sexta-feira, 6 de janeiro de 2023

Manly Palmer Hall - El Zodiaco y Sus Signos

 

En este momento, nos cuesta hacernos una idea de las profundas consecuencias que habrá tenido en las religiones, las filosofías y las ciencias de la Antigüedad el estudio de los planetas, los luminares y las constelaciones. No en vano los Reyes Magos de Persia eran llamados «observadores de las estrellas» y se honraba a los egipcios con una denominación especial por su habilidad para calcular el poder y el movimiento de los cuerpos celestes y sus consecuencias sobre los destinos de las naciones y los individuos. En todas las partes del mundo se han descubierto ruinas de observatorios astronómicos primitivos, si bien en muchos casos los arqueólogos actuales ignoran la verdadera finalidad para la cual se construyeron. Aunque los astrónomos antiguos no conocían el telescopio, hacían cálculos extraordinarios con instrumentos tallados en bloques de granito o hechos a base de machacar láminas de bronce y cobre. En India se siguen usando este tipo de instrumentos, que gozan de un alto grado de precisión. En Jaipur, en la región de Rajputana (India), sigue funcionando un observatorio que consiste, esencialmente, en inmensos relojes de sol de piedra. El famoso observatorio chino que hay en la muralla de Pekín contiene inmensos instrumentos de bronce e incluye un telescopio en forma de un tubo hueco, sin lentes. Para los paganos, las estrellas eran objetos vivos que influían en el destino de las personas, las naciones y las razas.
Que los primeros patriarcas judíos creían que los cuerpos celestes participaban en los asuntos de los hombres resulta evidente para cualquier estudioso de la literatura bíblica, como, por ejemplo, el Libro de los Jueces: «Desde los cielos lucharon las estrellas desde sus órbitas lucharon contra Sísara». Los caldeos, los fenicios, los egipcios, los persas, los hindúes y los chinos tenían zodiacos bastante parecidos, en términos generales, y distintos expertos han atribuido a cada una de estas naciones el mérito de ser la cuna de la astrología y la astronomía. Los indios de América Central y del Norte también conocían el Zodiaco, aunque los modelos y la cantidad de los signos diferían en muchos detalles de los de Oriente.
La palabra «zodiaco» deriva del griego ζωδιακός que significa «círculo de animales» o, según creen algunos, «animalillos». Es el nombre que daban los antiguos astrónomos paganos a un conjunto de estrellas fijas, de unos dieciséis grados de ancho, que aparentemente rodeaban la tierra. Robert Hewitt Brown, del grado 32, afirma que la palabra griega zodiakós procede de zo-on, que significa «animal», y añade que «esta palabra se compone directamente de los primitivos radicales egipcios zo, “vida”, y on, “ser”». Los griegos y, posteriormente, otros pueblos en los que tuvo influencia su cultura, dividían la zona del Zodiaco en doce sectores, cada uno de dieciséis grados de ancho y treinta grados de largo. Estas divisiones se llamaban «las casas del Zodiaco» y, durante su recorrido anual, el sol iba pasando, por turnos, por cada una de ellas. Se buscaron formas de criaturas imaginarias en los grupos de estrellas limitados por aquellos rectángulos y, como la mayoría de ellos tenían forma de animales —al menos en parte—, posteriormente se conocieron como las constelaciones, o los signos, del Zodiaco.
Según una teoría popular con respecto al origen de las criaturas zodiacales, fueron producto de la imaginación de los pastores, que, mientras vigilaban sus rebaños por la noche, entretenían la mente buscando formas de animales y de aves en los cielos. Esta teoría es insostenible, a menos que se entienda por «pastores» a los sacerdotes-pastores de la Antigüedad. Es poco probable que los signos del Zodiaco deriven de los grupos de estrellas que representan en la actualidad. Es mucho más probable que las criaturas asignadas a las doce casas simbolicen la calidad y la intensidad del poder del sol mientras ocupa las distintas partes del cinturón zodiacal. Sobre este tema, Richard Payne Knight escribe lo siguiente: «El significado emblemático que se atribuía a ciertos animales no era más que la generalización de alguna característica determinada y, por consiguiente, algo que la mente puede inventar o descubrir con facilidad; en cambio, las colecciones de estrellas que llevan el nombre de determinados animales no se parecen en absoluto a ellos y, por lo tanto, no se trata más que de meros signos convencionales adoptados para diferenciar ciertas porciones del cielo que, probablemente, estaban consagradas a los atributos personificados que representaba cada uno de ellos».
Algunos expertos opinan que al principio el Zodiaco estaba dividido en diez casas, o mansiones solares, en lugar de doce. En la época primitiva, había dos métodos distintos —uno solar y el otro lunar— para calcular los meses, los años y las estaciones. El año solar estaba compuesto por diez meses de treinta y seis días cada uno y cinco días más, consagrados a los dioses. El año lunar estaba compuesto por trece meses de veintiocho días cada uno y sobraba un día. El zodiaco solar de aquella época estaba compuesto por diez casas de treinta y seis grados cada una. Los seis primeros signos del Zodiaco de doce se consideraban benéficos, porque el sol los ocupaba mientras atravesaba el hemisferio norte, y representaban los seis mil años durante los cuales, según los persas, Ahura-Mazda gobernó su universo en paz y armonía. Los seis siguientes se consideraban malignos, porque mientras el sol recorría el hemisferio sur era invierno para los griegos, los egipcios y los persas. Por consiguiente, aquellos seis meses simbolizaban los seis mil años de pobreza y sufrimiento provocados por el dios del mal de los persas, Ahrimán, que pretendía derrocar el poder de Ahura-Mazda. Quienes defienden la opinión de que antes de que lo revisaran los griegos el Zodiaco solo contenía diez signos alegan pruebas que demuestran que Libra (la balanza) se insertó en el Zodiaco dividiendo en dos la constelación de Virgo-Escorpio (que en aquella época era un solo signo) y de este modo se estableció «la balanza» en el punto de equilibrio entre los signos ascendentes del norte y los descendentes del sur. Sobre esta cuestión, Isaac Myer sostiene lo siguiente: «Pensamos que al principio las constelaciones zodiacales eran diez y representaban un hombre o una divinidad andrógina inmensa; posteriormente, esto se modificó: se separaron Escorpio y Virgo y fueron once; después, de Escorpio salió Libra, la balanza, con lo cual ahora son doce».
Todos los años, el sol da una vuelta entera al Zodiaco y regresa al punto de partida —el equinoccio vernal— y ningún año alcanza —por muy poco— a completar el círculo de los cielos en el plazo que le corresponde, de modo que cruza el ecuador un poco por detrás del punto del signo del Zodiaco por el que lo había cruzado el año anterior. Todos los signos del Zodiaco constan de treinta grados y, como el sol pierde alrededor de un grado cada setenta y dos años, de cabo de aproximadamente 2160 años experimenta un retroceso de toda una constelación (o signo) y, en alrededor de 25 920 años, de todo el Zodiaco. (Los expertos no se ponen de acuerdo con respecto a estas cifras). Tal retroceso se denomina «precesión de los equinoccios». Esto significa que, en el transcurso de unos 25 920 años, que constituyen un Gran Año Solar o Platónico, cada una de las doce constelaciones ocupa un puesto en el equinoccio vernal durante casi 2160 años y después deja paso al signo precedente. Entre los antiguos, el sol casi siempre se simbolizaba mediante la figura y la naturaleza de la constelación por la que pasaba en el equinoccio vernal. Durante prácticamente los últimos dos mil años, el sol ha atravesado el ecuador en el equinoccio vernal en la constelación de Piscis (los dos peces). Durante los 2160 años previos, lo había cruzado por la constelación de Aries (el carnero) y, antes de eso, el equinoccio vernal estaba en el signo de Tauro (el toro). Es probable que se asignaran a esta constelación la forma del toro y sus tendencias porque los antiguos lo usaban para arar los campos y la estación dedicada a arar y hacer surcos coincidía con la época en la que el sol llegaba al segmento del cielo llamado Tauro.
Albert Pike describe con estas palabras la veneración que sentían los persas por este signo y el método de simbolismo astrológico que estaba de moda entre ellos: «En lo alto de la cueva de iniciación de Zaratustra estaban representados el Sol y los Planetas con oro y piedras preciosas, así como también el Zodiaco. El Sol aparecía por detrás de Tauro». En la constelación del Toro también se hallaban las «siete hermanas» —las sagradas Pléyades—, famosas para la masonería como las siete estrellas que aparecen en el extremo superior de la escalera sagrada. En el antiguo Egipto, precisamente durante este período —cuando el equinoccio vernal estaba en el signo de Tauro—, el buey Apis se consagraba al Dios Sol, al que se adoraba por medio del animal equivalente al signo celestial que había impregnado con su presencia en el momento de entrar en el hemisferio norte. Este es el significado del antiguo dicho según el cual el toro celestial «rompía el huevo del año con los cuernos».
En The Mythological Astronomy of the Ancients Demonstrated, Sampson Arnold Mackey destaca dos puntos muy interesantes con respecto al toro en el simbolismo egipcio. Mackey opina que el movimiento de la tierra que conocemos como la alternancia de los polos ha provocado un gran cambio en la posición relativa del ecuador y la banda zodiacal. Cree que en un principio la banda del Zodiaco formaba un ángulo recto con el ecuador y que el signo de Cáncer quedaba frente al Polo Norte y el signo de Capricornio frente al Polo Sur. Es posible que el símbolo órfico de la serpiente enroscada en el huevo intente demostrar el movimiento del sol con respecto a la tierra en estas condiciones Para corroborar su teoría, Mackey menciona, entre otras cosas, el laberinto de Creta, el nombre de Abraxas y la fórmula mágica «abracadabra». Con respecto a «abracadabra», afirma lo siguiente: «Sin embargo, la lenta y progresiva desaparición del Toro se conmemora felizmente en la serie de letras que desaparecen y que expresan categóricamente el gran hecho astronómico. Porque Abracadabra es el Toro, el único Toro. La antigua frase descompuesta en las partes que la componen sería: Ab’r-achad-ab’ra, es decir Ab’r, el Toro; achad, el único, etc. Achad es uno de los nombres del Sol, que se le otorga porque brilla solo —es la única estrella que brilla cuando lo vemos—, y el ab’ra que queda hace que el todo signifique: el Toro, el único Toro; mientras que la repetición del nombre con una letra menos, hasta que todo desaparece, es el método más sencillo y, sin embargo, el más satisfactorio que se podría haber imaginado para preservar la memoria del hecho; y el nombre de Sorápis, o Serapis, que se da al Toro en la ceremonia mencionada despeja toda duda. […] Esta palabra, “abracadabra”, desaparece en once etapas decrecientes, como en la figura. Y lo más sorprendente es que un cuerpo con tres cabezas queda plegado por una serpiente con once vueltas y puesta por Sorapis: y las once vueltas de la serpiente forman un triángulo similar al que forman las once líneas decrecientes del “abracadabra”».
En casi todas las religiones del mundo hay indicios de influencia astrológica. El viejo Testamento de los judíos, en cuyos escritos se nota la sombra de la cultura egipcia, está lleno de alegorías astrológicas y astronómicas. Casi toda la mitología de Grecia y de Roma se puede rastrear en grupos de estrellas. Algunos escritores opinan que las veintidós letras originales del alfabeto hebreo derivaban de grupos de estrellas y que en el muro del cielo se podían leer palabras escritas con estrellas, con las estrellas fijas como consonantes y los planetas o luminares como vocales. Como las combinaciones eran infinitas, representaban palabras que, cuando se interpretaban adecuadamente, permitían conocer el futuro. A medida que la banda zodiacal va trazando el recorrido del sol a través de las constelaciones, produce los fenómenos de las estaciones. Los sistemas antiguos para medir el año se basaban en los equinoccios y los solsticios. El año comenzaba siempre con el equinoccio vernal, celebrado con júbilo el 21 de marzo para marcar el momento en el cual el sol atravesaba el ecuador hacia el Norte, siguiendo el arco zodiacal. El solsticio de verano se celebraba cuando el sol alcanzaba su posición más septentrional y el día señalado era el 21 de junio. A partir de entonces el sol comenzaba a descender hacia el ecuador y lo volvía a cruzar cuando se dirigía hacia el sur en el equinoccio otoñal, el 21 de septiembre. El sol alcanzaba su punto más meridional en el solsticio de invierno, el 21 de diciembre.
Cuatro de los signos del Zodiaco siempre han estado dedicados a los equinoccios y los solsticios y, si bien los signos ya no corresponden con las antiguas constelaciones a las que estaban asignados y de las cuales obtuvieron el nombre, los astrónomos modernos se basan en ellos para hacer sus cálculos. Por consiguiente, se dice que el equinoccio vernal se produce en la constelación de Aries (el carnero). Resulta adecuado que, de todos los animales, el carnero ocupe el lugar a la cabeza del rebaño celestial que forma la banda zodiacal. Los paganos ya reverenciaban esta constelación siglos antes de la era cristiana. Godfrey Higgins afirma lo siguiente: «A esta constelación la llamaban “el Cordero de Dios” y también el “Salvador” y decían que salvaría a la humanidad de sus pecados. Siempre le hacían el honor de dirigirse a él con el apelativo de Dominus o “Señor”. Lo llamaban “el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo” y los devotos, cuando se dirigían a él en su letanía, repetían constantemente las palabras: “Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo ten piedad de nosotros y danos tu paz”». Por consiguiente, “Cordero de Dios” es un título que se da al sol, que, según dicen, renace todos los años en el hemisferio norte bajo el signo del carnero, aunque, debido a la discrepancia actual entre los signos del Zodiaco y los grupos de estrellas, en realidad sale en el signo de Piscis. Se considera que el solsticio de verano ocurre en Cáncer (el cangrejo); los egipcios lo llamaban «el escarabajo», un insecto de la familia Lamellicornes, situada a la cabeza del reino de los insectos, y lo consideraban sagrado, como símbolo de la vida eterna. Resulta evidente que la constelación del cangrejo está representada por esta criatura peculiar, porque el sol, después de pasar por su casa, empieza a caminar hacia atrás o a descender por el arco zodiacal. Cáncer es el símbolo de la generación, porque es la casa de la Luna, la gran madre de todas las cosas y patrona de las fuerzas vitales de la Naturaleza. A Diana, la diosa de la luna de los griegos la llaman «la madre del mundo». Con respecto al culto del principio femenino o maternal, Richard Payne Knight escribe lo siguiente: «Como atraía o levantaba las aguas del océano, naturalmente parecía que era la soberana de la humedad y, como aparentemente ejercía tanta influencia en la constitución de las mujeres, asimismo parecía ser la patrona y la reguladora de la nutrición y la generación pasiva, porque se dice que recibió a sus ninfas, o personificaciones subordinadas, del océano; a menudo se representa con el símbolo del cangrejo marino, un animal que tiene la propiedad de separar espontáneamente de su propio cuerpo cualquier extremidad que se haya hecho daño o mutilado y reproducir otra en su lugar». Este signo de agua, al ser simbólico del principio maternal de la Naturaleza y reconocido por los paganos como el origen de toda la vida, siempre se consideraba la morada natural de la luna.
El equinoccio otoñal se produce, aparentemente, en la constelación de Libra (la balanza). Cuando la balanza se inclinaba, el globo solar comenzaba su peregrinación hacia la morada del invierno. La constelación de la balanza estaba situada en el Zodiaco como símbolo de la capacidad de elegir, que permite al hombre comparar un problema con otro. Hace millones de años, cuando la raza humana estaba en ciernes, el hombre era como los ángeles: no conocía el bien ni el mal. Cayó en el estado de conocer el bien y el mal cuando los dioses le dieron la semilla de la naturaleza mental. A partir de sus reacciones mentales frente a sus entornos, destila el producto de la experiencia, que a continuación le ayuda a recuperar su posición perdida, además de una inteligencia individualizada. Decía Paracelso: «El cuerpo procede de los elementos; el alma, de las estrellas, y el espíritu, de Dios. Todo lo que el intelecto puede concebir procede de las estrellas [los espíritus de las estrellas, más que las constelaciones materiales]».
La constelación de Capricornio, en la cual, teóricamente, se produce el solsticio de invierno, era llamada «la casa de la muerte», porque en invierno toda la vida en el hemisferio norte pasa por su peor momento. Capricornio es una criatura compuesta: tiene la cabeza y la parte superior del cuerpo de cabra y la cola de pescado. En esta constelación, el sol está más débil en el hemisferio norte y, después de pasar por ella, de inmediato empieza a crecer. Por eso decían los griegos que Júpiter (un nombre de la divinidad solar) era amamantado por una cabra. John Cole, en A Treatise on the Circular Zodiac of Tentyra, in Egypt, brinda una nueva perspectiva del simbolismo zodiacal: «El símbolo de la cabra saliendo del cuerpo de un pez [Capricornio] representa, por consiguiente y con la máxima propiedad, los edificios descomunales de Babilonia, que surgen de su situación baja y pantanosa; los dos cuernos de la cabra son emblemas de las dos ciudades: Nínive y Babilonia; la primera construida a orillas del Tigris y la segunda, a orillas del Éufrates, aunque las dos estaban sometidas al mismo soberano». El período de 2160 años necesario para la regresión del sol a través de una de las constelaciones del Zodiaco se suele denominar «era». Según este sistema, la era recibía el nombre del signo que atravesaba el sol, año tras año, al cruzar el ecuador en el equinoccio vernal. Así, podemos hablar de la era de Tauro, la era de Aries, la era de Piscis y la era de Acuario.
Durante estos períodos, o eras, el culto religioso adopta la forma del signo celeste correspondiente, el que se dice que el sol adopta como personalidad, del mismo modo en que un espíritu asume un cuerpo. Estos doce signos son las joyas de su peto y su luz reluce desde ellas, una después de otra. Después de analizar este sistema, se comprende enseguida por qué se adoptaron determinados símbolos religiosos durante diferentes etapas de la historia del mundo, porque, durante los 2160 años en los que el sol estuvo en la constelación de Tauro, dicen que la divinidad solar asumió el cuerpo de Apis y el toro se convirtió en sagrado para Osiris. Durante la era de Aries, se consideraba sagrado el cordero y a los sacerdotes los llamaban «pastores».
En los altares se sacrificaban ovejas y cabras y se designó un chivo expiatorio para descargar en él los pecados de Israel. Durante la era de Piscis, el pez fue el símbolo de lo divino y la divinidad solar alimentó a la multitud con dos pececillos. En el frontispicio de Ancient Faiths Embodied in Ancient Names de Inman se puede ver a la diosa Isis con un pez en la cabeza: además, el Dios Redentor de India, Christna, en una de sus encarnaciones salió de la boca de un pez. No solo se alude a menudo a Jesús como el «pescador de hombres», sino que, como señala John P. Lundy, «la palabra “pez” es una abreviación de todo su título: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador y cruz; o, como dice san Agustín: “Si unimos las iniciales de las cinco palabras griegas, Ἰησοῦς Χριστος Θεου Υιὸσ Σωτήρ, que significan Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador, obtenemos ΙΧΘΥΣ, ‘pez’, una palabra que, desde un punto de vista místico, representa a Cristo, que pudo vivir en el abismo de esta mortalidad como en la profundidad de las aguas, es decir, sin pecado”».
Muchos cristianos guardan el viernes, el día consagrado a la Virgen (Venus), y ese día comen pescado, en lugar de carne. El signo del pez fue uno de los primeros símbolos del cristianismo y, cuando se dibujaba en la arena, informaba a un cristiano que había cerca otra persona de la misma fe. Llaman a Acuario «el signo del aguador» o del hombre que lleva sobre los hombros un cántaro con agua, como se menciona en el Nuevo Testamento.
Algunas veces aparece como una figura angelical, supuestamente andrógina, vertiendo agua de un recipiente o llevándolo sobre los hombros. Entre los pueblos orientales, a menudo solo se usa el recipiente con agua. Edward Upham, en The History and Doctrine of Budhism, describe a Acuario con estas palabras: «Tiene forma de vasija y un color entre azul y amarillo; este signo es la única casa de Saturno». Cuando Herschel descubrió el planeta Urano (que a veces recibe el nombre de su descubridor), la segunda mitad del signo de Acuario se adjudicó a aquel nuevo miembro de la familia planetaria. El agua que sale del recipiente de Acuario, que recibe el nombre de «las aguas de la vida eterna», aparece muchas veces en el simbolismo y lo mismo ocurre con todos los signos. Por consiguiente, el sol, en su camino, controla todas las formas de culto que el hombre ofrece a la divinidad suprema. Existen dos sistemas diferenciados de filosofía astrológica. Uno de ellos, el ptolemaico, es geocéntrico: la tierra se considera el centro del sistema solar y en tomo a ella giran el sol, la luna y los planetas. Desde un punto de vista astronómico, el sistema geocéntrico es incorrecto, pero, durante miles de años, había demostrado su exactitud cuando se aplicaba a la naturaleza material de las cosas terrestres. De un análisis meticuloso de los escritos de los grandes ocultistas y del estudio de sus diagramas se desprende que muchos de ellos conocían otra manera de disponer los cuerpos celestes.
El otro sistema de filosofía astrológica se denomina «heliocéntrico» y coloca al sol en el centro del sistema solar, al que pertenece por naturaleza, con los planetas y sus lunas girando a su alrededor. Sin embargo, el gran inconveniente del sistema heliocéntrico es que, al ser relativamente nuevo, no ha habido tiempo suficiente para experimentarlo bien ni para catalogar los efectos de sus diversos aspectos y relaciones La astrología geocéntrica, como su nombre indica, se limita al aspecto terrenal de la naturaleza, mientras que la heliocéntrica se puede usar para analizar las facultades intelectuales y espirituales superiores del hombre. Es muy importante recordar que, cuando se decía que el sol estaba en un signo determinado del Zodiaco, en realidad los antiguos querían decir que el sol ocupaba el signo opuesto y proyectaba su largo rayo sobre la casa en la que lo entronizaban. Por consiguiente, cuando se dice que el sol está en Tauro, significa (astronómicamente) que el sol está en el signo opuesto a Tauro, que es Escorpio.
Esto trajo como consecuencia dos escuelas filosóficas diferentes: una geocéntrica y exotérica y la otra heliocéntrica y esotérica. Mientras las multitudes ignorantes adoraban la casa en la que se reflejaba el sol —en este caso, la del Toro—, los sabios reverenciaban la casa en la que vivía de verdad, que sería la de Escorpio o la serpiente, el símbolo del misterio espiritual oculto. Este signo tiene tres símbolos diferentes. El más común es el escorpión, al que los antiguos llamaban «murmurador», y era el símbolo del engaño y la perversión; el segundo símbolo (y el menos frecuente) es la serpiente, que los antiguos usaban a menudo para representar la sabiduría.
Es probable que la forma más rara de Escorpio sea el águila. La disposición de las estrellas de la constelación se parece tanto a un ave volando como a un escorpión. Al ser Escorpio el signo de la iniciación oculta, el águila —la reina de las aves — en vuelo representa el tipo supremo y más espiritual de Escorpio, que le permite trascender del insecto venenoso de la tierra. Como Escorpio y Tauro están en posiciones opuestas en el Zodiaco, a menudo su simbolismo está estrechamente interrelacionado. En Ancient Calendars and Constellations, la honorable E. M. Plunket dice lo siguiente: «El escorpión (la constelación de Escorpio en el Zodiaco, opuesta a Tauro) se une con Mitra para atacar al toro y siempre están presentes los genios de los equinoccios de primavera y otoño en actitudes gozosas y lastimeras». Para los egipcios, los asirios y los babilonios que conocían al sol como un toro, el Zodiaco era una serie de surcos, a través de los cuales el gran buey celestial arrastraba el arado del sol. Por eso, el pueblo ofrecía sacrificios y conducía por las calles magníficos bueyes, adornados con flores y rodeados de sacerdotes, bailarinas del templo y músicos. Los elegidos no participaban en aquellas ceremonias idólatras, pero las consideraban apropiadas para el tipo de mente que constituía la masa de la población. Aquel grupo reducido poseía un conocimiento mucho más profundo y así lo demostraba la serpiente de Escorpio que llevaban en la frente: el uraeus.
El sol se representa a menudo con sus rayos formando una melena enmarañada. Con respecto a la importancia masónica de Leo, Robert Hewitt Brown, del grado 32, ha escrito lo siguiente: «El 21 de junio, cuando el sol llega al solsticio de verano, la constelación de Leo —que está 30° adelantada con respecto al sol— parece llevar la delantera y contribuir, con su poderosa garra, a levantar el sol hasta lo más alto del arco zodiacal. […] Aquella relación visible entre la constelación de Leo y el regreso del sol a su puesto de poder y de gloria, en lo más alto del arco real del cielo, era la razón fundamental por la cual aquella constelación era tan estimada y venerada por los antiguos. Los astrólogos distinguían a Leo como la única casa del sol y enseñaban que el mundo había sido creado cuando el sol estaba en ese signo. “El león era adorado en Oriente y en Occidente, por los egipcios y los mexicanos. El principal druida de Gran Bretaña se representaba como un león”».
Cuando se establezca del todo la era de Acuario, el sol estará en Leo, como se observa en la explicación que ya se ha dado en este capítulo acerca de la distinción entre la astrología geocéntrica y la heliocéntrica. Entonces, sin duda, las religiones secretas del mundo volverán a hablar del paso a la iniciación mediante la garra del león. (Lázaro resucitará).
La antigüedad del Zodiaco es objeto de controversia. Sostener que se originó apenas unos pocos miles de años antes de la era cristiana es un error colosal por parte de aquellos que han tratado de reunir información con respecto a su origen. Necesariamente ha de ser lo bastante antiguo como para poder retroceder hasta aquel período en el cual sus signos y sus símbolos coincidían exactamente con las posiciones de las constelaciones, cuyas diversas criaturas en sus funciones naturales ejemplificaban los rasgos más destacados de la actividad solar durante cada uno de los doce meses. Al cabo de muchos años de estudios profundos sobre el tema, un autor pensó que el concepto humano del Zodiaco tenía, como mínimo, cinco millones de años de antigüedad. Con toda probabilidad, esta es una de las numerosas razones por las cuales el mundo actual está en deuda con la civilización de la Atlántida o la de Lemuria. Alrededor de diez mil años antes de la era cristiana, hubo un período de muchos años en los que se suprimió el conocimiento de todo tipo, se destruyeron tablillas, se derribaron monumentos y todo vestigio del material disponible acerca de las civilizaciones anteriores se borró por completo. Tan solo se conservan unos cuantos cuchillos de cobre, algunas puntas de flecha y unas tallas toscas en las paredes de las cuevas como testigos mudos de las civilizaciones que precedieron aquella etapa de destrucción. Aquí y allá, existen todavía unas cuantas estructuras gigantescas que, como los extraños monolitos de la isla de Pascua, dan testimonio de las artes, las ciencias y las razas perdidas. La raza humana es sumamente antigua. La ciencia moderna calcula su antigüedad en decenas de miles de años; el ocultismo, en decenas de millones. Según un antiguo proverbio, «la Madre Tierra se ha sacudido de la espalda muchas civilizaciones» y no es ilógico pensar que los principios de la astrología y la astronomía surgieron millones de años antes de la aparición del primer hombre blanco.
Los ocultistas del mundo antiguo tenían un conocimiento muy sorprendente del principio de la evolución. Para ellos, toda la vida atravesaba distintas etapas de transformación. Creían que los granos de arena estaban en proceso de transformarse en humanos en la conciencia, aunque no necesariamente en la forma; que las criaturas humanas estaban en proceso de transformarse en planetas; que los planetas estaban en proceso de transformarse en sistemas solares, y que los sistemas solares estaban en proceso de transformarse en cadenas cósmicas, y así sucesivamente hasta el infinito. Una de las etapas entre el sistema solar y la cadena cósmica se llamaba el «Zodiaco»; por consiguiente, enseñaban que, en un momento determinado, un sistema solar se descompone en un Zodiaco. Las casas del Zodiaco se convierten en los tronos de las doce jerarquías celestiales o, como afirman algunos de los antiguos, los diez Órdenes divinos. Pitágoras enseñaba que el diez, o la unidad en el sistema decimal, era el número más perfecto de todos y lo representaba mediante la tetractys menor, un conjunto de diez puntos que forman un triángulo vertical.
Los primeros observadores de las estrellas, después de dividir el Zodiaco en casas, designaron las tres estrellas más brillantes de cada constelación para gobernar conjuntamente aquella casa. A continuación dividieron la casa en tres secciones de diez grados cada una, a las que llamaron decanatos. A su vez, dividieron estos por la mitad, con lo cual el Zodiaco quedó dividido en setenta y dos divisiones de cinco grados cada una. Sobre cada una de estas divisiones de cinco grados, los hebreos colocaron una inteligencia celestial, o ángel, y de este sistema ha salido la disposición cabalística de los setenta y dos nombres sagrados, que corresponden a las setenta y dos flores, botones y almendras del candelabro de setenta y dos brazos del Tabernáculo y a los setenta y dos hombres que fueron elegidos de las doce tribus para representar a Israel.
Los dos únicos signos que no se han mencionado aún son Géminis y Sagitario. La constelación de Géminis se suele representar en forma de dos niños pequeños, que, según los antiguos, nacieron de huevos, posiblemente aquellos que el toro rompió con sus cuernos. Las historias acerca de Cástor y Pólux y Rómulo y Remo pueden ser consecuencia de la ampliación de los mitos de aquellos gemelos celestiales. Los símbolos de Géminis han sufrido numerosas modificaciones. El que usaban los árabes era el pavo real. Dos de las estrellas principales de la constelación de Géminis siguen llevando los nombres de Cástor y Pólux. Se supone que el signo de Géminis era el patrono del culto fálico y los dos obeliscos o pilares que había delante de los templos y las iglesias transmiten el mismo simbolismo que los gemelos. El signo de Sagitario es lo que los antiguos griegos llamaban un centauro: una criatura que tenía la parte inferior del cuerpo con forma de caballo y la mitad superior con forma humana. Por lo general se lo muestra con un arco y una flecha en las manos, apuntando una saeta hacia las estrellas. Por consiguiente, Sagitario representa dos principios distintos: en primer lugar, la evolución espiritual del hombre, porque la forma humana surge del cuerpo del animal, y en segundo lugar es el símbolo de la aspiración y la ambición, porque, así como el centauro apunta con su flecha a las estrellas, toda criatura humana apunta a un objetivo superior al que puede alcanzar.
Albert Churchward, en The Signs and Symbols of Primordial Man, sintetiza la influencia del Zodiaco en el simbolismo religioso con las siguientes palabras: «La división [se hace] aquí en doce partes, los doce signos del Zodiaco, las doce tribus de Israel, las doce puertas del cielo que se mencionan en el Apocalipsis y las doce entradas o portales que hay que atravesar en la Gran Pirámide antes de llegar al grado máximo, los doce apóstoles de las doctrinas cristianas y los doce puntos originales y perfectos de la masonería». Los antiguos creían que la teoría de que el hombre había sido hecho a imagen y semejanza de Dios se tenía que entender al pie de la letra. Sostenían que el universo era un gran organismo semejante al cuerpo humano y que cada una de las fases y funciones del cuerpo universal tenía una correspondencia en el hombre. La clave de la sabiduría más preciosa que los sacerdotes transmitían a los nuevos iniciados era lo que ellos llamaban «la ley de la analogía». Por consiguiente, para los antiguos, el estudio de las estrellas era una ciencia sagrada, porque veían en los movimientos de los cuerpos celestes la actividad omnipresente del Padre Infinito.
A menudo se ha criticado inmerecidamente a los pitagóricos por promulgar la llamada doctrina de la metempsicosis, o la transmigración de las almas, aunque este concepto, tal como circulaba entre los no iniciados, no era más que una pantalla para ocultar una verdad sagrada. Los místicos griegos creían que la naturaleza espiritual del hombre descendía hacia la existencia material desde la Vía Láctea, el semillero de las almas, a través de una de las doce puertas de la gran banda zodiacal. Por consiguiente, se decía que la naturaleza espiritual se encamaba en la forma de la criatura simbólica creada por los magos observadores de las estrellas para representar las diversas constelaciones zodiacales. Si el espíritu se encamaba a través del signo de Aries, se decía que nacía en el cuerpo de un carnero; si en el de Tauro, en el cuerpo del toro celestial. De este modo, todos los seres humanos se simbolizaban mediante doce criaturas misteriosas a través de cuya naturaleza se podían encarnar en el mundo material. La teoría de la transmigración no se aplicaba al cuerpo material visible del hombre, sino al espíritu inmaterial invisible que vagaba por el camino de las estrellas y en el curso de la evolución iba adoptando, de forma consecutiva, la forma de los animales zodiacales sagrados.
En el Libro III de Mathesis, de Julius Firmicus Maternus, aparece el siguiente fragmento con respecto a las posiciones de los cuerpos celestes en el momento de establecerse el universo inferior: «Según Esculapio, por consiguiente, y Anublo, al cual la divinidad Mercurio confió especialmente los secretos de la ciencia astrológica, la génesis del mundo sería la siguiente: constituyeron el Sol en la decimoquinta parte de Leo: la Luna, en la decimoquinta parte de Cáncer; Saturno, en la decimoquinta parte de Capricornio; Júpiter, en la decimoquinta parte de Sagitario; el hombre, en la decimoquinta parte de Escorpio: Venus, en la decimoquinta parte de Libra; Mercurio, en la decimoquinta parte de Virgo, y el Horóscopo, en la decimoquinta parte de Cáncer. Ajustándose a esta génesis, por lo tanto, a estas condiciones de las estrellas y los testimonios que aducen para confirmar esta génesis, opinan que el destino de los hombres, además, se dispone de conformidad con la disposición anterior, como se puede ver en el libro de Esculapio titulado Μυριογενεσις ,para que no se encuentre nada, en las diversas génesis de los hombres, que esté en discordancia con la génesis del mundo mencionada». Las siete eras del hombre se rigen por los planetas según el orden siguiente: la primera infancia, la luna; la niñez, Mercurio; la adolescencia, Venus; la adultez, el sol; la madurez, Marte; la edad avanzada, Júpiter, y la decrepitud y la disolución, Saturno.
Con respecto al sentido teúrgico o mágico en el cual los sacerdotes egipcios presentaban en la Tabla Isíaca la filosofía de sacrificios, ritos y ceremonias mediante un sistema de símbolos ocultos, Athanasius Kircher escribe lo siguiente: «Los primeros sacerdotes creían que, mediante ceremonias de sacrificio adecuadas y completas, se invocaba a un gran poder espiritual. Según Jámblico, la falta de uno de los elementos desmerecía la totalidad. Por eso, prestaban muchísima atención a los detalles, porque les parecía absolutamente fundamental que toda la cadena de conexiones lógicas se ajustara al ritual con precisión. Esta es, sin duda, la razón por la cual preparaban y recomendaban para su uso futuro los manuales —como quien dice— para llevar a cabo los ritos. También aprendieron lo que los primeros practicantes de la hieromancia —poseídos, por así decirlo, por la ira divina— idearon como sistema simbólico para manifestar sus misterios. Los pusieron en esta Tabla Isíaca, a la vista de las personas autorizadas para entrar en el sanctasanctórum, con el fin de enseñarles la naturaleza de los dioses y las formas de sacrificio prescritas. Como cada una de las órdenes de los dioses tenía sus propios símbolos, gestos, vestuario y adornos peculiares, les parecía necesario cumplirlos con todo el aparato del culto, ya que no había nada más eficaz para atraer la atención propicia de las divinidades y los genios. […] Por consiguiente, sus templos, alejados de los lugares que solían frecuentar los hombres, contenían representaciones de casi todas las formas de la naturaleza.
En primer lugar, para representar la economía física del mundo, utilizaban como adornos en el pavimento minerales, piedras y otros objetos adecuados, y hasta chorros de agua. Las paredes mostraban el mundo de los astros y la bóveda, el mundo de los genios. En el centro estaba el altar, para sugerir las emanaciones de la Mente Suprema desde su centro. Por consiguiente, todo el interior constituía una imagen del Universo de los Mundos.
Cuando ofrecían sacrificios, los sacerdotes usaban unas vestiduras adornadas con figuras similares a las atribuidas a los dioses. Llevaban el cuerpo parcialmente desnudo, como el de las divinidades, no tenían preocupaciones materiales y practicaban la castidad más estricta. […] Llevaban la cabeza cubierta, para indicar que estaban haciendo algo terrenal. Se afeitaban la cabeza y el cuerpo, porque para ellos el cabello era una excrecencia inútil. Se ponían en la cabeza las mismas insignias que atribuían a los dioses. Ataviados de aquella manera, consideraban que se habían transformado en la inteligencia con la que siempre querían identificarse. Por ejemplo, para hacer descender al mundo el alma y el espíritu del Universo, se colocaban delante de la imagen que aparece sentada en el trono, en el centro de nuestra Tabla, llevando los mismos símbolos que dicha figura y los miembros de su séquito, y ofrecían sacrificios. Mediante éstos y los himnos que entonaban para acompañarlos, creían que, indefectiblemente, atraían la atención de Dios hacia su plegaria. Lo mismo hacían con respecto a las demás partes de la Tabla, convencidos de que, por fuerza, si el ritual adecuado se llevaba a cabo correctamente, evocaría a la divinidad deseada. Es evidente que aquel fue el origen de la ciencia de los oráculos. Así como tocar un acorde produce una armonía sonora, las cuerdas próximas reaccionan, aunque no se las toque. Asimismo, la idea que expresaban mediante todo lo que hacían mientras adoraban al Dios coincidía con la Idea básica y, por una unión intelectual, volvía a ellos deificada, y así obtenían ellos la Idea de las ideas.
De tal modo surgía en sus almas —creían— el don de la profecía y la adivinación y pensaban que podrían predecir el futuro, advertir de los males inminentes, etcétera. Porque, así como en la Mente Suprema todo es simultáneo e ilimitado, por consiguiente, en esa Mente el futuro está presente y pensaban que, así como la mente humana se absorbía en la Suprema mediante la contemplación, gracias a aquella unión se les permitía conocer todo el futuro. Casi todo lo que está representado en nuestra Tabla consiste en amuletos que, por la analogía antes descrita, les inspirarían, en las condiciones descritas, las virtudes del Poder Supremo y les permitiría recibir el bien y evitar el mal. También creían que, de aquella manera mágica, podrían curar enfermedades; que se podría inducir a los genios para que se les aparecieran en sueños y curaran o les enseñaran a curar a los enfermos. Con esta convicción, consultaban a los dioses con respecto a todo tipo de dudas y dificultades, adornados con la parafernalia del rito místico y mirando de hito en hito las Ideas divinas y, mientras estaban así embelesados, creían que Dios, mediante alguna señal, signo o gesto, les transmitía —estuvieran dormidos o despiertos— la verdad o la falsedad del asumo en cuestión». 

Manly Palmer Hall - El Sol Una Divinidad Universal

 

La adoración del sol era una de las formas de manifestación religiosa más primitivas y naturales Las complejas teologías modernas no son más que complicaciones y ampliaciones de aquella sencilla creencia original. La mente primitiva reconocía el poder benefactor de la esfera solar y la adoraba como representante de la Divinidad Suprema. Con respecto al origen del culto al sol, Albert Pike hace la siguiente breve exposición en su Moral y dogma del rito escocés antiguo y aceptado: «Para ellos [los pueblos aborígenes], [el sol] era el fuego innato de los cuerpos, el fuego de la naturaleza; autor de la vida, el calor y la ignición, era para ellos la causa eficiente de toda generación, porque, sin él, no había movimiento, existencia ni forma. Para ellos era inmenso, indivisible, imperecedero y omnipresente. Todos los hombres sentían la necesidad de la luz y de su energía creativa y a nada temían más que a su ausencia. Por sus influencias benéficas, lo identificaban con el principio del Bien, de modo que el Brahma de los hindúes, el Mitra de los persas, el Atón, Amón, Ptah y Osiris de los egipcios, el Bel caldeo, el Adonai fenicio, el Adonis y el Apolo de los griegos llegaron a ser personificaciones del Sol, el principio regenerador, la imagen de la fecundidad que perpetúa y rejuvenece la existencia del mundo».
En todas las naciones de la Antigüedad se dedicaban altares, montículos y templos al culto a la esfera del día. Todavía se conservan ruinas de aquellos lugares sagrados, entre las que destacan las pirámides de Yucatán y las de Egipto, los montículos de la serpiente de los indios americanos, los zigurat de Babilonia y Caldea, las torres redondas de Irlanda y los inmensos círculos de piedras en bruto de Gran Bretaña y Normandía. La Torre de Babel, que, según las Escrituras, se construyó para que el hombre pudiera llegar hasta Dios, fue, probablemente, un observatorio astronómico. Muchos de los primeros sacerdotes y profetas, tanto paganos como cristianos, eran versados en astronomía y astrología y sus escritos se entienden mejor cuando se leen a la luz de estas ciencias antiguas. Al aumentar el conocimiento del hombre sobre la constitución y la periodicidad de los cuerpos celestes, se introdujeron en sus sistemas religiosos los principios y la terminología astronómicos. Se adjudicaron tronos planetarios a los dioses tutelares y los cuerpos celestes recibieron los nombres de las divinidades que se les asignaban. Las estrellas fijas se dividieron en constelaciones, a través de las cuales deambulaban el sol y sus planetas; estos, con los satélites que los acompañaban.

La trinidad solar

Al sol, como supremo cuerpo celeste visible para los astrónomos de la Antigüedad, se le asignó la máxima divinidad, con lo cual se convirtió en símbolo de la autoridad suprema del propio creador. De la profunda consideración filosófica de los poderes y los principios del sol procede el concepto de la Trinidad, tal como la comprendemos en el mundo actual. El principio de una divinidad trina no es exclusivo de la teología cristiana ni de la mosaica, sino que constituye una parte notoria del dogma de las principales religiones, tanto antiguas como modernas. Los persas, los hindúes, los babilonios y los egipcios tenían sus propias trinidades, que, en todos los casos, representaban las tres formas de la inteligencia suprema. En la masonería moderna, la divinidad se simboliza mediante un triángulo equilátero, cuyos tres lados representan las manifestaciones primarias del Uno Eterno, que es Él mismo representado como una llama diminuta, que los hebreos llaman yod (י .(Jakob Böhme, el místico teutón, llama a la trinidad «los tres testigos» mediante los cuales el universo visible y tangible puede conocer lo invisible.
El origen de la trinidad resulta evidente para quien observe las manifestaciones cotidianas del sol, cuya esfera, que es el símbolo de la Luz, presenta tres fases diferenciadas: la salida, el mediodía y la puesta. Por consiguiente, los filósofos dividían la vida de todas las cosas en tres partes distintas: el crecimiento, la madurez y la decadencia. Entre el crepúsculo matutino y el vespertino está el esplendor resplandeciente del mediodía. Dios Padre, el creador del mundo, se simboliza en el amanecer. Su color es azul, porque el sol que sale por la mañana está velado por una niebla azul. Dios Hijo, el iluminador enviado para dar testimonio de su Padre ante todos los mundos es el globo celeste a mediodía, radiante y magnífico, el león de Judá con su melena, el salvador del mundo de dorada cabellera. El amarillo es Su color y Su poder no tiene fin. Dios Espíritu Santo es la fase del ocaso, cuando la esfera del día, envuelta en un rojo encendido, descansa por un instante sobre la línea del horizonte, antes de desvanecerse en la oscuridad de la noche para vagar por los mundos inferiores y después volver a salir, triunfal, del abrazo de la oscuridad. Para los egipcios, el sol era el símbolo de la inmortalidad, porque, si bien moría todas las noches, volvía a levantarse otra vez al día siguiente. El sol no solo tiene esta actividad diurna, sino que, además tiene su peregrinación anual, durante la cual pasa sucesivamente por las doce casas celestes del firmamento y en cada una permanece treinta días. A esto hay que añadir que tiene una tercera trayectoria, la llamada «precesión de los equinoccios», por la cual retrocede en el Zodiaco, pasando por los doce signos a razón de un grado cada setenta y dos años.
Con respecto al paso anual del sol por las doce casas celestes, Robert Hewitt Brown, del grado 32, sostiene lo siguiente: «Mientras iba siguiendo su camino entre aquellas criaturas vivas del Zodiaco, se decía —en lenguaje alegórico— que el Sol asumía la naturaleza del signo en el que entraba o, de lo contrario, que lo derrotaba. Por consiguiente, el sol se convertía en toro en Tauro y era adorado como tal por los egipcios, con el nombre de Apis, y por los asirios con el de Bel, Baal o Bul. En Leo, el sol se transformaba en asesino de leones, Hércules, y en arquero en Sagitario: en Piscis, era pez: Dagon o Vishnu, el dios-pez de los filisteos y los hindúes».
Mediante un análisis exhaustivo de los sistemas religiosos del paganismo se descubren muchas pruebas de que sus sacerdotes servían a la energía solar y que su Divinidad Suprema era, en todos los casos, aquella Luz Divina personificada. Después de investigar durante treinta años sobre el origen de las creencias religiosas, Godfrey Higgins opina lo siguiente: «Todos los dioses de la Antigüedad se descomponían a sí mismos en el fuego solar, a veces como el mismo dios y otras veces como emblema, o shejiná, de aquel principio superior, conocido con el nombre de Ser o Dios creativo». En muchas de sus ceremonias, los sacerdotes egipcios se vestían con pieles de león, que eran símbolos de la esfera solar, porque el sol es ensalzado, se le dignifica y ocupa un lugar privilegiado en la constelación de Leo, que él rige y que en otro tiempo fue la piedra angular del arco celeste. Una vez más, Hércules es la divinidad solar, porque este poderoso cazador, al cumplir sus doce trabajos —lo mismo que el sol cuando atraviesa las doce casas del Zodiaco—, cumple durante su peregrinación doce trabajos esenciales y benéficos para la raza humana y para la naturaleza en general. Hércules, como los sacerdotes egipcios, llevaba como faja la piel de un león. Sansón, el héroe hebreo, es también —como su nombre implica— una divinidad solar. Su combate con el león nubio, sus batallas contra los filisteos, que representan los poderes de la oscuridad, y su memorable hazaña de arrancar las puertas de Gaza hacen referencia a aspectos de la actividad solar. Muchos de los pueblos antiguos tenían más de una divinidad solar; de hecho, se suponía que todos los dioses eran partícipes, al menos en parte, del fulgor del sol.
Los ornamentos dorados que utiliza la clase sacerdotal de las distintas religiones del mundo son, una vez más, una referencia sutil a la energía solar, como lo son también las coronas de los reyes. En tiempos antiguos, las coronas tenían una cantidad de puntas que se extendían hacia fuera como los rayos del sol, pero el convencionalismo moderno ha suprimido en muchos casos las puntas o, de lo contrario, las ha doblado hacia dentro, las ha reunido y ha colocado una esfera o una cruz en el punto en el que se encuentran. Muchos de los antiguos profetas, filósofos y dignatarios llevaban un cetro, en cuya parte superior había una representación del globo solar, del que emanaban rayos. Todos los reinos de la tierra no eran más que copias de los reinos del cielo y lo que mejor simbolizaba los reinos del cielo era el reino solar, en el cual el sol era el señor supremo; los planetas, sus consejeros, y toda la naturaleza, los súbditos de su imperio. Muchas divinidades se han asociado con el sol. Los griegos creían que Apolo, Baco, Dioniso, Sabazios, Hércules, Jasón, Ulises, Zeus, Urano y Vulcano compartían los atributos visibles o invisibles del sol. Para los noruegos, Balder el Hermoso era una divinidad solar y Odín se relaciona a menudo con la esfera celeste, sobre todo por su único ojo. Entre los egipcios, Osiris, Ra, Anubis, Hermes y hasta el misterioso Amón tenían puntos de semejanza con el disco solar. Isis era la madre del sol y hasta Tifón, el Destructor, se suponía que era una forma de energía solar. El mito del sol egipcio se centró finalmente en tomo a la persona de una divinidad misteriosa llamada Serapis. Las dos divinidades de América Central, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, si bien a menudo se asocian con los vientos, eran también, sin duda, divinidades solares.
En la masonería, el sol tiene muchos símbolos. Una manifestación de la energía solar es Salomón {en inglés, Solomon}, cuyo nombre, Sol-Om-On, es el nombre de la Luz Suprema en tres idiomas distintos. Juram Abí, el CJuram(Juram) de los caldeos, también es una divinidad solar y en el capítulo titulado «La leyenda de Juram» el lector encontrará la historia de cómo lo atacaron y lo asesinaron los rufianes, con su interpretación solar. El doctor en Teología George Oliver, en su Dictionary of Symbolical Masonry, ofrece un ejemplo sorprendente de la importancia del sol en los símbolos y los rituales de la masonería: «El sol sale por el Este y el Este es el lugar del Maestro Venerable. Como el sol es la fuente de toda luz y calor, el Maestro Venerable tiene que dar vida y calor a sus hermanos para que trabajen. Para los antiguos egipcios, el sol era el símbolo de la divina providencia». Los hierofantes de los Misterios se adornaban con muchos símbolos que representaban el poder solar. Los soles bordados en oro que aparecen en la parte posterior de las vestiduras del clero católico significan que el sacerdote también es un emisario y un representante del Sol Invictus.

El Cristianismo y el Sol

Por motivos que para ellos resultaban, sin duda, suficientes, a los cronistas de la vida y los actos de Jesús les pareció conveniente convertirlo en una divinidad solar. El Jesús histórico fue olvidado y casi todos los episodios destacados que se registran en los cuatro Evangelios están relacionados con los movimientos, las fases o las funciones de los cuerpos celestes.
Entre otras alegorías que el cristianismo tomó prestadas de la Antigüedad pagana figura la historia del hermoso dios del sol de ojos azules, cuyo cabello dorado le cae sobre los hombros, vestido de la cabeza a los pies de blanco inmaculado y con el cordero de Dios en los brazos como símbolo del equinoccio vernal. Este joven bien parecido es una mezcla de Apolo, Osiris, Orfeo, Mitra y Baco, porque tiene determinadas características en común con cada una de estas divinidades paganas. Los filósofos de Grecia y Egipto dividían la vida del sol durante el año en cuatro partes, con lo cual representaban al Hombre Solar con cuatro figuras diferentes. Cuando nacía en el solsticio de invierno, la divinidad solar se representaba como un niño dependiente que, de alguna manera misteriosa, había logrado escapar de los poderes de la oscuridad que pretendían destruirlo mientras aún estaba en la cuna del invierno. El sol, débil durante esta estación del año, no tenía rayos (ni rizos) dorados, pero la supervivencia de la luz durante la oscuridad del invierno se simbolizaba mediante un pelo diminuto que, en solitario, adornaba la cabeza del niño celestial. (Como el nacimiento del sol tenía lugar en Capricornio, a menudo se lo representaba amamantado por una cabra). En el equinoccio vernal, el sol se había convertido en un hermoso joven. Su cabello dorado le colgaba en rizos sobre los hombros y su luz, como decía Schiller, se extendía por todo el infinito.
En el solsticio de verano, el sol se convertía en un hombre fuerte y con mucha barba, que, en la flor de la madurez, simbolizaba el hecho de que la naturaleza, en aquella época del año, se encuentra en su momento más fuerte y más fecundo. En el equinoccio de otoño, se representaba el sol como un anciano que avanzaba arrastrando los pies, con la espalda encorvada y los rizos encanecidos, hacia el olvido de la oscuridad invernal. De tal modo se asignaban al sol doce meses de vida. Durante este período, daba vueltas a los doce signos del Zodiaco en una magnífica marcha triunfal. Al llegar el otoño, ingresaba, como Sansón, en la casa de Dalila (Virgo), donde le cortaban los rayos y perdía la fuerza. En la masonería, los crueles meses de invierno se representan mediante tres asesinos que pretenden destruir al Dios de la Luz y la Verdad. La llegada del sol era saludada con alegría; el momento de su partida se consideraba un período reservado a la tristeza y la desdicha. Esta esfera del día, gloriosa y resplandeciente, la verdadera luz «que ilumina a todos los hombres del mundo», el supremo benefactor que levantaba todas las cosas de entre los muertos, que daba de comer a las multitudes hambrientas, que apaciguaba la tempestad y que, después de morir, resucitaba y devolvía a todas las cosas a la vida…, este Espíritu Supremo del humanitarismo y la filantropía es conocido para el cristianismo como Cristo, el Redentor de los mundos, el Hijo único del Padre, el Verbo hecho carne y la Esperanza de la Gloria.

El cumpleaños del Sol

Los paganos establecieron el 25 de diciembre como el día del cumpleaños del Hombre Solar. Lo celebraban, daban banquetes, se reunían en procesiones y hacían ofrendas en los templos. Se había acabado la oscuridad del invierno y el glorioso hijo de la luz regresaba al hemisferio norte. Con un último esfuerzo, el viejo Dios del Sol había derribado la casa de los filisteos (los espíritus de la oscuridad) y había despejado el camino para el nuevo sol que nacía aquel día de las profundidades de la tierra, en medio de las bestias simbólicas del mundo inferior.
En relación con aquella época de festejos, un anónimo doctor del Balliol College de Oxford, en su tratado erudito On Mankind, Their Origin and Destiny, dice lo siguiente: «Los romanos también tenían su fiesta solar y sus juegos en el circo en honor del nacimiento del dios del día. Tenía lugar el octavo día antes de las calendas de enero, es decir, el 25 de diciembre. Servio, en su comentario al verso 720 del séptimo libro de la Eneida, en el que Virgilio habla del nuevo sol, dice que, para ser exactos, el sol es nuevo el octavo día de las calendas de enero, es decir, el 25 de diciembre. En tiempos de León I (Leo, Serm. XXI, De Nativ. Dom. pág. 148), algunos de los Padres de la Iglesia decían que “lo que volvía venerable la fiesta (de Navidad) no era tanto el nacimiento de Jesucristo como el regreso y —ellos lo expresaban así— el nuevo nacimiento del sol”. Era el mismo día en que se celebraba en Roma el nacimiento del Sol Invencible (Natalis solis invicti), como se puede ver en los calendarios romanos publicados durante el reinado de Constantino y el de Juliano (Himno al sol, pág. 155). El epíteto “Invictus” es el mismo que los persas daban al mismo dios, al que adoraban con el nombre de Mitra y al que hacían nacer en una gruta (Justin. Dial. cumTryph, pág. 305), así como los cristianos lo representan naciendo en un establo, con el nombre de Cristo».
Con respecto a la fiesta católica de la Asunción y su analogía astronómica, el mismo autor añade lo siguiente: «Al cabo de ocho meses, cuando la divinidad solar, después de crecer, atraviesa el octavo signo, absorbe a la Virgen celestial en su trayectoria ardiente y ella desaparece en medio de los rayos luminosos y la gloria de su hijo. Este fenómeno, que se produce todos los años alrededor de mediados de agosto, dio origen a una fiesta que sigue existiendo y en la cual se supone que la madre de Cristo deja de lado su vida terrenal, se asocia con la gloria de su hijo y es llevada a su lado, en los cielos. El calendario romano de Columella (CoL 1. II, cap. II, pág. 429) señala la muerte o la desaparición de Virgo en aquel período. El sol —dice—entra en Virgo el decimotercer día antes de las calendas de septiembre, que es cuando los católicos colocan la fiesta de la Asunción o el reencuentro de la Virgen con su hijo. Esta fiesta antes se llamaba “el Tránsito de María” (Beausobre, tomo I, pág. 350) y en la Biblioteca de los Padres (Bibl. Patr. vol. II, parte II, pág. 212) encontramos un relato del Tránsito de la Santísima Virgen. Los antiguos griegos y romanos fijan en ese día la asunción de Astrea, que es la misma virgen».
La madre virgen que da a luz a la divinidad solar y que el cristianismo ha preservado tan fielmente nos recuerda la inscripción relativa a su prototipo egipcio, Isis, que aparecía en el Templo de Sais: «El fruto que he engendrado es el Sol». Aunque los paganos primitivos asociaban a la Virgen con la luna, no cabe duda de que también comprendían su posición como constelación en los cielos, porque casi todos los pueblos de la Antigüedad la reconocen como la madre del sol y se daban cuenta de que, aunque no se podía atribuir aquel puesto a la luna, el signo de Virgo podía dar y de hecho daba a luz al sol de su costado el vigesimoquinto día de diciembre. San Alberto Magno afirma lo siguiente: «Sabemos que el signo de la Virgen celestial salía por encima del horizonte en el momento en que fijamos el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo».
Algunos astrónomos árabes y persas daban a las tres estrellas que formaban el cinturón de la espada de Orión el nombre de «los tres Reyes Magos» que acudieron a rendir homenaje a la joven divinidad solar. El autor de On Mankind, Their Origin and Destiny aporta, además, la siguiente información: «En Cáncer, que había subido al meridiano a medianoche, están la constelación del Pesebre y la del Asno. Los antiguos la llamaban Praesepe Jovis. Al norte se ven las estrellas de la Osa, que los árabes llamaban Marta y María, y también el féretro de Lázaro». De este modo, el esoterismo del paganismo se encarnaba en el cristianismo, aunque se han perdido sus claves. La Iglesia cristiana sigue ciegamente las costumbres antiguas y, cuando se le pide una razón, brinda explicaciones superficiales e insatisfactorias, olvidando o pasando por alto el hecho indiscutido de que cada religión se basa en las doctrinas secretas de su predecesora.

Los tres soles

Para los sabios antiguos la esfera solar, como la naturaleza humana, se dividía en tres cuerpos distintos. Según los místicos en cada sistema solar hay tres soles, que son análogos a los tres centros de la vida que aparecen en la constitución de cada individuo. Los llaman «las tres luces»: el sol espiritual, el sol intelectual o sol del alma y el sol material (que actualmente se simboliza en la masonería mediante tres velas). El sol espiritual manifiesta el poder de Dios Padre; el sol intelectual o del alma irradia la vida de Dios Hijo, y el sol material es el vehículo por el cual se manifiesta el Dios Espíritu Santo. Los místicos dividían la naturaleza del hombre en tres partes distintas: espíritu, alma y cuerpo. Su cuerpo físico se manifestaba y se vitalizaba gracias al sol material; su naturaleza espiritual era iluminada por el sol espiritual, y su naturaleza intelectual era redimida por la verdadera luz de la gracia: el sol del alma. La alineación de estos tres globos en el cielo era una de las explicaciones que se ofrecían para el hecho peculiar de que las órbitas de los planetas no fueran circulares sino elípticas.
Para los sacerdotes paganos, el sistema solar siempre fue un Gran Hombre y basaban su analogía en estos tres centros de actividad procedentes de los tres centros principales de la vida que hay en el cuerpo humano: el cerebro, el corazón y el aparato reproductor. La Transfiguración de Jesús describe tres tabernáculos, de los cuales el mayor está en el centro (el corazón) y los dos pequeños a ambos lados (el cerebro y el aparato reproductor). Es posible que la hipótesis filosófica de la existencia de los tres soles se base en un fenómeno natural peculiar que se ha producido muchas veces a lo largo de la historia. En el año 51 después de Cristo se vieron tres soles en el cielo al mismo tiempo y lo mismo ocurrió en el año 66. En el año 69 se vieron dos soles juntos. Según William Lilly, entre los años 1156 y 1648 se registraron veinte casos similares.
Los herméticos, que reconocían al sol como máximo benefactor del mundo material, creían en la existencia de un sol espiritual que se ocupaba de las necesidades de la parte invisible y divina de la Naturaleza, tanto humana como universal. Con respecto a este tema escribió el gran Paracelso: «Hay un sol terrenal, que es la causa de todo el calor, y todos los que son capaces de ver pueden ver el sol y los que son ciegos y no pueden verlo sienten su calor. Hay un sol eterno, que es la fuente de toda la sabiduría y los que tienen los sentidos espirituales despiertos a la vida verán este sol y serán conscientes de su existencia, pero aquellos que no han alcanzado la conciencia espiritual también pueden percibir su poder mediante una facultad interna, llamada intuición».
Algunos rosacruces eruditos han dado denominaciones especiales a estas tres fases del sol: llaman Vulcano al sol espiritual; al sol del alma y al intelectual los llaman Cristo y Lucifer, respectivamente, y al sol material, Jehová, como el demiurgo judío. En este caso, Lucifer representa la mente intelectual sin la iluminación de la mente espiritual; por consiguiente, es «la luz falsa». Al final, la luz falsa es vencida y redimida por la verdadera luz del alma, llamada «Segundo Logos» o «Cristo». Los procesos secretos mediante los cuales el intelecto de Lucifer se transmuta en el intelecto de Cristo constituyen uno de los grandes secretos de la alquimia y se representan mediante el proceso de convertir metales de baja ley en oro.
En el singular tratado The Secret Symbols of The Rusicrucians, Franz Hartmann define alquímicamente al sol como «El símbolo de la Sabiduría. El Centro del poder o el Corazón de las cosas. El Sol es un centro de energía y un depósito de poder. Cada ser vivo contiene en sí mismo un centro de vida, que puede crecer hasta convertirse en un Sol. En el corazón de los renovados, el poder divino, estimulado por la Luz del Logos, crece hasta convertirse en un Sol que ilumina su mente». En una nota, el mismo autor amplía su descripción y añade lo siguiente: «El sol terrestre es la imagen o el reflejo del sol celeste invisible; aquel se encuentra en el terreno del espíritu y este, en el de la materia, pero este recibe su poder de aquel».
En la mayoría de los casos, las religiones de la Antigüedad coinciden en que el sol material y visible era un reflector, más que el origen del poder. A veces se lo representaba como un escudo que la divinidad solar —por ejemplo Frey, la divinidad solar escandinava— llevaba en el brazo. Aquel sol reflejaba la luz del sol espiritual invisible, que era la verdadera fuente de vida, luz y verdad. La naturaleza física del universo es receptiva: es un reino de efectos Las causas invisibles de estos efectos corresponden al mundo espiritual. Por consiguiente, el mundo espiritual es la esfera de la causalidad; el mundo material es la esfera de los efectos, mientras que el mundo intelectual o del alma es la esfera de la mediación. Por eso, a Cristo, la personificación de la naturaleza intelectual superior y el alma, lo llaman «el Mediador», que, en virtud de Su puesto y Su poder, dice: «Nadie llega hasta mi Padre, si no es a través de mí».
Lo que es el sol para el sistema solar lo es el espíritu para el cuerpo del hombre, porque su naturaleza, sus órganos y sus funciones son como planetas alrededor de la vida central (o el sol) y viven de sus emanaciones. El poder solar en el hombre está dividido en tres partes que se denominan el triple espíritu humano del hombre. Dicen que estas tres naturalezas espirituales son radiantes y trascendentes y, unidas, forman lo divino en el hombre. La triple naturaleza inferior del hombre, compuesta por su organismo físico, su naturaleza emocional y sus facultades mentales, refleja la luz de aquella divinidad triple y la manifiesta en el mundo físico. Los tres cuerpos del hombre se simbolizan mediante un triángulo vertical y su triple naturaleza espiritual, mediante un triángulo invertido. A estos dos triángulos, unidos para formar una estrella de seis puntas, los judíos los llamaban «la estrella de David», «el sello de Salomón», y en la actualidad se conocen habitualmente como «la estrella de Sión». Estos triángulos simbolizan el universo espiritual y el material unidos para constituir la criatura humana, que es partícipe tanto de la naturaleza como de la divinidad. La naturaleza animal del hombre es partícipe de la tierra; la divina, de los cielos, y la humana, del mediador.

Los habitantes celestes del Sol

Los rosacruces y los Iluminados, al describir a los ángeles, los arcángeles y otras criaturas celestiales, declaraban que parecían pequeños soles, que eran centros de energía radiante rodeados de descargas de Fuerza Vril. De estas descargas de fuerza deriva la creencia popular de que los ángeles tienen alas. Estas alas son abanicos de luz semejantes a coronas, por medio de los cuales las criaturas celestiales se impulsan a través de las esencias sutiles de los mundos superfísicos.
Los verdaderos místicos niegan de forma unánime la teoría de que los ángeles y los arcángeles tengan la forma humana con la que se los suele representar. Una figura humana sería absolutamente inútil en las sustancias etéreas a través de las cuales se manifiestan. Hace mucho que la ciencia debate la probabilidad de que haya habitantes en otros planetas. Las objeciones a esta idea se basan en el argumento de que, en el medio ambiente de Marte, Júpiter, Urano y Neptuno, no podrían existir criaturas con un organismo humano. Este argumento no tiene en cuenta la ley natural universal de adaptación al entorno. Los antiguos afirmaban que la vida era originaria del sol y que, bañado con la luz de la esfera solar, todo era capaz de absorber los elementos de la vida solar y posteriormente irradiarlos en forma de flora y fauna. Un concepto filosófico consideraba padre al sol y, a los planetas, embriones conectados aún con el cuerpo solar mediante cordones umbilicales etéreos que servían como canales para transmitir vida y nutrientes a los planetas. Algunas órdenes secretas han enseñado que el sol estaba poblado por una raza de criaturas con cuerpos compuestos por un éter radiante y espiritual, con una constitución no demasiado diferente de la de la bola encendida del propio sol. El calor del sol no producía en ellas efectos perniciosos, porque sus organismos eran bastante refinados y estaban sensibilizados para armonizar con la tremenda velocidad de vibración del sol. Estas criaturas parecen soles en miniatura y son un poco más grandes que un plato llano, aunque algunas de las más poderosas son mucho más grandes. Su color es la luz blanca dorada del sol, del cual irradian cuatro descargas de Vril. Estas descargas suelen ser muy largas y están en movimiento constante. Se observa una palpitación peculiar por toda la estructura del globo y se comunica en forma de ondas con las descargas que salen. La más grande y más luminosa de estas esferas es el Arcángel Miguel y a todo el orden de la vida solar, que se le parece y vive sobre el sol, los cristianos modernos lo llaman «los arcángeles» o «los espíritus de la luz».

El Sol en la simbología alquímica 

El oro es el metal del sol y muchos lo consideran la luz del sol cristalizada. Cuando se lo menciona en los tratados alquímicos, puede ser tanto el metal en sí como la esfera celeste, que es la fuente o el espíritu del oro. Por ser ardiente, el azufre también se asociaba con el sol.
Como el oro era el símbolo del espíritu y los metales de baja ley representaban la naturaleza inferior del hombre, a algunos alquimistas los llamaban «mineros» y los representaban con picos y palas excavando la tierra en busca del metal precioso: aquellos rasgos de carácter más puros, enterrados en la vulgaridad de la materialidad y la ignorancia. El diamante escondido en el corazón del carbón negro ilustraba el mismo principio. Los Iluminados usaban una perla escondida en el caparazón de una ostra en el fondo del mar como símbolo de los poderes espirituales. De este modo, quien buscaba la verdad se convertía en un pescador de perlas: se sumergía en el mar de la ilusión material en busca del conocimiento, al que los iniciados llamaban «la perla inapreciable».
Cuando los alquimistas afirmaban que todos los objetos animados e inanimados del universo contenían las semillas del oro, querían decir que hasta los granos de arena poseían una naturaleza espiritual, porque el oro es el espíritu de todo. Con respecto a estas semillas de oro espiritual, tiene importancia el siguiente axioma rosacruz: «Toda semilla es inútil e impotente, a menos que se siembre en la matriz adecuada». Franz Hartmann comenta este axioma con las siguientes palabras esclarecedoras: «El alma no puede desarrollarse ni avanzar sin un cuerpo adecuado, porque es el cuerpo físico lo que le proporciona el material para su evolución».
La finalidad de la alquimia no era obtener algo de la nada, sino, más bien, fertilizar y nutrir la semilla que ya estaba presente. Sus procesos no creaban oro, en realidad, sino que hacían crecer y prosperar la omnipresente semilla del oro. Todo lo que existe tiene espíritu —la semilla de la divinidad en sí misma— y la regeneración no es el proceso de tratar de poner algo donde antes no estaba, sino que en realidad significa la revelación de la divinidad omnipresente en el hombre y que esta divinidad brille como un sol e ilumine todo y a todos los que entren en contacto con él.

El Sol de medianoche

Apuleyo describía su propia iniciación (vide ante) con estas palabras: «A medianoche vi brillar el sol con una luz espléndida». El sol de medianoche también formaba parte del misterio de la alquimia. Simbolizaba el espíritu del hombre brillando a través de la oscuridad de sus organismos humanos.
También hacía referencia al sol espiritual del sistema solar, que los místicos podían ver tan bien a medianoche como a mediodía, porque la tierra material no podía bloquear los rayos de aquella esfera divina. Según algunos, las luces misteriosas que iluminaban los templos de los Misterios egipcios durante las horas de la noche eran reflejos del sol espiritual, reunidos gracias a los poderes mágicos de los sacerdotes. Es muy posible que la extraña luz que «Yo soy el hombre» vio dieciséis kilómetros bajo la superficie de la tierra en la notable alegoría masónica titulada Etidorhpa (Afrodita al revés) fuese el misterioso sol de medianoche de los ritos antiguos. Las concepciones primitivas con respecto a la guerra entre los principios del Bien y del Mal a menudo se basaban en la alternancia del día y la noche. Durante la Edad Media, la práctica de la magia negra se restringía a las horas de la noche y aquellos que servían al espíritu del Mal eran llamados «magos negros», mientras que los que servían al espíritu del Bien eran llamados «magos blancos». El blanco y el negro se asociaban, respectivamente, con el día y la noche y muchas veces se hace alusión al interminable conflicto entre la luz y la sombra en las mitologías de diversos pueblos.
El demonio egipcio, Tifón, se representaba en parte como cocodrilo y en parte como cerdo, porque estos animales son gordos y primitivos, tanto de aspecto como de temperamento. Desde que el mundo es mundo, los seres vivos han temido a la oscuridad y las pocas criaturas que la usan para encubrir lo que hacen por lo general se relacionaban con el espíritu del Mal.
Por consiguiente, los gatos, los murciélagos, los sapos y los búhos se asocian con la brujería. En determinadas partes de Europa siguen creyendo que por la noche los magos negros se convierten en lobos y van por ahí destruyendo cosas. De este concepto surgieron las historias de los hombres lobo. Las serpientes, porque vivían en la tierra, se asociaban con el espíritu de la oscuridad. Como la batalla entre el Bien y el Mal gira en torno al uso de las fuerzas generadoras de la Naturaleza, las serpientes aladas representan la regeneración de la naturaleza animal del hombre o a aquellos Grandes que se han regenerado por completo. Entre los egipcios, a menudo se veían los rayos del sol acabados en manos humanas. Los masones encontrarán una relación entre aquellas manos y la conocida garra del león que levanta todas las cosas hacia la vida.

Los colores solares 

La teoría, sostenida durante tanto tiempo, de los tres colores primarios y los cuatro secundarios es puramente exotérica, porque desde los tiempos más remotos se sabe que los colores primarios son siete, en lugar de tres, aunque el ojo humano solo es capaz de apreciar tres de ellos. Por consiguiente, aunque se puede hacer el verde mediante la combinación del azul y el amarillo, también hay un verde auténtico o primario que no es compuesto. Para demostrarlo, hay que descomponer el espectro con un prisma. Helmholtz descubrió que los llamados colores secundarios del espectro no se podían descomponer en sus supuestos colores primarios; es decir que, si se pasaba el anaranjado del espectro por un segundo prisma, no se descomponía en rojo y amarillo, sino que seguía siendo anaranjado. La conciencia, la inteligencia y la fuerza se simbolizan, adecuadamente, mediante el azul, el amarillo y el rojo. Los efectos terapéuticos de los colores, asimismo, armonizan con este concepto, porque el azul es un color eléctrico, agradable y sedante; el amarillo es un color vitalizador y perfeccionador, y el rojo es un color agitador, que da calor. También se ha demostrado que los minerales y las plantas afectan la constitución humana según su color. Por ejemplo, una flor amarilla por lo general tiene un efecto medicinal que afecta la constitución de una manera similar a la luz amarilla o a la nota musical mi. Una flor anaranjada influirá de manera similar a la luz anaranjada y, por ser uno de los llamados colores secundarios, corresponde a la nota re o bien al acorde de do y mi. Para los antiguos, el espíritu del hombre correspondía al color azul, la mente, al amarillo y el cuerpo, al rojo. Por consiguiente, el cielo es azul, la tierra es amarilla y el infierno, o inframundo, es rojo. La condición abrasadora del infierno simplemente simboliza la naturaleza de la esfera o el plano de fuerza que lo compone. En los Misterios griegos, la esfera irracional siempre se consideraba roja, porque representaba el estado en el cual la conciencia está esclavizada por las lujurias y las pasiones de la naturaleza inferior. En India, algunos de los dioses —por lo general, atributos de Vishnu—se representan con la piel azul para representar su constitución divina y supramundana. Según la filosofía esotérica, el azul es el color verdadero y sagrado del sol, mientras que el aparente tono anaranjado amarillento de esta esfera se debe a que sus rayos se sumergen en las sustancias del mundo ilusorio.
En el simbolismo original de la Iglesia cristiana, los colores tenían una importancia primordial y su uso se regía por normas preparadas con mucho cuidado. Sin embargo, desde la Edad Media, como los colores se han empleado con despreocupación, se han perdido sus significados emblemáticos más profundos. En su aspecto primario, el blanco o el plateado significaban la vida, la pureza, la inocencia, la alegría y la luz; el rojo, el sufrimiento y la muerte de Cristo y de Sus santos y también el amor divino, la sangre y la guerra o el sufrimiento; el azul, la esfera celeste y los estados de devoción y de meditación; el amarillo o el oro, la gloria, la fertilidad y la bondad; el verde, la fecundidad, la juventud y la prosperidad; el violeta, la humildad, el afecto profundo y la tristeza; el negro, la muerte, la destrucción y la humillación. En el arte de la Iglesia primitiva, los colores de las vestiduras y los ornamentos también revelaban si un santo había sido martirizado, así como el carácter de la obra que había realizado para merecer la canonización. Además de los colores del espectro, existen gran cantidad de ondas cromáticas, algunas demasiado bajas y otras demasiado altas para ser registradas por el aparato óptico humano. Produce consternación comprobar la descomunal ignorancia humana con respecto a estas vistas del espacio abstracto. Así como en el pasado el hombre ha explorado continentes desconocidos, en el futuro, amado con implementos curiosos concebidos expresamente, explorará estos refugios apenas conocidos de la luz, el color, el sonido y la conciencia.
El zodiaco circular más antiguo que se conoce es el que se encuentra en Dendera, en Egipto, y que ahora está bajo posesión del Gobierno Francés. John Cole describe este notable zodiaco de la siguiente manera: «El diámetro del medallón en el cual las constelaciones están esculpidas, es de cuatro pies con nueve pulgadas, medida francesa. Esta rodeado por otro circulo de una circunferencia mucho mayor, la cual contiene caracteres jeroglíficos; este segundo circulo está encerrado en un cuadrado, cuyos lados miden siete pies con nueve pulgadas de largo. Los asterismos, que constituyen las constelaciones Zodiacales mezcladas con otros, están representados en un espiral. Después de una revolución, las extremidades de este espiral son Leo y Cáncer. Sin duda, Leo esta a la cabeza. Aparenta estar pisando sobre una serpiente, con su cola sostenida por una mujer. Inmediatamente después del León, viene la Virgen sosteniendo una mazorca de maíz. Más adelante, vemos dos escalas de una balanza, sobre las cuales está la figura de Harpocrates en un medallón. Entonces, le sigue el Escorpión, y Sagitario, a quien los egipcios le dieron alas, y dos rostros. Después de Sagitario, están colocados en sucesión Capricornio, Acuario, Piscis, el Carnero, el Toro, y los Gemelos. Como ya hemos observado, esta procesión Zodiacal termina con Cáncer, el Cangrejo»

Manly Palmer Hall - La Momificación de los Muertos en Egipto

 

En sus comentarios sobre la Eneida de Virgilio, Servio observa que «los egipcios, como eran sabios, embalsamaban los cadáveres y los depositaban en catacumbas para poder mantener el alma durante mucho tiempo en contacto con el cuerpo, para que no se alejara enseguida; en cambio, los romanos, con el propósito opuesto, depositaban los restos de sus muertos en una pira funeraria, con la intención de devolver de inmediato la chispa vital al elemento general o a su naturaleza prístina».
No disponemos de documentos completos que traten de la doctrina secreta de los egipcios con respecto a la relación entre el espíritu, o conciencia, y el cuerpo habitado. Resulta razonablemente cierto, no obstante, que Pitágoras, que había sido iniciado en los templos egipcios, al promulgar la doctrina de la metempsicosis, reformuló, al menos en parte, las enseñanzas de los iniciados egipcios. La suposición popular de que los egipcios momificaban a sus muertos para conservar la forma para una resurrección física es insostenible a la luz de los nuevos conocimientos con respecto a su filosofía de la muerte. En el cuarto libro de Sobre la abstinencia, Porfirio describe la costumbre egipcia de purificar a los muertos mediante la extracción del contenido de la cavidad abdominal —lo colocaban en un arcón aparte— y a continuación reproduce la siguiente oración, que ha sido traducida de la lengua egipcia por Eufanto: «Oh, Sol soberano y todos vosotros, dioses, que dais vida a los hombres, recibidme y llevadme a convivir con los dioses eternos, porque siempre, mientras he vivido en esta época, he adorado piadosamente a las divinidades que me indicaron mis padres y asimismo siempre he honrado a los que engendraron mi cuerpo. Y, con respecto a los demás hombres, jamás he dado muerte a ninguno ni he estafado a nadie que me hubiese entregado algo ni he cometido ninguna otra atrocidad. Por consiguiente, si a lo largo de mi vida he actuado de forma errónea —he comido o bebido cosas que la ley prohíbe comer o beber—, no he errado por mí mismo, sino a través de estos», y señalaba el cofre que contenía las vísceras. La extirpación de los órganos identificados como sedes de los apetitos se consideraba equivalente a purificar el cuerpo de sus influencias perniciosas. Los cristianos primitivos interpretaban sus Escrituras tan al pie de la letra que preservaban los cuerpos de sus muertos introduciéndolos en agua salada, para que, el día de la resurrección, el espíritu del difunto pudiera volver a entrar en un cuerpo completo y perfectamente conservado. Convencidos de que las incisiones necesarias para el proceso de embalsamamiento y la extracción de los órganos internos impedirían que el espíritu regresara a su cuerpo, los cristianos enterraban a sus muertos sin recurrir a los métodos de momificación más complejos utilizados por los egipcios.
En su obra Egyptian Magic, S. S.D. D. aventura la siguiente hipótesis sobre las finalidades esotéricas de la práctica de la momificación: «Tenemos motivos para suponer que solo momificaban a aquellos que habían recibido algún grado de iniciación, porque no cabe duda de que, para los egipcios, la momificación en realidad impedía la reencarnación. La reencarnación era necesaria para las almas imperfectas, para aquellos que no habían conseguido superar las pruebas de iniciación; en cambio, los que contaban con la voluntad y la capacidad para ingresar en el adytum por lo general no necesitaban la liberación del alma que dicen que se producía con la destrucción del cuerpo. Por consiguiente, el cuerpo del iniciado se preservaba después de la muerte como una especie de talismán o base material para la manifestación del alma sobre la tierra». Al principio, la momificación se limitaba al faraón y a aquellas otras personas de rango real que se suponían partícipes de los atributos del gran Osiris, el divino rey momificado del infierno egipcio.

Manly Palmer Hall - Isis - La Virgen Del Mundo

 

Resulta especialmente adecuado comenzar un estudio del simbolismo hermético con un análisis de los símbolos y los atributos de la Isis saíta, es decir, la Isis de Sais, famosa por la inscripción relacionada con ella que apareció en el frente de su templo en esta ciudad: «Yo, Isis, soy todo lo que ha sido, lo que es y lo que será y ningún hombre mortal me ha quitado nunca el velo».
Según Plutarco, muchos autores antiguos creían que esta diosa era la hija de Hermes; otros opinaban que era hija de Prometeo. Estos dos semidioses destacaban por su sabiduría divina. No es improbable que su parentesco con ellos sea meramente alegórico. Plutarco traduce el nombre de Isis con el significado de «sabiduría». Godfrey Higgins, en su Anacalypsis, deriva el nombre de Isis del hebreo, Iso, y del griego ζωω, «salvar». Sin embargo, algunas autoridades, como Richard Payne Knight, por ejemplo, creen —y así lo manifiesta en su obra The Symbolical Language of Ancient Art and Mythology— que la palabra tiene origen septentrional, posiblemente escandinavo o gótico. En estos idiomas, el nombre se pronuncia isa, que significa «hielo», o agua en su estado más pasivo, cristalizado y negativo. Esta divinidad egipcia con tantos nombres aparece como el principio de la fecundidad natural en casi todas las religiones del mundo antiguo. Se la conocía como la diosa de las diez mil denominaciones y el cristianismo la metamorfoseó en la Virgen María, porque Isis, a pesar de haber dado a luz a todas las cosas vivas —la principal entre ellas fue el Sol— seguía siendo virgen, según los relatos legendarios.
Apuleyo, en el undécimo libro de El asno de oro, atribuye a la diosa la siguiente declaración relacionada con sus poderes y sus atributos: «Mira. […], yo, conmovida por tus plegarias, estoy aquí contigo: yo, que soy la naturaleza, la progenitora de las cosas, la reina de todos los elementos, el origen primigenio de los tiempos, la divinidad suprema, la soberana de los espíritus de los muertos, la primera de los celestiales y el prototipo uniforme de los dioses. Yo, que gobierno con una inclinación de cabeza las cumbres luminosas de los cielos, las brisas salubres del océano y los silencios lúgubres de los infiernos y cuya única divinidad todo el orbe de la tierra venera bajo diversas formas, con distintos ritos y gran variedad de denominaciones. Por eso, los frigios primigenios me llaman Pessinuntica, la madre de los dioses: los habitantes del Ática me llaman Minerva Cecropia; soy la Venus de Pafos para los chipriotas, Diana para los cretenses portadores de flechas: los sicilianos trilingües me llaman Proserpina estigia, y para los eleusinos soy la antigua diosa Ceres. Algunos me llaman Juno; otros Bellona; soy Hécate para unos y Ramnusia para otros. Y aquellos a los que la divinidad solar ilumina en cuanto sale con sus rayos incipientes, es decir, los etíopes, los arios y los egipcios, expertos en el conocimiento antiguo y que me adoran en ceremonias perfectamente apropiadas, me llaman por mi nombre verdadero: reina Isis».
Le Plongeon cree que el mito egipcio de Isis tuvo una base histórica entre los mayas de América Central, que llamaban a su diosa «reina Moo». En el príncipe Coh, el mismo autor encuentra una correspondencia con Osiris, el hermano y esposo de Isis. La teoría de Le Plongeon era que la civilización maya era mucho más antigua que la egipcia. Al morir el príncipe Coh, su viuda, la reina Moo, huyó para salvarse de la ira de los asesinos y buscó refugio entre las colonias mayas de Egipto, donde la aceptaron como reina y le pusieron el nombre de Isis. Aunque puede ser que Le Plongeon tenga razón, la posible reina histórica se reduce a la insignificancia cuando se compara con la Virgen del mundo, alegórica y simbólica; además, el hecho de que aparezca entre tantas razas y pueblos diferentes resta credibilidad a la teoría de que existió realmente. Según Sexto Empírico, la guerra de Troya se libró por una estatua de la diosa lunar. Por aquella Helena lunar y no por una mujer, los griegos y los troyanos combatieron a las puertas de Troya. Varios autores han tratado de demostrar que Isis, Osiris, Tifón, Neftis y Aroueris (Thot o Mercurio) eran nietos del gran patriarca judío Noé, hijos de su hijo Ham, pero, como la historia de Noé y su arca es una alegoría cósmica relacionada con la repoblación de los planetas al comienzo de cada período del mundo, resulta menos probable que fueran personajes históricos. Según Robert Fludd, el sol tiene tres propiedades: vida, luz y calor, que vivifican y vitalizan los tres mundos: el espiritual, el intelectual y el material. Por consiguiente, se dice «de una luz, tres luces», es decir, los tres primeros maestros masones. Con toda probabilidad, Osiris representa el tercer aspecto (el material) de la actividad solar, que, gracias a sus influencias beneficiosas, vitaliza y da vida a la flora y la fauna de la tierra. Osiris no es el sol, pero el sol simboliza el principio vital de la naturaleza, que los antiguos conocían como Osiris. Su símbolo, por consiguiente, era un ojo abierto, en honor del Gran ojo del universo: el sol. En oposición al principio activo y radiante del fuego fecundo, el calor y el movimiento, era el principio pasivo y receptivo de la naturaleza.
La ciencia moderna ha demostrado que las formas, cuya magnitud varía desde los sistemas solares hasta los átomos están compuestas por núcleos positivos y radiantes, rodeados por cuerpos negativos que existen sobre las emanaciones de la vida central. A partir de esta alegoría tenemos la historia de Salomón y sus esposas, porque Salomón es el sol y sus esposas y concubinas son los planetas, las lunas, los asteroides y otros cuerpos receptivos dentro de su casa: la mansión solar. Isis, representada en el Cantar de los Cantares como la doncella de tez oscura de Jerusalén, simboliza la naturaleza receptiva: el principio acuoso y maternal que crea todas las cosas a partir de sí misma, una vez lograda la fecundación, gracias a la virilidad del sol. En el mundo antiguo, el año tenía 360 días. El Dios de la Inteligencia Cósmica reunía los cinco días adicionales para que fueran los cumpleaños de los cinco dioses que eran llamados «los hijos de Ham». En el primero de aquellos días especiales nacía Osiris y en el cuarto, Isis.
Tifón, el demonio o el espíritu del adversario de los egipcios, nacía el tercer día. El símbolo de Tifón suele ser un cocodrilo: a veces, su cuerpo es una combinación de un cocodrilo y un cerdo. Isis representa el conocimiento y la sabiduría y, según Plutarco, la palabra «Tifón» significa «insolencia» y «orgullo». El egoísmo, el egocentrismo y el orgullo son los enemigos mortales del conocimiento y la verdad. Esta parte de la alegoría se revela.
Osiris —representado aquí como el sol— se convirtió en rey de Egipto y concedió a su pueblo la plena ventaja de su luz intelectual: después continuó su camino a través de los cielos, visitando a los pueblos de otras naciones y convirtiendo a todos aquellos con los que entraba en contacto. Plutarco afirma, además, que los griegos reconocían en Osiris a la misma persona que reverenciaban con los nombres de Dioniso y Baco. Mientras estaba lejos de su país, su hermano Tifón, el malvado —como el Loki escandinavo—, conspiró contra la divinidad solar para destruirla. Reunió a setenta y dos personas como cómplices de su conspiración y alcanzó su abominable objetivo de una manera muy sutil. Mandó hacer una caja decorada muy bonita del tamaño exacto del cuerpo de Osiris y la llevó a la sala de banquetes en la que los dioses se estaban dando un festín. Todos admiraron el hermoso arcón y Tifón prometió dárselo a aquel cuyo cuerpo encajara mejor. Uno tras otro se tumbaron en la caja, pero se volvían a levantar, desilusionados, hasta que finalmente lo probó también Osiris. En cuanto estuvo en el arcón, Tifón y sus cómplices clavaron la tapa y sellaron las aberturas con plomo fundido. A continuación, arrojaron la caja al Nilo, en el cual flotó hasta el mar. Plutarco afirma que esto ocurrió el decimoséptimo día del mes de Athyr, cuando el sol estaba en la constelación de Escorpio. Esto es muy significativo, porque el escorpión es el símbolo de la traición. Osiris entró en el baúl en la misma estación en la que Noé subió al arca para salvarse del diluvio. Plutarco declara también que los faunos (como Pan) y los sátiros (los espíritus de la naturaleza y de los elementos) fueron los primeros en descubrir que Osiris había sido asesinado y de inmediato dieron la voz de alarma; de aquel episodio surgió la palabra «pánico» con el significado de «miedo» o «terror» multitudinario. Cuando Isis recibió la noticia de la muerte de su esposo —se lo contaron unos niños que habían visto a los asesinos cuando salían corriendo con la caja—, enseguida se vistió de luto y salió en su busca.
Finalmente, Isis averiguó que el arcón había flotado hasta la costa de Biblos, donde había quedado enganchado en las ramas de un árbol, que, milagrosamente, no tardó en crecer en torno a la caja. Cuando lo supo el rey de aquel país, se asombró tanto que mandó talar el árbol y hacer con su tronco una columna para sostener el techo de su palacio. Isis fue a Biblos y recuperó el cuerpo de su esposo, pero Tifón volvió a robarlo y lo cortó en catorce trozos, que dispersó por toda la tierra. Desesperada, Isis se puso a reunir los restos cortados de su esposo, pero solo pudo encontrar trece. Reprodujo el decimocuarto —el falo— en oro, porque el original había caído al río Nilo y un pez se lo había tragado. Más tarde, Tifón murió luchando contra el hijo de Osiris. Algunos egipcios creían que las almas de los dioses iban al cielo, donde brillaban como estrellas. Se suponía que el alma de Isis brillaba desde Sirio, mientras que Tifón se convirtió en la constelación de la Osa. No es seguro, sin embargo, que la idea se hubiese generalizado en algún momento. Los egipcios suelen representar a Isis con un tocado que simboliza el trono vacío de su esposo asesinado y esta estructura peculiar fue aceptada en determinadas dinastías como su jeroglífico. Los tocados de los egipcios tienen gran importancia simbólica y emblemática, porque representan el cuerpo áurico de las inteligencias sobrenaturales y se usan de la misma forma en que se usan el nimbo, el halo y la aureola en el arte religioso cristiano.
El famoso simbolista masónico Frank C. Higgins ha observado con perspicacia que los recargados tocados de determinados dioses y faraones están inclinados hacia atrás en el mismo ángulo que el eje de la tierra. Las vestimentas, las insignias, las joyas y los ornamentos de los antiguos hierofantes simbolizaban las energías que irradiaba el cuerpo humano. La ciencia moderna está redescubriendo muchos de los secretos perdidos de la filosofía hermética. Uno de ellos es la capacidad para medir la evolución mental, las cualidades del alma y la salud física de una persona a partir de las descargas de energía eléctrica semivisible que manan constantemente de la superficie de la piel de todo ser humano durante toda su vida.
A veces Isis se representa simbólicamente con la cabeza de una vaca y en ocasiones todo el animal es su símbolo. Los primeros dioses escandinavos eran extraídos a lengüetazos de bloques de hielo por la Madre Vaca (Audhumla), que, por su leche, simbolizaba el principio del nutrimiento natural y la fecundidad. Algunas veces se representa a Isis como un pájaro. A menudo lleva en una mano la crux ansata, símbolo de la vida eterna, y en la otra el cetro florido, símbolo de su autoridad. Thot Hermes Trismegisto, el fundador del saber egipcio y el sabio del mundo antiguo, entregó a los sacerdotes y los filósofos de la Antigüedad los secretos que se han conservado hasta hoy en mitos y leyendas. Estas alegorías y figuras emblemáticas ocultan las fórmulas secretas para la regeneración espiritual, mental, moral y física que vulgarmente se conocen como la química mística del alma (la alquimia). Estas verdades sublimes se comunicaban a los iniciados de las escuelas mistéricas, pero permanecían ocultas a los profanos que, como no comprendían los principios filosóficos abstractos, adoraban a los ídolos de hormigón que representaban aquellas verdades secretas. La personificación de la sabiduría y el sigilo de Egipto es la Esfinge, que ha mantenido a salvo sus secretos durante un centenar de generaciones. Los misterios del hermetismo, las grandes verdades espirituales ocultas al mundo por la ignorancia de este y las claves de las doctrinas secretas de los filósofos antiguos, todo esto se representa simbólicamente mediante la Virgen Isis, que, velada de la cabeza a los pies, solo revela su sabiduría a los pocos que han sido puestos a prueba e iniciados que han adquirido el derecho a acceder a su presencia sagrada, a arrancar de la figura velada de la naturaleza el velo de oscuridad y a situarse cara a cara con la Realidad Divina. A menos que se indique lo contrario, las explicaciones que figuran en estas páginas sobre los símbolos peculiares de la Virgen Isis se basan en selecciones de una traducción libre del cuarto libro de la Bibliotèque des Philosophes Hermétiques, titulado «El significado hermético de los símbolos y los atributos de Isis», con interpolaciones del compilador para ampliar y aclarar el texto. Las estatuas de Isis estaban adornadas con el sol, la luna y las estrellas y muchos emblemas pertenecientes a la tierra, sobre la cual se suponía que gobernaba, como personificación del espíritu guardián de la naturaleza. Se han hallado varias imágenes de la diosa con las marcas de su dignidad y su cargo todavía intactas. Según los filósofos antiguos, personificaba la Naturaleza Universal, la madre de todo lo producido. Por lo general, la divinidad se representaba como una mujer parcialmente desnuda, a menudo embarazada y a veces cubierta por una prenda suelta de color verde o negro o de cuatro tonos distintos mezclados: blanco, negro, amarillo y rojo.
Apuleyo la describe con estas palabras:
«En primer lugar, sus cabellos, abundantes y largos y vueltos un poco hacia dentro, se dispersaban promiscuamente sobre su cuello divino y caían con suavidad. Una corona de muchas formas, hecha de flores diversas, envolvía la cima sublime de su cabeza y en el medio de la corona, justo encima de la frente, había un orbe liso que parecía un espejo o, mejor dicho, una luz blanca refulgente, que indicaba que ella era la luna. Víboras que surgían a la manera de surcos rodeaban la corona del lado derecho y el izquierdo y también se extendían desde arriba espigas de maíz. Su ropa era de muchos colores y estaba tejida con el mejor lino y en un momento dado relucía con un esplendor blanco, en otro era amarilla como la flor del azafrán y en otro enrojecía, con una rojez sonrosada. Sin embargo, lo que más me deslumbró fueron unas vestiduras muy negras, que refulgían con destellos oscuros y que, después de desplegarse y pasarte por debajo del lado derecho y ascender hasta su hombro izquierdo, subían protuberantes como el centro de un escudo, mientras que la parte pendiente de las vestiduras caía en muchos pliegues y, al tener nuditos de flecos, fluía con gracia en los extremos. Había estrellas brillantes dispersas por la orla bordada de las vestiduras y por toda su superficie, y la luna llena que brillaba en medio de las estrellas dejaba escapar fuegos llameantes. Sin embargo, una corona compuesta exclusivamente por todo tipo de flores y frutas se adhería con una conexión indivisible al borde de aquellas vestiduras llamativas en todas sus ondulaciones. Lo que llevaba en las manos también eran objetos de una naturaleza muy diferente, porque en la mano derecha llevaba, por cierto, un cascabel de bronce [un sistro], con una capa fina en forma de campana atravesada por varillas que producían un triple sonido agudo por el movimiento vibratorio de su brazo. De la mano izquierda le colgaba un recipiente alargado, con forma de embarcación, en cuya asa, en la parte más evidente, un áspid alzaba la cabeza erguida y el gran cuello hinchado. Unos zapatos tejidos con las hojas de la palmera de la victoria le cubrían los pies inmortales». El color verde alude a la vegetación que cubre la faz de la tierra y, por consiguiente, representa la vestidura de la naturaleza. El negro representa la muerte y la corrupción como camino hacia la nueva vida y la generación. «El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios». (Juan 3, 3)
El blanco, el amarillo y el rojo representan los tres colores principales de la medicina alquímica, hermética y universal, una vez desaparecida la negrura de su putrefacción. Los antiguos daban el nombre de Isis a una de sus medicinas ocultas: por consiguiente, la descripción que damos aquí está algo relacionada con la química. Su ropa negra también representa que la luna, o la humedad lunar —el mercurio universal sófico y la sustancia que actúa en la naturaleza, según la terminología alquímica—, no tiene luz propia, sino que recibe del sol su luz, su fuego y su fuerza vitalizadora. Isis era la imagen o la representante de las grandes obras de los sabios: la piedra filosofal, el elixir de la vida y la panacea universal. Otros jeroglíficos que aparecen en relación con Isis no son menos curiosos que los ya descritos, pero resulta imposible enumerarlos a todos, porque los herméticos egipcios usaban indistintamente muchos símbolos. La diosa llevaba a menudo en la cabeza un sombrero hecho de ramas de ciprés, como muestra de duelo por su esposo muerto y también por la muerte física por la que tenían que pasar todas las criaturas para recibir una nueva vida en la posteridad o en una resurrección periódica. La cabeza de Isis a veces aparece adornada con una corona de oro o una guirnalda de hojas de olivo, como marcas evidentes de su soberanía como reina del mundo y señora de todo el universo. La corona de oro representa también la untuosidad aurífica o la grasitud sulfurosa del fuego solar y el vital que ella otorga a todos los individuos mediante la circulación constante de los elementos; esta circulación se simboliza con el cascabel musical que lleva en la mano. El sistro también es el símbolo yónico de la pureza. Una serpiente entrelazada con las hojas de olivo que lleva en la cabeza y que devora su propia cola indica que aquella untuosidad aurífica estaba manchada con el veneno de la corrupción terrestre que la rodeaba y que había que mortificarla y purificarla mediante siete circulaciones o purificaciones planetarias, llamadas «águilas flotantes» (en la terminología alquímica), para volverla medicinal y capaz de devolver la salud. (Aquí se reconocen las emanaciones del sol como una medicina que cura las enfermedades humanas). Las siete circulaciones planetarias se representan mediante las circunvalaciones de la logia masónica, mediante la marcha de los sacerdotes judíos siete veces en torno a las murallas de Jericó y la de los sacerdotes musulmanes siete veces en torno a la Kaaba de La Meca. De la corona de oro salen tres cuernos de la abundancia, como símbolo de la gran cantidad de dones de la naturaleza que proceden de una sola raíz que tiene su origen en los cielos (la cabeza de Isis).
En esta figura, los naturalistas paganos representan todos los poderes vitales de los tres reinos y familias de tipo sublunar: el mineral, el vegetal y el animal. (El hombre se considera animal). En una de sus orejas estaba la luna y en la otra, el sol, para indicar que estos dos eran los principios agente y paciente, o padre y madre, de todos los objetos naturales y que Isis, o la Naturaleza, utiliza estos dos luminares para comunicar sus poderes a toda la familia de animales, vegetales y minerales. En la nuca tenía los caracteres de los planetas y los signos del Zodiaco que asistían a los planetas en sus funciones, lo cual significaba que las influencias celestiales dirigían los destinos de los principios y los espermas de todas las cosas, porque eran los que gobernaban todos los cuerpos sublunares, que transformaban en pequeños mundos hechos a imagen y semejanza del gran universo. Isis sostiene en la mano derecha un pequeño velero, cuyo mástil es el huso de una rueca. De la parte superior del mástil sale una jarra de agua, cuya asa tiene la forma de una serpiente hinchada de veneno, para indicar que Isis conduce la barca de la vida, llena de dificultades y desgracias, por el océano tormentoso del Tiempo. El huso simboliza el hecho de que ella hila y corta el hilo de la Vida. Estos emblemas significan, además, que en Isis abunda la humedad, con la cual nutre todos los cuerpos naturales y los preserva del calor del sol, humedeciéndolos con la humedad nutritiva de la atmósfera. La humedad favorece la vegetación, pero aquella humedad sutil (el éter de la vida) siempre está más o menos contaminada por algún veneno procedente de la corrupción o la descomposición y, para purificarla, hay que ponerla en contacto con el invisible fuego limpiador de la naturaleza, que la digiere, perfecciona y revitaliza, para convertirla en una panacea universal que cure y renueve todos los cuerpos de la naturaleza.
La serpiente muda de piel todos los años y de este modo se renueva: es el símbolo de la resurrección de la vida espiritual a partir de la naturaleza material. Esta renovación de la tierra tiene lugar todas las primaveras, cuando el espíritu vivificador del sol vuelve a los países del hemisferio norte. La Virgen simbólica lleva en la mano izquierda un sistro y un címbalo, o una estructura de metal cuadrada que, cuando se golpea, emite la nota de la naturaleza (Fa); a veces también una rama de olivo, para indicar la armonía que mantiene entre los objetos naturales con su poder regenerador. Mediante los procesos de la muerte y la corrupción, da vida a un montón de criaturas de diversas formas durante períodos de cambio perpetuo. El címbalo se hace cuadrado, en lugar de tener la forma triangular habitual, para simbolizar que todas las cosas se transmutan y se regeneran según la armonía de los cuatro elementos. El doctor Sigismund Bacstrom creía que si un médico podía establecer armonía entre los elementos de la tierra, el fuego, el aire y el agua, y podía unirlos en una piedra —la piedra filosofal, simbolizada por la estrella de seis puntas o por los dos triángulos entrelazados—, dispondría de los medios para curar todas las enfermedades. El doctor Bacstromafirmaba, además, que a él no le cabía la menor duda de que el fuego (el espíritu) universal y omnipresente de la naturaleza «lo hace todo y lo es todo en todo». Por atracción, repulsión, movimiento, calor, sublimación, evaporación, desecación, condensación, coagulación y fijación, el fuego (el espíritu) universal manipula la materia y se manifiesta en toda la creación. Cualquier individuo que comprenda estos principios y los adapte a los tres departamentos de la naturaleza se convierte en un verdadero filósofo. Del pecho derecho de Isis salía un racimo de uvas y del izquierdo, una espiga de maíz o una gavilla de trigo, de color dorado, que indican que la naturaleza es la fuente de nutrición para la vida vegetal, animal y humana y que de ella se nutren todas las cosas. El color dorado del trigo (o el maíz) indica que en el oro espiritual o el de la luz solar se esconde el primer esperma de toda la vida.
En la faja que rodea la parte superior del cuerpo de la estatua aparecen una cantidad de emblemas misteriosos. La faja se une por delante mediante cuatro placas doradas (los elementos), dispuestas en forma de un cuadrado. Esto significaba que Isis o la Naturaleza, la primera materia (en terminología alquímica), era la esencia de los cuatro elementos (vida, luz, calor y fuerza), cuya quintaesencia generaba todas las cosas. En esta faja se representan numerosas estrellas, lo cual indica su influencia en la oscuridad, así como la influencia del sol en la luz. Isis es la Virgen inmortalizada en la constelación de Virgo, donde está situada la Madre del Mundo con la serpiente bajo los pies y una corona de estrellas en la cabeza. Lleva en los brazos una gavilla de cereales y a veces a una joven divinidad solar. La estatua de Isis se colocaba en un pedestal de piedra oscura adornado con cabezas de carneros y sus pies se apoyaban sobre un montón de reptiles venenosos. Esto indica que la Naturaleza tiene poder para liberar de la acidez o la salinidad a todos los corrosivos y para superar todas las impurezas de la corrupción terrenal que se adhieran a los cuerpos. Las cabezas de carneros indican que el momento más auspicioso para generar vida es el período durante el cual el sol pasa por el signo de Aries. Las serpientes bajo los pies indican que la Naturaleza tiende a preservar la vida y a curar la enfermedad expulsando las impurezas y la corrupción. En este sentido se verifican los axiomas conocidos por los filósofos antiguos; a saber: La Naturaleza contiene a la Naturaleza. La Naturaleza se regocija de su propia naturaleza. La Naturaleza supera a la Naturaleza.
La Naturaleza no se puede corregir, si no es por su propia naturaleza. Por consiguiente, al contemplar la estatua de Isis, no debemos perder de vista el sentido oculto de sus alegorías; de lo contrario, la Virgen sigue siendo un enigma inexplicable. De un aro de oro que lleva en el brazo izquierdo desciende una línea en cuyo extremo hay suspendida una caja profunda llena de carbones encendidos e incienso. Isis, o la Naturaleza personificada, lleva consigo el fuego sagrado, preservado religiosamente, que las vestales mantienen encendido en un templo especial. Este fuego es la llama auténtica e inmortal de la Naturaleza: etérea, esencial, la autora de la vida. El aceite inagotable, el bálsamo de la vida, tan alabado por los sabios y del que tanto se habla en las Escrituras, se representa a menudo como el combustible de esta llama inmortal. Del brazo derecho de la figura desciende también un hilo, en cuyo extremo se sujeta una balanza, para indicar la exactitud de la Naturaleza en sus pesos y medidas. A menudo se representa a Isis como símbolo de la Justicia, porque la Naturaleza siempre es constante. La Virgen del Mundo aparece a veces de pie entre dos grandes columnas —la Jachin y la Boaz de la masonería —, que simbolizan el hecho de que la Naturaleza alcanza la productividad mediante la polaridad. Como la sabiduría personificada, Isis se yergue entre los pilares de los opuestos, demostrando así que el entendimiento siempre se encuentra en el punto de equilibrio y que la verdad a menudo está crucificada entre los dos ladrones aparentemente contradictorios.
El brillo dorado de su cabello oscuro indica que, a pesar de ser lunar, debe su poder a los rayos del sol, de los cuales obtiene su tez rubicunda. Así como la luna está envuelta en la luz reflejada del sol, Isis como la virgen de la Revelación, está ataviada con el esplendor de la luminosidad solar. Apuleyo afirma que, mientras dormía, vio surgir del océano a la venerable diosa Isis. Los antiguos se daban cuenta de que las formas primarias de vida procedían del agua y la ciencia moderna opina lo mismo. En la descripción que hace de la vida primitiva sobre la tierra en su Esquema de la historia, H. G. Wells afirma lo siguiente: «Sin embargo, aunque el océano y el agua intennareal ya estaban llenos de vida, la tierra por encima de la línea de la marea alta seguía siendo, por lo que podemos suponer, un páramo pedregoso, sin ningún rastro de vida». En el capítulo siguiente añade: «Dondequiera que hubiese costa, había vida y aquella vida continuaba dentro del agua, junto a ella y con ella como hogar, como medio y como necesidad fundamental». Los antiguos creían que el esperma universal procedía del vapor cálido, húmedo pero abrasador. La Isis velada, cuyas meras coberturas representan el vapor, es un símbolo de aquella humedad, que es la portadora o el vehículo de la vida espermática del sol, representada por el niño que sostiene en sus brazos Puesto que el sol, la luna y las estrellas, al ponerse, dan la impresión de hundirse en el mar y también porque el agua recibe sus rayos en sí misma, se creía que el mar era el caldo de cultivo del esperma de las cosas vivas. El esperma nace de la combinación de las influencias de los cuerpos celestes; por eso, algunas veces se representa a Isis embarazada. La estatua de Isis a menudo iba acompañada por la figura de un gran buey blanco y negro, que representa a Osiris como Tauro, el toro del Zodiaco, o Apis, un animal consagrado a Osiris, por sus marcas y sus colores peculiares.
Entre los egipcios, el toro era una bestia de carga: por consiguiente, la presencia del animal servía para recordar las labores que con paciencia realizaba la Naturaleza para que todas las criaturas tuvieran vida y salud. Harpócrates, el dios del silencio, que se llevaba los dedos a la boca, acompañaba muchas veces a la estatua de Isis. Nos advierte que ocultemos los secretos de los sabios a aquellos que no son dignos de conocerlos. Los druidas de Britania y la Galia tenían un profundo conocimiento de los misterios de Isis y la adoraban bajo el símbolo de la luna. Para Godfrey Higgins es un error considerar a Isis como sinónimo de la luna. La luna fue elegida para Isis por su dominio sobre el agua. Para los druidas, el sol era el padre y la luna la madre de todas las cosas y mediante estos símbolos adoraban a la naturaleza universal.
La figura de Isis se utiliza a veces para representar las artes ocultas y mágicas, como la nigromancia, la invocación, la hechicería y la taumaturgia. En uno de los mitos relacionados con ella, dicen que Isis había conjurado al dios invencible de las Eternidades, Ra, para que le revelara su nombre secreto y sagrado y que él se lo dijo. Aquel nombre equivale a la Palabra Perdida de la masonería, mediante la cual cualquier mago puede obligar a las divinidades invisibles y superiores a obedecerlo. Los sacerdotes de Isis llegaron a ser expertos en el uso de las fuerzas invisibles de la Naturaleza. Conocieron el hipnotismo, el mesmerismo y otras prácticas similares mucho antes de que el mundo moderno soñara con su existencia. Plutarco describe los requisitos de los seguidores de Isis con estas palabras: «Porque, así como no es la longitud de la barba ni la tosquedad del hábito lo que constituye un filósofo, tampoco el afeitado frecuente ni el mero hecho de llevar vestiduras de hilo convierten a uno en devoto de Isis; por el contrario, solo podrá ser un fiel servidor o seguidor de esta diosa quien, después de escuchar y de familiarizarse como corresponde con la historia de los actos de estos dioses, indague en las verdades ocultas que están escondidas tras ellos y lo analice todo según los dictados de la razón y la filosofía». Durante la Edad Media, los trovadores de Europa Central preservaron en canciones las leyendas de esta diosa egipcia y compusieron sonetos a la mujer más hermosa del mundo. Aunque pocos llegaron a descubrir su identidad, ella era Sophia, la Virgen de la Sabiduría, a la que todos los filósofos del mundo habrían cortejado. Isis representa el misterio de la maternidad, que, para los antiguos, era la prueba más evidente de la sabiduría omnisciente de la Naturaleza y del poder dominante de Dios. En la actualidad, para la persona que busca la verdad es el arquetipo de lo Gran Desconocido y solo quienes le quiten el velo serán capaces de resolver los misterios de la vida, la muerte, la generación y la regeneración.

Invocações e Evocações: Vozes Entre os Véus

Desde as eras mais remotas da humanidade, o ser humano buscou estabelecer contato com o invisível. As fogueiras dos xamãs, os altares dos ma...