sexta-feira, 6 de janeiro de 2023

Manly Palmer Hall - La Iniciacion De La Piramide


La Gran Pirámide de Gizeh, suprema maravilla de la Antigüedad y sin rival entre los logros de los arquitectos y constructores posteriores, es testigo mudo de una civilización desconocida que, una vez finalizado el período para el cual estaba predestinada, se perdió en el olvido. Elocuente en su silencio, inspiradora en su majestuosidad, divina en su simplicidad, la Gran Pirámide es, sin duda, un sermón hecho en piedra. Sus dimensiones abruman la sensibilidad insignificante del hombre. Entre las arenas movedizas del tiempo, se alza como digno emblema de la mismísima eternidad. ¿Quiénes fueron los matemáticos preclaros que planificaron sus partes y sus dimensiones, los maestros artesanos que supervisaron su construcción y los artesanos habilidosos que nivelaron sus bloques de piedra?

El relato más antiguo y más conocido sobre la construcción de la Gran Pirámide es el que brinda Heródoto, un historiador muy reverenciado, aunque algo imaginativo. «La pirámide se construyó en escalones, como si fueran almenas, como quien dice, o, según otros, como si fuera un altar. Después de colocar las piedras para la base, levantaron las demás hasta el lugar correspondiente por medio de máquinas hechas de planchas cortas de madera. La primera máquina las elevaba del suelo hasta lo alto del primer escalón, donde había otra máquina que recibía la piedra que llegaba y la transportaba al segundo escalón, donde una tercera máquina la subía aún más. Podía ser que hubiera tantas máquinas como escalones tenía la pirámide o, también, que tuvieran una sola, pero tan fácil de trasladar que la fuesen transportando de un piso a otro a medida que la piedra subía. Se dan las dos versiones y por eso comento las dos. Primero se terminaba la parte superior de la pirámide, a continuación la media y, por último, la inferior y más cercana al suelo. En la pirámide hay una inscripción en caracteres egipcios que registra la cantidad de rábanos, cebollas y ajos que consumieron los obreros que la construyeron y recuerdo perfectamente que el intérprete que me leyó lo escrito dijo que así se habían gastado mil seiscientos talentos de plata. Si esta información es exacta, ¡qué suma enorme se habrá gastado en las herramientas de hierro que se utilizaron en la obra y para alimentar y vestir a los obreros, teniendo en cuenta todo el tiempo que duraron las obras, que ya se ha indicado [diez años], y el tiempo adicional — que no habrá sido poco, me imagino— que se debió de tardar en extraer la piedra, transportarla y formar los aposentos subterráneos!». A pesar de lo pintoresco de su versión, es evidente que el padre de la historia, por motivos que él consideraba sin duda suficientes, inventó un relato fraudulento para ocultar el origen y la finalidad verdaderos de la Gran Pirámide. Este no es más que uno de los varios casos en sus escritos que inducirían al lector reflexivo a sospechar que el propio Heródoto era un iniciado en las Escuelas Sagradas y, por consiguiente, que estaba obligado a mantener intactos los secretos de las órdenes antiguas. La teoría adelantada por Heródoto y aceptada de forma generalizada en la actualidad de que la pirámide era la tumba del faraón Keops no se puede corroborar. De hecho, tanto Manetón como Eratóstenes y Diodoro Sículo están en desacuerdo con Heródoto —y también entre sí— con respecto al nombre del constructor de aquel edificio supremo. La bóveda sepulcral, que, según las leyes de Lepsius sobre la construcción de pirámides, se tendría que haber acabado al mismo tiempo —o antes— que el monumento, no se terminó nunca. No existe ninguna prueba que demuestre que fue erigida por los egipcios, porque carece de las complejas tallas que adornan prácticamente sin excepción las cámaras funerarias de la realeza egipcia y no incorpora ninguno de los elementos de su arquitectura ni su decoración, como inscripciones, imágenes, cartuchos, pinturas y demás elementos distintivos asociados con el arte mortuorio dinástico. Los únicos jeroglíficos que se encuentran dentro de la pirámide son unas cuantas marcas de los constructores que estaban selladas en las cámaras de construcción, que fueron abiertas por primera vez por Howard Vyse. Aparentemente, los pintaron sobre las piedras antes de colocar estas en su sitio, porque en varios casos las marcas se habían invertido o deformado durante el proceso de montaje de los bloques. Si bien los egiptólogos han tratado de identificar las marcas toscas de pintura como cartuchos de Keops, resulta casi inconcebible que este gobernante ambicioso hubiese permitido que su nombre real sufriese tales vejaciones. Como las autoridades más eminentes en el tema aún no están seguras del verdadero significado de estas marcas toscas, cualquier prueba que pueda haber de que el edificio se construyó durante la cuarta dinastía queda contrarrestada, sin duda, por las conchas marinas halladas en la base de la pirámide y que, según Gab, demuestran que fue construida antes del diluvio, una teoría que corroboran las tradiciones árabes, tan denostadas. Un historiador árabe dijo que la pirámide fue construida por los sabios egipcios para refugiarse durante el diluvio, mientras que otro declaró que había sido la casa donde guardaba su tesoro el poderoso monarca antediluviano Sheddad Ben Ad. Un panel de jeroglíficos situado encima de la entrada, que un observador despreocupado podría pensar que ofrecía una solución al misterio, lamentablemente solo data de 1843 y se talló en tiempos del doctor Lepsius como homenaje al rey de Prusia.
Estimulado por las historias de los inmensos tesoros guardados herméticamente en sus profundidades, el califa Al-Mamun, ilustre descendiente del Profeta, viajó de Bagdad a El Cairo en el año 820 con gran cantidad de obreros para abrir la imponente pirámide. Cuando el califa Al-Mamun llegó por primera vez al pie de la Gran Pirámide y alzó la mirada hacia su superficie lisa y radiante, violentas emociones convulsionaron —sin duda—su alma. Es probable que la cubierta estuviera en su sitio en el momento de su visita, porque el califa no pudo encontrar indicios de ninguna entrada y se encontró frente a cuatro superficies perfectamente lisas. Haciendo caso de rumores vagos, puso a trabajar a sus seguidores en la cara norte de la pirámide, con instrucciones de seguir cortando y tallando hasta descubrir algo. Para aquellos musulmanes, con sus instrumentos rudimentarios y vinagre, resultaba un esfuerzo hercúleo abrir un túnel de treinta metros en la piedra caliza y en muchas ocasiones estuvieron a punto de rebelarse, pero lo que decía el califa era la ley y la esperanza de una fortuna inmensa les levantaba el ánimo.
Por fin, cuando estaban al borde del desánimo más absoluto, el destino acudió en su ayuda. Se oyó caer una piedra inmensa en algún lugar de la pared próxima a los esforzados y contrariados árabes. Siguieron avanzando hacia el sonido con renovado entusiasmo y finalmente lograron entrar en el corredor descendente que conduce a la cámara subterránea. Se fueron abriendo camino a golpes de cincel en torno al enorme rastrillo de piedra que había caído en una posición que les impedía avanzar y atacaron y suprimieron uno tras otro los tapones de granito que durante un tiempo siguieron deslizándose por el pasillo que procedía de la cámara de la reina, situada encima. Al final dejaron de caer bloques y el camino quedó expedito para los seguidores del profeta, pero ¿dónde estaban los tesoros? Los obreros corrían desesperados de una habitación a otra, buscando en vano su botín. El descontento de los musulmanes llegó a tal extremo que el califa Al-Mamun, que había heredado buena parte de la sabiduría de su ilustre padre, el califa Al-Raschid, envió a buscar fondos a Bagdad y los hizo enterrar en secreto cerca de la entrada de la pirámide. A continuación, ordenó a sus hombres que excavaran en aquel punto: ¡hubo gran regocijo cuando se descubrió el tesoro y los obreros quedaron muy impresionados por la sabiduría de aquel monarca antediluviano que había calculado cuidadosamente sus salarios y había tenido la amabilidad de hacer enterrar para ellos la cantidad exacta! Después el califa regresó a la ciudad de sus antepasados y la Gran Pirámide quedó a merced de las generaciones posteriores. En el siglo IX, los rayos del sol que chocaban contra las superficies brillantes de las piedras que formaban el revestimiento original daban a cada cara de la pirámide la apariencia de un triángulo deslumbrante. Desde entonces han desaparecido todas las piedras del revestimiento menos dos. Como consecuencia de las investigaciones, han sido localizadas, vueltas a cortar y utilizadas como nuevo revestimiento para los muros de varias mezquitas y palacios musulmanes en distintas panes de El Cairo y sus alrededores.

La problemática de la Pirámide

C. Piazzi Smyth se pregunta: «¿Acaso se erigió la Gran Pirámide antes de la invención de los jeroglíficos y con anterioridad al nacimiento de la religión egipcia?». Tal vez con el tiempo se demuestre que las cámaras superiores de la pirámide eran un misterio sellado antes de que se estableciera el imperio egipcio. No obstante, en la cámara subterránea hay marcas que indican que los romanos entraron en ella. A la luz de la filosofía secreta de los iniciados egipcios, W. W. Harmon, mediante una serie de cálculos matemáticos sumamente complicados pero exactos, determina que el primer ceremonial de la pirámide se celebró hace 68 890 años, cuando por primera vez el rayo de la estrella Vega penetró por el pasillo descendente hasta el fondo. La construcción de la pirámide se llevó a cabo en el período de entre diez y quince años inmediatamente anteriores a aquella fecha.
Aunque sin duda estas cifras despertarán burlas en los egiptólogos modernos, se basan en un estudio exhaustivo de los principios de la mecánica sideral incorporados en la estructura de la pirámide por sus constructores iniciados. Si las piedras que la recubrían estaban en su lugar a principios del siglo IX, las llamadas marcas de erosión que aparecen en el exterior no se debían al agua. Además, la teoría de que la sal hallada en las piedras interiores de la pirámide demuestra que la construcción estuvo sumergida en algún momento se debilita por el hecho científico de que aquel tipo de piedra sufre exudaciones de sal. Si bien es posible que el edificio haya estado sumergido, al menos en parte, durante los miles de años transcurridos desde su construcción, la prueba que se aduce para demostrarlo no es decisiva. La Gran Pirámide está construida en su totalidad de caliza y granito y los dos tipos de piedra se combinan de una manera peculiar y significativa. Las piedras se nivelaron con la máxima precisión y el cemento utilizado era de una calidad tan excepcional que en la actualidad es prácticamente tan duro como la piedra misma. Los bloques de caliza se cortaron con sierras de bronce que tenían dientes de diamante o de alguna otra piedra preciosa. Las esquirlas de las piedras se amontonaron contra la cara septentrional de la meseta sobre la cual se levanta la construcción, donde constituyen un contrafuerte más para sostener su peso. Toda la pirámide es un ejemplo de orientación perfecta y realmente es la cuadratura del círculo. Esto se consigue lanzando una línea vertical desde el vértice de la pirámide hasta su base. Si esta línea vertical se considera el radio de un círculo imaginario, la longitud de la circunferencia de dicho círculo será igual a la suma de las bases de los cuatro lados de la pirámide. Si el pasillo que conduce a la cámara del rey y la cámara de la reina quedó sellado miles de años antes de la era cristiana, quienes fueron admitidos posteriormente en los Misterios de las pirámides debieron de recibir su iniciación en galerías subterráneas que ahora desconocemos. Sin tales galerías, no podría haber habido ningún medio de acceso ni de salida, puesto que la única entrada superficial estaba totalmente cerrada con las piedras del revestimiento. Si no está bloqueada por la masa de la Esfinge ni oculta en alguna parte de aquella imagen, la entrada secreta puede estar en alguno de los templos adyacentes o en los lados de la meseta de caliza.
Concentrémonos en los tapones de granito que ocupaban el pasillo que subía hacia la cámara de la reina y que el califa Al-Mamun prácticamente se vio obligado a pulverizar para poder despejar el camino hacia las cámaras superiores C. Piazzi Smyth señala que la posición de las piedras demuestra que fueron colocadas allí desde arriba, con lo cual gran cantidad de obreros tuvieron que salir desde las cámaras superiores. ¿Cómo lo consiguieron? Smyth cree que descendían a través del muro (véase el diagrama) y dejaban caer tras ellos la piedra inclinada hasta el sitio correspondiente. Sostiene también que es probable que los ladrones utilizaran el pozo para entrar en las cámaras superiores. Como la piedra inclinada estaba puesta en una capa de yeso, los ladrones se vieron obligados a atravesarla y dejaron una abertura irregular. Sin embargo, Dupré, un arquitecto que ha dedicado años a investigar las pirámides, no está de acuerdo con Smyth, sino que cree que el pozo en realidad es el agujero que hicieron los ladrones y que supuso el primer intento fructífero de ingresar en las cámaras superiores desde la cámara subterránea, que entonces era la única sección abierta de la pirámide. Dupré basa su conclusión en el hecho de que el pozo no es más que un agujero desigual y la gruta, una cámara irregular, en la que no se observa en absoluto la precisión arquitectónica con la que se levantó el resto de la construcción. Por su diámetro, también se descarta la posibilidad de que el pozo haya sido excavado hacia abajo; se debió de abrir desde abajo y la gruta era necesaria para que los ladrones pudieran respirar. Es inconcebible que los constructores de la pirámide rompieran una de sus propias piedras inclinadas y dejaran la superficie rota y un agujero abierto en el muro lateral de una galería que, de no ser por aquello, habría sido perfecta. Si el pozo fuese un agujero abierto por los ladrones, podría explicar por qué la pirámide estaba vacía cuando entró el califa Al-Mamun y lo que ocurrió con la tapa que faltaba del cofre. Una observación meticulosa de la llamada cámara subterránea inacabada, que debió de ser la base de operaciones de los ladrones, podría revelar rastros de su presencia o mostrar el lugar donde amontonaron los escombros que tuvieron que acumular como consecuencia de sus trabajos. Si bien no queda del todo claro por qué entrada accedieron los ladrones a la cámara subterránea, es poco probable que usaran el pasillo descendente. Hay un nicho notable en la pared septentrional de la cámara de la reina que, según dicen los guías musulmanes con mucha labia, era un sepulcro. Sin embargo, por su forma general —las paredes convergen mediante una serie de superposiciones similares a las de la Gran Galería— parecería que al principio se construyó con la intención de servir de corredor. Todos los intentos llevados a cabo para explorar este nicho han sido infructuosos, aunque Dupré cree que allí hay una entrada por la cual —si en aquel momento no existía el pozo— salieron los obreros de la pirámide después de dejar caer los tapones de piedra en la galería ascendente. Los estudiosos de la Biblia han aportado una cantidad de ideas de lo más extraordinarias sobre la Gran Pirámide. Han identificado aquel edificio antiguo con el granero de José (a pesar de su capacidad totalmente inadecuada); con la tumba preparada por el desventurado faraón del Éxodo, que no pudo ser enterrado allí porque jamás se recuperó su cadáver del Mar Rojo, y, finalmente, ¡con la confirmación perpetua de la infalibilidad de las numerosas profecías que contiene la Versión Autorizada!

La Esfinge

Aunque, como ha demostrado Ignatius Donnelly, la Gran Pirámide sigue el modelo de un tipo de arquitectura antediluviano del cual se pueden encontrar ejemplos en casi todo el mundo, la Esfinge (Hu) es típicamente egipcia. La estela que tiene entre las patas indica que la Esfinge es una imagen de la divinidad solar, Harmackis, que, evidentemente, se hacía similar al faraón durante cuyo reinado se cincelaba. La estatua fue restaurada y totalmente excavada por Tutmosis IV, como consecuencia de una visión en la cual se le había aparecido el dios y le había dicho que se sentía oprimido por el peso de la arena que rodeaba su cuerpo. Durante las excavaciones se encontró la barba rota de la Esfinge entre sus patas delanteras. Los peldaños que conducían hasta la Esfinge y también el templo y el altar que tiene entre las patas se añadieron mucho después, probablemente en la época romana, porque es sabido que los romanos reconstruyeron muchas antigüedades egipcias. La depresión poco profunda que tiene en la coronilla —en otro tiempo se pensó que era el final de un pasadizo clausurado que conducía desde la Esfinge hasta la Gran Pirámide—solo servía para sostener un tocado que se ha perdido.
Se han introducido en la Esfinge varillas metálicas, en un esfuerzo infructuoso por localizar cámaras o pasadizos en su interior. La mayor parte de la Esfinge es una sola piedra, aunque las patas delanteras se han hecho con piedras más pequeñas. La Esfinge mide más de sesenta metros de largo, veintiún metros de altura y más de once de ancho a la altura de los hombros. Algunos suponen que la piedra principal en la que está tallada ha sido transportada desde canteras distantes por métodos desconocidos, mientras que otros afirman que se trata de piedra local, posiblemente un afloramiento más o menos parecido a la forma que se le talló posteriormente. La teoría que se propuso en un tiempo de que tanto la Pirámide como la Esfinge se construyeron con piedras artificiales fabricadas allí mismo se ha descañado. Un análisis meticuloso de la caliza indica que está compuesta de pequeñas criaturas marinas llamadas nummulites. La suposición popular de que la Esfinge en realidad era el portal de la Gran Pirámide, a pesar de que sobrevive con una tenacidad sorprendente, nunca ha sido corroborada. P. Christian presenta esta teoría de la siguiente manera, basándose en parte en lo que dice Jámblico:
«La Esfinge de Gizeh, según el autor del Traité des Mystères, servía de entrada a las cámaras subterráneas sagradas en las que se celebraban los juicios de los iniciados. Esta entrada, obstruida en nuestros días por arenas y basura, todavía se puede rastrear entre las patas delanteras del coloso agachado. Antes se cerraba mediante una puerta de bronce cuyo resorte secreto solo podían hacer funcionar los magos. La custodiaba el respeto público y una suerte de temor religioso mantenía su inviolabilidad mejor de lo que lo habría hecho la protección armada. En el vientre de la Esfinge había galerías abiertas que conducían a la parte subterránea de la Gran Pirámide. Estas galerías se entrecruzaban con tanto arte a lo largo de su trayecto hasta la Pirámide que, si uno se internaba en el pasadizo sin nadie que lo guiara por aquella red, siempre e inevitablemente regresaba al punto de partida».
Lamentablemente, la puerta de bronce a la que hace referencia no se puede encontrar, ni tampoco ninguna evidencia de que hubiese existido alguna vez. No obstante, el paso de los siglos ha producido muchos cambios en el coloso y es posible que la abertura original se hubiese cerrado. Casi todos los estudiosos del tema creen que existen cámaras subterráneas debajo de la Gran Pirámide. Robert Ballard escribe: «Los sacerdotes de las pirámides del lago Mœris tenían sus amplias residencias subterráneas y me parece más que probable que las de Gizeh también las tuvieran. Y aún diré más: es posible que de las mismas cavernas se excavara la caliza con la que se construyeron las Pirámides. […] En las entrañas de la cresta de caliza sobre la cual están construidas las pirámides se encontrará aún —estoy convencido— abundante información sobre sus usos. Una buena broca de diamante con vástagos de ochenta o noventa metros es lo que hace falta para probar esto y la solidaridad de las pirámides al mismo tiempo».
La teoría de Ballard sobre la existencia de amplios aposentos y canteras subterráneos plantea un problema importante en el estudio científico de la arquitectura. Los constructores de las pirámides tenían demasiada visión de futuro para poner en peligro la duración de la Gran Pirámide colocando cinco millones de toneladas de caliza en granito sobre algo que no fuera una base sólida. Por consiguiente, resulta razonablemente cierto que las cámaras o los corredores que pueda haber debajo del edificio han de ser bastante insignificantes, como lo son aquellos que se encuentran en el interior de la estructura, que ocupan menos de 1/1600 del volumen de la pirámide.
La Esfinge se construyó, sin duda, por motivos simbólicos a instancias de la clase sacerdotal. Las teorías de que el uraeus que tiene en la frente era, en un principio, el dedo de un reloj de sol inmenso y de que tanto la Pirámide como la Esfinge servían para medir el tiempo, las estaciones y la precesión de los equinoccios son ingeniosas, pero no demasiado convincentes. Si esta criatura inmensa fue erigida para destruir por completo el antiguo pasillo que conducía al templo subterráneo de la Pirámide, su simbolismo sería de lo más apropiado. En comparación con el tamaño y la dignidad abrumadores de la Gran Pirámide, la Esfinge resulta casi insignificante. Su rostro maltrecho, sobre el cual aún se alcanzan a distinguir vestigios de la pintura roja que cubría la figura en un principio, está tan desfigurado que no se reconoce. Un fanático musulmán le partió la nariz para que los seguidores del profeta no cayeran en la idolatría. La naturaleza misma de su construcción y las reparaciones que son necesarias ahora para evitar que se le caiga la cabeza indican que no podría haber sobrevivido los inmensos períodos transcurridos desde la construcción de la Pirámide. Para los egipcios, la Esfinge era el símbolo de la fuerza y la inteligencia. Se representaba como andrógina para indicar que reconocían que los iniciados y los dioses compartían los poderes creativos tanto positivos como negativos. Según Gerald Massey: «Este es el secreto de la Esfinge. La esfinge ortodoxa de Egipto es masculina por delante y femenina por detrás y lo mismo ocurre con la imagen de Set Tifón, una especie de cuerno y cola, macho por delante y hembra por detrás. Los faraones, que llevaban tras de sí la cola de la leona o de la vaca, eran masculinos por delante y femeninos por detrás. Al igual que los dioses, incluían la totalidad dual del Ser en una sola persona, nacida de la Madre, pero de los dos sexos como un bebé». La mayoría de los investigadores se han burlado de la Esfinge y, sin dignarse siquiera a investigar el gran coloso, han concentrado su atención en el misterio más irresistible de la pirámide.

Los misterios de la Pirámide

Vulgarmente, se supone que la palabra «pirámide» deriva de πῦρ, «fuego», con lo cual significa que es la representación simbólica de La Llama Divina, la vida de cada criatura. John Taylor cree que la palabra «pirámide» significa una «medida de trigo», mientras que C. Piazzi Smyth es partidario del significado copto: «una décima parte». Los antiguos iniciados aceptaban la forma de la pirámide como el símbolo ideal, tanto de la doctrina secreta como de las instituciones establecidas para difundirla. Tanto las pirámides como los montículos son modelos de la Montaña Sagrada o el lugar elevado de Dios, que se creía que estaba en la «mitad» de la tierra. John P. Lundy relaciona la Gran Pirámide con el legendario Olimpo y además supone que sus pasillos subterráneos se corresponden con los tortuosos vericuetos del Hades. La base cuadrada de la pirámide nos recuerda constantemente que la Casa de la Sabiduría está bien asentada en la naturaleza y sus leyes inmutables. «Los gnósticos —escribe Albert Pike—decían que todo el edificio de su ciencia descansaba sobre un cuadrado cuyos ángulos eran: Σιγη, el silencio; Βυθος, la profundidad; Νους, la inteligencia, y Αληθεια la verdad». Los lados de la Gran Pirámide miran a los cuatro puntos cardinales, que representan, según Éliphas Lévi, los extremos de calor y frío (el Sur y el Norte) y los extremos de la luz y la oscuridad (el Este y el Oeste).
La base de la pirámide representa, además, los cuatro elementos o sustancias materiales de cuya combinación está compuesto el cuerpo cuádruple del hombre. De cada lado del cuadrado surge un triángulo, que representa la triple divinidad entronizada en cada naturaleza material cuádruple. Si cada línea de base se considera un cuadrado del cual asciende un poder espiritual triple, la suma de las líneas de las cuatro caras (doce) y los cuatro cuadrados hipotéticos (dieciséis) que constituyen la base da veintiocho, el número sagrado del mundo inferior. Si a esto añadimos las tres septenas que componen el sol (veintiuno), es igual a cuarenta y nueve, el cuadrado de siete y el número del universo. Los doce signos del Zodiaco, como los Gobernadores de los mundos, inferiores, se simbolizan mediante las doce líneas de los cuatro triángulos de las caras de la pirámide. En medio de cada cara hay una de las bestias de Ezequiel y toda la estructura se convierte en el Querubín. Las tres cámaras principales de la Pirámide están relacionadas con el corazón, el cerebro y el sistema reproductor, que son los centros espirituales de la constitución humana. La forma triangular de la pirámide también es similar a la postura que adoptaba el cuerpo durante los antiguos ejercicios de meditación. Los Misterios enseñaban que las energías divinas de los dioses descendían sobre la parte superior de la Pirámide, que se comparaba con un árbol invertido, con las ramas abajo y las raíces en la parte superior. Desde este árbol invertido, la sabiduría divina desciende por los lados divergentes y se irradia a todo el mundo.
El tamaño del piramidón de la Gran Pirámide no se puede determinar con precisión, porque, si bien la mayoría de los investigadores han supuesto que existió en algún momento, no se conserva de él ningún vestigio. Los constructores de grandes edificios religiosos tienen una curiosa tendencia a dejar inacabadas sus creaciones, con lo cual quieren dar a entender que Dios es lo único que está completo. El piramidón —si es que existió— era en sí mismo una pirámide en miniatura, cuyo vértice, una vez más, estaría coronado por un bloque más pequeño de la misma forma y así ad infinitum. Por consiguiente, el piramidón es el arquetipo de toda la estructura. De este modo, se puede comparar la pirámide con el universo y el piramidón, con el hombre. Siguiendo la cadena de analogías, la mente es el piramidón del hombre; el espíritu, el piramidón de la mente, y Dios —arquetipo de la totalidad—, el piramidón del espíritu. Como un bloque tosco e inacabado, el hombre sale de la cantera y, mediante la cultura secreta de los Misterios, poco a poco se va transformando en un piramidón equilibrado y perfecto. El templo solo está completo cuando el propio iniciado se convierte en el vértice vivo a través del cual el poder divino se concentra en la estructura divergente que hay debajo. W. Marsham Adams llama a la Gran Pirámide «la casa de los lugares ocultos» y lo era, sin duda, porque representaba el sanctasanctórum de la sabiduría preegipcia. Los egipcios asociaban la Gran Pirámide con Hermes, el dios de la sabiduría y las letras y el Divino Iluminador, adorado a través del planeta Mercurio. Relacionar a Hermes con la Pirámide destaca otra vez el hecho de que en realidad era el templo supremo de la Divinidad Invisible y Suprema. La Gran Pirámide no era un faro, un observatorio ni una tumba, sino el primer templo de los Misterios, la primera estructura levantada como depósito de aquellas verdades secretas que son la base cierta de todas las artes y las ciencias. Era el emblema perfecto del microcosmos y el macrocosmos y, según las enseñanzas secretas, la tumba de Osiris, el dios negro del Nilo. Osiris representa una manifestación determinada de la energía solar y, por consiguiente, su casa o su tumba es un emblema del universo, dentro del cual está sepultado y en cuya cruz ha sido crucificado. Por las cámaras y los corredores místicos de la Gran Pirámide pasaban los iluminados de la Antigüedad. Atravesaban sus portales como hombres y salían como dioses. Era el lugar del «segundo nacimiento», el «vientre de los Misterios», y la sabiduría habitaba en él como Dios habita en el corazón de los hombres. En algún lugar de las profundidades de sus recovecos residía un ser desconocido llamado «el Iniciador» o «el Ilustre», vestido de azul y dorado, que llevaba en la mano la séptuple llave de la eternidad. Era el hierofante de rostro de león, el Sagrado, el Maestro de los Maestros, que jamás abandonaba la Casa de la Sabiduría y al que ningún hombre veía, a menos que hubiese atravesado las puertas de la preparación y la purificación. Fue en aquellas cámaras donde Platón, el de la ancha frente, se encontró cara a cara con la sabiduría de todos los tiempos, personificada en el Maestro de la Casa Oculta.
¿Quién era el Maestro que vivía en aquella pirámide imponente, cuyas numerosas habitaciones representaban los mundos que hay en el espacio, aquel Maestro al que nadie veía, salvo aquellos que habían «vuelto a nacer»? Él era el único que conocía totalmente el secreto de la pirámide, pero se ha apartado del camino de la sabiduría y la casa está vacía. Los himnos de alabanza ya no resuenan en tonos apagados a través de las cámaras; el neófito ya no pasa a través de los elementos ni deambula entre las siete estrellas; el candidato ya no recibe la «Palabra de Vida» de los labios del Uno Eterno. Ya no queda nada que el ojo del hombre pueda ver, sino una cáscara vacía —el símbolo externo de una verdad interior —, ¡y los hombres llaman tumba a la Casa de Dios!
La técnica de los Misterios fue desarrollada por el Sabio Iluminador, el Maestro de la Casa Secreta. Se revelaba al nuevo iniciado la capacidad para conocer a su espíritu guardián; se le explicaba la manera de separar su cuerpo material de su vehículo divino, y, para consumar la magnum opus, se le revelaba el Nombre Divino, el nombre secreto e inefable de la Divinidad Suprema, por cuyo mero conocimiento el hombre y su Dios se vuelven uno conscientemente. Cuando se le daba el Nombre, el nuevo iniciado se convertía él mismo en una pirámide, para que, dentro de las cámaras de su alma, innumerables seres humanos pudieran recibir también la iluminación espiritual.
En la cámara del rey se representaba el drama de la «segunda muerte», en el cual el candidato, tras ser crucificado en la cruz de los solsticios y los equinoccios, era enterrado en el gran cofre. La atmósfera y la temperatura de la cámara del rey son un gran misterio: hace en ella un frío sepulcral particular, que hiela hasta la médula de los huesos. Aquella sala era una entrada entre el mundo material y las esferas trascendentales de la naturaleza. Mientras su cuerpo yacía en el cofre, el alma del neófito se remontaba como un halcón con cabeza humana a través de los reinos celestiales, donde descubría de primera mano la eternidad de la Vida, la Luz y la Verdad, así como la ilusión de la Muerte, la Oscuridad y el Pecado. Por consiguiente, en cierto modo se puede comparar la Gran Pirámide con una puerta a través de la cual los sacerdotes antiguos dejaban pasar a unos pocos para que llegaran a estar completos como individuos. También cabe destacar, a propósito, que si se golpeaba el cofre que había en la cámara del rey, el sonido que emitía no tenía equivalente en ninguna escala musical conocida. Es posible que aquel valor tonal fuese parte de una combinación de circunstancias que convertían la cámara del rey en un entorno ideal para la concesión del grado máximo de los Misterios. El mundo moderno sabe muy poco acerca de estos ritos antiguos. Tanto el científico como el teólogo contemplan la estructura sagrada y se preguntan qué impulso fundamental habrá inspirado aquella labor hercúlea. Si se detuvieran a pensar aunque fuese por un momento, se darían cuenta de que hay un solo impulso en el alma humana capaz de proporcionar el incentivo necesario, es decir, el deseo de saber, de comprender y de cambiar la estrechez de la mortalidad humana por la mayor amplitud y alcance de la iluminación divina. Por eso, al hablar de la Gran Pirámide los hombres dicen que es la construcción más perfecta del mundo, la fuente de los pesos y las medidas, el arca de Noé original, el origen de las lenguas, los alfabetos y las escalas de la temperatura y la humedad. Pocos se dan cuenta, sin embargo, de que es la puerta de entrada a lo Eterno.
Es posible que el mundo moderno conozca un millón de secretos, pero el mundo antiguo conocía uno solo y aquel era mayor que estos millones, que engendran muerte, desastre, tristeza, egoísmo, lujuria y avaricia, mientras que aquel único confiere vida, luz y verdad. Llegará un momento en el que la sabiduría secreta vuelva a ser el impulso religioso y filosófico dominante en el mundo. Pronto llegará el día en el que sonará la muerte del dogma. La inmensa Torre de Babel teológica, con su confusión de lenguas, se construyó con ladrillos de barro y argamasa de limo. Sin embargo, de las cenizas frías de los credos inertes resurgirán, como el ave fénix, los Misterios antiguos. Ninguna otra institución ha satisfecho tan completamente las aspiraciones religiosas de la humanidad, porque, desde la destrucción de los Misterios, no ha habido ningún código religioso con el que Platón hubiese estado de acuerdo. El desarrollo de la naturaleza espiritual del hombre es una ciencia tan exacta como la astronomía, la medicina o la jurisprudencia. Las religiones se establecieron fundamentalmente para alcanzar este objetivo y de la religión han surgido la ciencia, la filosofía y la lógica como métodos mediante los cuales se puede alcanzar este propósito divino.
¡El dios que muere resucitará! La sala secreta de la Casa de los Lugares Ocultos se redescubrirá. La pirámide volverá a ser el emblema ideal de la solidaridad, la inspiración, la aspiración, la resurrección y la regeneración. Aunque las arenas pasajeras del tiempo entierren bajo su peso una civilización tras otra, la pirámide perdurará como la alianza visible entre la Sabiduría Eterna y el mundo. Llegará un momento en que los cantos de los iluminados se vuelvan a escuchar en sus corredores antiguos y el Maestro de la Casa Oculta aguardará en el Lugar Silencioso la llegada del hombre que, dejando de lado las falacias del dogma y los principios, busque simplemente la Verdad y no se conforme con sucedáneos ni con falsificaciones.
«Soy Isis, señora de toda la tierra. Hermes me ha enseñado y con Hermes he inventado la escritura de las naciones, para que no escriban todas con las mismas letras. He proporcionado a la humanidad sus leyes y he ordenado lo que nadie puede alterar. Soy la hija mayor de Cronos y la esposa y hermana del rey Osiris. Soy la que sale con la estrella canina. Me llaman la diosa de las mujeres. […] Soy la que ha separado el cielo de la tierra. He enseñado su camino a las estrellas. He inventado el arte de la navegación. […] He reunido a los hombres con las mujeres. […] He ordenado que los hijos amen a sus mayores. Con mi hermano Osiris he puesto fin al canibalismo. He instruido a la humanidad en los misterios. He enseñado a reverenciar las estatuas divinas. He establecido los recintos de los templos. He derrocado a los tiranos. He hecho que los hombres amaran a las mujeres. Gracias a mí, la justicia es más poderosa que la plata y el oro. Gracias a mí, la verdad se considera hermosa». 
El sistro y la forma de Isis se cubrían con un velo de tela escarlata, que simbolizaba la ignorancia y el sentimentalismo que siempre se interponen entre el hombre y la Verdad. Isis levanta el velo y se descubre ante el investigador auténtico y prudente, que, desinteresadamente, con humildad y de todo corazón, trata de comprender los misterios que lo rodean en el universo. Se advierte a aquellos a los que se revela que guarden silencio con respecto a los misterios que han presenciado. La principal advertencia a los Hombres Sabios es: «Si sabes, guarda silencio». Ante el vulgo y los profanos, los infieles y los desinteresados, no descubre su rostro, porque ellos no podrían comprender los procesos secretos de los mundos invisibles.

Manly Palmer Hall - La Vida y La Obra de Thot Hermes Trismegisto

 

Retumbó el trueno, relampagueó y el velo del Templo se rasgó de arriba abajo. El venerable iniciador, con sus vestiduras azules y doradas, levantó lentamente su bastón cubierto de joyas y señaló con él la oscuridad revelada al desgarrarse la cortina plateada. «¡Contemplad la luz de Egipto!». El candidato, con su sencilla toga blanca, miró la total oscuridad enmarcada por las dos columnas inmensas con cabeza de loto, entre las cuales había estado colgado el velo. Mientras observaba, una bruma luminosa se distribuyó por toda la atmósfera hasta que el aire se convirtió en una masa de partículas brillantes. El rostro del neófito se iluminó con el suave resplandor, mientras exploraba la nube reluciente en busca de algún objeto tangible. El iniciador volvió a hablar: «Esta luz que observáis es la luminosidad secreta de los Misterios De dónde procede nadie lo sabe, salvo el “maestro de la luz”. ¡Heló aquí!». De pronto, a través de la neblina reluciente apareció una figura rodeada de un brillo verdoso titilante. El iniciador bajó su bastón e, inclinando la cabeza, posó una mano de lado contra su pecho, a modo de humilde saludo. El neófito retrocedió sobrecogido, enceguecido en parte por el esplendor de la figura revelada, pero el joven cobró coraje y volvió a mirar al Uno Divino. La Forma que tenía delante era bastante más grande que la de un hombre mortal. El cuerpo parecía en parte transparente, de modo que se podían ver el corazón y el cerebro latiendo, radiantes. Mientras el candidato observaba, el corazón se convirtió en un ibis y el cerebro, en una esmeralda brillante. En Su mano, aquel Ser misterioso llevaba una vara con alas, con serpientes enroscadas. El anciano iniciador levantó el bastón y exclamó en voz alta: «Todos os aclaman, Thot Hermes, tres veces grande; todos os aclaman, príncipe de los hombres; ¡todos os aclaman a vos, que estáis subido a la cabeza de Tifón!». En el mismo instante apareció un dragón macabro retorciéndose, un monstruo espantoso, en parte serpiente, en parte cocodrilo y en parte cerdo. De su boca y sus narices salían llamas y unos sonidos horrorosos resonaban por las cámaras abovedadas. De pronto, Hermes golpeó al reptil, que avanzaba con su vara con las serpientes enroscadas y, dando un gruñido, el dragón cayó de lado, mientras las llamas se fueron extinguiendo lentamente. Hermes puso el pie sobre el cráneo del Tifón vencido. Un instante después y, con una llamarada de un esplendor insoportable que hizo retroceder al neófito tambaleándose hasta un pilar, el Hermes inmortal, seguido por serpentinas de niebla verdosa, atravesó la cámara y se perdió en la nada. Hipótesis sobre la identidad de Hermes Jámblico aseguraba que Hermes era el autor de veinte mil libros y Manetón elevó la cifra a más de treinta y seis mil. Resulta evidente que, ni siquiera gozando de alguna prerrogativa divina, ningún individuo habría podido cumplir una labor tan monumental en solitario. Entre las artes y las ciencias que según dicen, Hermes reveló a la humanidad figuran la medicina, la química, el derecho, el arte, la astrología, la música, la retórica, la magia, la filosofía, la geografía, la matemática (sobre todo la geometría), la anatomía y la oratoria. Los griegos aclamaban a Orfeo de forma similar.
En su Biographia Antiqua, Francis Barrett dice, refiriéndose a Hermes: «[…] si Dios se apareció alguna vez a un hombre, se le apareció a él, como resulta evidente por sus libros y su Poimandres; en tales obras ha comunicado la suma del Abismo y el conocimiento divino a toda la posteridad; con lo cual ha demostrado que no solo ha sido un teólogo inspirado, sino también un gran filósofo, que ha obtenido su sabiduría de Dios y de los objetos celestiales y no del hombre».
Por sus conocimientos trascendentes, se identificaba a Hermes con muchos de los primeros sabios y profetas. En A New System, or an Analysis of Ancient Mythology, Bryant escribe lo siguiente: «He dicho que Cadmo era el mismo que el Thot egipcio, como se manifiesta por el hecho de que sea Hermes y por la invención de las letras que se atribuyen a él». (En el capítulo sobre la teoría de la matemática pitagórica se encontrará la tabla de las letras originales de Cadmo). Los investigadores creen que la persona a la cual los judíos conocían como Enoch y a la que Kenealy llamaba el «segundo mensajero de Dios» era Hermes. Hermes fue aceptado en la mitología de los griegos y después se convirtió en el Mercurio de los romanos. Fue venerado con la forma del planeta Mercurio, porque su cuerpo es el más próximo al sol: de todas las criaturas, Hermes era la más cercana a Dios y fue conocido como «el mensajero de los dioses».
En los dibujos egipcios que lo representan, Thot lleva una tablilla de cera para escribir y es el que toma nota cuando se pesa el alma de los difuntos en la sala del juicio de Osiris, un ritual de gran trascendencia. Hermes tiene mucha importancia para los estudiosos masónicos, porque fue el autor de los rituales de iniciación masónicos, que se tomaron de los Misterios establecidos por Hermes. Casi todos los símbolos masónicos tienen carácter hermético. Pitágoras estudió matemática con los egipcios y de ellos obtuvo el conocimiento de los sólidos geométricos simbólicos. También se venera a Hermes por su reforma del sistema del calendario. Aumentó el año de 360 a 365 días, con lo cual estableció un precedente que aún perdura. Fue llamado «tres veces grande», porque se lo consideraba el más importante de todos los filósofos, el más grande de todos los sacerdotes y el principal de todos los reyes. Merece la pena destacar que el último poema del querido poeta estadounidense Henry Wadsworth Longfellow fue una oda lírica a Hermes.
Los fragmentos herméticos mutilados Sobre el tema de los libros herméticos, James Campbell Brown, en A History of Chemistry, ha escrito lo siguiente: «Dejando aparte el período caldeo y el egipcio primitivo, de los cuales conservamos restos, pero nada escrito y de los cuales no nos han llegado nombres de químicos ni de filósofos, abordamos ahora el período histórico, en el cual se escribieron libros, al principio no sobre pergamino ni papel, sino sobre papiro. Una serie de libros egipcios primitivos se atribuye a Hermes Trismegisto, que, posiblemente fue un verdadero erudito o, tal vez, una personificación de una larga serie de escritores. […] Algunos lo identifican con el dios griego Hermes y con el egipcio Thot o Tuti, que era el dios de la luna, y en las pinturas antiguas aparece con cabeza de ibis y con el disco y la media luna. Los egipcios lo consideraban el dios de la sabiduría, las letras y el registro del tiempo. Como consecuencia del gran respeto que sentían por Hermes, los antiguos alquimistas daban el nombre de “herméticos” a los escritos químicos y por eso se sigue diciendo “sellado herméticamente” para indicar el cierre de un recipiente de vidrio mediante fusión, a la manera de los manipuladores químicos. Encontramos la misma raíz en las medicinas herméticas de Paracelso y en la masonería hermética de la Edad Media». Entre los fragmentos de obras que se suponen procedentes de la pluma de Hermes hay dos muy famosas. La primera es La Tabla Esmeralda y la segunda, El divino Poimandres o, como se lo suele llamar habitualmente, «el pastor de los hombres», que analizamos a continuación. Un punto destacado en relación con Hermes es que fue uno de los pocos sacerdotes-filósofos del paganismo contra el cual no descargaron su cólera los cristianos primitivos. Algunos Padres de la Iglesia llegaron incluso a declarar que Hermes manifestaba bastantes síntomas de inteligencia y que, si hubiese nacido en una época más esclarecida, que le hubiese permitido beneficiarse de las instrucciones que ellos le habrían brindado, ¡habría llegado a ser un gran hombre!
En su Stromata, san Clemente de Alejandría, uno de los pocos cronistas de la tradición pagana cuyos escritos se conservan hasta ahora, da prácticamente toda la información que se conoce acerca de los cuarenta y dos libros originales de Hermes y la importancia que les atribuían en Egipto tanto los poderes temporales como los espirituales San Clemente describe con estas palabras una de sus procesiones ceremoniales:
Los egipcios practican su propia filosofía, que se manifiesta, fundamentalmente, en su ceremonial sagrado. En primer lugar avanza el Cantante con alguno de los símbolos de la música, porque dicen que tiene que aprender dos de los libros de Hermes: uno, el que contiene los himnos de los dioses, y el otro, las normas que rigen la vida del rey. Después del Cantante va el Astrólogo, con un reloj en la mano y una palma: los símbolos de la astrología. Debe llevar los libros astrológicos de Hermes, que son cuatro, siempre en la boca. De estos, uno trata del orden de las estrellas fijas que son visibles; otro, sobre las conjunciones y los aspectos luminosos del sol y la luna, y el resto, de sus salidas. A continuación avanza el Escriba sagrado, con alas en la cabeza y, en la mano, un libro y una regla, en los cuales había tinta y la caña que usan para escribir. Y debe estar familiarizado con los llamados «jeroglíficos» y saber de cosmografía y de geografía, la posición del sol y la luna y acerca de los cinco planetas; también la descripción de Egipto y la carta del Nilo; y la descripción del equipo de los sacerdotes y del lugar consagrado a ellos, y sobre las medidas y las cosas que se utilizan en los ritos sagrados. Después de todos los anteriores sigue el que lleva la estola, con el codo de la justicia y la copa para las libaciones. Está familiarizado con todos los puntos relacionados con la formación y los propiciatorios. También hay diez libros sobre los honores que rinden a sus dioses, que contienen el culto egipcio, y tratan de los sacrificios, los primeros frutos, los himnos, las plegarias, las procesiones, las fiestas y cosas por el estilo. Detrás de todos camina el Profeta, llevando en sus brazos, abiertamente, el jarrón de agua; le siguen los que llevan los panes Él, al ser el gobernador del templo, aprende los diez libros llamados «hieráticos», que contienen todo acerca de las leyes y los dioses y todo lo relacionado con la formación de los sacerdotes. Porque el Profeta tiene que ver, para los egipcios también con la distribución de los ingresos. Por consiguiente, hay cuarenta y dos libros de Hermes que son imprescindibles, de los cuales los personajes antes mencionados aprenden los treinta y seis que contienen toda la filosofía de los egipcios y los otros séis sobre medicina, los aprenden los pastophoroi (portadores de imágenes), que tratan de la estructura del cuerpo y de las enfermedades y de los instrumentos y los medicamentos y sobre los ojos y el último, sobre las mujeres. Una de las mayores tragedias del mundo filosófico fue la pérdida de la casi totalidad de los cuarenta y dos libros de Hermes antes mencionados. Estos libros desaparecieron durante el incendio de Alejandría, porque los romanos —y después los cristianos— se dieron cuenta de que, hasta que no se eliminaran aquellos libros, no podrían someter a los egipcios. Los volúmenes que se salvaron del fuego fueron enterrados en el desierto en un lugar que actualmente solo conocen unos pocos iniciados de las escuelas secretas.

El Libro de Thot

Mientras Hermes recorría aún la tierra con los hombres, encomendó a sus sucesores elegidos el sagrado Libro de Thot, una obra que contenía los procesos secretos mediante los cuales se lograría la regeneración de la humanidad y que también servía como clave de sus otros escritos. No se sabe nada seguro sobre el contenido del Libro de Thot, salvo que sus páginas estaban cubiertas de extrañas figuras y símbolos jeroglíficos, que proporcionaban a los que estaban familiarizados con su uso un poder ilimitado sobre los espíritus del aire y las divinidades subterráneas. Cuando, mediante los procesos secretos de los Misterios, se estimulan determinadas áreas del cerebro, la conciencia del hombre se amplía y llega a contemplar a los Inmortales y a acceder a la presencia de los dioses superiores. El Libro de Thot describía el método que permitía lograr tal estimulación. En realidad, por tanto, era la «clave de la inmortalidad».
Según la leyenda, el Libro de Thot se guardaba en una caja dorada en el sanctasanctórum del templo. Solo había una llave, que estaba en poder del «Maestro de los Misterios», el máximo iniciado del arcano hermético y el único que sabía lo que estaba escrito en el libro sagrado. El Libro de Thot se perdió para el mundo antiguo con la decadencia de los Misterios, pero sus fieles iniciados lo llevaron sellado en el cofre sagrado a otras tierras. El libro sigue existiendo y todavía conduce a los discípulos de esta época ante la presencia de los Inmortales. En este momento, no se puede dar al mundo más información al respecto, pero la sucesión apostólica se mantiene ininterrumpida, desde el primer hierofante iniciado por el propio Hermes hasta el día de hoy, y aquellos que son particularmente aptos para servir a los Inmortales pueden descubrir tan inestimable documento si lo buscan sincera e infatigablemente. Se ha afirmado que el Libro de Thot es, en realidad, el misterioso Tarot de los bohemios, un extraño libro emblemático de setenta y ocho páginas que ha estado en poder de los gitanos desde el momento en que fueron expulsados de su antiguo templo: el Serapeum. (Según las Historias Secretas, los gitanos eran, en un principio, sacerdotes egipcios). En la actualidad existen en el mundo varias escuelas secretas que tienen el privilegio de iniciar a los candidatos en los Misterios, pero en casi todos los casos han encendido los fuegos de sus altares con la antorcha encendida de la estatua del dios griego. En su Libro de Thot, Hermes reveló a toda la humanidad «el único camino» y durante siglos los sabios de todas las naciones y todos los credos han alcanzado la inmortalidad mediante el «camino» establecido por Hermes en medio de la oscuridad para redimir a la humanidad.

Poimandres, la visión de Hermes

El divino Poimandres de Hermes Mercurio Trismegisto es una de las obras herméticas más antiguas que todavía existen. Aunque probablemente no en su forma original —ha sido remodelada durante los primeros siglos de la era cristiana y traducida incorrectamente desde entonces—, esta obra contiene, sin duda, muchos de los conceptos originales del cultus hermético. El divino Poimandres de Hermes Mercurio Trismegisto reúne diecisiete fragmentos, presentados como una sola obra. Se supone que el segundo libro de El divino Poimandres, llamado Poimandres o La visión, describe el método mediante el cual la sabiduría divina fue revelada a Hermes por primera vez. Después de recibir tal revelación, Hermes comenzó su ministerio y se puso a enseñar a quien quisiera escucharlo los secretos del universo invisible como se los habían dado a conocer a él.
La visión es el más famoso de todos los fragmentos herméticos y contiene una presentación de la cosmogonía hermética y las ciencias secretas de los egipcios con respecto a la cultura y el desarrollo del alma humana. Durante algún tiempo, fue llamada erróneamente «el Génesis de Enoch», pero en la actualidad tal error ha sido rectificado. Mientras preparaba la interpretación de la filosofía simbólica oculta en La visión de Hermes que expondrá a continuación, el autor de este libro ha tenido a mano las siguientes obras de referencia: El divino Poimandres de Hermes Mercurio Trismegisto (Londres, 1650), traducida del árabe y del griego por el doctor Everard; Hermética (Oxford, 1924), editada por Walter Scott; Hermes, The Mysteries of Ancient Egypt (Filadelfia, 1925), de Édouard Schuré, y The Thrice Greatest Hermes (Londres, 1906), de G. R. S. Mead. Al material que contienen estos volúmenes ha añadido comentarios basados en la filosofía esotérica de los antiguos egipcios, además de aclaraciones derivadas en parte de otros fragmentos herméticos y en parte del arcano secreto de las ciencias herméticas. Para mayor claridad, se ha preferido la forma narrativa, en lugar del estilo original en forma de diálogo, y se han sustituido las palabras obsoletas por otras actualmente en uso. Mientras deambulaba por un lugar pedregoso y solitario, Hermes se entregó a la meditación y la oración. Siguiendo las instrucciones secretas del Templo, poco a poco fue liberando su conciencia superior de la esclavitud de sus sentidos físicos y, una vez liberado, su naturaleza divina le reveló los misterios de las esferas trascendentales.
Contempló una figura imponente y sobrecogedora: era el Gran Dragón, que tenía las alas extendidas en el cielo y cuyo cuerpo irradiaba luz en todas direcciones. (Según los Misterios, la Vida Universal se representaba como un dragón). El Gran Dragón llamó a Hermes por su nombre y le preguntó por qué meditaba así sobre el Misterio del Mundo. Aterrorizado por el espectáculo, Hermes se postró ante el Dragón y le suplicó que le revelara su identidad. La enorme criatura le respondió que era Poimandres, la Mente del Universo, la Inteligencia Creativa y el Emperador absoluto de Todo. (Schuré identifica a Poimandres con el dios Osiris). Entonces Hermes suplicó a Poimandres que le revelara la naturaleza del universo y la constitución de los dioses. El Dragón accedió y le pidió a Trismegisto que retuviera su imagen en la cabeza.
De inmediato cambió la forma de Poimandres. En el lugar donde había estado quedó un resplandor espectacular que palpitaba. Aquella Luz era la naturaleza espiritual del propio Gran Dragón. Hermes «ascendió» al centro de aquel Fulgor divino y el universo de objetos materiales se desvaneció de su conciencia. Entonces sobrevino una gran oscuridad que, al expandirse, se tragó la Luz. Todo se puso turbulento. En tomo a Hermes se arremolinaba una misteriosa sustancia acuosa que emitía un vapor que parecía humo. El aire se llenó de gemidos inarticulados y suspiros que parecían proceder de la Luz que había sido tragada por la oscuridad. Su cabeza le dijo a Hermes que la Luz era la forma del universo espiritual y que la oscuridad en remolino que la había envuelto representaba lo material.
A continuación, de la Luz prisionera surgió una Palabra santa misteriosa que se situó sobre las aguas humeantes. Aquella Palabra, la Voz de la Luz, surgió de la oscuridad como una gran columna y el fuego y el aire la siguieron, aunque la tierra y el agua permanecieron abajo, sin moverse. Entonces, las aguas de la Luz se separaron de las aguas de la oscuridad; de las aguas de la Luz se formaron los mundos superiores y de las aguas de la oscuridad se formaron los mundos inferiores. A continuación, la tierra y el agua se mezclaron y se volvieron inseparables y la Palabra espiritual, llamada Razón, se movió sobre su superficie y provocó un desconcierto interminable.
Una vez más se oyó la voz de Poimandres, pero sin que se revelara Su forma: «Yo tu Dios soy la Luz y la Mente que existían antes de que la sustancia se separara del espíritu y la oscuridad, de la Luz. Y la Palabra que surgió de la oscuridad como una columna de fuego es el Hijo de Dios, nacido del misterio de la Mente. El nombre de esa Palabra es “Razón”. La Razón es hija del Pensamiento y la Razón separará la Luz de la oscuridad y establecerá la Verdad en medio de las aguas. Entiéndelo, oh, Hermes, y medita profundamente sobre el misterio. Lo que ves y oyes en tu interior no es la tierra, sino la Palabra de Dios hecha carne. Así se dice que la Luz Divina habita en medio de la oscuridad mortal y la ignorancia no puede separarlas. La unión de la Palabra y la Mente produce el misterio llamado “Vida”. Así como la oscuridad que te rodea está dividida con respecto a sí misma, la oscuridad que hay en tu interior también está dividida de la misma forma. La Luz y el fuego que surgen son el hombre divino, que asciende por el camino de la Palabra, y lo que no puede ascender es el hombre mortal, que no puede ser partícipe de la inmortalidad. Profundiza en la Mente y su misterio, porque en ellos reside el secreto de la inmortalidad». El Dragón volvió a revelar su forma a Hermes y durante largo tiempo los dos estuvieron mirándose fijamente a la cara el uno al otro, de modo que Hermes temblaba ante la mirada de Poimandres.
Al oír la Palabra del Dragón, los cielos se abrieron y se revelaron los innumerables Poderes de la Luz, elevándose por el Cosmos con alas que despedían fuego. Hermes contempló los espíritus de las estrellas, los celestiales que controlan el universo y todos aquellos Poderes que brillan con el resplandor del Fuego Único, el esplendor de la Mente Soberana. Hermes se dio cuenta de que la visión que había contemplado solo le había sido revelada porque Poimandres había dicho una Palabra. La Palabra era la Razón y mediante la Razón de la Palabra se manifestaban las cosas invisibles La Mente Divina —el Dragón— prosiguió su discurso: «Antes de que se formara el universo visible, se fabricó un molde, llamado Arquetipo y dicho Arquetipo estaba en la Mente Suprema mucho antes de que comenzara el proceso de la creación. Observando los Arquetipos, la Mente Suprema quedó prendada de sus propios pensamientos, de modo que, tomando la Palabra como un martillo poderoso, fue abriendo cavernas en el espacio primigenio y reproduciendo la forma de las esferas en el molde del Arquetipo y, al mismo tiempo, sembró en los cuerpos recién creados las semillas de las cosas vivas La oscuridad inferior, al recibir el martillo de la Palabra, se convirtió en un universo ordenado. Los elementos se separaron en niveles y en cada uno surgieron criaturas vivas. El Ser Supremo —la Mente—, masculino y femenino, produjo la Palabra y la Palabra, suspendida entre la Luz y la oscuridad, se expresó en otra Mente, llamada “el Obrero”, el “Maestro Constructor” o “el Hacedor de objetos”. De esta manera se consiguió. Oh, Hermes: desplazándose por el espacio como un soplo, la Palabra produjo el Fuego por la fricción de su movimiento. Por consiguiente, el Fuego se llama «Hijo del Esfuerzo». El Obrero atravesó el universo como un torbellino y, con la fricción, hizo que las sustancias vibraran y resplandeciesen. El Hijo del Esfuerzo formó de este modo los Siete Gobernadores, los Espíritus de los Planetas, cuyas órbitas delimitaban el mundo, y los Siete Gobernadores controlaban el mundo mediante el poder misterioso llamado Destino, que les había concedido el Obrero Ardiente. Cuando la Segunda Mente (el Obrero) hubo organizado el Caos, la Palabra de Dios salió enseguida de su prisión material, dejando a los elementos sin la Razón, y se unió a la naturaleza del Obrero Ardiente. Entonces, la Segunda Mente, junto con la Palabra que se había elevado, se estableció en medio del universo e hizo girar las ruedas de los Poderes Celestiales y así continuará desde un comienzo infinito hasta un final infinito, porque el principio y el fin están en el mismo lugar y estado. Entonces, los elementos vueltos hacia abajo y desprovistos de razonamiento produjeron criaturas sin Razón.
La Sustancia no podía proporcionar Razón, porque la Razón había salido de ella. El aire produjo objetos voladores y las aguas, objetos nadadores. La tierra concibió extraños animales de cuatro patas que se arrastran, dragones, demonios complejos y monstruos grotescos. Entonces el Padre — la Mente Suprema—, al ser la Luz y la Vida, creó a su imagen un Hombre Universal espléndido: no un hombre terrenal, sino un Hombre celestial, que vivía en la Luz de Dios. La Mente Suprema amó al Hombre que había creado y le entregó el control de las creaciones y las pericias. Como el Hombre quería trabajar, estableció Su morada en la esfera de la generación y se fijó en las obras de Su hermano, la Segunda Mente, que estaba sentado en el Anillo de Fuego. Después de observar los logros del Obrero Ardiente, Él también quiso hacer cosas y Su Padre le dio permiso. Los Siete Gobernadores, de cuyos poderes era partícipe, se regocijaron y cada uno proporcionó al Hombre una parte de Su propia naturaleza.
El Hombre anhelaba perforar la circunferencia de los círculos y comprender el misterio de Aquel que estaba sentado sobre el Fuego Eterno. Como ya tenía todo el poder, se agachó y echó un vistazo a través de las siete Armonías y, atravesando la fuerza de los círculos, se manifestó ante la Naturaleza, que estaba estirada abajo. El Hombre miró a las profundidades y sonrió, porque vio una sombra sobre la tierra y una semejanza reflejada en las aguas y aquella sombra y aquella semejanza eran Su propio reflejo. El Hombre se enamoró de Su propia sombra y deseó descender hasta ella. Coincidiendo con el deseo, el objeto Inteligente se unió con la imagen o la forma irracional. La Naturaleza observó el descenso y se envolvió en torno al Hombre, al que amaba, y los dos se fusionaron. Por este motivo, el hombre terrenal es compuesto. En su interior está el Hombre del Cielo. inmortal y hermoso; en el exterior, la Naturaleza, mortal y destructible. Por consiguiente, el sufrimiento se produce porque el Hombre Inmortal se enamoró de su sombra y renunció a la Realidad para vivir en la oscuridad de la ilusión: porque, si es inmortal, el hombre tiene el poder de los Siete Gobernadores y también la Vida, la Luz y la Palabra, pero, si es mortal, lo controlan los Anillos de los Gobernadores: la Suerte o el Destino.
Del Hombre Inmortal habría que decir que es hermafrodita, o sea, masculino y femenino, y siempre está atento. Nunca duerme ni está inactivo y lo rige un Padre que también es masculino y femenino y siempre vigila. Este es el misterio que se mantiene oculto hasta hoy, porque la Naturaleza, después de fusionarse en matrimonio con el Hombre del Cielo, produjo una maravilla de lo más maravillosa: siete hombres todos bisexuales, masculinos y femeninos, y de postura erguida, cada uno de los cuales es un ejemplo de las naturalezas de los Siete Gobernadores. Estas… Oh, Hermes, son las siete razas, especies y ruedas.
De esta manera se generaron los siete hombres. La tierra era el elemento femenino y el agua, el masculino: del fuego y el éter recibieron sus espíritus, y la Naturaleza hizo los cuerpos según la especie y la forma de los hombres. Y el hombre recibió la Vida y la Luz del Gran Dragón y de la Vida se hizo su Alma y de la Luz, su Mente. Por consiguiente, todas estas criaturas complejas, que contienen la inmortalidad pero son partícipes de la mortalidad, siguieron en tal estado durante un período. Se reprodujeron a partir de sí mismas, porque cada una era masculina y femenina. Sin embargo, al finalizar el período, el nudo del Destino se desató por la voluntad de Dios y el lazo de todas las cosas se aflojó. Entonces, todas las criaturas vivas, incluido el hombre, que había sido hermafrodita, se separaron y los machos se volvieron diferentes y las hembras también, según los dictados de la Razón. Y Dios habló a la Palabra Santa que estaba dentro del alma de todas las cosas y le dijo:
«Seguid creciendo y multiplicaos en multitudes, todos vosotros, criaturas y pericias mías. Que quien esté dotado de Mente sepa que es inmortal y que la causa de la muerte es el amor al cuerpo y dejad que aprenda todo lo que hay, porque quien se reconoce a sí mismo ingresa en el estado del Bien». Y después de que Dios dijera esto, la Providencia, con la ayuda de los Siete Gobernadores y la Armonía, reunió los sexos, hizo las mezclas y estableció las generaciones y todas las cosas se multiplicaron según su especie.
«Quien comete el error de apegarse y ama su cuerpo se queda deambulando en la oscuridad, consciente, y sufre las cosas de la muerte, mientras que quien se da cuenta de que el cuerpo no es más que una tumba para su alma asciende a la inmortalidad». Entonces Hermes quiso saber por qué había que privar a los hombres de la inmortalidad solo por cometer el pecado de la ignorancia y el Gran Dragón respondió: «Para los ignorantes, el cuerpo es lo más importante y son incapaces de darse cuenta de que llevan dentro la inmortalidad. Como solo conocen el cuerpo, que está sujeto a la muerte, creen en la muerte, porque adoran la sustancia que es la causa y la realidad de la muerte».
Entonces Hermes preguntó cómo van hacia Dios los justos y los sabios, a lo cual Poimandres respondió: «Lo mismo que dijo la Palabra de Dios lo repito yo: “Porque el Padre de todas las cosas está hecho de Vida y Luz y lo mismo ocurre con los hombres”. Por consiguiente, quien aprenda y comprenda la naturaleza de la Vida y la Luz pasará a la eternidad de la Vida y la Luz». A continuación, Hermes preguntó por el camino que seguían los sabios para llegar a la Vida eterna y Poimandres continuó: «Dejad que el hombre dotado de Mente tome nota, analice y aprenda por sí mismo y, con el poder de su Mente, se separe de su no-yo y se vuelva esclavo de la Realidad».
Hermes preguntó si no todos los hombres tenían Mente y el Gran Dragón respondió: «Ten cuidado con lo que dices, porque yo soy la Mente: el Maestro Eterno. Yo soy el Padre de la Palabra, el Redentor de todos los hombres, y en la naturaleza del sabio la Palabra se hace carne. Por medio de la Palabra, el mundo se salva. Yo, el Pensamiento (Thot), el Padre de la Palabra, la Mente, solo acudo a los hombres que son santos y buenos, puros y misericordiosos y llevan una vida piadosa y religiosa; mi presencia les sirve de inspiración y de ayuda, porque cuando llego, enseguida saben todas las cosas y adoran al Padre Universal. Antes de morir, estos sabios y misericordiosos aprenden a renunciar a sus sentidos sabiendo que estos son los enemigos de su alma inmortal. »No permitiré que los maléficos sentidos controlen el cuerpo de aquellos que me aman ni tampoco que alberguen emociones malignas ni malos pensamientos Me convierto en portero o cancerbero y no dejo entrar el mal y así protejo a los sabios de su propia naturaleza inferior. Sin embargo, no acudo a los perversos, los envidiosos ni los codiciosos, porque ellos no pueden entender los misterios de la Mente; por consiguiente, no les resulto grato. Los dejo con los demonios vengadores que ellos fabrican en su propia alma, porque el mal aumenta todos los días y atormenta más al hombre y cada mala acción se suma a las malas acciones previas hasta que finalmente el mal se destruye a sí mismo. El castigo del deseo es el suplicio de la insatisfacción». Hermes agachó la cabeza en señal de agradecimiento al Gran Dragón que tanto le había enseñado y le suplicó que siguiera hablando sobre lo supremo del alma humana, de modo que Poimandres resumió: «En el momento de la muerte, el cuerpo material del hombre regresa a los elementos de los que procede y el hombre divino invisible asciende a la fuente de la que procede, es decir, la Octava Esfera. El mal se traslada a la morada del demonio, mientras que los sentidos, los sentimientos, los deseos y las pasiones del cuerpo regresan a su origen, es decir, los Siete Gobernadores, cuya naturaleza en el hombre inferior destruye, pero en el hombre espiritual invisible da vida.
»Cuando la naturaleza inferior ha vuelto a la brutalidad, la superior se esfuerza otra vez por recuperar su espiritualidad. Escala los siete Anillos sobre los cuales están sentados los Siete Gobernadores y devuelve a cada uno sus poderes inferiores de esta manera: sobre el primer anillo deposita la Luna y le devuelve la capacidad de crecer y decrecer: sobre el segundo anillo sienta a Mercurio y le devuelve las maquinaciones, el engaño y la picardía; sobre el tercer anillo sienta a Venus y le devuelve los deseos y las pasiones; sobre el cuarto anillo sienta al Sol y a este Señor le devuelve las ambiciones; sobre el quinto anillo sienta a Marte y a él le devuelve la impetuosidad y el atrevimiento irreverente; sobre el sexto anillo sienta a Júpiter y le devuelve el sentido de acumulación y las riquezas, y sobre el séptimo anillo sienta a Saturno, a la Puerta del Caos, y le devuelve la falsedad y la conspiración maléfica.
»A continuación, después de deshacerse de todas las acumulaciones de los siete Anillos, el alma llega a la Octava Esfera, es decir, el anillo de las estrellas fijas, donde, liberada de toda ilusión, mora en la Luz y entona loas al Padre con una voz que solo los puros de espíritu pueden comprender. Fíjate, Hermes, que en la Octava Esfera hay un gran misterio, porque la Vía Láctea es el semillero de las almas, que desde allí caen en los Anillos, y a ella regresan otra vez desde las ruedas de Saturno. Pero algunas no pueden subir la escalera de siete peldaños de los Anillos, de modo que deambulan por la oscuridad inferior y son arrastradas a la eternidad con la ilusión de los sentidos y la practicidad.
»El camino hacia la inmortalidad es difícil y solo unos pocos lo encuentran. El resto aguarda el Gran Día en que las ruedas del universo se detengan y las chispas inmortales huyan de la vaina de la sustancia. Pobres de los que esperan, porque deben volver a regresar, inconscientes y sin saberlo, al semillero de las estrellas y aguardar un nuevo comienzo. Los que se salven gracias a la luz del misterio que te he revelado, oh, Hermes, y que ahora te pido que instaures entre los hombres, volverán una vez más al Padre que habita en la Luz Blanca y se entregarán a la Luz y serán absorbidos por la Luz y en Ella se convertirán en Poderes divinos. Este es el Camino del Bien y solo se revela a los que tienen sabiduría. »Bendito seas, oh, Hijo de la Luz, a quien, de entre todos los hombres, yo, Poimandres, la Luz del Mundo, me he revelado. Te ordeno que sigas adelante, que te conviertas en guía para aquellos que deambulan en la oscuridad, para que todos los hombres en los que habite el espíritu de Mi Mente (la Mente Universal) se salven por medio de Mi Mente en ti, que invocará a Mi Mente en ellos. Establece Mis Misterios y ellos no fracasarán en la tierra, porque soy la Mente de los Misterios y, mientras la Mente no falle —esto no ocurre nunca —, mis Misterios no pueden fallar». Con estas palabras de despedida, Poimandres, radiante de luz celestial, se desvaneció, mezclándose con los poderes de los cielos. Elevando los ojos al firmamento, Hermes bendijo al Padre de Todas las Cosas y consagró su vida al servicio de la Gran Luz. Así predicaba Hermes: «Oh, habitantes de la tierra, hombres nacidos y hechos de los elementos, pero con el espíritu del Hombre Divino en vuestro interior, ¡levantaos de vuestro sueño de ignorancia! Sed serios y reflexivos.
Daos cuenta de que vuestra casa no es la tierra sino la Luz. ¿Por qué os habéis entregado a la muerte, si tenéis poder para ser partícipes de la inmortalidad? Arrepentíos y cambiad vuestra mente. Alejaos de la luz oscura y renunciad a la corrupción para siempre. Preparaos para ascender a través de los Siete Anillos y para fundir vuestras almas con la Luz eterna». Algunos de los que lo escucharon se burlaron y se mofaron y siguieron su camino, entregándose a la Segunda Muerte, de la cual no existe salvación. Otros, en cambio, se arrojaron a los pies de Hermes y le suplicaron que les enseñara el Camino de la Vida. Él los levantó con suavidad, sin recibir ninguna aprobación para sí mismo, y, con el bastón en la mano, siguió enseñando y guiando a la humanidad y mostrándoles cómo podían salvarse. En los mundos de los hombres, Hermes sembró las semillas de la sabiduría y las nutrió con las Aguas Inmortales. Finalmente llegó el crepúsculo de su vida y, cuando el resplandor de la luz de la tierra comenzó a reducirse, Hermes ordenó a sus discípulos que mantuvieran inmaculadas sus doctrinas a lo largo de los siglos. Encomendó que se pusiera por escrito la visión de Poimandres para que todos los que desearan la inmortalidad pudieran encontrar en ella el camino. Para concluir su exposición de la visión, Hermes escribió lo siguiente: «El sueño del cuerpo es la sobria vigilancia de la Mente y, si cierro los ojos, se me revela la Luz verdadera. Mi silencio se llena de nueva vida y esperanza y está lleno de bondad. Mis palabras son la plenitud del fruto del árbol de mi alma. Porque este es el relato fiel de lo que he recibido de mi verdadera Mente, que es Poimandres, el Gran Dragón, el Señor de la Palabra, mediante el cual Dios me inspiró la Verdad. Desde aquel día, mi Mente ha estado siempre conmigo y en mi propia alma he dado a luz la Palabra: la Palabra es la Razón y la Razón me ha redimido. Por este motivo, con toda mi alma y toda mi fuerza, alabo y bendigo al Dios Padre, la Vida y la Luz y la Bondad Eterna. Bendito sea Dios, Padre de todas las cosas, que existe desde antes del Primer Comienzo. Bendito sea Dios, cuya voluntad se cumple y se hace cumplir mediante Sus propios Poderes, a los que ha dado a luz fuera de Sí mismo. Bendito sea Dios, que ha decidido darse a conocer y que es conocido por Sí mismo por aquellos a quienes se revela. Bendito seáis Vos que por Vuestra Palabra (la Razón) habéis establecido todas las cosas.
Bendito seáis Vos, a cuya imagen se ha hecho toda la Naturaleza. Bendito seáis Vos a quien la naturaleza inferior no ha dado forma. Bendito seáis Vos, que sois más fuerte que todos los poderes. Bendito seáis Vos, que sois mejor que toda excelencia. Bendito seáis Vos, que sois mejor que toda alabanza. Aceptad estos sacrificios razonables de un alma pura y un corazón tendido hacia Vos. Oh, Inefable, a Quien se alaba en silencio. Os suplico que me miréis con misericordia para que no yerre mi conocimiento de Vos y pueda iluminar a aquellos que son, en la ignorancia, hermanos míos e hijos Vuestros. Por eso creo en Vos y de Vos doy fe y parto en paz y con confianza en Vuestra Luz y Vida. Bendito seáis, ¡oh, Padre! El hombre que habéis creado se santificará con Vos, ya que le habéis dado poder para santificar a otros con Vuestra Palabra y Vuestra Verdad». La Visión de Hermes, como casi todas las obras herméticas, es una exposición alegórica de grandes verdades filosóficas y místicas, cuyo significado oculto solo pueden comprender aquellos que han sido «elevados» a la presencia de la Mente Verdadera.
La Gran Pirámide se levanta sobre una meseta caliza hasta cuya base, según la historia antigua, se desbordó el Nilo en una ocasión, con lo cual proporcionó un método de transporte para los bloques inmensos que se emplearon en su construcción. Suponiendo que el piramidón alguna vez hubiera estado en su sitio, la pirámide mide, según John Taylor (en cifras redondas) 150 metros de altura: la base de cada lado mide 233 metros de largo y toda la estructura abarca una superficie de algo más de cinco hectáreas. La Gran Pirámide es la Única del grupo de Gizeh —de hecho, que se sepa, la única de Egipto— que tiene cámaras dentro del cuerpo de la pirámide en sí. Por este motivo se dice que refuta las leyes de Lepsius, según las cuales cada una de estas construcciones es un monumento levantado sobre una cámara subterránea en la que está enterrado algún gobernante. La pirámide contiene cuatro cámaras, indicadas en el diagrama con las letras K, H, F y O. La cámara del rey (K) es un aposento alargado de doce metros de largo, cinco de ancho y casi seis de altura, aproximadamente, con un techo plano compuesto por nueve piedras inmensas, las más grandes de la pirámide. Por encima de la cámara del rey hay cinco compartimientos bajos (L), llamados genéricamente «cámaras de contrucción». En la inferior de estas cámaras están los llamados «jeroglíficos del faraón Keops». El techo de la quinta cámara de construcción acaba en punta. En el extremo de la cámara del rey opuesto a la entrada se encuentra el famoso sarcófago o cofre (I) y, detrás de este, una abertura poco profunda que se excavó con la esperanza de descubrir objetos valiosos. Dos orificios de ventilación (M y N) que atraviesan la pirámide de un lado a otro ventilan la cámara del rey. En sí mismo, esto basta para demostrar que el edificio no fue construido como una tumba. Entre el extremo superior de la Gran Galería (G. G.) y la cámara del rey hay una pequeña antecámara (H), con una longitud máxima de 2,7 metros, un ancho máximo de 1,5 metros y una altura máxima de 3,6 metros, que —no se sabe por qué— tiene las paredes estriadas.
En la estría más cercana a la Gran Galería hay un bloque de piedra en dos partes, con un bulto o un nudo que sobresale como 2,5 centímetros de la superficie de la parte superior que da a la Gran Galería. Esta piedra no llega hasta el suelo de la antecámara y los que entran en la cámara del rey tienen que pasar por debajo de la losa. Desde la cámara del rey, la Gran Galería —48 metros de largo, 8,5 metros de altura y 2 metros de ancho en el punto máximo, que se reducen a la mitad como consecuencia de la convergencia de siete superposiciones de las piedras que constituyen las paredes— desciende hasta llegar un poco por encima del nivel de la cámara de la reina. De allí sale una galería (E) que retrocede más de treinta metros hacia el centro de la pirámide y se abre en la cámara de la reina (F). La cámara de la reina mide 5,8 metros de largo, 5 metros de ancho y 6 metros de altura. Tiene el techo en punta y compuesto por grandes bloques de piedra. Unos respiraderos que no se muestran salen de la cámara de la reina, pero son posteriores. En la pared oriental de la cámara de la reina hay un nicho peculiar de piedra que converge poco a poco: probablemente, al final resultará que se trata de una entrada que ya no existe.
En el punto en el que acaba la Gran Galería y comienza el pasillo horizontal que conduce a la cámara de la reina está la entrada al pozo y también la abertura que desciende por el primer conducto ascendente (D) hasta el punto en el que este conducto se encuentra con el conducto descendente (A), que conduce desde la pared exterior de la pirámide hasta la cámara subterránea. Después de descender 18 metros por el pozo (P), se llega a la gruta. El pozo atraviesa el suelo de la gruta y sigue bajando cuarenta metros más hasta el conducto de entrada descendente (A), con el que se cruza poco antes de que el conducto pase a ser horizontal y llegue a la cámara subterránea. La cámara subterránea (O) mide unos catorce metros de largo y algo más de ocho de ancho, pero es sumamente baja: el techo tiene una altura variable, que va desde alrededor de un metro hasta cuatro metros por encima del suelo desigual y aparentemente inacabado. Del lado meridional de la cámara subterránea sale un túnel bajo de unos quince metros de largo, que acaba en una pared lisa. Estas constituyen las únicas aberturas conocidas de la Pirámide, a excepción de algunos nichos, orificios de reconocimiento, pasillos sin salida y el túnel intrincado y tenebroso (B) abierto por los musulmanes a las órdenes del descendiente del profeta, el califa AlMamun. 

Manly Palmer Hall - El Mito Del Dios Que Muere

 

El mito de Tammuz e Ishtar es uno de los primeros ejemplos de la alegoría del dios que muere y es probable que sea anterior al 4000 a. de C. Debido al estado imperfecto de las tablillas en las cuales están inscritas las leyendas, resulta imposible obtener más que una versión fragmentaria de los ritos de Tammuz. Como era un dios del SOL esotérico, Tammuz no figuraba entre las primeras divinidades veneradas por los babilonios, que, a falta de un conocimiento más profundo, lo consideraban un dios de la agricultura o un espíritu de la vegetación. En un principio, se lo describía como uno de los guardianes de las puertas del infierno. Como ocurre con muchos otros dioses salvadores, lo llaman «pastor» o «señor de la casa del pastor». Tammuz ocupa un lugar destacado como hijo y esposo de Ishtar, la diosa madre de los babilonios y los asirios. Ishtar, a la cual se consagró el planeta Venus, era la divinidad más venerada de la mitología babilonia y la asiria. Es probable que sea idéntica a Ashteroth, Astarté y Afrodita. La historia de su descenso a los infiernos para buscar —se supone—el elixir sagrado —lo único que podía devolver a Tammuz a la vida— es la clave del ritual de sus Misterios. Tammuz, cuya festividad anual se celebraba justo antes del solsticio estival, moría a mediados del verano, en el antiguo mes que llevaba su nombre, y se lo lloraba con complejas ceremonias. No se sabe muy bien cómo murió, pero algunas de las acusaciones lanzadas contra Ishtar por Izdubar (Nimrod) indicarían que, indirectamente, ella como mínimo había contribuido a su desaparición. La resurrección de Tammuz era un acontecimiento que se celebraba mucho y entonces se lo aclamaba como «redentor» de su pueblo. Con las alas desplegadas, Ishtar, la hija de Sin (el dios de la luna), baja volando hasta las puertas de la muerte.
La casa de la oscuridad —la morada del dios Irkalla— se describe como «el lugar sin retomo». No hay luz y sus habitantes se nutren del polvo y se alimentan de barro. Sobre los tornillos de la puerta de la casa de Irkalla hay polvo esparcido y los guardianes de la casa están cubiertos de plumas, como las aves. Ishtar exige a los guardianes que abran las puertas; de lo contrario —los amenaza—, hará añicos las jambas, golpeará los goznes e invocará a los muertos que devoran a los vivos. Los guardianes de las puertas le suplican que tenga paciencia, mientras van a buscar a la reina del Hades, de la cual obtienen autorización para que Ishtar pueda entrar, pero solo de la misma manera en que han llegado todos los demás a aquella casa lóbrega. Entonces Ishtar atraviesa las siete puertas que conducen hasta las profundidades del infierno. En la primera puerta le quitan la gran corona de la cabeza: en la segunda, los pendientes de las orejas; en la tercera, el collar del cuello; en la cuarta, los adornos del pecho; en la quinta, el cinturón: en la sexta, los brazaletes de las manos y los pies, y en la séptima, la capa que le cubre el cuerpo. Ishtar protesta cada vez que le quitan alguno de sus atavíos, pero los guardianes le dicen que aquello es lo que experimentan todos los que ingresan en el dominio lúgubre de la muerte. Al ver a Ishtar, la señora del Hades se pone furiosa, le inflige todo tipo de enfermedades y la encierra en el infierno. Como Ishtar representa el espíritu de la fertilidad, su desaparición impide que maduren las cosechas y la vida de todo tipo sobre la tierra. En este sentido, la historia es análoga a la leyenda de Perséfone. Cuando los dioses se dan cuenta de que la ausencia de Ishtar está desorganizando toda la naturaleza, envían un mensajero al infierno y exigen su liberación. La señora del Hades no tiene más remedio que obedecer y se derrama el agua de Vida sobre Ishtar, que, curada de todos sus padecimientos, vuelve a atravesar las siete puertas y en cada una de ellas vuelven a ponerle lo que los guardianes le habían quitado. No se tiene constancia de que Ishtar consiguiera el agua de Vida que habría resucitado a Tammuz. El mito de Ishtar simboliza el descenso del espíritu humano a través de los siete mundos o esferas de los planetas sagrados hasta que, finalmente, desprovisto de sus adornos espirituales, se encarna en el cuerpo físico —el Hades—, donde la señora de dicho cuerpo colma a la conciencia prisionera de todo tipo de pesares y desgracias.
Las aguas de Vida —la doctrina secreta — curan las enfermedades de la ignorancia y el espíritu, al ascender otra vez a su fuente divina, recupera los adornos que Dios le ha dado a medida que va ascendiendo a través de los anillos de los planetas. Otro ritual mistérico entre los babilonios y los asirios era el de Marduk y el dragón. Marduk, el creador del universo inferior, mata a un monstruo horrible y con su cuerpo forma el universo. Es probable que este sea el origen de la llamada alegoría cristiana de san Jorge y el dragón. Los Misterios de Adonis se celebraban todos los años en muchas partes de Egipto, Fenicia y Biblos. El nombre «Adonis» quiere decir «señor» y así se designaba al sol; posteriormente lo utilizaron los judíos como nombre exotérico de su dios. Los dioses convinieron en árbol a Esmima o Mirra, la madre de Adonis; al cabo de un tiempo la corteza se abrió y de dentro salió el niño salvador. Según una versión, lo liberó un jabalí, que, con sus colmillos, partió la corteza del árbol maternal. Adonis nació el 24 de diciembre a medianoche y con su desdichada muerte se estableció un rito mistérico que llevó la salvación a su pueblo. En el mes judío de Tammuz (otro nombre de esta divinidad), un jabalí enviado por el dios Ares (Marte) lo mata de una cornada. El adoniasmos era la ceremonia de lamentación por la muerte prematura del dios asesinado.
En Ezequiel 8, 14, está escrito que las mujeres estaban plañendo a Tammuz (Adonis) a la entrada del pórtico de la Casa de Yahveh que mira al Norte, en Jerusalén. Sir James George Frazer cita a san Jerónimo con estas palabras: «Nos cuenta que en Belén, el lugar de nacimiento tradicional del Señor, había un bosquecillo de un Señor sirio más antiguo aún, Adonis, y que donde había llorado Jesús de niño se lloraba al amante de Venus». Dicen que, en honor a Adonis, había una efigie de un jabalí sobre una de las puertas de Jerusalén y que sus ritos se celebraban en la gruta de la natividad de Belén. Adonis como hombre «corneado» (o «divino») es una de las claves del uso que hace sir Francis Bacon del «jabalí» en su simbolismo críptico. En un principio, Adonis era una divinidad andrógina que representaba el poder solar que en invierno quedaba destruida por el principio malvado del frío: el jabalí. Después de pasar tres días (meses) en la tumba, Adonis se levantaba triunfante el vigesimoquinto día de marzo, en medio de las aclamaciones de sus sacerdotes y sus seguidores: «¡Ha resucitado!». Adonis nació de un árbol de mirra y la mirra, símbolo de la muerte por su relación con el proceso de embalsamamiento, fue uno de los regalos que los tres reyes magos llevaron a Jesús al pesebre.
En los Misterios de Adonis, el neófito pasaba por la muerte simbólica del dios y, después de ser «resucitado» por los sacerdotes, ingresaba en el estado de bienaventuranza de la redención, gracias a los sufrimientos de Adonis. Casi todos los autores creen que al principio Adonis era un dios de la vegetación relacionado directamente con el crecimiento y la maduración de las flores y los frutos. Para corroborar este punto de vista, describen los «jardines de Adonis», que eran cestillas de tierra en las que plantaban y cultivaban semillas durante un período de ocho días. Cuando aquellas plantas morían prematuramente por la falta de tierra suficiente, se consideraban emblemáticas del Adonis asesinado y por lo general se arrojaban al mar con imágenes del dios.
En Frigia existía una escuela notable de filosofía religiosa que giraba en tomo a la vida y la muerte prematura de otro dios salvador conocido como Atis o Atys —muchos lo consideraban sinónimo de Adonis—, que nació el vigesimocuarto día de diciembre a medianoche. Hay dos versiones sobre su muerte. Según una, recibió una cornada mortal, igual que Adonis; según la otra, él mismo se castró debajo de un pino y allí murió. La Gran Madre (Cibeles) llevó su cuerpo a una cueva, donde permaneció durante siglos, incorrupto. A los ritos de Atis debe el mundo moderno el simbolismo del árbol de Navidad. Atis transmitió su inmortalidad al árbol bajo el cual murió y, cuando retiró el cuerpo, Cibeles se llevó consigo el árbol. Atis permaneció tres días en la tumba y resucitó en una fecha que coincide con la alborada de Pascua y, con su resurrección, superó la muerte para todos aquellos que se iniciaban en sus Misterios. «En los Misterios de los frigios —dice Julius Firmicus—, llamados los de la Madre de los Dioses, todos los años talan un Pino ¡y atan en su interior la imagen de un Joven! En los Misterios de Isis cortan el tronco de un Pino, ahuecan cuidadosamente la mitad del tronco y Entierran el ídolo de Osiris que hacen con esas partes vaciadas. En los Misterios de Proserpina, arman dentro de la efigie las partes de un árbol cortado y le dan la forma de la Virgen y, después de paseado por la ciudad, Lloran su muerte durante cuarenta noches, ¡pero a la cuadragésima la Queman!».
Los Misterios de Atis incluían una comida sacramental durante la cual el neófito comía de un tambor y bebía de un platillo. Después de ser bautizado con la sangre de un toro, se alimentaba al recién iniciado exclusivamente con leche para simbolizar que todavía era un bebé, desde el punto de vista filosófico, que acababa de nacer de la esfera de la materialidad.
¿Es posible establecer una conexión entre esta dieta láctea prescrita por el rito de Atis y la alusión que hace san Pablo a la comida para quienes son niños espiritualmente? Salustio proporciona una clave para la interpretación esotérica de los rituales de Atis. Cibeles, la Gran Madre, simboliza los poderes vivificadores del universo y Alis representa aquel aspecto del intelecto espiritual que está suspendido entre la esfera divina y la animal. La madre de los dioses, que amaba a Atis le dio un sombrero con estrellas como símbolo de los poderes celestiales, pero Atis (la humanidad), al enamorarse de una ninfa (que simboliza las propensiones animales inferiores), perdió su divinidad y su creatividad. Resulta evidente, por tanto, que Atis representa la conciencia humana y que sus Misterios tienen que ver con la recuperación del sombrero con estrellas.
Los ritos de Sabazios se parecían mucho a los de Baco y en general se cree que las dos divinidades son idénticas. Baco nació en Sabazios, o Sabaoth, y estos nombres se le atribuyen con frecuencia. Los Misterios de Sabazios se celebraban por la noche y, como parte del ritual, se pasaba una serpiente viva sobre el pecho del candidato. San Clemente de Alejandría escribe lo siguiente: «El símbolo de los Misterios de Sabazios para el iniciado es “la divinidad que se desliza sobre el pecho”». La serpiente dorada era el símbolo de Sabazios, porque esta divinidad representaba la renovación anual del mundo gracias d poder solar. Los judíos tomaron de estos Misterios el nombre de «Sabaoth» y lo adoptaron como una de las denominaciones de su dios supremo. Durante el tiempo en que los Misterios de Sabazios se celebraron en Roma, el culto consiguió muchos devotos y posteriormente influyó en el simbolismo del cristianismo. Los Misterios cabíricos de Samotracia eran célebres entre los antiguos y casi tan apreciados como los eleusinos Según Heródoto, los samotracios recibieron aquellas doctrinas, sobre todo las relacionadas con Mercurio, de los pelasgos. Se sabe muy poco sobre los rituales cabíricos, porque estaban rodeados del máximo secreto. Algunos consideran que las divinidades eran siete y las llaman «los siete espíritus del fuego ante el trono de Saturno». Otros creen que los cabiros eran los siete vagabundos sagrados, que posteriormente fueron llamados «planetas».
Aunque gran cantidad de divinidades se asocian con los Misterios samotracios, el drama ritualista gira en torno a cuatro hermanos. Los tres primeros, Axieros, Axiocersos y Axiocersa, atacan y asesinan al cuarto, Casmilos. Sin embargo, Dionisodoro identifica a Axieros con Deméter, aAxiocersos con Plutón, a Axiocersa con Perséfone y a Casmilos con Hermes. Alexander Wilder observa que, en elritual samotracio, «hacen que Casmilos incluya al dios-serpiente de Tebas, Cadmo, al Thot egipcio, al Hermes de los griegos y al Emeph o Esculapio de los alejandrinos y los fenicios». Una vez más, se repite aquí la historia de Osiris, Baco, Adonis Balder y Juram Abí. El culto a Atis y Cibeles también tenía que ver con los Misterios samotracios. En los rituales de los cabiros se puede encontrar una forma de culto al pino, porque este árbol, consagrado a Atis, se podaba primero en forma de cruz y después se talaba en honor del dios asesinado, cuyo cadáver fue descubierto a sus pies.
«Quien desee analizar las orgías de los coribantes —escribe san Clemente — ha de saber que, tras matar a su tercer hermano, cubrieron la cabeza del cadáver con una tela morada, la coronaron y, después de transportarla en la punta de una lanza, la enterraron bajo las raíces de Olimpo. Estos misterios son, en síntesis, asesinatos y funerales. ¡Este Padre preniceno, que pretende difamar los ritos paganos, aparentemente pasa por alto el hecho de que, al igual que el mártir cabiro, Jesucristo fue traicionado, torturado y, finalmente, asesinado!] Y los sacerdotes de estos ritos, considerados reyes de los ritos sagrados por aquellos que se encargan de nombrarlos, aportan aún más rareza al trágico acontecimiento al prohibir el perejil como planta para llevar a la mesa, porque creen que crecía de la sangre que manaba de los coribantes, del mismo modo en que las mujeres, al celebrar las Tesmoforias, se abstienen de comer las semillas de la granada que han caído al suelo, partiendo de la idea de que las granadas surgieron de las gotas de la sangre de Dioniso. A aquellos coribantes también los llaman cabíricos y la ceremonia en sí se anuncia como el misterio cabírico».
Los Misterios de los cabiros se dividían en tres grados: el primero conmemoraba la muerte de Casmilos a manos de sus tres hermanos; el segundo, el descubrimiento de su cuerpo mutilado, cuyas partes habían sido halladas y reunidas tras mucho esfuerzo, y el tercero —acompañado por gran júbilo y dicha—, su resurrección y la consiguiente salvación del mundo. El templo de los cabiros en Samotracia contenía una cantidad de divinidades curiosas, muchas de las cuales eran criaturas deformes que representaban los poderes elementales de la naturaleza, posiblemente los titanes báquicos. Los niños eran iniciados en el culto cabiro con la misma dignidad que los adultos, y los delincuentes que encontraban asilo allí quedaban a salvo de persecuciones. En los ritos samotracios se daba mucha importancia a la navegación y sus miembros propiciaban, entre otros, a los dioscuros: Cástor y Pólux, o los dioses de la navegación. La expedición de los argonautas, siguiendo los consejos de Orfeo, hizo escala en la isla de Samotracia para que sus participantes se iniciaran en los ritos cabíricos. Heródoto cuenta que, cuando Cambises entró en el templo de los cabiros, no pudo contener su regocijo al ver ante él la figura de un hombre de pie y, frente a él, la figura de una mujer cabeza abajo. Si Cambises hubiese estado familiarizado con los principios de la astronomía divina, se habría dado cuenta de que estaba en presencia de la clave del equilibrio universal. «Pregunto —dice Voltaire— ¿quiénes eran aquellos hierofantes, aquellos masones sagrados, que celebraban sus Misterios antiguos de Samotracia y de dónde venían, ellos y sus dioses cabiros?» . San Clemente se refiere a los Misterios de los cabiros como «el misterio sagrado de un hermano asesinado por sus hermanos» y la «muerte cabírica» era uno de los símbolos secretos de la Antigüedad. De este modo, la alegoría del Yo asesinado por el no-yo se perpetúa a través del misticismo religioso de todos los pueblos. La muerte filosófica y la resurrección filosófica son los misterios menores y los mayores, respectivamente.
Un aspecto curioso del mito del dios que muere es el del ahorcado. El ejemplo más importante de esta concepción peculiar se encuentra en los rituales odínicos, en los que Odín se cuelga durante nueve noches de las ramas del árbol del mundo y, además, atraviesa su propio costado con la lanza sagrada. Como consecuencia de aquel gran sacrificio, Odín, mientras estaba suspendido sobre las profundidades de Niflheim, descubrió gracias a la meditación las runas o los alfabetos por medio de los cuajes se preservaron después los documentos de su pueblo. Debido a aquella experiencia excepcional, a veces Odín aparece sentado sobre una horca y se ha convertido en el patrono de todos los que han muerto colgados. Desde el punto de vista esotérico, el ahorcado es el espíritu humano que está suspendido del cielo por un solo hilo. La sabiduría, en lugar de la muerte, es la recompensa por aquel sacrificio voluntario durante el cual el alma humana, suspendida sobre el mundo de la ilusión y meditando sobre su irrealidad, recibe la recompensa de alcanzar la autorrealización. Después de considerar todos estos rituales antiguos y secretos, resulta evidente que el misterio del dios que muere era universal entre los colegios iluminados y venerados de las enseñanzas sagradas. Este misterio se ha perpetuado en el cristianismo en la crucifixión y la muerte del hombre Dios Jesucristo. Hay que redescubrir la trascendencia secreta de esta tragedia mundial y del mártir universal para que el cristianismo alcance las alturas a las que llegaron los paganos en la época de su supremacía filosófica. El mito del dios que muere es la clave de la redención y la regeneración tanto universal como individual y los que no comprenden la verdadera naturaleza de esta alegoría suprema no tienen el privilegio de considerarse a sí mismos ni sabios ni auténticamente religiosos.

Invocações e Evocações: Vozes Entre os Véus

Desde as eras mais remotas da humanidade, o ser humano buscou estabelecer contato com o invisível. As fogueiras dos xamãs, os altares dos ma...