba inconsciente y —a pesar de lo Río del aire a su alrededor — cubierto de gotas de sudor. Aquellos ataques a menudo se producían de improviso; otras veces se sentaba envuelto en una manta, para no enfriarse con todo lo que sudaba, y, aunque aparentemente estaba inconsciente, dictaba los diversos pasajes, que un grupo reducido de amigos de confianza aprendía de memoria o ponía por escrito. En una ocasión, más adelante, cuando Abu Bakr hizo referencia a las canas de su barba, Mahoma la cogió por el extremo y, mirándola, explicó que su blancura se debía al sufrimiento físico que le producían sus períodos de inspiración. Si los escritos atribuidos a Mahoma no se consideran más que meras alucinaciones de un epiléptico y por tal motivo se descartan, a sus detractores cristianos les conviene tener cuidado, no sea que, junto con las doctrinas del Profeta, resten autoridad también a las enseñanzas que ellos mismos defienden, porque es sabido que muchos de los discípulos, apóstoles y santos de la iglesia primitiva padecían trastornos nerviosos. La primera persona que Mahoma convirtió fue su propia esposa, Jadiya, a la que siguieron otros miembros de su familia cercana: por esta circunstancia, sir William Muir ha destacado lo siguiente: Corrobora plenamente la sinceridad de Mahoma el hecho de que los primeros conversos al islamismo no solo fueran personas rectas, sino sus propios amigos íntimos y familiares que, conociendo de cerca su vida privada, no habrían dejado de detectar las discrepancias que siempre existen, en mayor o menor medida, entre lo que el impostor hipócrita profesa fuera de su casa y lo que hace en ella.

Uno de los primeros en abrazar la fe del islam fue Abu Bakr, que llegó a ser el amigo más íntimo y más fiel de Mahoma y, de hecho, su alter ego. Abu Bakr, un hombre de logros brillantes, contribuyó considerablemente a que lo que había emprendido el Profeta tuviera éxito y, por deseo expreso de este, a su muerte se puso a la cabeza de sus fieles. Aisha, la hija de Abu Bakr, se casó después con Mahoma, lo cual consolidó aún más los lazos de fraternidad entre ellos. Poco a poco, pero con empeño, Mahoma fue promulgando sus doctrinas entre un círculo reducido de amigos poderosos. Cuando el entusiasmo de sus seguidores finalmente lo obligó a hacer pública su misión, ya era el líder de una facción fuerte y bien organizada. Por temor al creciente prestigio de Mahoma, los habitantes de La Meca renunciaron a la larga tradición de que no se podía derramar sangre en la ciudad santa y decidieron acabar con el islamismo asesinando a su Profeta. Los distintos grupos se unieron para ello, de modo que la culpa se repartiera a partes iguales, pero Mahoma descubrió el peligro a tiempo, dejó a su amigo Ali en su cama y huyó de la ciudad con Abu Bakr; tras eludir hábilmente a los mecanos, se incorporó a la masa principal de sus seguidores, que lo habían precedido hacia Yatrib.

En aquel incidente, llamado la hégira, o huida, se basa el sistema cronológico del islamismo. A partir de la hégira, el poder del Profeta fue creciendo sin parar, hasta que, al octavo año, Mahoma entró en La Meca tras una victoria prácticamente incruenta y estableció allí el centro espiritual de su fe. Plantó su estandarte al norte de la ciudad, entró en ella a caballo y, después de dar siete vueltas a la sagrada Kaaba, ordenó la destrucción de las trescientas sesenta imágenes que había en el recinto. Entonces entró en la Kaaba propiamente dicha, libre de sus asociaciones idólatras, y dedicó la estructura a Alá, el Dios monoteísta del islamismo. A continuación, Mahoma concedió amnistía a todos sus enemigos por sus intentos de acabar con él. Con su protección, aumentaron el poder y la gloria de La Meca, que se convirtió en centro de una gran peregrinación anual, que hasta el día de hoy serpentea por el desierto en los meses de peregrinación y cuyas cifras superan los sesenta mil.


LA KAABA, EL RECINTO SAGRADO DEL ISLAMISMO

Vista de la Meca publicada en Tableau Général de L'Empire Othoman, de D’Ohsson La Kaaba, un edificio de forma cúbica situado en medio del gran patio de la mezquita de la Meca, es el lugar más sagrado de todo el mundo islámico. Hacia allí deben mirar los seguidores del Profeta cinco veces por día, a las horas señaladas para la oración. Como los seguidores de casi todas las demás fes, al principio los musulmanes miraban al Este para rezar, pero, por un decreto posterior, se les ordenó volver el rostro hacia La ordenó volver el rostro hacia La Meca. No se sabe mucho sobre la historia de la Kaaba antes de su nueva consagración como mezquita, aparte de que el edificio era un templo pagano.

Cuando el Profeta tomó La Meca, la Kaaba y el patio circundante contenían trescientos sesenta ídolos que fueron destruidos por Mahoma antes de entrar en el propio santuario. La «casa antigua», como llaman a la Kaaba, es un cubo irregular de unos once metros y medio de largo, diez metros de altura y nueve metros de ancho. La longitud de cada uno de los muros laterales varía ligeramente y la de los muros de los extremos varía más de treinta centímetros. En el ángulo sudoriental del muro y a una distancia razonable del suelo distancia razonable del suelo (alrededor de un metro y medio) está incrustada la piedra negra sagrada y misteriosa, o el aerolito de Abraham. Cuando el arcángel Gabriel entregó aquella piedra al patriarca, era talsu blancura que se podía ver desde cualquier lugar de la tierra, pero se fue oscureciendo a causa de los pecados de la humanidad. Aquella piedra negra, de forma ovalada y de unos dieciocho centímetros de diámetro, se rompió en elsiglo VII y actualmente se mantiene unida gracias a un engaste de plata. Según la tradición, dos mil años antes de la creación del mundo, la Kaaba fue construida en el cielo, donde se conserva aún su modelo. Adán la erigió en la tierra exactamente debajo del lugar que ocupaba el original celeste y escogió las piedras de celeste y escogió las piedras de los cinco montes sagrados: el Sinaí, elJudi, el Hira, el Olivet y el Líbano. Se enviaron diez mil ángeles para proteger el edificio.

Durante el Diluvio, la casa sagrada quedó destruida, pero Abraham y su hijo Ismael la reconstruyeron después. (Para más información, véase A Dictionary of Islam) Es probable que en el lugar donde está la Kaaba hubiera antes un altar prehistórico de piedra o un círculo de monolitos sin labrar, similar a los de Stonehenge. Al igual que el templo de Jerusalén, la Kaaba ha pasado por muchas vicisitudes y la estructura actual no es anterior alsiglo XVII de la era cristiana. Cuando La Meca fue saqueada en el 930, la famosa piedra negra cayó en poder de los cármatas que la conservaron durante más de veinte años, y se discute aún si la piedra que finalmente devolvieron a cambio de un rescate espléndido era realmente la original o una copia. Del lado norte de la Kaaba se encuentran las supuestas tumbas de Agar y de Ismael y cerca de la puerta (situada a unos dos metros delsuelo) está la piedra sobre la cualse ponía de pie Abraham durante la reconstrucción. La estructura cúbica siempre ha estado cubierta por diversas cosas: la tela actual, que se sustituye todos los años, es un brocado negro bordado en oro. Los peregrinos adoran los trocitos de la tela antigua como reliquias sagradas. Para entrar a la Kaaba hay que subirunaescaleramóvil.El subir una escalera móvil. El interior está cubierto por mármol de varios colores, plata y oro. Aunque en generalse concibe el edificio sin ventanas, este punto se cuestiona. Se accede al techo mediante una puerta enchapada en plata. Además de los libros sagrados, la Kaaba contiene trece lámparas. El gran patio que rodea el edificio contiene gran cantidad de objetos sagrados y está delimitado por una columnata que antes constaba de trescientos sesenta pilares. Dan al patio diecinueve puertas, el número sagrado y significativo del ciclo metónico, que coincide con la cantidad de piedras que hay en el círculo interior de Stonehenge. Descuellan de la Kaaba siete grandes minaretes y una de las ceremonias sagradas relacionadas con el edificio relacionadas con el edificio consiste en dar siete vueltas alrededor de la Kaaba, aparentemente para representar el movimiento de los cuerpos celestes.

El décimo año después de la hégira, Mahoma encabezó la peregrinación de despedida y por última vez cabalgó a la cabeza de los fieles por el camino sagrado que conduce a La Meca y la piedra negra. Como sentía intensamente la premonición de la muerte, quiso que aquella peregrinación fuera el modelo perfecto para todos los miles que habría a continuación.

«Consciente de que su vida estaba llegando a su fin —escribe Washington Irving—, la última vez que estuvo en la ciudad sagrada de su fe Mahoma trató de inculcar sus doctrinas en lo más profundo del corazón y la mente de sus seguidores, para lo cual predicó a menudo en la Kaaba desde el púlpito o al aire libre, montado en su camello. “Prestad atención a mis palabras —decía—, porque no sé si, después de este año, volveremos a encontrarnos aquí. Devotos míos, no soy más que un hombre como vosotros; el ángel de la muerte puede aparecer en cualquier momento y, cuando me llame, debo acudir”». Cuando estaba predicando así, dicen que los cielos se abrieron y se oyó la voz de Dios, que anunció: «En el día de hoy he perfeccionado tu religión y te he acogido en mi gracia». Al oír estas palabras, la multitud se postró de hinojos a adorarlo y hasta el camello de Mahoma se puso de rodillas.

Al finalizar la peregrinación de despedida. Mahoma regresó a Medina. El séptimo año después de la hégira (AH 7), intentaron envenenar al Profeta en Jeibar. Cuando Mahoma se puso en la boca el primer bocado de la comida envenenada, se dio cuenta del malvado plan, ya sea por el sabor de la carne o, como creen los fieles, por intercesión divina. Sin embargo, ya había tragado una pequeña porción de comida y durante el resto de su vida sufrió casi constantemente los efectos del veneno. En el AH 11, cuando padeció su última enfermedad, Mahoma insistía en que los efectos sutiles del veneno eran la causa indirecta de su próximo fin. Se dice que, durante su última enfermedad, se levantó una noche y fue a visitar un cementerio situado en las afueras de Medina, evidentemente pensando que no tardaría en contarse entre los difuntos. En aquel momento le dijo a un asistente que le habían dado a escoger entre continuar su vida física y presentarse ante el Señor y que había elegido reunirse con su Creador. Mahoma padeció muchos dolores en la cabeza y el costado y también tuvo fiebre, pero el 8 de junio parecía convaleciente. Se unió a sus seguidores para rezar y, sentado en el patio, dio una charla a los fieles con voz clara y potente, pero parece que aquello puso a prueba su fortaleza, porque hubo que ayudarlo a entrar en la casa de Aisha, que daba al patio de la mezquita. Allí, en un camastro duro, dispuesto sobre el suelo desnudo, pasó el profeta del islamsus dos últimas horas en la tierra. Al ver que su anciano esposo sufría dolores intensos, Aisha —que solo tenía veinte años— alzó la cabeza cana del hombre al que conocía desde su infancia y que debía parecer más un padre que un esposo para ella y lo sostuvo en sus brazos hasta el final. Al sentir la inminencia de la muerte, Mahoma imploró: «Señor, te suplico que me asistas en la agonía de la muerte». A continuación y casi en un susurro, repitió tres veces: «Gabriel, acércate».

En The Hero as Prophet, Thomas Carlyle escribe lo siguiente acerca de la muerte de Mahoma: «Sus últimas palabras fueron una oración, exclamaciones quebradas de un corazón que se esfuerza, temblando de esperanza, por llegar a su Creador». Mahoma fue enterrado bajo el suelo de los aposentos en los que murió. La situación actual de su sepultura se describe con estas palabras: Por encima de la Hujrah hay una bóveda verde, coronada por una gran media luna dorada que sale de una serie de globos Dentro del edificio están las tumbas de Mahoma. Abu Bakr y Ornar y hay un espacio reservado para la tumba de Nuestro Señor Jesucristo, que, según los musulmanes, volverá a visitar la tierra y morirá y será enterrado en al-Madinah. Se supone que la tumba de Fátima, la hija del Profeta, se encuentra en otra parte del edificio, aunque algunos afirman que está enterrada en al-Baqui. Se dice que el cuerpo del Profeta está tendido sobre el lado derecho, sosteniendo con la palma derecha la mejilla derecha y con la cara hacia Makkah. Cerca y detrás de él está situado Abu Bakr, con el rostro hacia el hombro de Mahoma, y a continuación Ornar, que ocupa la misma posición con respecto a su predecesor. Según una anécdota que circula entre los historiadores cristianos los mahometanos creían que el ataúd de su Profeta estaba suspendido en el aire, lo cual no tiene ningún fundamento en la bibliografía musulmana: Niebuhr piensa que la historia debió de surgir como consecuencia de las burdas ilustraciones que se vendían a los extraños

Con respecto al carácter de Mahoma han circulado los errores más gruesos. No existe ninguna prueba que sustente las acusaciones de extrema crueldad y libertinaje lanzadas contra él. Por el contrario, cuanto más de cerca escudriñan los investigadores imparciales la vida de Mahoma, más evidentes resultan las mejores cualidades de su naturaleza. En palabras de Carlyle:

El propio Mahoma, a pesar de todo lo que se diga sobre él, no era un hombre lujurioso: por consiguiente, nos equivocamos mucho si nos limitamos a considerarlo una persona voluptuosa e interesada sobre todo en placeres innobles o, mejor dicho, en cualquier tipo de placeres En su casa se vivía con la máxima frugalidad y su alimentación consistía en pan de cebada y agua. A veces pasaban meses sin que se encendiera fuego en el hogar. […] Un hombre pobre, trabajador y desprovisto, despreocupado de las cosas que ansiaba el hombre corriente. […] ¿Decís que lo llamaban Profeta? ¡Claro! Si estaba de pie frente a ellos; allí mismo, en lugar de estar envuelto en algún misterio; era evidente que se hacía su propia capa y se fabricaba sus propios zapatos y que luchaba, aconsejaba y ordenaba en medio de ellos: debían de ver la clase de hombre que era: ¡que lo llamen como quieran! Ningún emperador con sus tiaras ha sido obedecido como aquel hombre envuelto en una capa hecha por él. Confundido por la tarea aparentemente imposible de conciliar la vida del Profeta con las afirmaciones absurdas que durante mucho tiempo se aceptaron como auténticas, Washington Irving trata de hacerle justicia. Sus triunfos militares no fueron motivo de orgullo ni de vanagloria, como lo habrían sido de haberse obtenido con propósitos egoístas. En su época de mayor poder, mantuvo la misma sencillez de costumbres y de apariencias que en sus épocas de adversidad. […] Aquella renunciación perfecta a sí mismo —unida a una devoción aparentemente sincera— que encontramos en las diversas fases de su fortuna es lo que nos deja perplejos a la hora de hacer una valoración justa del carácter de Mahoma. […] Cuando daba vueltas en torno al lecho de muerte de su hijito Ibrahim, su conducta manifestaba resignación a la voluntad de Dios por debajo de su inmensa aflicción y lo consolaba la esperanza de reunirse pronto con su hijo en el Paraíso.

Cuando, después de la muerte del Profeta, interrogaron a Aisha acerca de sus hábitos, ella respondió que él se arreglaba su propia ropa, se hacía su propio calzado y la ayudaba en las tareas domésticas. ¡Cuán lejos de las concepciones occidentales sobre el carácter sanguinario de Mahoma queda el sencillo reconocimiento por parte de Aisha de que lo que más le gustaba era coser! También aceptaba las invitaciones de los esclavos y se sentaba a comer con los criados y se declaraba un servidor. De todos los vicios, el que más odiaba era la mentira. Antes de morir liberó a todos sus esclavos. Jamás permitió que su familia utilizara con fines personales las limosnas ni los diezmos de su gente. Era aficionado a los dulces y usaba el agua de lluvia para beber. Dividía su tiempo en tres partes: a saber: la primera la dedicaba a Dios, la segunda a su familia y la tercera a sí mismo, aunque después sacrificaba la última al servicio de los demás. Vestía casi siempre de blanco, aunque también usaba el rojo, el amarillo y el verde. Mahoma entraba en La Meca con un turbante negro y con un estandarte negro. Solo se ponía las prendas más sencillas y decía que las vestiduras ricas y ostentosas no eran apropiadas para los piadosos; no se quitaba los zapatos para rezar. Le preocupaba en particular tener los dientes limpios y en el momento de morir, cuando estaba demasiado débil para hablar, hizo señas de que deseaba un mondadientes. Cuando tenía miedo de olvidar algo, el Profeta se ataba un hilo al anillo. Una vez tenía un anillo de oro muy bueno, pero, al observar que a sus seguidores les había dado por imitar lo y usar anillos similares, se quitó el suyo y lo arrojó lejos, para no crear en ellos un mal hábito.


MAHOMA LIMPIANDO LA KAABA DE LA IDOLATRÍA

D’Ohsson: Tableau Général de L'Empire Othoman Al librar a la Meca de su idolatría, Mahoma logro la aspiración más importante de su vida. El refugiado perseguido y sin hogar, que una vez fue obligado a proteger el lote de terreno donde rogó que no fuese apedreado hasta la muerte mientras realizaba sus oraciones, regresó a su lugar de nacimiento como su conquistador. La tradición describe al Profeta, “cuyo nombre sea alabado”, como de estatura mediana alta como de estatura mediana alta, de piel clara y de apariencia atractiva e imponente. Su cabeza era inusualmente grande, su cuello estaba exquisitamente moldeado y su cabello rizado caía en ondas sobre sus orejas.

El tenía penetrantes ojos negros de gran tamaño; sus cejas estaban arqueadas; su nariz era alta y levemente aguileña; y su espesa barba le llegaba a su pecho. Mientras se dice que su cabello era negro, las probabilidades son que este era castaño rojizo. Se desconoce si existe alguna similitud auténtica del Profeta, ya que las enseñanzas del Islam se oponen a la perpetuación y a la consecuente deificación de las personalidades. Sin duda, el complejo de impersonalidad de Mahoma se debía al embrollo queexistíaensuépocaentrelas que existía en su época entre las diferentes sectas cristianas que estaban comprometidas con determinar la verdadera relación de Jesús, el Hijo del Hombre, con Dios. Considerando estos desacuerdos teológicos como un indicativo de que el cristianismo de Jesús ya se había sumido dentro de la idolatría, se cree que el Profeta árabe había dicho: «Realmente, Jesús de Nazaret era un verdadero profeta de Alá y también un gran hombre; pero lo!, un día todos sus discípulos se desquiciaron e hicieron de él un dios». Mahoma se impresionó tanto por la práctica cristiana de erigir santuarios sobre los huesos de sus santos y mártires que, aun en el delirio de su última dolencia, gritó: «Oh, Alá, nunca dejes que mi tumba se convierta en un objeto de adoración».

La acusación más frecuente y en apariencia la más perjudicial que se lanzó contra Mahoma es la de poligamia. Aquellos que creen sinceramente que un harén es irreconciliable con la espiritualidad deberían —para ser coherentes— hacer algo para excluir los salmos de David y los proverbios de Salomón de la lista de obras inspiradas, ¡porque el harén del Profeta del islamismo era insignificante en comparación con el del rey más sabio de Israel y supuesto favorito del Altísimo! La noción popular de que Mahoma enseñaba que las mujeres no tenían alma y solo podían llegar al cielo mediante el matrimonio no está confirmada ni por las palabras ni por la actitud del Profeta durante su vida. En una ponencia titulada «The Influence of Islam on Social Conditions». (La influencia del islamismo en las condiciones sociales), presentada en el Parlamento Mundial de las Religiones celebrado en Chicago en 1893, Mohammed Webb menciona esta acusación y le responde con las siguientes palabras: «Se ha dicho que Mahoma y el Corán negaban que las mujeres tuvieran alma y las equiparaban a los animales.

El Corán las sitúa en una igualdad perfecta y total con los hombres y las enseñanzas del Profeta a menudo las ponen por encima de ellos en algunos aspectos». Para justificar su postura, el señor Webb cita el verso treinta y cinco del trigésimo tercer sura del Corán: «En verdad, Alá ha preparado perdón y magnífica recompensa para los musulmanes y las musulmanas, los creyentes y las creyentes los devotos y las devotas, los sinceros y las sinceras, los pacientes y las pacientes, los humildes y las humildes, los hombres y las mujeres que dan limosna, los hombres y las mujeres que ayunan, los castos y las castas, los hombres y las mujeres que recuerdan a Alá con frecuencia». Aquí se establece con toda claridad que alcanzar el cielo es un problema que solo se resuelve mediante el mérito individual. El día de su muerte. Mahoma dijo a Fátima, su querida hija, y a Safiya, su tía: «Haced lo que tengáis que hacer para lograr la aceptación del Señor, porque en verdad no tengo ningún poder ante Él para salvaros». El Profeta no recomendó a ninguna de las dos mujeres que confiara en las virtudes de su esposo ni en modo alguno indicó que la salvación de la mujer dependiese de la flaqueza humana de su esposo. A pesar de todo lo que se indique en contrario, no se deben a Mahoma las contradicciones ni las incoherencias del Corán, porque el volumen no se compiló ni adquirió su forma actual hasta más de veinte años después de su muerte. En su estado actual, el Corán es, en su mayor parte, un revoltijo de rumores entre los cuales, de vez en cuando, reluce algún ejemplo de verdadera inspiración. Por lo que se sabe de Mahoma como hombre, resulta razonable suponer que estas partes más nobles y mejores representan las verdaderas doctrinas del Profeta: el resto, evidentemente, son interpolaciones, algunas de las cuales se deben a un malentendido y otras son meras falsificaciones calculadas para satisfacer las ambiciones temporales del islam victorioso. Acerca de este tema y con su perspicacia habitual, Godfrey Higgins dice lo siguiente: Tenemos aquí el Corán de Mahoma y los primeros cuatro patriarcas sinceros y entusiastas y el Corán de los sarracenos espléndidos y victoriosos, henchidos de orgullo y vanidad. No era probable que el Corán de los filósofos eclécticos fuese adecuado para los conquistadores de Asia. Había que injertar al antiguo uno nuevo para hallar alguna justificación a sus atrocidades.

Resulta evidente para los perspicaces que Mahoma conocía la doctrina secreta que ha de constituir el núcleo de toda gran institución filosófica, religiosa o ética. Es posible que, mediante alguna de estas cuatro vías posibles, Mahoma estuviese en contacto con las enseñanzas de los Misterios antiguos: 1) por contacto directo con la Gran Escuela en el mundo invisible; 2) a través de los monjes cristianos nestorianos; 3) mediante el misterioso sabio o santo que aparecía y desaparecía a menudo durante el período en el cual fueron revelados los suras del Corán; 4) a través de una escuela decadente que ya existía en Arabia y que, a pesar de haber caído en la idolatría, seguía conservando los secretos del culto de la antigua sabiduría. Aún se podría demostrar que los arcanos del islamismo se basaban directamente en los antiguos Misterios paganos celebrados en la Kaaba siglos antes del nacimiento del Profeta; de hecho, en general se reconoce que muchas de las ceremonias que actualmente están incorporadas en los Misterios islámicos son vestigios de la Arabia pagana. En el simbolismo islámico, muchas veces se hace hincapié en el principio femenino. Por ejemplo, el viernes, consagrado al planeta Venus, es el día sagrado de los musulmanes: el verde es el color del Profeta y, como símbolo del verdor, resulta inevitable asociarlo con la Madre del Mundo: además, tanto la media luna islámica como la cimitarra se pueden interpretar como representaciones de la forma de media luna tanto de la luna como de Venus. «La famosa “piedra de Cabar”, Kaaba, Cabir o Kebir de La Meca —dice Jennings—, que con tanta devoción besan los fieles, es un talismán. Dicen que hasta el día de hoy se ve la figura de Venus grabada encima con una media luna. Aquella misma Kaaba era al principio un templo idólatra, donde los árabes adoraban a Al-Uzza (Dios e Issa), es decir, Venus.»

«Los musulmanes —escribe sir William Jones— ya son una especie de cristianos heterodoxos: son cristianos, si Locke razona como corresponde, porque creen firmemente en la inmaculada concepción, el carácter divino y los milagros del Mesías, pero son heterodoxos, porque niegan con vehemencia su carácter de Hijo y su igualdad, como Dios. con el Padre, acerca de cuya unidad y atributos albergan y manifiestan las ideas más atroces, mientras consideran nuestra doctrina una blasfemia perfecta e insisten en que nuestros ejemplares de las Escrituras han sido corrompidos tanto por los judíos como por los cristianos». Según los seguidores del Profeta, de los Evangelios cristianos se han suprimido las siguientes líneas: «Y cuando Jesús, Hijo de María, dijo:

“Pueblo de Israel, en verdad yo soy el apóstol que Dios os envía para confirmar la ley que os entregó antes que a mí y os traigo buenas nuevas de un apóstol que vendrá después de mí y cuyo nombre será AHMED”». En este texto, que contiene la profecía de Jesús con respecto a un liberador que vendría después que Él, se dice también que la palabra «liberador» debería traducirse como «ilustre» y que era una referencia directa a Mahoma y también que las lenguas de fuego que descendieron sobre los apóstoles el día de Pentecostés no podían interpretarse en modo alguno como símbolos del liberador prometido. Sin embargo, cuando se les piden pruebas decisivas de que los Evangelios originales contenían aquellas referencias a Mahoma que, según ellos, han sido expurgadas, los musulmanes piden a su vez la presentación de los documentos originales en los que se basa el cristianismo. Hasta que se encuentren tales escritos, el punto en cuestión seguirá dando origen a controversias. Pasar por alto la herencia cultural recibida del islam sería un descuido imperdonable, porque, cuando la media luna triunfó sobre la cruz en el sur de Europa, fue el presagio de una civilización que no tuvo parangón en su época. En Studies in a Mosque, Stanley Lane-Poole escribe lo siguiente:

Durante casi ocho siglos de dominio musulmán, España dio a toda Europa un ejemplo brillante de un estado civilizado e ilustrado. […] El arte, la literatura y la ciencia prosperaron como no ocurría entonces en ningún otro lugar de Europa. Los estudiosos procedentes de Francia, Alemania e Inglaterra acudían en masa a beber de las fuentes del saber que solo manaban en las ciudades moras Los cirujanos y los médicos andaluces estaban a la vanguardia de la ciencia; se alentaba a las mujeres para que se dedicaran a estudiar en serio y no era extraño ver a médicas entre los habitantes de Córdoba. La matemática, la astronomía y la botánica, la historia, la filosofía y la jurisprudencia se llegaban a dominar en España y solo allí. En The Library of Original Sources se resumen con estas palabras los efectos del islamismo:

Las consecuencias del mahometismo se han menospreciado demasiado. En el siglo posterior a la muerte de Mahoma, arrebató al cristianismo Asia Menor, África y España —más de la mitad del mundo civilizado— y estableció una civilización que fue la más importante del mundo durante la Edad Media. Llevó a la raza árabe a su máximo esplendor, elevó la posición de las mujeres en Oriente, aunque mantuvo la poligamia: fue intensamente monoteísta y, hasta que los turcos asumieron el control, en general alentó el progreso.

En la misma obra, entre los grandes científicos y filósofos islámicos que han hecho aportaciones sustanciales al conocimiento humano, se menciona a Gerber, o Djafer, que en el siglo IX puso los cimientos de la química moderna; a Ben Musa, que en el siglo X introdujo la teoría del álgebra: a Alhaze, que en el siglo XI estudió en profundidad la óptica y descubrió que las lentes convexas podían aumentar el tamaño de las imágenes, y, también en el siglo XI, tanto a Avicena, o Ibn Sina, cuya enciclopedia médica fue la noma de su tiempo, como al gran cabalista Avicebrón, o Ibn Gebirol.

«Mirando atrás a la ciencia de los mahometanos —sintetiza el autor recién citado—, se verá que sentaron los primeros cimientos de la química e hicieron avances importantes en matemática y óptica. Sus descubrimientos nunca tuvieron la influencia que habrían debido de tener en el curso de la civilización europea, pero esto se debió a que Europa no era lo bastante ilustrada como para captarlos y aprovecharlos. La observación de Gerber de que el hierro oxidado pesa más que antes de oxidarse se tuvo que repetir y lo mismo ocurrió con algunos de sus trabajos en óptica y muchos de sus descubrimientos geográficos. Habían circunnavegado África mucho antes que Vasco de Gama y fueron ellos los que llevaron la fórmula de la pólvora al norte de Europa. No debemos olvidar jamás que la edad de las tinieblas de la Europa cristiana coincidió con un período brillante en el mundo musulmán. En el campo de la filosofía, los árabes empezaron por adoptar el neoplatonismo que hallaron en Europa y poco a poco fueron retrocediendo hasta Aristóteles».

¿Qué significa el misterio sutil del fénix que renace cada seiscientos años?

Desde dentro del refugio de los Misterios del mundo se susurra la respuesta. Seiscientos años antes de Cristo, el fénix de la sabiduría (¿Pitágoras?) abrió las alas y murió en el altar de la humanidad, consumido por el fuego expiatorio. El ave volvió a renacer de sus propias cenizas en Nazaret, para morir después en el árbol que tenía sus raíces en la cabeza de Adán. En el año 600 apareció Ahmed (Mohammed, o sea, Mahoma). El fénix volvió a sufrir —en aquella ocasión, por el veneno de Jeibar— y se elevó de sus cenizas carbonizadas para extender las alas sobre el rostro de Mongolia, donde, en el siglo XII, Gengis Kan estableció el imperio de la sabiduría. Dando vueltas en torno al poderoso desierto de Gobi, el fénix renunció otra vez a su forma, que ahora yace sepultada en un sarcófago de cristal debajo de una pirámide que lleva encima las figuras inefables de los Misterios. Transcurridos seiscientos años después de la muerte de Gengis Kan. ¿habrá conocido Napoleón Bonaparte —que creía ser el hombre del destino— en sus correrías aquella extraña leyenda del constante renacimiento periódico de la sabiduría? ¿Habrá sentido que se extendían en su interior las alas del fénix y habrá creído que la esperanza del mundo se había encarnado en él? Es posible que el águila de su estandarte fuera el fénix. Esto explicaría por qué pensaba que estaba predestinado a establecer el reino de Cristo sobre la tierra y es, tal vez, la clave de su poco comprendida amistad con los musulmanes.


Manly Palmer Hall - El Mistério Del Apocalipsis

La presencia del Templo de Diana en Éfeso indicaba que aquella ciudad era sagrada para la religión de los Misterios porque las siete mara villas del mundo antiguo se levantaron para indicar lugares que eran depositarios de conocimientos abstrusos. Acerca de Éfeso, H. P. Blavatsky escribe lo siguiente:

Era un centro de las doctrinas universales «secretas», el laboratorio misterioso en el cual, envuelta en la elegante fraseología griega, surgió la quintaesencia de la filosofía budista, zoroástrica y caldea. Artemisa, gigantesco símbolo concreto de las abstracciones teosófico-panteístas, la gran madre con muchos pechos, andrógina y patrona de los «escritos efesios», fue conquistada por Pablo, pero, aunque los celosos conversos de los apóstoles trataron de quemar todos sus libros sobre las «artes curiosas», ᾽τα περιεργα, quedaron suficientes para que pudieran estudiarlos cuando se hubo enfriado su fervor inicial.

Por ser un gran centro de aprendizaje pagano, Éfeso ha sido escenario de muchos de los primeros mitos cristianos. Se ha dicho que en esa ciudad tuvo su última residencia la Virgen María y también que allí estaba la tumba de san Juan Evangelista. Según la leyenda, san Juan no abandonó esta vida de la forma habitual, sino que eligió su cámara funeraria, entró en ella cuando aún estaba vivo, cerró la entrada tras él y así desapareció para siempre de la vista humana. En el antiguo Éfeso circulaba el rumor de que san Juan dormiría en su tumba hasta que regresara el Salvador y que, cuando el apóstol se daba la vuelta en su lecho sepulcral, la tierra que había encima se movía como el cobertor de una cama. Sometido a más críticas que ningún otro libro incorporado al Nuevo Testamento, el Apocalipsis —por lo general atribuido a san Juan Evangelista — es, con diferencia, el más importante pero menos conocido de los escritos gnósticos cristianos Aunque según san Justino Mártir el Apocalipsis había sido escrito por «juan, uno de los apóstoles de Cristo», ya se cuestionaba su autoría en el siglo II después de Cristo. En el siglo III aquellas controversias se agudizaron y hasta Dionisio de Alejandría y Eusebio se opusieron a la teoría juanina y declararon que tanto el Apocalipsis como el Evangelio según san Juan fueron escritos por un tal Cerinto, que utilizó el nombre del gran apóstol para que los cristianos aceptaran mejor sus propias doctrinas Posteriormente, san Jerónimo cuestionó la autoría del Apocalipsis y, durante la Reforma, Lutero y Erasmo hicieron resurgir sus objeciones En la actualidad, los estudiosos más críticos no ven con buenos ojos la noción —en otra época generalmente aceptada— de que el Apocalipsis sea una manera de dejar constancia de una «experiencia mística» que le ocurrió a san Juan durante el exilio del profeta en la isla de Patmos. Por consiguiente, se han propuesto otras explicaciones para justificar el simbolismo que impregna el volumen y el motivo por el cual fue escrito. La más razonable de estas teorías se puede resumir de esta forma: En primer lugar y en base a las pruebas que se desprenden de su propio contenido, bien se podría decir que el Apocalipsis es un escrito pagano: uno de los libros sagrados de los misterios eleusinos o los frigios. Como corolario, el verdadero autor de una obra que plantea las profundidades del misticismo egipcio y el griego tuvo que ser él mismo un iniciado y, por consiguiente, estar obligado a escribir solo en el lenguaje simbólico de los Misterios.

En segundo lugar, es posible que el Apocalipsis fuera escrito para conciliar las discrepancias aparentes entre las filosofías religiosas de los primeros cristianos y las de los paganos. Cuando los fanáticos de la primitiva Iglesia cristiana trataron de cristianizar a los paganos, los iniciados paganos replicaron con un gran esfuerzo para paganizar a la cristiandad. Los cristianos no consiguieron su objetivo, pero los paganos sí. Con la decadencia del paganismo, los hierofantes paganos iniciados transfirieron su base de operaciones al nuevo vehículo del cristianismo primitivo y adoptaron los símbolos del nuevo culto para ocultar aquellas verdades eternas que siempre son un bien inapreciable de los sabios. El Apocalipsis muestra con toda claridad la consiguiente fusión del simbolismo pagano con el cristiano y sirve como prueba irrefutable de las actividades de aquellas mentes iniciadas que actuaron durante los primeros tiempos del cristianismo. En tercer lugar, se ha planteado la teoría de que el Apocalipsis represente un intento de debilitar los Misterios cristianos, satirizando su filosofía, por parte de los miembros poco escrupulosos de cierta orden religiosa.

Esperaban conseguir tan nefando objetivo demostrando que la nueva fe no era más que una repetición de las antiguas doctrinas paganas, acumulando burlas sobre el cristianismo y usando sus propios símbolos para menospreciarlo. Por ejemplo, la estrella que cayó del cielo se podía interpretar como la estrella de Belén y su amargura —se llamaba Ajenjo y envenenó a la humanidad— podría representar las enseñanzas «falsas» de la Iglesia cristiana. Aunque esta última teoría ha adquirido cierto grado de popularidad, a causa de la profundidad del Apocalipsis el lector perspicaz llega a la conclusión inevitable de que es la menos plausible de las tres hipótesis. Para quienes consiguen atravesar el velo de su simbolismo, no hacen falta más pruebas para corroborar que el documento procede de una fuente inspirada.

En definitiva, la auténtica filosofía no puede estar limitada por credos ni por facciones; es más: es incompatible con cualquier limitación artificial del pensamiento humano. Por consiguiente, la cuestión de si el origen del Apocalipsis es pagano o cristiano no tiene mayor importancia, porque su valor intrínseco reside en que es una representación magnífica del Misterio Universal; por este motivo, san Jerónimo anunció que se puede interpretar de siete formas totalmente diferentes. El teólogo moderno, desconocedor del alcance del pensamiento antiguo, no puede hacer frente a la complejidad del Apocalipsis, porque, para él, esta obra mística no es más que una fantasmagoría y se siente muy tentado de cuestionar su inspiración divina. En el espacio limitado que tenemos a nuestra disposición, no podemos hacer más que un breve esbozo de algunas de las características más destacadas de la visión del profeta de Palmos Asimismo, un análisis exhaustivo de los diversos Misterios paganos contribuirá considerablemente a llenar los vacíos inevitables en este resumen. En el primer capítulo del Apocalipsis, san Juan describe al alfa y el omega, situado en medio de los siete candelabros de oro. Rodeado por sus regentes planetarios llameantes, aquel Uno Sublime representa así, en una sola figura impresionante y misteriosa, todo el alcance del crecimiento evolutivo de la humanidad: el pasado, el presente y el futuro.

«Las primeras etapas de la evolución terrenal del hombre —escribe el doctor Rudolph Steiner—transcurrieron en una época en la que la tierra aún “ardía” y las primeras encarnaciones humanas se formaron a partir del elemento fuego; al final de su camino terrenal, el propio ser humano irradiará su ser interno hacia fuera de forma creativa, mediante la fuerza del elemento fuego. Aquella evolución permanente del comienzo al final de la tierra se revela al “profeta” cuando este ve en el plano astral el arquetipo del hombre en evolución. […] El comienzo de la evolución terrenal se sustenta sobre los pies ardientes; su final, en la compostura ardiente, y todo el poder de la “palabra creativa”, que se adquiere al final, se aprecia en la fuente ardiente que sale de la boca».

En The Restored New Testament, James Morgan Pryse sitúa la relación de las diversas partes del alfa y el omega en los siete planetas sagrados de los antiguos. Dice textualmente: La figura del Logos descrita es una imagen compleja de los siete planetas sagrados: tiene el cabello níveo de Chronos (el Tiempo): los ojos ardientes de Zeus, el que todo lo ve: la espada de Ares: el rostro resplandeciente de Helios, y la túnica y la faja de Afrodita: sus pies son de mercurio, el metal consagrado a Hermes, y su voz es como el murmullo de las olas del mar (las «muchas aguas»), en alusión a Selene, la diosa Luna de las cuatro estaciones y de las aguas.

Las siete estrellas que lleva este Ser inmenso en la mano derecha son los gobernadores del mundo; la espada flamígera que surge de su boca es el fiat creativo, o la palabra de poder, que aniquila la ilusión de permanencia material. Aquí se representa también, con todo su esplendor simbólico, el hierofante de los Misterios frigios con las diversas insignias que son emblemáticas de sus atributos divinos. Componen su séquito siete sacerdotes que portan lámparas y las estrellas que lleva en la mano son las siete escuelas de los Misterios cuyo poder administra. Hacen decir al archimago —por tratarse de alguien que ha vuelto a nacer de la oscuridad espiritual a la sabiduría perfecta— lo siguiente: «Soy aquel que vive y antes estaba muerto y he aquí que estoy vivo para siempre jamás. Amén. Además, tengo las llaves del infierno y de la muerte». En el capítulo segundo y en el tercero, san Juan comunica a las «siete iglesias que hay en Asia» las órdenes que ha recibido del alfa y el omega. Las iglesias, en este caso, son análogas a los siete travesaños de una escalera mitraica y, como Juan está «en el espíritu», ascendió a través de las órbitas de los siete planetas sagrados hasta llegar a la superficie interna del empíreo.

«Después de que el alma del profeta — escribe el autor anónimo de On Mankind, Their Origin and Destiny—, en su estado de éxtasis, atravesara las siete esferas en su rápido vuelo, desde la esfera de la luna hasta la de Saturno, o desde el planeta que corresponde a Cáncer, la puerta de los hombres, hasta el de Capricornio, que es la puerta de los dioses, se abre para él una puerta nueva en lo más alto del cielo y en el Zodiaco, bajo el cual giran los siete planetas; en una palabra, en el firmamento, o lo que los antiguos llamaban crystallinum primum, o cielo cristalino».

Si las relacionamos con el sistema metafísico oriental, estas iglesias representan los chakras, o ganglios nerviosos, situados a lo largo de la columna vertebral. La «puerta del cielo» es el brahmarandra, un punto en la coronilla (el Gólgota), por el cual pasa el fuego espiritual de la columna hacia su liberación. A la iglesia de Éfeso le corresponde el muladhara, o ganglio sacro, y a las demás iglesias, los ganglios superiores, según el orden que se les da en el Apocalipsis. El doctor Steiner descubre una relación entre las siete iglesias y las divisiones de la raza aria. Según él, la iglesia de Éfeso representa la rama de los archiindios; la iglesia de Esmirna, la de los archipersas; la iglesia de Pérgamo, la caldeo-egipcio-semítica: la iglesia de Tiatira, la greco-latino-romana; la iglesia de Sardes, la teuto-anglo-sajona: la iglesia de Filadelfia, la eslava, y la iglesia de Laodicea, la maniquea. Las siete iglesias representan también las vocales griegas, la primera y la última de las cuales son el alfa y el omega. Discrepan las opiniones sobre el orden en el que habría que relacionar los sietes planetas con las iglesias Algunas proceden de la hipótesis de que Saturno representa la iglesia de Éfeso, pero, si tenemos en cuenta que esta ciudad estaba consagrada a la diosa de la luna y también que la esfera de la luna es la primera por encima de la de la tierra, resulta evidente que los planetas deberían ascender, siguiendo el orden antiguo, desde la luna hasta Saturno. Desde Saturno, el alma ascendería naturalmente y atravesaría la puerta para entrar en el empíreo.


EL TRONO DE DIOS Y DEL CORDERO

The Works of Jacob Behmen Delante del trono de Dios estaba el mar de cristal que representa el Schamayim, o las aguas vivas que están por encima de los cielos. Delante del trono había también cuatro criaturas: un toro, un león, un águila y un ser humano, que representaban las Cuatro esquinas de la creación, y la multitud de ojos que los cubren son las estrellas del firmamento. Los veinticuatro ancianos tienen el mismo significado que los sacerdotes reunidos en torno a la estatua de Ceres en el Rito Eleusino Mayor y también los genios persas, o dioses de las horas del día, que se quitan la corona y glorifican al Santísimo. Como símbolo de las divisiones del tiempo, los ancianos adoran al espíritu eterno e imperecedero que aparece en medio de ellos. En el cuarto capítulo y en el quinto, san Juan describe el trono de Dios, en el cual estaba sentado el Uno Santo, «aquel que era, que es y que será». Alrededor del trono había veinticuatro asientos menores, donde se sentaban veinticuatro Ancianos con vestiduras blancas y coronas de oro en la cabeza. «Del trono salen relámpagos y fragor y truenos y delante del trono arden siete antorchas de fuego, que son los siete Espíritus de Dios». El que estaba sentado en el trono tenía en la mano derecha un libro sellado con siete sellos que nadie, ni en el cielo ni en la tierra, era digno de abrir. Entonces apareció un Cordero (Aries, el primero y principal de los signos del Zodiaco) que había sido degollado, que tenía siete cuernos (rayos) y siete ojos (luces). El Cordero tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono y las cuatro bestias y todos los ancianos se postraron y adoraron a Dios y al Cordero. Durante los primeros siglos de la Iglesia cristiana, todo el mundo reconocía al cordero como símbolo de Cristo y solo después del quinto sínodo de Constantinopla (el Concilio Quinisexto, celebrado en el año 692) la figura del crucificado reemplazó a la del Agnus Dei. Como indica con perspicacia uno de los que han escrito sobre este tema, el uso del cordero revela el origen persa del cristianismo, porque los persas eran el único pueblo que utilizaba un cordero para representar el primer signo del Zodiaco.

Como el cordero era la ofrenda expiatoria de los antiguos paganos, a los primeros cristianos místicos les pareció que este animal podía ser un emblema adecuado de Cristo, a quien consideraban la ofrenda expiatoria del mundo entero. Los griegos y los egipcios sentían gran veneración por el cordero o el camero y solían poner sus cuernos en la frente de sus dioses. El dios escandinavo Thor llevaba un martillo hecho con un par de cuernos de camero. Se prefiere el cordero al camero, aparentemente, por su pureza y su suavidad; además, como el propio creador se simbolizaba mediante Aries, Su Hijo tenía que ser el carnerito o el corderito. El mandil de piel de cordero que los masones usan sobre la parte del cuerpo que simboliza a Tifón o a Judas representa la purificación de los procesos generadores que es imprescindible para la verdadera espiritualidad. En esta alegoría, el Cordero significa el candidato purificado, sus siete cuernos representan las divisiones de la razón iluminada y los siete ojos, los chakras o las percepciones de los sentidos perfeccionadas. Los capítulos del seis al once, ambos inclusive, se dedican al relato de la apertura de los siete sellos del libro que sujeta el Cordero. Cuando se rompió el primer sello, salió un hombre montado en un caballo blanco, con una corona y un arco en la mano. Cuando se rompió el segundo sello, salió un hombre montado en un caballo rojo, con una gran espada en la mano. Cuando se abrió el tercer sello, salió un hombre montado en un caballo negro, con una balanza en la mano, y cuando se abrió el cuarto sello salió la Muerte sobre un caballo pálido y el Hades la seguía. Se puede interpretar que los cuatro jinetes del Apocalipsis representan las cuatro divisiones principales de la vida humana. El nacimiento se simboliza mediante el jinete montado en el caballo blanco, que sale triunfal y a vencer; la impetuosidad de la juventud se simboliza mediante el jinete del caballo rojo, que tomaba la paz de la tierra; la madurez, mediante el jinete del caballo negro, que todo lo pesa en la balanza de la razón, y la muerte, con el jinete del caballo pálido, al cual se dio poder sobre una cuarta parte de la tierra. En la filosofía oriental, estos jinetes representan las cuatro yugas, o edades, del mundo, que se adelantan en un momento determinado y se convierten por un tiempo en los amos de la creación.

En un comentario publicado en su obra Compendio del origen de todos los cultos sobre el vigésimo cuarto sermón de san Juan Crisóstomo, Dupuis destaca que cada uno de los cuatro elementos estaba representado por un caballo que llevaba el nombre del dios «que corresponde a cada elemento». El primer caballo, que representa el éter de fuego, se llamaba Júpiter y ocupaba el puesto más alto en el orden de los elementos. Era un caballo alado, muy veloz, y, al describir el círculo más amplio, abarcaba a todos los demás. Resplandecía con una luz purísima y en su cuerpo estaban las imágenes del sol, la luna, las estrellas y todos los cuerpos de las regiones etéreas El segundo caballo, que representa el elemento aire, era Juño. Era inferior al caballo de Júpiter y describía una órbita más pequeña; era de color negro, pero la parte expuesta al sol se volvía luminosa, con lo cual representaba la condición diurna y la nocturna del aire. El tercer caballo, que simbolizaba el elemento agua, estaba consagrado a Neptuno.

Caminaba con pesadez y describía una órbita muy pequeña. El cuarto caballo, que representaba el elemento estático de la tierra, descrito como inmóvil y propenso a morder el freno, era el corcel de Vesta. A pesar de las diferencias entre ellos, los cuatro caballos vivían juntos en armonía, de forma acorde con los principios de los filósofos que sostenían que el mundo se mantiene gracias al acuerdo y la armonía de sus elementos Sin embargo, con el tiempo, el caballo de carreras de Júpiter quemaba las crines del caballo de la tierra; el corcel atronador de Neptuno también se cubría de sudor, que inundaba al caballo inmóvil de Vesta y provocaba el diluvio de Deucalión. Al final, el caballo fogoso de Júpiter consumirá a los demás cuando los tres elementos inferiores, purificados por la reabsorción en el éter abrasador, salgan renovados y constituyan «un nuevo cielo y una nueva tierra». Cuando se abrió el quinto sello, san Juan vio a los que habían muerto por la Palabra de Dios. Cuando se rompió el sexto sello se produjo un violento terremoto, el sol se oscureció y la luna se puso como de sangre. Salieron los ángeles de los vientos y también otro, que marcó en la frente a ciento cuarenta y cuatro mil de los hijos de Israel, para preservarlos contra el espantoso día de la tribulación. Si sumamos los dígitos según el sistema pitagórico de filosofía numérica, el número 144 000 se reduce a 9, el símbolo místico del hombre y también el número de la iniciación, porque quien atraviesa los nueve grados de los Misterios recibe el signo de la cruz como emblema de su regeneración y de su liberación de la esclavitud de su propia naturaleza infernal o inferior. El añadido de tres cifras al número sagrado original 144 indica la elevación del misterio a la tercera esfera.

Cuando se rompió el séptimo sello, se hizo silencio por espacio de media hora. Entonces aparecieron siete ángeles y a cada uno le fue entregada una trompeta. Cuando los siete ángeles hicieron sonar sus trompetas —entonaron el nombre del Logos, de siete letras—, se produjeron grandes catástrofes Cayó del cielo una estrella llamada Ajenjo, para representar que la doctrina secreta de los antiguos había sido entregada a unos hombres que la habían profanado y habían convertido la sabiduría de Dios en algo destructivo.

Cayó del cielo otra estrella —esta representaba la luz falsa de la razón humana, para distinguirla de la razón divina del iniciado— y a ella (la razón materialista) le fue entregada la llave del pozo del Abismo (la Naturaleza); lo abrió y de él salieron criaturas asquerosas de toda índole. También salió otro ángel poderoso, envuelto en una nube, cuyo rostro era como el sol y sus pies y sus piernas como columnas de fuego; puso un pie sobre las aguas y el otro sobre la tierra (el ánthropos hermético). Aquella criatura celestial entregó a san Juan un librito y le dijo que lo devorara y así lo hizo el profeta. El libro representa la doctrina secreta: el alimento espiritual que nutre el espíritu y, como san Juan estaba «en espíritu», comió hasta saciarse de la sabiduría de Dios y las ansias de su alma se aplacaron. El duodécimo capítulo trata de una gran maravilla que apareció en los cielos: una mujer vestida del sol, con la luna bajo los pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza. Esta mujer representa la constelación de Virgo y también a la Isis egipcia, que, cuando está a punto de dar a luz a su hijo Horus, es atacada por Tifón, que intenta destruir al niño que los dioses han predestinado para dar muerte al Espíritu del Mal. La guerra en el cielo está relacionada con la destrucción del planeta Ragnarok y con la caída de los ángeles Se puede interpretar que la virgen representa la doctrina secreta en sí y su hijo, al iniciado nacido del «vientre de los Misterios». El Espíritu del Mal, personificado de este modo en el gran dragón, trataba de controlar a la humanidad destruyendo a la madre de aquellas almas iluminadas que se han esforzado sin cesar por lograr la salvación del mundo. Se dieron alas a los Misterios (la virgen), que volaron al desierto, y el dragón maligno trató de destruirlos con una inundación (de la doctrina falsa), pero la tierra (el olvido) se tragó las doctrinas falsas y los Misterios resistieron. En el capítulo decimotercero se describe una gran bestia que salió del mar, con siete cabezas y diez cuernos.

Para Faber, este monstruo anfibio es el Demiurgo, o el Creador del mundo, que surge del Océano del Caos Si bien para la mayoría de los que interpretan el Apocalipsis las diversas bestias que se describen en él son típicas de las fuerzas del mal, este punto de vista se debe —¡cómo no!— al desconocimiento de las doctrinas antiguas de las cuales se desprende el simbolismo del libro. Desde el punto de vista astronómico, el gran monstruo que sale del mar es la constelación de Cetus: la ballena. Como para los ascetas religiosos el universo en sí era una mentira malvada que trataba de engañarlos, llegaron a pensar que su Creador era un tejedor de ilusiones. De este modo, el gran monstruo marino (el mundo) y su Creador (el Demiurgo), cuya fuerza deriva del dragón del poder cósmico, acabaron por personificarse en una bestia espantosa y destructiva que trataba de tragarse la parte inmortal de la naturaleza humana. Las siete cabezas del monstruo representan las siete estrellas (los espíritus) que componen la constelación de la Osa Mayor, que los hindúes llaman rishis, o espíritus creativos cósmicos. Faber relaciona los diez cuernos con los diez patriarcas primigenios, aunque también pueden denotar el antiguo Zodiaco de diez signos.

El número de la bestia (666) constituye un ejemplo interesante del uso del cabalismo en el Nuevo Testamento y entre los primeros místicos cristianos En la tabla siguiente, Kircher demuestra que todos los nombres del Anticristo que daba Ireneo tienen el 666 como equivalente numérico.

James Morgan Pryse destaca también que, según esta forma de calcular, la palabra griega ήφρην, que significa «la mente inferior», tiene el 666 como equivalente numérico. Además, como muy bien saben los cabalistas, ᾽Ιησους, Jesús, tiene como valor numérico otro número sagrado y secreto: el 888. Si sumamos los dígitos del número 666 y volvemos a sumar los dígitos de la suma, se obtiene el número sagrado 9: el símbolo del hombre en su estado impenitente y también el camino de su resurrección.

El capítulo decimocuarto comienza con el Cordero de pie sobre el monte Sión (el horizonte oriental); a Su alrededor estaban reunidos los ciento cuarenta y cuatro mil, con el nombre de Dios escrito en la frente. Un ángel anuncia entonces la caída de Babilonia: la ciudad de la confusión o la mundanalidad. Perecen aquellos que no vencen la mundanalidad y no se dan cuenta de que lo que perdura es el espíritu y no la materia, porque, al no tener más intereses que los materiales, son arrastrados hacia la destrucción junto con el mundo material. Y san Juan vio a Uno como Hijo del Hombre (Perseo), sentado sobre una nube (las sustancias del mundo invisible), que llevaba en la mano una hoz afilada, con la cual el Resplandeciente segó la tierra. Este es un símbolo del Iniciador que libera en la esfera de la realidad las naturalezas superiores de aquellos que, simbolizados por el grano maduro, han alcanzado el punto de liberación. Y llegó otro ángel (Boötes), la Muerte, también con una hoz (Karma), que vendimió los racimos de las viñas de la tierra (aquellos que han vivido según la luz falsa) y los echó en el gran lagar del furor de Dios (las esferas del purgatorio).

Los capítulos decimoquinto al decimoctavo, ambos inclusive, hablan de siete ángeles (las Pléyades) que vierten sobre la tierra el contenido de sus frascos (la energía desenfrenada del Toro Cósmico), que recibe el nombre de «las siete últimas plagas». Aquí aparece también una figura simbólica denominada «la Ramera de Babilonia», a la que se describe como una mujer sentada sobre una bestia de color escarlata, con siete cabezas y diez cuernos. La mujer iba vestida de púrpura y escarlata, resplandecía de oro, piedras preciosas y perlas y llevaba en la mano una copa de oro llena de abominaciones Esta figura puede ser un intento (probablemente interpolado) de vilipendiar a Cibeles, o a Artemisa, la diosa Gran Madre de la Antigüedad. Como los paganos veneraban a la Mater Deorum mediante símbolos apropiados al principio generador femenino, los primeros cristianos los acusaban de adorar a una cortesana. Como casi todos los Misterios antiguos incluían una prueba de la moralidad del neófito, aquí se representa a la tentadora (el alma animal) como una diosa pagana. En el capítulo decimonoveno y en el vigésimo se presenta la preparación del sacramento místico llamado «las bodas del Cordero». La esposa es el alma del neófito, que alcanza la inmortalidad consciente uniéndose con su propia fuente espiritual. Los cielos se abrieron una vez más y san Juan vio un caballo blanco y el jinete que lo montaba (la mente iluminada) se llamaba Fiel y Veraz. De su boca salió una espada afilada y los ejércitos del cielo lo siguieron. En las llanuras del cielo se libró el Harmaguedón místico: el último gran combate entre la luz y las tinieblas. Las fuerzas del mal, a las órdenes del persa Ahrimán, combatieron contra las fuerzas del bien, a las órdenes de Ahura Mazda. El mal fue derrotado y la bestia y el falso profeta fueron arrojados a un lago de fuego eterno. Satanás quedó encadenado por mil años. A continuación comenzó el juicio final; se abrieron los libros, incluido el libro de la vida. Se juzgó a los muertos según sus obras y aquellos cuyo nombre no figuraba en el libro de la vida fueron arrojados a un mar de fuego. Para el neófito, Harmaguedón representa el último combate entre la carne y el espíritu, cuando, superando finalmente al mundo, el alma iluminada se eleva para unirse con su Yo espiritual. El juicio quiere decir pesar el alma y está tomado de los Misterios de Osiris. La resurrección de los muertos de sus tumbas y del mar de la ilusión representa la consumación del proceso de regeneración humana. El mar de fuego al que son arrojados los que no superan la dura prueba de la iniciación representa la esfera ardiente del mundo animal.


LA VISIÓN DE JUAN SOBRE LA NUEVA JERUSALÉN

Joseph y Joanne Klauber: Historiae Biblicae Veteris et Novi Testamenti En el ángulo superior izquierdo aparece la destrucción de Babilonia y también el ángel que arrojó al mar la gran rueda de molino, diciendo: «Así, de golpe, será arrojada Babilonia, la Gran Ciudad, y no aparecerá ya más». Debajo está el jinete, llamado Fiel y Veraz que arroja a la bestia al Abismo.

En el ángulo inferior derecho está el ángel con la llave del Abismo, que, con una gran cadena, encadenó a Satanás por mil años. Arriba, en los cielos, se representa a alguien que parece el Hijo del Hombre, con una gran hoz con la que siega la mies de la tierra. En el centro está la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, con sus doce puertas y la montaña del Cordero en medio de ellas. Del trono del Cordero mana el gran río de cristal o agua de la vida, que representa la doctrina espiritual; a todos los que lo descubren y beben de sus aguas se les concede la inmortalidad. Arrodillado delante de un gran precipicio, san Juan mira hacia abajo, a la ciudad mística, el arquetipo de la civilización perfecta del porvenir. Por perfecta del porvenir. Por encima de la Nueva Jerusalén, en un gran sol de gloria, está el trono del Anciano, que es la luz de aquellos que viven en el imperio incomparable del espíritu. Al margen del reconocimiento del mundo no iniciado existe un conglomerado cada vez más grande, compuesto por los elegidos espirituales, que, aunque van por la tierra como mortales corrientes, constituyen un mundo aparte y, gracias a sus esfuerzos incesantes, el reino de Dios se va estableciendo poco a poco pero con seguridad sobre la tierra. Aquellas almas iluminadas son las que construyen la Nueva Jerusalén y sus cuerpos son las piedras vivas de sus murallas, iluminados por la antorcha de la verdad, continúan su trabajo: gracias a lo que hacen, volverá a gracias a lo que hacen, volverá a la tierra la época dorada y desaparecerá el poder del pecado y de la muerte. Por este motivo, los sabios declaran que los hombres virtuosos e iluminados, en lugar de ascender al cielo, harán descender el cielo y lo colocarán en medio de la propia tierra.

En el capítulo vigésimo primero y en el vigésimo segundo se describen el cielo nuevo y la tierra nueva que surgirán al finalizar el reinado de Ahrimán. San Juan fue llevado en espíritu a un monte grande y alto (el cerebro) y desde allí vio bajar del cielo a la Nueva Jerusalén, engalanada como una novia ataviada para su esposo. La Ciudad Santa representa el mundo regenerado y perfeccionado, el sillar masónico, porque la ciudad era un cubo perfecto, ya que estaba escrito: «Su largura, anchura y altura son iguales». Los cimientos de la Ciudad Santa consistían en ciento cuarenta y cuatro piedras dispuestas en doce hileras, por lo que resulta evidente que la Nueva Jerusalén representa el microcosmos, basado en el modelo del macrocosmos en el que está situada. Las doce puertas de este dodecaedro simbólico son los signos del Zodiaco, que atraviesan los impulsos celestiales para descender al mundo inferior: las joyas son las piedras preciosas de los signos zodiacales, y las calles de oro transparente son las corrientes de luz espiritual que el iniciado sigue en su camino hacia el sol. No hay ningún templo material en aquella ciudad, porque Dios y el Cordero son el templo: tampoco hay sol ni luna, porque Dios y el Cordero son la luz. El iniciado glorificado y espiritualizado se representa aquí como una ciudad. Al final, la ciudad se incorporará al espíritu de Dios y se absorberá en el Fulgor Divino. A continuación, san Juan vio un río, el agua de Vida, que brotaba del trono del Cordero. El río representa la corriente que sale del Primer Logos, que es la vida de todas las cosas y la causa activa de toda la creación. También estaba el árbol de la Vida (el espíritu), que produce doce clases de frutos, cuyas hojas sirven de medicina para las naciones. El árbol también representa el año, cada uno de cuyos meses produce algo bueno para sustento de las criaturas existentes. Entonces Jesús dice a san Juan que Él es la raíz y el retoño de David, el lucero radiante del alba (Venus). San Juan concluye con las siguientes palabras: «Que la gracia del Señor Jesús sea con todos ¡Amén!».


Manly Palmer Hall - La Crucifixión como Alegoría Cósmica

Un sinfín de redentores han muerto por los pecados del hombre y en sus manos y, mediante su muerte, han intercedido en el cielo por el alma de sus verdugos. El martirio del hombre Dios y la redención del mundo mediante Su sangre han sido un principio esencial de muchas grandes religiones. Casi todas estas historias se remontan al culto al sol, porque la esfera gloriosa del día es el Salvador que muere todos los años por todas las criaturas de su universo, pero año tras año vuelve a levantarse victorioso de la tumba del invierno. Sin duda, la doctrina de la crucifixión se basa en las tradiciones secretas de la Sabiduría Antigua; nos recuerda siempre que la naturaleza divina del hombre se crucifica a perpetuidad sobre el organismo animal. Algunos de los Misterios paganos incluían en la ceremonia de iniciación la crucifixión del candidato en una cruz o la colocación del cuerpo sobre un altar cruciforme.

Se ha dicho que Apolonio de Tiana (el Anticristo) fue iniciado en el arcano de Egipto en la Gran Pirámide, donde estuvo colgado en una cruz hasta que quedó inconsciente y a continuación lo pusieron en la tumba (un cofre) durante tres días. Se suponía que, mientras su cuerpo estaba inconsciente, su alma pasaba al reino de los inmortales (el lugar de la muerte) y, después de vencer a la muerte (reconociendo que la vida es eterna), regresaba otra vez al cuerpo, que entonces salía del cofre, tras lo cual los sacerdotes lo reconocían como hermano, convencidos de que regresaba de la tierra de los muertos. Aquel concepto era, en esencia, la enseñanza de los Misterios.


Los salvadores crucificados

La lista de mortales inmortales que padecieron para que el hombre recibiera el beneficio de la vida eterna es impresionante. Algunos de los que están relacionados histórica o alegóricamente con la crucifixión son Prometeo, Adonis, Apolo, Atis, Baco, Buda, Christna, Horus, Indra, Ixión, Mitra, Osiris, Pitágoras Quetzalcóatl, Semíramis y Júpiter. Según los relatos fragmentarios que existen, todos estos héroes dieron la vida para servir a la humanidad y, salvo una o dos excepciones, murieron como mártires por la causa del progreso humano. De muchas maneras misteriosas, la forma en que murieron se ha ocultado intencionadamente, aunque es posible que la mayoría de ellos murieran crucificados en una cruz o en un árbol. El primer amigo del hombre, el inmortal Prometeo, fue crucificado en la cima del monte Cáucaso y le pusieron un buitre sobre el hígado para que lo atormentara durante toda la eternidad, destrozándole la carne con sus garras Prometeo desobedeció el mandato de Zeus al dar a los hombres el fuego y la inmortalidad, conque sufrió por los hombres hasta que Hércules lo liberó de tantos años de tomento. Con respecto a la crucifixión del Mitra persa, J. P. Lundy ha escrito lo siguiente: «Dupuis nos cuenta que Mitra murió crucificado y resucitó el 25 de marzo. En los Misterios persas se presentaba el cuerpo de un joven, en apariencia muerto, y se simulaba que se le devolvía la vida. Se creía que, con sus sufrimientos, conseguía su salvación y por eso lo llamaban su Salvador. Sus sacerdotes vigilaban su tumba hasta la medianoche de la víspera del 25 de marzo, con fuertes gritos y a oscuras: de pronto, todo se llenaba de luz y los sacerdotes exclamaban: “Regocijaos, sagrados iniciados, porque vuestro Dios ha resucitado. Gracias a su muerte, sus dolores y su sufrimiento, habéis conseguido la salvación”».

En algunos casos, como el de Buda, el mito de la crucifixión se debe tomar en un sentido más alegórico que literal, porque la forma en que murió ha sido registrada por sus propios discípulos en el Libro de la Gran Extinción de Gotama el Buddha. No obstante, el mero hecho de que la referencia simbólica a morir en un árbol se asocie con estos héroes basta para demostrar la universalidad de la historia de la crucifixión.

El equivalente a Cristo en las Indias Orientales es el inmortal Christna, que se sentaba en el bosque a tocar la flauta y encantaba a las aves y las bestias con su música. Se supone que este Salvador de la humanidad de inspiración divina fue crucificado en un árbol por sus enemigos, aunque se ha puesto mucho empeño en destruir todas las pruebas que apuntaban en esa dirección. En su libro La Biblia en la India, Louis Jacolliot describe la muerte de Christna con estas palabras: «Christna supo que le había llegado la hora de dejar la tierra y regresar al seno de aquel que lo había enviado. Un día fue a hacer sus abluciones a orillas del Ganges y prohibió a sus discípulos que lo siguieran. […] Cuando llegó al río sagrado, se sumergió en él tres veces y a continuación se arrodilló y, mirando al cielo, oró esperando la muerte. Así estaba cuando lo atravesaron las flechas de alguien cuyos crímenes había revelado y que, al enterarse de que había ido al Ganges, lo siguió con una muchedumbre, dispuesto a asesinarlo. […] El asesino colgó el cuerpo del hombre Dios de las ramas de un árbol, para que fuera presa de los buitres. Cuando se difundió la noticia de su muerte, llegó una multitud conducida por Arjuna, el discípulo favorito de Christna, para recuperar los restos sagrados. Sin embargo, el cuerpo mortal del redentor había desaparecido —sin duda, había llegado a su morada celestial— […] y el árbol en el que había estado colgado de pronto se había cubierto de gran cantidad de flores rojas y esparcía a su alrededor un perfume dulcísimo». Según otras versiones de la muerte de Christna, antes de lanzarle las flechas lo ataron a un árbol con forma de cruz.

La existencia en The Hindú Pantheon de Moor de una ilustración de Christna con heridas de clavos en las manos y los pies y en Ancient Faiths Embodied in Ancient Names de Inman de una ilustración en la que aparece una divinidad oriental con lo que bien podría ser un agujero de un clavo en uno de los pies debería ser un motivo suficiente para seguir investigando sobre este tema con toda imparcialidad. Con respecto a los descubrimientos sorprendentes que se pueden hacer en tal sentido, J. P. Lundy, en su Monumental Christianity, presenta la siguiente información: «¿De dónde sacaron los persas la idea de esta profecía interpretada así con respecto a Cristo y su misericordia y su amor salvadores desplegados en la cruz? Tanto mediante símbolos como por el crucifijo en sí, lo vemos en todos sus monumentos. Si procedía de India, ¿cómo llegó hasta allí, si no es por el centro común y original de toda religión primitiva y pura? Hay una ilustración de lo más extraordinaria sobre todo el tema y creo que esta representación es anterior al cristianismo. Está copiada de The Hindu Pantheon de Moor, no como curiosidad, sino como un monumento muy singular de la crucifixión. No me atrevo a ponerle un nombre, si no es el de crucifixión en el espacio. […] ¿Puede ser el hombre víctima o el sacerdote y la víctima, los dos en uno, de la mitología hindú, que se ofreció a sí mismo un sacrificio antes de que los mundos existieran? ¿Puede ser el segundo Dios de Platón que se impresionó en el universo en forma de cruz? ¿O será su hombre divino al que azotarían, torturarían, atañan con grilletes, le quemarían los ojos y finalmente, después de hacerle sufrir toda suerte de tomentos, lo crucificarían? Platón aprendió lo que sabía de teología en Egipto y en Oriente y debió de enterarse de la crucifixión de Christna, Buda, Mitra [y otros]. En todo caso, la religión de India tuvo su víctima mítica crucificada mucho antes que el cristianismo, como un tipo del auténtico [Pro Deo et Ecclesia!], y me inclino a pensar que la tenemos en esta ilustración extraordinaria».

El mundo moderno tiene una actitud errónea con respecto a las llamadas divinidades paganas y las considera desde un punto de vista totalmente diferente de sus verdaderas características y significados. Las burlas y las difamaciones que el cristianismo acumuló en tomo a Christna y Baco son ejemplos excelentes de la persecución a la que fueron sometidos los principios inmortales por parte de aquellos que no han comprendido en absoluto el significado secreto de las alegorías. ¿Quién era el hombre al que crucificaron en Grecia, acerca del cual han circulado rumores imprecisos? Higgins cree que fue Pitágoras y que los primeros autores cristianos ocultaron la verdadera historia de su muerte porque estaba reñida con sus enseñanzas. ¿Sería cierto también que los legionarios romanos llevaban en el campo de batalla estandartes con cruces en las que aparecía crucificado el Hombre Solar?


La crucifixión de Quetzalcóatl

Uno de los más notables de los salvadores del mundo que fueron crucificados es el dios de los vientos, o del sol, de América Central, Quetzalcóatl, sobre cuyas actividades los sacerdotes indígenas de México y América Central mantenían un profundo secreto. Aparentemente, aquel inmortal insólito, cuyo nombre significa «serpiente emplumada», surgió del mar llevando consigo una cruz misteriosa. En sus vestiduras había nubes adornadas y cruces rojas. En su honor se pusieron grandes serpientes talladas en piedra en distintas panes de México. La cruz de Quetzalcóatl se convirtió en un símbolo sagrado entre los mayas y, según los registros disponibles a los ángeles de los indios mayas les pintaban cruces en la frente con distintos pigmentos y se ponían cruces similares sobre los ojos de los iniciados en sus Misterios. Cuando Cortés llegó a México, llevaba consigo la cruz y, al verla, los indígenas creyeron que se trataba de Quetzalcóatl que regresaba, como había prometido a su pueblo que haría en el futuro para redimirlos.

En Anacalypsis, Godfrey Higgins arroja algo de luz sobre la cruz y su simbolismo en el continente americano: «Los incas tenían una cruz de mármol muy fino o de hermoso jaspe, muy pulida, de una sola pieza, de tres cuartos de codo de largo y tres dedos de ancho y de espesor. Se guardaba en la cámara secreta de un palacio y se le tenía mucha veneración. Los españoles enriquecieron aquella cruz con oro y joyas y la llevaron a la catedral de Cuzco. Los templos mexicanos tienen forma de cruz y están orientados hacia los cuatro puntos cardinales. En las pinturas del Códice Borgiano, Quetzalcóatl aparece clavado en la cruz. Algunas veces hasta aparecen los dos ladrones crucificados con él. En la ilustración 75 del segundo volumen, el dios aparece crucificado en los cielos, dentro de un círculo de diecinueve figuras: el número del ciclo metónico. Una serpiente lo está dejando sin los órganos reproductores En el Códice Borgiano (páginas 4, 72, 73 y 75), el dios mexicano se representa crucificado y clavado en la cruz y en otro lugar, colgado de ella y con una cruz en las manos. En un solo caso, en el que la figura no es solo un esbozo, la cruz es roja, las ropas son de color y el rostro y las manos, casi negras Si aquel era el cristianismo del alemán Nestorio, ¿cómo se le ocurrió enseñar que el salvador crucificado era negro? El nombre del Dios crucificado era Quetzalcóatl». La crucifixión del Verbo en el espacio y la crucifixión de la paloma que suele aparecer en el simbolismo religioso: las dos nos recuerdan la influencia del paganismo. No cabe duda de que el hecho de que las alas extendidas de un ave formen una cruz con respecto a su cuerpo es uno de los motivos por los cuales los egipcios usaban un ave para representar la naturaleza inmortal del hombre; a menudo aparece revoloteando sobre el cuerpo momificado del difunto, llevando en una de sus garras el símbolo de la vida y en la otra, el símbolo del aliento.


Los clavos de la Pasión

Los tres clavos de la Pasión están presentes en el simbolismo de muchas razas y credos y existen numerosas leyendas con respecto a ellos. Una de ellas cuenta que al principio había cuatro clavos, pero que un cabalista y mago hebreo hizo desaparecer uno de ellos cuando estaban a punto de atravesar con él el pie del Maestro y por eso fue necesario poner los pies cruzados. Según otra leyenda, uno de los clavos se clavó en una corona y sigue todavía como diadema imperial de una casa real europea. También se dice que el freno de la brida del caballo de Constantino era uno de los clavos de la Pasión. Sin embargo, es poco probable que los clavos fueran de hierro, porque en aquella época lo habitual era usar estaquillas de madera aguzadas. Hargrave Jennings, en su Rosicrucians Their Rites and Mysteries, destaca que la marca o signo que se usaba en Inglaterra para indicar los bienes de la realeza consiste ni más ni menos que en el conjunto de los tres clavos de la crucifixión y que si unimos las tres puntas, se forma el símbolo antiguo de la cruz de Tau egipcia. En su Ancient Freemasonry, Frank C. Higgins reproduce el mandil masónico de una figura de piedra colosal que hay en Quiriguá (Guatemala). El adorno que aparece en el centro del mandil son los tres clavos de la Pasión, dispuestos exactamente como la marca de posesión británica. Que fueran necesarios tres clavos para crucificar a Cristo, tres asesinos para matar a Hiram Abif y tres heridas para dar muerte al príncipe Coh, el Osiris indígena mexicano, resulta significativo. C. W. King, en The Gnostics and Their Remains, describe con estas palabras una gema gnóstica: «El pléroma gnóstico, o la combinación de todos los eones [se] expresa mediante el esbozo de un hombre con un rollo en la mano […] La mano izquierda tiene la forma de tres puntas o clavos doblados y es sin lugar a dudas, el mismo símbolo que Belo suele llevar en la mano extendida en los cilindros babilonios y que después descubrieron los cabalistas judíos en las puntas de la letra shin y los místicos medievales en los tres clavos de la cruz». A partir de aquel punto, Hargrave Jennings continúa las especulaciones de King y destaca la semejanza entre el clavo y el obelisco, o pilar, y que el valor cabalístico de la letra hebrea shin, o sin, es trescientos es decir, cien por cada punta. Los clavos de la Pasión son símbolos de suma importancia, sobre todo si tenemos en cuenta que, según los sistemas de cultura esotéricos, en las palmas de las manos y en las plantas de los pies hay algunos centros secretos de fuerza.

El hecho de clavar los clavos y la sangre y el agua que manaron de las heridas eran simbólicos de ciertas prácticas filosóficas secretas del templo. Muchas de las divinidades orientales tienen símbolos misteriosos en las manos y los pies. Las llamadas huellas de Buda se suelen adornar con un sol espléndido en el punto en el cual el clavo perforó el pie de Cristo. En sus apuntes sobre la teología de Jakob Böhme, el doctor Franz Hartmann resume con estas palabras el simbolismo místico de la crucifixión: «La cruz representa la vida terrenal y la corona de espinas, los sufrimientos del alma dentro del cuerpo elemental, pero también la victoria del espíritu sobre los elementos de la oscuridad. El cuerpo está desnudo, para indicar que el candidato a la inmortalidad debe despojarse de cualquier apego a lo terrenal. La figura está clavada a la cruz, lo cual simboliza la muerte y la renuncia a la propia voluntad y que no debe tratar de lograr nada por sí mismo, sino limitarse a servir como instrumento para cumplir la voluntad divina. Sobre la cabeza se inscriben las letras I.N.R.J., cuyo significado principal es In Nobis Regnat Jesús (“en nosotros reina Jesús”). Sin embargo, los únicos que pueden conocer este significado de la inscripción son los que han muerto de verdad con respecto al mundo de los deseos y se han elevado por encima de la tentación de la existencia personal, o, para decirlo con otras palabras, los que han cobrado vida en Cristo y aquellos en los que de este modo se ha establecido el reino de Jesús, el amor y la voluntad sagrados que surgen del corazón de Dios». Una de las interpretaciones de la alegoría de la crucifixión más interesantes es la que identifica al Jesús hombre con la conciencia personal del individuo. Esta conciencia personal es la que concibe la sensación de separación y hace hincapié en ella, pero, para que el alma del aspirante se pueda reunir con el Padre omnipresente, hay que sacrificar esta personalidad para poder liberar la conciencia universal.


Manly Palmer Hall - La Cruz Católica Latina y la Griega

La tercera forma de cruz es la conocida de tipo latino o griego, muy asociada con la crucifixión de Jesucristo, aunque no es probable que se usara una cruz parecida a la forma moderna que resulta más familiar. Hay infinitas variedades de cruces, que difieren en las proporciones relativas entre la parte vertical y la horizontal. Entre las órdenes secretas de distintas generaciones, encontramos cruces complejas, como la triple Tau del Arco Real de la masonería y las cruces dobles o triples tanto en el simbolismo masónico como en el católico. Para los cristianos, la cruz tiene un doble significado: en primer lugar, es el símbolo de la muerte de su Redentor, cuyo martirio lo hace partícipe de la gloria de Dios; en segundo lugar, es el símbolo de la humildad, la paciencia y los padecimientos de la vida. Resulta interesante que la cruz sea, al mismo tiempo, símbolo de la vida y de la muerte. Muchas naciones consideraban en profundidad el aspecto astronómico de la religión y es probable que los persas, los griegos y los hindúes vieran en la cruz un símbolo de los equinoccios y los solsticios, convencidos de que, en determinadas épocas del año, el sol era crucificado simbólicamente en aquellos ángulos celestes imaginarios.

El hecho de que tantas naciones hayan considerado a su Salvador una personificación del globo solar constituye una prueba convincente de que la cruz debía de existir como elemento astronómico en la alegoría pagana. Augustus Le Plongeon creía que se veneraba la cruz en parte debido a la salida de una constelación llamada la Cruz del Sur, que se producía justo antes de las lluvias anuales y, como los habitantes de aquellas latitudes dependían por completo de las lluvias para producir sus cosechas, para ellos la cruz era una promesa anual de que se aproximaban las tormentas, que, en su caso, significaban la vida. Tanto para la filosofía antigua como para la ciencia moderna, existen cuatro elementos básicos, que los antiguos representaban mediante los cuatro brazos de la cruz, y en el extremo de cada brazo colocaban una criatura cabalística misteriosa, como símbolo del poder de uno de aquellos elementos Por consiguiente, simbolizaban los elementos de la tierra mediante un toro; los del agua, con un escorpión, una serpiente o un águila; los del fuego, con un león, y los del aire, con una cabeza humana rodeada de alas. Resulta significativo que las cuatro letras grabadas en pergamino —algunos dicen que era madera— y colgadas en la parte superior de la cruz en el momento de la crucifixión fueran las iniciales de las palabras hebreas que representan los cuatro elementos: «iammin, el mar o el agua; nour, el fuego; rouach, el aire, y iebeschah, la tierra seca».

Que pudiera formarse una cruz abriendo o desplegando las superficies de un cubo ha hecho que dicho símbolo se asociara con la tierra. Aunque hace tiempo que una cruz dentro de un círculo se considera un símbolo del planeta Tierra, en realidad habría que considerarlo el símbolo del elemento complejo tierra, porque está compuesto por los cuatro triángulos de los elementos. Durante miles de años se ha identificado la cruz con el plan de salvación de la humanidad. Los elementos —sal, azufre, mercurio y azoth— que se usan en alquimia para obtener la piedra filosofal a menudo se simbolizaban mediante una cruz. La cruz de los cuatro puntos cardinales también tenía su importancia secreta y todavía van grupos masónicos de tres personas a los cuatro puntos cardinales en busca de la Palabra Perdida. El material con el que estaba hecha la cruz se consideraba un elemento fundamental de su simbolismo. Por ejemplo, una cruz de oro representaba la iluminación; una cruz de plata, la purificación; una de metales de baja ley, la humillación; una cruz de madera, la aspiración. El hecho de que muchas naciones tuvieran la costumbre de extender los brazos para orar ha influido en el simbolismo de la cruz, que, por su forma, ha llegado a convertirse en emblema del cuerpo humano. Se considera que las cuatro divisiones principales del cuerpo humano —los huesos, los músculos, los nervios y las arterias— han contribuido al simbolismo de la cruz; esto se debe especialmente a que los nervios espinales se cruzan en la base de la columna y nos recuerda que «Nuestro Señor fue crucificado también en Egipto».

El hombre posee cuatro vehículos (o medios) de expresión mediante los cuales el Ego espiritual se pone en contacto con el universo externo: la naturaleza física, la naturaleza vital, la naturaleza emocional y la naturaleza mental. Cada una de ellas es partícipe, en principio, de uno de los elementos primarios y, gracias a las cuatro criaturas que les habían asignado los cabalistas, la cruz era un símbolo del carácter compuesto del ser humano.


Jacques Bergier - Melquisedeque

  Melquisedeque aparece pela primeira vez no livro Gênese, na Bíblia. Lá está escrito: “E Melquisedeque, rei de Salem, trouxe pão e vinho. E...