terça-feira, 17 de maio de 2016

Cosmología y cosmogonía gnóstica


En la gnosis encontramos, de manera muy resumida tres fases o elemento principales en la cosmogonía celeste:

      a) El dios desconocido se encuentra absolutamente separado en el mundo de la luz y perfección (Pleroma), acompañado de sus ángeles buenos (Eones) creados directamente por él.

      b) El mundo es obra de un Eon malvado (el Demiurgo) que en compañía de su tropa de demonios martiriza a los hombres con su obra malvada, impidiéndoles la recuperación de la memoria sobre su origen y la vuelta al lugar que les es propio: el Pleroma, junto al dios bueno.

      c) El hombre, mediante la gnosis -que es un conocimiento superior, salvífico que procede de Dios, y que el hombre descubre mediante la recuperación de la memoria sobre su origen, gracias a la chispa de la divinidad que hay en su alma-, consigue llegar al mundo de la luz.

 La gnosis sigue el antiguo sistema cósmico geocéntrico, el de las esferas celestes, pero lo interpreta de manera distinta e introduce detalles nuevos:

       a) La Tierra estaría en el centro del cosmos (universo), rodeada de aire y de las esferas celestes.

      b) Las esferas celestes son las trayectorias de los siete planetas: Sol, Luna, Mercurio; Venus, Marte, Júpiter y Saturno. El cosmos se completa con la esfera de las estrellas fijas, donde están los signos del zodiaco, divididos en doce sectores, teniendo cada sector una constelación particular.

      c) Por encima de este esquema del universo se encuentra el reino del dios desconocido: un mundo de luz, en el que habita el Dios bueno, rodeado de Eones (seres celestes creados directamente por Dios, semejantes a los arcángeles de la tradición cristiana) pertenecientes a distintos grados y jerarquía.

Esta “cosa”, este Indefinido Infinito Algo, aunque se le pueda llamar Dios Bueno, al principio era pura espiritualidad, aun no existía la materia. Pero como se aburría –supongo yo- decidió manifestarse creando un cierto número de fuerzas o espíritus puros, los cuales eran emanaciones –probabilidades- de sí mismo.

     Estas emanaciones llevan nombres distintos en las doctrinas gnósticas, así, la Gnosis de Basílides se les llama filiaciones (uiotetes), en el Valentinianismo forman pares antitéticos o “syzygies” (syzygoi): la Profundidad y Silencio producen Mente y Verdad,  éstas producen Razón y Vida y éstas al Hombre y al Estado (ekklesia). Según Marción son nombres y sonidos.

 Nosotros las conocemos como Eones que pertenecen al mundo puramente ideal, al noúmeno, inteligible o suprasensible; son inmateriales, son ideas hipostáticas, palabreja con la que designamos algo equivalente del ser o sustancia, pero en tanto que realidad de la ontología, es decir, la rama de la metafísica que estudia lo que hay. Muchas preguntas tradicionales de la filosofía pueden ser entendidas como preguntas de ontología: ¿Existe Dios? ¿Existen entidades mentales, como ideas y pensamientos? ¿Existen entidades abstractas, como los números? ¿Existen los universales?...

     Los Eones serían aquello que es ‘de un modo verdadero’, ‘ser de un modo real’ o también ‘verdadera realidad’. Junto con la Fuente de la que emanan, forman el Pleroma. La transición de lo inmaterial a lo material, de lo noumenal a lo sensible, sucede por una falta o una pasión o un pecado, en uno de los Eones. Según Basílides es una falta en la última filiación; para otros es la pasión de la Eón femenina Sofía; para otros el pecado del Gran Archón o Eón Creador del Universo. El fin último de toda Gnosis es la metanoia, cambio de mente o arrepentimiento, deshacer e el pecado de la existencia material y el retorno al Pleroma.

Antropología gnóstica

       Nos encontramos con la vieja analogía de todo el pensamiento griego antiguo y clásico entre el macrocosmos y el microcosmos. La visión del hombre que tiene el gnosticismo viene a convenir que el “yo” celeste del hombre (microcosmos) se corresponde con el reino de Dios a nivel macrocósmico. Existe en la concepción gnóstica del hombre, la idea de la existencia de un “yo” trascendente (una especie afín a Dios) que habita dentro de nuestra mortaja carnal, de tal suerte, que gracias a esta chispa divina (alma, pneuma) podemos darnos cuenta de nuestro auténtico origen celestial.

      Dentro de nuestra estructura corporal se encuentra el “auténtico yo” (el primigenio o auténtico Adán). Este espíritu  encarcelado en las tribulaciones de este mundo material, debe liberarse mediante la recuperación del recuerdo de su origen y dignidad, cosa que obtiene mediante la memoria (la clásica mécesis socrático-platónica: recuerdo de la verdad por el ejercicio pedagógico-racional de la memoria). El mundo sensible es una copia imperfecta y desvaída del mundo inteligible, modelo eterno; es una participación (mécesis) e imitación (mímesis) del mundo ideal: los individuos del mundo sensible son meros reflejos, imágenes (eidola, eikón) o semejanzas (omoíomata) de las Ideas del mundo inteligible, que constituyen la verdadera realidad, la realidad paradigmática: son sombras o apariencias de las Ideas.

Este yo interior forma el tercer elemento de la antropología gnóstica tripartita, junto al cuerpo y el alma. El imago dei, el hombre como imagen de Dios, como señala el célebre párrafo del Génesis: “Entonces dijo Elhoim: hagamos al hombre a imagen nuestra, a nuestra semejanza”. Nosotros somos una copia del modelo divino.


      Este yo trascendente (chispa de los divino en el hombre), abre al gnóstico la puerta al conocimiento de la verdad mediante una revelación particular (de carácter intelectivo)  que permite la comprensión del sentido del cosmos (se hace inteligible) y el acceso (ascensión del alma) progresivo hacia el Pleroma (mundo de la divinidad). La inclusión definitiva en este ámbito de luz, junto al Dios bueno, muchas veces no se produce hasta el momento de la muerte, en la que el yo auténtico es liberado de su envoltura corporal y psíquica, es decir, de su conciencia y las operaciones de esta.

  La  doctrina del hombre en la gnosis es muy compleja (Antropos), pero vamos a tratar de reducirla a lo mínimo para su comprensión:

       a)  El ser supremo puede ser el mismo Antropos (el hijo que habita en el mundo de la luz, increado, que existe desde siempre, considerado como hombre auténtico). El creador perverso (Demiurgo: dios malo) utiliza al Hijo como modelo para la creación del hombre terrenal (segundo hombre).


      b) El hombre celeste (primer hombre, auténtico Adán, el Adam Kadmon, que significa “hombre primordial”) al ser encerrado en el hombre terrenal (corporal) se convierte en el hombre interior y la sustancia espiritual en el hombre terrenal

  Nos enfrentamos con una nueva concepción del hombre: este tiene una altísima consideración, incluso mayor que al Demiurgo (el malvado creador de la materia y su imperfección), ya que el hombre guarda una relación con el ámbito divino, y por lo tanto con el Dios desconocido (bueno) y vago. Esta nueva concepción del hombre como ser divino suponía en la práctica la divinización del hombre y su más alta consideración metafísica. Así, no deben sorprendernos las palabras de Simón el Mago o Menandro a sus  correligionarios: “dioses sois”.

      El Dios del Antiguo Testamento es considerado como enemigo del hombre que impide ese acceso al conocimiento verdadero y completo, al cual de manera natural el hombre está llamado. Esta teoría la sostenía los Ofitas, para quien el Dios malo impidió que la serpiente nos ofreciese la auténtica sabiduría.   El hombre se convertiría en igual a Dios comiendo del árbol del conocimiento, siendo la serpiente aliada del hombre en ese desvelamiento de la verdadera naturaleza del Todo (recordemos que en algunos sistemas gnósticos del siglo II, sobretodo los sehtianos y ofitas, la serpiente actúa a las órdenes del Dios bueno, revelándole al hombre su verdadera dignidad).

Los tres adanes

      En este camino de ascensión hacia el ámbito de la Luz el hombre es dividido en la gnosis en tres categorías; siguiendo la exposición de Manuel González Pérez en Jesús de Nazaret (Historialgo) esta división depende de la aptitud del hombre con respecto al conocimiento de su auténtica dignidad y verdad:
      a) Espirituales: aquellos que pueden, incluso en vida, habitar en el seno del Dios bueno y su Luz, haciendo abstracción de que todavía habitan en un cuerpo terrestre y elevándose por encima de él.

      b) Psíquicos: aunque están a las puertas de esta ascensión del alma, todavía se encuentran encadenados a las operaciones de su aparato psíquico y su conciencia, la misma que le atan a su cuerpo.

      c) Los terrestres o hílicos, completamente entregados a la falsa apariencia e imperfección del mundo material, no pueden alcanzar la Luz.

     Los espirituales están salvados; los psíquicos pueden elegir la mala o la buena dirección; los hílicos están condenados a desaparecer, como desaparece todo lo material. A estas tres clases de hombres se les llama también por parte de los gnósticos “los tres adanes”.