quarta-feira, 1 de fevereiro de 2023

Manly Palmer Hall - La Magia de los Metales y las Piedras Preciosas

 

Según las enseñanzas de los Misterios, los rayos de los cuerpos celestes, al chocar contra las influencias cristalizadoras del mundo inferior, se convierten en los distintos elementos. Como son partícipes de las virtudes astrales de su origen, estos elementos neutralizan determinadas formas desequilibradas de la actividad celestial y, cuando se combinan adecuadamente, contribuyen en gran medida al bienestar humano. Poco sabemos en la actualidad acerca de estas propiedades mágicas, pero es posible que al mundo moderno le resulte provechoso analizar los descubrimientos de los filósofos antiguos que determinaron aquellas relaciones mediante una experimentación exhaustiva. De dicha investigación surgió la costumbre de identificar los metales con los huesos de las diversas divinidades. Por ejemplo, según Manetón, los egipcios consideraban que el hierro era el hueso de Marte y la piedra imán, el de Horus.
Por analogía, el plomo sería el esqueleto físico de Saturno; el cobre, el de Venus; el azogue, el de Mercurio; el oro, el del sol; la plata, el de la luna, y el antimonio, el de la tierra. Tal vez se demuestre que el uranio es el metal de Urano y el radio, el de Neptuno. Las cuatro edades de los místicos griegos —la Edad de Oro, la Edad de Plata, la Edad de Bronce y la Edad de Hierro— son expresiones metafóricas que hacen referencia a los cuatro períodos principales de la vida de todas las cosas. En las divisiones del día, representan el amanecer, el mediodía, el crepúsculo y la medianoche; en la vida de los dioses, los hombres y el universo, denotan los períodos del nacimiento, el crecimiento, la madurez y la decadencia. Las edades griegas también guardan una correspondencia estrecha con las cuatro yugas de los hindúes: Krita-yuga, Treta-yuga, Dvapara-yuga y Kali-yugu.
Ullamudeian describe de esta manera la forma de calcularlas: «En cada uno de los doce signos hay 1800 minutos; si multiplicamos esta cifra por 12, el resultado es 21 600; es decir, 1800 x 12 = 21 600. Si multiplicamos 21 600 por 80, el resultado es 1728 000, que es la duración de la primera edad, llamada Krita-yuga. Si multiplicamos el mismo número por 60, el resultado será 1296 000, que son los años de la segunda edad, Treta-yuga. Si se multiplica esta cantidad por 40, el resultado es 864 000, la duración de la tercera edad: Dvapara-yuga. La misma cantidad, multiplicada por 20, da 432 000, la cuarta edad, Kali-yuga». (Obsérvese que estos múltiplos disminuyen de forma inversamente proporcional a la tetractys pitagórica: 1, 2, 3 y 4.)
Según H. P. Blavatsky, Orfeo enseñaba a sus seguidores a influir en el público mediante una piedra imán y Pitágoras prestaba especial atención al color y la naturaleza de las piedras preciosas; añade también lo siguiente: «Los budistas afirman que el zafiro produce serenidad y ecuanimidad y expulsa los malos pensamientos, al establecer una circulación sana en el hombre. Lo mismo hace una batería eléctrica, con su corriente bien dirigida, según nuestros electricistas. Los budistas sostienen que “el zafiro puede abrir (al espíritu del hombre) puertas y viviendas, aunque tengan barrotes; produce el deseo de orar y aporta más paz que ninguna otra piedra preciosa, pero quien lo use debe llevar una vida pura y santa”».
Abundan en la mitología los relatos sobre anillos mágicos y joyas talismánicas. En el segundo libro de la República, Platón describe un anillo que, cuando el engaste estaba vuelto hacia dentro, volvía invisible a su portador. Gracias a él, el pastor Giges llegó al trono de Lidia. Flavio Josefo también describe los anillos mágicos diseñados por Moisés y el rey Salomón y Aristóteles menciona uno que proporcionaba amor y honor a su poseedor. En su capítulo sobre este tema, Enrique Cornelio Agripa no solo menciona los mismos anillos, sino que además afirma, basándose en la autoridad de Filóstrato, que Apolonio de Tiana prolongó su vida durante más de ciento treinta años con la ayuda de siete anillos mágicos que le obsequió un príncipe de las Indias Orientales. Cada uno de aquellos siete anillos llevaba engastada una piedra preciosa que poseía la naturaleza de uno de los siete planetas dominantes de la semana y, al cambiar a diario los anillos, Apolonio se protegía de la enfermedad y de la muerte, gracias a la intervención de las influencias planetarias. El filósofo también enseñó a sus discípulos las virtudes de aquellas joyas talismánicas y consideraba aquella información imprescindible para el teúrgo. Agripa describe la preparación de anillos mágicos con las siguientes palabras: «Cuando cualquier estrella [planeta] asciende afortunadamente, con el aspecto o conjunción favorable de la luna, debemos tomar una piedra y una planta que estén bajo aquella estrella y hacer un anillo del metal que sea adecuado para ella y engastar en él la piedra y poner la planta o la raíz debajo, sin omitir las inscripciones de imágenes, nombres y caracteres, así como también las sufumigaciones correspondientes».
Hace tiempo que se toma el anillo como símbolo de consecución, perfección e inmortalidad; esto último se debe a que el aro de metal precioso no tiene principio ni final. En los Misterios, los iniciados llevaban anillos cincelados para parecer una serpiente con la cola en la boca, como prueba material de la posición que habían alcanzado en la orden. Los hierofantes llevaban sellos en los que se grababan determinados emblemas secretos y no era extraño que un mensajero, para demostrar que era el representante oficial de un príncipe o de algún otro dignatario, portara junto con el mensaje una impresión del anillo de su amo o el propio sello. La intención original del anillo de boda era implicar que en la naturaleza de su portador se había alcanzado el estado de equilibrio y totalidad. Por consiguiente, aquella banda sencilla de oro daba fe de la unión del Ser Superior (Dios) con el ser inferior (la Naturaleza) y la ceremonia que consumaba aquella unión indisoluble de la Divinidad y la humanidad en la naturaleza única del místico iniciado constituía el matrimonio hermético de los Misterios.
Al describir las insignias del mago, Éliphas Lévi declara que el domingo (el día del sol) debe llevar en la mano derecha una varita dorada con un rubí o un crisólito engarzado; el lunes (el día de la luna) debe llevar un collar de tres vueltas compuesto por perlas, cristales y selenitas; el martes (el día de Marte) debe llevar una varita de acero magnetizado y un anillo del mismo metal con una amatista engarzada; el miércoles (el día de Mercurio) debe llevar un collar de perlas o cuentas de vidrio que contengan mercurio y un anillo con una ágata engarzada; el jueves (el día de Júpiter) debe llevar una varita de vidrio o resina y ponerse un anillo con una esmeralda o un zafiro engarzados; el viernes (el día de Venus) debe llevar una varita de cobre pulido y ponerse un anillo con una turquesa y una corona o una diadema adornada con lapislázuli y berilo, y el sábado (el día de Saturno) debe llevar una varita adornada con un ónice y una cadena en tomo al cuello hecha de plomo.
Paracelso, Agripa, Kircher, Lilly y muchos otros magos y astrólogos han hecho tablas con las gemas y las piedras correspondientes a los distintos planetas y signos del Zodiaco. A partir de sus escritos se ha elaborado la lista que aparece a continuación. Se atribuyen al sol el carbúnculo, el rubí, el granate —sobre todo el piropo— y otras piedras ardientes y a veces el diamante; a la luna, la perla, la selenita y otras formas de cristal; a Saturno, el ónice, el jaspe, el topacio y algunas veces el lapislázuli; a Júpiter, el zafiro, la esmeralda y el mármol; a Marte, la amatista, el jacinto, la piedra imán y en ocasiones el diamante; a Venus, la turquesa, el berilo, la esmeralda y a veces la perla, el alabastro, el coral y la cornalina; a Mercurio, el crisólito, el ágata y el mármol de muchos colores.
Al Zodiaco, los mismos expertos le asignaron las siguientes gemas y piedras: a Aries, la sardónica, la sanguinaria, la amatista y el diamante; a Tauro, la cornalina, la turquesa, el jacinto, el zafiro, el ágata musgosa y la esmeralda; a Géminis, el topacio, el ágata, la crisoprasa, el cristal y el aguamarina; a Cáncer, el topacio, la calcedonia, el ónice negro, la piedra de la luna, la perla, el ojo de gato, el cristal y a veces la esmeralda; a Leo, el jaspe, la sardónica, el berilo, el rubí, el crisólito, el ámbar, la turmalina y a veces el diamante; a Virgo, la esmeralda, la cornalina, el jade, el crisólito y a veces el jaspe rosado y el jacinto; a Libra, el berilo, el sardo, el coral, el lapislázuli, el ópalo y a veces el diamante; a Escorpio, la amatista, el berilo, la sardónica, el aguamarina, el carbúnculo, la piedra imán, el topacio y la malaquita; a Sagitario, el jacinto, el topacio, el crisólito, la esmeralda, el carbúnculo y la turquesa; a Capricornio, la crisoprasa, el rubí, la malaquita, el ónice negro, el ónice blanco, el azabache y la piedra de la luna; a Acuario, el cristal, el zafiro, el granate, el circón y el ópalo: a Piscis, el zafiro, el jaspe, el crisólito, la piedra de la luna y la amatista. Tanto el espejo mágico como la bola de cristal son símbolos poco comprendidos. ¡Ay del mortal ignorante que crea al pie de la letra las historias que circulan sobre ellos! Descubrirá —a menudo a costa de su cordura y su salud — que, aunque muchas veces se confundan, la hechicería y la filosofía no tienen nada en común. Los magos persas llevaban espejos como símbolo de la esfera material que refleja la divinidad desde cada una de sus partes. La bola de cristal, de la que tanto se ha abusado como medio para cultivar los poderes parapsicológicos, es un símbolo triple:
l) representa el Huevo Universal cristalino, en cuyas profundidades transparentes existe la creación; 2) es un modelo adecuado de la divinidad antes de que se sumerja en la materia, y 3) representa la esfera etérica del mundo, en cuyas esencias traslúcidas se estampa y se preserva la imagen perfecta de toda la actividad terrestre.
Los meteoros, o rocas del espacio, se consideraban muestras del favor divino y se conservaban como prueba de un pacto entre los dioses y la comunidad en la que caían. De vez en cuando se encuentran piedras naturales con marcas o cortes curiosos. En China hay una placa de mármol cuya veta es un retrato perfecto del dragón chino. La piedra de Oberammergau, tallada por la naturaleza en una notable semejanza con el rostro de Cristo, según se lo concibe popularmente, es tan extraordinaria que hasta los monarcas europeos solicitaban el privilegio de contemplarla. Este tipo de piedras eran objeto de muy alta estimación por parte de los pueblos primitivos e incluso en la actualidad ejercen una influencia enorme sobre las personas con mentalidad religiosa.

Manly Palmer Hall - El Santo Grial

 

Igual que el zafiro Schethiyâ, el Lapis Exilis, la joya de la corona del arcángel Lucifer, cayó del cielo. Miguel, arcángel del sol y dios oculto de Israel, a la cabeza de los ejércitos angélicos, se abatió sobre Lucifer y sus legiones de espíritus rebeldes. Durante el conflicto, Miguel, con su espada flamígera, arrancó de un golpe el brillante Lapis Exilis deja corona de su adversario y la piedra verde atravesó los anillos celestiales y cayó en el abismo oscuro e inconmensurable. De la gema radiante de Lucifer se formó el sangreal, o Santo Grial, del cual dicen que bebió Cristo en la última cena. Aunque sigue siendo objeto de controversia si el Grial era una copa o una fuente, por lo general se representa como un cáliz de considerable tamaño y belleza poco corriente. Según la leyenda, José de Arimatea llevó la copa o Grial al lugar de la crucifixión y recogió en ella la sangre que manaba de las heridas del nazareno moribundo. Posteriormente, José, que se había convertido en custodio de las reliquias sagradas —el sangreal y la lanza de Longino—, se las llevó a un país lejano. Según una versión, sus descendientes al final depositaron aquellas reliquias en la abadía de Glastonbury, en Inglaterra; según otra, las llevaron a un hermoso castillo en Montsalvat, en España, construido por los ángeles en una sola noche. Con el nombre de Preste Juan, Parsifal, el último de los reyes del Grial, llevó consigo a India la copa sagrada, que así desapareció para siempre del mundo occidental. La búsqueda posterior del sangreal constituyó el motivo de la mayor parte de las historias de caballería andante de las leyendas artúricas y las ceremonias de la mesa redonda.
Jamás se ha dado una interpretación adecuada de los Misterios del Grial. Algunos creen que los Caballeros del Santo Grial eran una organización poderosa de místicos cristianos que perpetuó la Sabiduría Antigua mediante los rituales y los sacramentos de la copa oracular. La búsqueda del Santo Grial es la búsqueda eterna de la verdad y Albert G. Mackey encuentra en ella una variación de la leyenda masónica de la Palabra Perdida, buscada durante tanto tiempo por los miembros de la Hermandad. También hay pruebas que demuestran que la historia del Grial es una ampliación de un antiguo mito pagano de la naturaleza, que se ha conservado por la sutileza con que estaba injertado en el culto del cristianismo. Desde este punto de vista en particular, el Santo Grial es, sin duda, un tipo de arca o recipiente en el cual se preserva la vida del mundo y, por consiguiente, representa el cuerpo de la Gran Madre: la Naturaleza. Su color verde lo asocia con Venus y con el misterio de la generación y también con la fe islámica, cuyo color sagrado es el verde y cuyo sabbat es el viernes, el día de Venus.
El Santo Grial es un símbolo tanto del mundo inferior (o irracional) como de la naturaleza física del hombre, porque los dos son receptáculos de las esencias vivas de los mundos superiores. Este es el misterio de la sangre redentora que, al descender sobre el estado de la muerte, vence al último enemigo, animando a toda la sustancia con su propia inmortalidad. Para el cristiano, cuya fe mística destaca en particular el elemento del amor, el Santo Grial representa el corazón, en el cual se arremolina constantemente el agua viva de la vida eterna. Además, para el cristiano, la búsqueda del Santo Grial es la búsqueda del Yo verdadero que, una vez hallado, constituye la consumación de la magnum opus.
Los únicos que pueden encontrar la copa sagrada son los que se han elevado por encima de las limitaciones de la sensualidad. En su poema místico The Vision of Sir Launfal, James Russel Lowell revela la verdadera naturaleza del Santo Grial, al demostrar que solo es visible para un estado determinado de conciencia espiritual. Únicamente al regresar de la búsqueda vana de la ambición exaltada, el caballero anciano y arruinado reconoció en la copa transformada del leproso el cáliz resplandeciente con el que había soñado toda su vida. Algunos autores encuentran similitudes entre la leyenda del Grial y las historias de las divinidades solares mártires cuya sangre, al descender de los cielos a la tierra, caía en la copa de la materia, de la cual era liberada mediante los ritos iniciáticos. El Santo Cirial también podía ser la vaina utilizada con tanta frecuencia en los Misterios antiguos como emblema de germinación y resurrección y, si la forma de cáliz del Grial deriva de la flor, significa la regeneración y la espiritualización de las fuerzas generadoras del hombre.
Hay muchos relatos de imágenes de piedra que, por las sustancias que entraban en su composición y el ceremonial que se siguió en su construcción, fueron dotadas de alma por las divinidades a semejanza de las cuales habían sido creadas. A dichas imágenes se atribuían diversas facultades humanas y poderes, como el habla, el pensamiento e incluso el movimiento. Si bien no cabe duda de que los sacerdotes renegados recurrían a artimañas —se relata un ejemplo de ellas en un fragmento apócrifo curioso titulado Bel and the Dragon, que, supuestamente, se suprimió del final del Libro de Daniel—, muchos de los fenómenos registrados en relación con estatuas y reliquias consagradas resultan muy difíciles de explicar, a menos que se admita la intervención de medios sobrenaturales.
La historia registra la existencia de piedras que sumían en estado de éxtasis a todos aquellos que oían el sonido que producían al ser golpeadas. También ha habido imágenes que seguían resonando durante horas después de que la propia sala hubiese quedado en silencio y piedras musicales que producían las armonías más dulces En reconocimiento de la santidad que atribuían a las piedras, los griegos y los romanos apoyaban la mano sobre determinados pilares consagrados cuando hacían un juramento. En la Antigüedad, las piedras desempeñaban un papel para determinar el destino de los acusados, porque era habitual que los jurados, para alcanzar su veredicto, echaran guijarros en una bolsa.
Los griegos recurrían a menudo a las piedras para adivinar el futuro y dicen que Helena predijo la destrucción de Troya mediante la litomancia. Muchas supersticiones populares sobre las piedras sobreviven durante la llamada edad de las tinieblas; destaca entre ellas la relacionada con la famosa piedra negra del asiento del trono de la coronación de la abadía de Westminster, de la cual se dice que es la misma roca que Jacob usó como cabezal. La piedra negra también aparece varias veces en el simbolismo religioso. La llamaban Heliogábalo, una palabra que se supone deriva de Elagabal, la divinidad solar sirio-fenicia. La piedra estaba consagrada al sol y se le atribuían propiedades grandes y diversas. La piedra negra de la Kaaba, en La Meca, se sigue venerando en todo el mundo musulmán. Dicen que al principio era blanca y brillaba tanto que se podía ver desde varios días de distancia de La Meca, pero que, con el paso de los siglos, se fue ennegreciendo por las lágrimas de los peregrinos y los pecados del mundo.

Manly Palmer Hall - Las Tablas de la Ley

 

Cuando estaba en lo alto del monte Sinaí, Moisés recibió de Jehová dos tablas en las que se inscribían los caracteres del Decálogo, trazados por el propio dedo del Dios de Israel. Aquellas tablas estaban hechas del zafiro divino, Schethiyâ, que el Altísimo, tras arrancarlo de su propio trono, había lanzado al abismo para que se convirtiera en el fundamento y el generador de los mundos. El aliento divino rompió aquella piedra sagrada, hecha de rocío celestial, y en cada una de las dos partes el fuego negro dibujó las figuras de la Ley. Aquellas inscripciones preciosas, resplandecientes de esplendor celestial, fueron entregadas por el Señor el día del sabbat en las manos de Moisés, que pudo leer las letras iluminadas del lado del revés por la transparencia de la gran joya.
Los Diez Mandamientos son las diez piedras preciosas brillantes que el Uno Santo puso en el mar de zafiro del Ser, y en las profundidades de la materia los reflejos de estas joyas se ven como las leyes que rigen las esferas sublunares. Son los diez sagrados, mediante los cuales la Divinidad Suprema ha estampado Su voluntad sobre la faz de la Naturaleza. Es la misma década a la cual los pitagóricos rendían homenaje bajo la forma de la tetractys, el triángulo de puntos espermáticos que revela a los iniciados todo el funcionamiento del plan cósmico; porque el diez es el número de la perfección, la llave de la creación y el símbolo adecuado de Dios, el hombre y el universo. Por su idolatría, Moisés pensó que los israelitas no eran dignos de recibir las tablas de zafiro y, por consiguiente, las destruyó, para que los Misterios de Jehová no fueran violados. En lugar del original, Moisés utilizó dos tablas de piedra tosca, en cuya superficie grabó diez letras antiguas. Mientras que en las primeras tablas —partícipes de la divinidad del árbol de la Vida—resplandecían las verdades eternas, las segundas —partícipes de la naturaleza del árbol del Bien y del Mal— solo revelaban verdades temporales, de modo que la antigua tradición de Israel regresó una vez más al cielo y no dejó más que su sombra entre los hijos de las doce tribus. Una de las dos tablas de piedra que el Legislador entregó a sus seguidores representaba las tradiciones orales y la otra, las tradiciones escritas en las que se fundaba la Escuela Rabínica. Los distintos expertos no se ponen de acuerdo sobre el tamaño ni sobre el contenido de las tablas inferiores.
Algunos dicen que eran tan pequeñas que cabían en el hueco de una mano; otros declaran que cada tabla medía diez o doce codos de largo y tenía un peso enorme. Unos cuantos niegan incluso que fueran de piedra y sostienen que eran de una madera llamada sedr, que, según los musulmanes, abunda en el Paraíso. Las dos tablas significan el mundo superior y el inferior, respectivamente: el principio formativo paterno y el materno. En su estado individual presentan lo andrógino cósmico. La rotura de las tablas significa vagamente la separación de la esfera superior de la inferior y también la división de los sexos. En las procesiones religiosas de los griegos y los egipcios se transportaba un arca o una embarcación que contenía tablas, conos y recipientes de piedra de diversas formas que representaban los procesos de procreación. El arca de los israelitas —construida según el modelo de los arcones sagrados de los Misterios isíacos— contenía tres objetos sagrados, cada uno de los cuales tenía una importante interpretación fálica: el cuenco de maná, la vara que reverdeció y las tablas de la ley, que son el primero, el segundo y el tercer principio de la tríada creativa. El maná, la vara que reverdeció y las tablas de piedra son también imágenes adecuadas de la Cábala, la Mishná y la ley escrita, respectivamente, o sea, el espíritu, el alma y el cuerpo del judaísmo. Cuando la llevaron a la Casa Eterna del rey Salomón, el Arca de la Alianza solo contenía las tablas de la ley. ¿Querrá decir esto que, incluso en épocas tan tempranas, la tradición secreta ya se había perdido y solo quedaba la letra de la revelación?
Como representación del poder que creó la esfera inferior o demiúrgica, las tablas de piedra eran sagradas para Jehová, en contraposición a las tablas de zafiro, que representaban la potencia que establecía la esfera superior o celestial. No cabe duda de que las tablas mosaicas tienen su prototipo en los pilares u obeliscos de piedra colocados a ambos lados de la entrada de los templos paganos. Es posible que estas columnas pertenezcan a aquella época remota en la que los hombres adoraban al Creador a través de Su signo zodiacal de Géminis, cuyo símbolo siguen siendo los pilares fálicos de los gemelos celestes. «Los Diez Mandamientos —escribe Hargrave Jennings— están inscritos en dos grupos de cinco cada uno, en forma columnar. Los cinco que están a la derecha (mirando desde el altar) significan la Ley; los cinco que están a la izquierda significan los Profetas. La piedra de la derecha es masculina y la de la izquierda, femenina. Corresponden a los dos pilares (o torres) de piedra separados que hay delante de todas las catedrales y de todos los templos de las épocas paganas». El mismo autor afirma que la Ley es masculina, porque procede directamente de la divinidad, mientras que los Profetas, o los Evangelios, eran femeninos, porque nacieron a través de la naturaleza humana. La tabla de la ley derecha simboliza también a Jachin, el pilar blanco de la luz, y la izquierda, a Boaz, el pilar sombrío de la oscuridad. Así se llamaban los dos pilares de bronce situados en el porche del templo del rey Salomón. Tenían dieciocho codos de altura y estaban decorados con hermosas coronas de cadenas, redes y granadas.
En lo alto de cada pilar había un gran cuenco —en la actualidad dicen, erróneamente, que era una bola o un globo—: es probable que uno de ellos tuviera fuego y el otro, agua. El globo celeste —al principio era el cuenco que contenía fuego— que coronaba la columna de la derecha (Jachin) era el símbolo del hombre divino; el globo terrestre (el cuenco de agua) que coronaba la columna de la izquierda (Boaz) era el símbolo del hombre terrenal. Estos dos pilares connotan también, respectivamente, la expresión activa y la pasiva de la energía divina, el sol y la luna, el azufre y la sal, el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Entre ellos está la puerta que conduce a la Casa de Dios y, al encontrarse a la entrada del santuario, son un recordatorio de que Jehová es una divinidad tanto andrógina como antropomorfa. Como dos columnas paralelas, denotan los signos zodiacales de Cáncer y Capricornio, que antiguamente se ponían en la cámara de iniciación para representar el nacimiento y la muerte: los extremos de la vida física. Por consiguiente, representan el solsticio de verano y el de invierno, que los masones conocen actualmente con la denominación relativamente moderna de «los dos san Juan».
En el misterioso árbol sefirótico de los judíos, estos dos pilares representan la misericordia y el rigor. Estas columnas que se alzaban delante de la entrada del templo del rey Salomón tenían la misma importancia simbólica que los obeliscos que había delante de los santuarios en Egipto. Según su interpretación cabalística, los nombres de los dos pilares significan: «en la fortaleza se establecerá Mi Casa». En el esplendor de la iluminación mental y espiritual, el Sumo Sacerdote se situaba entre los dos pilares como testigo mudo de la virtud perfecta del equilibrio: ese punto hipotético equidistante de todos los extremos. Personificaba así la naturaleza divina del hombre en medio de su constitución compleja: la misteriosa mónada pitagórica ante la presencia de la díada. A un lado se elevaba la columna formidable del intelecto y, al otro, el pilar de bronce de la carne. A mitad de camino entre los dos se alza el hombre sabio glorificado, aunque no puede alcanzar el estado elevado sin haber sufrido antes sobre la cruz que surge de la unión de aquellos dos pilares. Algunas veces, los judíos primitivos representaban a los dos pilares, Jachin y Boaz, como las piernas de Jehová, con lo cual querían decir al filósofo moderno que la Sabiduría y el Amor, en su sentido de máxima exaltación, soportan todo el orden de la creación, tanto el mundano como el supramundano.

Manly Palmer Hall - Cultus Arborum

 

El culto a los árboles como representantes de la divinidad era frecuente en todo el mundo antiguo. A menudo se construían templos en el centro de las arboledas sagradas y se celebraban ceremonias nocturnas bajo las ramas extendidas de grandes árboles con adornos fantásticos y engalanados en honor de su divinidad patrona. En muchos casos se creía que los propios árboles poseían los atributos de poder divino e inteligencia y, por consiguiente, a menudo se dirigían a ellos las súplicas. Por su belleza, dignidad, solidez y fuerza, los robles, los olmos y los cedros se adoptaron como símbolos de poder, integridad, permanencia, virilidad y protección divina. Para varios pueblos antiguos, entre los que destacan los hindúes y los escandinavos, el Macrocosmos, o Gran Universo, era un árbol divino que crecía a partir de una sola semilla sembrada en el espacio. Los griegos, los persas, los caldeos y los japoneses tienen leyendas que describen el árbol o el junco axial en torno al cual gira la tierra. Kapila afirma que el universo es el árbol eterno, Brahma, que nace de una semilla imperceptible e intangible: la mónada material. Los cabalistas medievales representaban la creación como un árbol con las raíces en la realidad del espíritu y las ramas en la ilusión de la existencia tangible. Por eso, el árbol sefirótico de la Cábala estaba invertido, con las raíces en el cielo y las ramas en la tierra. La señora Blavatsky destaca que la Gran Pirámide se consideraba un símbolo de aquel árbol invertido, con las raíces en el vértice de la pirámide y las ramas abriéndose en cuatro direcciones hacia la base.
El árbol del universo de los escandinavos, Yggdrasil, sostiene en sus ramas nueve esferas, o mundos, que los egipcios representaban mediante los nueve estambres del aguacate. Todas caben dentro de la misteriosa décima esfera, o huevo cósmico, que es la clave indefinida de los Misterios. El árbol cabalístico de los judíos también estaba compuesto por nueve ramas, o mundos, que emanaban de la primera causa o corona, que rodea sus emanaciones como la cáscara rodea el huevo. La única fuente de vida y la diversidad infinita de su expresión tienen una analogía perfecta en la estructura del árbol. El tronco representa el origen único de toda la diversidad; las raíces, bien enterradas en la tierra oscura, simbolizan el nutrimiento divino, y la multiplicidad de las ramas, que se extienden a partir del tronco central, representa la infinidad de efectos universales que dependen de una sola causa.
El árbol también se acepta como símbolo del microcosmos, es decir, del hombre. Según la doctrina esotérica, el hombre existe primero como posibilidad dentro del cuerpo del árbol del universo y después florece como manifestación objetiva en sus ramas. Según un mito primitivo de los Misterios griegos, el dios Zeus creó la tercera raza de hombres a partir de los fresnos. La serpiente, que tan a menudo aparece enroscada alrededor del tronco del árbol, suele representar la mente —la capacidad de pensar— y es el eterno tentador o impulso que acaba conduciendo a todas las criaturas racionales al descubrimiento de la realidad y así acaba con el dominio de los dioses. La serpiente oculta en el follaje del árbol universal representa la mente cósmica y, en el árbol humano, el intelecto individualizado. Como consecuencia del concepto de que toda la vida nace de semillas, los cereales y varias plantas fueron aceptados como emblemas del espermatozoide humano y, por consiguiente, el árbol era simbólico de la vida organizada que evolucionaba a partir de su germen primitivo. El desarrollo del universo a partir de su semilla primitiva se puede comparar con el crecimiento del poderoso roble a partir de una bellota diminuta. Aunque aparentemente el árbol es mucho más grande que su propio origen, este contiene en potencia cada una de las ramas, ramitas y hojas que más adelante se desarrollarán de forma objetiva mediante los procesos de crecimiento.
La veneración del hombre por los árboles como símbolos de las cualidades abstractas de la sabiduría y la integridad también lo llevó a llamar «árboles» a las personas que poseían aquellas cualidades divinas hasta un grado aparentemente sobrehumano. Por consiguiente, llamaron «árboles» u «hombres árboles» a los filósofos y los sacerdotes muy preclaros, como los druidas —cuyo nombre significa, según una versión, «los hombres de los robles»— o los iniciados de determinados Misterios sirios, a los que llamaban «cedros»; en realidad, es mucho más verosímil y probable que los famosos cedros del Líbano que se talaron para construir el templo del rey Salomón en realidad fueran sabios iniciados e iluminados. Los místicos saben que los verdaderos soportes de la gloriosa casa de Dios no eran los troncos, que se podían pudrir, sino los intelectos inmortales e imperecederos de los hierofantes árboles.
Los árboles se mencionan muchas veces tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento y en las escrituras de diversas naciones paganas. El árbol de la Vida y el árbol del Conocimiento del Bien y del Mal que se mencionan en el Génesis, la zarza ardiente en la cual el ángel se apareció a Moisés, la famosa vid y la higuera del Nuevo Testamento, el huerto de los olivos en el jardín de Getsemaní al que Jesús fue a orar y el árbol milagroso del Apocalipsis, que producía doce frutos diferentes y cuyas hojas servían para curar a las naciones, dan testimonio de la estima que sentían por los árboles los escribas de las Sagradas Escrituras. Buda recibió su iluminación mientras estaba debajo del árbol bodhi, cerca de Madrás, en India, y varios dioses orientales se representan sentados meditando bajo las ramas abiertas de árboles poderosos. Muchos de los grandes sabios y salvadores llevaban bastones, varas y cayados hechos con la madera de árboles sagrados, como las varas de Moisés y de Aarón; Gungnir, la lanza de Odín, cortada del árbol de la Vida. y el caduceo sagrado de Hermes, en tomo al cual se enroscaban las serpientes enfrentadas.
Los numerosos usos que dieron los antiguos al árbol y sus productos son factores que contribuyen a su simbolismo. Su culto estaba basado, hasta cierto punto, en su utilidad. J. P. Lundy escribe al respecto: «Los árboles ocupan un lugar tan importante en la economía de la naturaleza, porque atraen y conservan la humedad y protegen del sol las fuentes de agua y el suelo para evitar la esterilidad y la desolación; son tan útiles para el hombre, para darle sombra, frutos, medicinas, combustible, material para construir casas y barcos, muebles y casi todos los aspectos de la vida, que no es de extrañar que a algunos de los más notables, como el roble, el pino, la palmera y el plátano, los consideren sagrados y los usen para el culto».
Los primeros Padres de la Iglesia a veces usaban el árbol como símbolo de Cristo. Creían que el cristianismo acabaría por crecer como un roble poderoso, que dejaría en la sombra a todas las demás fes de la humanidad. Como todos los años pierde su follaje, también se consideraba al árbol un emblema adecuado de la resurrección y la reencarnación, porque, aunque pareciera que moría en otoño, volvía a florecer con renovado verdor en la primavera siguiente. Tras la denominación del árbol de la Vida y el árbol del Conocimiento del Bien y del Mal se esconde el gran arcano de la Antigüedad: el misterio del equilibrio. El árbol de la Vida representa el punto de equilibrio espiritual: el secreto de la inmortalidad.
El árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, como su nombre indica, representa la polaridad o el desequilibrio: el secreto de la mortalidad. Así lo revelan los cabalistas al asignar la columna central de su diagrama sefirótico al árbol de la Vida y las dos ramas laterales, al árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. «Las fuerzas desequilibradas perecen en el vacío», anuncia la obra secreta, y todo se da a conocer. La manzana representa el conocimiento de los procesos de la procreación, con cuyo despenar se estableció el universo material. La alegoría de Adán y Eva en el jardín del Edén es un mito cósmico y revela los métodos de la creación universal y la individual. La historia en sí, aceptada durante tantísimos siglos por un mundo irreflexivo, es absurda, pero el misterio creativo del cual es símbolo es una de las verdades más profundas de la naturaleza. Los ofitas (adoradores de serpientes) veneraban a la serpiente del Edén, porque era la causa de la existencia individual. Aunque la humanidad deambula todavía en un mundo de bondad y maldad, acabará por llegar al final y comerá el fruto del árbol de la Vida, que crece en medio del jardín ilusorio de las cosas mundanas. Por consiguiente, el árbol de la Vida también es el símbolo asignado a los Misterios y, al ser partícipe de sus frutos, el hombre alcanza la inmortalidad.
El roble, el pino, el fresno, el ciprés y la palmera son los cinco árboles de mayor importancia simbólica. El Dios Padre de los Misterios a menudo era adorado con la forma de un roble; el Dios Salvador —con frecuencia el mártir del universo—, con la forma de un pino: el eje del mundo y la naturaleza divina en la humanidad, con la forma de un fresno; la diosa o el principio maternal, con la forma de un ciprés, y el polo positivo de la generación, con la forma de la inflorescencia de la palmera datilera masculina. La piña es un símbolo fálico desde la Antigüedad más remota. El tirso de Baco —una vara o bastón largo, con una piña o un racimo de uvas en el extremo y con hojas de hiedra o de parra o a veces cintas enrolladas alrededor— significa que las maravillas de la Naturaleza solo se pueden alcanzar con ayuda de la virilidad solar, que está representada por la piña o por las uvas. En los Misterios frigios, Atis, el salvador solar omnipresente, muere bajo las ramas del pino (en alusión al globo solar en el solsticio de invierno) y por este motivo el pino era sagrado para su culto. Este árbol también era sagrado en los Misterios de Dioniso y de Apolo.
Entre los egipcios y los judíos antiguos, la acacia, o tamarindo, era objeto de la máxima estima religiosa y, para los masones modernos, las ramas de acacia, ciprés, cedro o de las plantas de hoja perenne siguen siendo emblemas muy significativos. La Acacia seyal, que los hijos de Israel utilizaron para construir el Tabernáculo y el Arca de la Alianza, era una especie de acacia. Albert Pike ha descrito este árbol sagrado con las siguientes palabras: «La acacia auténtica, además, es el tamarindo espinoso, el mismo árbol que creció alrededor del cuerpo de Osiris. Era un árbol sagrado para los árabes, que hicieron con él la imagen de la diosa Al-Uzza, que Mahoma destruyó. Abunda en forma de arbusto en el desierto de Thur y con ella se fabricó la corona de espinas que pusieron en la frente de Jesús de Nazaret. Es adecuada como símbolo de inmortalidad, por la tenacidad con la que vive, porque se conocen casos en los que, habiendo sido usada como jamba de una puerta, volvió a echar raíces y nuevas ramas en el umbral».
Es muy posible que buena parte de la veneración que recibe la acacia se deba a los atributos peculiares de la mimosa o sensitiva, con la cual la identificaban a menudo los antiguos. Según una leyenda copta, la sensitiva fue la primera entre todos los árboles y arbustos que adoró a Cristo. Por su rápido crecimiento y su belleza, la acacia también se considera emblemática de la fecundidad y la generación.

El simbolismo de la acacia se puede interpretar de cuatro maneras distintas:
1) como emblema del equinoccio vernal: la resurrección anual de la divinidad solar; 
2) con la forma de la sensitiva, que se encoge ante el contacto humano, la acacia representa la pureza y la inocencia, como implica uno de los significados de su nombre en griego: 
3) es una representación adecuada de la inmortalidad y la regeneración y, en forma de planta perenne, representa la parte inmortal del hombre que sobrevive a la destrucción de su naturaleza visible;
4) es el emblema antiguo y venerado de los Misterios y los candidatos que entraban en los tortuosos pasadizos secretos en los que se celebraban las ceremonias llevaban en las manos ramos de estas plantas sagradas o ramitos de flores santificadas. 

Albert G. Mackey llama la atención al hecho de que cada uno de los Misterios antiguos tuviera su propia planta consagrada a los dioses en cuyo honor se celebraban los rituales. Aquellas plantas sagradas se adoptaron posteriormente como símbolos de los diversos grados en los que se empleaban. Por ejemplo, en los Misterios de Adonis era sagrada la lechuga; en los ritos brahmanes y egipcios, el loto: entre los druidas, el muérdago, y en algunos de los Misterios griegos, el mirto.
Como la leyenda de Hiram Abif se basa en el antiguo ritual mistérico egipcio del asesinato y la resurrección de Osiris, es natural que se preserve el ramito de acacia como símbolo de la resurrección de Hiram. El arcón que contenía el cuerpo de Osiris fue arrastrado por la corriente hasta la orilla, cerca de Biblos, y se instaló en las raíces de un tamarindo, o acacia, que creció hasta convertirse en un árbol poderoso, en cuyo tronco quedó alojado el cuerpo del dios asesinado. No cabe duda de que este es el origen de la historia según la cual un ramito de acacia marca la tumba de Hiram. El misterio de la planta perenne que indica la tumba del dios del sol muerto se perpetúa también en el árbol de Navidad.
El albaricoque y el membrillo son símbolos yónicos conocidos, mientras que el racimo de uvas y el higo son fálicos. La granada es la Ruta mística de los ritos eleusinos; al comerla, Proserpina quedó ligada a los reinos de Plutón. En este caso, la fruta representa la vida sensual que, una vez probada, priva al hombre, transitoriamente, de la inmortalidad. Además, por la gran cantidad de semillas que tiene, la granada se utilizaba a menudo para representar la fecundidad natural. Por el mismo motivo, Jacob Bryant, en A New System, or an Analysis of Ancient Mythology, señala que los antiguos reconocían en esta fruta un emblema adecuado del arca del diluvio universal, que contenía las semillas de la nueva raza humana. En los Misterios antiguos, también se consideraba a la granada un símbolo divino de una importancia tan peculiar que su verdadera explicación no se podía divulgar. Los cabiros la llamaban «el secreto prohibido». Muchos dioses griegos se representan con una granada o una flor del granado en la mano, evidentemente para indicar que proporcionan vida y abundancia. Las columnas Jachin y Boaz, situadas delante del templo del rey Salomón, tenían capiteles en forma de granada y, por orden de Jehová, se bordaban flores de granado en la parte inferior del efod del Sumo Sacerdote. El vino fuerte hecho con el zumo de la uva se consideraba símbolo de la vida falsa y la luz falsa del universo, porque se producía mediante un proceso falso: la fermentación artificial. La bebida fuerte nubla el raciocinio y la naturaleza animal, liberada de su cautiverio, controla al individuo, unos hechos que, necesariamente, tenían la máxima importancia espiritual. Como la naturaleza inferior es el tentador eterno que intenta conducir al hombre hacia excesos que inhiben las facultades espirituales, la uva y su producto se usaban para representar al Adversario. Según los egipcios, el zumo de la uva era la sustancia que más se parecía a la sangre: incluso creían que la uva obtenía la vida de la sangre de los difuntos puestos bajo tierra. Según Plutarco, «en Heliópolis, los sacerdotes del sol no entraban jamás con vino en sus templos, […] y si en algún momento lo usaban en sus libaciones a los dioses, no era porque lo considerasen aceptable para ellos por su naturaleza, sino que lo derramaban sobre sus altares como si fuera la sangre de los enemigos que habían luchado contra ellos, porque para ellos el vino brotaba de la tierra después de que esta hubiese engordado con los huesos de los caídos en las guerras contra los dioses. Y este es —según ellos— el motivo por el cual beber su zumo en grandes cantidades enloquece a los hombres y los pone fuera de sí, llenándolos, por así decirlo, de la sangre de sus propios antepasados».
En algunos cultos, el estado de embriaguez se consideraba una condición similar al éxtasis, porque se creía que el individuo estaba poseído por el espíritu universal de la vida, cuyo vehículo elegido era el vino. En los Misterios, a menudo se usaba la uva para simbolizar la lujuria y la disipación, que tienen efectos desmoralizantes en la naturaleza emocional. Sin embargo, se reconocía que la fermentación era la prueba evidente de la presencia del fuego solar y por eso se aceptaba la uva como símbolo adecuado del espíritu solar, el dador del entusiasmo divino. De forma bastante similar, los cristianos aceptan el vino como símbolo de la sangre de Cristo y lo beben en la santísima comunión. Cristo, el emblema exotérico del espíritu solar, dijo: «Yo soy la vida». Por eso lo adoraban con el vino del éxtasis, como a sus prototipos paganos: Baco. Dioniso, Atis y Adonis. A la Mandragora of icinarum, o mandrágora, se le atribuyen unos poderes mágicos de lo más extraordinarios. Los griegos reconocían sus propiedades narcóticas y la utilizaban para aliviar el dolor durante las intervenciones quirúrgicas; también se la ha identificado con la baaras, la planta mística que los judíos utilizaban para expulsar a los demonios. En Las guerras de los judíos, Flavio Josefo describe el método para obtener la baaras, que, según él, emite relámpagos y destruye a todos los que pretenden tocarla, a menos que sigan determinadas reglas, formuladas, supuestamente, por el mismísimo rey Salomón.
Por sus propiedades ocultas, muy poco conocidas, la mandrágora se ha utilizado como un talismán que puede incrementar el valor o la cantidad de todo aquello con lo que se asocie. Como amuleto fálico, se consideraba una cura infalible para la esterilidad. Era uno de los símbolos de Príapo, de cuya adoración se acusaba a los Caballeros Templarios. La raíz de la planta se parece mucho al cuerpo humano y a menudo mostraba el contorno de la cabeza, los brazos o las piernas. Esta notable similitud entre el cuerpo humano y la mandrágora es uno de los enigmas de la ciencia natural y el verdadero fundamento de la veneración que se tenía por esta planta. En Isis sin velo, la señora Blavatsky destaca que la mandrágora parece ocupar en la tierra el punto en el que se unen el reino vegetal y el animal, como ocurre en el mar con los zoófitos y los pólipos. Este concepto abre un amplio campo de especulación acerca de la naturaleza de esta planta de aspecto animal. Según una superstición popular, la mandrágora se encogía cuando la tocaban y gritaba con voz humana, aferrándose con desesperación al suelo al que estaba fijada. Quienquiera que oyera su grito al arrancarla moría de inmediato o se volvía loco. Para evitar semejante tragedia, lo habitual era excavar alrededor de las raíces de la mandrágora hasta aflojar bien la planta y después atar un extremo de una cuerda en tomo al tallo y el otro extremo a un perro, que, al obedecer a la llamada de su amo, arrancaba la raíz de la tierra y se convertía así en víctima de la maldición de la mandrágora. Una vez desarraigada, la planta se podía manipular sin inconvenientes.

Durante la Edad Media, los amuletos de mandrágora se cotizaban muy bien y se desarrolló un arte que acentuaba bastante la semejanza entre la raíz de mandrágora y el cuerpo humano. Como la mayoría de las supersticiones, la creencia en los poderes especiales de la mandrágora se basaba en una antigua doctrina secreta relacionada con la verdadera naturaleza de la planta. «Es ligeramente narcótica —afirma Éliphas Lévi— y los antiguos le atribuían virtudes afrodisíacas y decían que los hechiceros tesalios la buscaban como ingrediente para sus filtros. ¿Será esta raíz el vestigio umbilical de nuestro origen terrestre, como sugiere cierto misticismo mágico? No nos atrevemos a afirmarlo en serio, pero, de todos modos, es cierto que el hombre ha salido del limo de la tierra y que su primer aspecto debió de ser en forma de un esbozo tosco. Las analogías de la naturaleza nos fuerzan a admitir este concepto, al menos como posibilidad. En tal caso, los primeros hombres habrán sido una familia de mandrágoras gigantescas y sensibles, animadas por el sol, que se desarraigaron de la tierra.»

La cebolla hogareña era venerada por los egipcios como símbolo del universo, porque sus aros y sus capas representaban los planos concéntricos en los que se dividía la creación, según los Misterios herméticos. También se consideraba que poseía grandes virtudes medicinales. Debido a las propiedades peculiares que resultan de su sabor acre, el ajo era un agente poderoso en la magia trascendental. Hasta el día de hoy, no se ha encontrado ningún medio mejor para tratar la obsesión. El vampirismo y ciertas formas de locura —sobre todo las derivadas de la comunicación con los espíritus y las influencias de larvas elementales— responden enseguida al uso del ajo. En la Edad Media se creía que su presencia en una casa la protegía de todos los poderes malignos.

Las plantas que tienen tres hojas, como el trébol, se utilizaban en muchos cultos religiosos para representar el principio de la trinidad. Se supone que san Patricio utilizó el trébol para explicar su doctrina de la divinidad trina. El motivo de la santidad adicional que se otorgaba a la cuarta hoja consiste en que el cuarto principio de la Trinidad es el hombre y, por consiguiente, la presencia de aquella hoja representa la redención de la humanidad.
Durante la iniciación en los Misterios y la lectura de los libros sagrados, la gente se ponía coronas de flores o de hojas, para indicar que estos procesos estaban consagrados a las divinidades. Richard Payne Knight escribe lo siguiente acerca del simbolismo de las coronas: «En lugar de cuentas, en las monedas aparecen coronas de hojas, por lo general de laurel, olivo, mirto, hiedra o roble, algunas veces alrededor de las figuras simbólicas y otras veces sobre su cabeza, como guirnaldas. Todas estaban consagradas a alguna personificación particular de la divinidad y representaban algún atributo determinado y, en general, todas las perennes eran plantas dionisíacas, es decir, símbolos del poder generativo, que expresa la perpetuidad de la juventud y la energía, como los círculos de cuentas y las diademas expresan la perpetuidad de la existencia».

La Piedra Filosofal es un antiguo símbolo del hombre perfeccionado y regenerado cuya naturaleza divina resplandece a través de una cadena de vehículos purificados y desarrollados. Al igual que el áspero diamante es opaco y sin vida cuando es extraído del carbón negro, así también la naturaleza espiritual del hombre en su estado caído revela poca, si alguna, de su inherente luminosidad. Al igual que en las manos del diestro lapidario la piedra sin forma se transforma en una brillante gema de cuyas facetas emanan corrientes de fuego multicolor, así también sobre el torno del Divino Lapidario el alma del hombre es cimentada y pulida hasta reflejar la gloria de su Creador desde cada átomo. El perfeccionamiento del Alma de Diamante a través del arte filosóficoalquímico es el objeto oculto del Rosacrucismo Hermético. Albert Mackey ve una correlación entre la Piedra Filosofal y el Templo Masónico, ya que ambos representan la realización y el logro del ideal. En la filosofía, la Piedra del Sabio es «la Razón suprema e inalterable. Encontrar lo Absoluto en lo Infinito, en lo Indefinido y en lo Finito, es el Magnum Opus, la Gran Obra de los Sabios, que Hermes denominó la Obra del Sol».
Quien posea la Piedra Filosofal posee la Verdad, el más grande de todos los tesoros, y por lo tanto, es rico más allá de lo estimado por el hombre; es inmortal porque la Razón no tiene en cuenta a la muerte y él está curado de Ignorancia, la más abominable de todas las enfermedades. La Piedra Hermética es Poder Divino, algo que todos los hombres buscan pero que solo encuentran aquellos que la ven como un intercambio de ese poder temporal que debe morir. Para el místico, la Piedra Filosofal es amor perfecto que transmuta todo lo que es básico y eleva todo lo que está muerto.

PIEDRAS, METALES Y GEMAS

Según enseñaban los primeros filósofos, cada uno de los cuatro elementos primarios tiene su análogo en la cuádruple constitución terrestre del hombre. Las piedras y la tierra corresponden a los huesos y la carne; el agua, a los distintos fluidos; el aire, a los gases, y el fuego, al calor del cuerpo. Como los huesos son el marco que sostiene la estructura corporal, se pueden considerar un emblema adecuado del espíritu: el fundamento divino que sostiene el tejido complejo formado por la mente, el alma y el cuerpo. Para el iniciado, el esqueleto de la muerte que sujeta la guadaña con sus dedos huesudos representa a Saturno (Cronos), el padre de los dioses, que lleva la hoz con la que mutiló a Ouranos, su propio padre.
En la lengua de los Misterios, los espíritus de los hombres son los huesos de Saturno reducidos a polvo. Este dios siempre se adoraba con el símbolo de la base o el pie, puesto que se lo consideraba la infraestructura que sostenía la creación. El mito de Saturno tiene su sustento histórico en los registros fragmentarios conservados por los antiguos griegos y fenicios con respecto a un rey de este nombre que gobernaba el antiguo continente de Hiperbórea. Como Polaris, Hiperbórea y la Atlántida están enterradas debajo de los continentes y los océanos del mundo moderno, a menudo se representan como rocas que mantienen sobre su extensa superficie nuevas tierras, razas e imperios. Según los Misterios escandinavos, las piedras y los acantilados se formaron a partir de los huesos de Ymir, el gigante primigenio de arcilla ardiente, mientras que, para los místicos helenos, las rocas eran los huesos de la Gran Madre, Gæa. Después del diluvio enviado por los dioses para destruir a la humanidad al final de la Edad de Hierro, los únicos que quedaron con vida fueron Deucalión y Pirra. Al entrar en un santuario en ruinas para orar, un oráculo les dijo que se marcharan del templo y, con la cabeza velada y la ropa suelta, echaran a sus espaldas los huesos de su madre. Deucalión entendió que el mensaje críptico del dios quería decir que la tierra era la Gran Madre de todas las criaturas, de modo que recogió unas piedras sueltas, le pidió a Pirra que hiciera lo mismo y las arrojó a sus espaldas De aquellas piedras surgió una raza nueva y fornida de seres humanos: las piedras que arrojó Deucalión se convirtieron en hombres y las que arrojó Pirra, en mujeres. Esta alegoría representa el misterio de la evolución humana, porque el espíritu, al infundir alma en la materia, se convierte en el poder interno que, poco a poco pero siguiendo un orden, eleva el mineral al estado vegetal, la planta al plano animal, el animal a la dignidad humana y el hombre al estado de los dioses.
El sistema solar se organizaba mediante fuerzas que actuaban hacia dentro a partir del gran anillo de la esfera de Saturno y, puesto que Saturno controlaba el comienzo de todas las cosas, lo más lógico es deducir que las primeras formas de culto estaban dedicadas a él y a su símbolo peculiar: la piedra. Por consiguiente, la naturaleza intrínseca de Saturno es sinónimo de la roca espiritual que es el fundamento imperecedero del templo solar y tiene como antitipo u octava inferior a la roca terrestre —el planeta Tierra—, que sostiene sobre su superficie irregular los diversos géneros de la vida terrenal. A pesar de lo incierto de su origen, no cabe duda de que la litolatría constituye una de las primeras formas de expresión religiosa. «En todo el mundo —escribe Godfrey Higgins—, parece que el primer objeto de idolatría fue una piedra simple, sin trabajar, puesta en el suelo, como emblema del poder generador o procreador de la naturaleza.»
Existen restos del culto a las piedras distribuidos por la mayor parte de la superficie terrestre; un ejemplo notable son los menhires de Carnac, en Bretaña: varios miles de piedras gigantescas y sin cortar, dispuestas en once hileras. Muchos de estos monolitos sobresalen más de seis metros de la arena en la que están clavados y, según los cálculos, algunos de los más grandes pueden pesar más de cien toneladas. Hay quienes creen que determinados menhires marcan el lugar donde hay un tesoro escondido, aunque lo más plausible es que Camac sea un monumento al conocimiento astronómico de la Antigüedad. Los túmulos de piedra (cairn), los dólmenes, los menhires y las cistvaen o cámaras funerarias que hay dispersas por todas las islas británicas y en Europa se levantan como testimonios mudos, pero elocuentes, de la existencia y los logros de unas razas que ya se han extinguido.
Tienen particular interés las «rocas balancín», que ponen de manifiesto la habilidad mecánica de aquellos pueblos primitivos. Estas reliquias consisten en rocas enormes, apoyadas en uno o dos puntos pequeños, de tal manera que se balancean al ejercer una presión mínima y, sin embargo, el mayor esfuerzo no basta para hacerlas caer. Los griegos y los romanos las llamaban «piedras vivas»; la más famosa es la «Gygorian stone», situada en el estrecho de Gibraltar, que, aunque tenía un equilibrio tan perfecto que se la podía mover con el tallo de un narciso, ni el peso de muchos hombres podía hacerla caer. Cuenta la leyenda que Hércules puso una roca balancín sobre las tumbas de los dos hijos de Bóreas, a los que había matado en combate, y la piedra estaba tan bien colocada que, si bien se mecía con el viento, no se caía por más fuerza que se le aplicara. Se han encontrado numerosas rocas balancín en Gran Bretaña y en Stonehenge se han hallado rastros de una que ya no existe.
Interesa destacar la posibilidad de que las piedras verdes que forman el círculo interior de Stonehenge procedan de África. En muchos casos, los monolitos no llevan ninguna talla ni inscripción, porque sin duda son anteriores tanto al uso de herramientas como al arte de la escritura. Algunas veces se han cortado las piedras para darles forma de columnas u obeliscos, como en los monumentos rúnicos y en las piedras de lingam y sakti; en otras ocasiones se les ha dado una forma más o menos parecida a la del cuerpo humano, como en el caso de las estatuas de la isla de Pascua, o se han convertido en figuras esculpidas con primor, como las de los indios centroamericanos y los khmer de Camboya. Las primeras imágenes de piedra tosca apenas se pueden considerar efigies de una divinidad en particular, sino, más bien, un intento rudimentario del hombre primitivo de representar, en las cualidades duraderas de la piedra, los atributos procreadores de la divinidad abstracta. En todas las etapas intermedias entre el hombre primitivo y la civilización moderna ha persistido el reconocimiento instintivo de la estabilidad de la divinidad. Algunas pruebas más que suficientes de la supervivencia de la litolatría en la fe cristiana son las alusiones a la «roca del refugio», la roca sobre la cual se edificará la iglesia de Cristo, la «piedra que los constructores desecharon», la piedra que Jacob se había puesto por cabezal y después erigió como estela y sobre la cual derramó aceite, la piedra que David lanzó con su honda, la roca del monte Moña en la que se erigió el altar del templo del rey Salomón, la piedra blanca del Apocalipsis y la roca eterna. Los pueblos prehistóricos veneraban mucho las piedras, fundamentalmente porque eran útiles. Es probable que unos trocitos irregulares de piedra fueran las primeras armas del hombre; los acantilados y los riscos constituyeron sus primeras fortificaciones y desde aquellas posiciones estratégicas arrojaba rocas contra los merodeadores. En cavernas o en cabañas rudimentarias construidas con placas de piedra, los primeros seres humanos se protegían del rigor de los elementos. Se levantaban piedras como indicadores y como monumentos a los logros primitivos; también se colocaban sobre las tumbas de los muertos, probablemente como medida de precaución, para evitar la depredación de los animales salvajes. Durante las migraciones, aparentemente era habitual que los pueblos primitivos transportasen consigo piedras procedentes de su hábitat original. Como la tierra natal o el lugar de nacimiento de una raza se consideraba sagrado, aquellas piedras eran símbolos del aprecio universal que todas las naciones compartían con respecto a su lugar de origen. Descubrir que el fuego se podía obtener frotando dos piedras aumentó la reverencia que el hombre sentía por ellas, aunque con el tiempo el mundo de maravillas hasta entonces insospechado que abrió el elemento del fuego, recién descubierto, hizo que la pirolatría sustituyera al culto a las piedras. El Padre oscuro y frío —la piedra— dio origen al Sol brillante —el fuego— y la llama recién nacida desplazó a su padre y se convirtió en el más impresionante y misterioso de los símbolos religiosos filosóficos extendido y perdurable a lo largo de los siglos.
El cuerpo de todas las cosas se comparaba con una roca, ya fuera cortada en forma de cubo o labrada con más cuidado para hacer un pedestal, mientras que el espíritu de las cosas se comparaba con la figura tallada con cuidado que se le ponía encima. Por consiguiente, se erigieron altares como símbolo del mundo inferior y se mantenía encendido el fuego en ellos para representar la esencia espiritual que iluminaba el cuerpo que los coronaba. En realidad, el cuadrado es una de las caras de un cubo, la figura correspondiente en geometría plana y su símbolo filosófico. En consecuencia, cuando consideraban la tierra como un elemento y no como un cuerpo, los griegos, los brahmanes y los egipcios siempre hacían referencia a sus cuatro esquinas, aunque eran totalmente conscientes de que el planeta en sí era una esfera. Como sus doctrinas eran la base firme de todo conocimiento y el primer paso para alcanzar la inmortalidad consciente, los Misterios se representaban a menudo como piedras cúbicas o piramidales. Por su parte, estas historias se convirtieron en el emblema de la condición de la divinidad alcanzada por uno mismo. La inalterabilidad de la piedra la convirtió en emblema adecuado de Dios —la fuente inamovible e inalterable de la existencia— y también de las ciencias divinas: la relevación eterna de Sí mismo a la humanidad. Como personificación del intelecto racional, que es la verdadera base de la vida humana, Mercurio, o Hermes, se simbolizaba de manera similar. Se instalaban en lugares públicos pilares cuadrados o cilíndricos, coronados por una cabeza de Hermes con barba y llamados «hermas». Término, una forma de Júpiter y dios de los límites y las fronteras, de cuyo nombre deriva la palabra moderna «terminal», también se representaba mediante una piedra vertical, a veces adornada con la cabeza del dios, que se colocaba en el límite de las provincias y en las intersecciones de los caminos importantes. La piedra filosofal en realidad es la piedra del filósofo, porque la filosofía se compara con una joya mágica, cuyo contacto convierte las sustancias de baja ley en piedras invalorables como ella misma. La sabiduría es el poder de proyección del alquimista, que transforma muchas veces su propio peso de ignorancia grosera en la sustancia preciosa de la iluminación.

Manly Palmer Hall - El Phœnix

 

En el siglo I de la era cristiana, Clemente, uno de los padres prenicenos, describe la naturaleza peculiar y los hábitos del fénix con las siguientes palabras: «Hay un ave llamada fénix, única en su tipo, que vive quinientos años y, cuando se acerca el momento de su disolución y debe morir, se construye un nido de incienso, mirra y otras especias en el cual, cuando se cumple el plazo, entra y muere, pero, a medida que la carne se descompone, produce un tipo determinado de gusano, al cual, como se nutre de los jugos del ave muerta, le crecen plumas y, cuando ha adquirido fuerza, hace suyo el nido en el que están los huesos de su padre y, llevándoselos, pasa de la tierra de Arabia a Egipto, a la ciudad llamada Heliópolis y, en pleno día y volando a la vista de todos los hombres, los coloca en el altar del sol y, después de hacerlo, se apresura a regresar a su morada anterior. Entonces los sacerdotes examinan los registros de las fechas y se dan cuenta de que ha regresado exactamente al cumplirse quinientos años».
Aunque reconoce que no había visto al ave fénix (solo había uno vivo por vez), Herodoto amplía un poco la descripción ofrecida por Clemente: «Cuentan todo lo que hace esta ave, que a mí no me parece creíble; dicen que viene de Arabia y que trae al ave padre, completamente cubierto de mirra, al templo del sol, donde entierra su cuerpo. Para traerlo, dicen, forma primero una bola de mirra, lo más grande que es capaz de transportar; a continuación la ahueca y mete dentro a su padre, tras lo cual tapa la abertura con mirra fresca y entonces la bola tiene exactamente el mismo peso que al principio; entonces la lleva a Egipto, toda cubierta como ya he dicho, y la deposita en el templo del sol. Esta es la historia que cuentan sobre lo que hace esta ave». Tanto Herodoto como Plinio han observado que, en general, el fénix y el águila tienen una forma parecida, un punto que el lector ha de tener en cuenta, porque es bastante seguro que el águila masónica moderna al principio fuese un fénix. Se dice que el cuerpo del fénix estaba cubierto de plumas moradas brillantes, mientras que las plumas largas de la cola eran alternativamente azules y rojas. La cabeza era de color claro y llevaba un collar de plumas doradas. En la parte posterior de la cabeza tenía un penacho de plumas muy peculiar, que resultaba bastante evidente, aunque la mayoría de los escritores y los simbolistas lo han pasado por alto.
El phœnix se consideraba consagrado al sol y la duración de su vida (entre quinientos y mil años) se tomaba como referencia para medir el movimiento de los cuerpos celestes y también los ciclos temporales utilizados en los Misterios para indicar los períodos de existencia. Se desconoce su alimentación. Algunos autores dicen que subsistía de la atmósfera y otros, que comía en raras ocasiones, pero jamás en presencia del hombre. Los masones modernos deberían darse cuenta de su especial significación masónica, porque se dice que el ave usaba ramitas de acacia para construirse el nido.
El fénix —el mitológico roc persa—es también el nombre de una constelación austral y, por consiguiente, tiene importancia tanto astronómica como astrológica. Con toda probabilidad, era el cisne de los griegos, el águila de los romanos y el pavo real del Lejano Oriente. Para los místicos antiguos era un símbolo muy apropiado de la inmortalidad del alma humana, porque, así como el fénix renacía de su propia naturaleza muerta siete veces siete, la naturaleza espiritual del hombre resucita triunfalmente, una y otra vez, de su cadáver físico. Para los herméticos medievales, el fénix era un símbolo de la consecución de la transmutación alquímica, un proceso equivalente a la regeneración humana. También se daba el nombre de «fénix» a una de las fórmulas alquímicas secretas. El conocido pelícano del grado rosacruz, que daba de comer a sus crías de su propio pecho, es, en realidad, un fénix: para confirmarlo, basta con observar la cabeza del ave: le falta la deslucida parte inferior del pico y la cabeza del fénix se parece mucho más a la del águila que a la del pelícano. En los Misterios, era habitual llamar a los iniciados «fénix» u «hombres renacidos», porque, así como el nacimiento físico proporciona al hombre la conciencia del mundo físico, el neófito, después de pasar nueve grados en el vientre de los Misterios, nacía a una conciencia del mundo espiritual. Este es el misterio de la iniciación al que se refería Cristo cuando dijo: «El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios» (Juan 3, 3). El fénix es un símbolo adecuado de este nacimiento espiritual.
El misticismo europeo no estaba muerto cuando se fundaron los Estados Unidos de América. La mano de los Misterios tuvo que ver con el establecimiento del nuevo gobierno y su firma sigue siendo visible en su Gran Sello. Si se analiza el sello con atención, aparecen un montón de símbolos ocultos y masónicos, entre los cuales destaca la llamada águila americana, un ave que, según Benjamín Franklin, no merecía ser escogida como emblema de un pueblo grande, poderoso y progresista. Una vez más, solo un estudioso del simbolismo puede ver a través del subterfugio y darse cuenta de que el águila americana que aparece en el Gran Sello no es más que un fénix estilizado, como se puede distinguir claramente si se examina el sello original. En su esbozo de The History of the Seal of the United States, Gaillard Hunt presenta sin querer material en abundancia para confirmar la creencia de que en el sello original aparecía el ave fénix en el anverso y la Gran Pirámide de Gizeh en el reverso. En un boceto coloreado, presentado como diseño para el Gran Sello por William Barton en 1782, aparece un auténtico fénix sentado en un nido de llamas, lo que demuestra la tendencia a utilizar esta ave emblemática.
Si alguien duda de la presencia de influencias masónicas y ocultas en la época en la que se diseñó el Gran Sello, debería prestar atención a los comentarios del profesor de Harvard Charles Eliot Norton, que, acerca de la pirámide inacabada y el «ojo que todo lo ve» que adornaban el reverso del sello, escribió lo siguiente: «Parece casi imposible dar un tratamiento adecuado al emblema adoptado por el Congreso; aunque el diseñador le dé un tratamiento artístico, nunca dejará de ser un emblema feo de una fraternidad masónica».
El águila de Napoleón y la de César y el águila zodiacal de Escorpio en realidad son fénix, porque esta ave —y no el águila— es el símbolo de la victoria y el logro espiritual. La masonería estará en condiciones de resolver muchos de los secretos de su doctrina esotérica cuando se dé cuenta de que tanto sus águilas de una cabeza como las de dos son fénix y que para todos los iniciados y los filósofos el fénix es el símbolo de la transmutación y la regeneración de la energía creativa, lo que comúnmente se denomina el cumplimiento de la Gran Obra. El fénix bicéfalo es el prototipo del hombre andrógino, porque, según las enseñanzas secretas, llegará un momento en el que el cuerpo humano tendrá dos médulas espinales, mediante las cuales se mantendrá en el cuerpo el equilibrio vibratorio. Aparte de ser masones, muchos de los fundadores del gobierno de Estados Unidos recibieron ayuda de un órgano secreto y venerable que existía en Europa, que los ayudó a crear aquel país para un fin determinado, que solo conocían unos pocos iniciados El Gran Sello es la firma de aquel órgano exaltado —invisible y en su mayor parte desconocido— y la pirámide inacabada que aparece en el reverso es un tablero de dibujo que establece de forma simbólica la tarea a la cual se ha dedicado el gobierno de Estados Unidos desde el primer día.

Animales

El león es el rey de los animales y, como ocurre con la cabeza de todos los reinos, está consagrado al sol, cuyos rayos se representan mediante su melena enmarañada. Las alegorías que perpetuaban los Misterios (como la del león abriendo el libro secreto) significan que el poder solar abre las vainas que contienen las semillas y de este modo deja salir la vida espiritual que hay en su interior. También existía la curiosa creencia entre los antiguos de que el león dormía con los ojos abiertos, motivo por el cual se lo eligió como símbolo de vigilancia. La figura de un león situada a ambos lados de las puertas y las entradas es un emblema de custodia divina. El rey Salomón a menudo se representaba como un león. Durante siglos, los felinos han sido objeto de una veneración especial. En varios de los Misterios —sobre todo los egipcios—, los sacerdotes se ponían pieles de leones, tigres, panteras, pumas o leopardos. Hércules y Sansón —los dos son símbolos solares— mataron al león de la constelación de Leo y se vistieron con su piel para indicar que representaban al sol cuando se encontraba en lo más alto del arco celeste.
En Bubastis (Egipto), estaba el templo de la famosa diosa Bastet, la diosa gato de los Ptolomeos. Los egipcios rendían homenaje al gato, sobre todo cuando tenía el pelo de tres colores diferentes o los ojos de distinto color. Para los sacerdotes, el gato simbolizaba las fuerzas magnéticas de la naturaleza y se rodeaban de estos animales por el fuego astral que emanaba de sus cuerpos. Además, el gato era símbolo de eternidad, porque cuando duerme se acurruca en una bola, de modo que la cabeza y la cola se tocan. Entre los griegos y los romanos, el gato se consagraba a la diosa Diana. Los budistas de India otorgaron d gato un significado especial, pero por un motivo diferente: el gato fue el único animal que no estuvo presente cuando murió el gran Buda, porque se había detenido en el camino para perseguir a un ratón. Que el símbolo de las fuerzas astrales inferiores no estuviera presente en la liberación de Buda resulta significativo. Con respecto al gato, Herodoto dice lo siguiente: «Cuando estalla un incendio, los gatos se agitan con una especie de movimiento divino, que sus propietarios observan, mientras descuidan el fuego. Sin embargo, los gatos, a pesar de sus cuidados, huyen de ellos e incluso saltan por encima de la cabeza de sus dueños para arrojarse al fuego. Los egipcios guardan entonces luto por su muerte. Si un gato muere por causas naturales en una casa, todos sus habitantes se afeitan las cejas: si muere un perro, se afeitan la cabeza y todo el cuerpo. Solían embalsamar a los gatos muertos y llevarlos a Bubastis para enterrarlos en una casa sagrada.»
El más importante de todos los animales simbólicos era el Apis, o el toro egipcio de Menfis, que se consideraba el vehículo sagrado para la transmigración del alma del dios Osiris. Se declaraba que el Apis era concebido por un rayo y la ceremonia durante la cual se lo elegía y consagraba era una de las más impresionantes del ritualismo egipcio. El Apis tenía que tener unas marcas determinadas. Herodoto sostiene que el toro había de ser negro, con un punto blanco cuadrado en la frente, la forma de un águila (probablemente un buitre) en el lomo, un escarabajo encima (debajo) de la lengua y el pelo de la cola dispuesto en dos sentidos. Otros autores sostienen que el toro sagrado estaba marcado con veintinueve símbolos sagrados, que el cuerpo tenía manchas y que del lado derecho tenía una marca blanca en forma de media luna. Después de su consagración, lo ponían en un establo contiguo al templo y en determinadas ocasiones solemnes lo llevaban en procesión por las calles de la ciudad. Entre los egipcios existía la creencia popular de que si el toro exhalaba su aliento sobre algún niño, este llegaría a ser ilustre. Cuando llegaba a cierta edad (veinticinco años), llevaban al Apis al río Nilo o a una fuente sagrada —los expertos no se ponen de acuerdo en este punto—, donde lo ahogaban entre las lamentaciones de la plebe. El duelo y el llanto por su muerte continuaban hasta que se encontraba un nuevo Apis: entonces se declaraba que Osiris se había reencarnado y la tristeza dejaba paso al regocijo.
El culto al toro no se limitaba a Egipto, sino que se extendía a muchas naciones del mundo antiguo. En India, Nandi, el toro blanco sagrado de Shiva, sigue siendo objeto de gran veneración y tanto los persas como los judíos aceptaban al toro como un símbolo religioso importante. Los asirios, los fenicios, los caldeos y hasta los griegos reverenciaban a este animal y Júpiter se transformó en un toro blanco para raptar a Europa. El toro era un emblema fálico poderoso, que representa el poder creador paternal del demiurgo. A su muerte, con frecuencia era momificado y enterrado con pompa y ceremonia, como si fuese un dios, en un sarcófago especial. Las excavaciones realizadas en el Serapeum de Menfis han revelado las tumbas de más de sesenta de estos animales sagrados.
Como el signo que se alza sobre el horizonte en el equinoccio vernal constituye el cuerpo estrellado para la encarnación anual del sol, el toro no solo era el símbolo celeste del Hombre Solar, sino, puesto que el equinoccio vernal tenía lugar en la constelación de Tauro, decían que inauguraba o despuntaba el año. Por este motivo, en el simbolismo astronómico a menudo se ve al toro rompiendo el huevo anular con los cuernos. Además, el Apis también representa la encarnación de la mente divina en el cuerpo de un animal y, por consiguiente, que la forma animal física es el vehículo sagrado de la divinidad. La personalidad inferior del hombre es el Apis en el que se encarna Osiris. El resultado de la combinación es la creación de Sor-Apis (Serapis): el alma material que gobierna el cuerpo material irracional y está metida en él. Al cabo de un período determinado (que se calcula por el cuadrado de cinco, o veinticinco años), el cuerpo del Apis es destruido y su alma es liberada por el agua que ahoga la vida material, como se indicaba cuando las aguas bautismales de la luz y la verdad divinas arrastraban la naturaleza material. Ahogar al Apis es el símbolo de la muerte; la resurrección de Osiris en el nuevo toro es el símbolo de la renovación eterna. El toro blanco también se consagraba simbólicamente como emblema elegido de los iniciados y representaba el cuerpo material espiritualizado tanto del hombre como de la naturaleza. Cuando el equinoccio vernal dejó de tener lugar en el signo de Tauro, la divinidad solar se encarnó en la constelación de Aries y el carnero se convirtió entonces en el vehículo del poder solar. De este modo, el sol que sale en el signo del cordero celestial triunfa sobre la serpiente simbólica de la oscuridad. El cordero es un emblema conocido de pureza, por su mansedumbre y la blancura de su lana. En muchos de los Misterios paganos representaba al Salvador universal y en el cristianismo es el símbolo favorito de Cristo. En las pinturas de las iglesias primitivas aparece un cordero de pie en lo alto de una colina y de sus patas brotan cuatro fuentes de agua viva, que representan los cuatro Evangelios. La sangre del cordero es la vida solar que se vierte sobre el mundo a través del signo de Aries.
La cabra es tanto un símbolo fálico como un emblema de valor o aspiración, por la firmeza de sus patas y por su habilidad para escalar los picos más altos Para el alquimista, la cabeza de la cabra era el símbolo del azufre. La costumbre de los antiguos judíos de elegir un chivo expiatorio sobre el cual acumulaban los pecados del mundo no es más que una representación alegórica del Hombre Solar, que es el chivo expiatorio del mundo y sobre el cual se proyectan los pecados de las doce casas (tribus) del universo celestial. La Verdad es el cordero divino, adorado en todo el mundo pagano y que muere por los pecados del mundo, y desde el principio de los tiempos los dioses salvadores de todas las religiones han sido personificaciones de esta Verdad.
El vellocino de oro que buscaban Jasón y sus argonautas es el cordero celestial: el sol espiritual e intelectual. La doctrina secreta también se representa mediante el vellocino de oro, la lana de la vida divina, los rayos del sol de la Verdad. Según Suidas, en realidad el vellocino de oro era un libro, escrito sobre piel, que contenía las fórmulas para producir oro por medios químicos. Los Misterios eran instituciones elegidas para transmutar la ignorancia básica en iluminación preciosa. El dragón de la ignorancia era la criatura sobrecogedora que tenía que custodiar el vellocino de oro y representa la oscuridad del año viejo que lucha contra el sol en el momento de su paso equinoccial.
Los ciervos eran sagrados en los Misterios báquicos de los griegos y las bacantes a menudo se vestían con pieles de cervato. Los ciervos se asociaban con el culto a la diosa luna y las orgías báquicas se solían celebrar por la noche. Por su gracia y su velocidad, este animal fue aceptado como símbolo adecuado del desenfreno estético. Los ciervos eran objeto de veneración en muchos países. En Japón se siguen manteniendo rebaños de ciervos en relación con los templos. El lobo se suele asociar con el principio del mal, por la discordancia lastimera de su aullido y por su salvajismo. En la mitología escandinava, el lobo Fenris era uno de los hijos de Loki, el dios infernal de los fuegos Con el templo de Asgard en llamas a su alrededor, los dioses al mando de Odín libraron su última gran batalla contra las fuerzas caóticas del mal. Con las mandíbulas llenas de espuma, el lobo Fenris devoró a Odín, el padre de los dioses, con lo cual destruyó el universo odínico. En este caso, el lobo Fenris representa los poderes salvajes de la naturaleza que derrocaron a la creación primitiva.
El unicornio o monoceronte era una creación de lo más curiosa de los antiguos iniciados. Thomas Boreman lo presenta como «un animal que, a pesar de que muchos autores dudan de él, otros describen de la siguiente manera: tiene un solo cuerno, aunque sumamente generoso, que le crece en medio de la frente. Su cabeza parece la de un venado; tiene patas de elefante, cola de jabalí, y el resto del cuerpo se parece al del caballo. El cuerno mide aproximadamente cuarenta y cinco centímetros. Su voz se asemeja al mugido de un buey. Sus crines y su pelo son de color amarillento. El cuerno es duro como el hierro y áspero como una lima, retorcido o en forma de tirabuzón, como una espada flamígera; muy recto, afilado y negro por todas partes, salvo en la punta. Se le atribuían muchas virtudes, la expulsión del veneno y la cura de varias enfermedades No es un animal de presa».
Si bien el unicornio se menciona varias veces en las Escrituras, todavía no se ha encontrado ninguna prueba de su existencia. Se conservan unos cuantos cuernos para beber en diversos museos, supuestamente hechos con su punta. Sin embargo, es bastante probable que aquellos recipientes para beber en realidad se hicieran con los colmillos de algún mamífero grande o con el cuerno de un rinoceronte. J. P. Lundy cree que el cuerno del unicornio representa el cuerno de la salvación mencionado por san Lucas, que pincha el corazón de los hombres y los hace pensar en la salvación a través de Cristo. Los místicos cristianos medievales utilizaban el unicornio como emblema de Cristo y, por consiguiente, esta criatura debe representar la vida espiritual del hombre. Es posible que su único cuerno represente la glándula pineal o el tercer ojo, que es el centro de conocimiento espiritual situado en el cerebro. El unicornio fue adoptado por los Misterios como símbolo de la naturaleza espiritual iluminada del iniciado; el cuerno con el cual se defiende es la espada flamígera de la doctrina espiritual, que prevalece sobre todas las cosas. En el Book of Lambspring, un tratado hermético poco común, hay un grabado en el que aparecen juntos un ciervo y un unicornio en un bosque. Acompaña a la imagen el siguiente texto: «Los sabios dicen que en verdad hay dos animales en este bosque: uno espléndido, hermoso y rápido, un ciervo grande y fuerte, y el otro, un unicornio. […] Si aplicamos la parábola a nuestro arte, diremos que el bosque es el cuerpo. […] El unicornio será el espíritu de todos los tiempos. El ciervo no desea más nombre que el del alma; […]. Quien sepa domesticarlos y dominados con arte, emparejarlos y hacerlos entrar en el bosque y salir de él merece ser llamado Maestro».
El diablo egipcio, Tifón, se simbolizaba a menudo mediante el monstruo Set, cuya identidad es poco clara. Tiene una nariz rara, como un hocico, y orejas puntiagudas; podría haber sido una hiena cualquiera. El monstruo Set vivía en las tormentas de arena y deambulaba por el mundo divulgando el mal. Los egipcios relacionaban el aullido de los vientos del desierto con el gemido lastimero de la hiena. Por eso, cuando en lo más profundo de la noche la hiena lanzaba un gemido plañidero, sonaba como el último grito desesperado de un alma perdida en las garras de Tifón. Una de las obligaciones de aquella criatura malvada era proteger a los muertos egipcios de los profanadores de tumbas. Otro de los símbolos de Tifón era el hipopótamo, consagrado al dios Marte, porque Marte estaba entronizado en el signo de Escorpio, la casa de Tifón. El asno también estaba consagrado a aquel demonio egipcio. Que Jesús entrara en Jerusalén a lomos de un asno tiene tanta importancia como el hecho de que Hermes se pusiera de pie sobre la forma del Tifón abatido. A los cristianos primitivos los acusaban de adorar la cabeza de un asno. Un símbolo animal de lo más curioso es el cerdo o la cerda, consagrado a Diana, que a menudo se empleaba en los Misterios como símbolo de las artes Ocultas. El jabalí que mató a Atis clavándole los colmillos muestra el uso que se hace de este animal en los Misterios. Según los Misterios, el mono representa la condición del hombre antes de que el alma racional entrara en su constitución. Por consiguiente, representa al hombre irracional. Para algunos, el mono es una especie a la cual las jerarquías espirituales no han dotado de alma; para otros, es un estado caído en el cual se ha privado al hombre de su naturaleza divina por degeneración. Los antiguos, a pesar de ser evolucionistas, no hacían pasar por el mono los antecedentes del hombre; para ellos, el mono se había separado del tallo principal del progreso. De vez en cuando se lo utilizaba como símbolo del aprendizaje. Cinocéfalo, el simio con cabeza de perro, era el símbolo jeroglífico egipcio de la escritura y estaba muy relacionado con Thot. Cinocéfalo simboliza la luna y Thot, el planeta Mercurio. Debido a la antigua creencia de que la luna seguía a Mercurio por el cielo, se describe al simio-perro como fiel compañero de Thot.
Por su fidelidad, el perro denota la relación que debería existir entre discípulo y maestro o entre el iniciado y su Dios. El pastor alemán era un estereotipo del clero. La capacidad del perro para percibir y seguir a las personas sin verlas a lo largo de kilómetros simbolizaba el poder trascendental mediante el cual el filósofo sigue el hilo de la verdad a través del laberinto del error terrenal. El perro también es el símbolo de Mercurio. La estrella canina, Sirio o Sothis, era sagrada para los egipcios, porque presagiaba las crecidas anuales del Nilo.
Como bestia de carga, el caballo era el símbolo del cuerpo del hombre, obligado a sostener el peso de su constitución espiritual. Por otro lado, también representaba la naturaleza espiritual del hombre, obligada a mantener la carga de la personalidad material. Quirón, el centauro y mentor de Aquiles, representa la creación primitiva, que fue la progenitora y la instructora de la humanidad, como lo describe Berossus. Tanto el caballo alado como la alfombra mágica simbolizan la doctrina secreta y el cuerpo espiritualizado del hombre. El caballo de madera de Troya, que escondió un ejército para poder capturar la ciudad, representa el cuerpo del hombre que oculta en su interior aquellas potencialidades infinitas que más adelante salen y conquistan su entorno. Una vez más, como el arca de Noé, representa la naturaleza espiritual del hombre, que contiene gran cantidad de potencialidades latentes que se activan más adelante. El asedio de Troya es una versión simbólica del rapto del alma humana (Helena) por parte de la personalidad (París) y su redención final, a través de una lucha tenaz, mediante la doctrina secreta: el ejército griego a las órdenes de Agamenón.
En Ginnungagap, la gran fisura en el espacio, el Padre Eterno creó el enorme árbol de fresno del mundo —Ygdrasil—el símbolo de la Vida, el Tiempo y el Destino. Las tres raíces del árbol son llamadas lo espiritual, lo terrenal y lo infernal, que representan, respectivamente, el espíritu, la organización y la materia, según Clement Shaw. La raíz espiritual tiene su fuente en Asgard, el hogar del Aesir, o los dioses, y está regada por agua de la fuente de Urdar; la raíz terrestre tiene su fuente en Midgard, la morada de los hombres, y está regada por agua del pozo de Mimir; la raíz infernal tiene su fuente en Nifl-heim, la morada de los muertos, y está regada por el manantial de Hvergelmir. Las tres ramas del árbol sostienen a Midgard, o la Tierra, de cuyo centro sale la montaña sagrada sobre cuya cumbre se erige la ciudad de los dioses. En el gran mar que rodea la Tierra está Jormungand, la serpiente de Midgard, con su cola dentro de su boca. Bordeando el mar está la pared de peñascos y hielo moldeada desde las cejas de Ymir. El hogar de los dioses en la parte superior está conectado por el puente Bifrost hasta la morada de los hombres y de las criaturas infernales en la parte inferior. En la rama cumbre del árbol —que se denomina Lerad, que significa dador de paz— hay una gran águila sentada. Entre los ojos del águila está el halcón, Vedfolnir, cuya mirada penetrante señala todas las cosas que tienen lugar en el universo. Las hojas verdes del árbol divino que nunca se marchitan sirven de pasto para la cabra de Odín, Heidrun, que lleva la bebida de los dioses. Los ciervos —Dain, Dvalin, Duneyr y Durathror— también pastorean sobre las hojas del árbol, y de sus cuernos sale miel que se derrama sobre la Tierra. Ratatosk, la ardilla, es la personificación del espíritu de la murmuración, y, corriendo de lado a lado entre el águila en la parte superior, y de Nidhug, la serpiente, en la parte inferior, busca traer discordia entre ellos. En el mundo de la oscuridad en la parte inferior, Nidhug muerde las raíces del árbol divino. Él está ayudado por numerosas lombrices, que se dan cuenta de que si pueden destruir la vida del árbol, el mandato de los dioses cesará. A cada lado del gran árbol se encuentran los gigantes principales llevándole hielo y llamas a Ginnungagap.

FLORES, PLANTAS, FRUTAS Y ÁRBOLES

El yoni y el falo fueron adorados por casi todos los pueblos antiguos como símbolos adecuados del poder creativo de Dios. El jardín del Edén, el arca, la puerta del templo, el velo de los Misterios, la vesica piscis o nimbo ovalado y el Santo Grial son símbolos yónicos importantes, mientras que la pirámide, el obelisco, el cono, la vela, la torre, el monolito celta, el chapitel, el campanario, el mayo y la lanza sagrada son símbolos fálicos. Al tratar el tema del culto a Príapo, demasiados autores modernos juzgan los modelos paganos según los suyos y se regodean en el lodo de su propia vulgaridad. Los Misterios eleusinos —la mayor de todas las sociedades secretas antiguas—establecieron uno de los modelos más elevados que se conocen de moralidad y ética y los que critican su uso de símbolos fálicos deberían reflexionar sobre las palabras mordaces del rey Eduardo III: «Honni soit qui mal y pense»
Los rituales obscenos que llegaron a practicarse posteriormente en las bacanales y las dionisias no eran representativos de los niveles de pureza que mantuvieron originariamente los Misterios, como las orgías que celebraban de vez en cuando los partidarios del cristianismo hasta el siglo XVIII no eran representativas del cristianismo primitivo. Sir William Hamilton, ministro británico en la corte de Nápoles, declara que, en 1780, Isemia, una comunidad de cristianos en Italia, adoraba con ceremonias fálicas al dios pagano Príapo con el nombre de san Cosme.
El padre, la madre y el niño constituyen la trinidad natural. Los Misterios glorificaban al hombre como institución suprema, compuesta por esta trinidad que funciona como una unidad. Pitágoras comparaba el universo con la familia y declaraba que, así como el fuego supremo del universo estaba en medio de los cuerpos celestes, el fuego supremo del mundo estaba, por analogía, sobre las piedras del hogar. Para los pitagóricos y otras escuelas filosóficas, la naturaleza divina única de Dios se manifestaba en el triple aspecto de Padre, Madre e Hijo y los tres constituían la Familia Divina, cuya morada es la creación y cuyo símbolo natural y peculiar es el cuadragésimo séptimo problema de Euclides. Dios Padre es espíritu; Dios Madre es materia y Dios Hijo —el producto de ambos— representa la suma de las cosas vivas que nacen de la naturaleza y la constituyen. La semilla del espíritu se siembra en el vientre de la materia y, mediante una concepción inmaculada (pura) produce la progenie. ¿Acaso no es este el auténtico misterio de la Virgen que tiene en sus brazos al Niño Dios? ¿Quién se atreve a afirmar que tal simbolismo es inadecuado? El misterio de la vida es el misterio supremo que se revela en toda su dignidad divina y es glorificado como el logro perfecto de la naturaleza por los sabios iniciados y por los profetas de todos los tiempos. Sin embargo, la mojigatería actual considera que este mismo misterio no es apto para personas con una mentalidad sagrada. Contrariamente a los dictados de la razón, se impone un modelo según el cual es preferible la inocencia nacida de la ignorancia antes que la virtud nacida del conocimiento. Sin embargo, con el tiempo, el hombre aprenderá que no tiene que avergonzarse nunca de la verdad. Mientras no lo aprenda, es falso a su Dios, a su mundo y a sí mismo. En este sentido, el cristianismo ha fracasado en su misión, lamentablemente. Aunque afirma que el cuerpo humano es el templo vivo del Dios vivo, a continuación afirma que las sustancias y las funciones de este templo son impuras y que su estudio corrompe los delicados sentimientos de los justos. Con esta actitud malsana, se degrada y se difama el cuerpo del hombre, la casa de Dios. Sin embargo, la propia cruz es el más antiguo de los emblemas fálicos y las ventanas rómbicas de las catedrales demuestran que los símbolos yónicos han sobrevivido a la destrucción de los Misterios paganos. La estructura misma de la propia Iglesia está impregnada de elementos fálicos. Si retiramos de la Iglesia cristiana todos los emblemas que tienen origen en Príapo, no queda nada, porque hasta la tierra en la que se levanta era, por su fertilidad, el primer símbolo yónico. Como la presencia de estos emblemas de los procesos generadores resulta desconocida o bien la mayoría hace caso omiso de ellos, por lo general no se aprecia lo irónico de la situación. Solo los versados en el lenguaje secreto de la Antigüedad son capaces de comprender la importancia divina de estos emblemas.
Las flores se elegían como símbolo por muchos motivos. Gracias a la enorme variedad floral, siempre se podía encontrar alguna planta o alguna flor que fuese adecuada para ilustrar casi cualquier cualidad o condición. A veces se escogía una planta por algún mito relacionado con su origen, como las historias de Dafne y Narciso: por el ambiente peculiar en el que vive, como la orquídea y el hongo; por su forma expresiva, como la pasionaria y la azucena blanca; por su brillo o su fragancia, como la verbena y el espliego; porque mantenía su forma indefinidamente, como la flor imperecedera, o por sus características insólitas, como el girasol y el heliotropo, sagrados desde hace mucho tiempo por su afinidad con el sol. Una planta también se puede considerar digna de veneración porque de sus hojas, pétalos, tallos o raíces machacadas se pueden extraer ungüentos curativos, esencias o drogas que afectan la naturaleza y la inteligencia de los seres humanos, como la adormidera y las hierbas antiguas de la profecía. La planta también se puede considerar eficaz para curar muchas enfermedades, porque su fruto, sus hojas, sus pétalos o sus raíces guardan una similitud de forma o de color con partes u órganos del cuerpo humano. Por ejemplo, decían que los jugos destilados de determinadas especies de helechos, así como también el musgo velloso que crece en los robles y el vilano de cardo, hacen crecer el cabello; que las plantas del género Dentaria, también llamado Cardamine, que tienen una forma parecida a un diente, curaban el dolor de muelas, y que la planta llamada Palma christi, por su forma, curaba todas las dolencias de las manos. En realidad, la flor es el aparato reproductor de la planta y, por consiguiente, muy adecuada como símbolo de pureza sexual, un requisito incondicional de los Misterios antiguos. Por consiguiente, la flor representa el ideal de belleza y regeneración que, en definitiva, acabará por sustituir a la lujuria y la degeneración. De todas las flores simbólicas, la flor de loto de India y Egipto y la rosa de los rosacruces son las más importantes. En cuanto a su simbolismo, estas dos flores se consideran idénticas. Las doctrinas esotéricas que representa el loto se han perpetuado en la Europa moderna con la forma de la rosa. La rosa y el loto son emblemas yónicos que simbolizan, fundamentalmente, el misterio creativo maternal, mientras que la azucena blanca se considera fálica.
Los iniciados brahmanes y egipcios, que sin duda comprendían los sistemas secretos de la cultura espiritual mediante los cuales se pueden estimular los centros latentes de energía cósmica que hay en el hombre, utilizaban las flores de loto para representar los vórtices de energía espiritual situados en distintos puntos a lo largo de la columna vertebral, que los hindúes llamaban chakras, ruedas o discos. Siete de estos chakras son de fundamental importancia y cada uno tiene su correspondencia en los ganglios y los plexos nerviosos. Según las escuelas secretas, el ganglio del sacro es el loto de cuatro pétalos; el plexo prostático es el loto de seis pétalos; el plexo epigástrico y el ombligo es el loto de diez pétalos: el plexo cardíaco es el loto de doce pétalos; el plexo faríngeo es el loto de dieciséis pétalos; el plexo cavernoso es el loto de dos pétalos, y la glándula pineal, o el centro desconocido adyacente, es el loto de mil pétalos. El color, el tamaño y la cantidad de pétalos de cada loto son la clave para conocer su importancia simbólica. Una pista sobre el desarrollo del conocimiento espiritual según la ciencia secreta de los Misterios se encuentra en la historia de la vara de Aarón, que brotó, y también en la gran ópera de Wagner, Tanhäuser, en la cual el florecimiento del báculo del Papa representa las flores que se abren en la vara sagrada de los Misterios: la columna vertebral. Los rosacruces utilizaban una guirnalda de rosas para representar los mismos vórtices espirituales, a los que se hace referencia en la Biblia como las siete lámparas del candelabro y las siete iglesias de Asia. En la edición de 1642 de The History of the Reign of King Henry the Seventh de sir Francis Bacon hay un frontispicio que muestra a lord Bacon con unos zapatos cuyas hebillas son rosas rosacruces.
En el sistema filosófico hindú, cada pétalo de la forma lleva un símbolo determinado, que aporta más información sobre el significado de la flor. Los orientales también usaban la planta del loto para representar la evolución del hombre a través de los tres períodos de la conciencia humana: la ignorancia, el esfuerzo y el entendimiento. Así como el loto existe en tres elementos (tierra, agua y aire), el hombre vive en tres mundos: el material, el intelectual y el espiritual. Como la planta, con sus raíces en el barro y el limo, crece hacia arriba a través del agua y finalmente florece en la luz y el aire, el crecimiento espiritual del hombre se eleva desde la oscuridad de la acción vil y el deseo hacia la luz de la verdad y el entendimiento, mientras que el agua actúa como símbolo del mundo de la ilusión, siempre cambiante, que el alma tiene que atravesar en su esfuerzo por alcanzar el estado de iluminación espiritual. La rosa y su equivalente oriental, el loto, como todas las flores hermosas, representan el desarrollo y la consecución espirituales; por eso, las divinidades orientales a menudo aparecen sentadas sobre los pétalos abiertos de las flores de loto.
El loto también era un motivo universal en el arte y la arquitectura egipcios. Los techos de muchos templos se sostenían mediante columnas de lotos, que representan la sabiduría eterna, y el cetro con un loto en el extremo —símbolo del desarrollo personal y de la prerrogativa divina— se llevaba a menudo en las procesiones religiosas. Cuando la flor tenía nueve pétalos, era el símbolo del hombre; cuando tenía doce, del universo y los dioses; cuando tenía siete, de los planetas y la ley; cuando tenía cinco, de los sentidos y los Misterios, y cuando tenía tres, de las divinidades y los mundos principales. La rosa heráldica de la Edad Media por lo general tenía cinco o diez pétalos, con lo cual muestra su relación con el misterio espiritual del hombre a través de la patada y la década pitagóricas.

Invocações e Evocações: Vozes Entre os Véus

Desde as eras mais remotas da humanidade, o ser humano buscou estabelecer contato com o invisível. As fogueiras dos xamãs, os altares dos ma...