sexta-feira, 13 de abril de 2018

Utopía

Utopía deriva del griego οὐ ("no") y τόπος ("lugar") y significa literalmente "no-lugar" o, como glosó Quevedo; "no hay tal lugar".​ La palabra fue acuñada por Tomás Moro para describir una sociedad ideal, y por lo tanto inexistente. Esta "república" es imaginada como mejor que las conocidas, en especial la europea del Renacimiento, por lo cual el término puede ser interpretado como Eutopia, también derivado del griego; εὖ ("bueno" o "bien") y τόπος ("lugar"), significando "el buen lugar", en oposición a la distopía o "mal lugar".En un sentido estricto, el término hace referencia a la obra homónima de Tomás Moro;Dē Optimo Rēpūblicae Statu dēque Nova Insula Ūtopia. En ella, Utopía es el nombre dado a una isla y a la comunidad ficticia que la habita, cuya organización política, económica y cultural contrasta en numerosos aspectos con la sociedad inglesa de la época. Con esta obra Moro crea el género de las utopías políticas y por ello en términos más generales la palabra «utopía» se emplea para referirse a una sociedad política ideal, con un plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen muy difíciles de realizar, o representación imaginativa de una sociedad futura con características favorables para la salud, el bienestar común de la sociedad, que por lo general contiene una crítica más o menos implícita de la sociedad política realmente existente.​ En otro sentido, se emplea el término "utópico" para referirse de modo peyorativo a las teorías o programas políticos que se consideran irrealizables.
Aunque Moro fue el creador del género de las utopías, hay narraciones clásicas que tienen elementos utópicos y que pueden considerarse como precursoras del género​. Así, en la misma obra de Moro puede verse una fuerte influencia e incluso directa referencia a La República, de Platón,​ donde se describe una sociedad idealizada. Además de La República, hay otras ideas utópicas anteriores, por ejemplo, la tierra de Dilmún de la mitología mesopotámica​, Panquea (o Pancaya)​, la isla de la Inscripción sagrada del relato de Evémero​, la isla del Sol de Yambulo, La fuente del jardín de los duraznos de Tao Yuanming, La Ciudad Virtuosa (que no es sino una idealización de Medina en tiempos de Mahoma) de Al Farabi y La ciudad de las damas de Christine de Pizan.

Las utopías sociales
Íntimamente relacionadas con el deseo de dar un sentido a la vida y alcanzar la felicidad, se encuentran la necesidad y la búsqueda de un mundo mejor, más solidario y más justo. Existe una estrecha relación entre la justicia y las utopías.
Ya Platón puso de manifiesto que un mundo ideal en el que todos sus miembros viviesen felices y satisfechos sólo era posible si ese mundo era un mundo justo, pues un Estado es ideal si en él reina la justicia.

La utopía moderna
El nombre
El anhelo de mundos ideales y perfectos es tan antiguo como el ser humano. Sin embargo, la invención y descripción de sociedades que lo sean no recibe el nombre de 'utopía' hasta el siglo XVI. Por ello, no es paradójico afirmar que existen utopías desde siempre, incluso antes de que se acuñase este nombre para referirse a ellas.
El término utopía se debe a Tomás Moro, quien tituló así una de las obras más importantes de este género. Tomás Moro bautizó con este término una isla idílica, ubicada cerca de las costas (entonces inexploradas) de América de Sur, cuyos habitantes habían logrado el Estado perfecto: un Estado caracterizado por la convivencia pacífica, el bienestar físico y moral de sus habitantes, y el disfrute común de los bienes.
Asimismo laten las narraciones extraordinarias de Américo Vespucio sobre las recién avistadas islas de Fernando de Noronha, en​ y en general el espacio abierto por el descubrimiento de un Nuevo Mundo a la imaginación, ambos son factores que estimularon el desarrollo de la utopía de Moro.
En general, se puede definir una utopía como un Estado imaginario que reúne todas las perfecciones y que hace posible una existencia feliz porque en él reinan la paz y la justicia. En Utopía hay un importante componente ideal, surgen de los defectos de la sociedad y se basan en las posibilidades de cambio y transformación que ésta tiene en cada momento. Las utopías hunden las raíces en la realidad más auténtica y concreta, aunque sea para criticarlas e intentar transformarla en una cosa mejor. La palabra está ligada estrechamente a utopismo.
Todas las utopías tienen en común dos rasgos: describen sociedades que están fuera del mundo, en ningún lugar, y describen sociedades cerradas, sin contaminación exterior, inmóviles y férreamente ordenadas. La pretensión que las distingue a todas es la de dibujar las condiciones necesarias para conseguir lo que las sociedades reales jamás muestran: que todos los seres humanos son iguales. Pero en ese empeño se ignora el valor de la libertad individual, el valor que asoma con más fuerza precisamente con el humanismo renacentista...
En oposición al concepto de utopía, existe el término distopía. Al lado de ella, o convergente con ella, está la ucronía, esto es lo que no está en tiempo alguno.

Funciones de las utopías
A pesar de este carácter novelado o ficticio de las utopías, a lo largo de la historia del pensamiento se les han atribuido funciones que van más allá del simple entretenimiento.
Función orientadora. Las utopías consisten, básicamente, en la descripción de una sociedad imaginaria y perfecta. Y, aunque para muchos pensadores la realización completa de este sistema sea imposible, algunos de los procedimientos que se describen pueden aplicarse a posibles reformas y orientar la tarea organizadora de los políticos. Aunque la utopía en su conjunto pueda verse como un sueño inalcanzable, para algunos sería útil en orden a señalar la dirección que deben tomar las reformas políticas en un Estado concreto.
Función valorativa. Aunque las utopías son obras de un autor determinado, a menudo se reflejan en ellas los sueños e inquietudes de la sociedad en la que el autor vive. Por esta razón, permiten reconocer los valores fundamentales de una comunidad en un momento concreto y, también, los obstáculos que éstos encuentran a la hora de materializarse. Por ello, para muchos autores, las utopías no sirven tanto para construir mundos ideales como para comprender mejor el mundo en el que vivimos.
Función crítica. Al comparar el Estado ideal con el real, se advierten las limitaciones de este último y las cotas de justicia y bienestar social que aún le restan por alcanzar. De hecho, la utopía está construida a partir de elementos del presente, ya sea para evitarlos (desigualdades, injusticias…) o para potenciarlos (adelantos técnicos, libertades…). Por eso, supone una sutil pero eficaz crítica contra las injusticias y desigualdades evidentes tras la comparación. Incluso si consideramos que la sociedad utópica es un disparate irrealizable, nos presenta el desafío de explicar por qué no tenemos al menos sus virtudes.
Función esperanzadora. Para algunos filósofos, el ser humano es esencialmente un ser utópico. Por un lado, la necesidad de imaginar mundos mejores es exclusiva de la especie humana y, por otro, esta necesidad se presenta de forma inevitable. El hecho de ser libres, de poder soñar con lugares mejores que el que nos rodea y de poder actuar en la dirección de estos deseos está íntimamente conectado con nuestra naturaleza utópica. Ésta es, además, la que justifica el hálito de esperanza que siempre permanece en los seres humanos: por muy injusto y desolador que sea el propio entorno, siempre resultaría posible imaginar y construir uno mejor.

Sociedades utópicas
La república platónica
En Occidente, el primer modelo de sociedad utópica lo debemos a Platón. En uno de sus diálogos más conocidos, La República, además de la defensa de una determinada concepción de la justicia, hallamos una detallada descripción de como seria el Estado ideal, es decir, el Estado justo. Platón, profundamente descontento con los sistemas políticos que se habían sucedido en Atenas, especialmente con la democracia, imagina cómo se organizaría un Estado que tuviese como objetivo el logro de la justicia y el bien social.
Según Platón, la república o el Estado perfecto estaría formado por tres clases sociales: los gobernantes, los guardias y los productores. Cada una de estas clases tendría en la república una función, unos derechos y unos deberes rígidamente diferenciados.
A los gobernantes les concerniría la dirección del Estado; a los guardias su protección y defensa; a los productores el abastecimiento de todo lo necesario para la vida: la alimentación, ropa, viviendas...
Cada uno sería educado para desempeñar eficientemente las funciones de su grupo: la sabiduría para los gobernantes; el coraje para los guardias, y la apetencia para los productores. Pues para Platón, la buena marcha del Estado depende de que cada clase cumpla eficientemente con su cometido.
En definitiva La República de Platón sería, según él, una sociedad justa porque en ella gobernarían los más sabios (filósofos) y las otras dos clases desempeñarían las funciones que les habían sido asignadas.

La utopía religiosa de Agustín de Hipona
En La ciudad de Dios, Agustín de Hipona expresa su interpretación de la utopía siguiendo los preceptos de su visión cristiana. Según este organizador del cristianismo, la acción terrena (que simboliza para él todos los estados históricos) es fruto del pecado, pues habría sido fundada por Caín y en ella sus habitantes serían esclavos de las pasiones y sólo perseguirían bienes materiales. Esta ciudad, por tanto, no podría según él dejar de ser imperfecta e injusta. Sin embargo, Agustín de Hipona concibe la utopía en una ciudad espiritual. Ésta habría sido según él fundada por Dios y en ella reinarían el amor, la paz y la justicia. Para Agustín la utopía tan sólo sería alcanzable en este reino espiritual, lo que él y el cristianismo definen como el Reino de Cristo.

Las utopías renacentistas
Durante el Renacimiento se produjo un florecimiento espectacular del género utópico. La mayoría de los pensadores consideraba que la influencia del humanismo era la causa de este fenómeno. El Renacimiento es una época que, además de caracterizarse por el auge espectacular de las artes y las ciencias, destaca también por los cambios sociales y económicos. Sin embargo, estas transformaciones no fueron igual de positivas para todos, ya que ocasionaron enormes desigualdades entre unos miembros y otros de la sociedad.
Muchos de los pensadores de la época, conscientes de estas injusticias, pero también de la capacidad reformadora del ser humano, reaccionaron frente a la cruda realidad de su tiempo. Esta reacción se plasmó en la reivindicación de una racionalización de la organización social y económica que eliminase una gran parte de estas injusticias.
De ésta creencia y confianza en que la capacidad racional puede contribuir a mejorar la sociedad y a hacerla más perfecta, surgen los modelos utópicos renacentistas. El principal y más importante modelo utópico de esta época es, indiscutiblemente, Utopía de Tomás Moro.
Utopía se divide en dos partes: la primera supone una aguda crítica a la sociedad de la época; la segunda es propiamente la descripción de esa isla localizada en ningún lugar, en la que sus habitantes han logrado construir una comunidad justa y feliz. Básicamente, el secreto de la Utopía se debe a una organización política fundada racionalmente, en la que destaca la abolición de la propiedad privada, considerada la causa de todos los males e injusticias sociales.
La ausencia de propiedad privada comporta que prevalezca el interés común frente a la ambición y el interés personal que rige en las sociedades reales. En Utopía, además, impera una estricta organización jerárquica de puestos y funciones, a los que se accede como en la república platónica, por capacidad y méritos.
Esta estricta organización es, sin embargo, completamente compatible con la total igualdad económica y social de los utopianos, pues todos disfrutan de los mismos bienes comunes, al margen de su función y su tarea en la comunidad.
También pertenece al Renacimiento la comunidad ideal de Telema, dedicada a cultivar el amor (aunque también incluye una fina sátira de la vida monástica), que brevemente presenta François Rabelais en su Gargantúa (1532). Aunque ya del S. XVII, pueden considerarse como utopías renacentistas tardías La ciudad del Sol, del religioso italiano Tommaso Campanella, y La Nueva Atlántida, de Francis Bacon. Esta última añade un elemento novedoso e importante, como es el aprovechamiento de los avances científicos y técnicos que entonces empezaban a darse (y más aún quizá, los que se esperaban para el futuro próximo), en la mejora de las condiciones de vida de los seres humanos.

La culminación ilustrada
En los siglos XVII y XVIII se asoció la utopía con la literatura de viajes, en la cual las sociedades civilizadas proyectaban sólo en ocasiones sus angustias y sus críticas al progreso El origen de la desigualdad entre los hombres (1755) de Jean-Jacques Rousseau sería un ejemplo clásico de esta concepción de la historia como un proceso de decadencia.
Pero este no es más que un caso particular en el desarrollo impresionante de las utopías en el siglo XVIII, y en su vinculación a la crítica social (a veces comunista) y a la idea de progreso a finales de la Ilustración.

El socialismo utópico
Otro de los momentos fecundos en la ideación de sociedades utópicas fue principios del siglo XIX. Los profundos cambios sociales y económicos producidos por el industrialismo cada vez más individualista e insolidario abonaron el terreno del descontento y la crítica, así como el deseo de sociedades mejores, más humanas y justas.
De esta época de injusticias y desigualdades proviene el socialismo utópico. El socialismo utópico venía con diseño de soluciones para males e imperfecciones flagrantes. Charles Fourier (1772-1837), Saint-Simon y Robert Owen tenían en común un interés imperioso por transformar la precaria situación del proletariado de ese momento. A pesar de las diferencias que hay entre ellos, tienen en común su interés por mejorar y transformar la precaria situación del proletariado en ese momento. Para ello, propusieron reformas concretas para hacer de la sociedad un lugar más solidario, en el que el trabajo no fuera una carga alienante y en el que todos tuviesen las mismas posibilidades de auto-realizarse.
A diferencia de muchas de las utopías anteriores, la de estos socialistas fue diseñada con el objetivo inmediato de llevarse a la práctica. Más que relatos fantásticos de mundos perdidos o inalcanzables, constituyeron descripciones detalladas de comunidades igualitarias que, en ocasiones, fueron copiadas en la realidad. Algunos de estos socialistas compaginaron la reflexión teórica con labores prácticas y concretas de reforma social. Así, por ejemplo, Fourier propuso comunidades autosuficientes, a las que llamó falansterios, y Owen llegó a fundar Nueva Armonía, una pequeña comunidad en la que se abrió el primer jardín de infancia y la primera biblioteca pública de EE. UU..

Utopías modernas
Muchos autores, como Arnhelm Neusüss, han indicado que las utopías modernas son esencialmente diferentes a sus predecesoras. Otros en cambio, señalan que en rigor las utopías sólo se dan en la modernidad y llaman cronotopías o protoutopías a las utopías anteriores a la obra de Moro. Desde esta perspectiva, las utopías modernas están orientadas al futuro, son teleológicas, progresistas y sobre todo son un reclamo frente al orden cósmico entendido religiosamente, que no explica adecuadamente el mal y la explotación. Así las utopías expresan una rebelión frente a lo dado en la realidad y propondrían una transformación radical, que en muchos casos pasa por procesos revolucionarios, como expresó en sus escritos Karl Marx.
Se ha criticado que las utopías tienen un carácter coercitivo. Pero también se suele añadir que las utopías le otorgan dinamismo a la modernidad, le permiten una ampliación de sus bases democráticas y han sido una especie de sistema reflexivo de la modernidad por la cual esta ha mejorado constantemente. Por ello no sería posible entender la modernidad sin su carácter utópico.
Las utopías han tenido derivaciones en el pensamiento político -como por ejemplo en las corrientes socialistas ligadas al marxismo y el anarquismo-, literario e incluso cinematográfico a través de la ciencia ficción social. La clasificación más usada, hereda la pretensión del marxismo de estar elaborando un socialismo científico y por tanto restringe el nombre de socialismo utópico a las formulaciones ideológicas anteriores a éste, aunque todas ellas comparten su origen en la reacción a la revolución industrial, especialmente a la condición del proletariado, siendo su vinculación al movimiento obrero más o menos próxima o cerca a ello.

Utopía económica
Las utopías socialistas y comunistas se centraron en la distribución equitativa de los bienes, con frecuencia anulando completamente la existencia del dinero. Los ciudadanos desempeñan las labores que más les agradan y que se orientan al bien común, permitiéndoles contar con mucho tiempo libre para cultivar las artes y las ciencias. Experiencias prácticas que habían sido plasmadas en Comunidades utópicas en el siglo XIX y XX.
Las utopías capitalistas o de mercado libre se centran en la libre empresa, en una sociedad donde todos los habitantes tengan acceso a la actividad productiva, y unos cuantos (o incluso ninguno) a un gobierno limitado o mínimo. Allí los hombres productivos desarrollan su trabajo, su vida social, y demás actividades pacíficas en libertad, apartados de un Estado intromisorio y expoliador. Se relacionan en especial al ideal del liberalismo libertario.

Utopía ecologista
La utopía ecologista se ha plasmado en el libro Ecotopía, en el cual California y parte de los estados de la costa Oeste se han secesionado de los Estados Unidos, formando un nuevo estado ecologista.

Utopía política e histórica
Una utopía global de paz mundial es con frecuencia considerada uno de los finales de la historia posiblemente inevitables.

Utopía religiosa
La visión que tienen tanto el Islam como el cristianismo respecto al paraíso es el de una utopía, en especial en las manifestaciones populares: la esperanza de una vida libre de pobreza, pecado o de cualquier otro sufrimiento, más allá de la muerte (aunque la escatología cristiana del "cielo" al menos, es casi equivalente a vivir con el mismo Dios, en un paraíso que asemeja a la Tierra en el cielo). En un sentido similar, el nirvana del budismo se puede asemejar a una utopía. Las utopías religiosas, concebidas principalmente como un jardín de las delicias, una existencia libre de toda preocupación con calles cubiertas de oro, en una gozosa iluminación con poderes casi divinos.

Utopías tecnológicas
Las utopías tecnológicas o tecnoutopías se basan en la creencia de que los avances en ciencia y tecnología conducirán a una utopía, o al menos ayudarán a cumplir de algún ideal utópico.

Bibliografía de obras utópicas
La República, 370 a. C., de Platón
Utopía, 1516, de Tomás Moro
L'Abbaye de Thélème, en Gargantua de François Rabelais, 1534.
La Ciudad del Sol (Civita Solis), 1623, de Tommaso Campanella
La Nueva Atlántida (New Atlantis), 1627, de Francis Bacon
Christianópolis 1619, de Johann Valentin Andreae
The Commonwealth (1652) , de Gerrard Winstanley
Oceana, (1656) de James Harrington.
Histoire comique des États et Empires de la Lune de Savinien Cyrano de Bergerac, 1657.
The Blazing World (1666) de Margaret Cavendish
La Terre Australe connue de Gabriel de Foigny, 1676.
Histoire des Sevarambes de Denis Vairasse, 1677-1679.
Les Aventures de Télémaque de Fénelon, 1699.
Voyages et Aventures de Jacques Massé de Simon Tyssot de Patot, 1714
Libertalia en Histoire Générale des Pyrates de Typiak de Daniel Defoe, 1724.
L'Île des esclaves y La Colonie de Pierre Carlet de Chamblain de Marivaux, 1725.
Voyage au pays de Houyhnhnms, en Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, 1726.
Relation du Royaume des Féliciens del marquis de Lassay, 1727
Eldorado, en Candide de Voltaire, 1759.
La Vérité, ou le Vrai système de Léger Marie Deschamps (1750-1760)
Voyage de Robertson aux Terres Australes, 1766
Le Pays des Gangarides en La Princesse de Babylone de Voltaire, 1768.
La Découverte australe par un homme volant, ou Le Dédale français, nouvelle très philosophique, suivie de la Lettre d'un singe, de Nicolas Restif de La Bretonne, 1781
L'An 2440 de Louis Sébastien Mercier, 1786.
Paul et Virginie de Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre, 1789.
L'Isle des philosophes de l'Abbé Balthazard, Chartres, 1790
L'ile de Tamoé 1788, en Aline et Valcour (Histoire de Sainville et de Léonore), Marqués de Sade , 1795
Nouveau christianisme de Claude Henri de Rouvroy, comte de Saint Simon, 1825
Le Phalanstère de Charles Fourier v. 1830.
Voyage en Icarie d'Étienne Cabet, 1840.
Walden de Henry David Thoreau, 1854
L'Île Mystérieuse (1874) Jules Verne
Les Cinq Cents Millions de la Bégum, 'Los quinientos millones de la Begum', de Jules Verne, 1879.
La Jornada de un Periodista Americano en el 2889, (1888) de Julio Verne
Loocking Backward (1888)( en Cent ans après ou l'an 2000 ) de Edward Bellamy
Hygeia: a city of Health, de Benjamin Ward Richardson, 1890.
Erewhom, de Samuel Butler
Looking Backward, 1888 de Edward Bellamy
Noticias de ninguna parte (News from Nowhere or An Epoch of Rest), 1890 de William Morris
Una utopía moderna (A Modern Utopia), 1905, de H. G. Wells
Shangri-La (1933), de James Hilton
Walden dos, de Burrhus Frederic Skinner (1948)
La rebelión de Atlas (1957), de Ayn Rand
La isla (1962), de Aldous Huxley
Anarquía, estado y utopía (1974), de Robert Nozick
El País de Karu o de los tiempos en que todo se reemplazaba por otra cosa (2001); de Daniel Cerqueiro.

Crítica de las utopías y de sus proyectos políticos
Aunque se ha argüido[¿quién?] que los ideales utópicos pueden ser realizables, la confianza en la posibilidad y la necesidad de sociedades perfectas sufrió durante el siglo XX un considerable revés. Por varias razones, muchos pensadores [¿quién?] defendieron que dedicarse a inventar sociedades utópicas era más perjudicial que beneficioso. Los motivos de esta consideración pueden variar de un pensador a otro.
Poseen un carácter fantasioso e ingenuo. Una de las críticas más habituales a la utopía es su distanciamiento respecto a la cruda realidad. En ellas su autor imagina un mundo perfecto, pero tan irreal que resulta difícil establecer vínculos entre lo que propone y lo que hallamos efectivamente. Por otra parte, la utopía suele limitarse a la descripción detallada de ese mundo nuevo pero no proporciona demasiadas pistas acerca del modo en que es posible transformar la realidad para acceder a ese otro mundo imaginado. Por ello, para muchos pensadores, las utopías sólo son la expresión de buenos pero inútiles e ingenuos deseos de mejora. (No se va a conseguir el ideal).
Están históricamente condicionadas. Las críticas contra las utopías pueden ir en otra línea. Para algunos filósofos, por ejemplo, el mayor inconveniente de las utopías es su incapacidad para trascender las limitaciones de la época histórica en la que fueron concebidas. Para los que así argumentan, las utopías se alejan de la realidad mucho menos de lo que pensamos. De hecho, son pocas las que pueden verse como proyectos verdaderamente imaginativos y originales. En la mayoría de los casos, suelen limitarse a potenciar y desarrollar rasgos que ya están en la sociedad de ese momento. Por esta razón, con el paso del tiempo, a menudo quedan ridículamente desfasadas. Así, predicciones que en su momento fueron arriesgadas hoy nos resultan ingenuas y ridículas. Las utopías de una época están condicionadas por las circunstancias históricas.
Provocan estancamiento social. Si las anteriores razones no eran suficientes, se añade todavía la de que la utopía se fundamenta en una concepción estática de la sociedad. El cambio sólo está justificado hasta alcanzar la utopía. Una vez conseguida la sociedad perfecta, justa y feliz, ¿qué sentido tendría que ésta siguiese transformándose? Ahora bien, ¿es posible y deseable, aunque sea en principio una organización completamente estática?
Lindan con el totalitarismo. El filósofo Karl Popper destaca el peligro que encierran las utopías. Aunque su crítica se centra básicamente en La República de Platón, ésta es extensiva a casi todas las utopías posteriores. Por muy paradójico que parezca, este mundo feliz y perfecto puede convertirse en el más terrible y totalitario de los Estados. La creencia y el convencimiento del carácter ideal y perfecto de un sistema llevan irremediablemente a la intolerancia respecto a cualquier otra propuesta. Considerar esta organización la más beneficiosa produce que cualquier opinión en contra, cualquier oposición, sea vista como una amenaza para la supervivencia de la utopía y, en consecuencia, sea apartada del panorama social, para bien de la comunidad.
Sarcástico: François Rabelais escribió en Gargantúa y Pantagruel: 'Gargantúa, a la edad de ochocientos cuarenta y cuatro años, engendró a su vástago Pantagruel en su esposa llamada Badebec, hija del rey de los Amaurotas en Utopía, la cual murió de mal parto, pues la criatura era tan grande y pesaba tanto, que no pudo salir a la luz sin sacrificar a la que le parió'