LOS MISTERIOS ANTIGUOS Y LAS SOCIEDADES SECRETAS QUE HAN INFLUIDO EN EL SIMBOLISMO MASÓNICO MODERNO
—Segunda parte—
Toda la historia del gnosticismo cristiano y el pagano está envuelta en el mayor misterio y oscuridad, porque, si bien los gnósticos eran, sin duda, escritores prolíficos, de su literatura ha sobrevivido muy poco. Se granjearon la animosidad de la Iglesia cristiana primitiva y, cuando esta institución alcanzó una posición de poder mundial, destruyó todos los registros del cultus gnóstico que encontró. La palabra «gnóstico» procede del griego gnosis, que significa «conocimiento». Los miembros de la orden decían que estaban familiarizados con las doctrinas secretas del cristianismo primitivo. Interpretaban los Misterios cristianos según el simbolismo pagano. Ocultaban al profano su información secreta y sus principios filosóficos y solo se los enseñaban a un grupo reducido de personas iniciadas especialmente. Se supone a menudo que Simón el Mago, el famoso mago del Nuevo Testamento, fue el fundador del gnosticismo. De ser así, la escuela se formó en el siglo I después de Cristo y es, probablemente, la primera de las numerosas ramas que han nacido del tronco principal del cristianismo. Para los entusiastas de la Iglesia cristiana primitiva, todo aquello con lo que no estaban de acuerdo había sido inspirado por el demonio. Que Simón el Mago tenía poderes misteriosos y sobrenaturales no lo niegan ni sus enemigos, aunque, según ellos, aquellos poderes se los habían prestado los espíritus infernales y las furias, que —afirmaban— eran sus compañeros inseparables. Sin duda, la leyenda más interesante acerca de Simón es la que narra sus enfrentamientos teosóficos con el apóstol san Pedro mientras los dos promulgaban sus doctrinas diferentes en Roma. Según la historia que narran los Padres de la Iglesia, Simón tenía que demostrar su superioridad espiritual ascendiendo al cielo en un carro de fuego. Unos poderes invisibles lo levantaron y lo elevaron a una altura considerable. Cuando san Pedro lo vio, gritó en voz alta y ordenó a los demonios (los espíritus del aire) que soltaran al mago. Los espíritus malignos, al recibir la orden del gran santo, se vieron obligados a obedecer y Simón cayó desde muy alto y se mató: aquello fue una prueba contundente de la superioridad de los poderes cristianos. No cabe duda de que la historia es un invento, al no ser más que una de las numerosas versiones —casi todas dispares— acerca de su muerte. Se siguen acumulando pruebas que demuestran que san Pedro no estuvo jamás en Roma, con lo cual se van disipando rápidamente sus últimos vestigios posibles de autenticidad.
De que Simón fue un filósofo no cabe la menor duda, porque, siempre que se conservan sus palabras exactas, sus pensamientos sintéticos y trascendentales están expresados de maravilla. Los principios del gnosticismo se describen bien en esta declaración literal suya, que supuestamente ha preservado Hipólito: «A vosotros, por consiguiente, digo lo que digo y escribo lo que escribo. Y lo que escribo es lo siguiente. De los eones [períodos, planos o ciclos de vida creativa y creada en sustancia y espacio, criaturas celestiales] universales hay dos brotes, sin principio ni fin, que salen de una sola raíz, que es el poder invisible, el silencio inaprensible [bythós]. De estos brotes, uno se manifiesta desde arriba: es el Gran Poder, la Mente Universal que todo lo ordena, masculino, y el otro [se manifiesta] desde abajo: es el Gran Pensamiento, femenino, que todo lo produce. Por consiguiente, ambos, al emparejarse, se unen y manifiestan la Distancia Media, el aire incomprensible, sin principio ni fin, en la cual está el Padre que sostiene todas las cosas y alimenta aquellas cosas que tienen principio y fin».
Con esto hemos de entender que la manifestación es el resultado de un principio positivo y uno negativo, que actúan el uno sobre el otro, y que se produce en el plano medio o punto de equilibrio, llamado pléroma. Este pléroma es una sustancia especial que se produce como consecuencia de la combinación de eones espirituales y materiales. Del pléroma se diferenciaba el Demiurgo, el mortal inmortal, ante el cual somos responsables por nuestra existencia física y los sufrimientos que debemos padecer en relación con ella. Según el sistema gnóstico, del Uno Eterno emanaban tres parejas de opuestos, llamadas syzygías, que, sumadas a él, formaban un total de siete. Los seis (las tres parejas de) eones (principios divinos vivos) fueron descritos por Simón en los Philosophumena de la siguiente manera:«Los dos primeros eran la mente (nous) y el pensamiento (epinoia); después venían la voz (phone) y su opuesto, el nombre (onoma) y, por último, la razón (logismos) y la reflexión (enthumesis). De estos seis elementos primigenios, unidos con la “llama eterna”, salieron los eones (ángeles) que formaron los mundos inferiores siguiendo las indicaciones del Demiurgo». Ahora vamos a referirnos a la manera en que este gnosticismo primitivo de Simón el Mago y Menandro, su discípulo, fue ampliado y a menudo distorsionado por los adeptos posteriores al culto.
La escuela del gnosticismo se dividió en dos partes fundamentales, llamadas habitualmente el «culto sirio» y el «culto alejandrino». Estas escuelas coincidían en lo fundamental, pero la segunda se inclinaba más hacia el panteísmo, mientras que la primera era dualista. Mientras que el culto sirio era en gran medida simoniano, la escuela alejandrina brotó de las deducciones filosóficas de un cristiano egipcio muy inteligente, llamado Basílides, que —según decía— había recibido instrucciones del apóstol san Mateo. Al igual que Simón el Mago, era emanacionista con inclinaciones neoplatónicas. De hecho, todo el Misterio gnóstico se basa en la hipótesis de las emanaciones como relación lógica entre dos opuestos irreconciliables: el espíritu absoluto y la sustancia absoluta, que, según los gnósticos, coexistían en la eternidad. Algunos afirman que Basílides fue el verdadero fundador del gnosticismo, aunque existen muchas pruebas de que Simón el Mago estableció sus principios fundamentales en el siglo anterior. El alejandrino Basílides inculcó en sus seguidores el hermetismo egipcio, el ocultismo oriental, la astrología caldea y la filosofía persa y con sus doctrinas trató de unir las escuelas del cristianismo primitivo con los antiguos Misterios paganos. A él se atribuye la formulación de una concepción peculiar de la divinidad que lleva el nombre de Abraxas. Hablando del significado original de esta palabra, Godfrey Higgins, en The Celtic Druids, ha demostrado que, si se suman los poderes numerológicos de las letras que forman la palabra «abraxas», el resultado es 365. El mismo autor destaca también que, aplicando un procedimiento similar al nombre de Mitra, se obtiene el mismo valor numérico. Basílides enseñaba que los poderes del universo se dividían en 365 eones o ciclos espirituales y que la suma de todos ellos era el Padre Supremo, al cual daba la apelación cabalística de Abraxas, como simbólica, numéricamente, de Sus poderes, atributos y emanaciones divinos. Abraxas se suele representar como una criatura compuesta, con cuerpo humano y cabeza de gallo, y cada una de sus piernas acaba en una serpiente. C. W. King, en The Gnostics and Their Remains, ofrece la siguiente descripción breve de la filosofía gnóstica de Basílides, tomándola de los escritos de san Ireneo, uno de los primeros obispos y mártires cristianos:«Afirmaba que Dios, el Padre eterno, no creado, había hecho primero la nous, la mente; después el logos, la palabra: después la phrónesis, la inteligencia, y de la phrónesis salieron sophia, la sabiduría, y dynamis, la fuerza».
En su descripción de Abraxas, C. W. King afirma: «Según Bellermann, la imagen compuesta inscrita con el nombre real de Abraxas es un pantheos gnóstico que representa al Ser Supremo, con las cinco emanaciones marcadas con los símbolos correspondientes. A partir del cuerpo humano, la forma que se atribuye habitualmente a la divinidad, surgen los dos soportes: la nous y el logos, representados por medio de las serpientes —como símbolo de los sentidos internos— y el entendimiento; por eso, para los griegos, la serpiente era un atributo de Pallas. Su cabeza de gallo representa la phrónesis, porque aquel ave es el emblema de la previsión y la vigilancia. Sus dos brazos sostienen los símbolos de sophia y dynamis: el escudo de la sabiduría y el látigo del poder».
Los gnósticos estaban divididos en sus opiniones con respecto al Demiurgo, o creador de los mundos inferiores. Él estableció el universo terrestre con ayuda de seis hijos varones, o emanaciones (posiblemente, los ángeles planetarios), que él formó fuera y a la vez dentro de Sí mismo. Como ya hemos dicho, el Demiurgo se diferenciaba como la creación inferior de la sustancia llamada pléroma. Un grupo de gnósticos creía que el Demiurgo era la causa de todas las desgracias y que era una criatura malvada, que, al construir aquel mundo inferior, había alejado las almas de los hombres de la verdad, envolviéndolas en un medio mortal. Para la otra escuela, el Demiurgo tenía inspiración divina y se limitaba a cumplir las órdenes del Señor invisible. Algunos gnósticos opinaban que el Demiurgo era el Dios judío: Jehová. Este concepto, con un nombre ligeramente diferente, influyó, aparentemente, en el rosacrucismo medieval, que consideraba a Jehová el Señor del universo material, en lugar de la Divinidad Suprema. Abundan en la mitología las historias de dioses que compartían una naturaleza celestial y una terrestre. El Odín escandinavo es un buen ejemplo de una divinidad mortal, sometida a las leyes de la naturaleza, aunque, al mismo tiempo y al menos en cierto sentido, también era una Divinidad Suprema.
El punto de vista gnóstico con respecto al Cristo es digno de consideración. Esta orden sostenía que era la única escuela que tenía imágenes verdaderas del Sirio Divino. Aunque se trataba, con toda probabilidad, de concepciones idealistas del Salvador basadas en las esculturas y pinturas existentes de las divinidades solares paganas, el cristianismo no tenía nada más. Para los gnósticos, el Cristo era la personificación de la nous, la mente divina, y emanaba de los eones espirituales superiores. Descendió al cuerpo de Jesús en el bautismo y lo abandonó antes de la crucifixión. Los gnósticos declaraban que el Cristo no había sido crucificado, porque su nous divina no podía morir, sino que Simón, el cirenaico, ofreció su vida por él, y que la nous, gracias a su poder, hizo que Simón se pareciera a Jesús. Con respecto al sacrificio cósmico del Cristo, Ireneo afirma lo siguiente: «Cuando el Padre no creado ni nombrado vio la corrupción de la humanidad, envió al mundo a su primogénito, Nous en forma de Cristo, para redimir a todos los que crean en Él, con el poder de los creadores del mundo (el Demiurgo y sus seis hijos varones, los genios planetarios). Él apareció entre los hombres como Jesús hecho hombre e hizo milagros»
Los gnósticos dividían la humanidad en tres partes: aquellos que, como salvajes, adoraban solo a la naturaleza visible; aquellos que, como los judíos, adoraban al Demiurgo, y, por último, ellos mismos u otros de un culto similar, incluidas determinadas escuelas de cristianos, que adoraban al Nous (Cristo) y la auténtica luz espiritual de los eones superiores. Tras la muerte de Basílides, Valentino se convirtió en la principal inspiración del movimiento gnóstico. Complicó aún más el sistema de la filosofía gnóstica, añadiéndole infinidad de detalles. Incrementó la cantidad de emanaciones del Gran Uno (el Abismo) a quince parejas y también hizo mucho hincapié en la Virgen Sofía, o la sabiduría. En los Libros del Salvador, parte de los cuales se conocen habitualmente como el Pistis Sophia, se puede encontrar bastante material relacionado con la extraña doctrina de los eones y sus peculiares habitantes James Freeman Clarke, refiriéndose a las doctrinas de los gnósticos, dice lo siguiente:«Estas doctrinas, por extrañas que nos parezcan, tuvieron amplia influencia en la Iglesia cristiana». Muchas de las teorías de los antiguos gnósticos, en particular las relacionadas con cuestiones científicas, han sido corroboradas por la investigación moderna. Del tronco principal del gnosticismo se ramificaron varias escuelas, como los valentinianos, los ofitas (adoradores de serpientes) y los adamitas. A partir del siglo III, su poder decayó y los gnósticos prácticamente desaparecieron del mundo filosófico. En la Edad Media intentaron resucitar los principios del gnosticismo, pero, debido a la destrucción de sus documentos, no pudieron conseguir el material necesario. Todavía existen muestras de la filosofía gnóstica en el mundo moderno, pero llevan otros nombres y su verdadero origen ni siquiera se sospecha. En realidad, muchos de los conceptos gnósticos se han incorporado a los dogmas de la Iglesia cristiana y nuestras interpretaciones más recientes del cristianismo a menudo siguen las líneas del emanacionismo gnóstico.