quarta-feira, 1 de fevereiro de 2023

Manly Palmer Hall - BACON, SHAKSPERE Y LOS ROSACRUCES

Vamos a examinar la controversia entre Bacon, Shakspere y los rosacruces, pero no con la finalidad vana de desenterrar los huesos de los muertos, sino, más bien, con la esperanza de que un análisis crítico contribuya al redescubrimiento del conocimiento perdido para el mundo desde que se silenciaron los oráculos. Fue W. E.C. Wigston quien llamó al bardo de Avon «el imaginario capitán Shakespeare, la máscara rosacruz», en una de las afirmaciones más significativas con respecto a la controversia entre Bacon y Shakspere. Resulta bastante evidente que William Shakspere no pudo haber producido sin ayuda los escritos inmortales que llevan su nombre. No poseía la cultura literaria necesaria, porque en la ciudad de Stratford, donde se crió, no había ninguna escuela capaz de impartirle las formas superiores de saber que reflejan las obras que se le atribuyen. Sus padres eran analfabetos y en sus primeros años de vida manifestó un desprecio absoluto por el estudio. No existen más que seis ejemplos conocidos de la letra de Shakspere. Todos son firmas y tres de ellos aparecen en su testamento. Por el método vacilante con que fueron ejecutados aquellos garabatos, se deduce que Shakspere no estaba acostumbrado a usar la pluma y resulta evidente que copió una firma que le habían preparado o que guiaron su mano mientras escribía. No se han hallado los manuscritos autógrafos de sus obras de teatro ni de sus sonetos y ni siquiera existe una tradición al respecto, aparte de la declaración fantástica e imposible que aparece en el prólogo del Gran Folio. Contar con una biblioteca bien surtida sería imprescindible para un autor cuyas producciones literarias demuestran que está familiarizado con la literatura de todos los tiempos; sin embargo, no se tiene constancia de que Shakspere poseyese jamás una biblioteca ni se hace mención alguna a ningún libro en su testamento. Tras mencionar que Judith, la hija de Shakspere, era analfabeta y a los veintisiete años solo sabía poner su marca. Ignatius Donnelly califica de increíble que, si William Shakspere había escrito las obras de teatro que llevan su nombre, hubiese permitido que su propia hija llegase a la edad adulta y se casase sin ser capaz de leer una sola línea de las obras que habían hecho rico y localmente famoso a su padre.

También se ha planteado la siguiente duda: dónde habría adquirido William Shakspere sus conocimientos de francés, italiano, español y danés modernos, por no hablar del latín y el griego clásicos. Porque, a pesar del discernimiento poco común con que el autor de las obras «shakespearianas» usaba el latín, Ben Jonson, que conocía a Shakspere a fondo, declaró que el actor de Stratford entendía «poco de latín y menos de griego». ¿Y no es acaso más que extraño que no haya ninguna constancia de que William Shakspere interpretara jamás un papel destacado en los famosos dramas que se supone que escribió ni en otros producidos por la compañía de la cual era miembro? Es verdad que tal vez tuviera una pequeña participación en el Teatro del Globo o en Blackfriars pero, aparentemente, el apogeo de sus logros en el arte de Talía fue el fantasma de Hamlet.

A pesar de su avaricia reconocida, no parece que Shakspere hiciera ningún esfuerzo durante su vida para controlar ni obtener remuneración alguna por las obras que llevaban su nombre, muchas de las cuales se publicaron por primera vez de forma anónima. Por lo que se ha podido determinar, ninguno de sus herederos tuvo nada que ver con la impresión del Primer Folio después de su muerte ni obtuvo de ella ningún beneficio económico. De haber sido él su autor, los manuscritos de Shakspere y sus obras de teatro inéditas habrían constituido, sin duda, sus bienes más preciados; sin embargo, en su testamento figuran disposiciones especiales con respecto a su segunda cama y su «cuenco ancho de plata dorada», pero no se menciona ni se insinúa siquiera que tuviese una producción literaria propia de ningún tipo. Mientras que los Folios y los Quartos por lo general llevan la firma «William Shakespeare», en todos los autógrafos conocidos del actor de Stratford se lee «William Shakspere». ¿Será posible que este cambio ortográfico tenga una importancia que hasta ahora en general se ha pasado por alto? Además, si los editores del First Shakespearian Folio veneraban a su amigo actor tanto como parecen indicar las afirmaciones que hacen en dicho volumen, ¿por qué —como haciendo una alusión irónica a una broma que le estuvieran gastando— ponen en la carátula una caricatura suya de lo más evidente?

También resultan incompatibles algunos absurdos en la vida privada de Shakspere. Cuando se supone que se encontraba en el cenit de su carrera literaria, en realidad estaba en tratos para comprar malta, ¡supuestamente para fabricar cerveza! También habría que ver al inmortal Shakspere, el famoso autor de El mercader de Venecia, ¡como prestamista! Sin embargo, una de las personas contra las cuales Shakspere interpuso una demanda para cobrar pequeñas sumas de dinero fue un vecino suyo, un tal Philip Rogers, al que demandó por no devolverle dos chelines que le había prestado: aproximadamente cuarenta y ocho céntimos. En resumen, no hay nada en la vida de Shakspere que justifique la excelencia literaria que se le atribuye.

Los ideales filosóficos promulgados en todas las obras de teatro «shakespearianas» demuestran claramente que su autor estaba muy familiarizado con determinadas doctrinas y principios propios del rosacrucismo: de hecho, la profundidad de las producciones de «Shakespeare» demuestra que su creador era uno de los iluminados de aquel entonces. La mayoría de los que han buscado una solución a la controversia Bacon Shakspere han sido intelectuales. A pesar de sus logros en el campo académico, han pasado por alto la importancia del papel que ha desempeñado el trascendentalismo en los logros filosóficos de todos los tiempos. El materialista no se puede explicar los misterios de la superfísica, porque su formación no lo prepara para calcular el alcance de sus ramificaciones y sus complejidades; sin embargo, ¿quién sino un platónico, un cabalista o un pitagórico podría haber escrito La tempestad, Macbeth, Hamlet o Cimbelino? ¿Quién podría haber concebido El sueño de una noche de verano sino alguien profundamente versado en la tradición de Paracelso? Padre de la ciencia moderna, reformista de la legislación moderna, editor de la Biblia moderna, patrocinador de la democracia moderna y uno de los fundadores de la masonería moderna, sir Francis Bacon fue un hombre de muchos objetivos y propósitos. Era rosacruz y algunos han dado a entender que era el rosacruz por antonomasia. Aunque no fuera realmente el Ilustre Padre C. R. C. que se menciona en los manifiestos rosacruces, no cabe duda de que era un iniciado importante de la Orden Rosacruz y sus actividades en relación con este órgano secreto son las que tienen suma importancia para los estudiosos del simbolismo, la filosofía y la literatura.

Se han escrito montones de volúmenes para demostrar que sir Francis Bacon fue el verdadero autor de las obras de teatro y los sonetos que se suelen atribuir a William Shakspere. Un análisis imparcial de estos documentos basta para convencer a los que no tienen ideas preconcebidas de la verosimilitud de la teoría baconiana. En realidad, los entusiastas que se han esforzado durante años en identificar a sir Francis Bacon como el verdadero bardo de Avon lo habrían conseguido hace mucho si hubiesen destacado su ángulo más importante; a saber: que sir Francis Bacon, el iniciado rosacruz, introdujo en las obras de teatro «shakespearianas» las enseñanzas secretas de la Fraternidad de la Rosa Cruz y los rituales auténticos de la Orden Masónica, de la cual aún podría descubrirse que fue el verdadero fundador. Sin embargo, como el mundo es sentimental, le disgusta renunciar a un héroe tradicional, ya sea para resolver una controversia o para corregir un error. No obstante, si se pudiese demostrar que, desentrañando el enigma, se puede descubrir información de valor práctico para la humanidad, las mejores cabezas del mundo estañan dispuestas a colaborar en dicha empresa. La controversia entre Bacon y Shakspere —ya lo reconocen sus defensores más competentes— incluye los aspectos más profundos de la ciencia, la religión y la ética y quien resuelva el misterio puede encontrar en él la clave de la sabiduría de la Antigüedad, que damos por perdida.

En reconocimiento de los logros intelectuales de Bacon, el rey Jacobo le entregó los manuscritos de los traductores de lo que actualmente se conoce como la Biblia del rey Jacobo, se supone que para que los cotejara, los corrigiera y los repasara. Conservó los manuscritos en su poder durante casi un año, pero no se sabe qué ocurrió durante aquel período. Con respecto a esta obra, William T. Smedley escribe lo siguiente: «Al final se demostrará que quien urdió todo el plan de la versión autorizada de la Biblia fue Francis Bacon».

La primera edición de la Biblia del rey Jacobo contiene una viñeta baconiana críptica. ¿Habrá ocultado Bacon de forma criptográfica en la Biblia autorizada aquello que no se atrevió a revelar en el texto de forma literal: la clave secreta rosacruz del cristianismo místico y el masónico? Sin ninguna duda, sir Francis Bacon poseía la diversidad de conocimientos generales y filosóficos necesarios para escribir las obras de teatro y los sonetos «shakespearianos», ya que por lo general se lo reconoce como compositor, abogado y lingüista. Tanto su capellán, el doctor William Rawley, como Ben Jonson dan fe de sus logros filosóficos y poéticos. El primero rinde a Bacon este homenaje extraordinario: «Me he visto inducido a pensar que, si un rayo de conocimiento procedente de Dios ha llegado a algún hombre en la era moderna, ha caído en él, porque, si bien era un gran lector de libros, no ha sido de ellos de donde ha obtenido su conocimiento, sino de algunos ámbitos y nociones que había en él mismo».

Sir Francis Bacon no solo era un abogado competente, sino también un cortesano refinado, además de conocer a fondo la legislación parlamentaria y el protocolo de la corte real que se ponen de manifiesto en las obras «shakespearianas», un conocimiento que no podría haber adquirido un hombre de humilde condición como el actor de Stratford. Además, lord Verulam visitó muchos de los países extranjeros que sirven de fondo a las obras de teatro y, por consiguiente, estaba en condiciones de crear la atmósfera local auténtica que se menciona en ellas, mientras que no se tiene constancia de que WilliamShakspere viajara jamás fuera de Inglaterra. La espléndida biblioteca reunida por sir Francis Bacon contenía precisamente los volúmenes necesarios para proporcionar las citas y las anécdotas incluidas en las obras de Shakespeare. En realidad, muchas de las obras de teatro se basan en argumentos de escritos anteriores, que no habían sido traducidos al inglés en aquella época. Por sus habilidades académicas, es posible que lord Verulam hubiera leído los libros originales, mientras que es muy poco probable que WilliamShakspere hubiese podido hacer lo mismo.


IMAGEN DE SHAKSPERE CON IMAGEN DE BACON SOBREPUESTA

(Redibujado de la imagen Droeshout de Shakspere) Cuando se sobrepone sobre la imagen de William Shakspere que aparece en los primeros cuatro folios de las obras Shakesperianas, la imagen de Sir Francis Bacon en la edición de 1640 de El Progreso del Aprendizaje, se establece más allá de toda objeción, la identidad de los dos rostros. No se puede encontrar ninguna diferencia estructural importante entre ellos, las diferencias en apariencia son únicamente el resultado de líneas superficiales de matizado, la adición del de matizado, la adición del sombrero y la barba, y el arreglo del cabello. La imagen de Bacon hecha por Van Somer —una de las pocas en las cuales el hombre de estado está mostrado con la cabeza descubierta— muestra la alta y prominente frente, que es un rasgo acentuado en la imagen Droeshout. Lo rudimentario de la imagen Droeshout, que ha provocado críticas adversas de los entusiastas Shakesperianos durante tres siglos, aparenta ser una parte esencial de un esquema para mutilar, más allá de toda posibilidad de reconocimiento, los rasgos de Lord Bacon. En un código de transposición descubierto por el Dr. H. A. W. Speckman, las letras de las palabras «It was» en la segunda línea del verso de Ben Jonson, Al Lector, pueden Ben Jonson, Al Lector, pueden intercambiarse por las letras del nombre, F. Baco. El método de decodificar el código es transponer un alfabeto de 22 letras seis espacios hacia la derecha, cuando al intercambiar las letras en la columna inferior por las de la columna superior se descubren las letras importantes. De esta forma (contando V como W): A B C D E F G H I K L M N O P Q R S T V X Z S T V X Z A B C D E F G H I K L M N O P Q R 

En las líneas de apertura del verso de Ben Jonson se lee: En esta figura, que aquí ves puesta, F. Baco es un ligero corte de Shakespeare.

Existen pruebas criptográficas suficientes de que Bacon tuvo que ver con la producción de las obras «shakespearianas». El número en clave de sir Francis Bacon era el treinta y tres. En la Primera Parte de Enrique IV, la palabra «Francis» aparece treinta y tres veces en una sola página. Para lograrlo, han hecho falta oraciones evidentemente poco elegantes, como: «¿Al instante, Francis? No, Francis, sino mañana, Francis, o, Francis, el jueves o, de hecho, Francia cuando quieras. Pero, Francis…».

A lo largo de los Folios y los Quartos de Shakespeare aparecen montones de signaturas acrósticas. La forma más sencilla del acróstico se da cuando se oculta un nombre —en este caso, el de Bacon— en las primeras letras de las líneas. En La tempestad acto 1, escena 2, aparece un ejemplo sorprendente del acróstico baconiano: Begun lo tell me what lam, but stopt And left me lo a bootelesse Inquisition, Concluding, stay: not yet. 

Las primeras letras de la primera y la segunda línea, junto con las tres primeras letras de la tercera forman la palabra «BACon». En los escritos atribuidos a Bacon aparecen a menudo acrósticos similares. El tenor de las obras dramáticas «shakespearianas» está en armonía políticamente con los puntos de vista reconocidos de sir Francis Bacon, cuyos enemigos a menudo aparecen caricaturizados en ellas. Asimismo, su trasfondo religioso, filosófico y educativo refleja las opiniones personales de Bacon. No solo existen estas marcadas similitudes de estilo y terminología entre los escritos de Bacon y las obras de «Shakespeare», sino que también aparecen en ellos ciertos errores históricos y filosóficos, como un mismo error al citar una frase de Aristóteles.

Consciente, evidentemente, de que el futuro dejaría al descubierto toda su genialidad, en su testamento lord Verulam encomendó su alma al Dios del cielo por las oblaciones de su Salvador, su cuerpo para que lo enterraran de forma anónima, su nombre y su memoria a los discursos caritativos de los hombres, a las naciones extranjeras, a las eras sucesivas «y a sus propios compatriotas, una vez transcurrido cierto tiempo». Bacon suprimió de su testamento el texto que aparece entre comillas, aparentemente por temor a haber dicho demasiado. Es evidente que, durante su vida, fueron muy pocos los que conocieron el subterfugio de sir Francis Bacon. En consecuencia, dispersas en muchos volúmenes escritos en el siglo XVII se encuentran pistas acerca del verdadero autor de las obras «shakespearianas».

En la página 33 (el número en clave de Bacon) de la edición de 1609 de The Treasurie or Storehouse of Similes, de Robert Cawdry, aparece la siguiente alusión significativa: «Los hombres reirían del pobre que, vestido con las prendas valiosas que le hubiesen prestado para actuar y representar en el escenario el papel de un personaje honorable, las conservara como propias una vez acabada la obra y se jactara de ellas arriba y abajo».

Las reiteradas referencias a la palabra hog (cerdo) y la presencia de alusiones criptográficas en la página 33 de varios escritos de la época demuestran que la clave para descifrar los enigmas de Bacon eran su propio nombre, las palabras que jugaban con él o su equivalente numérico. Algunos ejemplos destacados son la famosa frase de la señora Quickly en Las alegres comadres de Windsor: «“Cerdo colgado” es Bacon (beicon) en latín, os lo aseguro»; la carátula de The Countess of Pembroke’s Arcadia y la de Faerie Queene, de Edmund Spenser, y los símbolos que aparecen en las obras de Alciati y Wither. Además, la palabra honorificabilitudinitatibus, que aparece en el quinto acto de Trabajos de amor perdidos, es una signatura rosacruz, como demuestra su equivalente numérico: 287.


SIGNATURA BACONIANA

Andrea Alciati: Emblemas El curioso volumen del cualse ha tomado esta figura se publicó en París en 1618. De inmediato llama la atención del estudioso baconiano la forma del cerdo que aparece en primer plano.

Bacon usaba a menudo este animal para jugar con su propio nombre, sobre todo porque la palabra bacon deriva de la palabra beech (haya) y la nuez de este árbolse utilizaba para engordar a los cerdos. Los dos pilares del fondo tienen bastante interés masónico. Las dos aes situadas casi en el centro de la ilustración —una oscura y la otra sombreada— son, por sí solas, una prueba casi decisiva de la influencia baconiana, aunque la prueba más convincente es, no obstante, el hecho de que el diecisiete sea el equivalente numérico de las letras de la forma latina del nombre de Bacon (F. Baco) y haya diecisiete letras en las tres palabras que parecen en la ilustración.

También en la portada de la primera edición de la Nueva Atlántida de sir Francis Bacon aparece el Tiempo sacando de la oscuridad de una cueva una figura femenina. Alrededor hay una inscripción en latín: «Con el tiempo, la verdad secreta será revelada». El eslogan y los emblemas del editor que aparecían en los volúmenes publicados especialmente durante la primera mitad del siglo XVII fueron diseñados, distribuidos y en algunos casos mutilados según un plan definido. Resulta evidente también que los errores de paginación en los Folios «shakespearianos» y en otros volúmenes son claves para acceder a la escritura cifrada de Bacon, porque las reediciones —a menudo hechas con otros tipos y por distintos impresores—contienen los mismos errores. Por ejemplo, el Primer Folio y el Segundo Folio de «Shakespeare» están impresos con tipos de imprenta totalmente diferentes y por distintos impresores con nueve años de diferencia, pero, en las dos ediciones, la página 153 de las Comedias lleva el número 151 y las páginas 249 y 250 están numeradas 250 y 251, respectivamente. Además, en la edición de 1640 de The Advancement and Proficiency of Learning, de Bacon, las páginas 353 y 354 están numeradas 351 y 352, respectivamente, y en la edición de 1641 de Los siete días de la semana, de Du Bartas faltan las páginas 346 a la 350 inclusive, mientras que la página 450 lleva el número 442. Cabe destacar la frecuencia con la que esto afecta a las páginas terminadas en 50, 51, 52,53 y 54.

Montones de volúmenes impresos entre 1590 y 1650 y algunos impresos en otras épocas cumplen todos los requisitos del cifrado biliteral de lord Verulam. Si se analizan los versos de L. Digges dedicados a la memoria del difunto «Autor Maestro W. Shakespeare», se observa el uso de dos fuentes tipográficas, tanto para las mayúsculas como para las minúsculas: las diferencias eran más marcadas en las tes, las enes y las aes mayúsculas.

El cifrado ha desaparecido de las ediciones posteriores. La presencia de material oculto en el texto se indica a menudo mediante el uso de palabras innecesarias. En la decimosexta página, sin numerar, de la edición de 1641 de Los siete días de la semana de Du Bartas hay un cerdo encima de un texto piramidal. El texto es una jerga sin sentido, insertada —evidentemente— por motivos criptográficos y lleva la signatura de Bacon: el cerdo. Al año siguiente de la publicación del Primer Folio de las obras de teatro de Shakespeare en 1623, se imprimió en «Lunaeburg» un volumen notable sobre criptografía, atribuido a Gustavus Selenus. Se considera sumamente probable que este volumen sea la clave criptográfica del Gran Folio de Shakespeare.

Algunas viñetas simbólicas peculiares, colocadas al principio o al final de las páginas o los capítulos, también indican la presencia de criptogramas. Si bien este tipo de adornos aparecen en muchos de los primeros libros impresos, determinados emblemas son característicos de los volúmenes que contienen cifrados rosacruces baconianos. La a clara y la oscura sombreada constituyen un ejemplo interesante. Teniendo en cuenta la frecuente repetición en el simbolismo baconiano de la a clara y la oscura sombreada y del cerdo, la siguiente oración de Bacon en su Interpretation of Nature resulta muy significativa: «Si la cerda con su hocico imprimiera en el suelo la letra a, ¿imaginarías entonces que puede escribir toda una tragedia como ha escrito una sola letra?». Los rosacruces y otras sociedades secretas del siglo XVII transmitían referencias criptográficas por medio de filigranas y los libros que supuestamente contenían cifrados baconianos suelen estar impresos en papel con la Migraña rosacruz o la masónica: a menudo aparecen varios símbolos en el mismo libro, como la Rosa Cruz, urnas, racimos de uvas y otros. Tenemos a mano un documento que puede resultar una clave notable para descifrar un cifrado que comienza en Cimbelino. Que se sepa, nunca ha sido publicado y solo se aplica al Folio de 1623 de las obras de «Shakespeare». El cifrado es un recuento de líneas y palabras que tiene que ver con la puntuación, sobre todo con los signos de exclamación largos y cortos y los signos de interrogación rectos e inclinados. Henry William Bearse descubrió esta clave en 1900 y su naturaleza exacta se hará pública cuando haya sido verificada a fondo. No cabe ninguna duda razonable de que la Orden Masónica es fruto de las sociedades secretas de la Edad Media y tampoco se puede negar que la masonería está impregnada del simbolismo y el misticismo del mundo antiguo y el medieval. Sir Francis Bacon conocía el verdadero secreto del origen masónico y hay motivos para sospechar que ocultó lo que sabía en cifrados y criptogramas. No hay que considerar a Bacon solo como hombre, sino, más bien, como el centro en el que convergen una institución invisible y un mundo que nunca fue capaz de distinguir entre el mensajero y el mensaje que promulgaba.

Después de redescubrir la sabiduría perdida de todos los tiempos y temiendo que el cono cimiento se volviera a perder, esta sociedad secreta lo perpetuó de dos maneras: 1) mediante una organización (la masonería), a cuyos iniciados reveló su sabiduría en forma de símbolos, y 2) introduciendo sus arcanos en la literatura de la época, mediante claves y enigmas ingeniosos Existen pruebas de la existencia de un grupo de Fratres sabios e ilustres que asumieron la responsabilidad de publicar y preservar para las generaciones futuras lo más selecto de los libros sagrados de los antiguos, junto con otros documentos que ellos mismos habían preparado. Para que los miembros futuros de su fraternidad pudieran no solo identificar aquellos volúmenes, sino también fijarse enseguida en los pasajes, palabras, capítulos o partes significativos que contenían, crearon un alfabeto simbólico de diseños jeroglíficos. De este modo, mediante una clave y un orden de terminados, se ayudaba a las personas más perspicaces a encontrar la sabiduría que permite al hombre «resucitar» a una vida iluminada.

La tremenda importancia del misterio baconiano se nota cada vez más Sir Francis Bacon fue un eslabón en aquella gran cadena de mentes que ha perpetuado la doctrina secreta de la Antigüedad desde sus comienzos. La doctrina secreta está oculta en sus escritos crípticos. La búsqueda de la sabiduría divina es el único motivo legítimo para hacer el esfuerzo de descifrar sus criptogramas. La investigación masónica podría descubrir muchos elementos valiosos, si dirigiera su atención a ciertos volúmenes publicados durante los siglos XVI y XVII que llevan la impronta y el sello de aquella sociedad secreta cuyos miembros fueron los primeros en establecer la masonería moderna, aunque se mantuvieron como un grupo intangible que controlaba y dirigía las actividades del órgano externo. La historia desconocida y los rituales perdidos de la masonería se pueden redescubrir en el simbolismo y los criptogramas de la Edad Media. La masonería es el hijo brillante y glorioso de un padre misterioso y oculto. No puede remontarse a sus orígenes, porque los cubre el velo de lo superfísico y lo místico. El Gran Folio de 1623 es un verdadero tesoro de tradición y simbolismo masónicos y no tardará en llegar el momento en que se conceda a esta gran obra la consideración que se merece.

Aunque el cristianismo hizo añicos la organización material de los Misterios de los paganos, no pudo destruir lo que sabían sobre el poder sobrenatural. Por consiguiente, se sabe que los Misterios de Grecia y de Egipto se perpetuaron en secreto durante los primeros siglos de la Iglesia y, posteriormente, al envolverse en el simbolismo del cristianismo, fueron aceptados como elementos de fe. Sir Francis Bacon fue uno de aquellos a los que se encomendaron la perpetuación y la difusión de los arcanos de lo superfísico que en un principio estaban en poder de los hierofantes paganos y, para conseguir su objetivo, formuló la Fraternidad de la Rosa Cruz o fue admitido en una organización ya existente con ese nombre y llegó a ser uno de sus principales representantes. Por algún motivo que escapa al no iniciado, se han hecho esfuerzos constantes y coherentes para impedir que se desenrede la madeja baconiana. Sea cual fuere el poder que bloquea constantemente los esfuerzos de los investigadores, es tan infatigable ahora como lo era justo después de la muerte de Bacon y quienes tratan de resolver el enigma siguen sintiendo el peso de su resentimiento. Un mundo poco comprensivo siempre ha perseguido a quienes conocían el funcionamiento secreto de la naturaleza y ha intentado por todos los medios imaginables exterminar a los custodios de la sabiduría divina. Al final, sir Francis Bacon perdió su prestigio político y sir Walter Raleigh tuvo un destino bochornoso, porque su conocimiento trascendental se consideraba peligroso.

Falsificar la letra de Shakspere, endilgar a un público crédulo retratos y mascarillas fraudulentos, inventar biografías espurias, mutilar libros y documentos destruir o volver ilegibles las placas y las inscripciones que contienen mensajes criptográficos: todo esto ha exacerbado las dificultades que impiden solucionar el enigma Bacon Shakspere-rosacruz. Las falsificaciones de Ireland engañaron a los expertos durante años. Según el material disponible, el consejo supremo de la Fraternidad de la Rosa Cruz estaba compuesto por un número determinado de individuos que habían muerto de lo que se conoce como «muerte filosófica». Cuando a un iniciado le llegaba la hora de comenzar a trabajar para la Orden, se convenía su «muerte» en circunstancias medio misteriosas. En realidad, cambiaba de nombre y lugar de residencia y en su lugar se enterraba una caja llena de piedras o con un cadáver conseguido para la ocasión. Se supone que esto ocurrió en el caso de sir Francis Bacon, que, como todos los siervos de los Misterios, renunció a todo reconocimiento personal y dejó que se atribuyera a otros la autoría de los documentos que escribió o inspiró. Los escritos crípticos de Francis Bacon constituyen uno de los elementos tangibles más poderosos de los misterios del trascendentalismo y la filosofía simbólica. Aparentemente, todavía tienen que pasar muchos años para que un mundo perplejo aprecie el genio trascendental de aquel hombre misterioso que escribió el Novum Organum, que navegó con su pequeña nave por el mar inexplorado del saber a través de las columnas de Hércules y cuyos ideales para una nueva civilización se expresan espléndidamente en el sueño utópico de la Nueva Atlántida. ¿Habrá sido sir Francis Bacon un segundo Prometeo? Su gran amor por la gente del mundo y la piedad que le producía su ignorancia, ¿lo habrán hecho bajar el fuego divino del cielo, oculto en el contenido de una página impresa?

Es muy probable que las claves del enigma baconiano se encuentren en la mitología clásica. Quien comprenda el secreto del dios de siete rayos entenderá el método empleado por Bacon para lograr su obra monumental. Asumió alias en función de los atributos y el orden de los miembros del sistema planetario. Una de las claves menos conocidas —aunque más importantes—del enigma baconiano es la Tercera Edición, publicada en París en 1637, de Les Images ou Tableaux de platte peinture des deux Philostrates sophistes grecs et les statues de Callistrate, de Blaise de Vigenere. La portada de este volumen —que, como indica el nombre del autor cuando se descifra correctamente, fue escrito por Bacon o por su sociedad secreta o siguiendo sus indicaciones— es un cúmulo de símbolos masónicos o rosacruces importantes. En la página 486 aparece una ilustración titulada «Hercules Furieux», que muestra una figura gigantesca sacudiendo una lanza y, en la tierra a sus pies, se ven desparramados varios emblemas curiosos En su extraña obra, Das Bild des Speershüttlers die Lösung des Shakespeare-Rätsels, Alfred Freund trata de explicar el simbolismo baconiano del Filóstrato y da a entender que Bacon es el Hércules filosófico, a quien el tiempo revelará como el auténtico spear-shaker, o «Shakespeare».


EL CRIPTOGRAMA COMO FACTOR EN LA FILOSOFÍA SIMBÓLICA

Ningún tratado sobre simbolismo estaría completo sin una sección dedicada a analizar criptogramas Hace tiempo que el uso de claves se considera indispensable en círculos militares y diplomáticos, pero el mundo moderno ha pasado por alto la importancia de la criptografía en la literatura y la filosofía.

Si se popularizara el arte de descifrar criptogramas, se descubriría buena parte de la sabiduría —hasta ahora insospechada— que poseían tanto los filósofos antiguos como los medievales y se demostraría que la verbosidad de muchos autores aparentemente ampulosos e intrincados se debe, precisamente, a la necesidad de ocultar palabras. Las claves se ocultan de las maneras más sutiles: pueden estar escondidas en la filigrana del papel en el que está impreso un libro, encuadernadas con las tapas de los libros antiguos o disimuladas en una paginación imperfecta; se pueden extraer de las primeras letras de las palabras o de las primeras palabras de las oraciones; pueden estar ocultas con ingenio en ecuaciones matemáticas o en caracteres aparentemente ininteligibles; se pueden extraer de la jerga de los payasos o revelar mediante el calor por haber sido escritas con tinta invisible; puede haber claves en las palabras, claves en las letras u oraciones que parecen ambiguas, cuyo significado solo se puede entender después de leerlas muchas veces y con mucha atención; se pueden descubrir en las letras iniciales cuidadosamente iluminadas, de los primeros libros o se pueden revelar mediante el procedimiento de contar palabras o letras. Si los interesados en la investigación masónica estudiaran con atención este tema, encontrarían en libros y manuscritos de los siglos XVI y XVII la información necesaria para salvar la distancia en la historia masónica que existe actualmente entre los Misterios del mundo antiguo y la hermandad masónica de los tres últimos siglos.

Los arcanos de los Misterios antiguos no se revelaban jamás a los profanos, a menos que se hiciera mediante símbolos El simbolismo cumplía la doble función de ocultar a los no iniciados las verdades sagradas y de revelarlas a los que estaban capacitados para comprender los símbolos. Las formas son los símbolos de principios divinos amorfos; el simbolismo es el lenguaje de la Naturaleza. Con veneración, los sabios traspasan el velo y tienen una visión más clara de la realidad; en cambio, los ignorantes como no distinguen lo falso de lo verdadero, contemplan un universo de símbolos. Bien se podría decir acerca de la Naturaleza —la Gran Madre— que está siempre trazando caracteres extraños sobre la superficie de las cosas, pero que solo a sus hijos mayores y más sabios —para compensarlos por su fe y su devoción— revela el alfabeto críptico que es la clave para comprender la trascendencia de aquellos trazos.

En los templos de los antiguos Misterios se desarrollaron sus propios lenguajes sagrados, que solo conocían los iniciados y no se hablaban jamás fuera del santuario. Para los sacerdotes iluminados era un sacrilegio hablar sobre las verdades sagradas de los mundos superiores o sobre las verdades divinas de la Naturaleza eterna en la misma lengua que el vulgo empleaba para discutir y disentir. Lo esencial de una ciencia sagrada se tiene que expresar en una lengua sagrada. También se inventaron alfabetos misteriosos y siempre que se hicieron constar por escrito los secretos de los sabios se utilizaron caracteres que no tenían ningún sentido para quienes no estaban al corriente. A estas formas de escribir se les dio el nombre de alfabetos sagrados o herméticos. Algunos, como la famosa escritura angelical, se conservan todavía en los grados superiores de la masonería.

Sin embargo, los alfabetos secretos no resultaban del todo satisfactorios, porque, si bien volvían ininteligible la verdadera naturaleza de los escritos, su mera presencia revelaba que había información oculta, algo que los sacerdotes también querían ocultar. Con paciencia o como consecuencia de la persecución, al final se obtenían las claves de aquellos alfabetos y su contenido se revelaba a quienes no lo merecían. Por consiguiente, como hacían falta métodos más sutiles para ocultar las verdades divinas, empezaron a aparecer sistemas crípticos de escritura, diseñados para ocultar la presencia tanto del mensaje como de los criptogramas, con lo cual, después de concebir un método para transmitir sus secretos a la posteridad, los iluminados favorecieron la circulación de determinados documentos preparados especialmente, mediante la incorporación de claves, que contenían los secretos más profundos del misticismo y la filosofía. Así fue como los filósofos medievales difundieron sus teorías por toda Europa sin despertar sospechas, puesto que los volúmenes que contenían aquellos criptogramas podían ser sometidos al escrutinio más exhaustivo sin revelar la presencia de un mensaje oculto. Durante la Edad Media, muchos escritores —miembros de organizaciones políticas o religiosas secretas— publicaron libros que contenían claves. Las escrituras secretas se pusieron de moda y cada corte europea tenía su propia clave diplomática y los intelectuales competían entre sí para inventar criptogramas curiosos y complejos. La literatura de los siglos XV, XVI y XVII está impregnada de claves y son pocas las que se han podido descifrar. Muchos de los magníficos cerebros científicos y filosóficos de aquella época no se atrevían a publicar sus descubrimientos, debido a la intolerancia religiosa de entonces A fin de preservar para la humanidad el fruto de sus esfuerzos intelectuales, aquellos pioneros del progreso ocultaron sus descubrimientos mediante claves, confiando en que las generaciones futuras, más amables que la suya, descubrieran y apreciaran sus conocimientos.

Interesa destacar que, por temor a la excomunión o a un destino aún peor, muchos eclesiásticos utilizaron criptogramas para que no se sospechara de sus investigaciones científicas. Hasta hace poco no se aclaró una clave compleja de Roger Bacon, que reveló el hecho de que este científico antiguo estaba familiarizado con la teoría celular. En una conferencia en la American Philosophical Society, el doctor William Romaine Newbold, que tradujo el manuscrito en clave del fraile, declaró lo siguiente: «Hay dibujos que representan con tanta exactitud el aspecto real de algunos objetos que cuesta negarse a deducir que Bacon los había visto con un microscopio. […] Se trata de espermatozoides, las células del cuerpo y los tubos seminíferos, los óvulos, con sus núcleos indicados con toda claridad. Hay nueve dibujos grandes, de los cuales al menos uno se parece mucho a una etapa determinada de la evolución de la célula fecundada».

Si Roger Bacon no hubiese ocultado este descubrimiento tras una clave compleja, habría sido perseguido por hereje y, probablemente, hubiese corrido la misma suerte que otros de los primeros pensadores liberales. A pesar del rápido avance que ha experimentado en los últimos doscientos cincuenta años, la ciencia sigue ignorando muchos de los descubrimientos originales de los investigadores medievales La única constancia que existe de aquellos hallazgos importantes es la que figura en los criptogramas de los volúmenes que publicaron. Aunque muchos autores han escrito sobre el tema de la criptografía, los libros más valiosos para los estudiosos de la filosofía y la religión son los siguientes: Polygraphia y Steganographia de Trithemius, abad de Spanheim; Mercury, or The Secret and Swift Messenger de John Wilkins, obispo de Chester; Oedipus Aegyptiacus y otras obras del jesuita Athanasius Kircher, y Cryptomenytices et Cryptographiae de Gustavus Selenus. Para ejemplificar las diferencias básicas en su construcción y su uso, a continuación hemos agrupado los distintos tipos de claves en siete clases generales:

La clave literal. El criptograma literal más famoso es la célebre clave biliteral que sir Francis Bacon describe en su De Augmentis Scientiarum. Lord Bacon creó este sistema cuando todavía era joven y residía en París Para la clave biliteral hay que usar dos estilos de tipografía: una ordinaria y la otra especial. Las diferencias entre las dos fuentes son en muchos casos tan ínfimas que hace falta una lupa potente para detectarlas. En un principio, los mensajes cifrados se ocultaban solo en palabras oraciones o párrafos en cursiva, porque las cursivas, al ser más ornamentadas que las letras redondas, brindaban más oportunidades para ocultar aquellas variaciones leves pero necesarias Algunas veces hay una variación insignificante en el tamaño y, otras veces en el grosor o en los trazos ornamentales Se cree que, más adelante, lord Bacon tenía dos alfabetos en redonda preparados especialmente, en los cuales las diferencias eran tan nimias que a los expertos les resulta casi imposible distinguirlos.

Un análisis meticuloso de los cuatro primeros folios de «Shakes-peare» revela el uso, en todos los volúmenes, de varios estilos de tipografía que presentan diferencias insignificantes, pero reconocibles. Es posible que todos los folios de «Shakespeare» contengan claves a lo largo del texto, que se hubiesen añadido a las obras originales, mucho más largas en los folios que en los cuartos originales; en algunos casos llegaron incluso a añadirse escenas enteras.

Sin embargo, la clave biliteral no se limitaba a los escritos de Bacon y «Shakespeare», sino que aparece en muchos libros publicados durante la vida de lord Bacon y hasta casi un siglo después de su muerte. Con respecto a la clave biliteral, lord Bacon la llama omnia per omnia. El cifrado se puede extender a lo largo de todo el libro y se puede introducir en el momento de imprimirlo, sin que se entere el autor original, porque no hace falta cambiar las palabras ni la puntuación. Es posible que el cifrado se insertara por motivos políticos en muchos documentos y volúmenes publicados durante el siglo XVII. Es bien sabido que, por el mismo motivo, ya se usaban claves en tiempos del Concilio de Nicea.

Cuesta usar en la actualidad la clave biliteral baconiana, porque ahora los tipos se han estandarizado con precisión y muy pocos libros se componen a mano. En este capítulo hay facsímiles del alfabeto biliteral de lord Bacon tal como apareció en la traducción inglesa de 1640 del De Augmentis Scientiarum. Hay cuatro alfabetos: dos para las letras mayúsculas y dos para las minúsculas. Conviene analizar con detenimiento las diferencias entre los cuatro y tener en cuenta que cada alfabeto tiene el poder de la letra a o de la letra be y que, al leer una palabra, sus letras pueden encajar en uno de los dos grupos: los que corresponden a la letra a o los que corresponden a la letra be. Para que se pueda emplear la clave biliteral, un documento debe contener cinco veces más letras que el texto en clave, porque hacen falta cinco letras para ocultar una. La clave biliteral a veces parece un código telegráfico, en el cual las letras se convierten en puntos y rayas; sin embargo, según el sistema biliteral, los puntos y las rayas se representan mediante aes y bes, respectivamente. Se llama «biliteral» porque todas las letras del alfabeto se reducen a una a o a una be. Podemos ver un ejemplo de escritura biliteral en uno de los diagramas que acompañan el texto. Para demostrar cómo funciona esta clave, a continuación vamos a descifrar el mensaje que esconden las palabras «Wisdom and understanding are more to be desired than riches»

El primer paso consiste en descubrir las letras de cada alfabeto y reemplazarlas por la a o la be correspondientes, según la clave suministrada por lord Bacon en su alfabeto biliteral, como ya hemos visto. En la palabra wisdom, la uve doble corresponde al alfabeto b y, por consiguiente, se sustituye por una be. La i corresponde al alfabeto a y, por consiguiente, en su lugar se pone una a. La ese también corresponde al alfabeto a, pero la de pertenece al alfabeto b. Tanto la o como la eme corresponden al alfabeto a y, por consiguiente, cada una se sustituye por una a. Por consiguiente, mediante este proceso, la palabra wisdom se convierte en «baabaa». Si hacemos lo mismo con el resto de las palabras de la oración, and se convierte en «aba»; understanding, en «aaabaaaaaabab», are, en «aba»; more, en «ábbb»; to, en «ab»; be, en «ab»; desired, en «abaabaa»; than, en «aaba», y riches, en «aaaaaa». El paso siguiente consiste en poner todas las letras juntas y así se obtiene: «baabaaabaaaabaaaaaaabababaabbbababa Todas las combinaciones utilizadas en la clave biliteral baconiana constan de grupos de cinco letras cada uno. Por consiguiente, la línea compacta de letras se divide en grupos de cinco, de la siguiente manera: «baaba aabaa aabaa aaaab ababa abbba babab aabaa aabaa aaaaa».

Cada uno de estos grupos de cinco letras representa ahora una letra de la clave y, para saber la letra, hay que comparar los grupos con la tabla alfabética, The Key to the Biliteral Cipher (Clave del cifrado bilateral), del citado De Augmentis Scientiarum: baaba = T aabaa = E aabaa = E aaaab = B ababa = L abbba = P babab = X aabaa = E aabaa = E aaaaa = A Pero, como las últimas cinco letras de la palabra riches están separadas por un punto de la erre inicial, las cinco últimas aes no cuentan en la clave. Las letras obtenidas de este modo se ponen en orden y se obtiene: TEEBLPXEE

A esta altura, ya quisiera el indagador que las letras formaran una palabra inteligible, pero lo más probable es que se desilusione, porque, como en este caso, las letras obtenidas constituyen por sí mismas un criptograma, que sirve para desalentar por partida doble a quienes no conozcan a fondo el sistema biliteral. El paso siguiente consiste en ampliar las nueve letras a lo que se suele denominar una clave en rueda (o disco), compuesta por dos alfabetos, en la cual uno gira en tomo al otro de tal modo que se pueden hacer numerosas transposiciones de letras. En esta plancha, vemos que la a del alfabeto interior queda enfrente de la hache del alfabeto exterior, de modo que, a efectos de la clave, las dos letras son intercambiables. La efe y la eme, la erre y la i griega (ye), la uve doble y la d, en realidad todas las letras se pueden transponer como muestran los dos círculos. Las nueve letras extraídas de la clave biliteral se pueden intercambiar por otras nueve mediante la rueda. Se considera que las nueve letras están en el círculo interno de la rueda y se cambian por las nueve letras del círculo externo que están frente a las letras internas. Por este proceso, la te se convierte en [a]; las dos es se convienen en dos eles [ll]; la be se convierte en [i]; la ele se convierte en [s]; la pe se convierte en [w]; la equis se convierte en [e] y las dos es se convienen en dos eles [ll]. El resultado es: ALLISWELL … que, si lo descomponemos en palabras, queda… All is well.

Evidentemente, moviendo el disco interior de la rueda, con las letras se pueden obtener muchas combinaciones diferentes, además de la que acabamos de dar, pero esta es la única que tiene sentido; el experto en criptogramas tiene que seguir probando hasta descubrir un mensaje lógico e inteligible: solo entonces puede tener una seguridad razonable de que ha descifrado el sistema. Lord Bacon utilizaba la clave biliteral de muchas formas diferentes. Es probable que, solo en el folio de «Shakespeare», se hayan usado montones de sistemas distintos, algunos tan complejos que puede que desconcierten siempre a todos los que intenten descifrarlos. En los que se pueden solucionar, a veces hay que intercambiar las aes por las bes; otras veces, el mensaje oculto está escrito hacia atrás; otras veces solo se cuentan algunas letras, etcétera. Hay varias formas más de clave literal en las cuales las letras se sustituyen unas por otras según una secuencia convenida de antemano. La forma más sencilla es aquella en la cual hay dos alfabetos escritos de esta forma: Cuando las letras del alfabeto de abajo se sustituyen por sus equivalentes en el de arriba, se obtiene un conglomerado sin sentido; para descifrar el mensaje oculto hay que invertir el proceso. También hay una forma de la clave literal en la cual el criptograma se escribe en el texto del documento, pero se insertan palabras sin importancia entre las realmente importantes, según un orden preestablecido. Otra forma de clave literal son los acrósticos, ya sea las palabras escritas en columna, usando la primera letra de cada línea, u otras formas más complejas, en las cuales las letras importantes están dispersas en párrafos o capítulos enteros Los dos criptogramas alquímicos adjuntos muestran otra forma de cifrado literal que tiene que ver con la primera letra de cada palabra. Todo criptograma basado en la distribución o combinación de las letras del alfabeto es una clave literal.

La clave pictórica. Cualquier imagen o dibujo que tenga otro significado, aparte del evidente, se puede considerar un criptograma pictórico. Se encuentran abundantes ejemplos de cifrado pictórico en el simbolismo egipcio y en el arte religioso primitivo. Los diagramas de los alquimistas y los filósofos herméticos siempre son claves pictóricas. Aparte de la clave pictórica elemental, hay una forma más técnica en la que se ocultan palabras o letras en la cantidad de piedras que hay en una pared, en la envergadura de las alas de las aves cuando vuelan, en las ondas de la superficie del agua o en la longitud y el orden de las líneas que se utilizan para sombrear. Estos criptogramas no son evidentes y se tienen que descifrar por medio de una regla de medida arbitraria, en la cual la longitud de las líneas determina cuál es la letra o la palabra oculta. La forma y la proporción de un edificio, la altura de una torre, la cantidad de barras en una ventana, los pliegues en las vestiduras de alguna persona y hasta las proporciones o la actitud del cuerpo humano han servido para ocultar cifras o caracteres determinados, que alguien familiarizado con el código sustituía por letras o palabras Se han ocultado letras iniciales de nombres en arcos arquitectónicos. Un ejemplo notable de esta práctica se encuentra en la carátula de los Ensayos completos de Montaigne, tercera edición, en la cual con dos arcos se forma una be inicial y con un arco partido se forma una efe. Los criptogramas pictóricos a veces van acompañados de la clave necesaria para descifrarlos. Puede haber una figura que señale el lugar en el que comienza la clave o que lleve en la mano algún instrumento que revele el sistema de medición utilizado. También abundan los ejemplos en los que, a propósito, el criptógrafo ha introducido alguna distorsión o ha ataviado de forma incorrecta alguna figura de su dibujo, poniéndole, por ejemplo, el sombrero hacia atrás, la espada del lado incorrecto o el escudo en el brazo equivocado, o utilizando algún artificio similar. El tan comentado quinto dedo de la mano del Papa en la Madonna Sixtina de Rafael y el sexto dedo del pie de san José en Los desposorios de la Virgen del mismo pintor son criptogramas ocultos con astucia.

La clave acroamática. En las obras religiosas y filosóficas de todos los pueblos abundan los criptogramas acroamáticos, es decir, las parábolas y las alegorías. Este tipo de clave tiene la peculiaridad de que el documento que la contiene se puede traducir o reproducir sin que esto afecte el criptograma. Desde la más remota Antigüedad se han usado parábolas y alegorías para presentar verdades morales de una manera atractiva y comprensible. El criptograma acroamático es una clave pictórica dibujada con palabras y así se debe interpretar su simbolismo. El Antiguo y el Nuevo Testamento de los judíos, las obras de Platón y de Aristóteles, la Ilíada y la Odisea de Homero, la Eneida de Virgilio, Las metamorfosis de Apuleyo y las Fábulas de Esopo son ejemplos notables de criptografía acroamática en los que se ocultan las verdades más profundas y más sublimes de la filosofía mística antigua.

La clave acroamática es la más ingeniosa de todas, porque la parábola o la alegoría se puede interpretar de muchas formas. Durante siglos, los estudiosos de la Biblia se han topado con esta dificultad. Se conforman con la interpretación moral de la parábola y olvidan que cada parábola o alegoría es susceptible de siete interpretaciones, de las cuales la séptima —la más elevada — es completa y absoluta, mientras que las otras seis (las inferiores) son fragmentarias y no revelan más que una parte del misterio. Los mitos de la creación del mundo son criptogramas acroamáticos y las divinidades de los diversos panteones solo son personajes crípticos que, si se entienden adecuadamente, se convierten en elementos constitutivos de un alfabeto divino. Los pocos iniciados comprenden la verdadera naturaleza de este alfabeto, mientras que los no iniciados adoran las letras como si fueran dioses.

La clave numérica. Se han elaborado numerosos criptogramas en los cuales se utilizan números, en distinto orden, para sustituir letras, palabras o hasta pensamientos enteros. Para leer las claves numéricas por lo general hay que disponer de tablas de correspondencias especiales. Los criptogramas numéricos del Antiguo Testamento son tan complejos que solo unos cuantos estudiosos versados en la tradición rabínica han intentado desentrañar sus misterios. En su Oedipus Aegyptiacus, Athanasius Kircher describe varios teoremas cabalísticos árabes; además, gran parte del misterio pitagórico se ocultaba mediante un método secreto que estuvo de moda entre los místicos griegos y que consistía en reemplazar las letras por números.

La clave numérica más sencilla es aquella en la cual las letras del alfabeto se reemplazan por números siguiendo el orden habitual. De este modo, la a se convierte en uno: la be, en dos, la ce, en tres, y así sucesivamente; tanto la i como la jota cuentan como nueve y tanto la u como la uve, como veinte. Según este sistema, la palabra yes se escribiría 23 - 5 - 18. La clave se puede complicar si se invierte el alfabeto, de modo que la zeta sea el uno; la i griega (ye), el dos; la equis, el tres, y así sucesivamente. Si se inserta un número sin significado o que no cuente después de cada uno de los números con significado, la clave se oculta mejor: por ejemplo: 23 - 16 - 5 - 9 - 18. Para obtener la palabra yes, hay que eliminar el segundo y el cuarto número. Si se suman 23, 5 y 18, el resultado es 46; por consiguiente, 46 es el equivalente numérico de la palabra yes. Según la clave numérica sencilla, la suma 138 equivale a las palabras Note carefully (preste atención); por consiguiente, en un libro que utilice este método, la línea 138, la página 138 o el párrafo 138 pueden contener el mensaje oculto. Además de esta clave numérica sencilla, hay muchas más tan complicadas que nadie que no tenga la clave puede albergar alguna esperanza de resolverlas.


CRIPTOGRAMA ALQUÍMICO

Geheime Figuren der Rosenkreuzer

Si comenzamos por la palabra visita y seguimos leyendo en el sentido de las agujas del reloj, las siete letras iniciales de las siete palabras escritas en el círculo externo forman vitriol. Este es un enigma alquímico muy sencillo, pero nos recuerda que quienes estudian obras acerca del hermetismo, el rosacrucismo, la alquimia y la masonería siempre deben andar a la caza de significados ocultos en las parábolas y las alegorías o en el ordenamiento críptico de los números, las letras y las palabras.

Algunas veces, los autores basaban sus criptogramas en el valor numérico de su propio nombre; por ejemplo, sir Francis Bacon usó en reiteradas ocasiones el número críptico treinta y tres, el equivalente numérico de su nombre. Las claves numéricas a menudo intervienen en la paginación de los libros. Aunque una paginación imperfecta por lo general se atribuye a un descuido, a menudo oculta secretos importantes. Los errores de paginación hallados en el folio de 1623 de «Shakspeare» y la repetición sistemática de errores similares en varios volúmenes impresos más o menos por la misma época han dado mucho que pensar a los estudiosos y a los expertos en criptogramas. En los criptogramas baconianos, todos los números de página acabados en 89 parecen tener una significación especial. En el folio de «Shakespeare» de 1623, en la página 89 de las Comedias, aparece un error tipográfico en la paginación: el nueve es mucho más pequeño que el ocho. Falta la página 189; hay dos páginas con el número 187, y en la página 188 el segundo ocho es algo más del doble de tamaño que el primero. La página 289 tiene bien el número y no presenta ninguna característica insólita, pero falta la página 89 de las Historias. Varios volúmenes publicados por Bacon presentan errores similares, a menudo relacionados con la página 89. También hay claves numéricas de las que se extrae el mensaje críptico contando la décima, la vigésima o la quincuagésima palabra. En algunos casos, el recuento es irregular. Puede ser que, para encontrar la primera palabra importante, haya que contar hasta cien; para la segunda, hasta noventa: para la tercera, hasta ochenta, y así sucesivamente hasta llegar a diez. Entonces se vuelve a contar hasta cien y se repite el proceso.

La clave musical. John Wilkins, posteriormente obispo de Chester, divulgó en 1641 un ensayo anónimo titulado Mercury, or the Secret and Swift Messenger. En este librito, que derivaba en su mayor parte de los tratados de Trithemius y de Selenus, más voluminosos, el autor establece un método por el cual los músicos podían conversar entre ellos reemplazando las notas musicales por las letras del alfabeto. Dos personas que conocieran el código podían comunicarse entre sí por el mero hecho de tocar unas notas determinadas al piano o en cualquier otro instrumento. Los criptogramas musicales pueden ser complejos hasta un grado inconcebible; mediante determinados sistemas, se puede tomar un tema musical ya existente y ocultar en él un criptograma sin modificar realmente la composición en absoluto. Los banderines que se colocan encima de las notas pueden ocultar la clave o se puede cambiar el sonido de las notas por sílabas que tengan un sonido similar. Este último método es eficaz, aunque tiene un alcance algo limitado. Todavía existen varias composiciones musicales de sir Francis Bacon; examinarlas podría revelar criptogramas musicales, porque en realidad lord Bacon estaba muy familiarizado con la manera de construirlos. 

La clave arbitraria. El sistema de sustituir las letras del alfabeto por figuras jeroglíficas es demasiado fácil de descifrar para ser popular. Albert Pike describe una clave arbitraria basada en las distintas partes de la cruz de los Caballeros Templarios, en la que cada ángulo representa una letra. La tabla de repetición hace que los numerosos alfabetos curiosos que se han inventado pierdan valor. Según Edgar Allan Poe, gran experto en criptogramas, la letra más común de la lengua inglesa es la e: las demás letras son, por orden de frecuencia, las siguientes: A,O,I,D,H,N,R,S,T,U,Y,C,F,G,L,M,W,B,Ky Z. Según otros expertos, la tabla de repetición es la siguiente: E,T,A,O,N,I,R,S,H,D,L,C.W,U,M,F,Y,G,P,y Z.

Basta contar la cantidad de veces que cada carácter aparece en un mensaje para que la ley de repetición determine la letra a la que corresponde el carácter arbitrario. También sirve de ayuda el hecho de que, si el criptograma se divide en palabras, en inglés solo hay tres letras que, por sí solas, pueden formar una palabra: la a, la i y la o. Por consiguiente, cualquier carácter que aparezca separado del resto del texto ha de ser una de estas tres letras.

Sin embargo, para complicar más la tarea de descifrar claves arbitrarias, no es Recuente que los caracteres se separen por palabras y, para anular en parte la tabla de repeticiones se asignan dos o más caracteres diferentes a cada letra, con lo cual resulta imposible calcular con exactitud la frecuencia de repetición. Por consiguiente, cuanto mayor sea la cantidad de caracteres arbitrarios que se utilicen para representar una letra del alfabeto, más costará descifrar un criptograma arbitrario. Los alfabetos secretos de los antiguos son relativamente fáciles de descifrar: los únicos requisitos son una tabla de frecuencia, conocer la lengua en la que se escribió originariamente el criptograma, una cantidad moderada de paciencia y un poco de ingenio.

La codificación. La forma más moderna de criptograma es el sistema de códigos, cuya forma más conocida es el alfabeto morse, que se utiliza en la comunicación telegráfica y radiofónica. Esta forma de cifrado se puede complicar un poco al incorporar puntos y rayas a un documento en el cual los puntos y los dos puntos son puntos, mientras que las comas y los puntos y comas son rayas. También existen códigos que se emplean en el mundo de los negocios, que solo se pueden resolver usando un libro de códigos confidencial. Como suministran un método económico y eficaz de transmitir información confidencial, el uso de este tipo de códigos es mucho más frecuente de lo que sospecha cualquier persona corriente. Además de esta clasificación, hay una cantidad de sistemas variados de escritura secreta; algunos utilizan dispositivos mecánicos y otros colores. Unos cuantos utilizan montones de objetos variados para representar palabras y hasta pensamientos enteros Sin embargo, como ni los filósofos y alquimistas antiguos ni los medievales solían utilizarlos, estos dispositivos más complejos no tienen ninguna incidencia directa en la religión ni en la filosofía. Los místicos de la Edad Media tomaron prestada la terminología de las diversas artes y ciencias y desarrollaron un sistema de criptografía que ocultaba los secretos del alma humana con términos que solían aplicar la química, la biología, la astronomía, la botánica y la fisiología. Este tipo de claves solo pueden ser descifradas por personas versadas en los profundos principios filosóficos en los cuales aquellos místicos medievales basaban sus teorías vitales Se oculta mucha información relacionada con la naturaleza invisible del ser humano tras aparentes experimentos químicos o especulaciones científicas. Por consiguiente, todos los estudiosos del simbolismo y la filosofía deberían estar bastante familiarizados con los principios básicos de la criptografía, porque este arte, además de resultarles útil en sus investigaciones, proporciona un método fascinante de desarrollar la agudeza de las facultades mentales La discriminación y la observación son indispensables para las personas que buscan el conocimiento y ningún estudio iguala a la criptografía como medio de estimular estas facultades.


Aquí se muestra al Hierofante Supremo, Amo del Santo Imperio doble de los universos superiores e inferiores.

El antiguo emblema del equilibrio consistía de un cuerpo andrógino coronado por dos cabezas, una masculina y la otra femenina, portando una sencilla corona imperial. Ese ser único, en el cual todos los opuestos están reconciliados, es perfecto; y este estado de perfección está adecuadamente tipificado en las dos cabezas de igual dignidad. Por lo tanto, el águila bicéfala está reservada como el emblema de la consumación, ya que representa la Piedra Filosofal, la última condición del alma, y aquella perfección absoluta y trascendental que sólo sale del desenvolvimiento más completo de las potencialidades latentes dentro del individuo. Filosóficamente, el trigésimo tercer grado del Rito Escocés Antiguo y Aceptado representa el santuario recóndito del misticismo Masónico. Si el águila bicéfala, el símbolo de aquel grado sublime, estuviese dotada con el poder de la palabra, diría: «Solo me puede portar aquel en quien no existe el engaño: en quien todas las pasiones han sido transmutadas en compasión, toda ignorancia natural en sabiduría divina, todo egoísmo en abnegación; porque yo soy un emblema antiguo y sagrado de toda grandeza, perfección y verdad. Represento una condición espiritual, una actitud mental, un estado físico logrado solo por los elegidos de la Tierra. Soy el símbolo del alma iluminada y transfigurada que ha renacido y alcanzado el trono de la Divinidad. Soy el símbolo del portero, ya que con una cara observo el semblante radiante de mi Creador y con la otra la expansión del universo que Él ha creado. Sobre mis fuertes alas de la intuición y la razón los hombres han ascendido a una posición entre el Cielo y la Tierra. Aquel sobre quien desplego mis alas es más que un hombre, pero menos que un dios; por lo tanto, él es un dios-hombre. Entre mis talones empuño la flameante espada querubímica, el flameante espíritu-fuego con el cual el milagro de mi existencia fue elaborado. Soy el símbolo del Iniciador que, a través de las épocas, lleva a Ganímedes sobre su espalda, ante la presencia de los dioses».


Manly Palmer Hall - El Universo Creado Por El Principio Dual De La Luz y La Oscuridad

La Divinidad Suprema está representada por la esfera pequeña de la parte superior, dividida en dos hemisferios: la mitad oscura representa la oscuridad divina de la que se oscuridad divina de la que se rodea la Divinidad y que le sirve de escondite y el hemisferio radiante representa la luz divina que hay en Dios y que, alsalir, se manifiesta como el poder creativo objetivo. La gran esfera oscura situada a la izquierda y por debajo de la mitad oscura de la esfera superior representa la oscuridad potencial que hay sobre la cara de la profundidad primordial y en la cualse mueve el Espíritu de Dios. La esfera clara situada a la derecha es la Divinidad que se manifiesta saliendo de la oscuridad. Aquí la palabra brillante ha disipado las sombras y se ha formado un universo espléndido. El poder divino de esta esfera radiante se da a conocer al hombre como el sol. La gran esfera central dividida horizontalmente en un sector claro y uno oscuro sector claro y uno oscuro representa los universos creados que participan de la luz y la oscuridad que existen en la naturaleza del Creador. La mitad oscura representa la profundidad, o el caos, las aguas eternas que brotan de la Divinidad; la mitad clara, el poder de Dios que anima las aguas y pone orden en el caos. El semicírculo claro que contiene la figura de Apollo representa el hemisferio diurno del mundo, que, en los misterios antiguos, era regido por Apolo. El semicírculo oscuro es el hemisferio nocturno, regido por Dionisio (Dioniso), cuya figura resulta apenas visible en la penumbra. Desde un punto de vista ético, el joven rey y la joven reina, resucitados en lo alto de la torre y animados por la Vida Divina, representan las fuerzas de la inteligencia y el amor que, en última instancia, deben guiar la sociedad. La inteligencia y el amor son los dos grandes luminares éticos del mundo y corresponden al espíritu iluminado y al cuerpo regenerado. El novio es la realidad y la novia es el ser regenerado que alcanza la perfección al unificarse con la realidad mediante un matrimonio cósmico, en el cual la parte mortal alcanza la inmortalidad al unirse con su propia fuente inmortal. En el matrimonio hermético, la conciencia divina y la humana se unen en santo matrimonio y aquel en quien tiene lugar esta ceremonia sagrada es nombrado Caballero de la Piedra Dorada, con lo cual se convierte en un diamante divino filosófico, compuesto por la quintaesencia de su propia constitución séptuple.

Esta es la verdadera interpretación del proceso místico de convertirse en «novia del Cordero». El Cordero de Dios está representado por el vellocino de oro que Jasón se vio obligado a ganar para poder reinar. El león volador es la voluntad iluminada, un requisito esencial para conseguir la Gran Obra. El episodio de pesar el alma de los hombres tiene una analogía en la ceremonia que se describe en el Libro de los Muertos de los egipcios. La ciudad amurallada en la que entra C. R. C. representa el santuario de la sabiduría en el que viven los que gobiernan realmente el mundo: los filósofos iniciados. Como los Misterios antiguos cuyo modelo sigue, la Orden de la Rosa Cruz poseía un ritual secreto que el candidato debía respetar durante una cantidad determinada de años antes de poder acceder a los grados internos de la sociedad. Los distintos pisos de la Torre del Olimpo representan las órbitas de los planetas. El ascenso de los filósofos de un piso a otro también es análogo a determinados rituales de los misterios eleusinos y los ritos de Mitra, en los cuales el candidato subía los siete peldaños de una escalera o los siete escalones de una pirámide para indicar que se liberaba de las influencias de los gobernadores planetarios. El hombre solo llega a dominar las siete esferas cuando transmuta los impulsos recibidos de ellas. Aquel que domina los siete mundos y se reconcilia con la fuente divina de su propia naturaleza consuma el matrimonio hermético.


Manly Palmer Hall - Las Bodas Alquímicas


El autoproclamado autor de Las bodas alquímicas, Johann Valentin Andreae, nacido en Wurtemberg en 1586, tenía veintiocho años cuando la obra se publicó por primera vez. Se supone que fue escrita unos doce años antes de su publicación, cuando el autor tenía quince o dieciséis años. Resulta casi increíble que alguien tan joven pudiera producir un volumen con tal abundancia de pensamiento simbólico y filosofía oculto entre sus líneas como Las bodas alquímicas. En este libro aparece la primera referencia conocida a Christian Rosacruz y por lo general se considera el tercero de la serie de manifiestos rosacruces originales. Como obra simbólica, el propio libro es totalmente irreconciliable con las afirmaciones de Andreae acerca de él. La historia de Las bodas alquímicas narra en detalle una serie de incidentes que le suceden a un hombre mayor, supuestamente el Padre C. R. C. del Fama y el Confessio. Si el Padre C. R. C. nació en 1378, como afirma el Confessio, y es el mismo que el Christian Rosacruz de Las bodas alquímicas, fue elevado a la dignidad de Caballero de la Piedra Dorada cuando tenía ochenta y un años (1459). Si tenemos en cuenta sus propias declaraciones, es inconcebible que Andreae fuese el Padre Rosa Cruz.


PORTADA DE LA EDICIÓN DE 1616 DE CHYMISCHE HOCHZEIT: CHRISTIAN ROSENCREUTZ

La más admirable de todas las publicaciones envueltas en la controversia Rosacruz es la de Las bodas alquímicas, publicada en Estrasburgo. Esta obra, que es muy rara, debe ser reproducida en facsímil exacto para proveerle a los estudiantes la oportunidad de examinar el texto actual con las diferentes formas de cifras empleadas. Probablemente, ningún otro volumen en la historia de la literatura creó una conmoción tan profunda como este sencillo y pequeño libro. Inmediatamente después de su publicación, el propósito para el cual el volumen fue creado, pasó a ser tema de especulación popular. Fue atacado y defendido tanto por teólogos como por filósofos, pero aun cuando los diferentes elementos contendientes son gradualmente calmados, los misterios que rodean al libro permanecen sin resolver. Se admite que su autor fue un hombre de excepcional conocimiento, y es digno de mención que aquellas mentes mención que aquellas mentes que poseían el entendimiento más profundo de los misterios de la Naturaleza estaban entre aquellos que se impresionaron profundamente con el contenido de Las bodas alquímicas. Muchas figuras halladas en los diversos libros sobre simbolismo publicados en la primera parte del siglo XVII guardan una similitud notable con los personajes y los episodios de Las bodas alquímicas. Es posible que la boda alquímica sea la clave del enigma del rosacrucismo baconiano. La presencia de algunas palabras en inglés en el texto en alemán de Las bodas alquímicas indica que su autor también conocía aquella lengua. El resumen siguiente de los episodios principales de los siete días de Las bodas alquímicas dará al lector una idea bastante completa de la profundidad de su simbolismo.


El primer día

Después de preparar en su corazón el cordero pascual junto con un panecillo ázimo, Christian Rosacruz estaba orando una noche antes de Pascua cuando lo sorprendió una violenta tormenta que amenazaba con derribar no solo su casita, sino hasta la colina en la que se alzaba. En medio de la tempestad, alguien le tocó la espalda y, al volverse, vio a una mujer espléndida, con alas llenas de ojos y vestida con ropas de color celeste y tachonadas de estrellas. En una mano sujetaba una trompeta y, en la otra, un paquete de cartas en todos los idiomas. Entregó una carta a C. R. C. y de inmediato se elevó en el aire y, al mismo tiempo, dio un toque de trompeta que sacudió la casa. Sobre el sello de la carta había una cruz extraña y las palabras In hoc signo vinces. En el interior, escrita con letras doradas sobre campo azur, había una invitación a una boda real. La invitación conmovió profundamente a C. R. C., porque así se cumplía una profecía que había recibido hacía siete años, aunque se sintió tan indigno que quedó paralizado de miedo. Al final, después de recurrir a la oración, trató de dormir. En sus sueños, se encontraba en un calabozo repugnante con una multitud de hombres, todos atados y encadenados con gruesas cadenas. Para empeorar sus graves sufrimientos, tropezaban entre ellos en la oscuridad. De pronto, llegó desde arriba el sonido de unas trompetas, se levantó la cubierta del calabozo y un rayo de luz rasgó la penumbra. Enmarcado en la luz apareció un hombre de cabeza cana, que anunció que descendería una cuerda siete veces y que quien pudiera aferrarse a la cuerda sería izado y quedaría libre. Se produjo entonces una gran confusión. Todos querían agarrar la cuerda y muchos empujaban a los demás para impedírselo. C. R. C. no albergaba ninguna esperanza de salvarse, pero de pronto la cuerda se balanceó hacia él; la aferró y fue elevado del calabozo. Una anciana llamada la «matrona antigua» escribía en un libro amarillo dorado los nombres de los que habían salido y cada uno de los redimidos recibió como recuerdo un trozo de oro con el símbolo del sol y las letras D LS. Como C. R. C. se había hecho daño mientras se aferraba a la cuerda, tenía dificultades para andar. La anciana le dijo que no se preocupase, sino que diese gracias a Dios, que le había permitido llegar a una luz tan elevada. Entonces sonaron las trompetas y C. R. C. despertó, pero el sueño había sido tan vívido que le seguían haciendo daño las heridas recibidas mientras dormía. Con su fe renovada, C. R. C. se levantó y se preparó para el matrimonio hermético. Se puso una chaqueta de lino blanco y se pasó una cinta roja en diagonal sobre los hombros. Se puso cuatro rosas rojas en el sombrero y para comer llevaba pan, agua y sal. Antes de salir de su casita, se arrodilló y juró que dedicaría al servicio de su prójimo todo el conocimiento que le fuera revelado. A continuación, se marchó de su casa alegremente.


El segundo día

Cuando se internó en el bosque que rodeaba su casita, a C. R. C. le pareció que toda la naturaleza se había preparado jubilosamente para la boda. Continuó cantando con alegría hasta llegar a un brezal verde en el que había tres cedros inmensos, de uno de los cuales colgaba una placa con una inscripción que describía los cuatro caminos que conducían al palacio del rey: el primero era corto y peligroso: el segundo, sinuoso; el tercero, un camino agradable y espléndido, y el cuarto, solo adecuado para cuerpos incorruptibles. Cansado y perplejo, C. R. C. decidió descansar; cortó una rebanada de pan y, cuando estaba a punto de comérsela, una paloma blanca se la pidió. De inmediato la paloma fue atacada por un cuervo y, al intentar separar las dos aves, sin darse cuenta C. R. C. corrió una distancia considerable por uno de los cuatro caminos: el que conducía hacia el sur. Un viento tremendo le impidió volver sobre sus pasos, conque el invitado a la boda se resignó a perder su pan y siguió por el camino hasta que atisbó a lo lejos una puerta enorme. Como el sol ya se ponía, se apresuró a llegar al portal, sobre el cual, entre otras figuras había una placa con las palabras Procul hinc procul ite profani.

Un guardián con un hábito color celeste pidió a C. R. C. su carta de invitación y, al recibirla, le pidió que entrara y adquiriese un distintivo. Tras describirse como hermano de la Rosa Cruz, C. R. C. recibió, a cambio de su botella de agua, un disco dorado con las letras S C. Como se acercaba la noche, el viajero se apresuró a llegar a la segunda puerta, custodiada por un león y de la que colgaba un cartel con las palabras Date et dabitur vobis, donde presentó una carta que le había dado el primer guardián. Al rogársele que adquiriera un distintivo con las letras S M, entregó su paquetito de sal y a continuación se apresuró a llegar a las puertas del palacio antes de que las cerraran con llave durante la noche. Mientras C. R. C. se acercaba, una hermosa virgen llamada Virgo Lucífera iba apagando las luces del castillo, de modo que entró justo a tiempo entre las pumas que se cerraban. Como al cerrarse estas quedó enganchado parte de su abrigo, se vio obligado a dejarlo. Allí escribieron su nombre en el librito de vitela del novio y le entregaron un par de zapatos nuevos y también un distintivo con las letras S P N. A continuación, unos pajes lo condujeron a una pequeña cámara, donde unos peluqueros invisibles le cortaron de la coronilla sus «rizos grises como el hielo», tras lo cual lo hicieron pasar a una sala amplia en la que estaban reunidos una cantidad considerable de reyes, príncipes y plebeyos. Cuando sonaron las trompetas, cada uno se sentó a la mesa y ocupó el puesto que le correspondía según su dignidad, de modo que C. R. C. se sentó en un asiento muy humilde. Como la mayoría de los seudofilósofos presentes eran hipócritas el banquete se transformó en una orgía, que, no obstante, se interrumpió de repente cuando comenzó a sonar una música majestuosa e inspirada. Durante casi media hora nadie habló. Entonces se abrió con gran estruendo la puerta del comedor y entraron miles de velas encendidas sujetas por manos invisibles.

Les seguían los dos pajes que iluminaban a la hermosa Virgo Lucífera, que iba sentada en un trono que se movía solo. Entonces, la virgen, vestida de blanco y oro, se puso de pie y anunció que, para evitar que entraran a la boda mística las personas que no eran dignas, al día siguiente se instalaría una balanza en la que se pesaría a cada invitado para determinar su integridad. Los que no estuvieran dispuestos a pasar por aquella prueba, agregó, debían quedarse en el comedor. Entonces se retiró, pero muchas de las velas se quedaron para acompañar a los invitados a sus habitaciones para pasar la noche. La mayoría de los presentes eran tan presuntuosos como para creer que podían pesarlos sin problemas, pero nueve de ellos —incluido C. R. C.—eran tan conscientes de sus defectos que temían el resultado y permanecieron en el salón, mientras a los demás los conducían a sus dormitorios. A aquellos nueve los ataron con cuerdas y los dejaron solos en la oscuridad. C. R. C. soñó entonces que veía a muchos hombres suspendidos sobre la tierra con hilos y entre ellos volaba un anciano que de vez en cuando cortaba algún hilo, de modo que muchos cayeron a tierra. Aquellos que, por su arrogancia, se habían elevado a gran altura cayeron, por tanto, desde más alto y sufrieron heridas más graves que los más humildes, que, al caer desde poca distancia, a menudo no experimentaban ningún contratiempo. Pensando que aquel sueño era un buen presagio. C. R. C. lo relató a un compañero y siguió conversando con él hasta el amanecer.


El tercer día

Poco después del alba sonaron las trompetas y entró la Virgo Lucífera, ataviada con terciopelo rojo, ceñida con una faja blanca y coronada de laureles acompañada por doscientos hombres de librea roja y blanca. Dio a entender a C. R. C. y a sus ocho compañeros que, probablemente, a ellos les iría mejor que a los demás invitados, tan presumidos Se colgaron balanzas de oro en medio de la sala y cerca de ellas se pusieron siete pesos: uno de buen tamaño, cuatro pequeños y dos enormes.

Los hombres de librea —cada uno de los cuales llevaba una espada desenvainada y una cuerda fume— se dividieron en siete grupos, en cada uno de los cuales se eligió un capitán, al cual se encomendó uno de los pesos Virgo Lucífera volvió a subir a su trono elevado y ordenó que comenzara la ceremonia. El primero en subir a la balanza fue un emperador tan virtuoso que los contrapesos no se movieron hasta que no se pusieron seis pesos del lado contrario, de modo que lo enviaron al sexto grupo. Tanto los ricos como los pobres se subieron a las balanzas, aunque fueron pocos los que superaron la prueba. A estos les entregaron vestiduras de terciopelo y coronas de laurel y después los hicieron sentar en los escalones del trono de Virgo Lucífera. Los que fracasaban eran ridiculizados y azotados. Al finalizar la «inquisición», uno de los capitanes suplicó a Virgo Lucífera que permitiera que se pesaran también los nueve hombres que se habían declarado indignos, lo cual provocó angustia y temor en C. R. C… De los siete primeros, a uno le fue bien y fue recibido con alegría. C. R. C. era el octavo y no solo resistió todos los pesos, sino que no lo pudieron mover ni siquiera cuando se colgaron tres hombres del lado contrario del astil. Un paje gritó: «¡Es él!». C. R. C. fue puesto en libertad de inmediato y se le permitió que liberara a uno de los prisioneros. Escogió al primer emperador. Virgo Lucífera le pidió entonces las rosas rojas que llevaba y él se las entregó enseguida. La ceremonia de las balanzas acabó a eso de las diez de la mañana. Una vez acordados los castigos que se impondrían a aquellos cuyos defectos se habían puesto de manifiesto, se sirvió a todos una comida. Los pocos «artistas» que habían superado la prueba —entre ellos C. R. C.— ocuparon los asientos principales, tras lo cual, en nombre del novio, les entregaron el vellocino de oro y un león volador. A continuación, Virgo Lucífera presentó a los invitados una copa magnífica y dijo que el rey había pedido que todos compartieran su contenido. Después llevaron a C. R. C. y a sus compañeros a unos andamios, desde donde contemplaron los diversos castigos que sufrieron los que habían fracasado. Antes de marcharse del palacio, cada uno de los invitados rechazados recibió un trago de olvido. Los elegidos regresaron entonces al castillo, donde se asignó a cada uno un paje instruido que lo condujo por las distintas partes del edificio. C. R. C. vio muchas cosas que sus compañeros no tuvieron el privilegio de contemplar, incluido el sepulcro real, donde aprendió «más de lo que existe en todos los libros». También visitó una biblioteca magnífica y un observatorio que contenía un globo enorme, de nueve metros de diámetro, en el que estaban marcados todos los países del mundo. A la hora de cenar, los distintos invitados presentaron acertijos y C. R. C. resolvió el que planteó Virgo Lucífera acerca de su propia identidad. Entonces entraron en el comedor dos jóvenes y seis vírgenes con espléndidas vestiduras, seguidas por una séptima que llevaba una corona. A esta última la llamaban «la duquesa» y la confundieron con la novia hermética. La duquesa dijo a C. R. C. que él había recibido más que los demás y, por consiguiente, debía devolver más. Después la duquesa pidió a cada una de las vírgenes que levantara uno de los siete pesos que quedaban en el salón. Dieron a Virgo Lucífera el más pesado, que fue colgado en la cámara de la reina mientras entonaban un himno. La primera virgen colgó su peso en la segunda cámara durante una ceremonia similar y así fueron procediendo, de habitación en habitación, hasta colocar todos los pesos La duquesa dio entonces la mano a C. R. C. y a sus compañeros y se retiró, seguida por sus vírgenes Entonces los pajes condujeron a los invitados a sus dormitorios. En el que asignaron a C. R. C. había colgados tapices extraordinarios y hermosas pinturas.


El cuarto día

Después de lavarse y de beber en el jardín de una fuente con varias inscripciones —entre ellas, una que decía: «Bebed, hermanos, y vivid»—, los invitados, con Virgo Lucífera a la cabeza, subieron los 365 escalones de la escalera real de caracol. Se entregaron coronas de laurel a los invitados y, cuando se alzó una cortina, se encontraron en presencia del rey y la reina. C. R. C. quedó sobrecogido por el esplendor de la sala del trono y sobre todo por la magnificencia de las vestiduras de la reina, tan deslumbrantes que ni siquiera podía mirarlas. Cada virgen presentó al rey a uno de los invitados y después de esta ceremonia Virgo Lucífera pronunció un breve discurso en el que enumeró los logros de los «artistas» honestos y suplicó que se preguntara a cada uno de ellos si ella había cumplido bien su obligación. El viejo Atlas se adelantó entonces y, en nombre de Sus Majestades, dio la bienvenida a la intrépida pandilla de filósofos y aseguró a Virgo Lucífera que recibiría una recompensa real. La longitud de la sala del trono quintuplicaba su anchura. Al oeste había un gran porche, en el que se alzaban tres tronos; el central estaba elevado. En cada trono había dos personas sentadas: en el primero había un rey anciano con una consoné joven; en el tercero, un rey negro con una matrona cubierta con un velo a su lado, y, en el central, dos personas jóvenes con una corona grande y costosa en la cabeza, en torno a la cual revoloteaba un pequeño Cupido que disparó sus flechas primero a los dos amantes y después a la sala. Delante de la reina había un libro forrado en terciopelo negro sobre un altarcito con adornos dorados Junto a él había una vela encendida, un globo celeste, un relojito notable, un tubito de cristal del cual salía un chorro de un licor transparente rojo como la sangre y una calavera con una serpiente blanca que le entraba y le salía de las órbitas Después de las presentaciones, los invitados volvieron a bajar al gran salón por la escalera de caracol. Más tarde, Virgo Lucífera anunció que se representaría una comedia para los seis invitados reales en un edificio llamado la Casa del Sol. C. R. C. y sus compañeros participaron en la procesión real, que llegó al teatro después de mucho andar. Era una obra en siete actos y, después de su final feliz, todos regresaron a través del jardín y volvieron a subir la escalera de caracol hasta la sala del trono. C. R. C. se dio cuenta de que el joven rey estaba muy triste y que, durante el banquete posterior, a menudo enviaba carne a la serpiente blanca de la calavera. Cuando acabó el festín, el joven rey, con el librito negro del altar en la mano, preguntó a sus huéspedes si todos serían fieles a él en la prosperidad y en la adversidad: cuando ellos asintieron temblando, él les pidió que firmaran con su nombre en el librito negro como prueba de su lealtad. Entonces, las personas reales bebieron de la pequeña fuente de cristal y a continuación los de más hicieron lo mismo y llamaron a aquello «la poción del silencio». A continuación, las personas reales estrecharon con tristeza la mano de todos los presentes De pronto tintineó una campanilla y de inmediato los reyes y las reinas se quitaron sus vestiduras blancas y se pusieron otras negras la habitación se llenó de colgaduras azabache y se retiraron las mesas Se vendaron los ojos de las personas reales con seis pañuelos negros de tafetán y se colocaron seis ataúdes en el centro de la habitación. Entró un verdugo moro vestido de negro y con un hacha, que fue decapitando, una a una, a las seis personas reales La sangre de cada una se recogió en una copa de oro que se colocó en los ataúdes, junto con el cuerpo. También fue decapitado el verdugo, cuya cabeza se colocó en un cofre pequeño. Virgo Lucífera, después de asegurar a C. R. C. y a sus compañeros que todo saldría bien si eran fieles y cumplían lo prometido, ordenó a los pajes que los condujeran a sus habitaciones para pasar la noche, mientras ella se quedaba a velar a los muertos. A eso de la medianoche, C. R. C. despertó de pronto y, al mirar por la ventana, vio siete embarcaciones que navegaban por un lago. Sobre cada una revoloteaba una llama: supuso que serían los espíritus de los decapitados. Cuando las naves llegaron a la orilla,Virgo Lucífera las recibió y en cada una de las seis embarcaciones se puso un ataúd tapado. En cuanto se despacharon así los ataúdes, se apagaron las luces y las llamas regresaron al otro lado del lago, de modo que solo quedó una luz de guardia en cada uno de los barcos. Después de observar aquella extraña ceremonia. C. R. C. volvió a la cama y durmió hasta la mañana siguiente.


El quinto día

C. R. C. se levantó al alba y rogó a su paje que le enseñara otros tesoros del palacio, de modo que este lo hizo bajar muchos escalones y lo condujo hasta una gran puerta de hierro con una inscripción curiosa, que él copió con sumo cuidado. La atravesó y se encontró en el tesoro real, cuya luz procedía exclusivamente de unos carbúnculos enormes. En el centro estaba el sepulcro triangular de lady Venus. El paje levantó una puerta de cobre que había en el suelo e hizo entrar a C. R. C. en una cripta en la que había una cama inmensa sobre la cual, cuando su guía levantó el cobertor, C. R. C. vio el cuerpo de Venus. A continuación, guiado por su paje, C. R. C. volvió junto a sus compañeros, pero no les contó nada de su experiencia. Virgo Lucífera, vestida de terciopelo negro y acompañada por sus vírgenes, condujo entonces a los invitados al patio, donde había seis féretros, cada uno con ocho portadores. C. R. C. era el único del grupo de «artistas» que sospechaba que los cuerpos de los reyes ya no estaban en aquellos ataúdes. Bajaron los ataúdes a sus tumbas e hicieron rodar encima grandes piedras. Virgo Lucífera rezó entonces una oración breve en la que exhortaba a cada uno a colaborar para devolver a la vida a las personas reales y anunció que debían viajar con ella a la Torre del Olimpo, el único lugar donde se podían encontrar los remedios necesarios para resucitar a los seis. C. R. C. y sus compañeros siguieron a Virgo Lucífera hasta la orilla, donde todos subieron a bordo de siete embarcaciones dispuestas según un orden extraño. Mientras los barcos atravesaban el lago y un canal estrecho para salir a mar abierto, los escoltaron sirenas, ninfas y diosas del mar, que, en honor de la boda, obsequiaron a la pareja real con una perla grande y hermosa. Cuando los barcos avistaron la Torre del Olimpo, Virgo Lucífera ordenó que se dispararan unos cañonazos para anunciar que se acercaban. De inmediato apareció una bandera blanca en la torre y un bote dorado, con un anciano a bordo —el guardián de la torre—, acompañado por guardias vestidos de blanco, salió a recibir a los barcos.

La Torre del Olimpo estaba situada en una isla perfectamente cuadrada y la rodeaba una gran muralla. Cuando el grupo atravesó la puerta, fue conducido a la parte inferior de la torre central, que contenía un laboratorio excelente, donde los invitados se pusieron de buen grado a sacudir y lavar plantas, piedras preciosas y todo tipo de cosas, a extraer su jugo y su esencia y a ponerlos en vasos. Virgo Lucífera puso a los «artistas» a trabajar tan arduamente que se sintieron como meros esclavos. Una vez finalizada la labor del día, se asignó a cada uno un colchón sobre el suelo de piedra. Como no podía dormir, C. R. C. se puso a deambular y a contemplar las estrellas: por casualidad encontró una escalera que conducía a lo alto de la muralla, subió por ella y estuvo mirando el mar; se quedó allí bastante rato y, cerca de la medianoche, vio siete llamas que atravesaron el mar hacia él y se congregaron en lo alto de la aguja de la torre central. Al mismo tiempo se levantó viento, el mar se volvió tempestuoso y la luna se cubrió de nubes. Con cierto temor, C. R. C. bajó corriendo las escaleras y regresó a la torre, se acostó en su colchón y se durmió arrullado por el sonido de un chorro de agua que corría suavemente en el laboratorio.


El sexto día

A la mañana siguiente, el anciano guardián de la torre examinó el trabajo que habían hecho en el laboratorio los invitados a la boda; como lo encontró satisfactorio, hizo traer escaleras, cuerdas y grandes alas y se dirigió a los «artistas» reunidos con estas palabras: «Queridos hijos míos, cada uno de vosotros debe llevar constantemente consigo durante el día de hoy una de estas tres cosas». Se echaron suertes y a C. R. C. le tocó, con gran desilusión por su parte, una escalera pesada. Los que consiguieron alas se las sujetaron a la espalda con tanta astucia que era imposible detectar que eran artificiales.

El anciano guardián encerró entonces a los «artistas» en la habitación inferior de la torre, pero poco después se destapó un agujero redondo en el techo y Virgo Lucífera invitó a todos a subir. Los que tenían alas salieron volando enseguida a través de la abertura, los que tenían cuerdas tropezaron con muchas dificultades, mientras que C. R. C., con su escalera, lo consiguió bastante rápido. En el segundo piso, los invitados a la boda, los músicos y Virgo Lucífera se reunieron en torno a una especie de fuente que contenía los cuerpos de las seis personas reales.

Virgo Lucífera puso entonces la cabeza del moro en un recipiente semejante a una olla que había en la parte superior de la fuente y vertió encima las sustancias preparadas el día anterior en el laboratorio. Las vírgenes pusieron lámparas debajo. Aquellas sustancias, al hervir, atravesaron los agujeros que había a los lados de la olla y, al caer en los cuerpos que había en la fuente de abajo, los disolvió. Una vez reducidos al estado líquido los seis cuerpos reales, se abrió un grifo en el extremo inferior de la fuente y el líquido pasó a un globo dorado inmenso que, una vez lleno, pesaba muchísimo. Entonces se retiraron todos menos los invitados a la boda y poco después se abrió, como antes, un agujero en el techo y los invitados subieron en tropel al tercer piso, donde se colgó el globo de una cadena fuerte. Los muros del aposento eran de cristal y había espejos dispuestos de tal manera que los rayos del sol se concentraban en el globo central, que, por consiguiente, se calentó mucho. Posteriormente se desviaron los rayos del sol y dejaron que el globo se enfriase, tras lo cual lo abrieron con un diamante y quedó al descubierto un hermoso huevo blanco. Virgo Lucífera lo cogió y se marchó con él. Después de atravesar otra trampilla, los invitados se encontraron en el cuarto piso, donde había una olla cuadrada llena de arena de cuarzo, calentada por un fuego suave. Pusieron el gran huevo blanco sobre la arena para que madurara. Poco después se cascó y salió un ave fea y malhumorada, a la que alimentaron con la sangre de las personas reales decapitadas, diluida con agua preparada. Cada vez que le daban de comer, sus plumas cambiaban de color: de negro pasaron a blanco y al final quedaron de varios colores y el carácter del ave fue mejorando al mismo tiempo. Entonces se sirvió la cena, tras la cual Virgo Lucífera se marchó con el ave. Los invitados subieron con cuerdas, escaleras y alas al quinto piso, donde habían preparado una bañera coloreada con un polvo blanco fino para el ave, que disfrutó del baño hasta que las lámparas dispuestas debajo calentaron demasiado el agua. Cuando el calor había hecho que el ave perdiera todas las plumas la sacaron, pero el fuego siguió encendido, hasta que no quedó en la bañera nada más que un sedimento en forma de una piedra azul, que después machacaron y convirtieron en pigmento, con el cual pintaron toda el ave, salvo la cabeza.

A continuación, los invitados subieron al sexto piso, donde se alzaba un pequeño altar, parecido al que había en la sala del trono del rey. El ave bebió de la pequeña fuente y la alimentaron con la sangre de la serpiente blanca que se arrastraba por las aberturas de la calavera. La esfera que había junto al altar daba vueltas sin parar. El reloj dio la una, las dos y después las tres y a esa hora el ave apoyó el cuello sobre el libro y fue decapitada. Ardió su cuerpo hasta quedar reducido a cenizas, que pusieron en una caja de madera de ciprés. Virgo Lucífera dijo a C. R. C. y a tres de sus camaradas que eran «laboradores» holgazanes y lentos y, por consiguiente, no podrían entrar en la séptima sala. Llamaron a los músicos para que, soplando sus cornetas, se burlaran de ellos y los echaran de la cámara. C. R. C. y sus tres compañeros se desalentaron, hasta que los músicos les dijeron que levantaran el ánimo y los hicieron subir por una escalera de caracol al octavo piso de la torre, justo debajo del techo, donde los recibió el anciano guardián, de pie sobre un hornillo redondo, y los felicitó por haber sido elegidos por Virgo Lucífera para aquella obra más importante. Entonces entró Virgo Lucífera, que, tras reírse de la perplejidad de sus invitados, vació las cenizas del ave en otro recipiente y llenó la caja de ciprés con alguna sustancia inútil. Entonces regresó al séptimo piso, supuestamente para engañar a los que estaban reunidos allí y ponerlos a trabajar con las cenizas falsas de la caja. A C. R. C. y sus tres amigos los pusieron a humedecer las cenizas del ave con un agua preparada especialmente, hasta que la mezcla adquirió la consistencia de una masa: después la calentaron e hicieron con ella dos formas minúsculas, que, una vez abiertas, dejaron al descubierto dos imágenes humanas brillantes y casi transparentes, de unos diez centímetros de alto (homúnculos), uno masculino y el otro femenino. Tendieron aquellas formas diminutas sobre cojines de raso y las alimentaron gota a gota con la sangre del ave, hasta que crecieron y alcanzaron un tamaño normal y una gran belleza. Aunque sus cuerpos tenían la consistencia de la carne, no mostraban ningún signo de vida, porque no poseían alma. A continuación rodearon los cuerpos con antorchas y les cubrieron el rostro con seda. Apareció entonces Virgo Lucífera con dos prendas blancas muy curiosas. También entraron las vírgenes, seis de ellas con grandes trompetas. Pusieron una trompeta sobre la boca de una de las dos figuras y C. R. C. vio que se abría un agujerito diminuto en la cúpula de la torre y un rayo de luz descendía por el tubo de la trompeta y penetraba en el cuerpo. El mismo proceso se repitió tres veces en cada cuerpo. Se llevaron sobre unas parihuelas aquellas dos formas a las que acababan de infundir alma y, alrededor de media hora después, el joven rey y la joven reina despenaron y Virgo Lucífera les entregó las vestiduras blancas Ellos se las pusieron y el rey en persona se dignó regresar gracias a C. R. C. y sus compañeros, tras lo cual las personas reales partieron en una embarcación. C. R. C. y sus tres amigos privilegiados se volvieron a juntar con los otros «artistas», sin mencionar en absoluto Jo que habían visto. Posteriormente se asignaron a todo el grupo unas cámaras espléndidas en las que descansaron hasta el día siguiente.


El séptimo día

Por la mañana. Virgo Lucífera anunció que todos los invitados a la boda habían sido nombrados Caballeros de la Piedra Dorada. El anciano guardián entregó a cada uno una medalla de oro que por una cara llevaba la inscripción «Ar. Nat. Mi.» y, por la otra cara, «Tem. Na. E».

Todo el grupo regresó en doce naves al palacio del rey. Las banderas de los barcos llevaban los signos del Zodiaco y a C. R. C. le correspondió el de Libra. Cuando entraron en el lago, salieron a recibirlos muchos barcos y el rey y la reina, acompañados por sus señores, sus damas y sus vírgenes, se adelantaron en una barcaza de oro a recibir a los invitados que regresaban. Entonces Atlas pronunció una breve oración en nombre del rey y pidió también por los reyes presentes. En respuesta, el anciano guardián entregó a Cupido, que revoloteaba en torno a la pareja real, un cofrecito de forma curiosa. C. R. C. y el anciano señor, cada uno portando una enseña blanca como la nieve con una cruz roja, fueron en el carruaje con el rey. En la primera puerta estaba el portero vestido de azul, que, al ver a C. R. C., le suplicó que intercediera ante el rey para que lo librara de aquel puesto de servidumbre. El rey respondió que el portero era un astrólogo famoso que había sido obligado a vigilar la entrada como castigo por el delito de haber mirado a lady Venus cuando descansaba en su lecho y añadió que solo podía quedar libre cuando se encontrase a otro que hubiese cometido el mismo delito. Al oír esto, a C. R. C. se le cayó el alma a los pies, porque se dio cuenta de que era él el culpable, aunque en aquel momento guardó silencio. Los recién designados Caballeros de la Piedra Dorada tuvieron que suscribir los cinco artículos redactados por Su Alteza Real: 1) que solo atribuirían su Orden a Dios y a Su sierva, la Naturaleza; 2) que abominarían de toda impureza y vicio; 3) que siempre estarían dispuestos a asistir a las personas respetables y a los necesitados; 4) que no emplearían su conocimiento ni su poder para alcanzar dignidades terrenales, y 5) que no desearían vivir más tiempo del que Dios hubiese decretado. A continuación asumieron como caballeros y la ceremonia se confirmó en una capilla pequeña, en la que C. R. C. colgó su vellocino de oro y su sombrero como recuerdo eterno y donde inscribió lo siguiente: «Summa Scientia nihil Scire, Fr. Christianus Rosencreutz. Eques aurei Lapidis Anno 1459».

Después de la ceremonia, C. R. C. reconoció que había sido él quien había mirado a Venus y, por consiguiente, debía convertirse en guardián de la puerta. El rey lo abrazó con cariño y le asignaron una habitación amplia en la que había tres camas: una para él, una para el anciano señor de la torre y la tercera para el viejo Atlas. Las bodas alquímicas acaba así de pronto, dejando la impresión de que C. R. C. asumiría sus obligaciones como portero a la mañana siguiente. El libro concluye con una oración incompleta y con una nota en cursiva, supuestamente del editor. Tras el simbolismo de una boda alquímica, los filósofos medievales ocultaron el sistema secreto de cultura espiritual mediante el cual esperaban coordinar a los disjecta membra tanto del organismo humano como del social. Para ellos, la sociedad era una estructura triple que tenía su analogía en la constitución trina del hombre, que está hecho de espíritu, mente y cuerpo, como la sociedad está compuesta por la Iglesia, el Estado y el pueblo. La intolerancia de la Iglesia, la tiranía del Estado y la furia de la muchedumbre son los tres medios mortíferos de la sociedad que pretenden destruir la verdad, como narra la leyenda masónica de Hiram Abif. Los seis primeros días de Las bodas alquímicas presentan los procesos de «creación» filosófica que cualquier organismo debe superar. Los tres reyes son el espíritu triple del ser humano y sus consortes son sus correspondientes vehículos de expresión en el mundo inferior. El verdugo es la mente, cuya parte superior —representada por la cabeza— es necesaria para alcanzar el trabajo filosófico. De este modo, cuando las partes del ser humano —que los alquimistas simbolizaban como planetas y elementos— se fusionan según una fórmula divina determinada, se produce la creación de dos «criaturas» filosóficas que, alimentadas con la sangre del ave alquímica, se convierten en soberanos del mundo.


Jacques Bergier - Melquisedeque

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